Reseña biografica
Poeta,
novelista y dramaturgo francés nacido en Besançon en 1802.
Su niñez transcurrió en Francia, Italia y España donde su padre prestó
servicios al ejército francés. A partir de 1815 regresó a Paris para
completar su educación, orientada fundamentalmente hacia la literatura. El
primer libro de poemas, "Odas y poesias diversas", publicado en 1822,
le abrió las puertas de la fama, convirtiéndolo más tarde en una de las
figuras más importantes del romanticismo francés. Inicialmente monárquico,
fue nombrado Par de Francia por el Rey Felipe de Orleans. Sin embargo, a
raíz de la revolución de 1848 se convirtió en un férreo defensor de la
república, situación que lo obligó a exiliarse durante quince años en
Bélgica y Gran Bretaña.
De su producción poética de destacan "Las Orientales", "Hojas
de Otoño", "Los castigos", "Las contemplaciones" y "El arte de ser abuelo".
Obras como "Cromwell" en 1827, "Hernani" en 1830, "El jorobado de
Notre Dame" en 1831, y "Los miserables" en 1862,
entre otras, constituyen su gran aporte a la literatura universal.
Falleció en Paris en mayo de 1885, a la edad de 83 años. ©
Poemas de Victor
Hugo:
A una mujer
Alborada
Ayer, al anochecer
Booz dormido
Canción
Canción II
Canción III
El triunfo
La belleza y la muerte son dos cosas
profundas...
La mujer caída
La tumba y la rosa
Lise
Los nidos
Noche de junio
Océano nox
Plenitud
Quien no ama no vive *
Si pudiéramos ir
¡Ven en la pradera en flor...
A una mujer
¡Niña!, si yo fuera rey
daría mi reino,
mi trono, mi cetro y mi pueblo arrodillado,
mi
corona de oro, mis piscinas de pórfido,
y mis flotas, para las que no
bastaría el mar,
por una mirada tuya.
Si yo fuera Dios, la tierra y las olas,
los Angeles, los demonios
sujetos a mi ley.
Y el profundo caos de profunda entraña,
la
eternidad, el espacio, los cielos, los mundos
¡daría por un beso
tuyo!
Versión de L. S.
Alborada
Ya brilla la aurora
fantástica, incierta,
velada en su manto de rico tisú.
¿Por qué,
niña hermosa, no se abre tu puerta?
¿Por qué cuando el alba las
flores despierta
durmiendo estás tú?
Llamando a tu puerta,
diciendo está el día:
"Yo soy la esperanza que ahuyenta el dolor".
El ave te dice: "Yo soy la armonía".
Y yo, suspirando, te digo: "Alma
mía,
yo soy el amor".
Versión de F.
Maristany
Ayer, al anochecer
Las sombras descendían, los pájaros callaban,
la luna desplegaba su
nacarado olán.
La noche era de oro, los astros nos miraban
y el
viento nos traía la esencia del galán.
El cielo azul tenía cambiantes de topacio,
la tierra oscura
cabello de bálsamo sutil;
tus ojos más destellos que todo aquel
espacio,
tu juventud más ámbar que todo aquel abril.
Aquella era la hora solemne en que me inspiro,
en que del alma
brota el cántico nupcial,
el cántico inefable del beso y del suspiro,
el cántico más dulce, del idilio triunfal.
De súbito atraído quizá por una estrella,
volviste al éter puro
tu rostro soñador...
Y dije a los luceros: "¡verted el cielo en
ella!"
y dije a tus pupilas: "¡verted en mí el amor!"
Versión de Salvador
Díaz Mirón
Booz dormido
Booz se había acostado, rendido de fatiga;
Todo el día había
trabajado sus tierras
y luego preparado su lecho en el lugar de
siempre;
Booz dormía junto a los celemines llenos de trigo.
Ese anciano poseía campos de trigo y de cebada;
Y, aunque rico,
era justo;
No había lodo en el agua de su molino;
Ni infierno en
el fuego de su fragua.
Su barba era plateada como arroyo de abril.
Su gavilla no era
avara ni tenía odio;
Cuando veía pasar alguna pobre espigadora:
"Dejar caer a
propósito espigas" -decía.
Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos desviados,
vestido de cándida probidad y lino blanco;
Y, siempre sus sacos de
grano, como fuentes públicas,
del lado de los pobres se derramaban.
Booz era buen amo y
fiel pariente;
aunque ahorrador, era generoso;
las mujeres le
miraban más que a un joven,
pues el joven es hermoso, pero el anciano
es grande.
El anciano que vuelve hacia la fuente primera,
entra en los días
eternos y sale de los días cambiantes;
se ve llama en los ojos de los
jóvenes,
pero en el ojo del anciano se ve luz.
2
Así pues Booz en la noche, dormía entre los suyos.
Cerca de
las hacinas que se hubiesen tomado por ruinas,
los segadores
acostados formaban grupos oscuros:
Y esto ocurría en tiempos muy
antiguos.
Las tribus de Israel tenían por jefe un juez;
la tierra donde el
hombre erraba bajo la tienda, inquieto
por las huellas de los pies
del gigante que veía,
estaba mojada aún y blanda del diluvio.
3
Así como dormía Jacob, como dormía Judith,
Booz con los ojos
cerrados, yacía bajo la enramada;
entonces, habiéndose entreabierto
la puerta del cielo
por encima de su cabeza, fue bajando un sueño.
Y ese sueño era tal que Booz vio un roble
que, salido de su
vientre, iba hasta el cielo azul;
una raza trepaba como una larga
cadena;
Un rey cantaba abajo, arriba moría un dios.
Y Booz murmuraba con la voz del alma:
"¿Cómo podría ser que eso
viniese de mí?
la cifra de mis años ha pasado los ochenta,
y no
tengo hijos y ya no tengo mujer.
Hace ya mucho que aquella con quien dormía,
¡Oh Señor! dejó mi
lecho por el vuestro;
Y estamos todavía tan mezclados el uno al otro,
ella semi viva, semi muerto yo.
Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo?
¿Cómo podría ser que tenga
hijos?
Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes,
el día sale
de la noche como de una victoria;
Pero de viejo, uno tiembla como el árbol en invierno;
viudo
estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche,
e inclino ¡oh Dios mío! mi
alma hacia la tumba,
como un buey sediento inclina su cabeza hacia el
agua".
Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis,
volviendo hacia Dios
sus ojos anegados por el sueño;
el cedro no siente una rosa en su
base,
y él no sentía una mujer a sus pies.
4
Mientras dormía, Ruth, una Moabita,
se había recostado a los
pies de Booz, con el seno desnudo,
esperando no se sabe qué rayo
desconocido
cuando viniera del despertar la súbita luz.
Booz no sabía que una mujer estaba ahí,
y Ruth no sabía lo que
Dios quería de ella.
Un fresco perfume salía de los ramos de asfodelas;
los vientos de
la noche flotaban sobre Galgalá.
La sombra era nupcial, augusta y
solemne;
allí, tal vez, oscuramente, los Angeles volaban,
a veces,
se veía pasar en la noche,
algo azul semejante a un ala.
La respiración de Booz durmiendo
se mezclaba con el ruido sordo
de los arroyos sobre el musgo.
Era un mes en que la naturaleza es
dulce,
y hay lirios en la cima de las colinas.
Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra;
Los cencerros del
ganado palpitaban vagamente;
Una inmensa bondad caía del firmamento;
Era la hora tranquila en que los leones van a beber.
Todo reposaba en Ur y en Jerimadet;
Los astros esmaltaban el
cielo profundo y sombrío;
El cuarto creciente fino y claro entre esas
flores de la sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,
inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos,
qué dios, qué
segador del eterno verano,
había dejado caer negligentemente al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.
Versión de L.S.
Canción
Nace el alba y tu puerta está cerrada
Hermosa mía, ¿a qué dormir?
¿Si se despierta la rosa,
no vas a despertar tú?
Mi lindo encanto
escucha ya,
a tu amante que canta
y
también llora.
Todo llama a tu puerta bendita.
Dice la aurora: «yo soy el día.»
Dice el pájaro: «yo la armonía.»
Y mi corazón: «yo el amor.»
Mi lindo encanto
escucha ya,
a tu amante que canta
y
también llora.
Te adoro, Angel, te amo mujer
Dios que me completó contigo
creó mi amor para tu alma.
Y mis ojos para tu belleza.
Versión de Rafael
Pombo
Canción II
Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?
Y si así me
enloquecéis,
¿por qué me miráis así?
Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?
Si nada intentáis decir,
¿por qué mi mano apretáis?
Del
hermoso porvenir,
de la dicha en que soñáis,
si nada intentáis
decir,
¿por qué mi mano apretáis?
Si queréis que aquí no esté,
¿por qué pasáis por aquí?
Sois mi
afán y sois mi fe;
tiemblo al veros ¡ay de mí!
Si queréis que aquí
no esté,
¿por qué pasáis por aquí?
Versión de Salvador
Díaz Mirón
Canción III
Si ya la mañana sonríe en el valle,
¿por qué no has abierto tu cáliz
de flor?
¿por qué estás dormida, cuando ha despertado
la blanca
gardenia que estaba en botón?
¿Será tan profundo tu sueño que no oigas
que todo a tus puertas
te canta a una voz:
mi espíritu ardiente y el ave del cielo,
la
fresca corola y el rayo del sol?
La rosa te dice: "¡yo soy el perfume!"
El día te dice: "¡yo soy
la ilusión!"
La alondra te dice: "¡yo soy el gorjeo!"
Y mi alma te
dice: "¡yo soy el amor!"
Versión de Salvador
Díaz Mirón
El triunfo
Estaba despeinada y con los pies desnudos
al borde del estanque y en
medio del juncal...
Creí ver una ninfa, y con acento dulce:
"¿quieres venir al bosque?", le pregunté al pasar.
Lanzóme la mirada suprema que fulgura
en la beldad vencida que
cede a la pasión;
y yo le dije: "Vamos; es la época en que se ama:
¿quieres seguirme al fondo del naranjal en flor?"
Secó las plantas húmedas en el mullido césped,
fijó en mí las
pupilas por la segunda vez,
y luego la traviesa quedóse pensativa...
¡Qué canto el de las aves en el momento aquel!
¡Con qué ternura la onda besaba la ribera!
De súbito la joven se
dirigió hacia mí,
rïendo con malicia por entre los cabellos
flotantes y esparcidos sobre la faz gentil.
Versión de Salvador
Díaz Mirón
La belleza y la muerte son dos
cosas profundas...
La belleza y la muerte
son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que
diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.
Oh, mujeres, oh voces,
oh miradas, cabellos,
trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened
luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,
aves hechas de luz en los bosques sombríos.
Más cercanos, Judith,
están nuestros destinos
de lo que se supone al ver nuestros dos
rostros;
el abismo divino aparece en tus ojos,
y yo siento la sima
estrellada en el alma;
mas del cielo los dos sé que estamos muy
cerca,
tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.
Versión de Carlos
Pujol
La mujer caída
¡Nunca insultéis a la mujer caída!
Nadie sabe qué peso la agobió,
ni cuántas luchas soportó en la vida,
¡hasta que al fin cayó!
¿Quién no ha visto mujeres sin aliento
asirse con afán a la virtud,
y resistir del vicio el duro viento
con serena actitud?
Gota de agua pendiente de una rama
que el viento agita y hace estremecer;
¡perla que el cáliz de la flor derrama,
y que es lodo al caer!
Pero aún puede la gota peregrina
su perdida pureza recobrar,
y resurgir del polvo, cristalina,
y ante la luz brillar.
Dejad amar a la mujer caída,
dejad al polvo su vital calor,
porque todo recobra nueva vida
con la luz y el amor.
La tumba y la rosa
La tumba dijo a la
rosa:
-¿Dime qué haces, flor preciosa,
lo que llora el alba en ti?
La rosa dijo a la
tumba:
-de cuanto en ti se derrumba,
sima horrenda, ¿qué haces,
di?
Y la rosa: -¡Tumba
oscura
de cada lágrima pura
yo un perfume hago veloz.
Y la tumba: -¡Rosa
ciega!
De cada alma que me llega
yo hago un Angel para Dios.
Versión de Rafael
Pombo
Lise
Yo tenía doce años;
dieciséis ella al menos.
Alguien que era mayor cuando yo era
pequeño.
Al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas,
esperaba el momento en que se iba su madre;
luego con una silla
me acercaba a su silla,
al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas.
¡Cuánta flor la de
aquellas primaveras marchitas,
cuánta hoguera sin fuego, cuánta
tumba cerrada!
¿Quién se acuerda de aquellos corazones de antaño?
¿Quién se acuerda de rosas florecidas ayer?
Yo sé que ella me
amaba. Yo la amaba también.
Fuimos dos niños puros, dos perfumes, dos luces.
Angel, hada y princesa
la hizo Dios. Dado que era
ya persona mayor, yo le hacía preguntas
de manera incesante por el solo placer
de decirle: ¿Por qué? Y recuerdo que a veces,
temerosa, evitaba
mi mirada pletórica
de mis sueños, y entonces se quedaba abstraída.
Yo quería lucir mi
saber infantil,
la pelota, mis juegos y mis ágiles trompos;
me sentía orgulloso
de aprender mi latín;
le enseñaba mi Fedro, mi Virgilio, la vida
era un reto,
imposible que algo me hiciera daño.
Puesto que era mi padre general, presumía.
Las mujeres también
necesitan leer
en la iglesia en latín, deletreando y soñando;
y yo le traducía
algún que otro versículo,
inclinándome así sobre su libro abierto.
El domingo, en las
vísperas, desplegar su ala blanca
sobre nuestras cabezas yo veía a los Angeles.
De mí siempre decía:
¡Todavía es un niño!
Yo solía llamarla mademoiselle Lise.
Y a
menudo en la iglesia, ante un salmo difícil,
me inclinaba feliz sobre su libro abierto.
Y hasta un día, ¡Dios
mío, Tú lo viste!, mis labios
hechos fuego rozaron sus mejillas en flor.
Juveniles amores, que
duraron tan poco,
sois el alba de nuestro corazón, hechizad
a aquel niño que
fuimos con un éxtasis único.
Y al caer de la tarde, cuando llega el dolor,
consolad nuestras
almas, deslumbradas aún,
juveniles amores, que duraron tan poco.
Versión de Enrique
Uribe White
Los nidos
Cuando el soplo
de abril abre las flores,
buscan las golondrinas
de la vieja torre
las agrestes ruinas;
los pardos ruiseñores
buscando van, bien mío,
el bosque más sombrío,
para esconder a todos su morada
en los
frondosos ramos.
y nosotros también, en el tumulto
de la inmensa
ciudad, hogar oculto
anhelantes buscamos,
donde jamás oblicua una
mirada
llegue como un insulto;
y preferimos las desiertas calles
donde la turba inquieta
en tropel no se agrupa; y en los valles
las sendas del pastor y del poeta;
y en la selva el rincón
desconocido
donde no llegan del mundo los rumores.
Como esconden
los pájaros su nido,
vamos allí a ocultar nuestros amores.
Versión de Salvador
Díaz Mirón
Noche de junio
Muere el día en verano. De sus flores cubierto,
vierte el campo a lo
lejos un perfume embriagante.
Con los ojos cerrados y el oído
entreabierto,
dormimos en un sueño más claro y fascinante.
Es más grata la sombra y el lucero es más puro.
Una luz imprecisa
los espacios colora,
y el alba dulce y pálida, esperando su hora,
vaga toda la noche al pie del cielo oscuro.
Versión de Andrés
Holguín
Océano Nox
¡Ay!, ¡cuántos capitanes y cuántos marineros
que buscaron, alegres,
distantes derroteros,
se eclipsaron un día tras el confín lejano!
Cuántos ¡ay!, se perdieron, dura y triste fortuna,
en este mar sin
fondo, entre sombras sin luna,
y hoy duermen para siempre bajo el
ciego oceano.
¡Cuántos pilotos muertos con sus tripulaciones!
La hojas de sus
vidas robaron los tifones
y esparciolas un soplo en las ondas
gigantes.
Nadie sabrá su muerte en este abismo amargo.
Al pasar,
cada ola de un botín se hizo cargo:
una cogió el esquife y otra
los tripulantes.
Se ignora vuestra suerte, oh cabezas perdidas
que rodáis por las
negras regiones escondidas
golpeando vuestras frentes contra escollos
ignotos.
¡Cuántos padres vivían de un sueño solamente
y en las
playas murieron esperando al ausente
que no regresó nunca de los
mares remotos!
En las veladas hablan a veces de vosotros.
Sentados en las
anclas, unos fuman y otros
enlazan vuestros nombres -ya de sombra
cubierta-
a risas, a canciones, a historias divertidas,
o a los
besos robados a vuestras prometidas,
¡mientras dormís vosotros entre
las algas yertos!
Preguntan: «¿Dónde se hallan? ¿Triunfaron? ¿Son felices?
¿Nos
dejaron por otros más fértiles países?»
Después, vuestro recuerdo
mismo queda perdido.
Se traga el mar el cuerpo y el nombre la
memoria.
Sombras sobre las sombras acumula la historia
y sobre el
negro océano se extiende el negro olvido.
Pronto queda el recuerdo totalmente borrado.
¿No tiene uno su
barca, no tiene otro su arado?
Tan sólo vuestras viudas, en noches de
ciclones,
aún hablan de vosotros-ya de esperar cansadas-
moviendo
así las tristes cenizas apagadas
de sus hogares muertos y de sus
corazones.
Y cuando al fin la tumba los párpados les cierra,
nada os
recuerda, nada, ni una piedra en la tierra
del cementerio aldeano
donde el eco responde,
ni un ciprés amarillo que el otoño marchita,
ni la canción monótona que un mendigo musita
bajo un puente ya en
ruinas que su dolor esconde.
¿En dónde están los náufragos de las noches oscuras?
¡Sabéis
vosotras, ¡olas! , siniestras aventuras,
olas que en vano imploran
las madres de rodillas!
¡Las contáis cuando avanza la marea
ascendente
y esto es lo que os da aquella voz amarga y doliente
con que lloráis de noche golpeando en las orillas!
Versión de Andrés
Holguín
Plenitud
Puesto que apliqué mis labios a tu copa llena aún,
y puse entre
tus manos mi pálida frente;
puesto que alguna vez pude respirar el
dulce aliento
de tu alma, perfume escondido en la sombra.
Puesto que me fue
concedido escuchar de ti
las palabras en que se derrama el corazón
misterioso;
ya que he visto llorar, ya que he visto sonreír,
tu
boca sobre mi boca, tus ojos en mis ojos.
Ya que he visto brillar sobre mi cabeza ilusionada
un rayo de tu
estrella, ¡ay!, siempre velada.
Ya que he visto caer en las ondas de
mi vida
un pétalo de rosa arrancado a tus días,
puedo decir ahora a los
veloces años:
¡Pasad! ¡Seguid pasando! ¡Yo no envejeceré más!
Idos
todos con todas nuestras flores marchitas,
tengo en mi álbum una flor
que nadie puede cortar.
vuestras alas, al
rozarlo, no podrán derramar
el vaso en que ahora bebo y que tengo
bien lleno.
Mi alma tiene más fuego que vosotros ceniza.
Mi
corazón tiene más amor que vosotros olvido.
Versión de L. S.
Quien no ama no vive *
Quienquiera que fueres, óyeme:
si con ávidas miradas
nunca tú a la
luz del véspero
has seguido las pisadas,
el andar süave y rítmico
de una celeste visión;
O tal vez un velo cándido,
cual meteoro esplendente,
que
pasa, y en sombras fúnebres
ocúltase de repente,
dejando de luz purísima
un
rastro en el corazón;
Si sólo porque en imágenes
te la reveló el poeta,
la dicha
conoces íntima,
la felicidad secreta,
del que árbitro se alza
único
de otro enamorado ser;
Del que más nocturnas lámparas
no ve, ni otros soles claros,
ni lleva en revuelto piélago
más luz de estrellas ni faros
que
aquella que vierten mágica
los ojos de una mujer;
Si el fin de sarao espléndido
nunca tú aguardaste afuera,
embozado, mudo, tétrico
mientras en la alta vidriera
reflejos se
cruzan pálidos
del voluptuoso vaivén),
Para ver si como ráfaga
luminosa a la salida,
con un
sonreír benévolo
te vuelve esperanza y vida
joven beldad de ojos lánguidos,
orlada en flores la
sien.
Si celoso tú y colérico
no has visto una blanca mano
usurpada, en fiesta pública,
por la de galán profano,
y el seno que adoras, próximo
a otro pecho,
palpitar;
Ni has devorado los ímpetus
de reconcentrada ira,
rodar
viendo el valse impúdico
que deshoja, mientras gira
en vertiginoso círculo,
flores y niñas al par;
Si con la luz del crepúsculo
no has bajado las colinas,
henchida sintiendo el ánima
de emociones mil divinas,
ni a lo
largo de los álamos
grato el pasear te fue;
Si en tanto que en la
alta bóveda
un astro y otro relumbra,
dos corazones simpáticos
no gozasteis la penumbra,
hablando palabras místicas,
baja la voz, tardo el
pie;
Si nunca al roce magnético
temblaste de Angel soñado;
si
nunca un
Te amo dulcísimo,
tímidamente exhalado,
quedó sonando en
tu espíritu
cual perenne vibración;
Si no has mirado con lástima
al hombre sediento de oro,
para
el que en vano munífico
brinda el amor su tesoro,
y de regio cetro y púrpura
no tuviste compasión;
Si en medio de noche lóbrega
cuando todo duerme y calla,
y
ella goza sueño plácido,
contigo mismo en batalla
no te desataste en lágrimas
con un despecho infantil;
Si enloquecido o sonámbulo
no la has llamado mil veces,
quizá
mezclando frenético
las blasfemias a las preces,
también a la
muerte, mísero,
invocando veces mil;
Si una mirada benéfica
no has sentido que desciende
a tu seno, como súbito
lampo que las
sombras hiende
y ver nos hace beatífica
región de
serena luz;
O tal vez el ceño gélido
sufriendo de la que adoras,
no
desfalleciste exánime,
misterios de amor ignoras;
ni tú has probado sus éxtasis
ni tú has llevado su cruz.
Versión de Miguel
Antonio Caro
*No ha habido que traducir el título, porque el autor tuvo
el capricho
de ponerlo en español. N. del T.
Si pudiéramos ir
Él decía a su amada: Si
pudiéramos ir
los dos juntos, el alma rebosante de fe,
con fulgores extraños
en el fiel corazón,
ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,
hasta hacer que se
rompan los mil nudos con que ata
la ciudad nuestra vida; si nos fuera posible
salir de este París
triste y loco, huiríamos;
no se adónde, a cualquier ignorado lugar,
lejos de vanos ruidos, de los odios y envidias,
a buscar un
rincón donde crece la hierba,
donde hay árboles y hay una casa chiquita
con sus flores y un
poco de silencio, y también
soledad, y en la altura cielo azul y la música
de algún
pájaro que se ha posado en las tejas,
y un alivio de sombra... ¿Crees que acaso podemos
tener
necesidad de otra cosa en el mundo?
Versión de Víctor M.
Londoño
¡Ven! En la pradera en flor...
¡Ven! En la pradera en flor,
suena una flauta invisible...
El
canto más apacible
es el canto del pastor.
Un hálito fresco y suave
riza la onda de cristal...
La música
más jovial
es la música del ave.
¡Que la sombra del dolor
no nuble tu faz radiante!
El himno
más palpitante
es el himno del amor.
Versión de Salvador
Díaz Mirón