
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
Canciones
Dice la fuente
El caballero...
El príncipe
Felipe IV
La manzanilla
Mariposa negra
Canciones
Me dijo una tarde
de la primavera:
Si buscas
caminos
en flor en la tierra,
mata tus palabras
y oye tu alma vieja.
Que el mismo albo lino
que te viste, sea
tu traje de
duelo,
tu traje de fiesta.
Ama tu alegría
y ama tu tristeza,
si buscas caminos
en flor en la tierra.
Respondí a la tarde
de la primavera:
Tú has dicho el secreto
que en mi alma
reza:
yo odio la alegría
por odio a la pena.
Mas antes que
pise
tu florida senda,
quisiera traerte
muerta mi alma vieja.
Dice la fuente
No se callaba la fuente,
no se callaba...
Reía,
saltaba,
charlaba... Y nadie sabía
lo que decía.
Clara, alegre, polifónica,
columnilla salomónica
perforaba
el silencio del Poniente
y, gárrula, se empinaba
para ver el sol
muriente.
No se callaba la fuente.
no se callaba...
Como vena
de
la noche, su barrena,
plata fría,
encogía
y estiraba...
Subía,
bajaba,
charlaba... Y nadie sabía
lo que decía.
Cuando la aurora volvía...
El caballero...
Este desconocido es un cristiano
de serio porte y negra vestidura,
¡donde brilla no más la empuñadura,
de su admirable estoque toledano.
Severa faz de palidez de lirio
surge de la golilla escarolada,
por la luz interior, iluminada,
de un macilento y religioso cirio.
Aunque sólo de Dios temores sabe,
porque el vitando hervor no le
apasione
del mundano placer perecedero,
en un gesto piadoso, y noble, y grave,
la mano abierta sobre el
pecho pone,
como una disciplina, el caballero.
El
príncipe
Siete soles forman
el solio del príncipe
de los siete soles.
Su cetro de oro
es un haz de llamas
de mil arreboles.
Su rostro, que nadie
miró porque
ciega,
las nubes esconden.
Su imperio, los mundos,
Él todo lo
puede,
todo lo conoce...
Y en sus ojos, cuyo
mirar mata,
brillan
¡todos los dolores!
Felipe IV
Nadie más cortesano ni pulido
que nuestro Rey Felipe, que Dios guarde,
siempre de negro hasta
los pies vestido.
Es pálida su tez como la tarde,
cansado el oro de su pelo
undoso,
y de sus ojos, el azul, cobarde.
Sobre su augusto pecho
generoso,
ni joyeles perturban ni cadenas
el negro terciopelo silencioso.
Y, en vez de cetro real, sostiene apenas
con desmayo galán
un guante de ante
la blanca mano de azuladas venas.
La manzanilla
La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque
-amable sirena-
su canto encanta el camino.
Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula
de una caña
más rica que la de azúcar...
El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.
Mariposa negra
La hora cárdena... La tarde
los velos se va quitando...
El velo de oro..., el de plata.
La hora cárdena...
«Aún es temprano».
«Nada veo sino el polvo
del camino...»
«Aún es temprano».
«¿Gritaron, madre?»
«No, hija;
nadie habló...
¿Lloras?...»
«Lo blanco
del camino que contemplo
las lágrimas me ha saltado...»
«No es eso...»
«Yo no sé, madre».
«Él vendrá, que aún es temprano».
«Madre, el humo se está
quieto,
las nubes parecen mármol...,
y los árboles diríase,
que
tienden abiertos brazos».
Un mendigo horrible pasa,
y hacia el castillo ha mirado.
*
Una negra mariposa
revolotea en el cuarto.
La hora
cárdena... La tarde
los velos se va quitando...
El velo de oro, el de plata...,
el de celajes violados.
Y el sol va a caer allá lejos,
guerrero herido en el campo.
¡Mal hayan los servidores
que sin su señor tornaron,
los
que con él se partieron
y traen, sin él, su caballo!
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...