"...¿A qué llorar por el caído fruto,
por el fracaso de ese deseo hondo?..."
"Detail of The
Bather"
Pierre-Auguste
Renoir
Reseña biografica
Poeta,
catedrático y ensayista español nacido en Oviedo en 1922.
Su poesia, llena de contrastes, discurre entre lo efímero y lo eterno,
características que llevan al lector
a divagar y soñar en los temas del amor y de la vida.
Fue maestro nacional, licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo y
periodista por la Escuela Oficial
de Periodismo de Madrid. Enseñó Literatura española Contemporánea en la
Universidad de Alburquerque, USA,
habiendo sido profesor visitante en las de Nuevo México, Utah, Maryland y
Texas.
Miembro de la Real Academia española, fue galardonado, entre otros, con el
Premio Antonio Machado en 1962,
el Premio Príncipe de Asturias
en 1985, el Reina Sofía de poesia Iberoamericana en 1996 y el
Primer Premio
Internacional de poesia Ciudad de Granada en el año 2004.
De su obra se destacan los títulos: "Áspero mundo" 1955 , "Sin
esperanza, con convencimiento"1961, "Grado elemental"
en 1961, "Tratado de urbanismo" 1967,
"Breves acotaciones para unaBiografia" 1971, "Prosemas o menos"
1983,
"Deixis de un fantasma" 1992 y su último libro,"Otoño y otras luces"
2001.
Falleció en Madrid el 12 de enero de 2008. ©A mano amada
A veces
Alga quisiera ser, alga
enredada...
Así nunca
volvió a ser
Breves
acotaciones para una Biografia
Bosque
Canción de amiga
Canción, glosa y cuestiones
Capital de provincia
Carta sin despedida
Crepúsculo, Albuquerque,
invierno
¿Cómo seré...
Cumpleaños
Danae
Deixis en fantasma
Domingo
El
derrotado
El día se ha ido
El otoño se acerca
Elegía pura
Elegido por aclamación
Empleo de la nostalgia
En este
instante, breve y duro instante...
En ti me
quedo
Entonces
Epílogo
Eso era amor
Esperanza
Esto no es nada
Inmortalidad de la nada
Inventario de lugares
propicios al amor
La vida en
juego
Los sábados...
Me basta así...
Me he quedado sin pulso y sin
aliento...
Mientras tú existas
Milagro de la luz
Muerte en el olvido
Nada es lo mismo
Otras veces
Otro tiempo vendrá...
Palabra muerta, palabra
perdida
Para nada
Porvenir
Preámbulo a un silencio
Quise
Siempre lo que quieras
Son las gaviotas, amor
Te tuve
Todo amor es efímero
Todos ustedes parecen
felices...
Última
gracia
Vals al atardecer
Ya nada es ahora
A mano amada
A mano amada,
cuando la noche impone su costumbre de insomnio
y
convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de
una vida;
allí,
en la esquina más negra del desamparo, donde
el
nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
los recuerdos me asaltan.
Unos empuñan tu mirada verde,
otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y
con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
me reclaman.
Reconozco los rostros.
No hurto el cuerpo.
Cierro los ojos para ver
y siento
que
me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo:
la memoria.
A veces
Escribir un poema se
parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña
también más en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que
manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les
levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago
lo de siempre
y, pese a todo, ved:
¡no pasa nada!
Lo expresaba
muy bien Cesar Vallejo:
"Lo digo y no me corro".
Pero él
disimulaba.
Alga quisiera ser,
alga enredada...
Alga quisiera ser, alga
enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.
Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.
Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…
Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.
Así nunca volvió a ser
Como llevaba trenza
la llamábamos trencita en la tarde del jueves.
Jugábamos a montarnos
en ella y nos llevaba
a una extraña región de la que nunca
volveríamos.
Porque es casi imposible abandonar
aquel olor a
tierra de su cabello sucio,
sus ásperas rodillas todavía con polvo
y con sangre de la última caída
y, sobre todo,
la nacarada nuca
donde se demoraban
unas gotas de luz cuando ya luz no había.
Allí
me dejó un día de verano
y jamás regresó
a recoger mi insomne
pensamiento
que desde entonces vaga por sus brazos
corrigiendo su
ruta, terco y contradictorio,
lo mismo que una hormiga que no sabe
salir
de la rama de un árbol en el que se ha perdido.
Breves acotaciones para una Biografia
Cuando tengas dinero
regálame un anillo,
cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,
cuando no
sepas qué hacer vente conmigo,
pero luego no digas que no sabes lo que haces.
Haces haces de leña en
las mañanas
y se te vuelven flores en los brazos.
Yo te sostengo asida por
los pétalos,
como te muevas te arrancaré el aroma.
Pero ya te lo dije:
cuando quieras marcharte ésta es la puerta:
se llama Angel y conduce al llanto.
Bosque
Cruzas por el crepúsculo.
El aire
tienes que separarlo casi
con las manos
de tan denso, de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas
tus pies. Cientos de árboles
contienen el aliento sobre tu
cabeza. Un pájaro no sabe
que
estás allí, y lanza su silbido
largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es
como el eco
del mundo. Eco distante
que tú estremeces, traspasando
las
últimas fronteras de la tarde.
Canción de amiga
Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los
árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas
son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi
amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha
dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como éste.
Canción, glosa t cuestiones
Ese lugar
que tienes,
cielito lindo,
entre las piernas,
ese lugar tan
íntimo
y querido,
es un lugar común.
Por lo citado y por lo concurrido.
Al fin, nada me importa:
me gusta en cualquier caso.
Pero hay algo que intriga.
¿Cómo
solar tan diminuto
puede ser compartido
por una población tan numerosa?
¿Qué
estatutos regulan el prodigio?
Capital de provincia
Ciudad de sucias tejas soleadas:
casi eres realidad, apenas nido
sólo un rumor, un humo desprendido,
de las praderas verdes y
asombradas.
Luego hay hombres de vidas apretadas
a tu destino
semiderruido
y muchachas que crecen entre el ruido
cual si
estuvieran entre amor sembradas.
A casi todas miro tiernamente,
y
los viejos alegran tus afueras
con sus traviesas cabelleras blancas.
Yo estoy contento y, cariñosamente,
caballo gris me gustaría que
fueras
para darte palmadas en las ancas.
Carta sin despedida
A veces,
mi egoísmo
me llena de
maldad,
y te odio casi
hasta hacerme daño
a mí mismo:
son los
celos, la envidia,
el asco
al hombre, mi semejante
aborrecible, como yo
corrompido y sin
remedio,
mi querido
hermano y parigual en la
desgracia.
A veces -o mejor dicho:
casi nunca-,
te odio tanto que te veo
distinta.
Ni en
corazón ni en alma
te pareces
a la que amaba sólo
hace un instante,
y hasta
tu cuerpo cambia
y es más bello
-quizá por imposible
y por lejano-.
Pero
el odio también me
modifica
a mí mismo,
y cuando quiero darme
cuenta
soy otro
que no odia, que ama
a esa desconocida cuyo
nombre es el
tuyo,
que lleva tu apellido,
y tiene,
igual que tú,
el cabello
largo.
Cuando sonríes,
yo te reconozco,
identifico tu perfil
primero,
y vuelvo a verte,
al fin,
tal como eras, como
sigues
siendo,
como serás ya siempre,
mientras te ame.
¿Cómo seré...
¿Cómo seré
o
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi
estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis
ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se
pasarán de mano en mano
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin
remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a
donde vayas, fieles.
Crepúsculo, Albuquerque, invierno
No fue un sueño,
lo vi:
La nieve ardía.
Cumpleaños
Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en el aire
cotidiano, burdo
jirón de mí,
deshilachado
y roto por los puños
Yo comprendo: he vivido
un
año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi
cien veces por minuto!
Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.
Danae
La tarde muere envuelta en su tristeza.
Paisaje tierno para
soñadoras
miradas de mujer, exploradoras
de su melancolía en la
belleza.
Danae apoya en sus manos la cabeza.
El ambiente que el sol último
dora
es una leve, dulce y turbadora
caricia que la oprime con
pereza.
Un pajarillo gris, desde una vana
rama, canta a la tarde lenta y
rosa.
Oro de sol entra por la ventana
y Danae, indiferente y ojerosa,
siente el alma transida de
desgana
y se deja, pensando en otra cosa.
Deixis en fantasma
Aquello.
No eso.
Ni
-mucho menos- esto.
Aquello.
Lo que está en el umbral
de mi fortuna.
Nunca llamado, nunca
esperado siquiera;
sólo presencia que no ocupa espacio,
sombra o luz fiel al borde de mí mismo
que ni el viento
arrebata, ni la lluvia disuelve,
ni el sol marchita, ni la noche apaga.
Tenue cabo de brisa
que me ataba a la vida dulcemente.
Aquello
que quizá hubiese sido
posible,
que sería
posible todavía
hoy o mañana si no fuese
un sueño.
Domingo
Domingo, flor de luz,
casi increíble
día. Bajas sobre la tierra
como un Angel inútil y
dorado.
Besas
a las muchachas
de turbia cabellera,
vistes de
azul marino
a los hombres que te aman, y dejas
en las manos del
niño
un aro de madera
o una simple esperanza. Repartes
golondrinas, globos de primavera,
te subes a las torres
y giras
las veletas
oxidadas. Tu viento agita faldas
de colores, estremece
banderas,
lleva lejos canciones
y sonrisas, llena
las estancias
de polvo plateado.
Los árboles esperan
tu llegada
para cubrirse de gorriones. Sabe más fresca
el agua de
las fuentes.
Las campanas dispersan
palomas imprevistas
que
vuelan
de otro modo.
No hay nadie que no sepa
que es domingo,
domingo.
Tu presencia
de espuma lava,
eleva,
hace flotar las
cosas y los seres
en un nítido cielo que no era
-el lunes- de
verdad:
apenas desteñido papel, vidrio olvidado,
polvo tedioso
sobre las aceras.
El derrotado
Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba -último buitre-
el viento.
Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia
el tiempo bien llamado
porvenir.
Porque ninguna tierra
posees,
porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país
puede arraigar tu
corazón deshabitado.
Nunca -y es tan sencillo-
podrás abrir una cancela
y decir,
nada más: «buen día,
madre».
Aunque efectivamente el día sea
bueno,
haya trigo en las eras
y los árboles
extiendan hacia ti
sus fatigadas
ramas, ofreciéndote
frutos o sombra para que
descanses.
El día se ha ido
Ahora andará por otras
tierras,
llevando lejos luces y esperanzas,
aventando bandadas de
pájaros remotos,
y rumores, y voces, y campanas,
-ruidoso perro que menea
la cola
y ladra ante las puertas entornadas.
(Entretanto, la noche,
como un gato
sigiloso, entró por la ventana,
vio unos restos de luz
pálida y fría, y
se bebió la última taza.)
Sí;
definitivamente el día se ha ido.
Mucho no se llevó (no trajo nada);
sólo un poco de tiempo
entre los dientes,
un menguado rebaño de luces fatigadas.
Tampoco lo lloréis.
Puntual e inquieto,
sin duda alguna, volverá mañana.
Ahuyentará a ese gato
negro.
Ladrará hasta sacarme de la cama.
Pero no será igual.
Será otro día.
Será otro perro de la
misma raza.
El otoño se acerca
El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que
aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un
Angel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para
siempre.
Elegía pura
Aquí no pasa nada,
salvo el tiempo:
irrepetible
música que resuena,
ya extinguida,
en un corazón hueco, abandonado,
que alguien toma un momento,
escucha
y tira.
Elegido por aclamación
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada
dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo
callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A
partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
Empleo de la nostalgia
Amo el campus
universitario,
sin cabras,
con muchachas
que pax
pacem
en
latín,
que meriendan
pas pasa pan
con chocolate
en griego,
que saben lenguas vivas
y se dejan besar
en el crepúsculo
(también en las rodillas)
y usan
la cocacola como anticonceptivo.
Ah las flores marchitas de los libros de texto
finalizando el curso
deshojadas
cuando la primavera
se instala
en el culto jardín
del rectorado
por manos todavía adolescentes
y roza con sus rosas
manchadas de bolígrafo y de tiza
el rostro ciego del poeta
transustanciándose en un olor agrio
a naranjas
Homero
o semen
Todo eso será un día
materia de recuerdo y de nostalgia.
Volverá, terca, la memoria
una vez y otra vez a estos parajes,
lo mismo que una abeja
da vueltas al perfume
de una flor ya arrancada:
inútilmente.
Pero esa luz no se extinguirá nunca:
llamas que aún no consumen
...ningún presentimiento
puede
quebrar ]as risas
que iluminan
las rosas y ]os cuerpos
y cuando el llanto llegue
como un halo
los escombros
la descomposición
que los preserva entre las sombras
puros
no prevalecerán
serán más ruina
absortos en sí mismos
y sólo erguidos quedarán intactos
todavía más brillantes
ignorantes de sí
esos gestos de amor...
sin ver más nada.
En este instante, breve y duro instante...
En este
instante, breve y duro instante,
¡cuántas bocas de amor están unidas,
cuántas vidas se cuelgan de otras vida
exhaustas en su entrega
palpitante!
Fugaz como el destello de un diamante,
¡qué de manos absurdamente
asidas
quieren cerrar las más leves salidas
a su huida perpetua e
incesante!
Lentos, aquí y allá, y adormecidos,
¡tantos labios elevan
espirales
de besos!... Sí, en este instante, ahora
que ya pasó, que ya lo hube perdido,
del cual conservo sólo los
cristales
rotos, primera ruina de la aurora.
(En este instante,
breve, y duro instante...)
En ti me quedo
De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a
velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la
calle donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente
hijo de viuda sexagenaria y pobre
expulsado de la escuela vespertina
en la que era becario.
Estoy aquí,
donde yo siempre estuve,
donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.
La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me
apoyo.
La esperanza es el quicio de una puerta
de la casa que fue
desarraigada
de sus cimientos por los huracanes:
quicio-resquicio
por donde entro y salgo
cuando paso del nunca (me quisiste) al
todavía (te odio),
del tampoco (me escuchas) al también (yo me
callo),
del todo (me hace daño) al nada (me lastima).
No importa, sin embargo.
Los aviones de propulsión a chorro
salvan rápidamente
la distancia que separa Tokio de Copenhague,
pero con más rapidez todavía
me desplazo yo a un punto situado a diez
centímetros
de mí mismo,
de prisa,
muy de prisa,
en un abrir y cerrar de ojos,
en sólo una
diezmilésima de segundo,
lo cual supone una velocidad media de
setenta kilómetros a la hora,
que me permite,
si mis cálculos son
correctos,
estar en este instante aquí,
después mucho más lejos,
mañana en un lugar sito a casi mil millas,
dentro de una semana en
cualquier parte
de la esfera terrestre,
por alejada que os parezca
ahora.
Consciente de esa circunstancia,
en muchas ocasiones
emprendo largos viajes;
pero apenas me desplazo unos milímetros
hacia los destinos más remotos,
la nostalgia me muerde las entrañas,
y regreso a mi posición primera
alegre y triste a un tiempo
-como
dije al principio:
alegre,
porque sé que tú eres mi patria,
amor mío;
y triste,
porque toda patria, para los que la amamos,
- de acuerdo con mi personal experiencia de la patria-
tiene también
bastante de presidio.
Así,
en ti me quedo,
paseo largamente tus piernas y tus
brazos,
asciendo hasta tu boca, me asomo
al borde de tus ojos,
doy la vuelta a tu cuello,
desciendo por tu espalda,
cambio de
ruta para recorrer tus caderas,
vuelvo a empezar de nuevo,
descansando en tu costado,
miro pasar las nubes sobre tus labios
rojos,
digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,
y si
cierras los ojos cierro también los míos,
y me duermo a tu sombra
como si siempre fuera
verano,
amor,
pensando vagamente
en el
mundo inquietante
que se extiende -imposible- detrás de tu sonrisa.
Entonces
Entonces,
en los atardeceres de verano,
el viento
traía
desde el campo hasta mi calle
un inestable olor a establo
y a hierba susurrante como un río
que entraba con su canto y
con su aroma
en las riberas pálidas del sueño.
Ecos remotos,
sones desprendidos
de aquel rumor,
hilos de
una esperanza
poco a poco deshecha,
se apagan dulcemente en la
distancia:
ya ayer va susurrante como un río
llevando lo soñado aguas
abajo,
hacia la blanca orilla del olvido.
Epílogo
Me arrepiento de tanta inútil queja,
de tanta
tentación improcedente.
Son las reglas del juego
inapelables
y justifican toda, cualquier pérdida.
Ahora
sólo lo
inesperado o lo imposible
podría hacerme ll0rar:
una resurrección, ninguna muerte.
Eso era amor
Le comenté:
-Me
entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
-¿Te gustan solos o con
rimel?
-Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.
Esperanza
Esperanza,
araña negra del atardecer.
Tu paras
no lejos de mi cuerpo
abandonado, andas
en torno a mí,
tejiendo, rápida,
inconsistentes hilos invisibles,
te acercas, obstinada,
y me
acaricias casi con tu sombra
pesada
y leve a un tiempo.
Agazapada
bajo las piedras y
las horas,
esperaste, paciente, la llegada
de esta tarde
en la que nada
es ya posible...
Mi corazón:
tu nido.
Muerde en él,
esperanza.
Esto no es nada
Si tuviésemos la fuerza suficiente
para apretar como es debido un trozo de madera,
sólo nos quedaría entre las manos
un poco de tierra.
Y si
tuviésemos más fuerza todavía
para presionar con toda la dureza
esa tierra, sólo nos quedaría
entre las manos un poco de agua.
Y si fuese posible aún
oprimir el agua,
ya no nos quedaría entre las manos
nada.
Inmortalidad de la nada
Todo lo consumado en el amor
no será nunca gesta de gusanos.
Los despojos del mar roen
apenas
los ojos que jamás
-porque te vieron-,
jamás
se comerá
la tierra al fin del todo.
Yo he devorado tú
me has devorado
en un único incendio.
Abandona cuidados:
lo que ha ardido
ya nada tiene que
temer del tiempo.
Inventario de lugares propicios al amor
Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el
verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder
con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como
plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas
orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los
contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces
huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las
bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia ( con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y otros animales)
y el «no
tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿Adónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas
torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan,
desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de
vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en
este tiempo hostil, propicio al odio.
class="cuerpo" >La vida en juego
class="cuerpo" >Donde
pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde tengo el amor, toco la herida.
Donde pongo la fe, me pongo en juego.
Pongo en juego mi
vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de
ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo, y juego
lo que me queda: un resto
de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca, la
esperanza es muerte.
Si sale amor, la primavera avanza.
Los sábados
Las prostitutas madrugan mucho
para estar dispuestas...
Elena despertó a las dos y cinco,
abrió despacio las
contraventanas
y el sol de invierno hirió sus ojos
enrojecidos.
Apoyada
la frente en el cristal,
miró a la calle: niños con
bufandas,
perros. Tres curas
paseaban.
En ese mismo instante,
Dora comenzaba
a ponerse las medias.
Las ligas le dejaban
una
marca en los muslos ateridos.
Al encender la radio -«Aída:
marcha
nupcial»-,
recordaba palabras
-«Dora, Dorita, te amo»-
a la vez
que intentaba
reconstruir el rostro de aquel hombre
que se fue
ayer -es decir, hoy- de madrugada,
y leía distraída una moneda:
«Veinticinco pesetas.» «...por la gracia
de Dios.»
(Y por la cama)
Eran las tres y diez cuando Conchita
se estiraba
la piel de las mejillas
frente al espejo. Bostezó. Miraba
su
propio rostro con indiferencia.
Localizó tres canas
en la raíz
oscura de su pelo
amarillo. Abrió luego una caja
de crema rosa,
cuyo contenido
extendió en torno a su nariz. Bostezaba,
y
aprovechó aquel gesto
indefinible para
comprobar el estado
de
una muela careada
allá en el fondo de sus fauces secas,
inofensivas, turbias, algo hepáticas.
Por otra parte,
también se preparaba
la ciudad.
El tren de
las catorce treinta y nueve
alteró el ritmo de las calles. Miradas
vacilantes, ojos
confusos, planteaban
imprecisas preguntas
que
las bocas no osaban
formular.
En los cafés, entraban
y salían
los hombres, movidos
por algo parecido a una esperanza.
Se decía
que aún era temprano. Pero
a las cuatro, Dora comenzaba
a quitarse
las medias -las ligas
dejaban una marca
en sus muslos.
Lentas,
solemnes, eclesiásticas,
volaban de las torres
palomas y campanas.
Mientras
se bajaba la falda,
Conchita vio su cuerpo
-y otra
sombra vaga-
moverse en el espejo
de su alcoba. En las calles y
plazas
palidecía la tarde de diciembre. Elena
cerró despacio las
contraventanas.
Me basta así
Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a
ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el
pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al
tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar
silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin
hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención
cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y
repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme
jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por
la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Angel
González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la
vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la
contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas
y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego-
callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.
Me he quedado sin pulso y sin aliento...
Me he
quedado sin pulso y sin aliento
separado de ti. Cuando respiro,
el
aire se me vuelve en un suspiro
y en polvo el corazón de desaliento.
No es que
sienta tu ausencia el sentimiento.
Es que la siente el cuerpo. No te
miro.
No te puedo tocar por más que estiro
los brazos como un
ciego contra el viento.
Todo
estaba detrás de tu figura.
Ausente tú, detrás todo de nada,
borroso yermo en el que desespero.
Ya no
tiene paisaje mi amargura.
Prendida de tu ausencia mi mirada,
contra todo me doy, ciego me hiero.
Mientras tú existas...
Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota
posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz cualquiera...
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.
Milagro de la luz
Milagro de la luz: la sombra nace,
choca en silencio contra las montañas,
se desploma sin peso
sobre el suelo
desvelando a las hierbas delicadas.
Los eucaliptos dejan en
la tierra
la temblorosa piel de su alargada
silueta, en la que vuelan
fríos
pájaros que no cantan.
Una sombra más leve y más sencilla,
que nace de tus piernas, se adelanta
para anunciar el último, el
más puro
milagro de la luz: tú contra el alba.
Muerte en el olvido
Yo sé que
existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tu me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada
limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me
olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro,
torpe, malo- el que la habita...
Nada es lo mismo
La lágrima fue dicha...
Olvidemos
el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando a las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su
entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.
¿A qué llorar por el
caído
fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,
compacto como
un grano de simiente?
No es bueno repetir lo
que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:
Nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
Otras veces
Quisiera estar en otra parte,
mejor en otra piel,
y averiguar si
desde allí la vida,
por las ventanas de otros ojos,
se ve así de
grotesca algunas tardes.
Me gustaría mucho conocer
el efecto abrasivo del tiempo en otras
vísceras,
comprobar si el pasado
impregna los tejidos del mismo
zumo acre,
si todos los recuerdos en todas las memorias
desprenden
este olor
a fruta madura mustia y a jazmín podrido.
Desearía mirarme
con las pupilas duras de aquel que más me odia,
para que así el desprecio
destruya los despojos
de todo lo que
nunca enterrará el olvido.
Otro tiempo vendrá distinto a éste...
Otro tiempo vendrá
distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal.
Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor
ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas.»
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy
aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
Palabra muerta, palabra perdida
Mi memoria conserva apenas solo
el eco vacilante de su alta
melodía:
lamento de metal, rumor de alambre,
voz de junco, también
latido, vena.
Recuerdo claramente su erre temblorosa,
su estremecida erre
suspendida
sobre un abismo de silencio y ámbar,
desprendiéndose casi
de
la música oscura que por detrás la asía,
defendiéndose apenas
del cálido misterio que la alzaba en el
aire
creando un solo cuerpo de luz y de belleza.
Luminosa y precisa,
yo la sentía en mi ser profundamente,
sabía su sentido,
descifraba sin llanto su mensaje,
porque acaso ella fuese
-o sin acaso: cierto-
la única
palabra irrefrenable
que mi sangre entendía y pronunciaba:
una palabra para estar
seguro,
talismán infalible
significando aquello que nombraba.
Como
un perfume que lo explica todo,
como una luz inesperada,
su presencia de viento y melodía
hería los sentidos, golpeaba
el corazón,
estremecía la carne
con el presentimiento
verdadero
de la honda realidad que descubría.
Pronunciarla despacio
equivalía
a ver, a amar, a acariciar un cuerpo,
a oler el mar, a oír la
primavera,
a morder una fruta de piel dulce.
Todo ocurría así, hasta que un
día
la dije bien, y no entendí su cántico.
La grité clara, la repetí
dura,
y esperé ávidamente,
y percibí, lejano,
un eco inexplicable,
infiel
reflejo
que en vez de iluminar, oscurecía,
que en vez de
revelar, cubrió de tierra
la imprecisa nostalgia de su antiguo mensaje.
Cuando un nombre
no nombra, y se vacía,
desvanece también, destruye, mata
la realidad que intenta su
designio.
Para nada
Trabajé el aire
se lo entregué al viento:
voló, se deshizo,
se volvió silencio.
Por el ancho mar,
por los altos
cielos,
trabajé la nada,
realicé el esfuerzo,
perforé la luz
ahondé el misterio.
Para nada, ahora,
para nada, luego;
humo son mis obras,
cenizas mis hechos.
...Y mi corazón
que se queda en
ellos.
Porvenir
Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal
manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las
horas,
agazapado no se sabe dónde.
!Mañana! Y mañana será
otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.
Preámbulo a un silencio
Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas
a veces
uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol
en verano
y se calla.
(? ¿Dije tranquilamente? falso,
falso:
uno se sienta inquieto, haciendo extraños gestos,
pisoteando las hojas abatidas
por la furia de un otoño sombrío,
destrozando con los dedos el cartón inocente de una caja de fósforos,
mordiendo injustamente las uñas de esos dedos,
escupiendo en los
charcos invernales,
golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de
las casas
que permanecen indiferentes al paso de la primavera
una primavera
urbana que asoma con timidez los flecos
de sus cabellos verdes allá arriba,
detrás del zinc oscuro de los
canalones,
levemente arraigada a la materia efímera de las tejas a
punto de ser de polvo.)
Eso es cierto, tan cierto
como que tengo
un nombre con alas celestiales,
arcangélico nombre que a nada
corresponde:
Angel
me dicen
y yo me levanto
disciplinado y
recto
con las alas mordidas
quiero decir: las uñas
y sonrío y me callo porque, en último
extremo,
uno tiene conciencia
de la inutilidad de todas las
palabras.
Quise
A Susana Rivera
Quise mirar el mundo con tus ojos
ilusionados, nuevos,
verdes en su fondo
como la primavera.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza
para admirar tanto prodigio
desde
el claro mirador de tus pupilas.
Y fuiste tú la que acabaste
viendo
el fracaso del mundo con las mías.
Siempre lo que quieras
Cuando tengas dinero regálame un anillo,
cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,
cuando no
sepas qué hacer vente conmigo
-pero luego no digas que no sabes lo que haces.
Haces haces
de leña en las mañanas
y se te vuelven flores en los brazos.
Yo te sostengo asida por
los pétalos,
como te muevas te arrancaré el aroma.
Pero ya te lo dije:
cuando quieras marcharte ésta es la puerta:
se llama Angel y
conduce al llanto.
Son las gaviotas, amor
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
Mar de invierno. El
agua gris
mancha de frío las rocas.
Tus piernas, tus dulces piernas,
enternecen a las olas.
Un cielo sucio se vuelca
sobre el mar. El viento borra
el
perfil de las colinas
de arena. Las tediosas
charcas de sal y de frío
copian tu
luz y tu sombra.
Algo gritan, en lo alto,
que tú no escuchas, absorta.
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
Te tuve
Te tuve
cuando eras
dulce,
acariciado mundo.
Realidad casi nube,
¡cómo te me volaste de los brazos!
Ahora te siento
nuevamente.
No por tu luz, sino por tu corteza,
percibo tu
inequívoca
presencia,
...agrios perfiles, duros meridianos,
¡áspero mundo para mis dos manos¡
Todo amor es efímero
Ninguna era tan bella como tú
durante aquel fugaz momento en que te
amaba:
mi vida entera.
Todos ustedes parecen felices...
...Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen , incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar
de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que
parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen, como
no puedo yo
ocultarla
por más tiempo; esta
desesperante, estéril, larga
ciega desolación por cualquier cosa
que -hacia donde no sé-, lenta,
me arrastra.
Última gracia
Acaso
ese golpe final
-yo ya caído-
no fue otro acto de crueldad,
sino una prueba
de la piedad que decían no tenerme
Vals del atardecer
Los pianos golpean con sus colas
enjambres de violines y de violas.
Es el vals de las solas
y solteras,
el vals de las muchachas
casaderas,
que arrebata por rachas
su corazón raído de muchachas.
A dónde llevará esa leve brisa,
a qué jardín con luna esa sumisa
corriente
que gira de repente
desatando en sus vueltas
doradas
cabelleras, ahora sueltas,
borrosas, imprecisas
en el río de
música y metralla
que es un vals cuando estalla
sus trompetas.
Todavía inquietas,
vuelan las flautas hacia el cordelaje
de
las arpas ancladas en la orilla
donde los violoncelos se han dormido.
Los oboes apagan el paisaje.
Las muchachas se apean en sus
sillas,
se arreglan el vestido
con manos presurosas y sencillas,
y van a los lavabos, como después de un viaje.
Ya nada es ahora
Largo es
el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya
ahora
-ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa-
podrá evitarlo:
exento, libre,
como la niebla que al
romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,
creciente en un espacio sin fronteras,
ese amor ya sin ti me
amará siempre.