
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
Reseña biografica
Poeta alemán nacido en Düsseldorf el 13 de diciembre de 1797.
Hijo de padres judíos, inició estudios en su ciudad natal, se trasladó luego
a Bonn donde empezó la carrera de Derecho.
En 1821 interrumpió los estudios y se radicó en Berlín para relacionarse con
importantes figuras de la intelectualidad alemana. Allí inició una
fulgurante carrera literaria que lo convirtió en una de las figuras más
brillantes de la poesia alemana. Su primer libro, "Poemas", se
publicó en 1822.
Una vez terminada su carrera de Derecho, se dedicó de lleno a la poesia,
mostrando en su obra la gran influencia que ejerció en él Wilhem F.
Hegel, gran filósofo alemán. De esa época es su famoso "Libro de
canciones" .
En 1827 viajó a Inglaterra e Italia y finalmente se radicó en Paris en 1831.
Allí escribió sus poemas satíricos, "Alemania, un cuento de invierno"
y "Romancero" en 1851.
Después de varios años de enfermedad, falleció en Paris 1856. ©
Poemas de Heinrich Heine:
Con motivo de la llegada
de un amigo
Cuestiones
El emperador de la China
El tambor mayor
¡Estad tranquilos!
Insomnio
Intermezzo lírico
La barca
La diana
L’intermezzo
Los dioses griegos
Los tejedores de silesta
Mi alma se parece al mar...
Pon en mi pecho niña, pon tu mano...
Con motivo de la llegada de un amigo
-Oh, amigo mío, el de las largas piernas,
El de las largas
piernas de progreso.
¿Por qué a París tan azorado vienes?
¿Qué hay
tras el Rhin de nuevo?
¿Ha sonado por fin en nuestra patria
De
libertad el salvador acento?
-Todo va a maravilla: en nuestra patria
Hay paz fecunda, bendición del cielo;
Y Alemania, con pie firme y
seguro,
Con pacíficos medios,
En lo exterior y en lo interior su
vida,
Poco a poco, con calma, va extendiendo.
Prósperos somos, sí;
no la de Francia
Prosperidad superficial tenemos,
Donde la
libertad va destrozando
El exterior progreso:
Su libertad el
alemán no lleva
Sino de su alma en los profundos senos.
Ya acabóse
la iglesia de Colonia;
De Hohenzollern al linaje excelso
Debemos
tal merced; Halzbourgo un poco
Contribuyó a tal hecho,
Y un rey de
Wittelsbach fue el encargado
De hacer pintar los vidrios con esmero.
Leyes, constitución y libertades,
Con palabra del Rey nos
prometieron,
Y del Rey la palabra soberana
Joya es de tanto
precio,
Cual de los Niebelungos el tesoro
Que del Rhin enterrado
está en el lecho.
El libre Rhin, el Bruto de los ríos,
Que nadie
ha de robarnos en su anhelo,
Los holandeses graves lo sostienen
Por las plantas sujeto,
Y los suizos pacíficos lo guardan
Por la
altiva cabeza prisionero.
Dios también una flota nos regala;
De
una armada alemana, ya hablaremos;
Y la sobra de vida de la patria
Ya sobre barcos nuestros
Se extenderá gallarda y altanera,
De
corrección las casas suprimiendo.
Llegó la primavera; la flor brota,
Los gérmenes estallan ante el viento;
Respiremos pacíficos y libres,
De la naturaleza libre en medio;
Y como nuestros libros se prohíben
Antes de estar impresos,
Seguramente dejará bien pronto
La censura
cruel de ser un hecho.
Cuestiones
A
orillas del mar desierto,
Junto al piélago intranquilo,
Un joven
lleno de dudas
Se detiene pensativo,
Y así a las ondas inquietas
Dice con aire sombrío:
-«Explicadme de la vida
El arcano no
sabido,
Enigma que tantas frentes
Ardieron por descubrirlo;
Cabezas engalanadas
Con adornos pontificios,
Frentes con mitras
hieráticas,
Con turbantes damasquinos,
Con birretes doctorales,
Con pelucas, con postizos
Cabellos, y tantas otras
Cabezas que el
escondido
Enigma saber quisieron,
Decidme, yo os lo suplico:
¿Qué es el hombre? ¿de dó viene?
¿Adónde va su camino?
¿Qué habita
en el alto cielo
Tras los astros encendidos -»
El mar su canción
eterna
Murmura triste y dormido;
Sopla el viento; huyen las nubes;
Los astros en el vacío
Fulguran indiferentes
Con sus resplandores
fríos,
Y un demente una respuesta
Espera en tanto intranquilo.
El emperador de la China
Mi padre fue un zoquete, templado y receloso;
Mas yo el champagne
apuro, y sé un monarca ser.
¡Oh mágica bebida! yo descubrí gozoso,
Que cuando alegre libo el néctar espumoso,
La China se embriaga de
gloria y de placer.
Cual tulipán precioso de púrpura manchado,
Mi
imperio, flor de Oriente, se extiende aquí y allá.
A ser yo casi un
hombre ¡oh cielos! he llegado,
Y hasta mi esposa misma, mi esposa, en
cinta está.
Y por doquier la dicha y la abundancia crece:
Se curan
los enfermos, rnitígase el dolor;
Y hasta Confucio, el sabio de
corte, me parece
Que filosofa ahora con claridad mayor.
El negro
pan del pueblo trocóse en pastaflora;
El pobre sus harapos por sedas
cambió,
Y el mandarín, el sabio, legión abrumadora
De monos
jubilados, recobran en buen hora
La varonil firmeza que de su cuerpo
huyó.
Chinesca maravilla que desafía al cielo,
Ví de Pekín la
iglesia severa terminar;
Los últimos judíos la buscan con anhelo,
Bautismo allí reciben, y por premiar su celo
Les voy del dragón negro
la cuarta cruz a dar.
La revolucionaria idea se ha apagado,
Y
-«Oh, no, ya no queremos tener constitución,
Hasta el mantschou más
noble exclama entusiasmado
-Es al Kantschou, al schiago al que ama la
nación,»
Me dicen los doctores: «no bebas,» mas yo bebo,
Y sorbo y
sorbo apuro, cumpliendo mi deber;
Se trata de mis pueblos, a su salud
me debo,
Y debo por su dicha beber y más beber.
Y un vaso, venga
un vaso, un vaso todavía;
Yo mi salud a China daré con loco afán;
Mis chinos más felices se juzgan cada día,
Y bailan, mientras cantan,
riendo de alegría:
«Heil dir in Siegerkranz, Retter des Vaterlands,»¹
¹ Ceñid la corona de vencedor, salvador de la patria.
El tambor mayor
¡Qué cambio! miradle, es el cansado,
Viejo tambor mayor:
Allá
cuando el imperio florecía,
Rozagante y feliz se contempló.
Erguido, y en los labios la sonrisa,
Orgulloso movía su bastón;
Los galones de plata de su traje
Brillaban deslumbrantes ante el sol.
Cuando entraba en aldeas y en ciudad
Entre alegres redobles de
tambor,
De niñas y mujeres se agitaba,
Cual eco del redoble, el
corazón.
Llegar, ver y vencer fue su destino,
Cual el del nuevo
César, su señor;
Y el llanto de las rubias alemanas
Su rizado
bigote humedeció.
Preciso era sufrirlo; en cada tierra
Que la
planta del César dominó,
Los hombres el Monarca sojuzgaba,
Las
mujeres hermosas el tambor.
Pacientes, cual encinas alemanas,
Mucho tiempo sufrimos tal baldón;
Licencia al fin para librar la
patria
Nos dio nuestro legítimo señor.
Cual del circo en la arena
el bravo toro,
Erguimos nuestros cuernos con furor,
Y los cantos
de Koerner entonando,
Del francés sacudimos la opresión.
¡Canto
terrible! sí; de horrible modo
En los oídos del francés sonó;
Y de
espanto el espíritu invadido
Huyeron el monarca y el tambor.
El
precio, al fin, un día hallaron ambos
De su vida satánica y feroz,
Y en manos del inglés, vencido y triste,
Prisionero cayó Napoleón.
De Santa Elena en el peñón desierto,
Sufrió martirio, y penas y
dolor;
Tras sufrimientos largos é indecibles,
De un cáncer del
estómago espiró.
Destituido, y sin amparo y viejo,
La misma fue la
suerte del tambor;
Por no morir de hambre, el desdichado
En
nuestro hotel como criado entró.
Él la sartén calienta, el piso lava;
Y conduciendo el agua, en su dolor
Sube con frente gris y vacilante
La escalera, escalón tras escalón.
Cuando mi buen amigo Federico
A
visitarme va, su buen humor
No se priva del goce de reírse,
A
costa del rendido gigantón.
¡Oh, déjate de bromas, Federico!
No es
digna de un germano la misión
De abrumar con sonrisas los caídos,
Con mofas y con burlas el dolor.
Tratar debes, amigo, tales gentes
Con más respeto y más circunspección.
¡Por parte de tu madre, padre
tuvo
Acaso sea el mísero tambor!
¡Estad tranquilos!
De Bruto con el sueño dormimos confiados;
Mas despertó, y a César
hirió con su puñal;
Que los romanos eran malsines desalmados,
Insignes tiranófagos sin ley y sin piedad.
No vive entre nosotros
romano peligroso;
Fumamos buen tabaco; tocó a cada nación
Una
grandeza; Suavia, es el país dichoso
Que la mejor morcilla a fabricar
llegó.
Nosotros somos probos, germanos que dormimos
Con sueño sano
y dulce, con sueño sin doblez;
Al despertar es cierto que a veces sed
sentimos,
Mas nunca de la sangre de nuestros reyes es.
Como la
vieja encina, como el añoso tilo,
Nosotros somos fieles y fieros a la
par:
Del tilo y las encinas en el país tranquilo,
Seguramente un
Bruto no nacerá jamás.
Y si es que por acaso un Bruto aquí naciera,
En vano, en vano un César buscar pudiera aquí;
En cambio tenemos, en
vez de su alma fiera,
Pasteles con especias, que no hay más que
pedir.
Reyes y reyezuelos, que altivos se presentan
(No es una
cifra enorme), tenemos treinta y seis.
Estrellas protectoras sobre su
pecho ostentan:
De marzo por los Idus no tienen que temer.
Y
padres les decimos, y patria apellidamos
A este país honrado, que
como herencia real
Fue a nuestros reales padres: también idolatramos
Las berzas con salchichas, magnífico manjar.
Cuando a los tales
padres hallamos distraídos,
Nuestros sombreros ruedan ante sus reales
pies:
No es la Alemania inmunda caverna de bandidos;
Romanos
tiranófagos jamás podremos ser.
Cebamos nuestros reyes, mas no los
devoramos
No es nuestra ley pagana, cristiano es nuestro afán
Nuestro sabroso pato por San Martín matamos,
Y lleno de castañas a
nuestro vientre va.
Insomnio
Cuando de noche pienso en Alemania,
No desciende a mis párpados el
sueño;
Mis ojos no se cierran, mas los mojan
Mis lágrimas de
fuego.
El tiempo va pasando; ya doce años
Desde que vi a mi madre
trascurrieron;
Con la ausencia se acrecen cada día
Mi pena y mis
deseos.
Aumentan mis deseos y mis penas;
De extraño hechizo preso,
A todas horas en mi mente viene
La viejecita, que conserve el cielo.
La pobre vieja me idolatra tanto,
Que hasta en sus cartas veo
Cómo
su mano tiembla, y cuál se agita
Su corazón de madre allá en su
pecho.
No se escapa mi madre de mi mente;
Doce años trascurrieron,
Doce años de dolor huyeron tardos,
Después que la estreché contra mi
pecho.
Será eterna Alemania,
Es país de robusto y sano cuerpo:
Con sus fuertes encinas, con sus tilos,
Siempre podré encontrar su
amado suelo.
Si allí mi pobre madre no viviera,
No suspirara por
volver mi pecho.
No morirá Alemania, mas mi madre
Puede volar al
cielo.
¡Cuántos, después que abandoné mi patria,
Besó la muerte
con su helado beso!
¡Sangre derrama triste
Mi pobre corazón cuando
los cuento!
Y es preciso contarlos; con el número
Aumenta mi
dolor, y que los muertos,
Fríos y tristes ruedan,
Creo ¡gran Dios!
sobre mi herido pecho.
¡Dios de bondad! por mi balcón penetra
Del
sol de Francia el resplandor sereno;
Mi esposa llega, y su sonrisa
aleja
Mis patrios melancólicos recuerdos.
Intermezzo lírico
Érase un caballero macilento,
Trémulo, triste, silencioso y lento,
Que vagaba al acaso,
con inseguro paso,
Siempre en hondos ensueños sumergido,
Tan desairado y zurdo y distraído,
Que susurraban flores y doncellas
Al pasar, vacilante, junto a ellas.
Huyendo de los hombres a menudo,
El lugar más recóndito escogía
De la casa, y allí, anhelante y mudo,
En la sombra los brazos extendía.-
¡Media noche sonó!... Rara armonía
Y voces peregrinas se escucharon
Entre la vaga bruma,
Y a la puerta, quedísimo, tocaron.
Con furtiva pisada,
Su visión adorada
Entra vestida de sonante espuma,
Y como fresca rosa,
La divinal hermosa
Brilla, encanta y perfuma.
Cúbrela tenue velo
De vaporosas joyas adornado,
Y la áurea cabellera en rizos suelta,
En ondas baña su figura esbelta;
Brillan sus ojos con la luz del cielo.
Y en brazos uno de otro, al par lanzados,
Se acarician los enamorados.
Contra el amante pecho,
Con fuerza apasionada,
La oprime el caballero en lazo estrecho;
Y el soñador despierta,
Y la nieve se torna en llamarada,
Y el pálido enrojece, y se convierte
El temeroso en atrevido y fuerte.
Mas ella, con engaño femenino
Y sin igual destreza,
Con el brillante velo diamantino
Le envuelve, sin sentirlo, la cabeza.
Encantado al instante
Se encuentra el caballero en un radiante
Palacio de cristal, bajo la linfa
De una tersa laguna sepultado.
Absorto y deslumbrado
Queda ante brillo tanto, mas la ninfa
Del onda habitadora
En sus brazos lo estrecha, lo enamora,
Y en tanto, sus doncellas
A la cítara arrancan notas bellas.
Y de modo tan dulce y lisonjero
Cantan y tocan, que los pies se lanzan
Al baile embriagador, y alegres danzan;
Y siente el caballero
Que, ya desvanecidos,
Amenazan dejarle sus sentidos;
Y a la ondina se enlaza
Y estrechamente en su ansiedad la abraza.
Más, de pronto se extingue
La viva luz... ¡Oscuridad completa!...
¡Y a hallarse vuelve, solitario y triste,
En su guardilla mísera el poeta!Versión
de Juan Antonio Pérez Bonalde
La barca
¡Carcajadas y canciones!
Los rayos del claro sol
Sobre las aguas
derraman
Su sonriente fulgor:
Alegre barca las ondas
Mecen con
su oscilación;
Con mis amigos mejores
Sentado en ella voy yo.
Choca la barca, deshecha
En mil trozos por el mar.
Eran malos
nadadores
Mis amigos, por su mal,
Y en las rocas de la patria
Se vinieron a estrellar.
A mí a los bordes del Sena
Me llevó la
tempestad.
Otra vez los mares cruzo
Sobre nueva embarcación:
Nuevos amigos contemplo
Girar a mi alrededor:
De extraños mares me
arrulla
La melancólica voz.
¡Qué lejos está mi patria!
¡Qué
triste mi corazón!
¡Canción nueva, y nuevas risas!
Silba el viento
con afán:
Cruje herido el maderamen,
Que bate iracundo el mar.
Ya el postrer astro en el cielo
Extinguió su claridad.
¡Qué triste
que está mi pecho!
¡Qué lejos mi patria está!
La diana
Bate sin miedo el tambor,
Y abraza a la cantinera:
He aquí la
ciencia entera;
Esta, del libro mejor,
Es la acepción verdadera.
Que de tu tambor el ruido
Despierte al mundo dormido:
Toca con
ardor diana.
¡Adelante, siempre erguido!
Es la ciencia soberana.
De Hegel es el profundo
Sentido más acabado;
Lo aprendí, y está
probado:
Soy un muchacho de mundo,
Y un tambor aprovechado.
L’intermezzo
Preludio
Es en el antiguo bosque,
Es en la selva encantada;
Se respira,
el grato aroma
Que la flor del tilo exhala,
Y fulgor maravilloso
De la luna solitaria,
Mi corazón va llenando
De delicias
olvidadas.
Andando voy, y a mi paso
El aire rompe su calma:
Es
el ruiseñor que amores
Y penas de amores canta.
Canta el amor y
sus penas,
Sus delicias y sus lágrimas;
Y llora tan tristemente,
Gíme con dulzura tanta,
Que mil sueños olvidados,
En mí mente se
levantan.
Sigo andando, y en un claro
De la selva abandonada,
Ante mí miro un castillo
Que alza sus viejas murallas.
Cerradas
miré las rejas,
Todo era tristeza y calma;
Creí que tras de los
muros
Sólo la muerte habitaba.
Vi una esfinge misteriosa
Ante la
puerta parada,
Cuyo aspecto a un tiempo mismo
Atraía y espantaba:
De león era su cuerpo,
De león eran sus garras,
Y de mujer su
cabeza,
Sus flancos y sus espaldas.
¡Una hermosa prometía
Deleites con su mirada;
De sus labios arqueados,
En la sonrisa,
vagaban
Promesas halagadoras,
Misteriosas esperanzas.
¡El
ruiseñor en el bosque
Tan dulcemente cantaba!
Resistir no me fue
dado,
Y desde que en hora infausta
Sellé con un beso ardiente
Aquella boca de lava,
Por un encanto invisible
Miré sujeta mi
alma.
Viva tornose de pronto
Aquella marmórea estatua:
Suspiros, tiernos suspiros
De su pecho se escapaban,
Y con sed
devoradora,
Anhelante, apresurada,
Bebió de mi ardiente beso
La devastadora llama.
Vi que hasta el último soplo,
De mi vida
ella aspiraba,
Y que jadeante de goces,
Entre sus robustas garras
Mi pobre cuerpo cansado
Oprimía y desgarraba.
¡Goce y placer
infinitos!
¡Dulce angustia! ¡Dicha amarga!
Mientras que de aquella
boca
Los besos me embriagaban,
Sus duras unas mi cuerpo
Sembraban de rojas llagas.
-«¡Oh bella esfinge! ¡oh amor!
-El
ruiseñor lejos canta.
-¿Por qué, di tantos dolores
A nuestras
dichas enlazas?»
Revélame el triste enigma,
¡Amor! ¡esfinge
adorada!
Que hace muchos, muchos siglos
Que en ellos piensa mi
alma!»-
I
En mayo, cuando los gérmenes
Revientan de vida llenos,
Cuando brotan las semillas,
Brotó el amar en mi pecho.
En mayo,
cuando las aves
Entonan sus cantos bellos,
Confesé a mi dulce
amada
Mi pasión y mis deseos.
II
Mis lágrimas se truecan
En perfumadas flores,
Se tornan
mis suspiros
Canoros ruiseñores;
Las flores, si me quieres,
Te
entregarán su cáliz perfumado,
Y dejará escuchar ante tus rejas,
El ruiseñor su canto enamorado.
III
Aves y luces y flores
Otras veces amé yo;
Tú eres hoy
mi amor tan solo,
Niña de mi dulce amor;
Tú, que eres a un mismo
tiempo
Para mi ardiente pasión
La estrella, y el blanco lirio,
Y la paloma, y la flor.
IV
Olvido mis sinsabores
Cuando contemplo tus ojos,
Y
embriagado de amores,
Al besar tus labios rojos
Cesan todos mis
dolores.
Si en tu seno me reclino,
Me embarga goce divino;
Mas
¡ay! si dices «te amo,»
La frente en silencio inclino
Y amargo
llanto derramo.
V
Ven y apoya tu semblante
Sobre mi semblante yerto,
Para
que en una se fundan
Las lágrimas que vertemos.
Tu corazón contra
el mío
Aprieta en abrazo estrecho,
Para que abrasarlos pueda
La
llama de un solo fuego.
Y cuando de nuestro llanto
Corra el
torrente deshecho
Sobre la llama que ardiente
Va nuestro ser
consumiendo;
Y cuando ciña mi brazo
Tu talle leve y esbelto,
En
un trasporte de dicha
Espiraré satisfecho.
VI
Quisiera que mi alma amante
Guardara de un blanco lirio
La corola perfumada,
Y que la flor anhelante
Entonara en su
delirio
Una canción a mi amada.
Temblar la canción debía
Y en
círculos palpitantes
Agitarse misteriosa
Como el bezo de ambrosía
Que en horas ¡ay! ya distantes
Me dio su boca de rosa.
VII
Siglo tras siglo, en la altura
Inmóviles las estrellas,
Al llegar la noche oscura
Se miran tristes y bellas
Con amorosa
dulzura.
Su lenguaje luminoso
Por el espacio se extiende,
En el
nocturno reposo,
Mas ningún sabio comprende
Su lenguaje
misterioso.
Yo entiendo su voz callada
Y siempre la entenderé,
Que en el rostro de mi amada
Y en la luz de su mirada
Mi
diccionario encontré.
VIII
Yo te llevaré, bien mío,
Sobre el ala de mis cantos,
Te llevaré hasta las frescas
Márgenes del Ganges sacro;
Que allí
conozco un retiro
Misterioso y solitario.
Un jardín allí florece,
Un jardín abandonado,
De la luna misteriosa
Bajo los serenos
rayos;
Y en él, las flores del loto
Su hermana están esperando
Ríen allí los jacintos
Y contemplan a los astros,
Y al oído se
refieren
Las blancas rosas, en tanto,
Murmuraciones gozosas
Y
sucesos perfumados.
Las inocentes gacelas,
Por escuchar sus
relatos,
Se van con ligera planta
Hasta el jardín acercando,
Y
en los azules confines
Del horizonte lejano
Solemnes ruedan las
aguas
Del turbio río sagrado.
Allí, bajo las palmeras,
Detendremos nuestros pasos,
Y su sombra misteriosa
Llevará hasta
nuestros párpados
Sueños de calma inefable
Y de celestial encanto.
IX
Soportar no puede el loto
Del sol los claros fulgores,
Y
con la frente inclinada
Soñando espera la noche.
La luna, que es
su adorada
Lo despierta con sus rayos,
Y él descubre ante sus
besos
Su semblante perfumado.
Y la mira y se enrojece,
Y se
eleva ante la brisa,
Y llora y gime de amores
Agonizante de dicha.
X
Por las ondas retratada
Del Rhin, que la ciñe amante,
Se
alza la torre elevada,
De la catedral gigante
De Colonia la
sagrada.
Dentro del templo sagrado
Y sobre cuero dorado
Hay
pintada una figura:
Ella mi existencia oscura
De fulgores ha
llenado.
Entre Angeles y entre flores
Sonríen sus labios rojos,
Y sus ojos seductores
Son iguales a los ojos
Del Angel de mis
amores.
XI
No me quieres, no me quieres,
Y no lloro tu desdén;
Mientras yo vea tus ojos
Más feliz que un rey seré.
Que me
aborreces me dicen
Tus rojos labios, ¡mi bien!
Déjame besar tus
labios
Y así me consolaré.
XII
¡Oh! no jures y abrázame tan sólo;
No creo en juramentos
de mujeres.
Dulce es tu voz, ¡mi bien! pero es más dulce
El beso
que arrebato a tus desdenes.
Yo te poseo, y juzgo las promesas
Soplo vano que el viento desvanece.
Yo creo en tus palabras de
consuelo;
¡Oh! jura, amada mía, jura siempre;
Yo me juzgo dichoso
al reclinarme
Sobre tu seno de animada nieve;
Yo creo, luz de la
existencia mía,
Que me amará tu pecho eternamente,
Y todavía aun
más, si el pensamiento,
Algo más que lo eterno soñar puede.
XIII
Sobre los ojos de mi bien amada,
¡Cuántos hermosos cantos
he escrito!
¡Cuánto terceto dulce
Hice a la boca de mi bien
querido!
¡Y qué canción tan tierna y tan hermosa,
Qué espléndido
soneto
A su infiel corazón escrito hubiera,
Si un corazón guardara
allá en su pecho
Si un corazón allá en su pecho tuviera
Si ella en
su pecho guardara mi corazón.
XIV
Cada día es el mundo más absurdo.
¡Es estúpido el mundo!
¡el mundo es necio!
De ti dice, pequeña hermosa mía,
Que es
irascible y desigual tu genio.
Peor a cada instante te conoce;
¡Es
estúpido el mundo! ¡el mundo es necio!
No sabe cómo enervan tus
abrazos
Y cómo abrasan tus ardientes besos.
XV
Preciso es que tú hoy al fin me lo confieses.
¿Eres acaso
tú vano delirio,
Sueño que del cerebro del poeta
Nace en las
tardes del ardiente estío?
Pero no, que una boca tan riente,
Que
miradas tan dulces y tan tiernas,
Que un sér tan cariñoso, un ser tan
bello,
Jamás pudo crearlos el poeta.
Basílicas, dragones y
vampiros,
Endriagos y animales fabulosos,
Del poeta la ardiente
fantasía
Deshacer y crear puede a su antojo.
Pero tú y tu malicia
encantadora,
Y tu cara riente y hechicera,
Y tus dulces y pérfidas
miradas
Jamás pudo crearlas el poeta.
XVI
En todo el esplendor de su hermosura
Como Venus saliendo
de las ondas,
Brilla hoy mi amada en toda su belleza,
Celébranse
hoy sus bodas.
¡Paciente corazón! ¡corazón mío!...
No le guardes
rencor por sus traiciones;
¡Sufre y perdona a tu adorada loca,
Tus
horribles dolores!
XVII
Rencor yo no te guardo,
Aunque mi pecho herido se
desgarra.
¡Mi dulce amor perdido para siempre!
El tocado nupcial
hoy te engalana,
Pero ni un solo rayo de tus joyas
Ilumina la
noche de tu alma.
Lo sé hace mucho tiempo;
Yo te he visto flotar
en mis delirios;
El fondo vi de tu alma, vi los áspides.
Que allí
serpean con ardor sombrío,
Y cómo tú en el fondo desdichada
Eres
también, amada mía, he visto.
XVIII
Si tú eres desdichada, y te perdono,
¡Ambos debemos ser
desventurados!
¡Hasta que al fin la muerte nos sorprenda.
Debemos
ser desventurados ambos!
Veo la mofa, que voltea alegre
En torno
de tus labios;
Veo el brillo insolente de tus ojos;
Veo el orgullo
hinchando
Tu seno, y «miserable, miserable
Eres cual yo» me digo
sin embargo.
Tus labios mueve sufrimiento oculto:
Duerme una
amarga lágrima en tus párpados
Y en quejas tristes de secreta pena
Está tu seno altivo rebosando:
¡Amada de mi vida,
Los dos debemos
ser desventurados!
XIX
¿Acaso ya has olvidado
Que fue mío en otro tiempo
Tu
pequeño corazón?
Tan bello y falso, que nada
Ni más falso ni más
bello
Nunca en el mundo existió.
¿Acaso ya has olvidado
Cuando
a la par mi existencia
Minaban pena y amor?
No sé decir si más
grande
Era el amor o la pena;
Sé que eran grandes los dos.
XX
Si supieran las flores
Cuán triste y lacerado
Está mi
corazón, derramarían
De sus perfumes, en mi herida, el bálsamo.
Si
supieran las aves
Cuán triste y cuán enfermo
Estoy, alegres cantos
Dieran, por distraer mi pena, al viento.
Si las estrellas de oro
Conocieran mi pena,
El cielo dejarían y a prestarme
Consuelos de
fulgores descendieran.
Pero ¡ay! que nadie puede
Conocer mi
quebranto;
Ella sólo lo sabe,
Ella, que el corazón me ha
destrozado.
XXI
¿Por qué, dí, me dijiste, están las rosas
Tan pálidas?
¿Por qué?
¿Por qué en el verde césped las violetas
Tan marchitas
se ven?
¿Por qué en el aire canta
Con voz tan melancólica la
alondra?
¿Por qué los bosquecillos de jazmines
Dan a las brisas
funerario aroma?
¿Por qué con luz tan triste y tan helada
El sol
el prado alumbra?
¿Por qué la tierra toda
Sombría y gris está como
una tumba?
¿Por qué estoy yo tan triste y tan enfermo?
Amada de mi
vida, dímelo.
Oh, díme, sí, ¿por qué me abandonaste,
Amada de mi
ardiente corazón?
XXII
¡Cuánto aumentaron mi pesada cuenta
Con sus quejas, mi
amor!
Mas lo que abruma en realidad mi alma
No te lo han dicho,
no.
Ante tí la cabeza sacudieron
Con aire grave y docto,
Y me
llamaron «diablo» en tu presencia
Y lo creíste todo.
Y con todo,
¡mi bien! lo más amargo,
Eso no te lo han dicho;
Lo peor, lo más
necio, lo más triste,
Está en mi corazón bien escondido.
XXIII
Los tilos florecían
Cantaba el ruiseñor;
Reía en el
espacio
Alegre el claro sol;
Tu brazo contemplaba
Ceñido en
torno mío,
Y alegre me estrechaste contra el pecho,
Por el amor y
la ventura henchido.
Caían ya las hojas;
Crecían los arroyos;
El sol nos contemplaba
Con apagados ojos,
Helados nuestros labios
Un frío «adiós» dijeron,
Y tú me hiciste con gentil finura
El más
ceremonioso cumplimiento.
XXIV
Mucho, mí bien, nos hemos adorado,
Y con todo, jamás nos
ofendimos.
Siendo niños, hermosa, cuántas veces
A la mujer jugamos
y al marido,
Y nunca. sin embargo, en nuestros juegos
Quedamos
disgustados ni aburridos.
Más tarde, en los azares de la vida
Hemos gozado juntos y reído,
Y tiernos besos como en otros días
Sellaron a la par nuestro cariño.
Por último, el recuerdo despertando
De la niñez dichosa, que perdimos
Jugando al escondite, las praderas
Y la selva y el bosque hemos corrido,
Y escondernos supimos de tal
modo
Que nunca hemos de hallarnos, dueño mío.
XXV
Fuiste fiel a mi amor; por mucho tiempo
Interés
inspiráronte mis penas,
Y amante, consolaste y asististe
Mi dolor
y mi angustia y mis miserias.
Tú me diste manjares y bebidas;
Tú
llenaste mi bolsa de dinero,
Y ropa y pasaporte para el viaje
Me
preparaste con celoso anhelo.
¡Amor mío! que Dios por muchos años
Te preserve del frío y del calor,
«Y que nunca del bien que tú me has
hecho
Te recompense Dios.»
XXVI
Mientras yo mi regreso retardaba
En tierra extraña
delirando loco,
Parecióle a mi bien larga la espera,
Mandóse
preparar nupcial adorno,
Y el arco amante de sus lindos brazos
Al
más necio tendió de los esposos.
¡Es mi amada tan dulce y tan
hermosa!
Aun su imagen fulgura ante mis ojos;
De los suyos, las
frescas violetas,
Las rosas inmarchitas de su rostro,
Y el lirio
de su frente inmaculada
Florecientes se ven el año todo.
Creer que
pude alejarme yo del lado
De ser tan celestial y tan hermoso;
Creer que alejarme pude, fue el más grande
Y necio error de mis
errores todos.
XXVII
Angel de mis amores, cuando duermas,
En la fosa sombría,
Yo bajaré a tu lado, y en tu tumba
Me clavaré en silencio de
rodillas.
Con fuerte abrazo te sujeto, loco;
Tú estás muda y
helada;
Gemidos palpitantes y suspiros
En confuso rumor mí pecho
exhala.
Es media noche: en grupos pavorosos,
Los muertos van
danzando;
Sólo en el fondo de la tumba helada
Nosotros quedaremos
abrazados.
Y cuando llame la eternal trompeta
Los muertos al
tormento o a la dicha,
Nosotros en la tumba quedaremos
Para
siempre abrazados vida mía.
XXVIII
Un pino se alza en la cumbre
De un monte del Norte
helado.
Sueña; la nieve y el hielo
Lo envuelven con su sudario.
Sueña con una palmera
Que en el Oriente lejano,
Se alza solitaria
y triste
Sobre un peñón abrasado.
XXIX
-¡Ay! si yo fuese -la cabeza dice-El
escabel tan sólo de
tus plantas,
Me hollarían tus pies, y de mis labios
Ni una queja
tan sólo se escapara.
-¡Ah! -dice el corazón- si el acerico
Fuese
yo donde clava sus agujas,
Sangre me arrancarían sus punzadas,
Y
tal dolor juzgara yo ventura.
-¡Ah! si el roto papel -la canción
dice-Fuera
yo con el cual sus trenzas riza,
¡Cuán quedo, en sus
oídos murmurara
Cuanto vive en mi sér y en mí respira!
XXX
De mi labio huyó la risa.
A la par que ella de mí;
A mi
lado llueven chistes,
Pero no puedo reír.
Tampoco el llanto a mi
pecho
Consuelo le presta ya;
Mi corazón se desgarra,
Pero no
puedo llorar.
XXXI
De mis penas voy formando
Mil canciones, que agitando
Su bello plumaje de oro,
Al corazón van volando
De la que
sufriendo adoro.
Y después que allí han llegado,
Tristes vuelven a
mi lado
Y se aumenta mi aflicción,
Y no dicen qué han hallado
Dentro de su corazón.
XXXII
Olvidar jamás yo puedo
Mi amor, mi dulce adorada,
Que
fueron en otros días
Míos tu cuerpo y tu alma.
Yo aun quisiera de
tu cuerpo
La esbeltez encantadora
Poseer; pero tu alma,
Tu
alma, niña, es otra cosa;
Que la entierren si les place...
¡Me
basta la mía sola!
Mi alma, ¡amor de mis amores!
Que yo en dos
partir deseo,
Infiltrar media en tus venas,
Y unirme a ti en lazo
eterno,
Para formar para siempre
Un todo de alma y de cuerpo.
XXXIII
Gentes endomingadas se pasean,
Por bosques y por
prados,
Con gritos de alegría y con cabriolas
La natura
esplendente saludando.
Miran con dulces ojos la romantica
Flora
que nace, los verdores nuevos;
Van del gorrión la lenta melodía
En
sus largas orejas absorbiendo
Yo en tanto, triste, en mi ventana
corro
Cortinaje sombrío;
Me vale en pleno día una visita
De mis
espectros ¡ay! siempre queridos.
Mi muerte amor también al cabo
llega;
Viene del reino en que la sombra vaga,
A mi lado se sienta,
y en silencio
Mi pecho traspasando van sus lágrimas.
XXXIV
Imágenes venturosas
De los tiempos de mi dicha
Salen
de la tumba, y veo
Cuál fue, junto a ti, mi vida.
Soñando yo por
las calles
Vagaba durante el día;
Con lástima y con espanto
Los
vecinos me veían.
¡Tan demacrado y tan triste
Mi semblante
aparecía!
Era mejor por la noche,
Desiertas las calles frías,
Errábamos yo y mi sombra
En callada compañía.
Con paso sonante el
puente
Midiendo mis plantas iban;
Traspasando con sus rayos
Las
nevadas nebecillas,
La luna me saludaba
Con seria melancolía.
Ante tu ventana inmóviles
Mis plantas se detenían,
Y tu ventana
mirando,
Sangre el corazón vertía.
Yo sé bien que muchas noches
Desde tu ventana, niña,
Me has mirado, y que has podido
Ver, a la
luz indecisa
De la alta luna, mi sombra
Como una columna flia.
XXXV
Un joven ama a una niña
Que de otro ansía el amor,
Pero éste se une con otra
En quien cifra su ilusión.
Con
cualquiera se une entonces
La olvidada, en su rencor,
Y la pena
hiere el pecho
Del que primero la amó.
Vieja historia que renace
Del mundo entre el ronco hervor,
Y que a aquel a quien sucede
Le
destroza el corazón.
XXXVI
Cuando llega hasta mi oído
La canción ¿ay que mi amor
Cantaba en tiempo que ha huido,
Paréceme que rendido
Voy a morir
de dolor.
Una aspiración oscura,
Del bosque triste a la altura
Con fuerza extraña me guía,
Y allí, en llanto de amargura
Se
trueca la pena mía.
XXXVII
Soñé: era una princesa de mejillas
Frescas, húmedas,
pálidas.
Bajo los verdes tilos reclinados,
Nuestros amantes brazos
se enlazaban.
-El trono de tu padre no deseo,
Ni su cetro de oro ,
Ni ansío su corona de diamantes:
Yo quiero, flor de amor, tu amor tan
sólo.
-«No es posible, -me dijo;- de la tumba
Yo habito el fondo
helado.
Sólo de noche a ti venir yo puedo,
Y vengo porque te amo.»
XXXVIII
¡Eterno amor de mi vida!
Era una noche serena;
Sentados juntos estábamos
En una nave ligera,
Y cruzábamos en
calma
Por mar tranquila é inmensa.
Las islas de los espíritus
Dibujaban sus riberas
Bajo la luz de la luna,
Que el éter cruzaba
lenta;
Llegaban de allí las brisas
De dulces acordes llenas,
Y
allí nebulosas danzas
Cruzaban el cielo aéreas.
Los misteriosos
sonidos
Cada vez más dulces eran;
A cada instante la danza
Cruzaba más placentera,
Y ¡ay! sin embargo, nosotros,
Devorados
por la pena,
Sin esperanza bogábamos
Por aquella mar inmensa.
XXXIX
Te amé, y te amo todavía,
Y si el mundo sucumbiera,
Entre su ruina ardería
Y hasta el cielo subiría
De mi amor la
eterna hoguera.
XL
De la aurora a los fulgores
Cruzaba el jardín hermoso,
Cuchicheaban las flores;
Yo pensando en mis dolores
Caminaba
silencioso.
Las flores, que murmuraban,
Con compasión me miraban:
-«No aborrezcas anhelante
A nuestra hermana, -gritaban,-Sombrío
y
pálido amante.»
XLI
Mi pasión desesperada
Brilla en su lujo sombrío
Como
una historia arrancada
Al Oriente, y relatada
En una noche de
estío
Por un jardín caminaban
Dos amantes: no sonaban
Ni un
rumor ni voz alguna;
Los ruiseñores cantaban;
Brillaba la casta
luna.
Ella se paró gozosa;
A sus pies el caballero
Hundió la
frente orgullosa;
Mas... vino el gigante fiero
Y huyó temblando la
hermosa.
El doncel ensangrentado
Al cabo rueda sin brío;
El
gigante se ha ocultado;
Enterrad mi cuerpo frío,
Y está el cuento
terminado.
XLII
¡Cuánto me han hecho sufrir,
Y llorar y padecer,
Las
unas con su cariño,
Las otras con su desdén!
Sobre mi pan y mi
copa
Derramaron el dolor,
Las unas con su del precio,
Las otras
con su pasión.
Mas la que con más tormentos
Logró mi vida amargar,
Ni despreció mis amores,
Ni amor me tuvo jamás.
XLIII
Tu rostro, dueño adorado,
Besa el estío brillante
Con
su fulgor sonrosado,
Y en tu pecho, palpitante
Está el invierno
encerrado.
Mas tal vez, pronto, bien mío,
Como nada existe eterna,
Extenderá el hado impío
Sobre tu rostro el invierno,
Sobre tu
pecho el estío.
XLIV
Cuando a dos que se idolatran,
Separa el destino adverso,
Lloran y se dan la mano,
Y suspiran sin consuelo.
No lloraron
nuestros ojos,
Ni nuestros labios gimieron;
Llanto y suspiros de
pena
Nos atormentaron luego.
XLV.
Hablaban del amor, problema eterno,
Junto a una mesa,
donde el té humeaba,
Haciendo de él, estética los hombres,
Sentimiento las damas.
«Siempre el amor platónico ser debe,»
Dijo
con calma el flaco consejero;
La consejera suspiró al oírlo,
Mientras huyó un suspiro de su pecho.
Entre bostezos murmuró el
canónigo:
«El amor sensüal es vil pecado
Que el alma pierde y la
salud destroza.»
«¿Por qué?» pensó la joven entretanto.
«¡Ay!
-dijo la Condesa- amor fue siempre
Pasión que eleva al infinito el
alma.»
Y después al Barón, tierna y amable,
Con cortesía presentó
una taza.
Aun quedaba un lugar junto a la mesa,
Y faltabas, bien
mío,
Tú, que también tus sabias opiniones,
Tal vez, sobre el amor,
hubieras dicho.
XLVI
Están envenenadas mis canciones,
¿Cómo no, vida mía?
Tú el veneno has vertido
Sobre la flor hermosa de mi vida.
Están
envenenadas mis canciones,
¿Y cómo no, bien mío?
Serpientes mil mi
corazón enlazan,
Y en él vas tú además, dueño querido.
XLVII
Volví a soñar bajo los altos tilos;
Hermosa noche
estábamos,
Y de amor y de dicha en el exceso,
Fidelidad eterna nos
jurábamos.
Seguía la promesa a la promesa
Entre ósculos ardientes;
Porque yo no olvidase un juramento,
Señalaste mi mano con tus
dientes.
¡Oh! Dulce bien de los azules ojos
Y blanca dentadura,
El juramento, a mi entender, bastaba;
Sobraba, a no dudar, la
mordedura.
XLVIII
A la cumbre subí, y ardi6 en mi pecho
Sentimental
locura:
-Si un pájaro yo fuese,-Exclamé
suspirando con ternura,
Si fuera yo la golondrina errante,
Hacia tí volaría,
Y mi pequeño
nido
De tu ventana en la cornisa haría.
Hacia tí volaría niña
hermosa,
Si fuera ruiseñor,
Y en la enramada oyeras
De noche
las canciones de mi amor.
Y si un canario fuese, también, loco,
Hacia tu corazón volando fuera,
Que sé, mi bien, que los canarios
amas,
Y que te alegra su canción parlera.
XLIX
Lloraba porque en sueños
Te contemplaba muerta;
Despierto al fin me ví, copioso llanto
Surcaba ardiente mis mejillas
yertas.
Lloraba porque en sueños
Ví que me abandonabas;
Después
de despertar, aun mucho tiempo
Vertí en silencio lágrimas amargas.
Lloraba porque en sueños
Miré que aun me querías;
Desperté, y el
torrente de mis lágrimas
Aun corre por mis pálidas mejillas.
L
Todas las noches, en mis tristes sueños,
Sonriendo te miro,
Y caigo, amante, suspirando loco
Ante tus pies queridos.
Me miras
con tristeza, sacudiendo
Tu cabecita rubia,
Y por tus ojos de tu
amargo llanto
Corren las perlas húmedas.
Y me dices muy bajo una
palabra,
Y de rosas me entregas blanco ramo,
Y al despertar el
ramo ya no existe
Y la palabra aquella he olvidado.
LI
Revuelve el viento la lluvia
De la noche entre las sombras:
¿Qué hará el Angel de mi vida?
¿Qué hará mi amor a estas horas?
Yo
la veo en su ventana
Llenos los ojos de llanto,
Sus pupilas
celestiales
En las tinieblas clavando.
LII
La selva azota viento penetrante;
Muda la noche tiende su
sudario;
En capa gris envuelto, palpitante
Cruzo a caballo el
bosque solitario.
Mis locos pensamientos bulliciosos
A mi corcel
le sirven de avanzada,
Y ligeros me llevan, y gozosos,
Hasta el
rico palacio de mi amada.
Ladran los perros con inquieto brío;
Con
antorchas los pajes aparecen;
Subo, y sobre el marmóreo graderío
Mis espuelas sonando se estremecen.
En cámara de luces adornada,
Entre un ambiente tibio y perfumado,
Mi dulce bien espera mi llegada,
Y entre sus brazos caigo enamorado.
En tanto, el viento lúgubre
murmura
Entre las ramas de la vieja encina:
«¿Dónde vas, paladín
de la locura?
¿Dónde tu loco sueño te encamina?»
LIII
De su luciente morada
Se ha desprendido una estrella;
El astro de los amores
Que desciende hasta la tierra.
De los
bosques se desprenden
Blancas flores y hojas secas,
Que arrastran
regocijados
Los vientos en su carrera.
Canta el cisne en el
estanque
Y de la arilla se aleja;
Calla su voz, y en las aguas
Su fosa líquida encuentra.
Huyeron hojas y flores;
Todo es
silencio y tinieblas;
El astro se hundió en el polvo;
La voz de
cisne no suena.
LIV
Un sueño me ha trasladado
A un castillo gigantesco,
Donde, entre tibios vapores
Y fulgores y destellos,
Muchedumbre
abigarrada
Invadía con estruendo
El laberinto confuso
De ricos
compartimientos.
Buscaba la turba pálida
La salida, con anhelo,
Retorciéndose las manos
Y con angustia gimiendo.
Se mezclaban con
la turba
Las damas y caballeros,
Y yo mismo me vi pronto
En
aquel tumulto envuelto.
De pronto me encontré solo,
Y me pregunté
en silencio
Cómo pudo aquella turba
Desvanecerse tan presto.
Corrí; crucé desalado
Intrincados aposentos
Que a mi vista se
extendían
En laberinto siniestro.
Eran cada vez mis pasos
Más
pesados y más lentos;
Invadía helada, triste,
Fría angustia mi
cerebro,
Y de hallar una salida
Ya dudaba en mi despecho.
Veo
al fin la última puerta
Abrirla anhelante intento;
¿Mas quién ¡oh
Dios! me detiene
Cuando salvarme deseo?
Era mi amada, que estaba
Ante la puerta en silencio,
Con el suspiro en los labios
Y en la
frente el desconsuelo:
Volví hacia atrás, que me hacía
Su mano
signo siniestro;
Pero ¿era aviso o reproche?
No podía
comprenderlo.
Brillaba en sus claros ojos
Tan dulce y amante
fuego,
Que aceleró sus latidos
Mi corazón en el pecho.
Y
mientras que me miraba
Con aquel aire severo,
Mas tan lleno de
dulzura
Y amor, me encontré despierto.
LV
En noche fría y triste, paseaba
Por el bosque sombrío mi
tristeza,
Y el árbol que a mi paso despertaba,
Compasivo inclinaba
la cabeza.
LVI
Yacen bajo la tierra los suicidas,
Al final de
la negra encrucijada,
Y allí crece una humilde florecilla.
La flor
azul del alma condenada.
Era la noche silenciosa y muda;
Llegué a
la encrucijada suspirando;
Ante el fulgor de la amarilla luna
Aquella flor azul miré oscilando.
LVII
Me envuelve la sombra oscura,
Desde que tus ojos bellos
No alumbran con sus destellos
Mi camino de amargura.
Del amor y la
alegría
No veo el astro brillante;
Tengo el abismo delante;
Trágame, noche sombría.
LVIII
Plomo en mi boca, en mi pupila sombra,
La mente
entorpecida,
Y el corazón cansado,
En el fondo de un féretro
gemía.
Después de haber dormido mucho tiempo
Se despertó mi alma.
Me pareció que oía
Alguno que a mi tumba se acercaba.
-«¿No
quieres levantarte, Enrique mío?
El día eterno brilla,
Los muertos
ya se alzaron,
Comienza al cabo la perpetua dicha.
-No puedo
levantarme, amada mía;
Mírame bien, soy ciego;
Tanto por tí he
llorado,
Que al fin mis ojos se quedaron secos.
-Enrique, con mis
besos, de tus ojos
Ahuyentaré la noche;
Es preciso que veas
Los
Angeles y el cielo y los fulgores.
-No puedo levantarme, amada mía;
La herida que tu lengua
Abrió en mi pecho amante,
Aun mana sangre
y permanece abierta.
-Sobre tu corazón tan sólo, Enrique,
Apoyaré mi mano
No manará
más sangre;
De aquella herida quedarás curado.
-No puedo
levantarme, amada mía:
Tengo herida la frente;
Una bala de plomo
metí en ella
Cuando me enloquecieron tus desdenes.
-Enrique, con
los bucles de mi pelo
Yo cerraré tu herida,
Restañaré tu sangre
Y volverá a tu pecho la alegría.»
No pude resistir; era tan dulce
La voz que me llamaba,
Que quise levantarme
Y correr al encuentro
de mi amada.
Y se abrieron de pronto mis heridas,
Y la sangre mis
sienes y mi pecho
Anegó en turbulentas oleadas,
Y desperté
llorando de mi sueño.
Epílogo
Enterrar quiero mis cantos,
Quiero enterrar mis quimeras;
Féretro
insondable quiero,
Fosa necesito inmensa.
Ha de guardar muchas
cosas
El ataúd bajo tierra;
Quiero que tenga más fondo
Que el
tonel de Heidelberga.
Buscadme féretro duro,
De planchas fuertes y
espesas,
Aun más largo que el gran puente
Que hay sobre el Rhin en
Magencia.
Y buscad doce gigantes
De más vigor y más fuerza
Que
el enorme San Cristóbal
Que hay de Colonia en la iglesia.
Que lo
arrojen al profundo
Seno de la mar inmensa;
Que tal ataúd, tal
fosa
Es necesario que tenga.
¿Sabéis ¡ay! por qué es preciso
Que enorme el féretro sea?
Porque en él enterrar quiero
Mis amores
y mis penas.
Los dioses griegos
Bajo la luz serena de la luna
Como el oro en fusión el mar rïela,
Resplandor que el fulgor del claro día
Con la molicie de la noche
mezcla,
La vasta playa misterioso alumbra,
Y en el azul del cielo
sin estrellas
Vagan las blancas nubes como estatuas
De dioses
colosales y siniestras,
Talladas por la mano del acaso
En las
entrañas de brillante piedra.
No son, no son las nubes, son los
dioses,
Los dioses mismos de la antigua Grecia,
Que el mundo
alegremente gobernaron
En pasadas edades con su diestra,
Y hoy,
después de su ruina y su caída,
Cuando la noche silenciosa media,
Cruzan dolientes por el ancho cielo
Espectros tristes, sombras
gigantescas.
Fascinada y atónita mi vista,
Este flotante Pantheón
contempla;
Colosales figuras que se mueven
Y cruzan tristes la
extensión serena
Con un solemne y sepulcral silencio.
-Mirad a
Kronion, rey de las esferas;
Su nieve los inviernos en los bucles
Vertieron, de su oscura cabellera,
Sobre aquellos cabellos que al
moverse
Al Olimpo temblar un día hicieran;
Aun con furor el
extinguido rayo
Trémula empuña su cansada diestra,
Y su rostro,
que hollara el sufrimiento,
No perdió en la desgracia su fiereza.
¡Oh altivo Zeus! tiempos más dichosos
Aquellos tiempos que pasaron
eran,
Cuando saciabas tu apetito ardiente
De hecatombes y ninfas
hechiceras;
Mas de los mismos dioses el reinado
Término al fin en
el espacio encuentra.
Los jóvenes empujan a los viejos
Cual tú un
día empujaste en vil pelea
A tu padre y tus tíos los Titanes,
Júpiter parricida con fiereza.
También te reconozco, altiva Juno;
A pesar de tus celos y tus quejas,
Otra ha tornado el cetro de los
cielos;
No eres la reina incontrastable y bella,
Y tus brazos de
lirio ya impotentes
Miro, é inmóvil tu ojo de gacela;
Y ya a la
hermosa que de Dios el hijo,
Fruto divino, en sus entrañas lleva,
Tu venganza cual rayo de los cielos,
Diosa vencida, a destrozar no
llega.
Y a tí también, también te reconozco:
¿Con tu saber y tu
égida y tu fuerza
La caída evitar no has conseguido
Del viejo
Olympo, Palas Athenea?
Y también llegas tú, tierna Afrodita;
Tus
cabellos cual oro en tu cabeza
Brillaban otras veces, ahora luce
Como plata tu hermosa cabellera.
Hermosa estás, el cinturón famoso
De las Gracias te ciñe y te sujeta,
Y sin embargo, miedo
incomprensible,
Raro temor me causa tu belleza;
Y si cual héroes
de lejanos días
Tu hermoso cuerpo poseer debiera,
Por loca
angustia el corazón opreso
Yo moriría de quebranto y pena.
Eres
tan sólo, Venus Libitina,
Ya de la muerte la deidad siniestra.
Tampoco Arés con su mirada amante
A su querida lívida contempla;
Febo Apolo, el hermoso adolescente,
Inclina tristemente la cabeza,
Y la lira sonante que alegrara
Del Olimpo feliz la noble mesa,
Y
vibró en el banquete de los dioses,
Destemplada sostiene con su
diestra.
Más sombrío Hefaistos me parece,
Y el adusto Vulcano con
fiereza
A la celeste reunión no sirve,
A Hebe sustituyendo, el
dulce néctar.
La risa inextinguible de los dioses
Después d tanto
tiempo ya no suena.
Yo jamás os amé, ¡viejas deidades!
¡Divinidades clásicas y fieras!
Mas piedad santa y compasión,
ardiente
De mi pecho sensible se apodera
Cuando errantes os miro
por la altura,
¡Dioses abandonados! ¡sombras muertas!
¡Nebulosas
imágenes que el viento
Hace huir aterradas y dispersas!
Y al,
pensar cuán cobardes y cuán falsas
Los dioses son que un día os
vencieran,
Esos sombríos y modernos dioses
Que hoy los cielos
dirigen y gobiernan,
Zorros de sangre ansiosos, que se cubren
Con
la piel del cordero, ardiente llena
La ira mi pecho, y deshacer sus
templos
Y por vosotros combatir quisiera.
Por vosotros, deidades
sonrïentes,
Y vuestro buen derecho, que la Grecia
Con su ambrosía
perfumó y sumiso,
En vuestro nuevo altar lleno de ofrendas
Adorar
y cantar y alzar al cielo
Los brazos suplicantes yo quisiera.
Verdad es que otras veces, viejos dioses,
De los humanos en las
luchas fieras
Del vencedor tomabais el partido,
Venales cortesanos
de la fuerza.
Pero es el alma del mortal más noble,
Más entusiasta
y generosa y tierna,
Y yo sigo, en las luchas de los dioses,
De
los dioses vencidos la bandera.-Hablaba
así, y en el sereno cielo
Las visiones fantásticas de niebla,
Sensibles a mi voz, enrojecían,
Mirábanme con silenciosa pena,
Y cual por el dolor transfiguradas
Fundiéronse de pronto en las tinieblas.
Ya se había escondido
silenciosa
La luna tras las nubes cenicientas,
Alzaba el ancho mar
su voz sonora,
Y del espacio en la extensión inmensa
Salían
victoriosas, derramando
Sus eternos fulgores, las estrellas.
Los tejedores de Silesta
Silenciosos, sin fe, no brilla el llanto
De aquellos hombres en los
ojos secos.
Crujen sus dientes, fúnebres canciones
Ante el telar
sentados van diciendo:
«Vieja Alemania, tu sudario helado
Ya tejen
en la sombra nuestros dedos,
Y en el tejido vil, los labios mezclan
De maldición y cólera los ecos.
¡Tejemos! ¡Tejemos!
»Maldito sea
el Dios de los dichosos,
Al que elevamos míseros acentos,
Del
hambre horrible en los eternos días
Y en las heladas noches del
invierno:
En vano en su piedad la fe pusimos;
Él nos vendió,
burlados: pobres necios!
¡Tejemos! ¡Tejemos!
»Maldito sea el rey,
el rey del rico,
Al cual en vano, de amargura llenos,
Misericordia
y compasión pedimos:
De nuestra bolsa ruin el postrer sueldo
Él
arrancó con avidez, y ahora
Ametrallarnos hace como a perros.
¡Tejemos! ¡Tejemos!
»Maldita nuestra patria también sea,
Nuestra
patria alemana, donde el cielo
Cubre tan sólo oprobio, mal e
infamias,
Donde, al abrir sus pétalos al viento,
Se marchita la
flor, y sólo viven
La laceria, el engaño, el vilipendio.
¡Tejemos!
¡Tejemos!
»La lanzadera vuela, el telar cruje;
Días y noches sin
cesar tejemos.
Vieja Alemania, tu sudario helado
Ya tejen en la
sombra nuestros dedos,
Y mezclan nuestros labios al tejido,
De
maldición y cólera los ecos.
¡Tejemos! ¡Tejemos!»
Mi alma se parece al mar...
Mi alma se parece al mar:
tiene olas y tempestades;
pero en sus profundidades
muchas perlas se han de hallar.
Versión de Guillermo Matta
Nueva primavera
En su amor la mariposa
Vuela de la fresca rosa
Sobre el cáliz perfumado;
Un rayo del sol ardiente
La baña amorosamente
Con su resplandor dorado.
Pero ¿a quién ama la rosa?
¿Quién el amor de la hermosa,
Quisiera saber, merece?
¿Es el ruiseñor que canta?
¿O el astro que se levanta
Cuando la tarde decrece?
No sé a quién la rosa adora:
Pero mi pecho atesora
Para todos tierno amor;
Para todos, rosa bella,
Rayo de sol, clara estrella,
Mariposa y ruiseñor.
Versión de Guillermo Matta
Pon en mi pecho, niña, pon tu mano....
Pon en mi pecho, niña, pon tu mano.
¿No sientes dentro lúgubre inquietud?
Es que .en el alma llevo un artesano
que se pasa clavando mi ataúd.
Trabaja sin descanso todo el día;
y en la noche trabaja sin cesar;
que acabes pronto, maestro, mi alma ansía,
y me dejes en calma descansar.
Versión de Vicente
Huidobro
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...