
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
"Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario..."
"At the stock exchange"
Edgar Degas
Reseña biografica
Poeta
español nacido en Barcelona en 1929, en el seno de una familia de la alta
burguesía.
Inició sus estudios de Derecho en Barcelona y los continuó en
Salamanca, por cuya universidad se licenció.
Su
poesia, de tono elegíaco, enlaza con la de Vallejo, Antonio Machado y
con el delicado erotismo de Cernuda.
Aunque su obra no es muy extensa, es una de las que más influencia ha
ejercido en las generaciones recientes.
Su primer libro, «Según
sentencia del tiempo», se publicó en 1953, seguida de «Compañeros de
viaje» en1959,
«En favor de Venus» en 1965, «Moralidades» en1966, «Poemas póstumos»
en1968, «Las personas del verbo» en 1975
y 1982, donde recoge su poesia hasta esas fechas. Escribió agudos
ensayos literarios, y después de su muerte se editó
un diario suyo, «Retrato del artista».
Murió en Barcelona en 1990. ©
A una dama muy joven, separada
Albada
Amistad a lo largo
Amor más poderoso que la
vida
«Barcelona
ja no es bona»
Canción de aniversario
Contra Jaime Gil de Biedma
Conversación
De aquí a la eternidad
Elegía y recuerdo de
la canción francesa
¿Fue posible que yo no te supiera?
Happy Ending
Himno a la juventud
Idilio en el café
Las afueras
Loca
Mañana de ayer, de hoy
No volveré a ser joven
Noches del mes de junio
Nos reciben las calles
conocidas
Nostalgie de la boue
Pandémica y celeste
Peeping tom
Píos deseos para empezar el
año
Ruinas del Tercer Reich
Vals de aniversario
Volver
A una dama muy joven, separada
En un año que has estado
casada, pechos hermosos,
amargas
encontraste
las flores del matrimonio.
Y una buena mañana
la dulce libertad
elegiste impaciente,
como un escolar.
Hoy vestida de corsario
en los bares se te ve
con seis amantes
por banda
-Isabel, niña Isabel-,
sobre un taburete erguida,
radiante, despeinada
por un viento
sólo tuyo,
presidiendo la farra.
De quién, al fin de una noche,
no te habrás enamorado
por
quererte enamorar!
Y todo me lo han contado.
¿No has aprendido, inocente,
que en tercera persona
los bellos
sentimientos
son historias peligrosas?
Que la sinceridad
con que te has entregado
no la comprenden
ellos,
niña Isabel. Ten cuidado.
Porque estamos en España.
Porque son uno y lo mismo
los memos
de tus amantes,
el bestia de tu marido.
Albada
Despiértate. La cama está más fría
y las sábanas sucias en el suelo.
Por los montantes de la galería
llega el amanecer,
con su color de abrigo de entretiempo
y liga de mujer.
Despiértate pensando vagamente
que el portero
de noche os ha llamado.
Y escucha en el silencio: sucediéndose
hacia lo lejos, se oyen enronquecer
los tranvías que llevan al
trabajo.
Es el amanecer.
Irán amontonándose las flores
cortadas, en los
puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones-
desde
los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la
cama
después de amanecer.
Acuérdate del cuarto en que has dormido.
Entierra la cabeza en las almohadas,
sintiendo aún la irritación y el
frío
que da el amanecer
junto al cuerpo que tanto nos gustaba
en la noche de ayer,
y piensa en que debieses levantarte.
Piensa en la casa todavía oscura
donde entrarás para cambiar de
traje,
y en la oficina, con sueño que vencer,
y en muchas otras
cosas que se anuncian
desde el amanecer.
Aunque a tu lado escuches el susurro
de
otra respiración. Aunque tú busques
el poco de calor entre sus muslos
medio dormido, que empieza a estremecer.
Aunque el amor no deje de
ser dulce
hecho al amanecer.
-Junto al cuerpo que anoche me gustaba
tanto desnudo, déjame que encienda
la luz para besarte cara a cara,
en el amanecer.
Porque conozco el día que me espera,
y no por el placer.
Amistad a lo largo
Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego
hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
Mirad:
somos nosotros.
Un destino condujo diestramente
las
horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.
Ahora sí. Pueden alzarse
las
gentiles palabras
-ésas que ya no dicen cosas-,
flotar ligeramente
sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo,
sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos
plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa,
el campo, la distancia.
Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que
estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo
sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay
paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los
otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y
en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el
dolor es tierno.
Ay el tiempo! Ya todo se comprende.
Amor más poderoso que la vida
La misma calidad que el sol de tu país,
saliendo entre las
nubes:
alegre y delicado matiz en unas hojas,
fulgor de un cristal,
modulación
del apagado brillo de la lluvia.
La misma calidad que tu
ciudad,
tu ciudad de cristal innumerable
idéntica y distinta, cambiada
por el tiempo:
calles que desconozco y plaza antigua
de pájaros poblada,
la
plaza en que una noche nos besamos.
La misma calidad que tu expresión,
al cabo de los años,
esta noche al mirarme:
la misma calidad que tu expresión
y la expresión herida de tus
labios.
Amor que tiene calidad de vida,
amor sin exigencias de
futuro,
presente del pasado,
amor más poderoso que la vida:
perdido
y encontrado.
Encontrado, perdido...
«Barcelona ja no es bona»
o mi paseo solitario en primavera
A Fabián Estapé
Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo! representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.
Rodrigo Caro
En los meses de aquella primavera
pasaron por aquí seguramente
más de una vez.
Entonces, los dos eran muy jóvenes
y tenían el Chrysler amarillo y negro.
Los imagino al mediodía, por la avenida de los tilos,
la capota del coche salpicada de sol,
o quizá en Miramar, llegando a los jardines,
mientras que sobre el fondo del puerto y la ciudad
se mecen las sombrillas del restaurante al aire libre,
y las conversaciones, y la música,
fundiéndose al rumor de los neumáticos
sobre la grava del paseo.
Sólo por un instante
se destacan los dos a pleno sol
con los trajes que he visto en las fotografías:
él examina un coche muchísimo más caro
-un Duesemberg sport con doble parabrisas,
bello como una máquina de guerra-
y ella se vuelve a mí, quizá esperándome,
y el vaivén de las rosas de la pérgola
parpadea en la sombra
de sus pacientes ojos de embarazada.
Era en el año de la Exposición.
Así yo estuve aquí
dentro del vientre de mi madre,
y es verdad que algo oscuro, que algo anterior me trae
por estos sitios destartalados.
Más aún que los árboles y la naturaleza
o que el susurro del agua corriente
furtiva, reflejándose en las hojas
-y eso que ya a mis años
se empieza a agradecer la primavera-,
yo busco en mis paseos los tristes edificios,
las estatuas manchadas con lápiz de labios,
los rincones del parque pasados de moda
en donde, por la noche, se hacen el amor...
Y a la nostalgia de una edad feliz
y de dinero fácil, tal como la contaban,
se mezcla un sentimiento bien distinto
que aprendí de mayor,
este resentimiento
contra la clase en que nací,
y que se complace también al ver mordida,
ensuciada la feria de sus vanidades
por el tiempo y las manos del resto de los hombres.
Oh mundo de mi infancia, cuya mitología
se asocia -bien lo veo-
con el capitalismo de empresa familiar!
Era ya un poco tarde
incluso en Cataluña, pero la pax burguesa
reinaba en los hogares y en las fábricas,
sobre todo en las fábricas - Rusia estaba muy lejos
y muy lejos Detroit.
Algo de aquel momento queda en estos palacios
y en estas perspectivas desiertas bajo el sol,
cuyo destino ya nadie recuerda.
Todo fue una ilusión, envejecida
como la maquinaria de sus fábricas,
o como la casa en Sitges, o en Caldetas,
heredada también por el hijo mayor.
Sólo montaña arriba, cerca ya del castillo,
de sus fosos quemados por los fusilamientos,
dan señales de vida los murcianos.
Y yo subo despacio por las escalinatas
sintiéndome observado, tropezando en las piedras
en donde las higueras agarran sus raíces,
mientras oigo a estos chavas nacidos en el Sur
hablarse en catalán, y pienso, a un mismo tiempo,
en mi pasado y en su porvenir.
Sean ellos sin más preparación
que su instinto de vida
más fuertes al final que el patrón que les paga
y que el salta-taulells que les desprecia:
que la ciudad les pertenezca un día.
Como les pertenece esta montaña,
este despedazado anfiteatro
de las nostalgias de una burguesía.
Canción de aniversario
Porque son ya seis años desde entonces,
porque no hay en la tierra,
todavía,
nada que sea tan dulce como una habitación
para dos, si
es tuya y mía;
porque hasta el tiempo, ese pariente pobre
que
conoció mejores días,
parece hoy partidario de la felicidad,
cantemos, alegría!
Y luego levantémonos más tarde,
como domingo. Que la mañana plena
se nos vaya en hacer otra vez el amor,
pero mejor: de otra manera
que la noche no puede imaginarse,
mientras el cuarto se nos puebla
de sol y vecindad tranquila, igual que el tiempo,
y de historia
serena.
El eco de los días de placer,
el deseo, la música acordada
dentro del corazón, y que yo he puesto apenas
en mis poemas, por
romantica;
todo el perfume, todo el pasado infiel,
lo que fue
dulce y da nostalgia,
¿no ves cómo se sume en la realidad que
entonces
soñabas y soñaba?
La realidad -no demasiado hermosa-
con sus inconvenientes de ser
dos,
sus vergonzosas noches de amor sin deseo
y de deseo sin amor,
que ni en seis siglos de dormir a solas
las pagaríamos. Y con
sus
transiciones vagas, de la traición al tedio,
del tedio a la traición.
La vida no es un sueño, tú ya sabes
que tenemos tendencia a
olvidarlo.
Pero un poco de sueño, no más, un si es no es
por esta
vez, callándonos
el resto de la historia, y un instante
-mientras
que tú y yo nos deseamos
feliz y larga vida en común-, estoy seguro
que no puede hacer daño.
Contra Jaime Gil de Biedma
De qué sirve, quisiera
yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que
mi reputación -y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida
de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido
con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras
de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles
muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y
te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres
cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que
ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
-seguro de gustar- es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta!
Y si yo no supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo
soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo
una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la
impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te
llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a
cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de
amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
Conversación
Los muertos pocas veces libertad
alcanzáis a tener, pero la noche
que regresáis es vuestra,
vuestra completamente.
Amada mía, remordimiento mío,
la nuit c’est toi cuando estoy
solo
y vuelves tú, comienzas
en tus retratos a reconocerme.
¿Qué daño me recuerda tu sonrisa?
¿Y cuál dureza mía está en tus ojos?
¿Me tranquilizas porque
estuve cerca
de ti en algún momento?
La parte de tu muerte que me doy,
la parte de tu muerte que yo puse
de mi cosecha, cómo poder
pagártela...
Ni la parte de vida que tuvimos juntos.
Cómo poder saber que
has perdonado,
conmigo sola en el lugar del crimen?
Cómo poder dormir, mientras
que tú tiritas
en el rincón más triste de mi cuarto?
De aquí a la eternidad
Ya soy dichoso, ya soy feliz
porque triunfante llegué a Madrid,
llegué a Madrid.
La viejecita, Coro
Lo primero, sin duda, es este
ensanchamiento
de la respiración, casi angustioso.
y la especial
sonoridad del aire,
como una gran campana en el vacío,
acercándome
olores
de jara de la sierra,
más perfumados por la lejanía,
y
de tantos veranos juntos
de mi niñez.
Luego está la glorieta
preliminar, con su pequeño intento de jardín,
mundo abreviado, renovado y puro
sin demasiada convicción, y al fondo
la previsible estatua y el pórtico de acceso
a la magnífica avenida,
a la famosa capital.
Y la vida, que adquiere
carácter panorámico,
inmensidad de
instante también casi angustioso
-como de amanecer en campamento
o
portal de belén-, la vida va espaciándose
otra vez bajo el cielo
enrarecido
mientras que aceleramos.
Porque hay siempre algo más, algo espectral
como invisiblemente
sustraído,
y sin embargo verdadero.
Yo pienso en zonas lívidas, en
calles
o en caminos perdidos hacia pueblos
a lo lejos, igual que
en un belén,
y vuelvo a ver esquinas de ladrillo injuriado
y pasos
a nivel solitarios, y miradas
asomándose a vernos, figuras diminutas
que se quedan atrás para siempre, en la memoria
como peones
camineros.
Y esto es todo, quizás. Alrededor
se ciernen las fachadas, y hay
gentes en la acera
frente al primer semáforo.
Elegía y recuerdo de la canción francesa
C' est une chanson
qui nous ressemble.
Kosma y Prévert: Les feuilles mortes
Os acordáis: Europa estaba en ruinas.
Todo un mundo de imágenes
me queda de aquel tiempo
descoloridas, hiriéndome los ojos
con los
escombros de los bombardeos.
En España la gente se apretaba en los
cines
y no existía la calefacción.
Era la paz -después de tanta sangre--
que llegaba harapienta,
como la conocimos
durante cinco años.
Y todo un continente
empobrecido,
carcomido de historia y de mercado negro,
de repente
nos fue más familiar.
¡Estampas de la Europa de post-guerra
que parecen mojadas en
lluvia silenciosa,
ciudades grises adonde llega un tren
sucio de
refugiados: cuántas cosas
de nuestra historia próxima trajisteis,
despertando
la esperanza en España, y el temor!
Hasta el aire de entonces parecía
que estuviera suspenso, como si
preguntara,
y en las viejas tabernas de barrio
los vencidos
hablaban en voz baja...
Nosotros, los más jóvenes, como siempre
esperábamos
algo definitivo y general.
Y fue en aquel momento, justamente
en aquellos momentos de miedo
y esperanzas
-tan irreales, ay- que apareciste,
oh rosa de lo
sórdido, manchada
creación de los hombres, arisca, vil y bella
canción francesa de mi juventud!
Eras lo no esperado que se impone
a la imaginación, porque es así
la vida,
tú que cantabas la heroicidad canalla,
el estallido de
las rebeldías
igual que llamaradas, y el miedo a dormir solo,
la
intensidad que aflige al corazón.
Cuánto enseguida te quisimos todos!
En tu mundo de noches, con el
chico y la chica
entrelazados, de pie en un quicio oscuro,
en la
sordina de tus melodías,
un eco de nosotros resonaba exaltándonos
con la nostalgia de la rebelión.
Y todavía, en la alta noche, solo,
con el vaso en la mano, cuando
pienso en mi vida,
otra vez más sans faire du bruit tus músicas
suenan en la memoria, como una despedida:
parece que fue ayer y algo
ha cambiado.
Hoy no esperamos la revolución.
Desvencijada Europa de post-guerra
con la luna asomando tras las
ventanas rotas,
Europa anterior al milagro alemán,
imagen de mi
vida, melancólica!
Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos,
aunque a veces nos guste una canción.
¿Fue posible que yo no te
supiera...¿Fue
posible que yo no te supiera
cerca de mí, perdido en las miradas?
Los ojos me dolían de esperar.
Pasaste.
Si apareciendo entonces
me hubieras revelado
el país verdadero
en que habitabas!
Pero pasaste
como un Dios destruido.
Sola, después, de lo
negro surgía
tu mirada.
Happy ending
Aunque la noche, conmigo,
no la duermas ya,
sólo
el azar nos dirá
si es definitivo.
Que aunque el gusto nunca más
vuelve a ser el mismo,
en la vida los olvidos
no suelen durar.
Himno a la juventud
Heu! quantum per se candida forma valet!
Propercio, II, 29, 30
A qué vienes ahora,
juventud,
encanto descarado de la
vida?
¿Qué te trae a la playa?
Estábamos tranquilos los mayores
y tú vienes a herirnos, reviviendo
los más temibles sueños
imposibles,
tú vienes para hurgarnos las imaginaciones.
De las ondas surgida,
toda brillos, fulgor, sensación pura
y
ondulaciones de animal latente,
hacia la orilla avanzas
con
sonrosados pechos diminutos,
con nalgas maliciosas lo mismo que
sonrisas,
oh diosa esbelta de tobillos gruesos,
y con la
insinuación
(tan propiamente tuya)
del vientre dando paso al
nacimiento
de los muslos: belleza delicada,
precisa e indecisa,
donde posar la frente derramando lágrimas.
Y te vemos llegar: figuración
de un fabuloso espacio ribereño
con toros, caracolas y delfines,
sobre la arena blanda, entre la mar
y el cielo,
aún trémula de gotas,
deslumbrada de sol y sonriendo.
Nos anuncias el reino de la vida,
el sueño de otra vida, más
intensa y más libre,
sin deseo enconado como un remordimiento
-sin
deseo de ti, sofisticada
bestezuela infantil, en quien coinciden
la directa belleza de la starlet
y la graciosa timidez del príncipe.
Aunque de pronto frunzas
la frente que atormenta un pensamiento
conmovedor y obtuso,
y volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla
entre mojadas mechas rubias
la expresión melancólica de Antínoos,
oh bella indiferente,
por la playa camines como si no supieses
que
te siguen los hombres y los perros,
los dioses y los Angeles
y los
arcAngeles,
los tronos, las abominaciones...
Idilio en el café
Ahora me pregunto si es que toda la vida
hemos estado aquí. Pongo,
ahora mismo,
la mano ante los ojos -qué latido
de la sangre en los
párpados- y el vello
inmenso se confunde, silencioso,
a la mirada.
Pesan las pestañas.
No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son,
rostros vagos nadando como
en un agua pálida,
éstos aquí sentados, con nosotros vivientes?
La
tarde nos empuja a ciertos bares
o entre cansados hombres en pijama.
Ven. Salgamos fuera. La noche. Queda espacio
arriba, más arriba,
mucho más que las luces
que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados.
Queda también silencio entre nosotros,
silencio
y este beso igual que un largo túnel.
Las afueras
I
La noche se afianza
sin respiro, lo mismo que un esfuerzo.
Más despacio, sin brisa
benévola que en un instante aviva
el
dudoso cansancio, precipita
la solución del sueño.
Desde luces
iguales
un alto muro de ventanas vela.
Carne a solas insomne,
cuerpos
como la mano cercenada yacen,
se asoman, buscan el amor
del aire
-y la brasa que apuran ilumina
ojos donde no duerme
la
ansiedad, la infinita esperanza con que aflige
la noche cuando
vuelve.II
¿Quién? Quién es el dormido?
Si me callo, respira?
Alguien está
presente
que duerme en las afueras.
Las afueras son grandes,
abrigadas, profundas.
Lo sé pero, no
hay quién
me sepa decir más?
Están casi a la mano
y anochece el camino
sin decimos en dónde
querríamos dormir.
Pasa el viento. Le llamo?
Si subiera al salón
familiar del
octubre
el templado silencio
se aterraría.
Y quizá me asustara
yo también si él me dice
irreparablemente
quién duerme en las afueras.III
Ciudad
ya tan lejana!
Lejana junto al mar: tardes de puerto
y desamparo errante de los
muelles.
Se obstinarán crecientes las mareas
por las horas de
allá.
Y serán un rumor,
un pálpito que puja endormeciéndose:
cuando
asoman las luces de la noche
sobre el mar.
Más, cada vez más honda
conmigo vas, ciudad,
como un amor
hundido,
irreparable.
A veces ola y otra vez silencio.
Loca
La noche, que es
siempre ambigua,
te enfurece
-color
de ginebra mala, son
tus ojos unas bichas.
Yo sé que vas a romper
en
insultos y en lágrimas
histéricas. En la cama,
luego, te calmaré
con besos que me da
pena
dártelos. Y al dormir
te apretarás contra mí
como una perra enferma.
Mañana de ayer, de hoy
Es la lluvia sobre el
mar.
En la abierta ventana,
contemplándola, descansas
la sien en
el cristal.
Imagen de unos
segundos,
quieto en el contraluz
tu cuerpo distinto, aún
de la noche
desnudo.
Y te vuelves hacia mí,
sonriéndome. Yo pienso
en cómo ha pasado el tiempo,
y te
recuerdo así.
No volveré a ser joven
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer,
morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
"Poemas póstumos" 1968
Noches del mes de junio
A Luis Cernuda
Alguna vez recuerdo
ciertas noches de junio de aquel año,
casi borrosas, de mi adolescencia
(era en mil novecientos me
parece
cuarenta y nueve)
porque en ese mes
sentía siempre una
inquietud, una angustia pequeña
lo mismo que el calor que empezaba,
nada más
que la especial
sonoridad del aire
y una disposición vagamente afectiva.
Eran las noches
incurables
y la calentura.
Las altas horas de estudiante solo
y el
libro intempestivo
junto al balcón abierto de par en par (la calle
recién regada
desaparecía
abajo, entre el follaje iluminado)
sin un alma que llevar a la
boca.
Cuántas veces me
acuerdo
de vosotras, lejanas
noches del mes de junio, cuántas veces
me saltaron las lágrimas, las lágrimas
por ser más que un hombre, cuánto quise
morir
o soñé con venderme al diablo,
que nunca me escuchó.
Pero
también
la vida nos sujeta porque precisamente
no es como la
esperábamos.
Nos reciben las calles
conocidas...Nos
reciben las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños cuyas hojas, obedientes,
ruedan bajo los pies del que
regresa,
preceden, acompañan nuestros pasos.
Interrumpiendo entre
la muchedumbre
de los que a cada instante se suceden,
bajo la
prematura opacidad
del cielo, que converge hacia su término,
cada
uno se interna olvidadizo,
perdido en sus cuarteles solitarios
del
invierno que viene. ¿Recordáis
la destreza del vuelo de las aves,
el júbilo y los juegos peligrosos,
la intensidad de cierto instante,
quietos
bajo el cielo más alto que el follaje?
Si por lo menos
alguien se acordase,
si alguien súbitamente acometido
se
acordase... La luz usada deja
polvo de mariposa entre los dedos.
Nostalgie de la boue
Nuevas disposiciones de la noche,
sórdidos ejercicios al dictado,
lecciones del deseo
que yo aprendí, pirata,
oh joven pirata de los
ojos azules.
En calles resonantes la oscuridad tenía
todavía la misma espesura
total
que recuerdo en mi infancia.
Y dramáticas sombras,
revestidas
con el prestigio de la prostitución,
a mi lado venían
de un infierno
grasiento y sofocante como un cuarto de máquinas.
¡Largas últimas horas,
en mundos amueblados
con deslustrada
loza sanitaria
y coronas manchadas de permanganato!
Como un
operario que pule una pieza,
como un afilador,
fornicar poco a
poco mordiéndose los labios.
Y sentirse morir por cada pelo
de gusto, y hacer daño.
La
luz amarillenta, la escalera
estremecida toda de susurros, mis pasos,
eran aún una prolongación
que me exaltaba,
lo mismo que el olor en
las manos
-o que al salir el frío de la madrugada, intenso
como el
recuerdo de una sensación.
Pandémica y celeste
quam magnus numerus Libyssae arenae
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtiuos hominum uident amores.
Catulo, VII
Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos
hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches
memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los
ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te
voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
desnudo de cintura
para abajo,
hipócrita lector -mon semblable,-mon frère!
Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira
del cuerpo a otros cuerpos
a ser posiblemente jóvenes:
yo persigo
también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que
alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no
puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento
que a los veinte años !
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es
necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con
cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus
misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el
libro en que se leen.
Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa,
los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me
conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...
Aquella carretera de
montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante
indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por
las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos,
de yedra coronados.
O aquel portal en Roma -en vía del Balbuino.
Y
recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos
entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de
pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casetas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
oh
noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones
sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros
huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y
alma, como una imagen rota,
de la langueur goûtée à ce mal d'être
deux.
Sin despreciar
-alegres como fiesta entre semana-
las
experiencias de promiscuidad.
Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si
no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo.
Su juventud, la mía,
-música de mi fondo-
sonríe aún en la
imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me
hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir
a la cama.
Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la
pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro
amor.
Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún
modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un
cuerpo
-mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o
la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua,
fugaz como un reflejo.
Sobre su piel borrosa,
cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de
todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos
por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza,
sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en
paz, los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.
Peeping Tom
Ojos de solitario, muchachito atónito
que sorprendí mirándonos
en
aquel pinarcillo, junto a la Facultad de Letras,
hace más de once
años,
al ir a separarme,
todavía atontado de saliva y de arena,
después de revolcarnos los dos medio vestidos,
felices como bestias.
Te recuerdo, es curioso
con qué reconcentrada intensidad de
símbolo,
va unido a aquella historia,
mi primera experiencia de
amor correspondido.
A veces me pregunto qué habrá sido de ti.
Y si ahora en tus
noches junto a un cuerpo
vuelve la vieja escena
y todavía espías
nuestros besos.
Así me vuelve a mí desde el pasado,
como un grito inconexo,
la
imagen de tus ojos. Expresión
de mi propio deseo.
Píos deseos para empezar el año
Pasada ya la cumbre de la vida,
justo del otro lado, yo contemplo
un paisaje no exento de belleza
en los días de sol, pero en invierno
inhóspito.
Aquí sería dulce levantar la casa
que en otros climas
no necesité,
aprendiendo a ser casto y a estar solo.
Un orden de
vivir, es la sabiduría.
Y qué estremecimiento,
purificado, me
recorrería
mientras que atiendo al mundo
de otro modo mejor, menos
intenso,
y medito a las horas tranquilas de la noche,
cuando el
tiempo convida a los estudios nobles,
el severo discurso de las
ideologías
-o la advertencia de las constelaciones
en la bóveda
azul...
Aunque el placer del pensamiento abstracto
es lo mismo que
todos los placeres:
reino de juventud.
"Poemas póstumos" 1968
Ruinas del Tercer Reich
Todo pasó como él imaginara,
allá en el frente de Smolensk.
Y tú
has envejecido -aunque sonrías
wie einst, Lili Marlen.
Nimbado por la niebla, igual que entonces,
surge ante mí tu
rostro encantador
contra un fondo de carros de combate
y de cruces
gamadas en la Place Vendôme.
En la barra del bar -ante una copa-
plantada como cimbel,
obscenamente tú sonríes.
A quién, Lili Marlen?
Por los rusos vencido y por los años,
aún el irritado corazón
te pide guerra. Y en las horas últimas
de soledad y alcohol,
enfurecida y flaca, con las uñas
destrozas el pespunte de tu
guante negro,
tu viejo guante de manopla negro
con que al partir
dijiste adiós.
Vals de aniversario
Nada hay tan dulce como
una habitación
para dos, cuando ya no nos queremos demasiado,
fuera de la
ciudad, en un hotel tranquilo,
y parejas dudosas y algún niño con ganglios,
si no es esta ligera
sensación
de irrealidad. Algo como el verano
en casa de mis padres,
hace tiempo,
como viajes en tren por la noche. Te llamo
para decir que no te
digo nada
que tú ya no conozcas, o si acaso
para besarte vagamente
los mismos labios.
Has dejado el balcón.
Ha oscurecido el cuarto
mientras que nos miramos
tiernamente,
incómodos de no sentir el peso de tres años.
Todo es igual, parece
que no fue ayer. Y este sabor nostálgico,
que los
silencios ponen en la boca,
posiblemente induce a equivocarnos
en nuestros
sentimientos. Pero no
sin alguna reserva, porque por debajo
algo tira más fuerte
y es (para decirlo
quizá de un modo menos inexacto)
difícil recordar que nos
queremos,
si no es con cierta imprecisión, y el sábado,
que es hoy,
queda tan cerca
de ayer a última hora y de pasado
mañana
por la
mañana...
Volver
Mi recuerdo eran
imágenes,
en el
instante, de ti:
esa expresión y un matiz
de los ojos, algo suave
en la inflexión de la
voz,
y tus
bostezos furtivos
de lebrel que ha maldormido
la noche en mi habitación.
Volver, pasados los
años,
hacia la
felicidad
-para verse y recordar
que yo también he cambiado.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...