
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
"Todo se va de mí, se fuga de mi vida,
tú también te me vas y permanezco solo..."
"Dance at Bougival"
Pierre
Auguste Renoir
Reseña biografica
Poeta colombiano nacido en
Pamplona, Norte de Santander, en 1924.
Radicado desde temprana edad en
Bogotá, inició sus estudios de Derecho sin llegar a terminarlos, debido
a su profunda vocación literaria y a su inquietud viajera. Periodista,
cuentista, ensayista, dramaturgo, traductor
y fundamentalmente poeta, enriqueció su educación intelectual en sus
prolongadas estadías en el exterior.
El final de su peregrinaje por
Europa marcó un cambio que se percibió en su obra poética. La mejor parte
de su producción literaria fue la última, en 1959, cuando escribió textos
que se entrecruzaron con «El Libertino
y la Revolución» y «Amantes».
Falleció en un trágico accidente de
aviación, en 1962. ©
Amantes
Amantes II
Canícula
Canto XIII
De repente la música
El instante
El
regreso
Envío
Hecha polvo
La tierra que era mía
Momentos nocturnos
No pudo la muerte vencerme
Quiero
Quiero apenas
Se juntan desnudos
Sé que estoy vivo
Si mañana despierto
Siesta
¡Vengan cumplidas moscas!
Verano, uvas, río
Veré esa cara
Amantes
Somos como son los que se
aman.
Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos
desconocidos que se
estrechan a tientas,
cicatrices con que el rencoroso deseo
señala a
los que sin descanso se aman:
el tedio, la sospecha que invencible nos
ata
en su red, como en la falta dos dioses adúlteros.
Enamorados como
dos locos,
dos astros sanguinarios, dos dinastías
que hambrientas se
disputan un reino,
queremos ser justicia, nos acechamos feroces,
nos
engañamos, nos inferimos las viles injurias
con que el cielo afrenta a
los que se aman.
Sólo para que mil veces nos incendie
el abrazo que en
el mundo son los que se aman
mil veces morimos cada día.
Amantes II
Desnudos afrentamos el
cuerpo
como dos Angeles equivocados,
como dos soles rojos en un bosque
oscuro,
como dos vampiros al alzarse el día,
labios que buscan la joya
del instante entre dos muslos,
boca que busca la boca, estatuas erguidas
que en la piedra inventan el beso
sólo para que un relámpago de sangres
juntas
cruce la invencible muerte que nos llama.
De pie como perezosos
árboles en el estío,
sentados como dioses ebrios
para que me abrasen
en el polvo tus dos astros,
tendidos como guerreros de dos patrias que el
alba separa,
en tu cuerpo soy el incendio del ser.
Canícula
El sol abrasa toda
vida. No mueve el viento
un árbol. Fuera del tiempo
está el fasto del
día.
La canícula absorbe
las horas, los colores,
el silencio.
De repente óyese una gota
de agua, y otra,
y otra más, en la tarde.
Es la música.
Canto XIII
La dulce tolvanera del
silencioso otoño
va anegando tu imagen en su vaga humareda,
encendiendo en el tiempo la hoguera del olvido
para borrar la última
ceniza de la ausencia.
Nadie sabrá que vivo para
ti, que defiendo
contra las llamas trémulas tu desnudo recuerdo,
que
lucho en el otoño de vientos desolados
y en sus ondas sombrías te
reclaman mis sueños.
Nadie sabrá que fuiste mía
bajo el otoño
de estrellas delirantes y crepúsculos vagos,
que
llenaste mis labios con tu fuego de siempre,
que cayó mi tristeza sobre
ti como un canto.
Porque nada resiste la
invasión del olvido
cuando llega a mi alma su humareda de otoño.
Todo
se va de mí, se fuga de mi vida,
tú también te me vas y permanezco solo.
De repente la música
La pura luz que pasa
por
la calle desierta.
Nada humano
bajo el cielo abolido.
La blancura
absoluta
de la ciudad confunde
la muerte y el sigilo.
De repente la música,
la
sombra de los amantes en el agua.
El instante
Ardió el día como una rosa.
Y el pájaro de la luna huyó
cantando. Nos miramos desnudos.
Y el sol
levantó su árbol rojo
en el valle. Junto al río,
dos cuerpos bellos,
siempre
jóvenes. Nos reconocimos.
Habíamos muerto y despertábamos
del tiempo. Nos miramos de nuevo,
con reparo. Y volvió la noche
a
cubrir los memoriosos.
El regreso
El regreso para morir es grande.
(Lo dijo con su aventura el rey de
Itaca.)
Mas amo el sol de mi patria,
el venado rojo que corre por los
cerro,
y las nobles voces de la tarde que fueron
mi familia.
Mejor
morir sin que nadie
lamente glorias matinales, lejos
del verano
querido donde conocí dioses.
Todo para que mi imagen pasada
sea la
última fábula de la casa.
Envío
No he podido olvidarte. He
conseguido
que este inútil desorden de mis días
solitarios, concluya
en las porfías
de un corazón que da cada latido
a tu memoria. En tu mundo
abolido,
he luchado por ti contra las pías
obras de Dios. Cuanto ayer
le exigías
será invención del hombre que ha nacido.
Tantas razones tuve para
amarte
que en el rigor oscuro de perderte
quise que le sirviera todo
el arte
a tu solo esplendor y así
envolverte
en fábulas y hallarte y recobrarte
en la larga paciencia de
la muerte.
Hecha polvo
Tanto te amé ese día que la
muerte
voló por la ciudad como mil soles,
abeja de mi duelo
en el
definitivo verano que te llama.
Fui descubriendo un astro en tu desnudo
tras de mis pasos ciegos por tu sombra,
presente, ocio feroz, donde toda
la sangre
al hombre exige lo que para el cielo es imposible.
El mundo,
espejo de mi mano iba
como una joya opaca por tus ojos,
te miraba
mirar rostros, reinos, memoria
súbita, nube que como una desdicha
pasa
por la carne de donde me retiro
desterrado a la ajena imagen que te
asalta.
Te fui quitando abrazos, conquistas, el peso
de una dinastía
que ahora habita la noche.
Yo te hice habitar en las estrellas.
A ti,
arrogancia, cuerpo impenetrable,
la pena de todos vencedora te ha
penetrado.
La tierra que era mía
Únicamente por reunirse con
Sofía Kühn,
amante de trece años, Novalis creyó en el otro mundo;
mas
yo creo en soles, nieves, árboles,
en la mariposa blanca sobre una rosa
roja,
en la hierba que ondula y en el día que muere,
porque solo aquí
como un don fugaz puedo abrazarte,
al fin como un dios crearme en tus
pupilas,
porque te pierdo, con la tierra que era mía.
Momentos nocturnos
Miré el tiempo y conocí la
noche.
Mi mente puso incendios en la nada.
Fueron soles, miríadas, que
llenaban
el cielo. Todo era cielo.
Tuve todo, menos dioses en
impasible
felicidad. Viví con embeleso
en el radiante concierto de los
mundos.
De astro en astro, hasta el
infinito
pudieron ojos mortales
medir al fin la pequeñez humana.
De
galaxia en galaxia, iba el alma
tras la vista, hacia firmamentos
en
donde nada medra ni concluye.
Cantó en el cielo el azul
de la noche
y el ruiseñor huyó al umbral del tiempo.
Los cerros
llamaron con música de vuelo
a las estrellas. Pasó un ciervo blanco
por el sigilo húmedo del bosque,
y en la sombra despertó tu desnudo.
la tierra fue de nuevo mi deseo.
No pudo la muerte vencerme...
No pudo la muerte vencerme.
Batallé y viví. El cuerpo
infatigable contra el alma,
al blanco
vuelo del día.
En las ruinas de Troya escribí:
«Todo es muerte o amor»,
y
desde entonces no tuve
descanso. Dije en Roma:
«No hay dioses, sólo tiempo»,
y
desde entonces no tuve
redención. Callé en España,
pues la voz de la ira desafiaba
al
olvido con mis tuétanos,
mis humores, mi sangre; y
desde entonces no ha cesado
el
incendio.
De reposo
le sirva tierra extranjera
al héroe. Cante fresca
hierba
como abeja del polvo por sus
párpados. Yo no me rindo:
quiero
vivir cada día en
guerra, como si fuera el último.
Mi corazón batalla contra el
mar.
Quiero
Quiero vivir los nombres
Que el incendio del mundo ha dado
Al
cuerpo que los mortales se disputan:
Roca, joya del ser, memoria, fasto.
Quiero tocar las palabras
Con que en vano intenté hurtarte
Al duelo de
cada día,
Estela donde habitaban los dioses,
Hoy lisa, espacio para el
gesto imposible
Que en el mármol fije el alma que nos falta.
No quiero
morir sin antes
Haberte impuesto como una ciudad entre los hombres,
Quiero que seas ante la muerte
El único poema que se escriba en la
tierra.
Quiero apenas
Presto cesó la nieve, como
música.
Pájaros y verdes cruzan por el frío.
Vas a morir, me dicen. Tu
enfermedad
es incurable. Sólo puede salvarte
el milagro que niegas.
Mas quiero apenas
arder como un sol rojo en tu cuerpo blanco.
Se juntan desnudos
Dos cuerpos que se juntan
desnudos
solos en la ciudad donde habitan los astros
inventan sin
reposo el deseo.
No se ven cuando se aman, bellos
o atroces arden como
dos mundos
que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.
Sólo en la
palabra, luna inútil, miramos
cómo nuestros cuerpos son cuando se
abrazan,
se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan,
estrellas enemigas, imperios que se afrentan.
Se acarician efímeros entre
mil soles
que se despedazan, se besan hasta el fondo,
saltan como dos
delfines blancos en el día,
pasan como un solo incendio por la noche.
Sé que estoy vivo en este bello día...
Sé que estoy vivo en este
bello día
acostado contigo. Es el verano.
Acaloradas frutas en tu mano
vierten su espeso olor al mediodía.
Antes de aquí tendernos, no
existía
este mundo radiante. ¡Nunca en vano
al deseo arrancamos el
humano
amor que a las estrellas desafía!
Hacia el azul del mar corro
desnudo.
Vuelvo a ti como al sol y en ti me anudo,
nazco en el
esplendor de conocerte.
Siento el sudor ligero de
la siesta.
Bebemos vino rojo. Esta es la fiesta
en que más recordamos
a la muerte.
Si mañana despierto
De súbito respira uno mejor y el aire de la primavera
llega al fondo. Mas sólo ha sido un plazo
que el sufrimiento concede
para que digamos la palabra.
He ganado un día, he tenido el tiempo
en mi boca como un vino.
Suelo buscarme
en la ciudad que pasa como un barco de locos por la
noche.
Sólo encuentro un rostro: hombre viejo y sin dientes
a quien la
dinastía, el poder, la riqueza, el genio,
todo le han dado al cabo, salvo la muerte.
Es un enemigo más
temible que Dios,
el sueño que puedo ser si mañana despierto
y sé que vivo.
Mas de
súbito el alba
me cae entre las manos como una naranja roja.
Siesta
"Voy por tu cuerpo como por el mundo".
Octavio Paz
Es la siesta feliz entre
los árboles,
traspasa el sol las hojas, todo arde,
el tiempo corre
entre la luz y el cielo
como un furtivo dios deja las cosas.
El
mediodía fluye en tu desnudo
como el soplo de estío por el aire.
En
tus senos trepidan los veranos.
Sientes pasar la tierra por tu cuerpo
como cruza una estrella el firmamento.
El mar vuela a lo lejos como un
pájaro.
Sobre el polvo invencible en que has dormido
esta sombra
ligera marca el peso
de un abrazo solar contra el destino.
Somos dos
en lo alto de una vida.
Somos uno en lo alto del instante.
Tu cuerpo
es una luna impenetrable
que el esplendor destruye en esta hora.
cuando abro tu carne hiero al tiempo,
cubro con mi aflicción la dinastía,
basta mi voz para borrar los dioses,
me hundo en ti para enfrentar la
muerte.
El mediodía es vasto como el mundo.
Canta el cuerpo en la luz,
la tierra canta,
danza en el sol de todos los colores,
cada sabor es
único en mi lengua.
Soy un súbito amor por cada cosa.
Miro, palpo sin
fin, cada sentido
es un espejo breve en la delicia.
Te miro envuelta
en un sudor espeso.
Bebemos vino rojo. Las naranjas
dejan su agudo
olor entre tus labios.
Son los grandes calores del verano.
El fugitivo
sol busca tus plantas,
el mundo huye por el firmamento,
llenamos esta
nada con las nubes,
hemos hurtado al ser cada momento,
te desnudé a la
par con nuestro duelo.
Sé que voy a morir. Termina el día.
¡Vengan cumplidas moscas!
Cuántas veces de niño te vi
cruzar por mi alcoba de puntillas.
Enhebrabas tu aguja con manos
más ligeras que los días.
Luego te olvidé. No es poca cosa
vivir. El mundo es bello y el deseo
vasto. (Que lo diga Ulises,
cuando nada en el mar y come uvas
después
de la batalla). Mas cada
año acortabas el hilo, zurcidora
aplicada.
Como una madre
o Penélope siempre lozana me has
guardado fidelidad.
¡La única!
Empollabas la herencia con tus
mimos. Solícita, cuidabas huesos,
dientes, toda la ruin materia
que te ceba.
¿Vale más el alma?
No encontraste nada en la mía
que e hiciera rey.
Quedaba poco
cuando destapaste el pudridero.
¡Vengan cumplidas moscas!
Hoy te pago
el ansia con que viví cada momento.
Verano, uvas, río
El tiempo pasa por el río
tan dulcemente como fluye
el agua. Lleva al
nadador
adolescente, enjuto, rojo,
que bajo el sol de los venados
come uvas. Las más doradas
avispas del día lo aturden
con zumbidos,
destellos, brisas
rápidas. Cuando siente un aire
de luna, aléjase
silbando
por la orilla.
Se reconoce
el extranjero en ese instante
de demorada luz y fresca
sombra y vaho entre las frutas.
Mas ya nada es suyo. verano,
uvas,
río, todo concluye
con la noche que envuelve y borra
la juvenil cabeza
rubia.
Por la ciudad natal en fiesta
desconocid0 cruza el hombre.
Veré esa cara
Voy a vivir contigo y contra ti.
Roma en llamas, la casa de los dos
tiene un cuarto vacío. Nuestro Dios
ha partido. Todo cuanto le di
me comenzó a pesar: mi baladí
fervor de adolescente. Grité: Nos
reclama cada ser; o: Todos los
Hombres son nuestros hermanos. ¡Mentí!
Ahora sé que renegué del cielo
por nada. Inane César, porto el duelo
de un mundo sin amor ni paz ni fe.
Eres cuanto me queda: la postrera
mirada fiel. ¡El terror persevera,
Cara! Cuando me abraces, te veré.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...