"Recuerda la avenida de su lento paseo,
y recuerda la vuelta a la alcoba vacía..."
"Anxiety"
Marco Balesi
Reseña biografica
Poeta cubano
nacido en La Habana en 1930.
Se licenció en Filosofía y Letras y luego
se doctoró en La Sorbona y en la Universidad de Londres. Fue invitado
por la Universidad de Yale para ofrecer un curso sobre Literatura
hispanoamericana y dictó conferencias
sobre Literatura hispanoamericana en las universidades de Praga y
Bratislava.
Además de haber ocupado algunos cargos políticos, ha
dirigido las publicaciones
Nueva Revista Cubana 1959-60
y Casa de las Américas desde 1965.
Obtuvo el
Premio Nacional de poesia por su libro «Patrias» en 1951, el
Premio Latinoamericano de poesia Ruben Dario,
el Premio Internacional de poesia Nikola Vaptsarov de Bulgaria, el
Premio Internacional de poesia Pérez Bonalde,
de Argentina, el Premio de la Crítica Literaria por «Aquí» en
1996 y la
Medalla oficial de las Artes y las Letras,
otorgada en Francia, en 1998.
De su obra poética también merecen destacarse: «Vuelta de la
antigua esperanza», «Con las mismas manos»,
«Buena suerte viviendo» y «Qué veremos arder». ©
Agradeciendo el
regalo de una pluma de faisán
Al devolver el original de un poema que apenas es mío
Alguien me pidió una rosa de
Rilke
Con la forastera
Con las mismas manos de
acariciarte...
Duerme, sueña, haz
El otro
El primer otoño de sus ojos
Está
Felices
los normales
Fue en los robles
La veo encanecer
Llama guardada
Mi hija mayor va a Buenos aires
Otro poema conjetural
Por primera vez
Qué son las islas
Un hombre y una mujer
Una salva de porvenir
Agradeciendo el regalo de una pluma de faisán
Con esta hermosa pluma tornasolada puedo
Escribir las palabras en
que García Lorca
Dijo
Herido de amor huido.
Dijo que en tus
ojos
Había un constante desfile de pájaros,
Un temblor divino como
de agua clara
Sorprendida siempre sobre el arrayán.
Escribir las palabras en que Góngora dijo
A batallas de amor
campos de pluma.
Escribir las palabras en que Antonio Machado
Dijo
Hoy es
siempre todavía.
Al devolver el original de un poema que apenas es mío
Es de quienes escribieron los versos que cité.
Es de los inventores y
rehacedores de sus palabras.
Es de la persona que lo guardó con tanto
celo que casi no
dio luego con él.
Es de alguien que decide
apropiárselo.
Es otra forma de la casualidad.
Es la renovada
ilusión de desempeñar el papel de las flores.
Es una avanzadilla de
la esperanza.
Es de unos ojos.
Es probablemente irreal.
Alguien me pidió una rosa de Rilke
Y entonces regresaron
Las Cartas leídas por el atormentado joven
poeta que fui,
El anhelante Corneta adolescente en la noche de la
guerra,
Las páginas sobre quien dio alas a la piedra, temblor al
bronce,
Los Cuadernos que me producían angustia
Como la América de
otro extraño hijo de Praga,
Las Elegías con el Angel terrible pero
necesario de la
belleza,
Los Sonetos y en ellos una flor cuyo
nombre tampoco él
sabía,
El Diario hecho a orillas del río en la
mansión de Florencia
Donde más tarde yo iba a estar con una marquesa
y unos
amigos.
Tantas horas, tantas imágenes, tanto viento de
infancia,
Tanta penumbra iluminada, tantos lugares que antaño
fueron míos
En La Víbora lejana, mi total cercanía.
Registro
viejos papeles amados y escojo estas rosas
Escritas por la mano
absoluta del poeta.
Luego sería la rosa final, la de la espina.
La Habana, enero de 1996
Con la forastera
Pues no tendrán en común ni un idioma
(No digamos una ciudad, un
hogar, un hijo),
Ni siquiera esas canciones, esos sitios,
Esos
olores que acaso sólo nos parecen hermosos porque
nos recuerdan un
recuerdo,
Porque nos recuerdan a nosotros mismos, y quizá lo que
llamamos belleza
No sea sino la terca persistencia del ser más allá
de sí mismo,
Más allá de su lugar y su tiempo, como la luz de un
astro
hace siglos apagado.
Pero astros sí tendrán en común. Al
levantar los ojos
No habrá en el cielo país extranjero.
Aquellas
estrellas son estas mismas estrellas,
No distan más de esa ciudad
lejana que de ésta.
Aquellas montañas y este mar les son igualmente
familiares
O igualmente extraños.
Y también unas desperdigadas
horas de febrero
pertenecientes para siempre
Al insaciable pasado.
De "Siempre por primera vez"
Con las mismas manos de acariciarte
estoy construyendo una escuela...
Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de
trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que, en sus harapos
esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio
derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.
Uno sabe
leer, y lo mandaron a buscar cuando
supieron que yo tenía biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una
zapata
Sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales
y puertas.
Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos
Las
trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una
Y me eché a aprender
el trabajo elemental de los hombres elementales.
Luego tuve mi
primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,
Y,
fatigado, pensé en ti, en aquella vez
Que estuviste recogiendo una
cosecha hasta que la vista se te nublaba
Como ahora a mí,
¡Qué
lejos estábamos de las cosas verdaderas,
Amor, qué lejos -como uno de
otro!
La conversación y el almuerzo
Fueron merecidos, y la amistad
del pastor
Hasta hubo una pareja de enamorados
Que se ruborizaban cuando los señalábamos, riendo,
Fumando,
después del café.
No hay momento
En que no piense en ti.
Hoy
quizás más,
Y mientras ayude a construir esta escuela
Con las mismas manos
de acariciarte.
Duerme, sueña, haz
«Duerme bajo los Angeles, sueña bajo los Santos»
Ruben Dario
Echan abajo muros que nunca debieron existir
Y
levantan o refuerzan otros que no deben existir tampoco
Y un día
serán a su vez abajados con estruendo.
Avanzan tanques en la sombra.
Derriban estatuas de gallardos combatientes
Cuyas imágenes verdaderas
fueron erigidas para siempre en
el alma.
Desaparecen o aparecen o se desgarran países
Y otros
son invadidos, mutilados,
Y hay lugares donde se celebra con fiestas
de colores el
crimen
Que denuncia una vocecita de niña sola entre altos
cristales.
Cambian de rumbo armas que ahora sólo apuntan al Sur.
Y tú,
Príncipe, campe6n, pirata, capitán, copo de plumas,
Robin por ahora de bosques de lino,
Tigre rojo
En quien tras
muchas décadas han reaparecido
Los nombres de los hijos mayores
De
quienes se alegrarían tanto de saberlo
Si no fueran ya polvo en la
sombra, sombra en el polvo;
Tú,
Deseado en largas noches de
Africa,
Concebido en Cuba por amor, para el amor,
Sin saber que en
tus hombros hoy de rosa
Debes sostener las constelaciones de fuego y
la historia,
Más rigurosa, más implacable que las constelaciones,
Estás cumpliendo tus primeros dos meses de haber venido
A este
extraño planeta, a esta increíble casa en llamas.
Y como naciste
águila y no serpiente de cascabel,
Potro libre en la llanura y no
borrego,
Te toca rehacerla y engrandecerla
Palmo a palmo,
Trino
a trino,
Flor a flor.
Perdónalos,
Perdónanos,
Perdóname,
Phocás.
Playa
de Jibacoa, 28 de agosto de 1991
El otro
Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién se murió por mí en la ergástula,
Quién recibió la bala mía,
La para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
Sus
huesos quedando en los míos,
Los ojos que le arrancaron, viendo
Por la mirada de mi cara,
Y la mano que no es su mano,
Que no es
ya tampoco la mía,
Escribiendo palabras rotas
Donde él no está, en
la sobrevida?
1 de Enero de 1959
El primer otoño de sus ojos
Hojas color de hierro, color de sangre, color de oro,
Pedazos del
castillo del día
Sobre los muertos pensativos.
Mientras la luz se filtra entre las ramas,
El aire frío esparce
las memorias.
Es el primer otoño de sus ojos.
Cuánto camino andado hasta la
huesa
Donde se han ido ahilando
Los amigos nocturnos del vino
Y
los lejanos maestros.
Quedar como ellos profiriendo flores,
Quedar como ellos
perfumando umbrosos,
Quedar juntos y dialogar
En plantas
renacientes,
Para que nuevos ojos escuchen mañana
En el cristal de
otoño
Los murmullos de corazones desvanecidos.
Está
Ella
está echada en la penumbra humedeciendo la
madrugada inicial.
Hay un jardín en ella y él está deslumbrado en ese
jardín.
Florece entera para él, se estremecen, callan con el mismo
rumor.
La noche va a ser cortada por un viaje como por una
espada.
Intercambian libros, papeles, promesas.
Ninguno de los dos
sabe aún lo que se han prometido.
Se visten, se besan, se separan.
Ella sale a la oscuridad, acaso al olvido.
Cuando él regresa al
cuarto, la encuentra echada en la
penumbra húmeda.
Nunca ha partido, nunca partirá.
Felices los normales
Felices los normales, esos seres extraños,
Los que no tuvieron una
madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en
ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido
calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete
rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los
arcAngeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que
ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas
acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los
caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos
y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices
las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las
ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos
construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus
padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores
calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.
Fue en Los Robles donde ella, que sabía...
Fue en Los Robles donde ella, que sabía,
Dijera la verdad. Aquella
noche
Estaban dadas todas las estrellas.
Tiempo de suspirar juntas
las bocas.
Parpadeaba una luz, alguien volvía
A hacer la hoguera
frente a la caverna.
Marcharon entre armas a la gloria.
Nada en su
cuerpo, suave como el agua,
Anunciaba los hijos de su cuerpo.
Era
toda alma en la soñada cama,
Era un incendio, era una primavera,
Una muchacha azul bajo la lluvia,
Una bahía en quien entrar a gritos,
Una bandera ondeando en el combate,
Una batalla de azucenas cálidas.
Era ella.
La veo encanecer sobre los rasgos que amé en otra cara...
La veo encanecer sobre los rasgos que amé en otra cara
cuando su
presencia era sólo un ardiente deseo,
Sobre los rasgos que después se
repitieron y florecieron
ante mis ojos maravillados.
Ahora batalla contra dolores ajenos
que hace suyos, y se
derrama en los otros con la misma tenacidad
Con que volvía del colegio enarbolando relucientes colores,
O de la
beca con una confianza que nos avergonzaba en
que su escuela era la
mejor del mundo.
Ya no cree en esas ilusiones ni en tantas otras, e
ignora
aún, como ignoramos todos,
Que las creencias reales no
desaparecen: se hunden y
transfiguran:
Una semilla, un conato verde, un arbusto, unas flores
Que esparcen sus semillas en el viento.
Y alivia penas, siembra
certidumbres tan imprescindibles
como imposibles,
Porque al cabo
La Sin Ojos puede más y nos arrastra
hueco abajo,
Detiene corazones de verdad, inflama riñones, desgarra
El estómago, el hígado, la garganta, el pulmón,
Pulveriza columnas y
castillos, confunde
A la pobre jactanciosa ave a la cual rompe la
brújula que
señala entonces los cuatro puntos cardinales
Y no
puede impedir que irrumpan pensamientos no
pensados,
Ruidos fétidos en la cinta de la sonata cristalina.
Quién salvará, querida Haydee, Raúl querido, a los
pasajeros de la
barca
Con el cangrejo, la soga, la oreja cortada y el disparo.
Regresan las palabras que me enviara niña a la lejana
guerra bárbara
Y que luego la hicieron sonrojar y el olvido pretendió
desvanecer piadosamente,
Regresan sin quererlo, sin saberlo,
En
los cuentos africanos inesperados o quizá siempre
esperados
De que habla en la cerrada tiniebla.
No le vemos el
rostro sobre el cual encanece.
Solo nos llega su voz encendida por la
conversación del
amigo generoso.
Sólo vemos algunas estrellas, vagas siluetas de gatos
como
Música,
Y de vez en cuando ráfagas de autos y la punta roja del
cigarro
Titilando entre las plantas embozadas del portal y el
jardín.
Dios mío en que no puedo creer, cómo será
La visita de
situaciones y personajes imperiosamente
reclamados
Cuando da consulta, cuando friega, cuando intenta
descansar,
Cuando los dos años del capitán exigen su ternura de
pájara, su alerta de pantera.
Qué conoce de esas aventuras quien
traza en verso o en
prosa rota para pedir
Otra mirada, luz para su desvarío,
Quien
traza sobre el papel signos como monedas antiguas
Sobrevivientes
después del cambio de moneda en la mano
Del que no tiene tiempo ni
deseo para buscar otras
aunque sepa bien
Que después del cambio una moneda con la cual nada
se
puede comprar
Ya no es una moneda, sino un simple pedazo de metal
Más parecido a una vasija acaso venerable o mejor
Al trasto echado en
el cesto que ahora hasta él escasea.
Cómo será, Dios mío.
Sólo
inventé seres para mis breves crédulas,
Como las figuras que el techo
carcomido ofrecía
O como Paco Robarroz cuyo nombre escribo esta
madrugada por vez primera.
La oigo encanecer mientras la penumbra hace avanzar sus
pabellones
O sobre todo llega de pronto interrumpiendo
Programas y
lecturas y escrituras.
Estas mismas líneas las borroneo a la dudosa
luz de una
linterna agonizante
Porque me han arrancado del sueño, me han
demandado
Salir afuera, y yo las obedezco con molestia y entusiasmo,
Pues aunque necesitaba dormir, estoy fatigado, quizá
enfermo,
He nacido, y es mi felicidad, para cauce de ellas,
A las
cuales no les importa que sean o no aceptadas. Lo
que quieren, lo que
requieren
Es echarse sobre el papel como la amada criatura desnuda
sobre la sábana,
No tanto para el goce como para otro nacimiento.
La oigo encanecer y sin embargo las palabras reverdecen
en ella
Contra lo oscuro, contra la enfermedad,
Contra la
descreencia, contra la lasitud.
Toda la noche esplende como un
palacio iluminado
Cuando su voz llena el aire de peripecias que trajo
al mundo,
Este pobre mundo que alguien trajo a su vez
Y ahora está
detenido en la inmensidad
Sobre la cabecita de una dulce niña que
encanece,
Mientras la escuchamos con un amor sin bordes
Similar a
la tan difícil pero irrenunciable esperanza.
La Habana, 28 de julio de 1993
Llama guardada
Cómo podía él saber que su poema,
Encontrado una noche blanca de vago
andar,
En un país distante que ella aún no conocía,
Era en los
ojos de ella que se haría realidad.
Recuerda que buscaba esa noche a alguien o algo,
Recuerda la
avenida de su lento paseo,
y recuerda la vuelta a la alcoba vacía,
y después las palabras como un amargo espejo.
Solitario él, perdido, esperaba anhelante
En vano una respuesta
de aquella noche blanca.
Y los dos ignoraban que entonces lejos,
cerca,
Para él ella cuidaba su honda llama guardada.
Mi hija mayor va a Buenos Aires
A Silvia Werthein y Juan Carlos Volnovich, príncipes.
Y a Teresa.
1
Mi hija mayor va a Buenos Aires
Casi con la misma edad que
yo tenía
Cuando en 1961 estuve por primera vez allí,
Y en el
vestíbulo del hotel, recién llegado ya sus ojos muy
joven,
Fryda Schultz tan fina, tan dibujada,
Me dijo que mantenía
correspondencia con mi padre,
De quien había recibido un libro de
poemas,
Y me vi obligado a responderle que cuando yo era niño
Mi
padre había publicado un libro, pero a pesar de su
bella dedicatoria
A Obdulia, mi madre, que con tanta abnegación lo ayudaba
a sostener el peñón de Sísifo
(¿Tendré que añadir que
entonces Albert Camus era casi
un adolescente?),
Y a sus hijos, es decir a nosotros, que con el
tiempo
íbamos a considerarnos los Karamazov,
A pesar, digo, de esa
dedicatoria, era un libro de
contabilidad,
Y también a pesar de que él era más digno de mantener
relaciones con ella que yo,
Era conmigo que ella se carteaba,
Y
era mío el libro que ella había recibido.
Poco después conocí a mis hermanos destinados,
Como Juancito
Gelman, que me regaló sus breves y ya
estremecedores libros primeros,
Y en
El juego en que andamos me puso esta dedicatoria:
A
Roberto/revolución de por medio/ tu hermanisimo/ Juan
/Baires,
diciembre 61,
Y empezamos a intercambiarnos poemas/ cartas del
uno
para el otro,
Y su poesia/su dolor/sus preguntas crecieron tanto que
su
luz/su sombra se extienden sobre todo el Continente;
Como Paquito
Urondo, que al igual que Juancito y tantos
otros poetas entrañables
Había nacido en 1930, el mismo año que yo,
Y ya había publicado un libro con el título de otro que yo
iba a publicar,
Aunque el suyo, por supuesto, me gusta más,
Y un
día, quizá en su último poema,
Conversó conmigo por aquellos versos
sobre los hombres
de transición,
Seguramente sin saber que tales versos a su vez
Eran resultado y parte de una conversación inconclusa que
tuve con el Che,
Y otro día iba a morir combatiendo
Y yo le
escribiría un llanto que quise terminar con
esperanza,
Pero sé, porque él me lo escribió desde Caracas,
Que
entristeció al sempiterno joven León Rozichtner;
A Rodolfo Walsh ya
lo había conocido en La Habana,
cuando con Masetti, Gabo y otros
tercos locos llevaban
adelante Prensa Latina:
Rodolfo me presentó en la entrada de una
pequeña librería
habanera a Waldo Frank,
Cuyo amoroso libro sobre Cuba iba a
contribuir tanto a
alterar el destino de mi Julio Cortázar,
Que en los últimos veinte
años de su vida formó parte
completamente de la nuestra
En las alegrías y en los dolores, en los
aciertos y en los
desaciertos, en lo que aprendíamos y en lo que
desaprendíamos.
A César Fernández Moreno, a Haroldo Conti, a Mimi
Langer,
Para sólo nombrar aquí a algunos hermanos idos,
Los iba a
conocer en Cuba, y volví a verlos en Francia, en
México, en muchas partes:
César murió, como de un rayo, del corazón,
que debe ser
la muerte de los elegidos de los dioses;
Julio y Mimi
fueron carcomidos por atroces y minuciosas
enfermedades
De las que me escribían con sereno valor, como si
estuvieran hablándome de cosas impersonales;
A Rodolfo y a Haroldo me
los desaparecieron, me los
asesinaron,
Y nadie sabe dónde quedaron
sus huesecitos, su polvo.
5
Mi hija mayor va a Buenos Aires
Casi con la misma edad que
yo tenía
Cuando Miguel Angel Asturias, a quien yo había recibido
en el aeropuerto de La Habana una madrugada de 1959,
Me ofreció una
cena en su apartamento bonaerense,
Una cena de la que recuerdo a
muchas personas,
Y sobre todo a Estela Canto, quien se paró de cabeza
para
hablarme
Y luego me dejó, con dedicatoria en que mencionó al
sol
de Cuba, su novela
En la noche y el barro,
Y muchos años después me conmovería
con su libro
Borges
a contraluz, comentado por el joven Andrés
Zavala.
Otro poema conjetural
(J.L.B., 1899-1999)
Así como descreí (al menos eso he repetido) de la fama,
Descreí
también de la inmortalidad,
Y es claro que hoy finado no puedo ser
quien traza o dicta
estas líneas falsamente póstumas,
Pero no es
menos claro que ellas no existirían sin las que
yo produje de veras,
Si es que yo y de veras tienen sentido en el extrañísimo
universo
(Algún curioso habrá reparado en que ese superlativo no
podría ser mío,
Pero eso no da autenticidad a las restantes
palabras).
Afirmé que la duración del alma arbitraria está asegurada
en vidas ajenas,
Y nada puedo hacer para impedir quedar en el autor
que
me atribuye este texto,
Y en muchos otros autores inconciliables.
Acaso en mí también fueron inconciliables los rostros, los
estilos que asumí,
Y sin embargo hace tiempo los vanos diccionarios,
las
vanas historias de la literatura
Los han reunido bajo tres
palabras, entre dos fechas,
De las cuales soy el abrumado, el
imaginario prisionero,
no la realidad.
Qué mal he sido leído con demasiada frecuencia.
Cómo no repararon en que laberintos, bibliotecas, tigres,
espadas,
saberes occidentales y orientales
Eran transparentes metáforas del
pobre corazón de aquel
muchacho
Que simplemente quería ser feliz con una muchacha
Como
sus amigos corrientes en Buenos Aires o en Ginebra.
Al evocar mis
antepasados, los presenté en mármol o
bronce, y fingí ignorar
Que
ellos mezclaron con sus batallas lágrimas, ayes y amores.
La
tristeza, la soledad, la desolación contribuyeron a que
existieran
mis páginas perfectas,
Pero yo habría cambiado tantas de esas páginas
Por haber besado labios que nunca besé.
Dije abominar de los espejos,
y no se entendió que lo que
quería era verme reflejado
En ojos oscuros y claros bajo la gran luna
de oro
O en la penumbra de la alcoba.
Me han atribuido la
indeseable paternidad
De vocingleras sectas literarias y cenáculos de
eruditos,
Cuando yo quería ser padre de hijas e hijos de carne y
hueso.
Nadie extrañe dónde decidí quedar enterrado
Si antes no me
entendió ni me ayudó a salir de mi celebrada cárcel.
Lamenté no haber
tenido el valor de mis mayores,
Pero ahora que nadie puede
censurármelo como jactancia
Proclamo que no fui menos valiente al
afrontar una adversidad atroz.
Hubiera preferido muchas veces la bala
en el pecho o el
íntimo cuchillo en la garganta
Antes que el
espanto que contemplé en mí
Mientras pude contemplar.
No se olvide que no soy quien escribe estos versos.
No los
escribe nadie.
Por primera vez
En países y más países,
Casas, hoteles, embajadas,
Suelos,
hamacas, autos, tierra,
Rodeados de agua o sobre el lino.
Olor de desnudez primera.
Vasija de arcilla sonora.
Sorprendente, augusta, profunda.
Camanances, colinas, bosques.
Como leones, como santos.
Lo antiguo, lo simple, l0 súbito.
La
plegaria, el descubrimiento.
La conquista, la reconquista.
El
relámpago de ojos de humo.
Cada desgarradura sólo
Para encenderse con más fuego,
Con más
seguridad de aurora.
Ya él no puede perderla más.
Ya la perdió
toda una vida.
Ahora de nuevo y para siempre
Va a amarla por
primera vez.Qué son las islas
Esto tienen de bueno los poetas,
Que han dicho lo que uno quería
decir.
¿Dé que otra manera comunicarle lo que sintió
Al ver desde
el aire los islotes verdes desparramados por el mar,
y cuando ya en
el barco contempló a lo lejos el borde agreste
de la isla,
Sino
como ya lo escribió la poeta:
¿Qué son las islas si no estás tú?
Eso es lo que gritó al
aire luminoso de la tarde
Y lo que musitó después en la atormentada
noche,
Añadiendo un nombre que en la cabina sonaba extraño
Como
una flor de otro planeta.
¿Y podrá creer que la playa maravillosa,
Con su cadera de oro mordida por un ávido mar,
y la planicie del
centro echada como un manto
No han podido ser gran cosa no estando
ella,
Que ha dejado despoblada y silenciosa
Esa ciudad, ojo de la
violencia, que ella hechizara
Marcando los lugares de encuentros y
despedidas
Con una nostalgia como una cicatriz?
Un hombre y una mujer
¿Quién ha de ser?
Un hombre y una mujer
Tirso de Molina
Si un hombre y una mujer atraviesan calles
que nadie ve
sino ellos,
calles populares que van a dar al atardecer, al aire,
con un fondo de paisaje nuevo y antiguo más parecido
a una música que
a un paisaje;
si un hombre y una mujer hacen salir árboles a su paso,
y dejan encendidas las paredes,
y hacen volver las caras como
atraídas por un toque de
trompeta
o por un desfile multicolor de saltimbanquis;
si cuando
un hombre y una mujer atraviesan se detiene
la conversación del
barrio,
se refrenan los sillones sobre la acera, caen los llaveros
de las esquinas,
las respiraciones fatigadas se hacen suspiros:
¿es que el amor cruza tan pocas veces que verlo es motivo
de
extrañeza, de sobresalto, de asombro, de nostalgia,
como oír hablar
un idioma que acaso alguna vez se ha
sabido
y del que apenas quedan en las bocas
murmullos y ruinas de
murmullos?
Una salva de porvenir
A Jacqueline y Claude Julien.
A Fina y Cintio.
No hay pruebas.
Las pruebas son que no
hay pruebas.
No estaban, no están, no estarán dadas las condiciones.
Creer porque es absurdo,
Y creemos.
Más absurdo que creer es ser,
Y somos.
Nada garantiza que fuera menos absurdo
No ser ni creer.
Las llamadas pruebas yacen por tierra,
Húmedas reliquias de la nave.
Se derrumbaron las estatuas mientras dormíamos.
Eran de piedra, de
mármol, de bronce.
Eran de ceniza,
Y un grito de ánades las hizo
huir en bandadas.
No guardar tesoros donde
La humedad, los bichitos los
mordisqueen.
No guardar tesoros.
El tesoro es no guardarlos.
El tesoro es creer.
El tesoro es
ser.
No existen las hazañas ni los horrores del pasado.
El presente es
más veloz que la lectura de estas mismas
palabras.
El poeta saluda
las cosas por venir
Con una salva en la noche oscura.
Sólo lo
difícil.
Sólo lo oscuro.
Y contra él, en él, el fuego levantando
Su columna viva, dorada, real.
El amor es
Quien ve.
París-La Habana, 1992-1994