"...En cuerpos mucho
tiempo unidos
la claridad grabó una espada..."
"Sea Serpents
IV"
Gustav Klimt
Reseña biografica
Poeta,
traductor y crítico literario español nacido en Barcelona en 1945.
Estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona.
A la edad de dieciocho años publicó su primer libro «El mensaje del
tetrarca». Su maestría precoz fue reconocida
en 1966 con el Premio Nacional de poesia, por su libro «Arde el mar»,
constituyéndose en uno de los poetas más
importantes de su generación. Desde 1970 utiliza exclusivamente el
catalán para la poesia, si bien él mismo los ha
traducido al castellano para ediciones bilingües.
En 1985 ocupó la
vacante dejada por Vicente Aleixandre en la Real Academia española.
Obtuvo de nuevo el Premio Nacional de Literatura en
1989, el
Premio de Literatura Catalana, el Premio Ciudad
de Barcelona, el Premio Cavall Verb de la Asociación de
Críticos españoles y el Premio de la revista Serra d'Or.
En 1997 recibió el Premio Nacional de Literatura de la
Generalitat de Catalunya, en 1998 el Premio Nacional de las
Letras españolas y en el año 2000 el Premio Reina Sofía de
poesia Iberoamericana.
«Marea solar, marea lunar» y «El diamante en
el agua», son sus últimos poemarios. ©
Acto
Agosto
(Traducción "Foc cec")
Antagonías
Arde el mar
Band of angels
By love possessed
Canción para Billie Holiday
Cascabeles
Conjuro
(Traducción "Foc cec")
Cosecha
Cuchillos en abril
Dido y Eneas
El arpa en la cueva
El cuerno de caza
Elegía
En
invierno, la lluvia dulce en los parabrisas...
Homenaje a Vicente Aleixandre
Invierno
La muerte en Beverly Hills
Llevan una rosa en el pecho
los enamorados...
Madrigal
Noche de abril
(Traducción "Tres poemes")
Nocturno imperio
(Traducción "Hora Foscant")
Oda a Venecia ante
el mar de los teatros
Pequeño y triste petirrojo
Puente de Londres
Recuento
Relato a dos voces
Retornos
Rondó
Si sientes
que te llama el abismo del cielo...
Transfiguración
(Traducción "Els Miralls")
Una sola nota musical
para Holderlin
Unidad
Yo, que fundé todos mis
deseos...
Acto
Monstruo de oro, trazo oscuro
sobre laca de luz nocturna:
dragón de azufre que embadurna
sábanas blancas en puro
fulgor secreto de bengalas.
Ahora, violentamente, el grito
de dos cuerpos en cruz: el rito
del goce quemará las salas
del sentido. Torpor de brillos:
la piel -hangares encendidos-,
por la delicia devastada.
Fuego en los campos amarillos:
en
cuerpos mucho tiempo unidos
la claridad grabó una espada.
Agosto
No
culpéis a nadie del derrumbamiento del hombre.
La entrega estéril de
la palabra, don
de los antros, cuando la noche, la helada, labra
un fuego venusiano, y el sol, un ser de nieblas,
desfallece. Este
sorbo, sorbo de nada, encendidos
labios, piedra de púrpura, la
semilla
más secreta del hombre, porque no se precisan armas
para
vencer al hombre: ya los relámpagos son un signo de ello.
Escuetos, afilados
dicen el vil secreto, la cobardía,
el deseo
bastardo, emblemas, yugos inmemoriales
de abyección. Cabelleras,
vanas al viento, arrebatadas
por la corriente de la nieve núbil de un
cuerpo,
fuego de hogueras
que adorna la claridad. ¿Eres inmortal tú, ahora,
irrisión de la carne, tú, que tal vez has satisfecho
a la servil
pasión? Sí, mucho necesita el hombre
para abarcar la extensión de su
deseo, y su
deseo es la nada. El escudo oscuro de la luna,
el
escudo lívido del sol ¿qué astro oscultan?
¿Qué olas, qué ignición
de espacios lejanos? Por los roquedales
se tambalea esta claridad
lúgubre,
rescate hostil de la carne escarnecida,
picos, remos de
oro sometido, despojos
de un jirón. Si el gozo, funesto,
de una
más lóbrega sima extrajera la luz y,
con los ojos cerrados,
la nostalgia, la carcelera ciega del sentido,
hiciese del pecho la saeta, el aciago solar! Porque el viento
no
necesita sentir el peso del viento cuando, vivo, tiembla
en los
gallardetes, los pasos del viento de primavera.
Así el hombre. No se
dice su nombre: primavera.
Y lo es. ¿Quién dice el nombre? ¿Qué
labios -¿son mortales?
dicen la noche?
¿Qué ojos
ven la noche? ¿Qué ojos son la noche?
Antagonías
I
No es
el sonido del agua en los opacos cristales
(la oscuridad de invierno,
que ahoga los sonidos)
ni la luz nebulosa de los astros de acero.
Como si hubiera entrado en un espejo,
la violenta refracción del aire
pone mi cuerpo en pie, galvanizado espectro de una rosa.
Tras un
telón de sedas amarillas
bultos de luz, figuras con disfraz.
Los bajíos, la espuma, los rubíes que reflejan unos ojos,
las
piedras que incitan al sueño -zafiros-, la significación
del oro y los metales,
el brillo que queda en la mirada después del
amor,
la verde oscuridad del mar en sueños,
la simultaneidad de
tiempos en el momento de correrse
unos visillos, con el
gesto de ayer, un perfil en
escorzo, como en un
boceto de pintor
las figuras del agua en los nublados cristales,
la lucha de dragones en el cielo borrascoso,
el espacio y el tiempo de un poema, el tono en que se dice,
el
ritmo de lectura, las pausas, los silencios, lo que alude
entre paréntesis,
(lo que un poema alude entre paréntesis)
la
superposición de imágenes que aluden a la muerte, al amor,
al transcurso del tiempo
(la superposición de imágenes que aluden al
poema)
cuando en la noche una voz se detiene, se hace una pausa
en la lectura, se alza la mirada
para contemplar el fuego reflejado
en el espejo,
y todo queda entre paréntesis, como un lugar santo
en levitación o un lugar maligno tras la silenciosa explosión
de humo de un fakir.
II
Las primeras tentativas daban sólo figuras inciertas,
velado el
cliché, todo envuelto en la blancura diabólica
de una placa en negativo,
los ácidos, las sales, mostraban sólo
sombras plateadas,
en la pantalla aparecían reflejos crepusculares,
el crepúsculo invadía la habitación con su llamear de vencejos,
y
quizá era éste el sentido de la fotografía.
Una experiencia de la
ambigüedad
o una experiencia del silencio:
el jardín puebla el
triunfo de los pavos reales
en una silenciosa llamarada creciendo
ante los ojos,
luz de colores cálidos, otoño.
III
Tambores, oh tambores oscuros del otoño, cobre, lentas cañadas,
estas
calles donde a veces los vidrios de los balcones reverberan
-mucho
más que mi imagen y sin embargo menos que una
aparición-
creced en mi corazón y sus lúgubres jardines,
en la
vegetación de verdes resplandores que oscurecen latiendo
(en este
tiempo estamos obligados a escribir sólo esbozos
de poemas)
cuando entre bastidores la oscuridad impide ver los
rostros,
pero aún no es de noche: las palabras,
estos bultos de
sombra que pronuncian el nombre
de jardines secretos,
la ráfaga de un viento helado en primavera,
los bosques de la helada primavera que oprime los sentidos.
Arde el mar
Oh ser un
capitán de quince años
viejo lobo marino las velas desplegadas
las
sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las
pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los
cargadores las grúas paradas ante el
cielo de zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un
cuerpo
en las aguas con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick
Tracy los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos
serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
Un
mascarón de proa el viejo dios Neptuno
Una dama en las Antillas ríe y
agita el abanico de nácar
bajo los cocoteros
Band of angels
Un jazmín
invertido me contiene,
una campana de agua, un rubí líquido
disuelto en sombras, una aguja de aire
y gas dormido, una piel de
carnero
tendida sobre el mundo, una hoja de álamo
inmensamente
dulce, cuanto puede
vegetal y callado remansarse
sobre nuestras
cabezas, y la sien
y los labios y el dorso de la mano
ungir de
luz:
Tú llegas.
Mía, mía
como el árbol del cielo de noviembre,
la lluvia del que
en sus cristales óyela
y piensa en ella, el mar de su eco lóbrego,
el viento de la cueva donde expira
y se sume, pasado el planisferio,
la luz de su reflejo en un estanque,
el astro de su luz, del tiempo
el hombre
que lo vivió y luchó para ganarlo,
ganando aquél, del
silencio la música
que un instante ha cesado y se retiene
para
volcarse luego, un solo río,
una sola corriente de oro en pie,
inmóvil y cambiante, tal el signo
de la centella en el recuerdo,
cuando
la pensamos y fue, sobre la tapia
en cal de nuestra
infancia, un aro roto,
y aquel fulgor estremeciendo el aire,
caliente en las mejillas, glacial luego,
cuando la lluvia en
chaparrón nos vence
y vence a nuestra infancia:
toda mía
como esa infancia que no tuve, el ruido
de una máquina al
coser, tarde perlada
de cansancio, cortinas fantasmales,
unánime
el pasillo hacia el balcón
y la calle entre rejas, un perfil
desconocido, el mío, y en sus ojos
otra luz de leyenda, un mundo,
salas,
caminos, rosas, montes, arboledas,
tapices, cuadros,
parques de granito,
abanicos abiertos, tumba abierta
como un Angel
de mármol, tumba abierta
con coronas y versos, tumba abierta
de un
niño, tumba oscura, aún mi pelo
rizado estaba, tumba abierta al
cierzo
y la lluvia de otoño, verdes eran
ya mis ojos, en mi boca
había un lirio,
tumba abierta de barro removido,
paletadas de
estiércol en los ojos
de un niño, tumba abierta, venid todos,
murió en noviembre y llueve en su piel blanca
llueve con la dulzura
del otoño
y el dolor de la infancia que no tuve
y hoy sueño para
ti,
pues era mía,
mía como lo más mío de mí mismo.
Yo te he esperado
años, y no importa
(no debiera importar) que sin tu luz
permanezca
unas horas, escribiendo
poemas al azar, mientras te sé
con otras
gentes -¿tú la que me sueño,
o la que eres?- ida, ajena, en este
país tan tuyo de metal y sombra
donde no puedo entrar, en este tiempo
vivido sólo por y para ti,
el tiempo de sala de concierto
donde
entraste aquel día, y bruscamente
te vi partir, sabiéndome a tu lado
y queriéndome aún, más desde lejos,
donde imposible no sonó mi paso
ni mi respiración de amor llegaba
a tus cabellos, desde el centro
mismo,
de la otra vida, el corazón magnético
que envolvía en un
círculo, hacia arriba,
sala y rostros y música ya ti .
No debiera
importarme que no tenga
de este modo en las horas que tú vives
lejos de mí, fiel a tu vida propia,
para luego en la luz de amor
transida
de mis ojos reconocerte en mí
y latir al unísono los
pulsos,
astros, flores y frutos del amor;
no debiera importarme,
mas no sé
dar al olvido tantos años muertos,
tanta belleza inútil,
pues no vista
ni gozada contigo, tanto instante
que no sentí, pues
no sentí a tu lado,
toda mi vida antes de abrirme a ti:
este
jardín, esta terraza misma,
el vientre tibio de la noche fuera,
las ubres ciegas del pasado, el agua
latiendo al fondo de un poema,
el fuego
crepitando en la cumbre de un poema,
la cruz donde
confluye el elemento,
el círculo o conjuro cabalístico,
la pezuña
del diablo, los ardides
que con mi amor fabrican poesia
como metal
innoble.
Veo el claustro
ya en silencio a esta hora de la tarde,
mágico en
la distancia y la memoria,
arropado de sombras indecisas,
y tú
saliendo, tu cabello suave
que ahuyenta las brujas, tu mirada
vertida en algo más allá de ti,
la astral fosforescencia de tus
dientes,
el hielo dulce y terso de tus labios,
todas las dalias
que en tu piel expiran
y en cada pliegue de tu cuerpo, y toda
la
piedad que tus manos me conceden.
Irreductiblemente, ¿cómo ves
al
que te espera, con tus ojos puros?
Supiera esto, y tú serías mía,
y al esperarte ahora, en esta tarde
que existe sólo porque existes
tú,
la luz que confabula este poema
incendiaría nuestra soledad.
Ven hasta mí, belleza silenciosa,
talismán de un planeta no vivido,
imagen del ayer y del mañana
que influye en las mareas y los versos;
ven hasta mí y tus labios y tus ojos
y tus manos me salven de morir.
"Arde el mar" 1966
By love possessed
Me dio un
beso y era suave como la bruma
dulce como una descarga eléctrica
como un beso en los ojos cerrados
como los veleros al atardecer
pálida señorita del paraguas
por dos veces he creído verla su vestido
(estampado el bolso el pelo corto y
(aquella forma de andar muy en el
borde de la acera.
En los crepúsculos exangües la ciudad es un torneo
de paladines en cámara lenta
sobre una pantalla plateada
como una pantalla de televisión son las
imágenes
de mi vida los anuncios
y dan el mismo miedo que los objetos volantes
venidos de no se sabe
dónde fúlgidos en le espacio.
Como las banderolas caídas en los yates
de lujo
las ampollas de morfina en los cuartos cerrados de los
hoteles
estar enamorado es una música una droga es como
escribir un poema
por ti los dulces dogos del amor y su herida
carmesí.
Los uniformes grises de los policías los cascos
las cargas los camiones los jeeps
los gases lacrimógenos
aquel año te amé como nunca llevabas un
vestido verde y por las mañanas sonreías
Violines oscuros violines de
agua
todo el mundo que cabe en el zumbido de una línea telefónica
los silfos en el aire la seda y sus relámpagos
las alucinaciones en
pleno día como viendo fantasma luminosos
como palpando un cuerpo
astral
desde las ventanas de mi cuarto de estudiante
y muy
despacio los visillos
con antifaz un rostro me miraba
el jardín un
rubí bajo la lluvia
Canción para Billie Holiday
Y la muerte
nadie la oía
pero hablaba muy cerca del micrófono
Con careta
antigás daba un beso a los niños
Lady Day las gaviotas heridas vuelven a la luz del puerto
Extraña
fruta en el aire el crepúsculo se ausenta
Con una espada con un
guante con una bola de cristal
la pecera magnética la cueva del
pasado el submarino bajo las
mareas que fulgen
Lady Day cuánto amor en una juventud cuántos
errores
cuántas tardes hablando qué deseo qué eléctricos
jazmines
cuántos cow-boys muertos como trovadores la sonrisa en los
labios que se tiñen de sangre
los gritos en las calles las
manifestaciones disueltas bajo el
arco voltaico del poniente y los lóbregos edificios
irreales
Lady Day el amor como una libélula
cazador de libélulas
Lady Day qué despacio nos viene la experiencia todo cobra un
sentido se ordena como el paisaje en los ojos cuando
recién despiertos corremos las persianas
o intentamos ordenar las
palabras de un
poema
Lady Day
Animales heridos en el bosque nuestros ojos qué piden qué
desean
qué desea esta voz en el viento de otoño un lebrel o su presa
disueltos en la fría oscuridad del tiempo
escamoteados como naipes de
una baraja los años de nuestra
juventud
Con dos vueltas de llave cerraron la cocina
No nos dan
mermelada ni pastel de cereza
ni el amor ni la muerte extraña fruta
que deja un sabor ácido.
"Extraña fruta y otros poemas" 1968 - 1969
Cascabeles
Aquí, en
Montreux,
rosetón de los ópalos lacustres,
hace cincuenta años
pergeñaba Hoyos y Vinent
la alucinante historia de lady Rebeca
Wintergay.
Eran sin duda tiempos
-belle époque- más festivos, con
la vivacidad burbujeante
de quien se sabe efímero -atronaban
los
cañones del káiser la milenaria Europa, nunca el azul
de Prusia
fue tan siniestro en caballete alguno-.
Rubicunda y
nostálgica,
núbil walkiria de casino y pérgola,
la Gran Guerra
ascendía, flameantes al viento
las barbas dionisíacas de Federico
Nietzsche.
Tiempos de confusión, Dios nos asista, un hálito
estrangulaba los quinqués, ajaba
premonitoriamente las magnolias.
Algo nacía, bronco, incivil, díscolo,
más allá de los espejos
nacarados,
del tango, las anémonas,
los hombros, el champán, la
carne nívea,
la cabellera áurea, el armiño,
los senos de
alabastro, la azulada
raicilla de las manos marfileñas,
el
repique, la esquila -¡tan bucólica!-
en el prado del beso y la
sombrilla.
Merecían vivir, quién lo duda, los tilos
donde el amor
izaba sus corceles,
los salones del láudano y porcelana chinesca
aromados por el kif de Montenegro.
Una canción de ensortijados
bucles,
una sedeña súplica llegaba
de las postales vagamente
mitológicas,
nebulosamente impúdicas, de los rosados angelotes
-púrpura y escayola, rolliza nalga al aire-
que presidían los
epitalamios.
Maceración de lirios, el antiguo gran mundo
paseaba
sus últimas carrozas
por los estanques que invadía el légamo.
Y en
el aire flotaba ya un olor a velones, a cilicios,
a penitenciales
ceras, a mea culpa,
a reivindicaciones
de inalienable condición
humana.
Yo, de vivir, Hoyos y Vinent, vivo,
paladín de los últimos
torneos,
rompería, rompió la última lanza,
rosa inmolada al parque
de los ciervos,
quemaría, quemó las palabras postreras
restituyendo el mundo antiguo, imagen
consagrada a la noria del
futuro,
pirueta final de aquella mascarada
precipitada ya sobre el
vacío.
Yo, de vivir, Hoyos y Vinent, vivo,
tanto daríaInos,
creedme,
para que nada se alterase, para
que el antiguo gran mundo
prosiguiese su baile de
galante armonía,
para siempre girando, llama y canción, girando
cada vez más, creedme, tanto diéramos,
hasta el vértigo girando,
Hoyos y Vinent, yo,
aún más rápido, siempre, tanto porque aquel mundo
no pereciese nunca, porque el gran carnaval
permaneciese, polisón,
botines,
para siempre girando, cascabel suspendido
en la nupcial
farándula del sueño.
Conjuro
Los guerreros más augustos ya son sombras
bajo la sombra del viejo
encinar.
Cárdena crepita la noche.
Latigazos, ladridos, remotos
rayos.
Chirrían las cornejas en el pozo ciego.
Guiarán al manso
corcel de hielo.
La tormenta. El sol verde de aguas negras.
No me
conozco. Es un lago el pecho muerto.
Bajel de oro, cadalso prieto del
día.
Mi cuerpo, como la cuerda de un arco.
Ya labora el invierno,
cuando rasga
las cortinas, teatro del mar.
Se enmascara tras las
nieblas densas.
Arquero negro, detén tu paso.
Petrifícase el
arquero de azabache.
La saeta conoce el derrotero.
Palmo a palmo
mensuramos la fosa.
Fango y hojas nos daban la yacija.
Arde y arde
el guante de oro del barquero.
La laguna, de nieve y azafrán.
No
pensabas que fuera así de blanca.
Ahora vienen las huestes. Cielo
allá,
las huestes vienen. Verdor de la encina
en los ojos vacíos,
de cal llenos.
Cosecha
En la vibración del aire, la capilla
del viento, en el reverso de la
claridad del día:
la copa de la cúspide de luz,
la cumbre de la
noche boca abajo,
el fardo destripado de la niebla en los álamos,
el pendiente del cielo deshilachado: chopos,
chopos en la túnica de
la noche vendimiada,
¡tiempo del trigo y el mosto, tiempo de
langostas!
Al borde del cielo zumban, en la línea
del horizonte
rojo saqueado por el sol,
la osamenta de la noche en llamas.
Al
vértice del aire, vivirá el aire,
en el cerco de cúpulas del viento.
Cuchillos en abril
Odio a los adolescentes.
Es fácil tenerles piedad.
Hay un clavel
que se hiela en sus dientes
y cómo nos miran al llorar.
Pero yo voy mucho más lejos.
En su mirada un jardín distingo.
La luz escupe en los azulejos
el arpa rota del instinto.
Violentamente me acorrala
esta pasión de soledad
que los
cuerpos jóvenes tala
y quema luego en un solo haz.
¿Habré de ser, pues, como éstos?
(La vida se detiene aquí)
Llamea un sauce en el silencio.
Valía la pena ser feliz.
De Arde el mar
Dido y Eneas
I
Esta bien y es una norma: fuera del paraíso,
recordando, no a
Eliot, sino una traducción de Eliot,
(nuestra vida como los pocos
versos que quedan de T. E. Hulme)
las naves que conducen a los guerreros difuntos,
(qué dios, qué
héroe bajo los cielos recibirá esta carga),
la madera clafateada, el
chapaleo las oscuras olas,
avanzando, no hacia un reino ignorado, no
hacia el recuerdo o la infancia,
sino más bien hacia lo conocido. Así
vuelve de pronto Milán,
una noche, a los dieciséis años: luz en la
luz, relámpago,
rosa y cruz de la aurora (los tranvías, disueltos en el crepúsculo,
de oro, de oro y en mi pecho qué frágiles)
Dido y Eneas, sólo una
máscara de nieve,
un vaciado en yeso tras el maquillaje escarlata,
como danzarina etrusca,
cálido fox,
oscuro petirrojo,
la
imperial de los ómnibus de Nueva Orleans está pintada de amarillo
y
hay que bailar con un alfiler de oro en la mejilla
(como cuando se
rezan oraciones para conjurar al Ruiseñor
y la Rosa o al milano en la tarde)
Amor mío, amor mío, dulce
espada,
las llamas invadieron las torres de Cartago y sus jardines,
qué
concierto en la nieve para piano
qué concierto en la nieve.
II
Y aún nos es posible cierta aspiración al equilibrio,
la pureza de
líneas, el trazado de un diseño,
el olvido de la retórica de lo
explícito por la retórica de las alusiones,
los recursos del arte (la
piedra presiente la forma),
el recuerdo de una tarde de amor o un
rezo en la capilla del colegio,
la vidriera teñía los rostros de un
esplendor violeta,
naufragaban en la claridad submarina las hebillas
de oro de los caballeros,
todo en escorzo, la luz amarilla chorreando
en las botas y los cintos,
las cabezas extáticas, vueltas al cielo
raso, porcelana de la tarde,
la quilla, los velámenes,
(qué costas
y escolleras),
las islas, timonel,
en el viento nos llegan los
cabellos de una sirena, las arenas doradas,
historias de hombres
ahogados en el mar.
¿Qué costas? ¿Qué legiones?
El arpa en la cueva
Ardía el
bosque silenciosamente.
Las nubes del otoño proseguían
su cacería
al fondo de los cielos.
posesión. Ya no oís la voz del cuco.
¿Qué
ojo de dragón, qué fuego esférico,
qué tela roja, tafetán de brujas,
vela mis ojos? Llovió, y en la hierba
queda una huella. Mas he aquí
que arde
nítido y muy lejano el bosque en torno,
un edificio, una
pavesa sola,
una lanza hasta el último horizonte,
cual tirada a
cordel. Nubes. El viento
no murmura palabras al oído
ni repite
otra historia que ésta: ved
el castillo y los muros de la noche,
el zaguán, el reloj, péndulo insomne,
los cayados, las hachas, las
segures;
ofertas a la sombra, todo cuanto
abandonan los muertos,
el tapiz
dormido de hojas secas que pisamos
entrando a guarecemos. Pues
llovía
-se quejaban las hojas- y el cristal
empañado mostró luego
el incendio
como impostura. ¿Llegarán las lenguas
y la ira del
fuego, quemarán
desde la base el muerto maderamen,
abrirán campo
raso donde hubo
cerco de aire y silencio? No es inútil
hablar
ahora del piano, los visillos,
las jarras de melaza, el bodegón,
los soldados de plomo entre serrín,
las llaves de la cómoda, tan
grandes,
como en el tiempo antiguo. No es inútil.
Pero qué cielo
éste del otoño.
La abubilla que habla a los espíritus,
la urraca,
el búho, la corneja augur,
el gavilán, huyeron" Ni una sombra
se
interpone entre el lento crepitar
y el cielo en agonía. Abrid un
templo
para este misterio. Sangre cálida
dejó tu pecho suave entre
mis manos,
amada mía: un goterón de púrpura
muy tembloroso y
dulce. Como yesca
llameó la paloma sin quejarse.
La muerte va
vestida de dorado,
dos serpientes por ojos. Qué silencio.
Tarda el
fuego en llegar al pabellón
y hay que ir retirándose. Ni un beso
de despedida. Quedó sólo un guante
o un antifaz vacío. Cruces, cruces
para ahuyentar los lobos!
Un guerrero
trae la armadura agujereada a tiros.
En sus cuencas
vacías hay abejas.
Lagartos en sus ingles. Las hormigas,
ah, las
hormigas besan por su boca.
Espadas de la luz, rayos de luna
sobre
mi frente pálida! Un instante
velando sorprendí a vuestro reflejo
la danza de Silvano. Ágiles pies,
muslos de plata piafante. El agua
lavó esta huella de metal fundido.
Y un resplandor se acerca. Así ha
callado
el naranjo en la huerta, y el murmullo
de su brisa no
envía el hondo mar.
Vivir es fácil. Qué invasión, de pronto,
qué
caballos y aves. Tras las nubes
otras nubes acechan. Descargad
este fardo de lluvia. ¡Un solo golpe,
como talando un árbol de raíz!
Se agradece la lluvia desde el porche
cuando anochece y ya los fuegos
fatuos
gimen y corretean tras las tapias,
como buscándonos.
Recuerdo que encendías
un cigarrillo antes de irte. Luego
el rumor
de tus pasos en la grava,
sobre las hojas secas. Nieve, nieve,
quema mi rostro, si es que
has de venir!
Se agradece la lluvia en esta noche
del otoño
tardío. Canta el cuco
entre las ramas verdes. Un incendio,
un
resplandor el bosque nos reserva
a los que aún dormimos bajo alero
y tejas, guarecidos de la vida
por uralita o barro, como si
no
estuvieran entrando ya los duendes
con un chirrido frágil
por esta
chimenea enmohecida.
El cuerno de caza
Para quién pide el viento de esta tarde clemencia
En los arcos de otoño qué susurra el zorzal
Con sirenas de
buques a lo lejos de la ausencia
Oh capillas nevadas de la noche y el mal
cetrería de oros y de
bruma imperial
bella presa halconeros un amante desnudo
presa de luz de viento
de espacio de bahías
todo su cuerpo en llamas un puñal un escudo
Lebrel en los
pantanos qué luz de cacerías
para mí sólo amor por mí sólo vivías.
No es hablarnos de
oídas de cuchillos y sedas
ni proyectar historias en los cuartos oscuros
Cuando todo se ha
ido sólo tú amor me quedas
no quiero hablar entonces de estanques ni arboledas
sólo el amor
nos hace más solemnes más puros
En la noche de otoño no me valen conjuros
En la glaciar
tiniebla de las calles de luna
lleva guantes de plata muerta y fosforescente
Al acecho en la
esquina ninguna voz ninguna
me llamará mi amor dulce cuerpo presente
Como si hubiera vuelto
la niñez de repente
oh borrosas imágenes cristal esmerilado
densa penumbra densa
silencio en los pasillos
de puntillas andamos el viento en los visillos
las ventanas el
agua aquel cuarto cerrado
A oscuras muy despacio no sé quién me ha besado
Qué me han
dado que todo resplandece y se esfuma
Qué diluye los rostros en su luz misteriosa
Los armarios se
abren cae del libro una rosa
Rueda en la playa un aro al jardín de la espuma
Sí recuerdo mi
vida Que el amor le consuma
Estos focos que ciegos en la noche no cesan
de recorrer
palacios y ciegas galerías
del país del amor encendidos regresan
cuando unos labios a otros
labios temblando besan
cuando tú amor a mi lado palidecías.
Y la muerte de blanco
soltará sus jaurías
Elegía
Morir serenamente como nunca he vivido
y ver pasar los coches
como en una pantalla
y las canciones lentas de Nat King Cole
un
saxofón un piano los atardeceres en las terrazas bajo los
parasoles
esta vida que nunca llegué a interpretar
el viento en
los pasillos las ventanas abiertas todo es blanco
como en una clínica
todo disuelto como una cápsula de cianuro en la
oscuridad
Se proyectan diapositivas con mi historia
entre el
pesado olor del cloroformo
Bajo la niebla del quirófano extrañas aves
de colores anidan
"Extraña fruta y otros poemas" 1968 - 1969
En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas...
En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas, las carreteras
brillando
hacia el océano,
la viajera de los guantes rosa, oh mi desfallecido
corazón, clavel
en la solapa
del smoking,
muerto bajo el aullido de la noche insaciable, los lotos
en la niebla,
el erizo de
mar al fondo del armario,
el viento que recorre los pasillos y no se
cansa de pronunciar
tu nombre.
Ella venía por la acera, desde el destello azul de Central Park.
¡Cómo me dolía el pecho sólo con verla pasar!
Sonrisa de azucena, o
jos de garza, mi amor,
entre el humo del snack te veía pasar yo.
¡Oh música, oh juventud, oh bullicioso champán!
(Y tu cuerpo como un
blanco ramillete de azahar...)
Los jardines del barrio residencial, rodeados de verjas,
silenciosos, dorados, esperan.
Con el viento que agita los visillos
viene un suspiro de
sirenas nevadas.
Todas las noches, en el snack,
mis ojos febrües la vieron
pasar.
Todo el inviemo que pasé en New York
mis ojos la buscaban
entre nieve y neón.
Las oficinas de los aeropuertos, con sus luces de clínica.
El
paraíso, los labios pintados, las uñas pintadas, la sonrisa,
las
rubias platino, los escotes, el mar verde y oscuro.
Una espada en la
helada tiniebla, un jazmín detenido
en el tiempo.
Así llega, como un áncora descendiendo entre luminosos
arrecifes,
la muerte.
Se empañaban los cristales con el frío de New York.
¡Patinando en Central Park sería un cisne mi amor!
Los asesinos llevan zapatos de charol. Fuman rubio, sonríen.
Disparan.
La orquesta tiene un saxo, un batería, un pianista. Los
cantantes.
Hay un número de strip-tease y un prestidigitador.
Aquella noche
llovía al salir. El cielo era de cobre y luz
magnética.
Homenaje a Vicente Aleixandre
palpitando
entre dos senos una llama carmesí.
Un dragón azul de fuego viene en
el viento de abril.
En las cortinas, mi rostro, como ave herida
escondí.
Olor a brea en los muelles. Llueve. Es hora de partir.
Sorprendidos en el sol los paisajes de la noche,
los armarios y las
lacas y los dorados tritones,
la nieve en sus armaduras, las músicas
del azogue,
el mundo que, como sangre, relampaguea y se esconde.
Para esta helada pupila la cometa del amor.
Mirad la sobre el
jardín. Un halcón muere en el sol.
Hace frío. Un abanico negro sobre;
el tocador.
Una guirnalda de lirios para el poney de cartón.
La niebla
hiere con guantes de raso nuestra memoria.
¿Es sólo un rayo de luna
quien a lo lejos solloza?
Tras la campana del viento, tras el túnel
de las rosas,
en el murmullo del agua y la hierba, alguien nos
nombra.
Un colibrí
no muere. La tarde. Las carrozas.
Publicado en ABC, 19 de abril de 1983
Invierno
Precisa cual la escarcha, noche estricta,
Árboles: alegorías del
camino.
La luz, cuajada, este silencio dicta.
Mi ser todo renuncia
a su destino.
La muerte de Beverly Hills
V
En las cabinas telefónicas
hay misteriosas inscripciones
dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas palabras de las dulces
muchachas rubias
que con el escote ensangrentado se refugian allí
para morir.
Última noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol
alucinante,
calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos
de
los coches patrulla en el amanecer.
Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine -y a
esta hora está muerta en el Depósito aquélla cuyo
cuerpo era un ramo
de orquídeas.
Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las
esquinas
por los reflectores, abofeteada en los
night-clubs,
mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
Una última claridad, la más delgada y nítida,
parece deslizarse de
los locales cerrados:
esta luz que detiene a los transeúntes
y les
habla suavemente de su infancia.
Músicas de otro tiempo, canción al
compás de cuyas viejas
notas conocimos
una noche a Ava Gardner,
muchacha envuelta en un impermeable claro
que besamos
una vez en el ascensor, a
oscuras entre dos pisos, y
tenía los
ojos muy azules, y hablaba siempre en voz
muy baja- se llamaba Nelly.
Cierra los ojos y escucha el canto de las
sirenas en la noche
plateada de
anuncios luminosos.
La noche tiene cálidas avenidas azules.
Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
En el oscuro cielo
combatían los astros
cuando murió de amor,
y era como si oliera muy despacio un perfume.
De "La muerte
en Beverly Hills"
Llevan una rosa en el pecho los
enamorados y suelen besarse...
Llevan una rosa en el pecho los enamorados y suelen besarse
entre un rumor de girasoles y hélices.
Hay pétalos de rosa
abandonados por el viento en los pasillos
de las clínicas.
Los escolares hunden sus plumillas entre uña y
carne y oprimen
suavemente hasta que la sangre empieza a brotar.
Algunos aparecen muertos bajo los últimos pupitres.
Estaré
enamorado hasta la muerte y temblarán mis manos al
coger tus manos y temblará mi voz cuando te acerques
y te miraré a los ojos como si llorara.
Los camareros conocen a
estos clientes que piden una ficha
en la madrugada y hacen llamadas inútiles, cuelgan
luego, piden una ginebra, procuran sonreír, están pensando
en su vida. A estas horas la noche es un pájaro azul.
Empieza a
hacer frío y las muchachas rubias se miran temblando
en los escaparates. Un chorrear de estrellas silencioso se
extingue.
Luces en un cristal espejeante copian el esplendor
lóbrego de
la primavera, sus sombrías llamaradas azules, sus flores de
azufre y de cal viva, el grito de los ánades llamando desde
el país de los muertos.
"La
muerte en Beverly Hills" 1967
Madrigal
Amor, con el poder terrible de una rosa
tu piel tensa me ha saqueado
los ojos, y es demasiado claro
este color de velas en un mar liso.
¡Dulzura,
la tan cruel dulzura violeta
que las nalgas defienden,
como el nido de la luz!
Porque una rosa
tiene el poder de la seda:
tacto mortal, estíos
agotadores, con el grueso de un tejido
rasgándose,
la claridad estrellada en las cornisas
y el cielo,
ventana allá, con negrura de desagüe.
Por la noche, el hombre
de
anteojos ahumados, en la cocina de gas,
acaricia los enseres de
Auschwitz, las tenazas alquímicas,
las ampollas de cal. Amor, el
hombre de guantes oscuros
no arrasará el color de valva de un
vientre,
el regusto de ginebra y aceitunas de la piel;
no arrasará
la luz de una rosa inmortal
que la simiente deshoja con pico tierno.
Y ahora veo a la garza
real, cruzándose de alas en la habitación,
la garza que, con la luz que capitula,
es plumaje y calor, y es como
el cielo:
sólo claridad marina
y después un recuerdo de haber
vivido contigo.
Noche de abril
La mente en blanco, con claridad celeste
de alto zodíaco encendido:
cúpula vacía,
azul y compacta, forma transparente
al abrigo de una
forma. Así vuelvo a encontrarme
buscando esta calle. Ni está, ni
estaba:
ahora existe, en levitación,
porque la mente la inventa.
Asedio adusto,
pleito de lo visible y la invisible: llama
y
consumación. Contornos, inmóvil
piedra que cristaliza. Esta noche,
tormento de los ojos, tormento que una palabra designa,
sin decirlo
del todo, como el reflejo
de una perla en tinieblas. Ahora los dedos
arden con la claridad de una palabra. ¿El sol?
El nocturno cuerpo
solar, hecho pedazos, rueda
cielo abajo, piel abajo. Ni el tacto sabe
detener la caída. Incendiado
y poderoso. Riegan, de madrugada,
las
calles, y un silencio nulo de cláxons,
en los pasajes húmedos, abre
un imperio
donde a la piel responde la piel, y el nudo
se hace y
deshace. Las teas de Orión
ven los cuerpos enlazados. Astral
escenario de profundos cortinajes
sobre el resplandor sonoro. Dices
sólo una palabra, la palabra del tacto, el sol
que ahora tomo en mis
manos, el sol hecho palabra,
tacto de la palabra. Y las estrellas,
táctiles,
inviolados, carro que al deslizarse-
al fondo de un
vidrio vago se refleja
en tu lujo, claridad de espalda y nalgas,
el globo detenido, ígneo: el reverso
oculta el trueno oscuro del monte de Venus. Brillan
dos tinieblas
cuando el firmamento
mueve galeras y remos, y ahora escucho
el
oleaje, el chapoteo de los pechos y el vientre,
copiados por la
noche. La estancia cósmica
es la estancia del cuerpo, y la blancura
no confunde nubes altas y verde de espuma:
todo lo delega, la reenvía
todo. Tiemblan,
esperando recibir un nombre, las criaturas
de la
oscuridad, el dibujo de las tenazas
de los dos cuerpos, tapiz del
cielo, horóscopo
giratorio. ¿Un sentido? Todo, ahora, es doble: '
las palabras y los seres y la oscuridad.
Pero, escucha: muy lejos, desde esquinas
y faroles nocturnos,
vacíos de murmullos,
negativo ignorado de magnesio,
vengo, mi
rostro viene, y ahora este rostro
vuelve a ser el rostro mío, como si
con un molde
me rehicieran los ojos, los labios, todo,
en el arduo
encuentro de este otro, un trazo
dibujado al carbón, que no conozco,
que toma
posesión del hielo, que me funde y me biela.
Es éste el
enemigo, el que yo siento,
irrisorio y soberbio, ojo o escorpión,
el nombre del animal, el antiguo dominio.
¿Lo reclama el amor? Cuando
dientes y uñas
bordean el azulado coto de la piel,
cuando los
miembros se aferran, la certeza
¿viene de un fondo más remoto?
Curvados, se despeñan
los amantes, como las formas minerales,
rechazados por la noche que calcina el mundo.
Nocturno imperio
¿Aún más?
No. basta ya. Disueltas
aguas, cuando el joyel de fuego se rompe.
Más añorada perla, muy sutil
la blancura de una espalda. este
relámpago
de la nieve en tu vientre, en tu cuerpo tibio,
dorado
como el otoño cuando mueve hogueras,
mío ya para siempre en la noche
de los cuerpos,
esta luz de mi recuerdo, todavía
más viva porque
una vez más los ojos
crean esta luz, de bronce, de cobre,
la
herramienta viva del cuerpo diamantino.
Cincel de fuego, de nieve. El
agua ¿es
su claridad transparente? Disolverse el alma
como en el
pozo de una mina. El hombre sabe
las celadas de la luz, del cuerpo.
La música,
con tanta claridad, no nos dejará ciegos,
pero dementes
¿quién sabe? Tal vez una corriente
y perderse en ella. Los primeros
compases dicen
lo inestable, lo secreto, aquello que espera,
secreto como una hoja de otoño,
pero secreto mortal. ¿Quién lo sabe?
¿La piel
de los amantes, toda sol? ¿Tal vez las hojas,
verdes de
tanta luz? ¿El sol, que mueve los árboles?
Porque, si cierro los
ojos, es la llanura
unas aguas vivientes, un exterminio,
vides de
la vendimia, cuando los oros
apesadumbran los ojos. Más oscuro, el
vientre.
un imperio marino. Como cuando las cuerdas
del violín,
reclamo de un vasto reino,
abren un tema, y es como si desgarraran
el cuerpo, cortina negra, boca
de escenario olvidado. Ausentes
orquestas.
Esta tibieza -y es como un lienzo
vacío de pared la
vida para nuestra mirada,
los oros del muro húmedo- cuando, cuerpo
con cuerpo,
con alas de gerifalte, que tan fuertemente palpitan,
palpita el pecho, y es el aliento, y las hojas
con el mismo rumor se
mueven: sol
con sol, apoteosis. Brillan carros.
El decorado tal
vez. Este pico de púrpura.
¿De qué país? ¿De qué fuego de
encrucijadas?
¿Qué otoño o invierno desgarra los cuerpos?
Cuerdas
pulsadas, más sutil claridad
filtrada en los ojos. Dejadme. Sí, la
música,
como un cuerpo con luz de plenilunio,
el último abismo, el
fondo del fondo, las aguas
que musgosas se cierran cuando un cuerpo,
diamantino como el agua, se convierte en silencio.
Oda a Venecia ante el mar de los teatros
Las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
García Lorca
Tiene el mar su mecánica como el amor sus
símbolos.
Con que trajín se alza una cortina roja
o en esta
embocadura de escenario vacío
suena un rumor de estatuas, hojas de
lirio, alfanjes,
palomas que descienden y suavemente pósanse.
Componer con chalinas un ajedrez verdoso.
El moho en mi mejilla
recuerda el tiempo ido
y una gota de plomo hierve en mi corazón.
Llevé la mano al pecho, y el reloj corrobora
la razón de las nubes y
su velamen yerto.
Asciende una marea, rosas equilibristas
sobre el
arco voltaico de la noche en Venecia
aquel año de mi adolescencia
perdida,
mármol en la Dogana como observaba Pound
y la masa de un
féretro en los densos canales.
Id más allá, muy lejos aún, hondo en
la noche,
sobre el tapiz del Dux, sombras entretejidas,
príncipes
o nereidas que el tiempo destruyó.
Que pureza un desnudo o
adolescente muerto
en las inmensas salas del recuerdo en penumbra
¿Estuve aquí? ¿Habré de creer que éste he sido
y éste fue el
sufrimiento que punzaba mi piel?
Qué frágil era entonces, y por qué.
¿Es más verdad,
copos que os diferís en el parque nevado,
el que
hoy así acoge vuestro amor en el rostro
o aquel que allá en Venecia
de belleza murió?
Las piedras vivas hablan de un recuerdo presente.
Como la vena insiste sus conductos de sangre,
va, viene y se remonta
nuevamente al planeta
y así la vida expande en batán silencioso,
el pasado se afirma en mí a esta hora incierta.
Tanto he escrito, y
entonces tanto escribí. No sé
si valía la pena o la vale. Tú, por
quien
es más cierta mi vida, y vosotros que oís
en mi verso otra
esfera, sabréis su signo o arte.
Dilo, pues, o decidlo, y dulcemente
acaso
mintáis a mi tristeza. Noche, noche en Venecia
va para cinco
años, ¿cómo tan lejos? Soy
el que fui entonces, sé tensarme y ser
herido
por la pura belleza como entonces, violín
que parte en dos
aires de una noche de estío
cuando el mundo no puede soportar su
ansiedad
de ser bello. Lloraba yo acodado al balcón
como en un mal
poema romántico, y el aire
promovía disturbios de humo azul y
alcanfor.
Bogaba en las alcobas, bajo el granito húmedo,
un
arcAngel o sauce o cisne o corcel de llama
que las potencias últimas
enviaban a mi sueño.
Lloré, lloré, lloré
¿Y cómo pudo ser tan hermoso y tan triste?
Agua y frío rubí, transparencia diabólica
grababan en mi carne un
tatuaje de luz.
Helada noche, ardiente noche, noche mía
como si
hoy la viviera! Es doloroso y dulce
haber dejado atrás a la Venecia
en que todos
para nuestro castigo fuimos adolescentes
y
perseguirnos hoy por las salas vacías
en ronda de jinetes que
disuelve un espejo
negando, con su doble, la realidad de este poema.
Pequeño y triste petirrojo
Oscar Wilde llevaba
una gardenia en el pico.
Color gris, color
malva en las piedras y el rostro,
más azul pedernal en los ojos, más
hiedra
en las uñas patricias, ebonita en las ingles de los faunos.
No salgáis al jardín: llueve, y las patas
de los leones arañan la
tela metálica del zoo.
Isabel murió, y estaba pálida,
una noche
como ésta.
Hay orden de llorar sobre el bramido estéril de los
acantilados.
Un violín dormirá? Unas camelias?
Y aquel pijama rosa
en pie bajo la lluvia.
Puente de Londres
¿Encontraría a la Maga?
-Eres tú, amigo? -dije.
-Deséale suerte a mi sombrero de copa.
Una dalia de cristal
trazó una línea verde en mi ojo gris.
El cielo estaba afónico como un búho de níquel.
-Adiós, amigo -dije.
-Echa una hogaza y una yema de huevo en mi bombín.
Una bombilla guiñaba entre las hojas de acanto.
Mi corazón yacía como una rosa en el Támesis.
Recuento
Ensayos he escrito desvaídos borradores esbozos
a la luz de una
lámpara
apenas un valor decorativo
como figuras pintadas en la
pantalla de una lámpara
piscinas con cisnes de plástico
me muerdo
los labios y una gota de sangre vacila
besar al leproso
horror de
los contrarios la caverna plutónica el vendaval sulfúreo
el otoño
como un órgano profundo en las catedrales del agua
vivo de imágenes
son mi propia sangre
la sangre es mi idioma ciego en la luz del
planeta
buceando en la tiniebla con rifle submarino
un arpón oh
sombras de delfines en mi vida
oh sombras de delfines
van y vienen
en la verdosa oscuridad
cuánto quise decir que mis versos no dicen
cuánto mis versos dicen que yo no sabría decir
como una máquina
tragaperras en Las Vegas o Phoenix City
y el fullero de smoking sale a una luz de carrusel
Cuando
envejezca pensaré en mis versos
como en esas inacabadas historias de familia
con cenas y
despachos y salones
las sonrisas de mis primas muertas hace tantos
años
envejecidas como un vestido de encaje apolillado
una muñeca abandonada en los desvanes
la sonrisa de una muñeca
sus ojos como canicas o vidrios de colores
como canicas o vidrios de
colores mis versos
pero todo adquirirá otra luz una nueva perspectiva
como la sala en penumbra desde una cabina de proyección
las sombras plateadas de los mares del Sur
con guirnaldas de
flores las canoas en el Pacífico
este azul tan intenso que por las
noches fosforece
versos fosforescentes en la noche
emitiendo
señales de radio bajo las aguas como un submarino perdido
el Scorpion
de la VI Flota ante los cabos de Virginia
Norteamérica un nido de
escorpiones
no regresan sus señales de radio se pierden en la noche
se
hunden en la pesada oscuridad de las olas
emitiendo mis versos
ya
desde la vejez versos de veinte años
con palabras de entonces que se
han vuelto romanticas
como automóviles de principios de siglo
charolados y oscuros y encendidos
mis versos
como en el teatro Kabuki o en una obra griega
maquillajes y máscaras siempre máscaras
Personae dijo Pound
amarillos y azules y encarnados
colores vivos de instantánea Kodak
algunos no regresan se han ido las imágenes
mariposa en cenizas
otros aún fosforecen sobre la noche de los rascacielos
regresan como
muchachos heridos en la ciénaga
pólvora y ojos verdes
un
guerrillero bajo las estrellas metálicas
fuego de granadas Primavera
mis ojos han visto la hoguera de Savonarola
la muerte de Ernesto
Guevara
y como Sandro Botticelli la fría luz de una plaza desnuda
edificios vacíos como un esbozo de arquitecto
Los milagros de san
Zenobio pintado hacia 1500
ya no tenía fe
se desvanece el verde
sombrío de las hojas y las diáfanas cabelleras de oro
sirenas de
ambulancias vienen de Luna Park
aúllan en la noche
y a lo lejos la
rueda luminosa
música toboganes laberintos
la lluvia en Luna Park
y el frío de la Morgue y los recuerdos
Relato a dos voces
Las cercas derribadas humean con un seco llamear
en Morelos
se apagan las luces
se interrumpe la proyección Under the Volcano
entre vigas crepitantes
reses huyendo sangre en las estrellas
tiran con bala
una casaca y un fajín
en el palacio de Maximiliano
una casaca vacía los lebreles del viento
el viento lleva rosas
heridas por las calles de Morelos
el corcel blanco sin jinete
san
Jorge o Azrae!
sus ojos enamoran qué pedrería azul
la luna
desplaza suavemente sus témpanos
el cielo mueve su lencería rosa
en los ojos vacíos de Zapata
El álbum de fotografías
la susurrante
luz de invernaderos
lamparillas rojas de verbena
invitados vean la
muerte de Zapata
earth of Spain-
muerto en las sierras de Teruel
rosas de escarcha nieve en los ojos cerrados
la nieve reverbera en
los ojos abiertos
país de la blancura
manos de nieve oprimen mi
corazón como una rosa
se ha abierto la blancura todo existe país de
las más olvidadas músicas
la sensación de estar en una ciudad
extranjera
con las primeras- luces nítidas y la lluvia primaveral
y la difusa percepción de la irrealidad de nuestros sentimientos
la
inutilidad de un beso y unas dulces pestañas en la tenue luz de
veladores
la sensación de estar solo en el campo al atardecer
el
silencio en los cines las tardes del colegio
el país de los lápices
de colores
Flechas y Pelayos montan guardia junto a los luceros
incendiaron el jacal de los hermanos Zapata
besos de fuego en la noche
al miliciano herido le velan las
ondinas de la nieve
y a lo lejos el Angel del incendio estremece sus
alas cristalinas
vidrio al rojo crisol de la memoria
en abanico
abiertas las imágenes
las ametralladoras abrían fuego en abanico
llegaba a clase calado hasta los huesos
pleins feux sur l'asssassin
lluvias de primavera
pleins feux sur l'assassin de Emiliano Zapata.
Retornos
...Y aquel
antiguo amor me vuelve, aquel
en tarde más propicias esparcido a
voleo,
cuando regía el alto designio del otoño
la parábola azul de
los vencejos.
Oh gentes del mercado, de las rúas umbrosas,
del
soportal angosto, de la noria, del puerto,
¿quién os dijo mi nombre?,
¿en qué gris baraúnda
se blasfemó de mí sin yo saberlo?
Callad si
es vuestro gusto. No os conozco.
Me sellaré los ojos con cemento.
Mas escuchad: palabras de justicia,
palabras de verdad para vosotros
tengo.
Harto camino recorrí callándolas.
Ya padecí sobrados
contratiempos.
Es llegada la hora del heraldo,
del que difunde
nuevas en el viento.
Es llegada la hora de abrir ojos y oídos.
El
segador ya tiene en sus manos el bieldo.
Sí, seréis aventados. Sí,
seréis aventados.
Desnudo estará el mundo como un estéril cerro.
Os anuncio el adviento de la noche.
¡De nuevas de verdad soy
mensajero!
...Las hogueras consagran el patrullar nocturno,
la sibilina
ronda de la muerte en acecho.
La más antigua máscara trenza y
destrenza el baile.
Sobre el estuco pesa la sombra de un murciélago.
¿Y quién recuerda ahora los augurios?
¿Y quién sabe a qué vino el
mensajero?
¿Y de quién son los pasos que ahora suenan
y abren
todas las puertas, como un aire siniestro?
Yo nada sé. Yo vine. Mis
palabras
se me dictaron hace mucho tiempo.
A uña de caballo, desvivido,
la nueva trasmití de pueblo en
pueblo.
Yo sembré la amenaza en cada hombre.
De alarmas inflamé a
cuantos me vieron.
Que nadie me escuchó, que fueron todos,
que
unos sí y otros no, que esto y aquello,
¿qué se me da, ni a qué
traerla ahora
a discusión, jamás tan a destiempo?
Si ya todos se van sin esperarme,
si ensillan, si se calan los
sombreros,
si espolean con saña, si ya casi
dejan atrás los
límites del pueblo,
si ya ríen de mí, tan rezagado,
si no hay
nadie conmigo, si en el cielo,
como en aquel otoño de mi gloria,
sólo queda el clamor de los vencejos...
Rondó
Quisiera tener un revólver para escuchar solamente
el sonido de la
sangre, y saber que no moriré:
que el chasquido de las cápsulas o el
fogonazo sulfúreo,
como guardado por Angeles, no arrasarán mi jardín.
Qué claridad de relámpagos cuando mis ojos se cierran.
Tan cercanas
las imágenes del amor, aquí, en mi pecho,
como canto de sirenas o
recuerdos de niñez.
Con paso quedo, despacio: no despertéis a las
rosas.
El momento de la lluvia tras los cristales velados,
y el
momento en que se escuchan tu mirada y tu sonrisa,
y el momento en
que tu voz descubre cielo y planetas,
y el momento en que tu piel
gime un fulgor susurrante,
y el momento en que tus labios, y tus
ojos, y la lluvia...
Quisiera tener un revólver para escuchar
solamente
el sonido de la sangre, y saber que no moriré.
"Extraña fruta y otros poemas" 1968 - 1969
Si sientes que te llama el abismo del cielo...
Si sientes que te llama el abismo del cielo,
con un grito de abismo,
si te aspira
a lo alto, a lo hondo, donde más se oscurece
la
melena de nieve de los astros
o el escamoso hielo de la noche,
o
si, con voz más ruda aún, te llamas tú mismo
y no puedes dejar de oir
tu grito, áspero
como al oído pálido de un sordo,
o insidioso y
desnudo como un agua
que con un resplandor de hacha hiere la luna:
si te llamas al centro de ti mismo, si sientes
que todo aquel
llamarte es encontrar un centro
y tú mismo apareces en tu nudo de
luz;
si te llaman desde dentro de ti, cuando te mires
¿verás el
sueño que soñé yo anoche?
No es ver exactamente, porque no lo veía,
sino que más bien yo era mi sueño.
No era que me viese a mí mismo;
era ser
algo que existía y era yo.
Porque el tema de las
apariciones
es el tema del yo. Pero esa vez
no vi ninguna
identidad concreta:
no se me apareció ninguna imagen.
No hubo
desdoblamiento ni hubo mirada. Era
el negativo de la vida, estado
nulo,
el silencio del río despoblado de agua,
la claridad de un
cielo que desviste su azul
y es cielo aún: fulgores invisibles,
que siento en un vacío de visibilidad.
Así el lecho de Un río:
tierra, piedra, reposo,
sequedad devastada, rama, verde rencor
que
desertó del mundo vegetal, humedades
bebidas por el yermo. Mirad, la
luz rebota
y todo son peñascos, polvareda famélica:
pero ahí vive
el agua. Es una ausencia,
violenta como el sol, que nunca fluye
petrificada, un hierro que se incrusta en lo inmóvil,
agua ya
liberada de ser agua, pesando
en el lecho del río. Como el rumor de
un agua
que no pasa en el lecho de este río agostado.
"Apariciones y otros poemas" 1982
Transfiguración
El animal muere en los límites de un país conocido
y allí los ojos se
le abren: parece que esta nieve
-el silencio, más oscuro en los
abetos- y el animal escucha
la significación de los árboles. El
animal es un mundo
y sus costumbres discurren en el ámbito natural:
es opaco, transparente ya la vez denso- helado
o soplado el cristal:
se trataba del cuerpo,
su olor más acre, cómo respira, los silencios,
lo que tenemos en los brazos, la palpitación intensa
de la que nunca
se habla, el secreto de la piel
que no se entrega del todo, el vaho,
lo tibio:
el animal acaso acepta el sentido de la vida,
como esta
luz en los bosques expirantes
-y el animal, en el límite, y jadeante
aún,
las escarchas de invierno-.
Los ojos, muy empañados, apenas ven
más que un verdor muy lejano y
difuso,
como un puñado de nieve que nos arrojaran al rostro:
para el animal es dulce sentir ese frío -como cuando, durmiendo,
responde
a un movimiento leve, sólo un estremecimiento,
y le
palmeamos la espalda, y el animal se mueve,
y quién dirá que aquella
cosa tibia nos pertenece,
porque es como si el mundo físico nos perteneciera: cuando muere,
el animal no conoce ni la idea de cambio:
estaba en el mundo y
permanece en él. No, nunca puede sentir
como cosa a él ajena al aire
helado de invierno
y los copos de nieve caduca en el esgrafiado de
abetos:
es como volver al propio país -aunque muy difuso,
lo que
ahoga el corazón, la nostalgia del cierzo, el viento, las viejas
fábulas,
la llamada de una urraca en los bosques solitarios,
el
silencio, las viejas escopetas de caza,
las nieblas en el pantano,
los aguaceros de otoño,
un seco sonido de revólveres entre el pajar y la madera,
las
tijeras hundidas en el pecho de una sola punzada.
Nunca hombre alguno
piensa en la muerte tal como la ven,
los ojos del animal: una oscuridad azul,
los ojos del lobo, las
aguas, y, ascendiendo como neblina,
temblorosas fresas en las manos: es la serenidad
de lo que morirá, y
también su espasmo,
como cuando un animal buscaba el cuerpo de otro,
cuando se encuentran dos cuerpos, el pasado en los calderos,
como campana de bronce o quemado encinar,
con rumor de difuntos y
raídos ropajes,
el badajo que convoca por la noche a las lechuzas,
una hoz en las gavillas de trigo y paja seca.
Y los dos cuerpos se
recogen para dormir; cada uno siente el jadeo del otro;
acércate más,
acércate más
-el invierno
cerrará las transiciones de los seres naturales,
sin
serenidad sin esperanzas, sin
desesperación, sin amor, ni dolor, más
allá
de la memoria, del cansancio: sólo
estos dos cuerpos mueren en la oscura fusión
de los metales y la
nieve -y la mortaja es de oro.
Una sola nota musical para Holderlin
Si pierdo
la memoria, qué pureza.
En la azul crestería la tarde se demora,
retiene su oro en mallas lejanísimas,
cuela la luz por un resquicio
último, se extiende
y me delata
como un arco que tiembla sobre el aire encendido.
¿Que
esperaba el silencio? Príncipes de la tarde,
¿qué palacios
holló mi pie, que nubes o arrecifes, qué estrellado
país?
Duró más que nosotros aquella rosa muerta.
Qué dulce es al
oído el rumor con que giran los planetas
del agua.
Unidad
A María José y Octavio Paz
Dictado por el ocaso,
por el aire oscuro, se abre el círculo
y
lo habitamos: transiciones, espacio
intermedio. No el lugar
de la
revelación, sino el lugar
del reencuentro. La espada
que divide la
luz.
Del ojo a la mirada,
la claridad eterna, el país de los
sonidos,
la campana que encierra la visión terrestre
como el ojo
inexorable de la forma floral
fija el fuego de un carbunclo. Este ojo
¿ve a mi ojo? Es un espejo de flamas
el ojo que ahora me ve. Con
sonido de poleas,
los ejes de la noche. Desarbolada,
naufraga la
oscuridad y, a tientas,
el sol conoce a la noche.
Yo, que fundé todos mis
deseos...
Yo, que fundé todos mis deseos
bajo especies de eternidad,
veo
alargarse al sol mi sombra en julio
sobre el paseo de cristal y plata
mientras en una bocanada ardiente
la muerte ocupa un puesto bajo los
parasoles.
Mimbre, bebidas de colores vivos, luces oxigenadas, que
chorrean despacio,
bañando en un oscuro esplendor las espaldas,
acariciando
con fulgor de hierro blanco
unos hombros desnudos, unos ojos
eléctricos, la dorada caída
de una mano en el aire sigiloso,
el resplandor de una cabellera
desplomándose entre música suave y luces indirectas,
todas las
sombras de mi juventud, en una usual figuración poética.
A veces, en
las tardes de tormenta, una araña rojiza se posa en los cristales
y
por sus ojos miran fijamente los bosques embrujados.
¡Salas de
adentro, mágicas
para los silenciosos guardianes de ébano, felinos y
nocturnos como senegaleses,
cuyos pasos no suenan casi en mi corazón!
No despertar de noche el sueño plateado de los mirlos.
Así son estas
horas de juventud, pálidas como ondinas o heroínas de ópera,
tan
frágiles que mueren no con vivir, no: sólo con soñar.
En su vaina de
oscuro terciopelo duerme el príncipe.
Abandonados rizos en la mano se
enlazan. Las pestañas caídas
hondamente han velado los ojos
como una gota de charol y amianto. La
tibieza escondida de los muslos
desliza su suspiro de halcón agonizante.
El pecho alienta como un
arpa deshojada en invierno;
bajo el jersey azul se para suave el corazón.
Ojos que amo, dulces hoces de hierro y fuego,
rosas de incandescente
carnación delicada, fulgores de magnesio
que sorprendéis mi sombra en
los bares nocturnos o saliendo del cine,
¡salvad mi corazón en agonía
bajo la luz pesada y densa de los focos!
Como una fina lámina de
acero cae la noche.
Es la hora en que el aire desordena las sillas,
agita los cubiertos,
tintinea en los vasos, quiebra alguno, besa,
vuelve, suspira y de pronto
destroza a un hombre contra la pared, en
un sordo chasquido resonante.
Bésame entre la niebla, mi amor. Se ha
puesto fría
la noche en unas horas. Es un claro de luna borroso y
húmedo
como en una antigua película de amor y espionaje.
Déjame
guardar una estrella de mar entre las manos.
Qué piel tan delicada
rasgarás con tus dientes. Muerte, qué labios,
qué respiración, qué pecho dulce y mórbido ahogas.
"La
muerte en Beverly Hills" 1968