"...Soy yo quien
imagina alma en tu alma,
la invento con mirar, rozo tu sueño y eres toda
la que ni tú ni yo sabemos que eres..."
"Las tres esfinges de Bikini 1947"
Salvador Dalí
Reseña biografica
Poeta, ensayista y
traductor español nacido en Málaga en 1965.
Doctor en Teoría de la Literatura, es un gran exponente de la poesia
española contemporánea.
Obtuvo en 1989 el Premio Hiperión por su libro "La noche junto
al álbum", y en 2011 el Premio Internacional de poesia
Loewe en su edición XXIV por su libro "Canción en blanco",
compuesto por un canto al amor, la muerte y el paso del tiempo.
Su obra ha aparecido en diversas Antologias como La nueva poesia, La
lógica de Orfeo, 10 menos 30, poesia española
reciente, La generación de los 80 y Cambio de siglo.
Es autor, además, de "Intemperie" en 1995, "Para lo que no
existe" en 1999, por el que fue finalista del Premio Nacional de
poesia, "Caída" en 2002 y "El río de agua" en 2005. Como
ensayista ha publicado poesia sin estatua y Ser y no ser en
poética en el año 2005. Ha traducido, entre otros, libros de Philip
Larkin, Wystan Hugh Auden, Margaret Atwood,
Rudyard Kipling y Kenneth White.
©
Abril
Caída (Canto 2)
Caída (Canto 5)
El amanecer
El río del agua
(fragmento)
Galeones
Ícaro
Las puertas
Muerte
habitada
Palabras
Regreso
Vamos
Abril
Abril, la ceremonia de las hojas
que sólo puede hablarse con la canción en blanco,
la consecuencia de lo inconsecuente
a trozos que se unen al decirlos
lo mismo que las rayas del paseo
se vuelven línea entera en la velocidad.
Las cosas son seguidas sólo en función del tiempo.
Nada enlaza al instante con su aroma.
El día por ejemplo, el día es qué,
pero de pronto es un azul tranquilo
para decirnos el secreto breve
de ser gente que vive y hace planes,
que plancha el día en la camisa húmeda
y pulveriza el agua contra el rostro.
Mañana no estaré ya en este día
que el aire desmenuza en los tejados
tendidos al poniente
y al cabeceo largo de las olas
en las que suena el respirar del mundo
igual que nadie
habrá vivido un día exacto al anterior.
Abril que nos descansa de haber gastado el tiempo.
Mañana no seremos ya los mismos,
mañana no será esto lo que mire,
aire blando de abril para silbarlo,
para decir el día con palabras
y que sean felices de ser respiración de la memoria
y por debajo de los hechos nítidos,
entregados al fuego de la continuidad y de lo útil,
esa precisa combustión de nada
en busca siempre de algo que se quema también para ser algo,
como el tiempo, tú y yo,
lo que arde exacto en fuegos inexactos,
saber y no saber y ver las olas
Extraído de la
Antologia "La lógica de Orfeo"
Visor libros 2003
Caída (Canto 2)
Poder amanecer.
Miro los ojos que entrecierra el gato,
lentos, celeste antiguo; gato egipcio
que se fue al más allá junto a su dueño
y se pasea por los contenedores
con la perplejidad y la cautela
de saberse en un mundo sin pirámides.
La paz viene de lejos; pienso en ella
cuando suena la luz de la mañana
que confía en sí misma y en nosotros.
En la arena, palomas, barrenderos
y alguien que busca objetos de metal.
Ninguno opera sobre la mañana:
migas de ayer encuentran las palomas,
los barrenderos barren ese ayer,
el detector, como un perro magnético,
rastrea el casual brillo de la víspera.
Vivir no tiene un brillo de pulsera,
pero es también casual y se abandona.
¿Quién encuentra la vida que gastamos?
Volverá bajo forma indetectable.
Yo he bajado a mirar si estaba el día.
Si el aire aleteaba tras la muerte,
cambiante en un abrirse de postigos.
Si reclama otra luz refugio en ésta.
He bajado a mirar si el mar estaba,
si sortea la espuma su pavor
de vuelta de las islas abolidas.
Y susurra memoria de naufragio,
pero a los pies expande su insistencia.
Ve el derrumbe y se calla la mañana.
La mañana se torna ascuas de nieve.
Sólo entrega esta mano arena al aire,
pero es un trozo de aire hacia más aire
que gira por la cáscara del mundo
y sopla en las heridas que no acaban:
la muerte que habitó ventanas vivas
a las que ir en charla de ascensor.
Si pienso cómo el vértigo se arroja
y cae sin final, el día frena.
El desamor nos ata y los recuerdos
se duermen en el sueño de las cajas.
De "Caída"
Pre-Textos 2002
Caída (Canto 5)
Las ráfagas de luz
desfibran noche
dueña de su estación, dueña de mí
que miro en la ventana un cielo opaco,
su gravidez, la prisa del invierno
por ser él, tan de golpe, con cansancio
de sol plomo, de sol piedra de nube.
Aspiro el absoluto de estar vivo
y le hago sitio al aire de este mundo
en los pulmones y en el corazón.
Quién cuida el vino leve del vivir
y las horas sin hora de la gracia.
La llamo plenitud, la llamo mar,
o la llamo sosiego y entusiasmo
cantado sin motivo y con motivo;
euforia de decir lo que se dice.
Pero también sustancia entre dos ánimos,
y contundencia de no estar y estar
en el aroma de lo que contemplo:
un mundo matinal, sereno y frío.
Ignoro el pasadizo hacia la huida.
Nos queda el sol. Que roza nuestra piel
y que resiste cuando no resistes.
Y los colores hechos compañía,
y la amistad que suena como un río.
Será posible estar, abrir el mundo,
darle ciudadanía a su misterio
por el que cruzan bajas las gaviotas
en un acuerdo natural y único
entre ser y habitar; ser y ser más.
Quien desaloja fe cifra su estancia
en algún modo de insistir erróneo,
capaz de acomodarse a las arterias,
a una fraternidad confusa o sometida
al mar que ayuda a ser. Respiro tiempo
como si la quietud se desplegase.
Dejará de doler y será dulce.
De "Caída"
Pre-Textos 2002
El
amanecer
Dormida,
en tu cansancio sólo hay cuerpo,
la materialidad del día grávido.
Soy yo quien imagina alma en tu alma,
la invento con mirar,
rozo tu sueño y eres toda
la que ni tú ni yo sabemos que eres.
Amanece lo exacto sin nosotros,
que nos quedamos fuera de su peso,
temblor de sol en la ventana.
Esta penumbra nos inhibe
de brusca realidad,
aunque amanezca.
Alma es dejar de ser
en algo
y amanece.
De "Para lo que no
existe"
Valencia, Pre-Textos, 1999
El río del agua
(fragmento)
Uno lejos del otro, ven
el río.
Los hechos se reavivan, senda de agua,
al heredar el río que es destello
del tiempo de vivir.
¿No lo recorre,
no salva realidad como pedazos
de limpia minería?
Cuando quiero saber dónde se unen
lo que nos hunde y lo que nos eleva;
miro nocturnamente fluir el río,
rotundidad que toca un ritmo leve
de ráfagas oscuras, de mesura,
de vida caudalosa y contenida.
Se marcha siempre el río hacia la luz.
Da miedo regresar al asidero
que un día nos salvó, continuidad
que tizna de dolor aún las manos.
El río brilla indemne en sí, futuro,
agua arrugada, inútil, que deshoja la presa
porque ha llovido más
de lo que necesitan las ciudades
y es música que suena a controlada
demolición del tiempo, del espacio
para que lo distante pueda unirse
y no estemos en un solo lugar.
Música intacta,
oscura entre la luz de medianoche,
voz de mujer, melena por la risa
o tiempo a escala; ríe una mujer
como una soledad de isla visible
en vuelo, isla ciudad con un preludio
de herrajes sobre el verde del solar
donde el balón se pierde ante unos niños
y al fondo la ciudad de luz de almíbar,
el murmullo flotante en la estación,
el esquema de árboles enjutos
del parque denso desde el pie del puente
y luego poco a poco masa ocre,
un punto desde el cuarto
donde la gabardina cae mojada
y se enciende una música o reenciende
la misma imaginada al elegirla:
metal de oscuridad, tensión del aire,
más viva contra el cielo en esa altura
donde sentir la redondez del mundo.
Parece que descansan las estrellas.
Escucho el disco y miro la ciudad.
La luz estaba quieta y se ha marchado
y se adentra la música en la noche
como si nunca hubiera que morir. [...]
De "El río de agua"
Pre-Textos 2005
Galeones
Tesoro de un naufragio
es el naufragio mismo,
su memoria callada y encallada,
su silencio abisal y su misterio
transitado despacio por los peces.
Se naufraga para algo.
Lo que ahí abajo late sin latir
es el haber perdido
flotación en la historia y ser sustancia
de la que el tiempo se alimenta.
Los siglos no andan solos,
comen derrotas,
trizas de pabellones,
afanes que navegan y que un día se hunden.
Cuando el mar le hace sitio al barco,
la memoria no es sólo
astillería húmeda que pasa del abismo
a la mañana del museo.
Es también galeones que yacen en lo oscuro.
La luz le duele un poco
al fragmento de barco que vuelve con poleas y derramando olvido.
El tiempo se despieza y es algo más que piezas.
No es ajuar en vitrinas y es temblor.
Es vida oscura o luminosa.
O algo intermedio,
que tal vez sea el espíritu y que escapa
mientras secamos piezas con un rótulo al lado,
como piratas de nosotros mismos.
De "Para lo que no
existe"
Valencia, Pre-Textos, 1999
Ícaro
La meta es como un túnel, se nutre de tiniebla.
Lo propio de las alas es quemarse
cinco minutos antes de llegar hasta el sol.
Toda meta es un túnel que te absorbe,
es una oscuridad que se alimenta
de tu propia sustancia y de tu olvido
y ese modo de muerte que es el conseguir.
Cuando uno logra un fin se queda triste.
La meta se lo traga.
Mejor ser el mejor sin beso de champán, sin aureola.
Y el sueño se ha quemado en su inminencia,
como sabiendo que vencer es chusco.
Tus sueños se han quemado de pura lucidez.
De "Para lo que no
existe"
Valencia, Pre-Textos, 1999
Las
puertas
Me vence la manera
que dos misterios tienen de mostrarse
mutuamente, sin descubrirse,
como se miran entre sí las cosas
cerradas, las dos puertas
que en un pasillo enfrenta el arquitecto:
una tensión con límite en lo blanco
y es la orilla entre dos aconteceres.
La noche y estás tú
tras tu silencio y en tus ojos
como se está en los hechos,
presencia pura: el pasado
nos labra frente al otro sin querer,
y decir un pasado es excesivo.
Demasiada conciencia se acumula,
nos desborda, no somos con justeza.
Se llena de exterior un interior.
La penumbra de anhelo del que quiere.
De "Para lo que no
existe"
Valencia, Pre-Textos, 1999
Muerte habitada
Tan raro este derecho
a habitar en la muerte del amigo,
si lo definitivo de la muerte
es lo que queda cuando ya se ha ido.
Un orden superior es la alegría.
Cómo desplaza el llanto al pensamiento
y qué secreto nos confía la lágrima:
con sólo verla estás en el secreto.
Todo lo que alguien logra permanece.
Puede que nos parezca innecesaria
la luz extensa de este amanecer.
En la bondad no se producen bajas.
Ausente es el que llora, no el ausente.
Ausente somos todos
cuando sospecho que morir consiste
en repartir tu espíritu entre otros.
O hacemos el esfuerzo
mientras alguien nos deja en pleno azul.
De "Para lo que no
existe"
Valencia, Pre-Textos, 1999
Palabras
Para Lourdes Alda y Sebastián Navas
Yo sigo el rastro de la tinta oscura
para encontrar palabras que sean lo que son y al mismo tiempo
lo que no pueden ser, lo que transita.
Las horas que gastamos en pensar;
la exactitud de lo que no es exacto;
el margen de equilibrio que evita que los dedos del presente nos
mancillen.
La sensación de estar donde no estamos
y también la contraria:
no ser jamás del todo lo que somos.
Materia y consistencia y transparencia:
como una fina lámina de mármol
deja pasar la luz
De "Para lo que no
existe"
Valencia, Pre-Textos, 1999
Regreso
Tocar un cuarzo ahumado, vítreo y negro,
como quien busca en su naturaleza indiferente
la reconciliación entre hombre y mundo.
Aprendemos a ser lo que ya somos,
y este trozo de piedra es un regreso.
La piedra, en su secreto, es armonía,
memoria silenciosa del planeta,
regalo de una luz que se ha hecho sólida.
Cuánta vida en lo inerte de este cuarzo
que es cristalización de los milenios.
El tacto es humildad.
Los dedos no conocen: reconocen;
comprueban un origen, se aseguran
de ser tan realidad como la roca.
Cuando los dedos rozan los sillares
en una catedral de umbría y siglos,
rozas casi al descuido los orígenes,
comulgas más que otros que comulgan.
Aquel niño buscaba con su cara
el frío intemporal del mármol frío.
Pegada su mejilla a la columna,
parecía escuchar en la pared
no el rumor que hay tras ella, sino a ella.
Sobre la mesa, el cuarzo, luz oscura,
su noticia que llega con retraso.
¿Cuántos siglos tendrá, tan silencioso,
tan delante de mí, tan en sí mismo?
Aprendo a ser lo que de hecho soy,
fugaz parte del mundo,
viendo el cuarzo.
Esta piedra secreta, antigua y súbita,
este trozo de mundo en la mañana.
De "Para lo que no
existe"
Valencia, Pre-Textos, 1999
Vamos
Bueno, en el
fondo sí
me gusta la poesia:
están las horas llenas de sí mismas
y son para los dos
y llorar de alegría es no llorar
y está todo el camino.
Ebrios de luz
se apoyan en el otro
porque no saben que tampoco puede,
sólo que sí que pueden porque van,
ya ves cómo sí vamos y nunca vi tan dentro
lo que se llama amor
que tengas buenos días a mi lado
(Litoral, N°
225-226, mayo de 2000)