Desde que en los lechos
de zafir reposas...
Madrigal
Música y hermosura
Si igual la voz al
sentimiento fuera...
Siembra de aquellas
flores, que al tocado...
Desde
que en lechos de zafir reposas...
Desde que en lechos de zafir reposas,
y que por sendas de cristal
caminas
derramando tus urnas cristalinas
en favor de las playas
arenosas,
y
desde que con fuerzas caudalosas
a conquistar el mar te determinas,
bañando tus corrientes peregrinas
de Ulisipio las márgenes famosas;
mientras, depuesta la arrogancia, hiciste
espejo sosegado el agua
pura,
que a tantas hermosuras ofreciste,
en
cuantas viste, oh Tajo, por ventura
en tantos años de camino, ¿viste
igual a la de Silvia otra hermosura?
Madrigal
Al
clavel de tu boca, o Clori hermosa,
corre precipitada
el alma de
tu boca enamorada;
llega, abrásase, y luego
lo que piensa el
clavel, conoce el fuego,
y en tanto bien dudosa,
abeja vuela, y
muere mariposa.
Música y hermosura
Bien parece tu voz sonora y pura,
por bocas de claveles despedida,
corriente, que del Cielo procedida,
se desata en armónica dulzura.
Ondas de voz y rayos de hermosura,
dulcísimos peligros de la vida,
dos glorias son, adonde dividida
la noticia del Cielo se asegura.
Miro el cielo, oigo el Cielo; en divididos
grillos de suavidad,
sonora y muda,
presa la libertad de los sentidos;
y
en confusiones de gloriosa duda,
en los ojos feliz, y en los oídos,
no sabe el alma a cuál primero acuda.
Si igual la voz al sentimiento fuera...
Si
igual la voz al sentimiento fuera,
como mi sentimiento a tu
hermosura,
de los agravios de la edad, segura
mi pena, oh Silvia,
y tu beldad viniera.
Dichosa envidia a las edades diera
en tu merecimiento, mi ventura,
y absorto el mundo, de tu lumbre pura
en mis incendios, los efectos
viera,
que si tanto debiera a mi cuidado,
yo dejara en mis versos construido
un templo a tus grandezas dedicado,
donde, en común ofensa del olvido,
yo quedase en tu nombre
eternizado,
tú venerada, Amor obedecido.
Siembra de aquellas flores, que al tocado...
Siembra de aquellas flores, que al tocado
tu mano trasladó desde tu
seno,
las verdes faldas deste prado ameno,
que sale Silvia -blanca
Aurora- al prado.
Tú, depuesto el ardor, oh sol dorado,
falto de ardores, y de luces
lleno,
el campo dora de esplendor sereno,
luminoso esta vez y no
abrasado.
Pero, qué importará que el campo agora
de flores siembres ni de rayos
dores,
si sale mi bellísima pastora,
que de flores copiosa, y de esplendores,
soles los ojos y la boca
aurora,
despide rayos y derrama flores.