Angel
Buscas y anhela el sosiego...
Del antiguo camino a lo
largo...
Del rumor cadencioso de la onda...
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros...
En los ecos del órgano, o en el rumor del
viento...
Era apacible el día...
Estaciones
Hora tras hora...
La canción
que oyó en sueños el viejo (fragmento)
Lágrima triste en mi
dolor vertida...
Las campanas
Los unos altísimos...
Meditación en el umbral
Negra sombra
Orillas del Sar
Pobre alma sola...
Recuerda el trinar del ave...
Sed de amores tenía...
Soledad
Te amo... ¿Por qué me odias?...
Tú para mí, yo para ti,
bien mío...
Una sombra
tristísima, indefinible y vaga...
Ya duermen en su tumba
las pasiones...
Ya no mana la fuente...
Yo no sé lo que busco eternamente...
Angel
Todo duerme... del aire, el soplo blando
callado va, con temeroso
vuelo
el aroma esparciendo de las rosas;
brilla la luna, y sueñan
con el cielo
los niños que reposan, contemplando
flores, luz y
pintadas mariposas.
¡Niños!, al soplo de mi tibio aliento,
dormid en paz, que os
cubren con sus alas
los blancos y amorosos serafines,
y
adornándoos a un tiempo con sus galas
hacen que en ondas os regale el
viento
blando aroma de lirios y jazmines.
Y, en tanto, el astro de la noche, lento,
pálido, melancólico y
suave,
del aire azul recorre los espacios,
globo de plata o
misteriosa nave,
vaga a través del ancho firmamento,
por cima de
cabañas y palacios.
Su tibia luz refléjase en la tierra
como del alba la primer
sonrisa
que va a alegrar las aguas de la fuente;
y al rizarse los
mares con la brisa,
cuanto su seno de hermosura encierra
muéstrase
allí, brillante y transparente.
Las plantas y los céfiros susurran
con blando son, y acentos
misteriosos
lanza, al pasar, el murmurante río,
y a través de los
árboles frondosos
las estrellas inmóviles fulguran
chispas de luz
en su ámbito sombrío.
Todo es reposo, y soledad, y sueño...
sueño aparente y soledad
mentida,
en el mundo del hombre... ¡hermoso mundo
cuando,
mintiendo, a amarle nos convida!
Y es que en que fuese amado puso
empeño,
quien llena cielo y tierra, y mar profundo.
Mas... ¿qué pálida sombra cruza el prado...
errante, sola,
fugitiva y leve?
Como si fuese en pos de un bien perdido,
apenas
al pasar las hojas mueve.
Y vaga al pie del monte y del collado
cual tortolilla en torno de su nido.
Virgen parece por la undosa falda
y por la blonda y larga
cabellera,
que el viento de la noche manso agita;
bello es su
rostro y dulce la manera
con que pisa la alfombra de esmeralda,
mientras su seno con ardor palpita.
¡Pobre mujer!... ¿Qué culpa, qué pecado
como aguijón la ha herido
en su inocencia,
que el calor de su lecho así abandona?
Yo sondaré
el dolor de tu conciencia,
que no en vano a la tierra he descendido,
en nombre del Señor que la perdona.
Busca y anhela el sosiego...
Busca y anhela el sosiego...
mas... ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar.
Que hoy como ayer, y mañana
cual hoy, en su eterno afán,
de hallar el bien que ambiciona
-cuando sólo encuentra el mal-,
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.
Del antiguo camino a lo
largo...
Del antiguo camino a lo largo,
ya un pinar, ya una fuente
aparece,
que brotando en la peña musgosa
con estrépito al valle
desciende.
Y brillando del sol a los rayos
entre un mar de verdura
se pierden,
dividiéndose en limpios arroyos
que dan vida a las
flores silvestres
y en el Sar se confunden, el río
que cual niño
que plácido duerme,
reflejando el azul de los cielos,
lento corre
en la fronda a esconderse.
No lejos, en soto profundo de robles,
en donde el silencio sus alas extiende,
y da abrigo a los genios
propicios,
a nuestras viviendas y asilos campestres,
siempre allí,
cuando evoco mis sombras,
o las llamo, respóndenme y vienen.
Del rumor cadencioso de la onda...
Del rumor cadencioso de la onda
y el viento que muge;
del incierto
reflejo que alumbra
la selva o la nube;
del piar de alguna ave de
paso;
del agreste ignorado perfume
que el céfiro roba
al valle
o a la cumbre,
mundos hay donde encuentran asilo
las almas que al
peso
del mundo sucumben.
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros...
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de mi vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
En los ecos del órgano, o en el rumor del
viento...
En los ecos del
órgano, o en el rumor del viento,
en el fulgor de un astro o en la
gota de lluvia,
te adivinaba en todo, y en todo te buscaba,
sin
encontrarte nunca.
Quizás después te ha hallado, te ha hallado y ha
perdido
otra vez de la vida en la batalla ruda,
ya que sigue
buscándote y te adivina en todo,
sin encontrarte nunca.
Pero sabe
que existes y no eres vano sueño,
hermosura sin nombre, pero perfecta
y única.
Por eso vive triste, porque te busca siempre,
sin
encontrarte nunca.
Era apacible el día...
Era apacible el día
y templado el ambiente
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.
Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo
alejarse, ¡qué borrasca la mía!
Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a
corromperse..., ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien
pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.
¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar,
nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a
ofenderos.
¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no
puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.
Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa
afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de
encontrar.
Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y
que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca
volverá.
En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me
hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin
la inmensidad.
Mas... es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay
eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.
Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas
centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo
que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo
insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.
Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo
infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la
vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo
el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible
sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!
¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he
perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin
arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del
vacío.
Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado
espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos
místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.
Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo
menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.
Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el
polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis
suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al
buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.
De improviso los Angeles
desde sus altos nichos
de mármol me
miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oido:
«Pobre
alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que
al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de
la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.»
Estaciones
Adivínase el dulce y perfumado
calor primaveral;
los gérmenes se agitan en la tierra
con
inquietud en su amoroso afán,
y cruzan por los aires, silenciosos,
átomos que se besan al pasar.
Hierve la sangre juvenil; se exalta
lleno de aliento el corazón, y audaz
el loco pensamiento sueña y cree
que el hombre es, cual los dioses, inmortal.
No importa que los
sueños sean mentira,
ya que al cabo es verdad
que es venturoso el
que soñando muere,
infeliz el que vive sin soñar.
¡Pero qué aprisa
en este mundo triste
todas las cosas van!
¡Que las domina el
vértigo creyérase!...
la que ayer fue capullo, es rosa ya,
y
pronto agostará rosas y plantas
el calor estival.
Candente está la
atmósfera;
explora el zorro la desierta vía:
insalubre se torna
del limpio arroyo el agua cristalina,
el pino aguarda inmóvil
los besos inconstantes de la brisa.
Imponente silencio
agobia
la campiña;
sólo el zumbido del insecto se oye
en las extensas y
húmedas umbrías;
monótono y constante
como el sordo estertor de la
agonía.
Bien pudiera llamarse, en el estío,
la hora del mediodía,
noche en que al hombre de luchar cansado
más que nunca le irritan,
de la materia la imponente fuerza
y del alma las ansias infinitas.
Volved, ¡oh, noches de invierno frío,
nuestras viejas amantes de
otros días!
Tornad con vuestros hielos y crudezas
a refrescar la
sangre enardecida
por el estío insoportable y triste...
¡Triste!... ¡Lleno de pámpanos y espigas!
Frío y calor, otoño o
primavera,
¿dónde..., dónde se encuentra la alegría?
Hermosas son
las estaciones todas
para el mortal que en sí guarda la dicha;
mas
para el alma desolada y huérfana,
no hay estación risueña ni
propicia.
Hora tras hora, día tras día...
Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan
eternos vigías,
como torrente que se despeña,
pasa la vida.
Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las
ondas que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran.
Recoged los rumores, las
quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.
Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces
mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?
La canción que oyó en sueños el
viejo
(fragmento)
VI
De pronto el corazón, con ansia extrema
mezclada a un tiempo de placer y espanto,
latió, mientras su labio
murmuraba:
«¡No, los muertos no vuelven de sus antros!
Él era y no era él; mas su recuerdo,
dormido en lo profundo
del alma, despertóse con violencia
rencoroso y adusto.
-No soy yo, ¡pero soy! -murmuró el viento--,
y vuelvo, amada mía,
desde la eternidad para dejarte
ver otra vez mi incrédula sonrisa.
«¡Aún has de ser feliz! -te dije un tiempo,
cuando me hallaba al
borde de la tumba-.
Aún has de amar-; y tú, con fiero enojo,
me
respondiste: «¡Nunca!-
«¡Ah! ¿Del mudable corazón has visto
los recónditos pliegues?-,
volví a decirte. y tú, llorando a mares,
repetiste: «¡Tú SOlo, y para
siempre!..
Después, era una noche como aquéllas;
y un rayo de la luna, el
mismo acaso
que a ti ya mí nos alumbró importuno,
os alumbraba a
entrambos.
Cantaba un grillo en el vecino muro,
y todo era silencio en la
campiña,
¿no te acuerdas, mujer? Yo vine entonces,
sombra,
remordimiento o pesadilla.
Mas tú, engañada recordando al muerto,
pero también del vivo
enamorada,
te olvidaste del cielo y de la tierra
y condenaste el
alma.
Una vez, una sola,
aterrada volviste de ti misma,
¡como para
sentir mejor la muerte,
de la sima al caer, vuelve la víctima!
Y
aun entonces, ¡extraño cuanto horrible
reflejo del pasado!,
el
abrazo convulso de tu amante
te recordó, mujer, nuestros abrazos.
«¡Aún has de ser feliz!-, te dije un tiempo,
y me engañé. No
puede
serlo quien lleva la traición por guía,
y a su sombra
mortífera se duerme.
«¡Aún has de amar!-, te repetí, y amaste,
y protector asilo
diste, desventurada, a una serpiente
en aquel corazón que fuera mío.
Emponzoñada estás; odios y penas
te acosan y persiguen,
y yo
casi con lástima contemplo
tu pecado y tu mancha irredemibles.¡Mas, vengativo, al cabo yo te amaba
ardientemente y te amo todavía!...
Vuelvo para dejarte
ver otra vez mi incrédula sonrisa.
Lágrima triste en mi dolor vertida...
A la memoria del poeta gallego
Aurelio Aguirre
Lágrima triste en mi
dolor vertida,
perla del corazón que entre tormentas
fue en largas
horas de pesar nacida,
en fúnebre memoria convertida
la flor será
que a tu corona enlace;
las horas de la vida turbulentas
ajan las
flores y el laurel marchitan;
pero lágrimas, ¡ay!, que el alma
esconde,
llanto de duelo que el dolor fecunda,
si el triste hueco
de una tumba anega
y sus húmedos hálitos inunda,
ni el sol de
fuego que en Oriente nace
seco su manantial a dejar llega
ni en
sutiles vapores le deshace,
¡y es manantial fecundo el llanto mío
para verter sobre un sepulcro amado
de mil recuerdos caudaloso río!
Las campanas
Yo las amo, yo las oigo,
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el
balido de cordero.
Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.
Y en sus notas, que van
prolongándose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de
apacible y de halagüeño.
Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y el
cielo!
¡Qué silencio en la iglesia!
¡Qué extrañeza entre los muertos!
Los unos altísimos...
Los unos altísimos,
los otros menores,
con su eterno verdor y
frescura,
que inspira a las almas
agrestes canciones,
mientras
gime al chocar con las aguas
la brisa marina de aromas salobres,
van en ondas subiendo hacia el cielo
los pinos del monte.
De la altura la bruma desciende
y envuelve las copas
perfumadas, sonoras y altivas
de aquellos gigantes
que el Castro
coronan;
brilla en tanto a sus pies el arroyo
que alumbra risueña
la luz de la aurora,
y los cuervos sacuden sus alas,
lanzando
graznidos
y huyendo la sombra.
El viajero, rendido y cansado,
que ve del camino la línea
escabrosa
que aún le resta que andar, anhelara,
deteniéndose al
pie de la loma,
de repente quedar convertido
en pájaro o fuente,
en árbol o en roca.
Meditación en el umbral
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de
Ávila la visita
del Angel con venablo
antes de liarse el manto a
la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda
de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir,
mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de
soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María
Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
Negra sombra
Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
a los pies de mis cabezales,
tornas haciéndome mofa.
Cuando imagino que te has ido,
en el mismo sol te me muestras,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que zumba.
Si cantan, eres tú que cantas,
si lloran, eres tú que lloras,
y eres el murmullo del río
y eres la noche y eres la aurora.
En todo estás y tú eres todo,
para mí y en m misma moras,
ni me abandonarás nunca,
sombra que siempre me asombras.
Orillas del Sar I
A través del follaje perenne
que oír deja rumores extraños,
y entre
un mar de ondulante verdura,
amorosa mansión de los pájaros,
desde
mis ventanas veo
el templo que quise tanto.
El templo que tanto quise...
pues no sé decir ya si le quiero,
que en el rudo vaivén que sin tregua
se agitan mis pensamientos,
dudo si el rencor adusto
vive unido al amor en mi pecho.
II
Otra vez, tras la lucha que rinde
y la incertidumbre amarga
del
viajero que errante no sabe
dónde dormirá mañana,
en sus lares
primitivos
halla un breve descanso mi alma.
Algo tiene este blando reposo
de sombrío y de halagüeño,
cual
lo tiene en la noche callada
de un ser amado el recuerdo,
que de
negras traiciones y dichas
inmensas, nos habla a un tiempo.
Ya no lloro..., y no obstante, agobiado
y afligido mi espíritu,
apenas
de su cárcel estrecha y sombría
osa dejar las tinieblas
para bañarse en las ondas
de luz que el espacio llenan.
Cual si en suelo extranjero me hallase,
tímida y hosca, contemplo
desde lejos los bosques y alturas
y los floridos senderos
donde en
cada rincón me aguardaba
la esperanza sonriendo.
III
Oigo el toque sonoro que entonces
a mi lecho a llamarme venía
con
sus ecos, que el alba anunciaban,
mientras, cual dulce caricia,
un
rayo de sol dorado
alumbraba mi estancia tranquila.
Puro el aire, la luz sonrosada,
¡qué despertar tan dichoso!
Yo
veía entre nubes de incienso
visiones con alas de oro
que llevaban
la venda celeste
de la fe sobre sus ojos...
Ese sol es el mismo, mas ellas
no acuden a mi conjuro;
y a
través del espacio y las nubes,
y del agua en los limbos confusos,
y del aire en la azul transparencia,
¡ay!, ya en vano las llamo y las
busco.
Blanca y desierta la vía
entre los frondosos setos
y los
bosques y arroyos que bordan
sus orillas, con grato misterio
atraerme parece y brindarme
a que siga su línea sin término.
Bajemos, pues, que el camino
antiguo nos saldrá al paso,
aunque triste, escabroso y desierto,
y cual nosotros cambiado,
lleno aún de las blancas fantasmas
que en otro tiempo adoramos.
IV
Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,
caigo en la senda
amiga, donde una fuente brota
siempre serena y pura;
y con mirada
incierta, busco por la llanura
no sé qué sombra vana o qué esperanza
muerta,
no sé qué flor tardía de virginal frescura
que no crece en
la vía arenosa y desierta.
De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,
gallardamente
arranca al pie de la vereda
la Torre y sus contornos cubiertos de
follaje,
prestando a la mirada descanso en su ramaje
cuando de la
ancha vega, por vivo sol bañada
que las pupilas ciega,
atraviesa
el espacio, gozosa y deslumbrada.
Como un eco perdido, como un amigo acento
que suena cariñoso,
el familiar chirrido del carro perezoso
corre en las alas del viento
y llega hasta mi oído
cual en aquellos días hermosos y brillantes
en que las ansias mías eran quejas amantes,
eran dorados sueños y
santas alegrías.
Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido,
Fondóns cerca
descansa;
la cándida abubilla bebe en el agua mansa
donde un
tiempo he creído de la esperanza hermosa
beber el néctar sano, y hoy
bebiera anhelosa
las aguas del olvido, que es de la muerte hermano:
donde de los vencejos que vuelan en la altura
la sombra se refleja;
y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla
por entre la verdura
de la frondosa orilla.
V
¡Cuán hermosa es tu vega! ¡Oh, Padrón! ¡Oh, Iria Flavia!
Mas el
calor, la vida juvenil y la savia
que extraje de tu seno,
como el
sediento niño el dulce jugo extrae
del pecho blanco y lleno,
de mi
existencia oscura en el torrente amargo
pasaron, cual barridas por la
inconstancia ciega,
una visión de armiño, una ilusión querida,
un
suspiro de amor.
De tus suaves rumores la acorde consonancia,
ya para el alma
yerta, tornóse bronca y dura
a impulsos del dolor;
secáronse tus
flores de virginal fragancia;
perdió su azul tu cielo, el campo su
frescura,
el alba su candor.
La nieve de los años, de la tristeza el hielo
constante, al alma
niegan toda ilusión amada,
todo dulce consuelo.
Sólo los
desengaños preñados de temores,
y de la duda el frío,
avivan los
dolores que siente el pecho mío,
y ahondando mi herida,
me
destierran del cielo, donde las fuentes brotan
eternas de la vida.
VI
¡Oh, tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!
Viendo cuán
triste brilla nuestra fatal estrella,
del Sar cabe la orilla,
al
acabarme, siento la sed devoradora
y jamás apagada que ahoga el
sentimiento,
y el hambre de justicia, que abate y anonada
cuando
nuestros clamores los arrebata el viento
de tempestad airada.
Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora
tras del Miranda
altivo,
valles y cumbres dora con su resplandor vivo;
en vano
llega mayo de sol y aromas lleno,
con su frente de niño de rosas
coronada,
y con su luz serena:
en mi pecho ve juntos el odio y el
cariño,
mezcla de gloria y pena,
mi sien por la corona del mártir
agobiada
y para siempre frío y agotado mi seno.
VII
Ya
que de la esperanza, para la vida mía,
triste y descolorido ha
llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría
tornemos
paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
la
blanca luz del día.
Contenta el negro nido busca el ave agorera,
bien reposa la fiera
en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el
olvido,
y mi alma en su desierto.
Pobre alma sola!, no te entristezcas...
¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,
deja que pasen, deja que lleguen
la primavera y el triste otoño,
ora el estío y ora las nieves;
que no tan sólo para ti
corren
horas y meses;
todo contigo, seres y mundos
de prisa
marchan, todo envejece;
que hoy, mañana, antes y ahora,
lo mismo siempre,
hombres y frutos, plantas y flores,
vienen y vanse, nacen y mueren.
Cuando te apene lo que atrás
dejas,
recuerda siempre
que es más dichoso quien de la vida
mayor
espacio corrido tiene.
Recuerda el trinar del ave...
Recuerda el trinar del ave
y el chasquido de los besos;
los rumores de la selva,
cuando en ella gime el viento,
y del mar las tempestades,
y
la bronca voz del trueno;
todo halla un eco en las cuerdas
del arpa que pulsa el genio.
Pero aquel sordo latido
del corazón que está enfermo
de
muerte, y que de amor muere
y que resuena en el pecho
como en bordón que se rompe
dentro
de un sepulcro hueco,
es tan triste y melancólico,
tan horrible y tan supremo,
que
jamás el genio pudo
repetirlo con sus ecos.
Sed de
amores tenía...
Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!
Y te encontraste sin honra,
ignorando que hay labios que secan
y que manchan cuanto tocan.
¡Lo ignorabas..., y ahora lo sabes!
Pero yo sé también, pecadora
compasiva, porque a veces
hay compasiones traidoras,
que si el sediento volviese
a implorar misericordia,
su sed de nuevo apagaras,
samaritana piadosa.
No volverá te lo juro;
desde que una fuente enlodan
con su pico esas aves de paso,
se van a beber a otra.
Soledad
Un
manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y
el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.
¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo
pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente,
el río y el pinar desiertos.
No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o
dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y
hace habitable el polo.
Te amo... ¿Por qué me odias?...
Te
amo... ¿Por qué me odias?
-Te odio... ¿Por qué me amas?
Secreto es
éste el más triste
y misterioso del alma.
Mas ello es verdad... ¡Verdad
dura y atormentadora!
-Me odias
porque te amo;
te amo porque me odias.
Tú para mí, yo para ti, bien mío...
I
Tú para mí, yo para ti, bien mío
-murmurábais los dos-
«Es el amor
la esencia de la vida,
no hay vida sin amor» .
¡Qué tiempo aquel de alegres armonías!...
¡Qué albos rayos de sol!...
¡Qué tibias noches de susurros llenas,
qué horas de bendición!
¡qué aroma, qué perfumes, qué belleza
en cuanto Dios crió,
y cómo
entre sonrisas murmurábais:
«¡No hay vida sin amor!»
II
Después, cual lampo fugitivo y leve,
como soplo veloz,
pasó el
amor..., la esencia de la vida...;
mas... aún vivís los dos.
«Tú de otro, y de otra yo» , dijísteis luego.
¡Oh mundo engañador!
Ya no hubo noches de serena calma,
brilló enturbiado el sol!...
¿Y
aún, vieja encina, resististe? ¿Aún late,
mujer, tu corazón?
No es
tiempo ya de delirar, no torna
lo que por siempre huyó.
No
sueñes, ¡ay!, pues que llegó el invierno
frío y desolador.
Huella
la nieve, valerosa, y cante
enérgica tu voz.
¡Amor, llam inmortal,
rey de la tierra,
ya para siempre, adiós!
Una sombra tristísima, indefinible
y vaga...
Una sombra tristísima, indefinible y vaga
Como lo incierto, siempre
ante mis ojos va
Tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,
Corriendo sin cesar.
Ignoro su destino...; mas no sé por qué temo
Al ver su ansia mortal,
Que ni han de parar nunca, ni encontrarse
jamás.
Ya duermen en su tumba las
pasiones...
Ya
duermen en su tumba las pasiones
el sueño de la nada;
¿es, pues,
locura del doliente espíritu,
o gusano que llevo en mis entrañas?
Yo sólo sé que es un placer que duele,
que es un dolor que
atormentado halaga,
llama que de la vida se alimenta,
mas sin la
cual la vida se apagara.
Ya no mana la fuente, se agotó el manantial...
Ya no mana la
fuente, se agotó el manantial;
ya el viajero allí nunca va su sed a
apagar.
Ya no brota la
hierba, ni florece el narciso,
ni en los aires esparcen su fragancia
los lirios.
Sólo el cauce
arenoso de la seca corriente
le recuerda al sediento el horror de la
muerte.
¡Mas no
importa! A lo lejos otro arroyo murmura
donde humildes violetas
el espacio perfuman.
Y de un sauce
el ramaje, al mirarse en las ondas,
tiende en torno del agua su
fresquísima sombra.
El sediento
viajero que el camino atraviesa,
humedece los labios en la linfa
serena
del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
y dichoso se
olvida de la fuente ya seca.
Yo no sé lo que busco eternamente...
Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el
cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuando
y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo
cuanto toco y cuanto veo.
Felicidad, no he de volver a hallarte
en
la tierra, en el aire, ni en el cielo,
y aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!