"Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo..."
"The Heart
Desires"
Edward Barnes Jones
Reseña biografica
Poeta
argentino nacido en Buenos Aires en 1891, en el seno de una familia
adinerada que le procuró una
esmerada educación en importantes centros educativos europeos.
Estudió
Derecho, y muy pronto, a raíz de sus contactos con los poetas exponentes de
la vanguardia europea,
publicó en 1922 su primer libro de poemas, «Veinte poemas para ser leídos en
el tranvía», seguidos luego por
«Calcomanías» en 1925, «Espantapájaros» en 1932, «Persuasión de los
días» en 1942, «Campo nuestro» en 1946
y «En la masmédula» en 1954, obra que constituye en su trabajo más
audaz en el campo de la poesia.
Al iniciarse la década de los años
cincuenta, guiado por su interés en las artes plásticas, incursionó en la
pintura
con una marcada tendencia surrealista, gracias a su profundo conocimiento de
la pintura francesa.
En 1961 sufrió un grave accidente que le disminuyó
sus condiciones físicas. En 1965 viajó por última vez a Europa
y a su regreso a Buenos Aires, falleció en 1967. ©
Aparición urbana
¡Azotadme!
Balaúa
Calle de las sierpes
Campo nuestro
Cansancio
Dicotomía incruenta
Dietética
¿Dónde?
El puro no
Ella
Escrúpulo
Gratitud
Hazaña
Llorar a lágrima viva...
Lo que esperamos
Mi Lu
Milonga
Mito
No se me importa un pito...
No soy quien escucha...
Nocturno
Nocturno 2
Paisaje bretón
Pleamar
Poema 12
Puedes juntar las manos
Que los ruidos te perforen
los dientes
Solo
Testimonial
¡Todo era amor!
Topatumba
Tríptico
Tropos
Visita
Vuelo sin orillas
Y de los replanteos...
Yo no sé nada
Yolleo
Aparición urbana
¿Surgió de bajo tierra?
¿Se desprendió del cielo?
Estaba entre los
ruidos,
herido,
malherido,
inmóvil,
en silencio,
hincado ante
la tarde,
ante lo inevitable,
las venas adheridas
al espanto,
al
asfalto,
con sus crenchas caídas,
con sus ojos de santo,
todo, todo
desnudo,
casi azul, de tan blanco.
Hablaban de un caballo.
Yo creo
que era un Angel.
¡Azotadme!
¡Azotadme!
Aquí estoy,
¡azotadme!
Merezco que me azoten.
No lamí la rompiente,
la sombra de las vacas,
las espinas,
la lluvia;
con fervor,
durante años;
descalzo,
estremecido,
absorto,
iluminado.
No
me postré ante el barro,
ante el misterio intacto
del polen,
de la
cama,
del gusano,
del pasto;
por timidez,
por miedo,
por
pudor,
por cansancio.
No adoré los pesebres,
las ventanas heridas,
los ojos de los burros,
los manzanos,
el alba;
sin restricción,
de hinojos,
entregado,
desnudo,
con los poros erectos,
con los
brazos al viento,
delirante,
sombrío;
en comunión de espanto,
de
humildad,
de ignorancia,
como hubiera deseado...
¡como hubiera
deseado!
Balaúa
De oleaje
tú de entrega de redivivas muertes
en el la maramor
plenamente amada
tu néctar piel de pétalo
desnuda
tus bipanales senos de suave plena luna
con su eromiel y zumbos
y ritmos y mareas
tus tús y más que tús
tan eco de eco mío
y llamarada suya de la
muy sacra cripta mía tuya
dame tu
Balaúa
Calle de las sierpes
A D. Ramón Gómez de la Serna
Una corriente de brazos y de
espaldas
nos encauza
y nos hace desembocar
bajo los abanicos,
las pipas,
los anteojos enormes
colgados en medio de la calle;
únicos testimonios de una raza
desaparecida de gigantes.
Sentados al borde de las sillas,
cual si fueran a dar un brinco
y
ponerse a bailar,
los parroquianos de los cafés
aplauden la actividad
del camarero,
mientras los limpiabotas les lustran los zapatos
hasta
que pueda leerse
el anuncio de la corrida del domingo.
Con sus caras de mascarón de proa,
el habano hace las veces de
bauprés,
los hacendados penetran
en los despachos de bebidas,
a
muletear los argumentos
como si entraran a matar;
y acodados en los
mostradores,
que simulan barreras,
brindan a la concurrencia
el
miura disecado
que asoma la cabeza en la pared.
Ceñidos en sus capas, como toreros,
los curas entran en las
peluquerías
a afeitarse en cuatrocientos espejos a la vez
y cuando
salen a la calle
ya tienen una barba de tres días.
En los invernáculos
edificados por los círculos,
la pereza se da
como en ninguna parte
y los socios la ingieren
con churros o con
horchata,
para encallar en los sillones
sus abulias y sus laxitudes de
fantoches.
Cada doscientos cuarenta y siete hombres,
trescientos doce curas
y
doscientos noventa y tres soldados,
pasa una mujer.
A medida que nos
aproximamos
las piedras se van dando mejor.
Campo nuestro
En
lo alto de esas cumbres agobiantes
hallaremos laderas y peñascos,
donde yacen metales, momias de alga,
peces cristalizados;
pero jamás
la extensa certidumbre
de que antes de humillarnos para siempre,
has
preferido, campo, el ascetismo
de negarte a ti mismo.
Fuiste viva
presencia o fiel memoria
desde mis más remota prehistoria.
Mucho antes
de intimar con los palotes
mi amistad te abrazaba en cada poste.
Chapaleando en el cielo de tus charcos
me rocé con tus ranas y tus
astros.
Junto con tu recuerdo se aproxima
el relente a distancia y
pasto herido
con que impregnas las botas... la fatiga.
Galopar.
Galopar. ¿Ritmo perdido?
hasta encontrarlo dentro de uno mismo.
Siempre volvemos, campo, de tus tardes
con un lucero humeante...
entre
los labios.
Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
pero en vez de tu
escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un campo equívoco
de andares
voluptuosos y evasivos.
Me llamaste, otra vez, con voz de madre
Y en
tu silencio sólo halló una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada.
Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
te me vas, despacio, para adentro...
al trote corto, campo, al trotecito.
Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.
Entra y descansa, campo.
Desensilla.
Deja de ser eterna lejanía.
Cuanto más te repito y te
repito
quisiera repetirte al infinito.
Nunca permitas, campo, que se
agote
nuestra sed de horizonte y de galope.
Templa mis nervios, campo
ilimitado,
al recio diapasón del alambrado.
Aquí mi soledad. Esta mi
mano.
Dondequiera que vayas te acompaño.
Si no hubieras andado siempre
solo
¿todavía tendrías voz de toro?
Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro, noche y día,
como si fuera, campo, mate amargo.
A veces soledad, otras silencio,
pero ante todo, campo: padre-nuestro.
Cansancio
Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan
casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé
mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en
cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no
este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada
día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las
mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar
la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de
magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos
meses, adentro de una piedra.
Dicotomía incruenta
Siempre llega mi mano
más tarde que otra mano que se mezcla a la mía
y
forman una mano.
Cuando voy a sentarme
advierto que mi cuerpo
se sienta en otro
cuerpo que acaba de sentarse
adonde yo me siento.
Y en el preciso instante
de entrar en una casa,
descubro que ya
estaba
antes de haber llegado.
Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,
y que mientras me
rieguen de lugares comunes,
ya me encuentre en la tumba,
vestido de
esqueleto,
bostezando los tópicos y los llantos fingidos.
Dietética
Hay que ingerir distancia,
lanudos nubarrones,
secas parvas de siesta,
arena sin historia,
llanura,
vizcacheras,
caminos con tropillas
de nubes,
de ladridos,
de briosa polvareda.
Hay que rumiar la yerba
que sazonan las vacas
con su orín,
y sus colas;
la tierra que se
escapa
bajo los alambrados,
con su olor a chinita,
a zorrino,
a
fogata,
con sus huesos de fósil,
de potro,
de tapera,
y sus
largos mugidos
y sus guampas, al aire,
de molino,
de toro...
Hay
que agarrar la tierra,
calentita o helada,
y comerla
¡comerla!
¿Dónde?
¿Me extravié en la
fiebre?
¿Detrás de las sonrisas?
¿Entre los alfileres?
¿En la duda?
¿En el rezo?
¿En
medio de la herrumbre?
¿Asomado a la angustia,
al engaño,
a lo verde?...
No
estaba junto al llanto,
junto a lo despiadado,
por encima del asco,
adherido a la
ausencia,
mezclado a la ceniza,
al horror,
al delirio.
No estaba
con mi sombra,
no estaba con mis gestos,
más allá de las normas,
más allá
del misterio,
en el fondo del sueño,
del eco,
del olvido.
No estaba.
¡Estoy seguro!
No estaba.
El puro no
El no
el no inóvulo
el no nonato
el noo
el no poslodocosmos de impuros ceros noes que noan noan
noan
y nooan
y plurimono noan al morbo amorfo noo
no démono
no
deo
sin son sin sexo ni órbita
el yerto inóseo noo en unisolo amódulo
sin poros ya sin nódulo
ni yo ni fosa ni hoyo
el macro no ni
polvo
el no más nada todo
el puro no
sin no
Ella
Es una intensísima corriente
un relámpago ser de lecho
una dona mórbida ola
un reflujo zumbo de anestesia
una
rompiente ente florescente
una voraz contráctil prensil corola entreabierta
y su rocío
afrodisíaco
y su carnalesencia
natal
letal
alveolo beodo de violo
es la sed de ella ella y sus vertientes lentas entremuertes que
estrellan y disgregan
aunque Dios sea su vientre
pero también es la crisálida de una
inalada larva de la nada
una libélula de médula
una oruga lúbrica desnuda sólo nutrida de
frotes
un chupochupo súcubo molusco
que gota a gota agota boca a boca
la mucho mucho gozo
la muy total sofoco
la toda ¡shock! tras
¡shock!
la íntegra colapso
es un hermoso síncope con foso
un ¡cross! de
amor pantera al plexo trópico
un ¡knock out! técnico dichoso
si no un compuesto terrestre de
líbido edén infierno
el sedimento aglutinante de un precipitado de labios
el obsesivo
residuo de una solución insoluble
un mecanismo radioanímico
un terno bípedo bullente
un
¡robot! hembra electroerótico con su emisora de delirio
y espasmos lírico-dramáticos
aunque tal vez sea un espejismo
un
paradigma
un eromito
una apariencia de la ausencia
una entelequia
inexistente
las trenzas náyades de Ofelia
o sólo un trozo ultraporoso de
realidad indubitable
una despótica materia
el paraíso hecho carne
una perdiz a la
crema.
Escrúpulo
Me
parece que vivo
que estoy entre los ruidos
que miro las paredes,
que estas manos son mías,
pero quizás me engañe
y paredes y manos
sólo sean recuerdos
de una vida pasada.
He dicho "me parece"
yo no
aseguro nada.
Gratitud
Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.
Gracias pelo
caballo
mandarino.
Gracias
pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.
Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a
la danza
a la lumbre
a la espesura.
Muchas gracias al humo
a los
microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a
la duda
a la semilla
a la sangre
a los toros
a la siesta.
Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.
Gracias a lo que nace,
a lo
que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el
viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.
Muchas
gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Oliverio Girondo,
agradecido.
Hazaña
Todo,
todo,
en el aire,
en el agua,
en la tierra
desarraigado y ácido,
descompuesto,
perdido.
El agua hecha caballo antes que nube y lluvia.
Los toros transformados en sumisas poleas.
El engaño sin malla,
sin
"tutu",
sin pezones.
La impúdica mentira exhibiendo el trasero
en todas las posturas,
en todas las esquinas.
Las polillas voraces de expediente cocido,
disfrazadas de hiena,
de tapir con mochila.
Las techumbres que emigran
en oscuras bandadas.
Las ventanas que escupen dentaduras de piano,
cacerolas,
espejos,
piernas carbonizadas.
Porque mirad
sin musgo,
mi corazón de yesca,
qué hicimos,
qué hemos hecho
con nuestras pobres manos,
con nuestros esqueletos de
invierno y de verano.
Desatar el incendio.
Aplaudir el desastre.
Trasladar,
sobre
caucho,
apetitos de pústula.
Prostituir los crepúsculos.
Adorar los
bulones
y los secos cerebros de nuez reblandecida...
Como si no
existiera más que el sudor y el asco;
como si sólo ansiáramos nutrir con
nuestra sangre
las raíces del odio;
como si ya no fuese bastante
deprimente
saber que sólo somos un pálido excremento
del amor,
de
la muerte.Llorar a lágrima viva...
Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las
compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los
paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de
antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el
África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los
cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío,
de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de
memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Lo
que esperamos
Tardará, tardará.
Ya sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de hastío,
de diamantes,
de caviar,
de remedios.
Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la saña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad.
de bosta.
Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales,
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.
Y entonces...
¡Ah!, ese día
abriremos los brazos
sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor todavía
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos
esperamos en vano.
Mi lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me
enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
y me nirvana el suyo la crucis
los desalmes
con sus melimeleos
sus erpsiquisedas sus decúbitos lianas y
dermiferios limbos y gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi
lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía
Milonga
Sobre las mesas,
botellas decapitadas de «champagne» con corbatas
blancas de payaso,
baldes de níquel que trasuntan enflaquecidos brazos y espaldas de
«cocottes»
El bandoneón canta con esperezos de gusano baboso,
contradice el pelo rojo de la alfombra,
imana los pezones, los pubis y la punta de los zapatos.
Machos
que se quiebran en corte ritual, la cabeza hundida entre los hombros,
la
jeta hinchada de palabras soeces.
Hembras con las ancas nerviosas,
un poquito de espuma en las axilas y los ojos demasiado aceitados.
De pronto se oye un fracaso de cristales.
Las mesas dan un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire.
Un
enorme espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía dentro;
mientras en un oleaje de brazos y de espaldas estallan las trompadas,
como una rueda de cohetes de bengala.
Junto con el vigilante,
entra la aurora vestida de violeta.
Mito
Mito
mito mío
acorde de luna sin piyamas
aunque me hundas tus psíquicas
espinas
mujer pescada poco antes de la muerte
aspirosorbo hasta el
delirio tus magnolias calefaccionadas
cuanto decoro tu lujosísimo
esqueleto
todos los accidentes de tu topografía
mientras declino en
cualquier tiempo
tus titilaciones más secretas
al precipitarte
entre relámpagos
en los tubos de ensayo de mis venas.No se me importa un pito que las
mujeres...
No se
me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis
de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan
con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de
sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de
zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo
ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan
locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de
pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba
del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño,
la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué
impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre
las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando,
a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos
aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos
Angeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un
espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos
haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la
de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna
clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una
vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros
del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una
mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni
tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.
No soy quien escucha...
No soy quien escucha
ese trote llovido que atraviesa mis venas.
No soy quien se pasa la lengua entre los labios,
al sentir que la
boca se me llena de arena.
No soy quien espera,
enredado en mis nervios,
que las horas me
acerquen el alivio del sueño,
ni el que está con mis manos, de yeso
enloquecido,
mirando, entre mis huesos, las áridas paredes.
No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas.
Nocturno
Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces
trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.
Telaraña que
los alambres tejen sobre las azoteas.
Trote hueco de los jamelgos que
pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de
los gatos en celo,
y cuál será la intención de los papeles
que se arrastran en los patios vacíos?
Hora en que los muebles
viejos aprovechan para sacarse las mentiras,
y en que las cañerías tienen
gritos estrangulados,
como si se asfixiaran dentro de las paredes.
A
veces se piensa,
al dar vuelta la llave de la electricidad,
en el
espanto que sentirán las sombras,
y quisiéramos avisarles
para que
tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones.
Y a veces las cruces de
los postes telefónicos,
sobre las azoteas,
tienen algo de siniestro
y uno quisiera rozarse a las paredes,
como un gato o como un ladrón.
Noches en las que desearíamos
que nos pasaran la mano por el
lomo,
y en las que súbitamente se comprende
que no hay ternura
comparable
a la de acariciar algo que duerme.
Nocturno 2
Debajo de la almohada
una mano,
mi mano,
que se agranda,
se agranda
inexorablemente,
para emerger,
de pronto,
en la más alta noche,
abandonar la cama,
traspasar las paredes,
mezclarse con las sombras,
distenderse en las calles
y recubrir los techos de las casas sonámbulas.
A través de mis párpados
yo contemplo sus dedos,
apacibles,
tranquilos,
de ciclópeas falanges;
los millares de ríos
zigzagueantes,
resecos,
que recorren la palma desierta de esa mano,
desmesurada,
enorme,
adherida al insomnio,
a mi brazo,
a mi cuerpo
diminuto,
perdido
en medio de las sábanas;
sin explicarme cómo esa mano
es mi mano,
ni saber por qué causa se empeña en disminuirme.
Paisaje bretón
Douarnenez,
en un golpe de cubilete,
empantana
entre sus casas como dados,
un pedazo de mar,
con un olor a sexo que desmaya.
¡Barcas heridas, en seco, con las alas plegadas!
¡Tabernas que cantan con una voz de orangután!
Sobre los muelles,
mercurizados por la pesca,
marineros que se agarran de los brazos
para aprender a caminar,
y van a estrellarse
con un envión de ola
en las paredes;
mujeres salobres,
enyodadas,
de ojos acuáticos, de cabelleras de alga,
que repasan las redes colgadas de los techos
como velos nupciales.
El campanario de la iglesia,
es un escamoteo de prestidigitación,
saca de su campana
una bandada de palomas.
Mientras las viejecitas,
con sus gorritos de dormir,
entran a la nave
para emborracharse de oraciones,
y para que el silencio
deje de roer por un instante
las narices de piedra de los santos.
1920
De "Veinte poemas para ser leídos en el tranvía"
Pleamar
Nada ansío de nada,
mientras dura el instante de eternidad que es todo,
cuando no quiero nada.
Poema 12
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se
demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se
palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden,
se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se
distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan se estremecen,
se tantean, se juntan,
desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se
enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se
perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se
atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se
inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se
desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan.
Puedes juntar las manos
La gente dice:
Polvo,
Sideral,
Funerario,
y se queda tranquila,
contenta,
satisfecha.
Pero escucha ese grillo,
esa brizna de noche,
de vida enloquecida.
Ahora es cuando canta
Ahora
y no
mañana
Precisamente ahora.
Aquí.
A nuestro lado...
como si no
pudiera cantar en otra parte.
¿Comprendes?
Yo tampoco.
Yo no comprendo nada.
No tan
sólo tus manos son un puro milagro.
Un traspiés,
un olvido,
y acaso fueras mosca,
lechuga,
cocodrilo.
Y después...
esa estrella.
No preguntes.
¡Misterio!
El silencio.
Tu pelo.
Y el fervor,
la aquiescencia
del universo entero,
para lograr tus poros,
esa ortiga,
esa piedra.
Puedes juntar las manos.
Amputarte las trenzas.
Yo daré mientras tanto tres vueltas de
carnero.
Que los ruidos te
perforen los dientes...
Que los ruidos
te perforen los dientes,
como una lima de dentista,
y la memoria se
te llene de herrumbre,
de olores descompuestos y de palabras rotas.
Que te crezca, en cada uno de los poros,
una pata de araña;
que sólo
puedas alimentarte de barajas usadas
y que el sueño te reduzca, como una
aplanadora,
al espesor de tu retrato.
Que al salir a la calle,
hasta los faroles te corran a patadas;
que un fanatismo irresistible te
obligue a prosternarte
ante los tachos de basura
y que todos los
habitantes de la ciudad
te confundan con un madero.
Que cuando quieras
decir: "Mi amor",
digas: "Pescado frito";
que tus manos intenten
estrangularte a cada rato,
y que en vez de tirar el cigarrillo,
seas
tú el que te arrojes en las salivaderas.
Que tu mujer te engañe hasta con
los buzones;
que al acostarse junto a ti,
se metamorfosee en
sanguijuela,
y que después de parir un cuervo,
alumbre una llave
inglesa.
Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto,
para
que los espejos, al mirarte,
se suiciden de repugnancia;
que tu único
entretenimiento consista en instalarte
en la sala de espera de los
dentistas,
disfrazado de cocodrilo,
y que te enamores, tan locamente,
de una caja de hierro,
que no puedas dejar, ni por un solo instante,
de lamerle la cerradura.
Solo
Solo,
con mi esqueleto,
mi sombra,
mis arterias,
como un sapo en su cueva,
asomado al verano,
entre miles de insectos
que saltan,
retroceden,
se
atropellan,
fallecen;
en una delirante actividad sin rumbo,
inútil,
arbitraria,
febril,
idéntica a la fiebre
que sufren las ciudades.
Solo,
con la ventana
abierta a las estrellas,
entre árboles y
muebles que ignoran mi existencia,
sin deseos de irme,
ni ganas de quedarme
a vivir otras
noches,
aquí,
o en otra parte,
con el mismo esqueleto,
y las
mismas arterias,
como un sapo en su cueva
circundado de insectos.
Testimonial
Allí
están,
allí estaban
las trashumantes nubes,
la fácil desnudez del
arroyo,
la voz de la madera,
los trigales ardientes,
la amistad
apacible de las piedras.
Allí la sal,
los juncos que se bañan,
el melodioso sueño de los
sauces,
el trino de los astros,
de los grillos,
la luna recostada
sobre el césped,
el horizonte azul,
¡el horizonte!
con sus briosos
tordillos por el aire...
¡Pero no!
Nos sedujo lo infecto,
la opinión clamorosa de las
cloacas,
los vibrantes eructos de onda corta,
el pasional engrudo
las circuncisas lenguas de cemento,
los poetas de moco enternecido,
los vocablos,
las sombras sin remedio.
Y aquí estamos:
exangües,
más pálidos que nunca;
como tibios
pescados corrompidos
por tanto mercader y ruido muerto;
como mustias
acelgas digeridas
por la preocupación y la dispepsia;
como resumideros
ululantes
que toman el tranvía
y bostezan
y sudan
sobre el
carbón, la cal, las telarañas;
como erectos ombligos con pelusa
que se
rascan las piernas y sonríen,
bajo los cielorrasos
y las mesas de luz
y los felpudos;
llenos de iniquidad y de lagañas,
llenos de hiel y
tics a cOntrapelo,
de histrionismos madeja,
yarará,
mosca muerta;
con el cráneo repleto de aserrín escupido,
con las venas Pobladas de
alacranes filtrables,
Con los ojos rodeados de pantanosas costas
y
paisajes de arena,
nada más que de arena.
Escoria entumecida de enquistados complejos
y cascarrientos labios
que se olvida del sexo en todas partes,
que confunde el amor con el
masaje,
la poesia con la congoja acidulada,
los misales con los libros
de caja.
Desolados engendros del azar y el hastío,
con la carne exprimida
por los bancos de estuco y tripas de oro,
por los dedos cubiertos de
insaciables ventosas,
por caducos gargajos de cuello almidonado,
por
cuantos mingitorios con trato de excelencia
explotan las tinieblas,
ordeñan las cascadas,
la adulcorada caña,
la sangre oleaginosa de los
falsos caballos,
sin orejas,
sin cascos,
ni florecido esfínter de
amapola,
que los llevan al hambre,
a empeñar la esperanza,
a vender los ovarios,
a cortar a pedazos sus adoradas madres,
a ingerir los infundios que pregonan las lámparas,
los hilos
tartamudos,
los babosos escuerzos que tienen la palabra,
y hablan,
hablan,
hablan,
ante las barbas próceres,
o verdes redomones de
bronce que no mean,
ante las multitudes
que desde un sexto piso
podrán semejarse a caviar envasado,
aunque de cerca apestan:
a sudor
sometido,
a cama trasnochada,
a sacrificio inútil,
a rencor
estancado,
a pis en cuarentena,
a rata muerta.
¡Todo era amor!
¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que
de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a
plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones,
de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M,
con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor
espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus
repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus
interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los
bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que
arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y
amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor
desnudo.
Amor-amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más
que amor!
Topatumba
Ay mi
más mimo mío
mi bisvidita te ando
si toda
así
te tato y topo
tumbo y te arpo
y libo y libo tu halo
ah la piel cal de luna de tu
trascielo mío que
me levitabisma
mi tan todita lumbre
cátame tu
evapulpo
sé sed de sed
sé liana
anuda más
más nudo de musgo de
entre muslo de seda
que me ceden
tu muy corola mía
oh su rocío
qué limbo
ízala tú mi tumba
así
ya en ti mi tea
toda mi llama
tuya
destiérrame
aletea
lava ya emana el alma
te hisopo
toda
mía
ay entremuero
vida
me cremas
te edenizo.
Tríptico
I
Tendido
entre lo blanco,
la vi.
Se aproximaba.
Las pupilas baldías,
el cuerpo
inhabitado,
sin cabellos,
sin labios, inasible,
vacía;
junto a mí
a mi lado...
¡Toda hecha de nada!
Se sentó.
¿Me
esperaba?
La miré.
Me miraba.
II
Ya estaba entre sus brazos
de soledad,
y frío,
acalladas las manos,
las venas detenidas, sin un
pliegue en los párpados,
en la frente,
en las sábanas;
más allá de la angustia,
desterrado del aire,
en soledad callada,
en vocación de polvo,
de humareda,
de olvido.
III
¿Era yo,
la voz muerta,
los dientes de ceniza,
sin
brazos,
bajo tierra,
roído por la calma,
entre turbias corrientes,
de silencio,
de barro?
¿Era yo,
por el aire,
ya
lejos de mis huesos,
la frente despoblada,
sin memoria,
ni perros,
sobre
tierras ausentes,
apartado del tiempo,
de la luz,
de la sombra;
tranquilo,
transparente?
Tropos
Toco
toco poros
amarras
calas toco
teclas de nervios
muelles
tejidos que me tocan
cicatrices
cenizas
trópicos vientres toco
solos solos
resacas
estertores
toco y mas toco
y nada
Prefiguras de ausencia
inconsistentes tropos
qué tú
qué qué
qué quenas
qué hondonadas
qué
máscaras
qué soledades huecas
qué sí qué no
qué sino que me destempla
el toque
qué reflejos
qué fondos
qué materiales brujos
qué llaves
qué ingredientes nocturnos
qué fallebas heladas que no abren
qué nada toco
en todo
Visita
No estoy.
No la conozco.
No quiero conocerla.
Me repugna lo hueco,
la afición al misterio,
el culto a la ceniza,
a cuanto se disgrega.
Jamás he mantenido contacto con lo inerte.
Si de algo he renegado es de
la indiferencia.
No aspiro a transmutarme,
ni me tienta el reposo.
Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.
No estoy para lo inmóvil,
para lo inhabitado.
Cuando venga a buscarme,
díganle:
"se ha mudado".
Vuelo sin orillas
Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos
cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.
Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.
Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de
sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestable
riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para
seguir volando,
desesperadamente.
Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de
sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Me oprimía lo flúido,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.
Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni
lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio,
ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.
Y de los replanteos...
Y de los
replanteos
y recontradicciones
y reconsentimiento sin o con
sentimiento cansado
y de los repropósitos
y de los reademanes y
rediálogos idénticamente bostezables
y del revés y del derecho
y de
las vueltas y revueltas y las marañas y recámaras y
remembranzas y
remembranas de pegajosísimos labios
y de lo insípido y lo sípido de lo
remucho a lo repoco y
lo remenos
recansado de los recodos y repliegues
y recovecos y refrotes
de lo remanoseado y relamido hasta en sus más recónditos reductos
repletamente cansado de tanto retanteo y remasaje
y treta terca en tetas
y recomienzo erecto
y reconcubitedio
y reconcubicórneo sin remedio
y tara van en ansia de alta resonancia
y rato apenas nato ya árido tardo
graso dromedario
y poro loco
y parco espasmo enano
y monstruo torvo
sorbo del malogo y de lo pornodrástico
cansado hasta el estrabismo mismo
de los huesos
de tanto error errante
y queja quena
y desatino
tísico
y ufano urbano bípedo hidéfalo
escombro caminante
por vicio
y sino y tipo y libido y oficio
recansadísimo
de tanta estanca
remetáfora de la náusea
y de la revirgísima inocencia
y de los
instintos perversitos
y de las ideitas reputitas
y de las ideonas
reputonas
y de los reflujos y resacas de las resecas circunstancias
desde qué mares padres
y lunares mareas de resonancias huecas
y madres
playas cálidas de hastío de alas calmas
sempiternísimamente archicansado
en todos los sentidos y contrasentidos de lo instintivo
o sensitivo tibio
o remeditativo o remetafísico y reartístico
típico
y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua
y de sus
regastados páramos vocablos y reconjugaciones y recópulas
y sus remuertas
reglas y necrópolis de reputrefactas palabras
simplemente cansado del
cansancio
del harto tenso extenso entrenamiento
al engusanamiento
y al silencio.
Yo no sé nada
Yo no sé
nada
Tú no sabes nada
Ud. no sabe nada
El no sabe nada
Ellos no
saben nada
Ellas no saben nada
Uds. no saben nada
Nosotros no sabemos nada
La desorientación de mi generación
tiene su expli-
cación en la dirección de nuestra educación,cuya
idealización de la
acción, era - ¡sin discusión!-
una mistificación, en contradicción
con nuestra propensión a la
me-
ditación, a la contemplación y
a la masturbación. (Gutural,
lo más guturalmente que
se pueda.) Creo que
creo en lo que creo
que no creo. Y creo
que no creo en lo
que creo que creo
«C a n t a r d e l a s r
a n as»
¡Y ¡Y ¿A
¿A ¡Y ¡Y
su ba llí
llá su ba
bo jo
es es
bo jo
las las
tá? tá?
las las
es es
¡A
¡A es
es
ca
ca quí
cá ca
ca
le
le no
no
le le
ras ras
es
es
ras ras
arri aba
tá
tá arri
aba
ba!...
jo!... !...
!...
ba!... jo!...
Yolleo
Eh vos
tatacombo
soy yo
dí
no me oyes
tataconco
soy yo sin
vos
sin voz
aquí yollando
con mi yo sólo solo que yolla y yolla y
yolla
entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos
lo sé
lo sé y
tanto,
desde el yo mero mínimo al verme yo, harto en todo
junto a mis
ya muertos y revivos yoes siempre siempre yollando
y yoyollando siempre
por qué
Si sos
por qué dí
eh vos
no me oyes
tatatodo
por
qué tanto yollar
responde
y hasta cuándo...