"...Vuela sobre la roca solitaria
peregrina paloma, ala de nieve
como divina hostia, ala tan leve..."
"Evening"
Gustave Moreau
Reseña biografica
Poeta
peruano hijo de padre boliviano y madre peruana, nacido en Tacna,
Perú, en 1868.
Fue catedrático, periodista,
hombre de Estado y diplomático.
Inició su obra literaria en
Argentina, país donde residió por muchos años.
Desde la Revista América, impulsó, junto a Rubén
Darío, los principios
del modernismo latinoamericano.
Es autor de las importantes obras en prosa
«Leyes de la versificación Castellana» y «Los Conquistadores».
De su obra poética se destacan, «Castalia Bárbara» en 1897 y «Los Sueños
son Vida».
Falleció en 1933. ©
Aeternum vale
Amor de otoño
El alba
El himno
Entre la fronda
Eros
Las hadas
Las voces tristes
Lo fugaz
Los
antepasados
Los cuervos
Lustral
Paloma imaginaria
Rosa ideal
Siempre
Aeternum vale
Un dios misterioso y extraño visita la selva.
Es un dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
Cuando la
hija de Thor espoleaba su negro caballo,
le vio erguirse, de pronto, a la sombra de un añoso fresno.
Y
sintió que se helaba su sangre
ante el dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
De la
fuente de Imer, en los bordes sagrados, más tarde,
la Noche a los dioses absortos reveló el secreto;
El Águila
negra y los Cuervos de Odín escuchaban,
y los Cisnes que esperan la hora del canto postrero;
y a los
dioses mordía el espanto
de ese dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
En la
selva agitada se oían extrañas salmodias;
mecía la encina y el sauce quejumbroso viento;
el bisonte y el
alce rompían las ramas espesas,
y a través de las ramas espesas huían mugiendo.
En la lengua
sagrada de Orga
despertaban del canto divino los divinos versos.
Thor, el
rudo, terrible guerrero que blande la maza,
-en sus manos es arma la negra montaña de hierro,-
va a
aplastar, en la selva, a la sombra del árbol sagrado,
a ese Dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
Y los
Dioses contemplan la maza rugiente,
que gira en los aires y nubla la lumbre del cielo.
Ya en la
selva sagrada no se oyen las viejas salmodias,
ni la voz amorosa de Freya cantando a lo lejos;
agonizan los
Dioses que pueblan la selva sagrada,
y en la lengua de Orga se extinguen los divinos versos.
Solo, erguido a la sombra de un árbol,
hay un Dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
Amor de otoño
(fragmento)¡Un sol de
otoño, señora mía
Un sol de otoño que envidiaría
la primavera del
Mediodía.
También los valles visten de fiesta
cuando sus rayos doran la
cresta
de la cercana colina enhiesta;
cuando se esparcen por la campiña,
sobre las ramas en donde apiña
su ardiente fruto la fresca viña;
cuando en las frondas el viento ruge,
gime y jadea, y al rudo
empuje
la frágil rama vacila y cruje.
A nuestras plantas, que van inciertas
y al azar cruzan calles
desiertas,
se precipitan las hojas muertas.
Pasó la suave melancolía
de la mañana. ¡Ved qué alegría
flota
en el aire, señora mía!
¡Naturaleza tres veces santa
¡Himno de fuego que el sol levanta
y amor que en todas las cosas canta:
Amor... ¿Oísteis...? Amor. ¿Acaso
no véis cómo arde todo a su
paso?
Amor de otoño que huye el ocaso.
Dejad, señora, que un breve instante
pose mis labios, como un
amante,
en el extremo de vuestro guante.
Como un amante que ve de hinojos
la maravilla de vuestros ojos,
de vuestros labios frescos y rojos;
como un amante que fuera un niño
que pide, en premio de su
cariño,
la flor que adorna vuestro corpiño.
¡Si me la diérais...! ¡Quién sabe...! Un día
tal vez formase la
gloria mía,
pues como un niño la guardaría.
¿Dudáis? No en vano mi labio jura,
júroos, señora, que mi ventura
fue una caricia fugaz y pura.
Tan fugaz, tanto, que no soy dueño
de su memoria, y es grave
empeño
saber si todo no ha sido un sueño.
Y nada, acaso, más hondamente
que ese recuerdo turba mi mente,
hiere mis ojos, nubla mi frente...
(Ved ese palio de enredaderas:
sus blancas flores son las
postreras
y en ellas viven las primaveras;
bajo sus hojas el sol no brilla;
ofrece un tronco rústica silla.
Cerrad, si os place, vuestra sombrilla.)
Caricia..., sueño... La historia es breve...
Mas, ¡quien a
hablaros de amor se atreve
si en él es fuego y en vos es nieveI
Frío de nieve pasa por esos
labios inmóviles, nido de besos
por repentinos desdenes presos...
Jamás, señora, la ley se infringe;
pasión, desvíos o celos finge,
pero su enigma guarda la Esfinge.
Y hasta hoy la clave no he descubierto,
y ya mi barca se acerca
al puerto...
las playas solas... el mar desierto...
El alba
Las
auroras pálidas,
que nacen entre penumbras misteriosas,
y enredados en las orlas de sus mantos
llevan jirones de sombra,
iluminan las montañas,
las crestas de las montañas rojas;
bañan las torres erguidas,
que saludan su aparición silenciosa,
con la voz de sus campanas
soñolienta y ronca;
ríen en las calles
dormidas de la ciudad
populosa,
y se esparcen en los campos
donde el invierno respeta las
amarillentas hojas.
Tienen perfumes de Oriente
las auroras;
los recogieron al
paso, de las florestas ocultas
de una extraña Flora.
Tienen ritmos
y músicas armoniosas,
porque oyeron los gorjeos y los trinos de las aves
exóticas.
Su luz fría,
que conserva los jirones de la sombra,
enredóse, vacilante, de los lotos
en las anchas hojas.
Chispeó en las aguas dormidas,
las
aguas del viejo Ganges, dormidas y silenciosas;
y las tribus de los árabes desiertos,
saludaron con plegarias a
las pálidas auroras.
Los rostros de los errantes beduinos
se bañaron con arenas
ardorosas,
y murmuraron las suras del Profeta
voces roncas.
Tendieron las suaves alas
sobre los mares de Jonia
y vieron surgir a Venus
de las
suspirantes olas.
En las cimas,
donde las tinieblas eternas sobre las nieves se
posan
vieron monstruos espantables
entre las rocas,
y las crines
de los búfalos que huían
por la selva tenebrosa.
Reflejaron en la espada
simbólica,
que a la sombra de una encina
yacía olvidada y polvorosa.
Hay ensueños,
hay ensueños en las pálidas auroras...
Hay
ensueños,
que se envuelven en sus jirones de sombra...
Sorprenden los
amorosos
secretos de las nupciales alcobas,
y ponen pálidos tintes en los
labios
donde el beso dejó huellas voluptuosas...
Y el Sol eleva su
disco fulgurante
sobre la tierra, los aires y las suspirantes olas.
El himno
Bebe ¡oh Dios! Entre los bosques, al través de la espesura,
los
feroces jabalíes han huido,
y en la mitad de su carrera puso término
a su insólita pavura
rayo ardiente y luminoso, de mi aljaba
desprendido.
Bebe ¡oh Dios! Para tu copa dieron mieles las abejas
de los
huertos del Palacio blanco y oro;
ya del Lobo y la Serpiente la
medrosa vista alejas
y vierte la lengua de Orga su sacro raudal
sonoro.
Cuando tu aliento se cierne sobre el campo de batalla,
ríe el
guerrero a la Muerte que le acecha;
si en el espacio infinito, con el
trueno, tu potente voz estalla
se hunde en el cuello la lanza y en el
corazón la flecha.
Entre la fronda
Junto a la clara linfa, bajo la luz radiosa
del sol, como un prodigio de viviente escultura,
nieve y rosa su
cuerpo, su rostro nieve y rosa
y sobre rosa y nieve su cabellera oscura.
No altera una
sonrisa su majestad de diosa,
ni la mancha el deseo con su mirada impura;
en el lago profundo
de sus ojos reposa
su espíritu que aguarda la dicha y la amargura.
Sueño del mármol. Sueño del arte excelso, digno
de Escopas o
de Fidias, que sorprende en un signo,
una actitud, un gesto, la suprema hermosura.
Y la ve
destacarse, soberbia y armoniosa,
junto a la clara linfa, bajo la luz radiosa
del sol, como un
prodigio de viviente escultura.
Eros
Lluvia de azahares
sobre un rostro níveo.
Lluvia de azahares
frescos de rocío,
que dicen historias
de amores y nidos.
Lluvia
de azahares
sobre un blanco lirio
y un alma que tiene
candidez
de armiño.
Con alegres risas
Eros ha traído
una cesta llena
de rosas y
mirtos,
y las dulces Gracias
-amoroso símbolo-
lluvia de
azahares
para un blanco lirio.
Las hadasCon sus
rubias cabelleras luminosas,
en la sombra se aproximan. Son las
Hadas.
A su paso los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las
crujientes ramas.
Con sus rubias cabelleras luminosas
se acercan las Hadas.
Bajo un árbol, en la orilla del pantano,
yace el cuerpo de la
virgen. Su faz blanca,
su faz blanca, como un lirio de la selva;
dormida en sus labios la postrer plegaria.
Con sus rubias cabelleras luminosas
se acercan las Hadas.
A lo lejos por los claros de los bosques,
pasa huyendo tenebrosa
cabalgata,
y hay ardientes resoplidos de jaurías
y sonidos broncos
de trompas de caza.
Con sus rubias cabelleras luminosas
se acercan las Hadas.
Bajo el árbol en la orilla del pantano,
sobre el cuerpo de la
virgen inclinadas,
posan, suaves como flores que se besan,
sus
labios purpúreos en la frente blanca.
Y en los ojos apagados de la muerta
brilla la mirada.
Con sus rubias cabelleras luminosas
se alejan las Hadas.
A su paso, los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las
crujientes ramas.
Con su rubia cabellera luminosa
va la virgen blanca.
Las voces tristes
Por las blancas estepas
se desliza el trineo;
los lejanos aullidos de los lobos
se
unen al jadeante resoplar de los perros.
Nieva.
Parece que el espacio se envolviera en un velo,
tachonado de lirios
por las olas del cierzo.
El infinito blanco...
sobre el vasto desierto
flota una vaga
sensación de angustia,
de supremo abandono, de profundo y sombrío
desaliento.
Un pino solitario
dibújase a lo lejos,
en un fondo de brumas y
de nieve,
como un largo esqueleto.
Entre los dos sudarios
de la tierra y el cielo
avanza en el
Naciente
el helado crepúsculo de invierno...
Lo fugaz
La
rosa temblorosa
se desprendió del tallo,
y la arrastró la brisa
sobre las aguas turbias del pantano.
Una onda fugitiva
le abrió su seno amargo
y estrechando a la
rosa temblorosa
la deshizo en sus brazos.
Flotaron sobre el agua
las hojas como miembros mutilados
y
confundidas con el lodo negro
negras, aún más que el lodo, se
tornaron,
pero en las noches puras y serenas
se sentía vagar en el
espacio
un leve olor de rosa
sobre las aguas turbias del pantano.
Los antepasados
II
Bajo la luminosa, nocturna estela
y entre la polvareda de los
caminos,
en busca de Santiago de Compostela
pasan, cantando
salmos, los peregrinos.
Mientras en la penumbra de la mezquita,
donde con sus muezines
rezaba el moro,
junto al abad severo que ora y medita,
los frailes
soñolientos rezan en coro.
A los bardos errantes piden ternezas
mujeres de ojos garzos y tez
de armiño,
y oyen trovas de amores y de tristezas
en la lengua
armoniosa de allende el Miño.
Que el habla, ruda y grave, del castellano
sólo dice combates y
desafíos
y la fe del insigne mártir cristiano
que floreció entre
moros o entre judíos.
Ocultando su gozo con gesto arisco,
de pajes y estudiantes
gloriosa presa,
al compás de un sonoro rabel morisco
danza
provocativa la juglaresa.
Y el juglar, que ha aprendido los romanceros,
cuenta, del viejo
alcázar bajo los arcos,
cercado de hombres de armas y de escuderos,
la historia lamentable del conde Alarcos.
De pie, junto a la puerta de la abadía,
fascinando a la turba que
escucha ansiosa,
mientras suspira el Angelus y muere el día,
el
preste de Berceo dice una prosa.
Con hilo de romances teje su historia,
sigue la vía oculta de las
estrellas,
y va perdiendo todo, menos la gloria,
el rey de las
Partidas y las Querellas.
Entre halagos, promesas y juramentos,
que entrelazan con votos de
amor celeste,
en alcobas y celdas «Trotaconventos»
desliza los
mensajes del Archipreste.
El galán nocherniego pasa embozado
frente a la negra torre que al
vulgo asombra,
y al fulgor de una lámpara mira espantado
del
marqués hechicero vagar la sombra.
Librado a los destinos y a los azares,
de espaldas a la vida, de
frente al cielo,
tiende Colón sus alas sobre los mares,
como un
ave gigante que emprende el vuelo.
Los cuervos
Sobre el himno del combate
y el clamor de los guerreros,
pasa un lento batir de alas;
se
oye un lúgubre graznido,
y penetran los dos Cuervos,
los divinos, tenebrosos mensajeros,
y se posan en los hombros del
Dios
y hablan a su oído.
Lustral
Llamé una vez a la visión y vino.
Y era pálida y triste, y sus pupilas
ardían como hogueras de
martirios.
Y era su boca como una ave negra,
de negras alas.
En
sus largos rizos
había espinas. En su frente arrugas.
Tiritaba.
Y me dijo:
-¿Me amas aún?
Sobre sus negros labios
posé los
labios míos,
en sus ojos de fuego hundí mis ojos
y acaricié la
zarza de sus rizos.
Y uní mi pecho al suyo, y en su frente
apoyé
mi cabeza.
Y sentí frío
que me llegaba al corazón. Y el fuego
en los ojos.
Entonces
se emblanqueció mi vida como un lirio.
Paloma imaginaria
Peregrina paloma imaginaria
que enardeces los últimos amores;
alma de luz, de música y de flores
peregrina paloma imaginaria.
Vuela sobre la roca solitaria
que baña el mar glacial de los
dolores;
haya, a tu peso, un haz de resplandores,
sobre la adusta roca
solitaria...
Vuela sobre la roca solitaria
peregrina paloma, ala de nieve
como divina hostia, ala tan leve...
Como un copo de nieve; ala divina,
copo de nieve, lirio, hostia,
neblina,
peregrina paloma imaginaria...
Rosa ideal
Eres la rosa ideal
que fue la princesa-rosa,
en la querella
amorosa
de un menestral provenzal.
Si tú sus trovas quisieras,
llegarían, como un ruego,
los
serventesios de fuego
en armoniosas hogueras.
Darías al vencedor
los simbólicos trofeos,
en los galantes
torneos
de la ciencia del amor.
Incensado por el aura
de la dulce poesia
en tus manos dejaría
su cetro Clemencia Isaura.
*
Serías el lirio humano
que halló un rey bajo su tienda,
en la brumosa leyenda
de un minnesinger riniano.
En ti vería el guerrero
perlas y rocío, como
en el tesoro del
gnomo
que descubrió un hechicero.
Tendrías un camarín
por las hadas adornado,
en un palacio
encantado
de las márgenes del Rin.
Y en las noches de las citas,
bajo el rayo de la luna,
envidiaran tu fortuna
Loreleys y Margaritas.
*
Mientras pensativo y triste,
junto a la cruz de un
sendero,
estrechara un caballero
la banda azul que le diste,
en tu ventana ojival
dulcemente reclinada,
oirías la balada
del ardido Parsifal.
Y de un juglar, que ha traído
su arpa cubierta de flores,
la
historia de los amores,
de Crimilda y de Sigfrido.
En tu blanco camarín
por las hadas adornado,
resonaría el
sagrado
cántico de Lohengrín...
Ya mi pálida quimera
se ha enredado, como una ave
en la onda,
crespa y suave,
de tu blonda cabellera.
Siempre
¡Tú
no sabes cuánto sufro! ¡Tú que has puesto mis tinieblas
en mi noche, y amargura más profunda en mi dolor!
Tú has dejado,
como el hierro que se deja en una herida,
en mi oído la caricia dolorosa de tu voz.
Palpitante como un
beso; voluptuosa como un beso;
voz que halaga y que se queja; voz de ensueño y de dolor...
Como
sigue el ritmo oculto de los astros el Océano‚
mi ser todo sigue el ritmo misterioso de tu voz.
¡Oh, me
llamas y me hieres! Voy a ti como un sonámbulo
con los brazos extendidos en la sombra y el dolor...
¡Tú no
sabes cuánto sufro! Cómo aumenta mi martirio
temblorosa y desolada, la caricia de tu voz.
¡Oh, el olvido!
El fondo oscuro de la noche del olvido,
donde guardan los cipreses el sepulcro del Dolor!
Yo he buscado
el fondo oscuro de la noche del olvido,
y la noche se poblaba con los ecos de tu voz...