"...Me
tiembla el corazón cuando la nombro;
cuando sueño con ella, me embeleso..."
"El beso"
Edvuard Munch
Reseña biografica
Poeta
mexicano nacido en Chalchicomula en 1840 y fallecido en 1885.
Estudió
filosofía sin llegar a graduarse y participó activamente en los
movimientos políticos de su país,
alternando sus actividades con la poesia y la prosa.
Es uno de los
grandes representantes del romanticismo mexicano. Entre sus obras más
importantes se cuentan
"Pasionarias" y "Rosas Caídas". ©
Adiós
Adoración
Amémonos
Ausencia
Bajo las palmas
Ecos
El beso
El sol
En el baño
Flor de un día
Frío
Mi Angel
No te olvido
Nupcial
Orgía
Pasión
Primer beso
Soñando
Tu cabellera
Tu imagen
Un
beso nada más
Ven
Adiós
Adiós para siempre, mitad de mi vida,
una alma tan sólo teníamos
los dos;
mas hoy es preciso que esta alma divida
la amarga palabra
del último adiós.
¿Por qué nos separan? ¿No saben acaso
que pasa la vida cual pasa
la flor?
Cruzamos el mundo como aves de paso...
Mañana, la tumba;
¿por qué hoy, el dolor...?
¿La dicha secreta de dos que se adoran
enoja a los cielos, y es
fuerza sufrir?
¿Tan sólo son gratas las almas que lloran
al torvo
destino...? ¿La ley es morir...?
¿Quién es el destino...? Te arroja a mis brazos,
en mi alma te
imprime, te infunde en mi ser,
y bárbaro luego me arranca a pedazos
el alma y la vida contigo... ¿por qué?
Adiós... es preciso. No llores... y parte.
La dicha de vernos nos
quitan no más;
pero un solo instante dejar de adorarte,
hacer que
te olvide, ¿lo, pueden...? ¡Jamás!
Con lazos eternos nos hemos unido;
en vano el destino nos hiere a
los dos...
¡Las almas que se aman no tienen olvido,
no tienen
ausencia, no tienen adiós!
Adoración
Como al ara de Dios llega el creyente,
trémulo el labio al exhalar el
ruego,
turbado el corazón, baja la frente,
así, mujer, a tu
presencia llego.
¡No de mí apartes tus divinos ojos!
Pálida está mi frente, de
dolores;
¿para qué castigar con tus enojos
al que es tan infeliz
con sus amores?
Soy un esclavo que a tus pies se humilla
y suplicante tu piedad
reclama,
que con las manos juntas se arrodilla
para decir con
miedo... ¡que te ama!
¡Te ama! Y el alma que el amor bendice
tiembla al sentirle, como
débil hoja;
¡te ama! y el corazón cuando lo dice
en yo no, sé qué
lágrimas se moja.
Perdóname este amor, llama sagrada,
luz de los cielos que bebí en
tus ojos,
sonrisa de los Angeles, bañada
en la dulzura de tus
labios rojos.
¡Perdóname este amor! A mí ha venido
como la luz a la pupila
abierta,
como viene la música al oído,
como la vida a la esperanza
muerta.
Fue una chispa de tu alma desprendida
en el beso de luz de tu
mirada,
que al abrasar mi corazón en vida
dejó mi alma a la tuya
desposada.
Y este amor es el aire que respiro,
ilusión imposible que
atesoro,
inefable palabra que suspiro
y dulcísima lágrima que
lloro.
Es el Angel espléndido y risueño
que con sus alas en mi frente
toca,
y que deja -perdóname... ¡es un sueño!-
el beso de los
cielos en mi boca.
¡Mujer, mujer! Mi, corazón de fuego,
de amor no sabe la palabra
santa,
pero palpita en el supremo ruego
que vengo a sollozar ante
tu planta.
¿No sabes que por sólo las delicias
de oír el canto, que tu voz
encierra,
cambiara yo, dichoso, las caricias
de todas las mujeres
de la tierra?
¿Que por seguir tu sombra, mi María,
sellando el labio, a la
importuna queja,
de lágrimas y besos cubriría
la leve huella que
tu planta deja?
¿Que por oír en cariñoso acento
mi pobre nombre entre tus labios
rojos,
para escucharte detendré mi aliento,
para mirarte me pondré
de hinojos?
¿Que por sentir en mi dichosa frente
tu dulce labio con pasión
impreso,
te diera yo, con mi vivir presente,
toda mi eternidad...
por sólo un beso?
Pero si tanto, amor, delirio tanto,
tanta ternura ante tus pies
traída,
empapada con gotas de mi llanto,
formada con la esencia de
mi vida;
si este grito de amor, íntimo, ardiente,
no llega a ti; si mi
pasión es loca...,
perdona los delirios de mi mente,
perdona las
palabras de tu boca.
Y ya no más mi ruego sollozante
irá a turbar tu indiferente
calma...
pero mí amor hasta el postrer instante
te daré con las
lágrimas del alma.
Amémonos
Buscaba mi alma con
afán tu alma,
buscaba yo la virgen que mi frente
tocaba con su
labio dulcemente
en el febril insomnio del amor.
Buscaba la mujer pálida y bella
que en sueño me visita desde
niño,
para partir con ella mi cariño,
para partir con ella mi
dolor.
Como en la sacra soledad del templo
sin ver a Dios se siente su
presencia,
yo presentí en el mundo tu existencia,
y, como a Dios,
sin verte, te adoré.
Y demandando sin cesar al cielo
la dulce compañera de mi suerte,
muy lejos yo de ti, sin conocerte
en la ara de mi amor te levanté.
No preguntaba ni sabía tu nombre,
¿En dónde iba a encontrarte? lo
ignoraba;
pero tu imagen dentro el alma estaba,
más bien
presentimiento que ilusión.
Y apenas te miré... tú eras Angel
compañero ideal de mi desvelo,
la casta virgen de mirar de cielo
y de la frente pálida de amor.
Y a la primera vez que nuestros ojos
sus miradas magnéticas
cruzaron,
sin buscarse, las manos se encontraron
y nos dijimos "te
amo" sin hablar
Un sonrojo purísimo en tu frente,
algo de palidez sobre la mía,
y una sonrisa que hasta Dios subía...
así nos comprendimos... nada
más.
¡Amémonos, mi bien! En este mundo
donde lágrimas tantas se
derraman,
las que vierten quizá los que se aman
tienen yo no sé
que de bendición.
Dos corazones en dichoso vuelo;
¡Amémonos, mi bien! Tiendan sus
alas
amar es ver el entreabierto cielo
y levantar el alma en
asunción.
Amar es empapar el pensamiento
en la fragancia del Edén perdido;
amar es... amar es llevar herido
con un dardo celeste el corazón.
Es tocar los dinteles de la gloria,
es ver tus ojos, escuchar tu
acento,
en el alma sentir el firmamento
y morir a tus pies de
adoración.
Ausencia
¡Quién me diera tomar
tus manos blancas
para apretarme el corazón con ellas,
y
besarlas..., besarlas, escuchando
de tu amor las dulcísimas
querellas!
¡Quién me diera sentir
sobre mi pecho,
reclinada tu lánguida cabeza,
y escuchar, como en
antes, tus suspiros
tus suspiros de amor y de tristeza!
¡Quién me diera posar
casto y suave
mi cariñoso labio en tus cabellos,
y que sintieras
sollozar mi alma
en cada beso que dejara en ellos!
¡Quién me diera robar
un solo rayo
de aquella luz de tu mirar en calma,
para tener, al
separarnos luego,
con qué alumbrar la soledad del alma!
¡Oh, quién me diera ser
tu misma sombra,
el mismo ambiente que tu rostro baña,
y, por
besar tus ojos celestiales,
la lágrima que tiembla en tu pestaña!
¡Y ser un corazón todo
alegría,
nido de luz y de divinas flores,
en que durmiese tu alma
de paloma
el sueño virginal de sus amores!
Pero en su triste
soledad, el alma
es sombra y nada más, sombra y enojos...
¿Cuándo
esta noche de la negra ausencia
disipará la aurora de tus ojos?
Bajo las palmas
Morena por el sol de
mediodía
que en llama de oro fúlgido la baña,
es la agreste beldad
del alma mía,
la rosa tropical de la montaña.
Diole la selva su belleza ardiente;
diole la palma su gallardo
talle;
en su pasión hay algo del torrente
que se despeña
desbordado al valle.
Sus miradas son luz, noche sus ojos;
la pasión en su rostro
centellea,
y late el beso entre sus labios rojos
cuando desmaya su
pupila hebrea.
Me tiembla el corazón cuando la nombro;
cuando sueño con ella, me
embeleso;
y en cada flor con que su senda alfombro
pusiera un alma
como pongo un beso.
Allá en la soledad, entre las flores,
nos amamos sin fin a cielo
abierto,
y tienen nuestros férvidos amores
la inmensidad soberbia
del desierto.
Ella, regia, la beldad altiva,
soñadora de castos embelesos,
se doblega cual tierna sensitiva
al aura ardiente de mis locos besos.
Y tiene el bosque voluptuosa sombra,
profundos y selvosos
laberintos,
y grutas perfumadas, con alfombra
de eneldos y tapices
de jacintos.
Y palmas de soberbios abanicos
mecidos por los vientos sonoros,
aves salvajes de canoros picos
y lejanos torrentes caudalosos.
Los naranjos en flor que nos guarecen
perfuman el ambiente, y en
su alfombra
un tálamo los musgos nos ofrecen
de las gallardas palmas a la
sombra.
Por pabellón tenemos la techumbre
del azul de los cielos
soberano,
y por antorcha de himeneo la lumbre
del espléndido sol
americano.
Y se oyen tronadores los torrentes
y las aves salvajes en
conciertos,
en tanto celebramos indolentes
nuestros libres amores
del desierto.
Los labios de los dos, con fuego impresos,
se dicen en secreto de
las almas;
después .... desmayan lánguidos los besos
y a la sombra quedamos de las palmas.
Ecos
Mirad la aurora,
madre del día,
¡cómo derrama
luz, alegría!
Allá en el cielo
todo es fulgores;
¡todo en la tierra
cantos y flores!
Sobre las hojas
tiemblan las perlas,
vienen las brisas
a
recogerlas.
Saltando el ave
trina en la rama,
brilla el aljófar
sobre
la grama.
¿Dó va el incienso,
de los aromas?
¿Qué dice el ritmo
de
las palomas?...
Y todo, luce,
canta, se agita,
vida sagrada
doquier
palpita.
Alza la tierra
su amante coro,
y el sol la paga
con besos
de oro.
Luego, la noche
su negra tienda
abre del mundo
sobre la
senda.
Y entre la sombra
muda y tranquila
asoma el astro
su alba
pupila.
¿Sois, por ventura,
blancas estrellas,
del cielo al mundo
lágrimas bellas?
¿Joyas que bordan
el regio velo?
con que a la tierra
cobija
el cielo?
¿Chispas que lanza
la eterna sombra?
¿Polvo que deja
Dios
en su alfombra?...
Astros y flores
quizá no viera
si amor al alma
su luz no
diera.
Las vagas notas
que el arpa lanza,
¿no, son el himno
de la
esperanza?
El alma encierra
luz, armonía,
es una aurora
la fantasía.
Doquier que vague
mi pensamiento,
la miel recoge
de un
sentimiento.
Cual mariposa
va la ilusión
sobre las flores
de la
creación.
En los ruidos
que se levantan
hay dulces ecos,
voces que
cantan.
Rumor de besos
y de suspiros
flota en las alas
de los
céfiros.
Como en la selva
trinan las aves,
hay en el alma
voces
süaves.
Ecos solemnes
desconocidos,
por voz humana
no traducidos,
Ecos que el alma
tímida esconde,
ecos que vienen
de no sé
dónde.
Quizá del verbo
del alma inmensa
que dice al hombre
que
vela y piensa:
"-De toda vida
yo soy la llama:
contempla, adora,
espera y
ama."
Yo creo. Por eso
mi alma levanto.
Amo, y espero...
Por eso
canto.
El beso
La luz de ocaso
moribunda toca
del pinar los follajes tembladores;
suspiran en el
bosque los rumores
y las tórtolas gimen en la roca.
Es el instante que el amor invoca,
ven junto a mí; te sostendré
con flores,
mientras roban volando los amores
el dulce beso de tu
dulce boca.
La virgen suspiró; sus labios rojos
apenas, ¡Yo te amo!
murmuraron,
se entrecerraron lánguidos los ojos,
los labios a los labios se juntaron
y las frentes bañadas de
sonrojos,
al peso de la dicha se doblaron.
El sol
Y no buscaste un sol,
no; le tenías
dentro del corazón, y ya el instante
de su feliz oriente
presentías...
Orgía
"¡Oh! que n'ai-je aussi, moi, des baissers qui dévorent
des caresses qui font mourir...."
V. Hugo.
¡Ven,
cortesana...! ¡Abrásame en delicias!
Quiero las tempestades del placer,
tropicales, frenéticas
caricias
con que reanime mi cansado ser.
El fuego del
deleite reverbera
en tu pupila brilladora... ¡ven!
En la férvida llama de esa
hoguera
quiero quemarme el corazón también.
¡Prendan el
fuego del deseo tus ojos,
alumbren tus miradas el festín,
mis labios beban en tus labios
rojos
ansia perpetua de placer sin fin!
Del bacanal
en el discorde ruido
pase el mañana con el triste ayer...
¿Qué importa al corazón lo
que hayas sido...?
Eres hermosa... ¡bésame, mujer!
Beldad de los
festines, en tu seno
quizá mi corazón olvidaré,
mi corazón de tempestades lleno,
el corazón imbécil con que amé.
Sí, ¡bésame, mujer...! Dame el olvido
que busco
en la demencia del festín,
entre besos y copas, aturdido...
¿Qué me importa la dicha que perdí?
¡Llenad las
copas, que desborde el vino!
¡Hay algo aquí que necesito ahogar;
que pase por el alma un
torbellino
y barra en ella cuanto en ella hay!
¡Miserable de mí!
¿Cómo no puedo
ahogarte con mis manos, corazón...?
Venid, bebamos, porque tengo
miedo
de volver a eso... que llamáis razón.
¡Bebed,
amigos! La existencia es sueño,
y mentira de un sueño es la mujer,
de sus caricias al letal
beleño
soñemos la mentira del placer.
¡Bebed, amigos!
Si al vivir soñamos,
¿despertaremos al morir quizá...?
¿Qué será despertar...? Y
bien... ¡bebamos...!
¡Qué importa lo que traiga el más allá...!
Arde
mi frente -es un volcán- ¡me abraso!
¡Oh, si llegara de mi vida el fin...!
¡Dame un beso, mujer...!
¡Llenad mi vaso...!
¡Qué grato es el arrullo de un festín...!
Llena, Mercedes, la apurada copa;
bebamos... hasta el fin... así... vacía.
Y ahora... ¡desgarra la
importuna ropa,
desnuda el seno al beso de la orgía.
Mitiga de
esa lámpara, la llama,
porque quiere un crepúsculo el placer,
el misterio nupcial que
se derrama
del velo de la sombra en la mujer.
Destrenza tu
magnífico cabello
sobre la desnudez de tus hechizos;
¡cómo seducen en contraste
bello
tan blancos hombros y tan negros rizos!
¡Qué
bella estás, Mercedes! ¡Me sofoca
el vértigo letal de las delicias,
tus besos de mujer queman mi
boca,
la angustia del placer son tus caricias!
¡Mujer, mujer...! ¡Hay fiebre en tus abrazos,
fiebre en tus labios con furor impresos...
¡Hurra... la
orgía...! ¡El choque de los vasos
sea la música ardiente de los besos!
Basta...
pasó. Tu frenesí y el mío
apaga el tedio con su mano helada;
fantasma del placer, en el
hastío
escondes la vergüenza de tu nada.
Siempre en la
copa del placer el tedio,
siempre en la copa del amor el duelo;
para el alma ya enferma no
hay remedio,
para un maldito corazón no hay cielo.
Y en vano
el llanto con la pena crece...
¿De qué sirven las lágrimas mezquinas
si el recuerdo verdugo se
guarece
del roto corazón en las ruinas...?
¿De qué
sirve el amor, chispa que el cielo
prende en el alma y lo ilumina todo,
si en vez de alzarse se
rebaja el suelo
como reptil para arrastrarse en lodo?
Pasión
¡Háblame...! Que tu voz, eco del cielo,
sobre la tierra por doquier me siga...
Con tal de oír tu voz,
nada me importa
que el desdén en tu labio me maldiga.
¡Mírame...! Tus
miradas me quemaron,
y tengo sed de ese mirar, eterno...
Por ver tus ojos, que se
abrase mi alma,
de esa mirada en el celeste infierno...!
¡Ámame...! Nada
soy... pero tu diestra
sobre mi frente, pálida, un instante,
puede hacer del esclavo
arrodillado
el hombre-rey, de corazón gigante...
Tú
pasas... y la tierra voluptuosa
se estremece de amor bajo tus huellas,
se entibia el aire, se
perfuma el prado
y se inclinan a verte las estrellas.
Quisiera ser la sombra de
la noche
para verte dormir sola y tranquila,
y luego ser la aurora... y
despertarte
con un beso de luz en la pupila.
Soy tuyo, me posees... Un solo
átomo
no hay en mi ser que para ti no sea:
dentro mi corazón eres
latido,
y dentro mi cerebro, eres idea.
¡Oh! por mirar
tu frente pensativa
y pálido de amores, tu semblante;
por sentir el aliento de tu
boca
mi labio acariciar un solo instante;
por estrechar tus manos
virginales
sobre mi corazón, yo de rodillas,
y devorar con mis tremantes
besos
lágrimas de pasión en tus mejillas;
yo te diera... no sé... ¡no
tengo nada...!
el poeta es mendigo de la tierra
¡toda la sangre que en mis
venas arde!
¡todo lo grande que mi mente encierra!
Mas no
soy para ti... ¡Si entre tus brazos
la suerte loca me arrojara un día,
al terrible contacto de tus
labios
tal vez mi corazón... se rompería!
Nunca será... Para mi negra
vida
la inmensa dicha del amor no existe...
Sólo nací para llevar en
mi alma
todo lo que hay de tempestuoso y triste.
Y quisiera, morir...
¡pero en tus brazos,
con la embriaguez de la pasión más loca,
y que mi ardiente vida
se apagara
al soplo de los besos de tu boca!
Soñando
Anoche te soñaba, vida
mía,
estaba solo y triste en mi aposento,
escribía... no sé qué;
mas era algo
de ternura, de amor, de sentimiento.
Porque pensaba
en ti. Quizás buscaba
la palabra más fiel para decirte
la infinita
pasión con que te amaba.
De pronto, silenciosa,
una figura blanca y vaporosa
a mi lado
llegó... Sentí en mi cuello
posarse dulcemente
un brazo cariñoso,
y por mi frente
resbalar una trenza de cabello.
Sentí sobre mis
labios
el puro soplo de un aliento blando,
alcé mis ojos y
encontré los tuyos
que me estaban, dulcísimos, mirando.
Pero
estaban tan cerca que sentía
en yo no sé qué plácido desmayo
que
en la luz inefable de su rayo
entraba toda tu alma hasta la mía.
Después, largo, suave
y rumoroso apenas, en mi frente
un beso
melancólico imprimiste,
y con dulce sonrisa de tristeza
resbalando
tu mano en mi cabeza
en voz baja, muy baja, me dijiste:
-"Me
escribes y estás triste
porque me crees ausente, pobre amigo;
pero
¿no sabes ya que eternamente
aunque lejos esté, vivo contigo?"-
Y al despertar de tan hermoso sueño
sentí en mi corazón plácida
calma;
y me dijiste: es verdad... ¡eternamente!
¿cómo puede jamás
estar ausente
la que vive inmortal dentro del alma?
Tu cabellera
Déjame ver tus ojos de paloma
cerca, tan cerca que me mire en ellos;
déjame respirar el blando aroma
que esparcen destrenzados tus
cabellos.
Déjame así, sin voz ni pensamiento,
juntas las manos y a tus pies
de hinojos,
embriagarme, en el néctar de tu aliento,
abrasarme en
el fuego de tus ojos.
Pero te inclinas... La cascada entera
cae de tus rizos óndulos y
espesos.
¡Escóndeme en tu negra cabellera
y déjame morir bajo tus
besos!
Tu imagen
Tu imagen vino a visitarme en sueños;
sentí un aliento acariciar mi
frente,
y luego un labio trémulo y ardiente
que buscaba mi labio... y
desperté.
La sombra nada más, la triste sombra,
la muda soledad, la negra
calma
imagen de la noche de mi alma,
esto tan sólo al despertar hallé.
¡Ah! Si en la noche de
la triste ausencia
¡no me sonriera la esperanza hermosa
de que
en tu seno, virgen cariñosa,
el sueño de la dicha he de dormir;
yo me hundiera en mi lóbrega
tristeza
hasta llegar al seno de la muerte;
porque no puedo ya vivir sin
verte,
porque amar y estar lejos, es morir.
Pero, al
menos tú sabes que te amo
con un amor que la creación llenara,
con un amor que el Angel
envidiara
si no fueras un Angel tú también.
Si dueño fuera de la tierra
toda,
la tierra toda ante tus pies pusiera...
Si fuera Dios... ¡hasta
los cielos diera
por sólo un beso en tu divina sien...!
Mis
noches son para soñar tu imagen,
tu imagen es para encantar mi vida,
mi vida para ti, virgen
querida,
y tú para mi eterna adoración.
Tú, caricia, dulcísima del alma,
tú, beso de los cielos desprendido
y en medio de mis lágrimas
caído,
aquí, dentro mi mismo corazón.
¡Oh! ¡ven a mí!
Mi vida solitaria
se acaba, se consume en el hastío;
necesito de ti, dulce bien
mío,
necesito de ti para vivir.
Es tu sombra la luz de mi camino,
sin ti me siento el corazón ateo;
me estoy muriendo porque no te veo,
porque amar y estar lejos,
es morir.
¡Oh! si me amas también, si también lloras;
si,
a tu lado buscándome, suspiras;
si sientes este fuego que me inspiras,
alma de mi alma
enamorada, ¡ven!
ven a mi pecho, si en el tuyo, viva
ardiendo está de la pasión
la hoguera...
¡Oh! ¡ven a mí! mi corazón te espera,
que ardiendo está mi
corazón también.
Te veo en mi sueño... ¡Y en mi sueño, loco,
temblando el alma de pasión, te llamo!
y te grito... te grito... ¡que te amo!
¡que soy tu dueño, que tu
esclavo soy!
¡que instante tras instante de mi vida,
del corazón latido tras
latido,
para volar a ti se han desprendido,
y que sin vida, que sin alma
estoy!
Te llamo en sueños... y venir te siento...
el
ruido de tu paso: me estremece,
y mi frente, abrasada palidece
al eco, idolatrado de tu voz.
Y siento que te acercas... que tu aliento
ardiente y suave mi mejilla toca,
y que juntas tu boca con mi
boca...
¡Y despierto... con fiebre el corazón...!
¡Ven...! ¡y una dicha buscaré suprema
para pagarte la que tú me dieres,
inundaré tu vida de placeres,
incendiaré de amor tu corazón!
Y entonces, cuando loco, de tus
labios
bebiendo esté torrentes de delicias,
¡mátame, por piedad, con
tus caricias!
¡mátame entre tus brazos... de pasión!
Un beso nada más
Bésame con el beso de
tu boca,
cariñosa mitad del alma mía:
un solo beso el corazón invoca,
que la dicha de dos... me mataría.
¡Un beso nada más! Ya su perfume
en mi alma derramándose la
embriaga
y mi alma por tu beso se consume
y por mis labios
impaciente vaga.
¡Júntese con la tuya! Ya no puedo
lejos tenerla de tus labios
rojos...
¡Pronto... dame tus labios! ¡Tengo miedo
de ver tan cerca tus
divinos ojos!
Hay un cielo, mujer en tus abrazos,
siento de dicha el corazón opreso...
¡Oh! ¡Sosténme en la vida
de tus brazos
para que no me mates con tu beso!
Ven
¿Me visita tu espíritu,
amor mío?
Yo no lo sé; pero tu imagen bella
vino a mi lado, y en
el mundo vago
del sueño, anoche, deliré con ella.
Era Chapultepec, y la ancha sombra
del canoso Alruehuelt nos daba
abrigo,
la luna llena iluminaba el bosque y
estábamos, mi vida, sin testigo.
Tú sabes lo demás....El alma
mía
en su fiebre de amor feliz y loca,
a cada beso tuyo agonizaba
en el nido de amores de tu boca.
¡Oh, ven mi desposada! En el ramaje
el rayo de la luna
desfallece,
y amor, el mismo amor, tálamo blando
en las hojas
caídas nos ofrece.
Llegan allí, perdidos
en las brisas
que el bosque perfumadas atraviesan,
arrullos de
torcaces que se llaman,
suspiros de las hojas que se besan.
¡Oh, ven...! ¿Adónde
estás...? Envíame loca
en el aire que pasa tus caricias,
que yo en
el aire beberé tus besos
y mi alma embriagaré con tus delicias.
Ven a la gruta en que
el placer anida;
el viejo bosque temblará de amores,
suspirarán de
amor todas las brisas
Y morirán de amor todas las flores.
Apagará tus besos el
susurro
del aura que suspira en los follajes,
y arrullarán tu
sueño entre mis brazos
los himnos de los pájaros salvajes.
Y a la luz indecisa de
la luna
allá a lo lejos, y de ti celosa,
la antigua Diana, de los
viejos bosques
diosa caída, vagará medrosa.
La noche azul nos
brinda su misterio
y templo el bosque a nuestro amor ofrece:
mi
alma te busca, mi pasión te espera
y ebrio de amor mi corazón
fallece.
¡Oh, ven, mi seducción,
mi cariñosa!
ven a la gruta en que el placer anida,
que la dicha
no mata...y si me mata
tú con tus besos me darás la vida.