"Volaba el pensamiento hacia
la núbil áurea,
bella de otras edades, ceñida de contento"
"Les amoureux
aux Marguerites"
Marc Chagall
Reseña biografica
Poeta y
pintor peruano nacido en Lima en 1874.
Creció en medio de grandes
penurias económicas que le impidieron realizar estudios básicos
completos.
Sin embargo, fue un gran lector e investigador de la poesia europea y
latinoamericana, circunstancia que le permitió
compensar su imposibilidad para realizar estudios superiores. Vivió gran
parte de su vida a la orilla del mar, en Barranco,
donde cultivó además su gusto por la pintura. En sus últimos años,
agobiado por la pobreza y su salud precaria, ocupó
un puesto como bibliotecario en la ciudad de Lima.
Su obra está
compilada en las siguientes publicaciones: «Simbólicas» en 1911, «La
canción de las figuras» en 1916,
«Sombra» y «Rondinelas» en el año 1929.
Falleció en 1942. ©
El bote
viejo
El caballo
El cuarto cerrado
El dolor de la noche
El dominó
El estanque
La
dama I
La muerta de marfil
La niña de la lámpara azul
La pensativa
La ronda de espadas
La sangre
Las torres
Lied I
Lied III
Lied IV
Lied V
Los Angeles tranquilos
Los delfines
Los muertos
Los reyes rojos
Marcha fúnebre de una
marionette
Nocturno
Reverie
El bote viejo
Bajo brillante niebla,
de saladas actinias cubierto,
amaneció en
la playa,
un bote viejo.
Con arena, se mira
la banda de sus bateleros,
y en la quilla
verdosos
calafateos.
Bote triste, yacente,
por los moluscos horadado;
ha venido de
ignotos
muelles amargos.
Apareció en la bruma
y en la armonía de la aurora;
trajo de
los rompientes
doradas conchas.
A sus bancos remeros,
a sus amarillentas sogas,
vienen los
cormoranes
y las gaviotas.
Los pintorescos niños,
cuando dormita la marea
lo llenan de
cordajes
y de banderas.
Los novios, en la tarde,
en su alta quilla se recuestan;
y a
los vientos marinos,
de amor se besan.
Mas el bote ruinoso
de las arenas del estuario,
ansía los
distantes
muelles dorados.
Y en la profunda noche,
en fino tumbo abrillantado,
partió el
bote muriente
a los puertos lejanos.
El caballo
Viene por las calles,
a la luna parva,
un caballo muerto
en
antigua batalla.
Sus cascos sombríos...
trepida, resbala;
da un hosco relincho,
con sus voces lejanas.
En la plúmbea esquina
de la barricada,
con ojos vacíos
y
con horror, se para.
Más tarde se escuchan
sus lentas pisadas,
por vías desiertas
y por ruinosas plazas.
El cuarto cerrado
Mis ojos han visto
el cuarto cerrado;
cual inmóviles labios su
puerta...
está silenciado!...
Su oblonga ventana, como un ojo
abierto,
vidrioso me mira;
como un ojo triste,
con mirada que
nunca retira
como un ojo muerto.
Por la grieta salen
las
emanaciones
frías y morbosas;
¡ay, las humedades como pesarosas
fluyen a la acera:
como si de lágrimas,
el cuarto cerrado un pozo
tuviera!
Los hechos fatales
nos oculta en su frío reposo...
¡cuarto enmudecido!
¡cuarto tenebroso
con sus penas habrá
atardecido
cuántas juventudes!
¡oh, cuántas bellezas habrá
despedido!
¡cuántas agonías!
¡cuántos ataúdes!
Su camino
siguieron los años,
los días;
galantes engaños
y
placenterías...;
en el cuarto fatal, aterido,
todo ha terminado;
hoy sus sombras el ánima oprimen:
¡y está como un crimen
el cuarto
cerrado!
El dolor de la noche
Cuando
tiembla la noche tardía
en los arenales y los campos negros,
se
oyen voces dolientes, lejanas,
detrás de los cerros.
¡Es el canto
del bosque perdido,
con la gama antigua de silvestres notas,
o el
gemir del turbón ignorado,
por vegas y sombras!
¡O el distante
clamor de las fieras
que en las pampas brunas
y en las lomas y
campos eriales
envían al hombre sus iras nocturnas!
¡El coro que
sube remoto a los cielos
será de la muerte la roja palabra
o
el clamor de ciudad brilladora
que se hunde, se apaga!
¡El rondó
que triste
las pendientes dormidas circunda:
el grito del odio
será de los montes,
será de las tumbas!
Cuando se obscurecen las
bromas erguidas
en los arenales y los campos negros,
cómo
suena el dolor de la noche
¡detrás de los cerros!
El dominó
Alumbraron en la mesa los candiles,
moviéronse solos los aguamaniles,
y un dominó vacío, pero animado,
mientras ríe por la calle la
verbena,
se sienta, iluminado,
y principia la cena.
Su claro antifaz de un amarillo frío
da los espantos en derredor
sombrío
esta noche de insondables maravillas,
y tiende vagas,
lucífugas señales
a los vasos, las sillas
de ausentes comensales.
Y luego en horror que nacarado flota,
por la alta noche de
voluptad ignota,
en la luz olvida manjares dorados,
ronronea una
oración culpable, llena
de acentos desolados
y abandona la cena.
El estanque
¡El verde estanque de la hacienda,
rey del jardín amable,
está en
olvido
miserable!
En las lejanas, bellas horas
eran sus linfas
cantadoras,
eran granates y auroras,
a campánulas y jazmines
iban insectos mandarines
con lamparillas purpuradas,
insectos
cantarines
con las músicas coloreadas;
mas, del jardín, en la
belleza
mora siempre arcana tristeza:
como la noche impenetrable,
como la ruina miserable.
Temblaba Vésper en los cielos,
gemían
búhos paralelos
y, de tarde, la enramada
tenía vieja luz dorada;
era la hora entristecida
como planta por nieve herida;
como el
insecto agonizante
sobre hojas secas navegante.
Clara, la niña
bullidora,
corrió a bañarse en linfa mora,
para ir luego a la
fiesta
de la heredad vecina;
ya a su oído llegaba orquesta
de
violín, piano y ocarina.
Brilló un momento, anaranjada,
entre la
sombra perfumada,
con las primeras sensaciones
del sarao de
orquestaciones.
¡Oh! en la linfa funesta y honda
fue a bañarse la
virgen blonda;
de los amores encendida,
la mirada llena de vida.
..
¡EI verde estanque de la hacienda,
rey del jardín amable,
hoyes derrumbe
miserable!
La dama I
La
dama i, vagarosa
en la niebla del lago,
canta las finas trovas.
Va en su góndola encantada
de papel, a la misa
verde de la
mañana.
Y en su ruta va cogiendo
las dormidas umbelas
y los papiros
muertos.
Los sueños rubios de aroma
despierta blandamente
su sardana en
las hojas.
Y parte dulce, adormida,
a la borrosa iglesia
de la luz
amarilla.
La muerta de marfil
Contemplé, en la mañana,
la tumba de una niña;
en el sauce lloroso
gemía tramontana,
desolando la amena, brilladora campiña.
Desde el
túmulo frío, de verdes oquedades,
volaba el pensamiento
hacia la
núbil áurea, bella de otras edades,
ceñida de contento.
Al ver
oscuras flores,
libélulas moradas, junto a la losa abierta,
pensé
en el jardín claro, en el jardín de amores,
de la beldad despierta.
Como sombría nube, al ver la tumba rara,
de un fluvión mortecino en
la arena y el hielo,
pensé en la rubia aurora de juventud que amara
la niña, flor de cielo.
Por el lloroso sauce, lilial música de ella,
modula el aura sola en el panteón de olvido.
Murió canora y bella;
y están sus restos blancos como el marfil pulido.La niña de la lámpara azul
En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su
perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.
Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.
Con voz infantil y melodiosa
en fresco aroma de abedul,
habla
de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.
Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me
ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.
De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me
guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.
La pensativa
En los jardines otoñales,
bajo palmeras virginales,
miré pasar muda y esquiva
la
Pensativa.
La vi en azul de la mañana,
Con su mirada tan lejana;
Que en
el misterio se perdía
De la borrosa celestía.
La vi en rosados barandales
Donde lucía sus briales;
Y su faz
bella vespertina
Era un pesar en la neblina...
Luego marchaba silenciosa
A la penumbra candorosa;
Y un triste
orgullo la encendía,
¿Qué pensaría?
¡Oh su semblante nacarado
Con la inocencia y el pecado!
¡oh,
sus miradas peregrinas
de las llanuras mortecinas!
Era beldad hechizadora;
Era el dolor que nunca llora;
¿Sin la
virtud y la ironía
Qué sentiría?
En la serena madrugada,
La vi volver apesarada,
Rumbo al
poniente, muda, esquiva
¡La Pensativa!La ronda de espadas
Por las
avenidas
de miedo cercadas,
brilla en la noche de azules oscuros,
la ronda de espadas.
Duermen los postigos,
las viejas aldabas;
y se escuchan
borrosas de canes
las músicas bravas.
Ya los extramuros
y las arruinadas
callejuelas, vibrante ha
pasado
la ronda de espadas.
Y en los cafetines
que el humo amortaja,
al sentirla el tahúr
de la noche,
cierra la baraja.
Por las avenidas
morunas, talladas,
viene lenta, sonora,
creciente
la ronda de espadas.
Tras las celosías,
esperan las damas,
paladines que traigan de
amores
las puntas de llamas.
Bajo los balcones
do están encantadas,
se detiene con súbito
ruido
la ronda de espadas.
Tristísima noche
de nubes extrañas:
jay, de acero las hojas
lucientes
se toman guadañas!
¡Tristísima noche
de las encantadas!
La sangre
El mustio peregrino
vio en el monte una huella de sangre:
la sigue
pensativo
en los recuerdos claros de su tarde.
El triste, paso a paso,
la ve en la ciudad, dormida, blanca,
junto a los cadalsos,
y al
morir de ciegas atalayas.
El curvo peregrino
transita por bosques adorantes
y los reinos
malditos,
y siempre mira las rojas señales.
Las torres
Brunas lejanías...;
batallan las torres
presentando
siluetas
enormes.
Áureas lejanías...;
las torres monarcas
se confunden
en sus
iras llamas.
Rojas lejanías...;
se hieren las torres;
purpurados
se oyen
sus clamores.
Negras lejanías...;
horas cenicientas
se obscurecen
¡ay,
las torres muertas!
Lied I
Era el alba,
cuando las gotas de sangre en el olmo
exhalaban
tristísima luz.
Los amores
de la chinesca tarde fenecieron
nublados en la
música azul.
Vagas rosas
ocultan en ensueño blanquecino
señales de muriente
dolor.
Y tus ojos
el fantasma de la noche olvidaron,
abiertos a la
joven canción.
Es el alba;
hay una sangre bermeja en el olmo
y un rencor
doliente en el jardín.
Gime el bosque,
y en la bruma hay rostros desconocidos
que
contemplan el árbol morir.
Lied
III
En la
costa brava
Suena la campana,
Llamando a los antiguos
Bajales
sumergidos.
Y como tamiz celeste
Y el luminar de hielo,
Pasan
tristemente
Los bajales muertos.
Carcomidos, flavos,
Se acercan
bajando...
Y por las luces dejan
Oscuras estelas.
Con su
lenguaje incierto,
Parece que sollozan,
A la voz de invierno,
Preterida historia.
En la costa brava
Suena la campana
Y se
vuelven las naves
Al panteón de los mares.
Lied IV
La noche pasaba, ,
y al terror de las nébulas, sus ojos
inefables
reían de tristeza.
La muda palabra
en la mansión culpable se veía,
como del
Dios antiguo la sentencia.
La funesta falta
descubrieron los canes, olfareando
en el
viento la sombra de la muerta.
La bella cantaba,
y el florete durmióse en la armería
sangrando la piedad de la inocencia.
Lied V
La canción del adormido cielo
Dejó dulces pesares;
yo quisiera dar
vida a esa canción
que tiene tanto de ti.
Ha caído la tarde sobre el musgo
del cerco inglés,
con aire de
otro tiempo musical.
El murmurio de la última fiesta
ha dejado colores tristes y
suaves
cual de primaveras oscuras
y listones perlinos.
Y las dolidas notas
han traído la melancolía
de las sombras
galantes
al dar sus adioses sobre la playa.
La celestía de tus ojos dulces
tiene un pesar de canto,
que el
alma nunca olvidará.
El Angel de los sueños te ha besado
para dejarte amor sentido y
musical
y cuyos sones de tristeza
llegan al alma mía,
como
celestes miradas
en esta niebla de profunda soledad.
¡Es la canción simbólica
como un jazmín de sueño,
que tuviera
tus ojos y tu corazón!
¡Yo quisiera dar vida a esta canción!
Los Angeles tranquilos
Pasó el vendaval; ahora,
con perlas y berilos,
cantan la soledad
aurora
los Angeles tranquilos.
Modulan canciones santas
en dulces bandolines;
viendo caídas
las hojosas plantas
de campos y jardines.
Mientras sol en la neblina
vibra sus oropeles,
besan la muerte
blanquecina
en los Saharas crueles.
Se alejan de madrugada,
con perlas y berilos,
y con la luz del
cielo en la mirada
los Angeles tranquilos.
Los delfines
Es la noche de la triste remembranza;
en amplio salón cuadrado,
de
amarillo iluminado,
a la hora de maitines
principia la angustiosa
contradanza
de los difuntos delfines.
Tienen ricos medallones
terciopelos y listones;
por nobleza, por tersura
son cual de Van
Dyck pintura;
mas, conservan un esbozo,
una llama de tristura
como el primo, como el último sollozo.
Es profunda la agonía
de su
eterna simetría;
ora avanzan en las fugas y compases
como péndulos
tenaces
de la última alegría.
Un Saber innominado,
abatidor de
la infancia,
sufrir los hace, sufrir por el pecado
de la nativa
elegancia.
y por misteriosos fines,
dentro del salón de la
desdicha nocturna,
se enajenan los delfines
en su danza taciturna.
Los muertos
Los nevados muertos,
bajo triste cielo,
van por la avenida
doliente que nunca termina.
Van con mustias formas
entre las auras silenciosas:
y de la
muerte dan el frío
a sauces y lirios.
Lentos brillan blancos
por el camino desolado;
y añoran las
fiestas del día
y los amores de la vida.
Al caminar, los muertos una
esperanza buscan:
y miran sólo la
guadaña,
la triste sombra ensimismada.
En yerma noche de las brumas
y en el penar y la pavura,
van
los lejanos caminantes
por la avenida interminable.
Los reyes rojos
Desde la aurora
combaten dos reyes rojos,
con lanza de oro.
Por verde bosque
y en los purpurinos cerros
vibra su ceño.
Falcones reyes
batallan en lejanías
de oro azulinas.
Por la luz cadmio
airadas se ven pequeñas
sus formas negras.
Viene la noche
y firmes combaten foscos
los reyes rojos.
Marcha fúnebre de una marionette
Suena trompa del infante con aguda melodía...
la farándula ha
llegado de la reina Fantasía;
y en las luces otoñales se levanta
plañidera
la carroza delantera.
Pasan luego, a la sordina,
peregrinos y lacayos
y con sus caparazones los acéfalos caballos;
va en azul melancolía
la muñeca. ¡No hagáis ruido!;
se diría, se
diría
que la pobre se ha dormido.
Vienen túmidos y erguidos
palaciegos borgoñones
y los siguen arlequines con estrechos
pantalones.
Ya monótona en litera
va la reina de madera;
y
Paquita siente anhelo de reír y de bailar,
flotó breve la cadencia de
la murria y la añoranza;
suena el pífano campestre con los aires de
la danza.
¡Pobre, pobre marionette que la van a sepultar!
Con
silente poesia
va un grotesco Rey de Hungría
y lo siguen los
alanos;
así toda la jauría
con los viejos cortesanos.
Y en
tristor a la distancia
vuelan goces de la infancia,
los amores
incipientes, los que nunca han de durar.
¡Pobrecita la muñeca que la
van a sepultar!
Melancólico un zorcico se prolonga en la mañana,
la penumbra se difunde por el monte y la llanura,
marionette
deliciosa va a llegar a la temprana
sepultura.
En la trocha aúlla
el lobo
cuando gime el melodioso paro bobo.
Tembló el cuerno de la
infancia con aguda melodía
y la dicha tempranera a la tumba llega
ahora
con funesta poesia
y Paquita danza y llora.
Nocturno
De
Occidente la luz matizada
Se borra, se borra;
En el fondo del
valle se inclina
La pálido sombra.
Los insectos que pasan la bruma
se mecen y
flotan,
y en su largo mareo golpean
las húmedas hojas.
Por el tronco ya sube, ya sube
La nítida tropa
De las larvas
que, en ramas desnudas,
Se acuestan medrosas.
En las ramas de fusca alameda
Que ciñen las rocas,
Bengalíes
se mecen dormidos,
Soñando sus trovas.
Ya descansan los rubios
silvanos
Que en punas y costas,
Con sus besos las blancas mejillas
Abrazan y doran.
En el lecho mullido la inquieta
Fanciulla reposa,
y muy grave su dulce, risueño
semblante se torna.
Que así viene la
noche trayendo
Sus causas ignotas;
Así envuelve con mística niebla
Las ánimas todas.
Y las cosas, los hombres domina
La parda señora,
De brumosos cabellos flotantes
Y negra corona.
Reverie
Y
soñé, de un templete bajaban
dos dulces bellezas matinales;
y oí
melancólicas hablaban
de las nobles dichas forestales.
Las vi. en
el blasón de la poterna
azulinas y casi borradas
despierto años
después, la cisterna
las mecía medio retratadas.
Y al fin las
divisé. lastimosas
por los caminos y por las abras;
y hablaban las
bellas melodiosas;
pero no se oían sus palabras.
Así, su memoria
me traía
las baladas de Mendelssohn claras;
pero ni Beethoven
poseía
la tristísima luz de esas caras.