"Te has quedado lejos, te has ido lejos.
Pero, voy retrocediendo hacia ti..."
"The
archaeologists"
Giorgio de Chirico
Reseña biografica
Poeta
uruguaya nacida en Salto en 1934.
Desde 1978 se radicó en Montevideo
donde inició su carrera poética en 1954 con su obra «Poemas».
Su ascendencia italiana y vasca la convirtió en una poeta singular, cuya
obra respondió siempre a las exigencias
de su mundo interior, donde la naturaleza, la magia, la mitología y el
misterio, se convirtieron en importantes protagonistas.
El conjunto de su
obra, reunida en «Los papeles salvajes», se amplió con dos volúmenes que
incluyeron «La liebre de marzo»,
«Mesa de esmeralda», «La falena», «Membrillo de Lusana» y «Diamelas de
Clementina Médici».
Sus poemas y relatos fueron traducidos al inglés,
francés, portugués e italiano.
Recibió importantes distinciones entre las que se destacan la Beca
Fullbright y el Primer Premio del Festival Internacional
de poesia de Medellín en 2001.
Falleció en el año 2004. ©
A veces, en el trecho de la
huerta...
Anoche, volvió, otra vez...
Árbol de magnolias...
Bajó la mariposa...
De súbito, estalló la guerra
Domingo a la tarde...
Ellos tenían
siempre la cosecha más roja...
Había nacido con zapatos...
La naturaleza de los sueños
Los hongos nacen en
silencio...
Los leones rondaban la casa
Me acuerdo de los repollos...
Mi alma es un vampiro...
Misa del árbol
Misal de la virgen
Poema X
Yendo por aquel campo...
A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar...
A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar
a la
alcoba, se me aparecían los Angeles.
Alguno, quedaba allí de pie, en
el aire, como un gallo
blanco -oh, su alarido-, como una llamarada de
azucenas
blancas como la nieve o color rosa.
A veces, por los
senderos de la huerta, algún Angel me
seguía casi rozándome; su
sonrisa y su traje, cotidianos;
se parecía a algún pariente, a algún vecino (pero, aquel
plumaje
gris, siniestro, cayéndole por la espalda
hasta los suelos...). Otros eran como mariposas negras
pintadas
a la lámpara, a los techos, hasta que un día
se daban vuelta y les ardía el envés del ala, el pelo,
un número
increíble.
Otros eran diminutos como moscas y violetas e iban
todo
el día de aquí para allá y ésos no nos infundían miedo,
hasta les dejábamos un vasito de miel en el altar.
De
"Historial de las violetas" 1965
Anoche, volvió, otra vez, La
Sombra; aunque ya habían pasado...
Anoche, volvió, otra vez, La Sombra; aunque ya habían pasado
cien años, bien la reconocimos. Pasó el jardín violetas,
el
dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos
como huesos, las dulceras con olor a rosa.
Tomó al dormitorio,
interrumpió el amor, los abrazos; los que
que estaban despiertos,
quedaron con los ojos fijos; soñaban,
igual la vieron.
El espejo donde se miró o no se miró, cayó
trizado. Parecía
que quería matar a alguno. Pero, salió al jardín. Giraba, cavaba,
en el mismo sitio, como si debajo estuviese enterrado un muerto.
La pobre vaca, que pastaba cerca de la violetas, se enloqueció,
gemía como una mujer o como un lobo. Pero, La Sombra se fue
volando,
se fue hacia el sur. Volverá dentro de un siglo.
De "Los
papeles salvajes" 1971
Árbol de magnolias...
Árbol de magnolias,
te conocí el día primero de mi infancia,
a lo
lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador
de donde
ella sacaba el almíbar y las tazas.
De ti bajaron los ladrones;
Melchor, Gaspar y Baltasar;
de ti bajaban los pastores y los gatos;
los pastores, enamorados como gatos,
los gatos, serios como hombres,
con sus bigotes y sus ojos de enamorados
Esclava negra sosteniendo
criaturitas, inmóviles, nacaradas.
Virgen María de velo negro,
de
velo blanco, allá en el patio.
Eres la abuela, eres mamá, eres
Marosa, todo eres, con tu
eterna
juventud, tu vejez eterna,
niña de Comunión, niña de novia,
niña de muerte.
De ti sacaban las
estrellas como tazas,
las tazas como estrellas.
Estuvo oculto en
tus ramos el Libro del Destino.
Te has quedado lejos, te has ido
lejos.
Pero, voy retrocediendo hacia ti,
voy avanzando hacia ti.
Te veré en el cielo.
No puede ser la eternidad sin ti.
De "Los papeles salvajes" 1991
Bajó una mariposa a un lugar oscuro...
Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de
hermosos colores;
no se distinguía bien. La niña más chica
creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros
niños
dijeron: -Bajo las alas hay un hombre.
Yo dije: -Sí, su cuerpo parece
un hombrecito.
Pero, ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural.
Me
arrodillé y vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo
cabía un
hombre de tamaño normal bajo las alitas?
Llamamos a un vecino. Trajo
una pinza. Sacó las alas. Y un
hombre alto se irguió y se marchó.
Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado
prodigiosamente
en una caja.
De "La liebre de marzo" 1981
De súbito, estalló la guerra. Se
abrió como una bomba de azúcar...
De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar
arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego;
después, vimos
que la cosa era siniestra. El aire quedó
ligeramente envenenado. Se
desprendían los murciélagos
desde sus escondites, sus cuevas ocultas
caían a los platos,
como rosas, como ratones que volvieran del
infinito,
todavía, con las alas.
Por protegerlos de algún modo,
enumerábamos los seres y las cosas:
"Las lechugas, los reptiles comestibles, las tacitas...".
Pero,
ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno, tenía
calavera y
tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al alcance
de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. Se prolongó
la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue hacia el
este,
el otro hacia el oeste. Como si el abuelo y la abuela se
divorciaran.
De esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la guerra,
arriba de las calas.
De "Los papeles salvajes" 1991
Domingo a la tarde...
Domingo a la tarde, y voy
por el huerto sin recordar cómo salí y llegué hasta acá. El cielo es de
oro, deslumbrador, y de los naranjos caen frutas y flores.
Trepo a uno, según mi costumbre antigua. Estoy un rato. Los pájaros
saltan de rama en rama. Desciendo. Subo. Tomo una fruta.
Al bajar, ya veo un cadáver. Vestido y tendido. Y más allá, otro. Y
otro. Por todos lados, aparecen. Vestidos y tendidos.
Y cada uno con el hígado destrozado o el corazón. Pero ¿quiénes son?
Acaso, no me percaté y hubo una rápida guerra?
En puntas de pie, voy hacia la casa; desolada paso el jardín de
celedonias y “conejitos”. Adentro, no queda nadie. Voy a gritar; para
qué, si nadie oye. Algunas mariposas chocan en los vidrios.
Sobre la mesa hay un álbum que no conocía; al entremirarlo, veo dibujada
la batalla, los cadáveres y las plantas. En blanco y negro. Y en
colores. La noche cae de súbito; las luces se encienden solas.
Y aparecen más cadáveres entre las plantas.
Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante...
Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante.
A
veces, al mediodía, cuando el sol embriaga -si no, nunca
nos
atreviéramos-, mi madre y yo, tomadas de la mano,
íbamos por los
senderos de la huerta, hasta pasar la línea
casi invisible, hasta la
vid de los monjes. La uva erguía
bien alto su farol de granos; cada grano era como un rubí
sin
facetas con una centella dentro. Ellos estaban aquí y allá
con las sayas negras o rojas, y parecían escudriñar diminutas
estampillas, grandes láminas, o meditar profundamente sobre
el Santo
de esos lugares. A nuestro rumor alguno dirigía
hasta nosotras la
mirada como una flecha de oro o de plata.
Y nosotras huíamos sin
volvernos, temblando bajo
el inmenso sol.
De "Historial de las violetas" 1965
Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto...
Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto,
que fueron la desesperación de todos los que vivimos juntos
en
aquel tiempo.
Y en la cara tenía varias dentaduras, y lentes celestes
como
el fuego.
Al pasar, por la tarde, parecía el Angel de la
devoración con
pie punzó.
Mas, en realidad, amó la luz solar.
Comía guindas, llevándose
una a cada boca.
Y sentía temor y amor
hacia el Maestro Tigre que llegaba
en la noche a buscar doncellas.
Y nunca la eligió.
De "La
liebre de marzo" 1981
La naturaleza de los sueños
Al alba bebía la leche, minuciosamente, bajo la mirada vigilante de mi
madre; pero, luego, ella apartaba un poco,
volvía a hilar la miel, a bordar a bordar, y yo huía hacia la inmensa
pradera, verde y gris.
A lo lejos, pasaban las gacelas con sus caras
de flor; parecían lirios con pies, algodoneros con alas. Pero, yo sólo
miraba
a las piedras, a los altos ídolos, que miraban a arriba, a un destino
aciago.
Y, qué podía hacer; tenderme allí, que mi madre no viese, que
me pasara, otra vez, aquello horrible y raro.
De "Los papeles
salvajes" 1991
Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio...
Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio;
otros,
con un breve alarido, un leve trueno. Unos son
blancos, otros
rosados, ése es gris y parece una paloma,
la estatua de una paloma; otros son dorados o morados.
Cada uno
trae -yeso es lo terrible-- la inicial del muerto
de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne
levísima es pariente nuestra.
Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y
empieza la
siega. Mi madre da permiso. El elige como un
águila. Ese blanco como
el azúcar, uno rosado, uno gris.
Mamá no se da cuenta de que vende a
su raza.
De "Los papeles salvajes" 1971
Los leones rondaban la casa...
Los leones rondaban la casa.
Los leones siempre rondaron.
Siempre se dijo que los leones rondaron siempre.
Parecían salir de
los paraísos y el rosal.
Los leones eran sucios y dorados.
Ellos
eran muy bellos.
Los ojos como perlas. Y un broche brillante en el
pecho
entre aquel pelo áureo.
Los leones entraron a la casa.
Corrimos a esconder los floreros de sal, de azúcar, el cometa
Halley, las queridísimas sábanas nevadas, la
colección
estampillas. Y a traer los sudarios.
Los leones eran al
mismo tiempo, presentes e invisibles, al
mismo tiempo, visibles e
invisibles.
Se oía el rumor de la leche que robaban, el clamor de la
miel
y la carne que cortaban.
Llevaron hacia afuera a la abuela
oscura, la que tenía una
guía de rositas alrededor del corazón.
Y
la comieron fríamente. Como en un simulacro.
Y -como si hubiese sido
un simulacro!- ella tornó a la
casa y dijo: -Los leones rondaron
siempre. Están delante
de los paraísos y el rosal. Dijo: -Los leones
están acá.
De "Mesa de esmeralda" 1985
Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos -rosas...
Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos -rosas
nieves de
la tierra, de los huertos-, de marmolina, de la
porcelana más leve,
los repollos con los niños dentro.
Y las altas acelgas azules.
Y
el tomate, riñón de rubíes.
Y las cebollas envueltas en papel de
seda, papel de fumar,
como bombas de azúcar, de sal, de alcohol.
Los espárragos gnomos, torrecillas del país de los gnomos.
Me acuerdo
de las papas, a las que siempre plantábamos en
el medio un tulipán.
Y las víboras de largas alas anaranjadas.
Y el humo del tabaco de las
luciérnagas, que fuman sin reposo.
Me acuerdo de la eternidad.
De "Historial de las violetas" 1965
Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado...
Mi alma es
un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se
alimenta de muchas
especies y de sólo una. Las busca en la
noche, la encuentra, y se la bebe, gota a gota, rubí por rubí.
Mi
alma tiene miedo y tiene audacia. Es una muñeca grande,
con rizos,
vestido celeste.
Un picaflor le trabaja el sexo.
Ella brama y
llora.
Y el pájaro no se detiene.
De
"Obra completa " 2005
Misa del árbol
Al despegarse del árbol tomó por la callejuela, que iba empinada y en
tramos y hechas con baldosas rudas. Al rato, pasaban
las mujeres; jóvenes y viejas eran iguales bajo los negros hábitos
y la trenza.
Al que las partía por la mitad desde la nuca al ano.
Vio que eran flacas como bien sabía. Con pechos gruesos, aunque no
se veía. Algunas los llevaban sueltos y expuestos. Había tenido varias.
Esa tarde iba de caza, también. Ellas, como siempre, no lo miraban. El
sol estaba aún radioso.
De pronto, una se perfiló en la altura,
luego se puso de frente y empezó a bajar. Él empezó a esperarla. Como si
hubiese salido
a esperar a Una.
Cuando Una estuvo más cerca, se encandiló. Se dijo:
-Quiero atrapar a Una.
Ella pasó delante de él y para mejor vio que bajo el pollerón negro,
relampagueaba una enagua de papel rosado. Los vuelos
de la enagua hacían un bisbiseo, un susurro. Como si la enagua fuera el
diablo. -Una -le dijo- Venga a mí, coneja, señora Una.
Venga al árbol.
A las veras estaban los tazones, (del tiempo de las
reinas), era porcelana transparente, con un zapallo dentro, una
albahaca,
un cebollón emperlado. Él vio eso vagamente, como si todo hubiese
quedado ya sin precisar.
Señora Una miraba en otro jarrón y miraba
mucho:
-Tiempo Violena, dijo. Y él no añadió nada. Pero adentro de eso, del
jarrón, iba una caballa con caracolillos insertos
que se la comían viva. Tal vez, dijo él, esto a la señora caballa dé
placer. Es casi seguro que los caracolillos, al comerla,
hacen de maridos.
(Y ¿cómo habría nacido esa caballa? ¿Habría
llovido? No lo percibió).
La pálida mujer opinó que sí, que la señora caballa tendría gusto en
eso. Que ella era de buen oído y la oía gemir.
Su cara era en forma
de almendra. Llevaba desde la oreja colgada la consabida cuchara de té.
Es una virgen, entonces.
Qué almíbar. Pero, no dejó de temer.
-Venga, señora. El árbol está
cerca. Allá podrá quitarse los negros velos, decía sin sacar ojo de lo
que había debajo, el revoltijo hechizado, el vuelo de las hortensias.
Con leves pies ella iba saltando hacia abajo, al parecer, justamente
adónde él ansiaba llevarle. ¡Con qué facilidad la traigo! se decía.
Le dijo llamarse Manto -mintió como siempre, sonrió para sí- y tener una
maravilla para ella.
Tendió los dedos y tocó la gasa incendiada,
volante. Ella se estremeció. Como si la hubiese tocado allí adentro.
Las jarras con flores y gruesas caballas se sucedían a los costados.
Él iba un poco detrás de Una (sin comprometerse) que no hablaba casi
nada; a ratos, se mordía los labios.
Comenzó, como era lógico, a
anochecer.
-Es raro que no pase más nadie -comentó ella y fue lo
único que habló durante todo el rato.
-Es una suerte, pensó él.
En realidad, parecía haberse acabado ya todo, de un modo singular.
Él, algo perplejo, indicó: -Llegamos a mi habitación. Es allí. Es
esa planta.
Ella se dirigió a la planta como si la conociese, estuviera segura
de algo. Quedó de pie. El viento le levantó el vestido, se lo llevó
cerca del óvalo y quedó fuera la enagua rosa, el color de las fresias.
Pero, ¿qué significa todo eso?
Él ordenó con una sonrisa arriba del bigote:
-Arrodíllese,
señora. Oremos. Es bueno rezar antes. Porque después se peca tanto. Que
a eso vinimos. Como usted sabrá. A pecar. La miró. Ella asintió apenas.
Así se hizo; rezaron un poco. Señora Una parecía de almendra, que le
hubiesen quitado la piel marrón y estuviese blanca
y expuesta.
Él le preguntó: - ¿Le duele algo? ¿Está bien, señora? ¿No
tiene padres?
Sobre esto escuchó.
A todo respondía vagamente, con un leve
movimiento de boca que no se sabía que era. En un instante tuvo
intenciones él
de deshacerse ese fardo místico, que se fuese por la escalinata, por el
aire de donde había surgido.
El árbol se iba entretanto prendiendo
despacio, se iba volviendo de hilos rubí; se le aparecían unas
pajarillas rígidas, apenas vivas, que movían apenas la cabeza, y eran de
todos colores, a cuál más luciente. Y entre ellas unas varas rectas de
azul violeta con globos lilas. Todo rígido y resplandeciente.
Querida Una estaba tendida en la mesa; era en el pasto pero parecía la
mesa, como esperando el regalo, sin mayor apuro ni sorpresa.
Él
tironeaba de la enagua en flor advirtiendo con espanto, que la enagua
procedía de ella; estaba hecha de la misma leve carne, sujeta con
pedúnculos vivos a todo el cuerpo.
Era una gran enagua sexual, todo de ovarios, todo de clítoris
recios, como pimpollos de rosas rojas en hilera.
-Está usted
colmada... Hay muchos, varios, le decía él, triste -sin saber por qué- y
gozosamente. buscaba enceguecido entre todo, entre todo el vuelo, el
nervio central que atacar.
Lástima que ella no guiase en nada. Era
terrible aquel delantal.
Y el árbol que se hacía inminente, que casi estorbaba con su
mascarilla. ¿Por qué se habría puesto así tan guarnecido y tan rígido?
La almendra tendida en el piso esperaba. Quizá qué. Él escudriñó el viso
hecho de rosas moradas. La luz del árbol caía sobre las rosas. En el
árbol se encendían lirios catedralicios, que no ayudaban en nada. Al
contrario.
La trenza de ella se había deshecho secretamente. Estaba
todo el pelo bajo de ella como una frazada de seda.
¡Qué momentos!
Él le preguntó si no había estado casada. Ella le contestó que muy poco,
un rato.
¿Cómo muy poco? ¿Cómo un rato?
-Un ratito. Y hace mucho,
mucho, señor. Agregó Una.
Él buscó con su cuchillo sexual entre todo
lo del viso buscando la almeja céntrica. Ella se estremecía como si la
hubiese atado
al cielo.
Pero a la vez parecía lejos como si no fuese ella. Él
pensaba como siempre. Habrá tenido otros maridos. Todas tienen. Y le
buscó la caravana que ya no estaba, tal si ella dijese: Ahora, sí, la
quito.
Este detalle leve apresuró a él, la acomodó a su gusto, a su
interés, ella caía de espaldas, se quedaba como de papel. Las manos
se le volvían ramos.
En ese instante surgió lo que buscaba. Las dos
valvas crípticas, perfumadas y de grana; tuvo miedo que se le esquivasen
otra vez entre los tules y demás cosillas de fuego de la enagua. La
sujetó bien e hincó el puñal. Ella dio un leve ay. El pimpollo hizo un
leve plop como si se cruzaran dos papeles.
Había desde el árbol un
sonido.
Ella parecía ajena a todo. Pero seguía viniendo un leve rumor
de pericos y de lirios.
-¿No escucha nada? dijo él. ¿Es todo de flor,
señora? Acabo de comerle la rosita. ¿Le gustó? Veo que tiene muchas.
Vaciló. Subió a mirarle los senos. Se había olvidado de eso que nunca
olvidaba; miró. Grosos, bellos. Y habían quedado fuera.
Con ellos no copuló.
Le miró la cara que se mecía un poco. Estaba
dormida. Tenía un ojo cerrado. El otro ojo confuso y abierto, le decía:
Prosiga señor, no siga. Señor, prosiga.
Él miró el árbol, rojo de
misa. Era incomprensible, pero dudaba. ¿Sentarse otra vez a seguir?
Cruzó la callejuela, y como no supo bien que hacer, miró los vasos (de
un tiempo de reinas), en unos salía la flor de zapallo y seguía viaje.
En otro bogaba una caballa pasada por un pez largo.
Misal de la virgen
-Usted nunca tuvo hijos.
-No. Aunque, un día, cuando era chica,
surgieron de mí, de mi pelvis, tres
lagartos. En cartílago grueso y
anillado. Tres.
-Eh.
-Sí. Iban por la hierba. Al parecer tenían ojos, pero no
pude saberlo. Se
hundieron en el piso.
-Oh.
-Pero antes oí un alarido, como si dijesen: ¡Mamá! ¡Ay,
madre! ¡Ay!
-Oh.
-No volvieron nunca. En el momento de la parición, salían
de mis pechos (del
izquierdo y del derecho), una gotita de sangre y
una gotita de leche.
-...!
Y ella quedó impasible. Y aunque era completamente blanca,
pareció lo que
siempre había parecido:
Una princesa india, abajo de su anacahuita.
De
"Obra completa " 2005
Poema X
Este
melón es una rosa,
este perfuma como una rosa,
adentro debe tener
un Angel
con el corazón y la cintura siempre en llamas.
Este es un
santo,
vuelve de oro y de perfume
todo lo que toca;
posee todas
las virtudes, ningún defecto,
Yo le rezo,
después lo voy a
festejar en un poema.
ahora, sólo digo lo que él es:
un relámpago,
un perfume,
el hijo varón de las rosas.
De
"Magnolia" 1965
Yendo por aquel campo, aparecían, de
pronto...
Yendo por aquel campo, aparecían, de pronto, esas extrañas
cosas. Las
llamaban por allí, virtudes o espíritus. Pero, en
verdad eran la
producción de seres tristes, casi inmóviles,
que nunca se salían de su lugar.
Estancias al parecer, del otro
mundo, y casi eternas,
porque el viento y la lluvia las lavaban y
abrillantaban, cada
vez más. Era de ver aquellas nieves, aquellas
cremas,
aquellos hongos purísimos... Esos rocíos, esos huevos,
esos espejos.
Escultura, o pintura, o escritura, nunca vista, pero,
fácilmente
descifrable.
Al entreleerla, venía todo el ayer, y se hacía evidente
el porvenir.
Los poetas mayores están allá, donde yo digo.
De "Clavel y tenebrario" 1979