
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
A Dios en primavera
Agua en el agua
Ajuste
Álamo blanco
Canción de invierno
Convalecencia
Desnuda
Dios de amor
El dechado
El descenso
El poeta a caballo
El viaje definitivo
Ello
Iba tocando mi flauta...
La más mía
Octubre
Rosa íntima
Sueño
Volcán errante
Voz nueva
A Dios en primavera
Señor, matadme, si queréis.
(Pero, señor, ¡no me matéis!)
Señor dios, por el sol sonoro,
por la mariposa de oro,
por la rosa con el lucero,
los corretines del sendero,
por
el pecho del ruiseñor,
por los naranjales en flor,
por la perlería del río,
por el
lento pinar umbrío,
por los recientes labios rojos
de ella y por sus grandes ojos...
¡Señor, Señor, no me matéis!
(...Pero matadme, si queréis)
Agua en el agua
Quisiera que mi vida
se cayera en la muerte,
como este chorro alto de agua bella
en el agua tendida matinal;
ondulado, brillante, sensual, alegre,
con todo el mundo diluido
en él,
en gracia nítida y feliz.
Ajuste
¡Qué difícil es unir
el tiempo de frutecer
con el tiempo de sembrar!
(El mundo jira que jira,
ruedas
que nunca se unen
en una rueda total)
¡Un solo día de vida,
un día completo y
todo,
que no se acabe jamás!
Álamo blanco
Arriba canta el pájaro
y abajo canta el agua.
(Arriba y abajo,
se me abre el alma).
¡Entre dos melodías,
la columna de plata!
Hoja, pájaro,
estrella;
baja flor, raíz, agua.
¡Entre dos conmociones,
la columna de
plata!
(¡Y tú, tronco ideal,
entre mi alma y mi alma!)
Mece a la
estrella el trino,
la onda a la flor baja.
(Abajo y arriba,
me tiembla el
alma).
Canción de invierno
Cantan. Cantan.
¿Dónde cantan los pájaros que
cantan?
Ha llovido. Aún las ramas
están sin hojas nuevas. Cantan. Cantan
los pájaros. ¿En dónde cantan
los pájaros que cantan?
No
tengo pájaros en jaulas.
No hay niños que los vendan. Cantan.
El valle está muy lejos. Nada...
Yo no sé dónde cantan
los pájaros -cantan, cantan-
los pájaros que cantan.
Convalecencia
Sólo tú me acompañas, sol amigo.
Como un perro de luz, lames mi lecho
blanco;
y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro,
caída de
cansancio.
¡Qué de cosas que fueron
se van... más lejos todavía!
Callo
y sonrío, igual que un niño,
dejándome lamer de ti, sol
manso.
...De pronto, sol, te yergues,
fiel guardián de mi fracaso
y, en una algarabía ardiente y loca,
ladras a los fantasmas vanos
que, mudas sombras, me amenazan
desde el desierto del ocaso.
Desnuda
Vino, primero pura,
vestida de inocencia;
y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes;
y la fui odiando, sin
saberlo.
llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros...
¡Qué iracunda de yel
y sin sentido!
...Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se
quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en
ella.
Y
se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda...
¡Oh pasión de mi
vida, poesia
desnuda, mía para siempre!
Dios de amor
Lo que queráis, señor;
y sea lo que queráis.
Si queréis que entre las rosas
ría
hacia los matinales
resplandores de la vida,
que sea lo que queráis.
Si queréis
que entre los cardos
sangre hacia las insondables
sombras de la noche eterna,
que
sea lo que queráis.
Gracias si queréis que mire,
gracias si queréis cegarme;
gracias por todo y por nada,
y sea lo que queráis.
Lo que queráis, señor;
y sea lo que
queráis.
El
dechado
¡Qué
hermosa muestra eres, cielo azul del día,
a los despiertos ojos,
de lo despierto!
¡Qué ejemplo hermoso
eres, cielo azul nocturno,
a los ojos dormidos,
de lo que sueña!
El descenso
Sí, esta tarde no es imajen,
las nubes son rosas, sí,
las rosas son vida, sí.
Esta tarde
tú eres tú,
no es nube el amor en mí,
es vida la rosa en mí.
El poeta a caballo
¡Qué tranquilidad violeta,
por el sendero, a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
La dulce brisa del río,
olorosa a junco y agua,
la refresca el señorío...
La brisa leve del río...
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
Y el corazón se le pierde,
doliente y embalsamado,
en la madreselva verde...
Y el corazón se le pierde...
A caballo va el poeta. ..
¡Qué tranquilidad violeta!
Se está la orilla dorando...
El último pensamiento
del sol, la deja soñando...
Se está la orilla dorando. ..
¡Qué tranquilidad violeta,
por el sendero, a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
El viaje definitivo
... Y yo me
iré. Y se quedarán los pájaros cantando:
y se quedará mi huerto, con
su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo
será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las
campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el
pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto
florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico...
Y yo me iré;
y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin
cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
Ello
Existe; ¡yo lo he visto,
(y ello a mí)!
Su esbeltez negra y honda
surjía y resurjía
en la verdura blanca del relámpago,
como un
árbol nocturno de ojos bellos,
fondo tras fondo de los fondos
májicos.
Lo sentí en mí, lo mismo, vez tras vez,
que si el rayo me
helara los sentidos
con su instantaneidad.
¡Lo he visto, lo he
tenido;
¡me ha tenido, me ha visto!
Iba tocando mi flauta...
Iba tocando mi flauta
a lo largo de la orilla;
y la orilla era un
reguero
de amarillas margaritas.
El campo cristaleaba
tras el temblor de la brisa;
para
escucharme mejor
el agua se detenía.
Notas van y notas vienen,
la tarde fragante y lírica
iba, a
compás de mi música,
dorando sus fantasías,
y a mi alrededor
volaba,
en el agua y en la brisa,
un enjambre doble de
mariposas amarillas.
La ladera era de miel,
de oro encendido la viña,
de oro vago
el raso leve
del jaral de flores níveas;
allá donde el claro
arroyo
da en el río, se entreabría
un ocaso de esplendores
sobre el agua vespertina...
Mi flauta con sol lloraba
a lo largo de la orilla;
atrás
quedaba un reguero
de amarillas margaritas...
La más
mía
Yo
no sé decirme
por qué me retienes.
yo no sé qué tienes.
Tienes dulces años,
mas no son tus años;
tienes gran blancura,
mas no es tu blancura;
tienes alta frente,
pero no es tu frente;
tienes verde pelo,
pero no es tu pelo;
tienes áureos ojos,
tienes vivos labios,
mas no son tus ojos,
mas no son tus labios;
tienes armonía,
no es tu melodía;
tienes condición,
no es tu
corazón...
Yo
no sé decirte
por qué me retienes.
Yo no sé qué tienes...
Octubre
Estaba echado yo en la tierra, enfrente
el infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la
amarilla
dulzura de su claro sol poniente.
Lento, el arado, paralelamente
abría el haza oscura, y la
sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente
Pensé en arrancarme el corazón y echarlo,
pleno de su sentir
alto y profundo,
el ancho surco del terruño tierno,
a ver si con
partirlo y con sembrarlo,
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.
Rosa
íntima
Todas las rosas son la misma rosa,
amor, la única rosa.
y todo
queda contenido en ella,
breve imagen del mundo,
¡amor!, la única
rosa.
Rosa, la rosa... Pero aquella rosa...
La primavera vuelve
con la
rosa
grana, rosa amarilla, blanca, grana;
y todos se embriagan con
la rosa,
la rosa igual a la otra rosa.
¿Igual es una rosa que otra
rosa?
¿Todas las rosas son la misma rosa?
Sí. Pero aquella rosa...
La
rosa que se aísla en una mano,
que se huele hasta el fondo de ella y
uno,
la rosa para el seno del amor,
para la boca del amor y el
alma,
...Y para el alma era aquella rosa
que se escondía, dulce
entre las rosas,
y que una tarde ya no se vio más.
¿De qué
amarillo aquella fresca rosa?
Todo, de rosa en rosa, loco vive,
la luz, el ala, el aire,
la
honda y la mujer,
y el hombre, y la mujer y el hombre.
La rosa
pende, bella
y delicada, para todos,
su cuerpo sin penumbra y sin
secreto,
a un tiempo lleno y suave,
íntimo y evidente, ardiente y
dulce.
Esta rosa, esa rosa, la otra rosa...
Sí. Pero aquella
rosa...
Sueño
Imagen alta y tierna del consuelo,
aurora de mis mares de tristeza,
lis de paz con olores de pureza,
¡premio divino de mi largo duelo!
Igual que el tallo de la flor del cielo,
tu alteza se perdía en tu
belleza...
Cuando hacia mí volviste la cabeza,
creí que me
elevaban desde el cuelo.
Ahora en el alba casta de tus brazos,
acogido a tu pecho
transparente,
¡cuán claras a mí tornan mis prisiones!
¡Cómo mi corazón hecho pedazos
agradece el dolor, al beso ardiente
con que tú, sonriendo, lo compones!
>
Volcán errante
Volcán que pasas traslaticio,
como un total cometa,
prendiendo con la llama
de tu abismo dinámico la vida
(las piedras están grises y mojadas,
pero están granas, vivamente granas)
resplandor hondo y alto de otro estraño día
dentro del laminado día
¿qué inminente ser eres?
¿hay palabra que pueda ser tu nombre?
¿qué semejanza tienes con nosotros?
Lo que prendes e inflamas
¿qué anuncia a nuestra estancia
vejetal, animal y mineral?
¿Cuál será el hecho, para quiénes?
Los animales y las plantas
te miran como el hombre, como yo.
Todos estamos gravemente deslumbrados.
y ya se raja el aire,
se dilata el azul, se espande el agua;
todo va persiguiéndote hacia arriba,
todo hacia ti,
resplandor grana de otro día,
errante herida inmensa,
otro fulgor, otro calor, otro valor
de otra esperanza.
Voz
nueva
¿De quién es esta voz? ¿Por dónde suena
la voz esta, celeste y
argentina,
que transe, leve, con su hoja fina
el silencio de
hierro de mi pena?
Dime, blancura azul de la azucena,
dime, luz de la estrella matutina,
dime frescor del agua vespertina:
¿conocéis esta voz sencilla y
buena?
Voz que me hace volver los ojos, triste
y alegre, a no sé qué cristal
de gloria
de oro, en que el Angel canta su ¡Aleluya!
Que no es de boca ni laúd que existe,
que no ha salido de ninguna
historia...
¿De quién, de qué eres, voz que no eres suya?
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...