
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
El apretón
El
burro flautista
El galán y la dama
El ricote erudito
El sombrerero
El té y la salvia
Extensión y fama del
oficio de puta
La abeja y el cuclillo
La primavera
Los dos conejos
Los loros y la cotorra
Pregunto qué era lo mejor
que hallaba en su cuerpo
Respuesta de Don Tomás de
Iriarte a una dama...
Señor Don Juan,
quedito, que me enfado...
El apretón
Poema joco-serio,
escrito en el Molar, a 19 de mayo de 1775
Cantaron mil ingenios
inventores
empresas de valientes capitanes
o amoríos de damas y
galanes;
otros, conversaciones de pastores,
o ya el cultivo de árboles
y flores;
unos, útiles fábulas morales;
muchos, agudas sátiras
cantaron,
y otros, entre columnas teatrales,
con las prestadas voces
declamaron,
ya el suceso festivo, ya el funesto.
Yo canto; mas no
canto nada de esto,
ni he de decir lo que es, pues con decillo
pierde
toda la gracia el cuentecillo.
Musas, pues hoy no halláis quien os
invoque,
y casi se os olvida ya el oficio,
por poneros siquiera en
ejercicio,
algo de influjo espero que me toque;
y en vez de estaros
mano sobre mano,
inspirad a un poeta chabacano.
Entre unos cerros
ásperos, enfrente
del camino llamado de la Puente,
que va desde el
Molar a Talamanca,
paso difícil, solitario, estrecho,
que apenas deja
trecho
a la pezuña asnal o humana zanca,
una mañana del templado mayo
caminaba un ocioso, sin destino,
con sombrero chambergo. con un sayo,
un bastón cual bordón de peregrino,
y atado atrás el pelo, como un payo.
Iba ya en lo mejor de su paseo,
cuando, sin más ni más, le sobrevino
un apretón terrible,
un insulto enemigo del aseo,
urgencia y tentación
irresistible,
precisión cuotidiana y repentina,
no de aquellas que un
hombre presto aplaca
con soltar un botón a la pretina,
sino de
aquellas en que no hay consuelo
mientras el infeliz no desataca
plenamente las bragas hasta el suelo.
Confuso y angustiado,
allí
suspende el paso el caminante,
y tendiendo al instante
la vista por la
falda del collado,
ningún paraje ve proporcionado
para cumplir tan
necesario intento.
Alza las manos a la azul techumbre,
e invocando a
las ninfas de la cumbre,
así las ruega en lastimero acento:
«¡Oh
dríadas y oréadas piadosas,
que habitáis estas verdes soledades.
sátiros, faunos y demás deidades,
dueños de estas montañas escabrosas!
Así los moradores
de la empinada sierra de Buitrago
os multipliquen
aras y loores,
que me saquéis de lance tan aciago.
Atended al quejido
de aquesta apuradísima persona.
que, como en vuestros montes no ha
nacido,
y se crió en la corte regalona,
no sabe despachar tal
diligencia
sino sentado a toda conveniencia.
¡Oh!, si por orden
vuestra aquí naciera
(ya que númenes sois y obráis portentos)
alguno
de los frágiles asientos
de que abunda Alcorcón y Talavera!
No
reparara entonces en que fuera
el barro tosco o fino,
ya blanco el
baño, terso y cristalino,
ya oscuro, ya verdoso,
o del redondo hueco
en las orillas
mal vidriado con orlas amarillas,
que a fe que no sería
escrupuloso».
Así decía; y las silvestres diosas,
apiadadas, sin
duda, del fracaso,
le guiaban el paso
por medio de unas sendas
peñascosas,
hasta que descubrió la mejor silla,
digna de un presidente
de Castilla;
digna... ¿qué digo? si en la urgencia rara
ni por silla
de un papa la trocara.
Llevan por un barranco su vertiente
dos
pobres, pero limpios, arroyuelos,
que apenas (aun ya líquidos los hielos)
aumentan a Jarama la corriente.
La tierra misma entre ellos forma un
nicho
de los aires y lluvias resguardado,
que la naturaleza, por
capricho,
fabricó en un terreno tan quebrado.
Dos lisas piedras de uno
y otro lado
ofrecen tal asiento,
que está en el medio de la peña dura
hecha como de intento
una capaz y cómoda abertura.
No quedó más
gozoso, más ufano
Colón la vez primera
que avistó la ribera
del
nuevo continente americano,
ni obtuvo mayor gloria el extremeño
Hernando al verse dueño
del precioso tesoro mejicano,
que este
descubridor, cuando su acierto
le llevó en tal borrasca a tan buen
puerto.
Vosotras, ¡oh sensibles criaturas!
las que sabéis por
ciencia y experiencia
cuán dulce complacencia,
después de tan molestas
apreturas,
es aflojar un hombre lo aflojable,
considerad ¡qué ansioso
y diligente
tomaría el paciente
posesión del asilo incomparable!
corre, se desabrocha, dicho y hecho,
se remanga, se sienta... ¡Buen
provecho!
Aquel asiento, que era juntamente
poltrona, canapé,
reclinatorio,
nicho, púlpito y cátedra eminente,
también era azotea,
observatorio,
mirador y atalaya, desde donde
se registraba un vasto
territorio.
Allí, pues, a la vista no se esconde
ni la antigua
Sansueña,
célebre por sus fértiles campiñas,
ni el soto de Silillos
con su aceña,
ni Arjete, Fuente-el-Saz y Valdetorres,
de mieses
circundados y de viñas.
Y tú, Jarama altivo, que recorres
tanta
fecunda tierra,
desde la fría sierra
hasta aquellos jardines
en
cuyos amenísimos confines
el nombre y el raudal te usurpa Tajo,
también allá descubres en lo bajo
tu agua brillante cual bruñida plata,
bañando con reposo
el distrito frondoso
que hasta Tor-de-laguna se
dilata.
Por otra parte ostenta su aspereza
el monte de Vellón
intransitable,
y los cerros, cubiertos de maleza,
ocultan en un valle
extenso y llano
el Molar y la fuente saludable
a que dio nombre un
toro,
que fue descubridor de aquel tesoro,
y con beber sus aguas quedó
sano.
Mas ¿para qué es pintar lo que el lejano
horizonte a los
ojos representa,
cuando en lo más cercano
del natural asiento en que
regenta
el ya desahogado caballero,
un recreo no menos placentero,
donde quiera que mira, experimenta?
En todo aquel recinto delicioso
cantuesos aromáticos florecen,
el romero oloroso
y el menudo tomillo
reverdecen.
Los rayos del hermano de Dïana
no alteraban aún de la
mañana
el apacible fresco, y entre tanto,
cruzando por el aire en
prontos vuelos,
alternaban las aves dulce canto;
y el ruido de
entrambos arroyuelos,
susurrando entre guijas, infundía
la interior y
pacífica alegría
que una campestre soledad ofrece
cuando más
melancólica parece.
¡Ah! no es posible, no, que un grave monje
en
el escurialense monasterio
se arrellane, se esponje,
se abandone,
recueste y regodee
con tal prosopopeya y magisterio,
cuando ocupa a
sus solas y posee
uno de los asientos celebrados
de aquellas
necesarias, ostentosas,
cómodas, separadas, anchurosas,
cuya
profundidad por todos lados
baña el agua corriente,
como el
repantigado señor mío
cuando goza y dispone a su albedrío
del trono
que adquirió tan felizmente.
Mas ya el sol, que, apuntando en el
oriente,
le alumbraba de cara, algo molesto,
le obligaba a dejar el
útil puesto;
y él, haciéndole humilde cortesía,
así con tierna voz se
despedía:
«Lugar nada común, antes bien raro,
necesario lugar,
lugar secreto,
donde hallé receptáculo y amparo,
quédate en paz, y a
tu retiro quieto
jamás se atreva el tiempo codicioso
lávente siempre
el pie los riachuelos
de este monte fragoso;
siempre alejen los cielos
de ti sus destructoras tempestades,
y dures celebrado en las edades.»
Dijo; y sacando de la vaina el hierro,
con la punta afilada,
en el
tronco de un árbol de aquel cerro
la siguiente inscripción dejó grabada:
"Pasajero que vas por estas breñas,
si acaso ves al célebre arquitecto,
autor de las cloacas madrileñas,
di que le está esperando entre estas
penas
el modelo de Y griega más perfecto».
El burro flautista
Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por
casualidad.
Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidad
por
casualidad.
Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por
casualidad.
En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por
casualidad.
«¡Oh!, dijo el borrico,
qué bien sé tocar!
¿Y dirán que es mala
la música asnal?»
Sin reglas del arte
borriquitos hay
que una vez aciertan
por
casualidad.
El galán y la dama
Cierto galán a quien París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,
celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de
estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su
fama.
«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!»,
dijo la dama, «¡viva el
gusto y numen
del petimetre en todo primoroso!»
Y ahora digo yo: «Llene un
volumen
de disparates un autor famoso,
y si no le alabaren, que me
emplumen.»
El
sombrerero
A los
pies de un devoto franciscano
se postró un penitente.-Diga, hermano:
¿qué oficio tiene?-Padre, sombrerero.
-¿ y qué estado?-Soltero.
-¿ Y
cuál es su pecado dominante?
-Visitar una moza. -¿Con frecuencia?
-Padre mío, bastante.
-¿Cada mes?-Mucho más.-¿Cada semana?
-Aun
todavía más-. ¡Ya! ¿Cotidiana?
-Hago dos mil propósitos sinceros,
pero
Explíquese, hermano, claramente:
¿dos veces cada día? -Justamente.
-¿Pues cuándo diablos hace los sombreros?
El ricote erudito
Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era
más necio que rico>,
cuya
casa magnífica adornaban
muebles exquisitos.
«¡Lástima que en vivienda tan preciosa»,
le dijo un amigo,
«falte
una librería!, bello adorno,
útil y preciso.»
Cierto», responde el
otro. «Que esa idea
no me haya ocurrido!...
A tiempo estamos. El salón
del Norte
a este fin destino.
Que venga el ebanista y haga estantes
capaces, pulidos, a toda costa.
Luego trataremos
de comprar los libros.
Ya tenernos estantes.
Pues, ahora»,
el buen hombre dijo,
«¡echarme yo a buscar doce mil
tomos!
¡No es mal ejercicio!
Perderé la chaveta, saldrán caros,
y
es obra de un siglo...
Pero ¿no era mejor ponerlos todos
de cartón
fingidos?
Ya se ve: ¿por qué no? Para estos casos
tengo yo un
pintorcillo
que escriba buenos rótulos e imite
pasta y pergamino.
Manos a la labor.»
Libros curiosos
modernos y antiguos
mandó pintar, y a más de
los impresos,
varios manuscritos.
El bendito señor repasó tanto
sus
tomos postizos
que, aprendiendo los rótulos de muchos,
se creyó
erudito.
Pues ¿qué mas
quieren los que sólo estudian
títulos de libros,
si con fingirlos de
cartón pintado
les sirven lo mismo?
El té y la salvia
El té, viniendo del imperio chino,
se encontró con la salvia en el
camino.
Ella le dijo: «Adónde vas, compadre?»
«A Europa voy, comadre,
donde sé que me compran a buen precio.»
«Yo», respondió la salvia,
«voy a China,
que allá con sumo aprecio
me reciben por gusto y medicina.
En
Europa me tratan de salvaje,
y jamás he podido hacer fortuna.
Anda con Dios. No perderás el
viaje,
pues no hay nación alguna
que a todo lo extranjero
no dé con
gusto aplausos y dinero».
La salvia me perdone,
que al comercio su máxima se opone.
Si
hablase del comercio literario,
yo no defendería lo contrario,
porque en él para algunos es un vicio
lo que es en general un beneficio;
y español que tal vez recitaría
quinientos versos de Boileau y el Tasso,
puede ser que no sepa
todavía
en qué lenguas los hizo Garcilaso.
Extensión y fama del oficio de puta
No te quejes, ¡oh, Nise!, de tu estado
aunque te llamen puta a boca
llena,
que puta ha sido mucha gente buena
y millones de putas han
reinado.
Dido fue puta de un audaz soldado
y Cleopatra a ser puta se condena
y el nombre de Lucrecia, que resuena,
no es tan honesto como se ha
pensado;
esa de Rusia emperatriz famosa
que fue de los virotes centinela,
entre más de dos mil murió orgullosa;
y, pues todas lo dan tan sin cautela,
haz tú lo mismo, Nise
vergonzosa;
que aquesto de honra y virgo es bagatela.
La abeja y el cuclillo
Saliendo del colmenar,
dijo al Cuclillo la Abeja:
«Calla, porque no me deja
tu ingrata voz trabajar.
No hay ave tan
fastidiosa
en el cantar como tú:
cucú, cucú y más cucú,
y sempre
una misma cosa»
«¿Te cansa mi canto igual?
(el Cuclillo respondió).
Pues a fe que
no hallo yo
variedad en tu panal.
Y pues que del propio modo
fabricas uno que ciento,
si yo nada nuevo invento,
en ti es viejísimo
todo.»
A esto la abeja replica:
«En otra de utilidad,
la falta de variedad
no es lo que más
perjudica;
pero en obra destinada
sólo al gusto y diversión,
si no
es varia la invención,
todo lo demás es nada.»
La primavera
Ya alegra la campiña
la fresca primavera;
el bosque y la pradera
renuevan su verdor.
Con silbo de las ramas
los árboles vecinos
acompañan los trinos
del dulce ruiseñor.
Este es el tiempo, Silvio,
el tiempo del amor.
Escucha cual susurra
el arroyuelo manso;
al sueño y al descanso
convida su rumor.
¡Qué amena está la orilla!
¡Qué clara la corriente!
¿Cuándo exhaló el ambiente
más delicioso olor?
Este es el tiempo, Silvio,
el tiempo del amor.
Más bulla y más temprana
alumbra ya la aurora;
el sol los campos dora
con otro resplandor.
Desnúdanse los montes
del duro y triste hielo,
y vístese ya el cielo
de más vario color.
Este es el tiempo, Silvio,
el tiempo del amor.
Las aves se enamoran,
los peces, los ganados,
y aun se aman enlazados
el árbol y la flor.
Naturaleza toda,
cobrando nueva vida,
aplaude la venida
de mayo bienhechor.
Este es el tiempo, Silvio,
el tiempo del amor.
Los dos conejos
No debemos detenernos en cuestiones
frívolas, olvidando el asunto
principal.
Por entre unas matas,
seguido de perros
(no diré corría),
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: «Tente,
amigo,
¿qué es esto?».
«¿Qué ha de ser? -responde:
-sin aliento llego...
Dos pícaros
galgos
me vienen siguiendo."
«Sí -replica el otro,
-por allí los veo...,
pero no son galgos.»
«¿Pues qué son?" «Podencos.»
«¿Qué? ¿Podencos dices?»
«Sí, como mi abuelo.»
«Galgos y muy
galgos,
bien vistos los tengo.»
«Son podencos: vaya,
que no entiendes de eso.»
«Son galgos te
digo.»
«Digo que podencos.»
En esta disputa,
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis
dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa
llévense este ejemplo.
Los loros y la cotorra
De Santo Domingo trajo
dos loros una señora.
La
isla en parte es francesa,
y en otra parte española.
Así, cada animalito
hablaba distinto idioma.
Pusiéronlos al
balcón,
y aquello era Babilonia.
De francés y castellano
hicieron tal pepitoria,
que al cabo ya no
sabían
hablar ni una lengua ni otra.
El francés del español
tomó voces, aunque pocas;
el español al
francés
casi se las toma todas.
Manda el ama separarlos,
y el francés luego reforma
las palabras
que aprendió
de lengua que no es de moda.
El español, al contrario,
no olvida la jerigonza,
y aun discurre
que con ella
ilustra su lengua propia.
Llegó a pedir en francés
los garbanzos de la olla,
y desde el
balcón de enfrente
una erudita cotorra
la carcajada soltó,
haciendo
del loro mofa.
Él respondió solamente,
como por tacha afrentosa:
«Vos no sois que
una PURISTA».
Y ella dijo: «A mucha honra».
¡Vaya, que los loros son
lo mismo que las personas!
Respuesta de Don Tomás de Iriarte a una
dama que le preguntó
que era lo mejor que hallaba en su cuerpo
Con licencia, señora, de ese pelo
que en rubias ondas llega a la
cintura,
y de esos ojos cuya travesura
ardor infunde al pecho más de
hielo;
con licencia del talle, que es modelo
propuesto por Cupido a la
hermosura,
y de esa grata voz cuya dulzura
de un alma enamorada es el
consuelo,
juro que nada en tu persona he visto
como el culo que tienes,
soberano,
grande, redondo, grueso, limpio, listo;
culo fresco, suavísimo, lozano;
culo, en fin, que nació, ¡fuego de
Cristo!,
para el mismo Pontífice romano.
Señor don Juan, quedito, que me
enfado...
Señor
don Juan, quedito, que me enfado:
besar la mano es mucho atrevimiento;
abrazarme... don Juan, no lo consiento.
Cosquillas... ay Juanito... ¿Y el
pecado?
Qué malos son los hombres... mas, cuidado,
que me parece, Juan, que
pasos siento...
no es nadie..., despachemos un momento.
¡Ay, qué
placer... tan dulce y regalado!
Jesús, qué loca soy, quién lo creyera
que con un hombre yo...
siendo cristiana
mas... que... de puro gusto... ¡ay... alma mía!
Ay, qué vergüenza, vete... ¿aún tienes gana?
Pues cuando tú lo
pruebes otra vez...
pero, Juanito, ¿volverás mañana?
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...