"Conocía muy bien tu piel dorada,
la señal de peligro de tus ojos azules"
"Libertad"
Frank Howes"
Reseña biografica
Poeta español nacido en
Sanaüja, Lleida, en 1938.
Ejerce actualmente su profesión de
Arquitectura en la ciudad de Barcelona donde además ocupa una cátedra
en la Universidad de Barcelona.
Es uno de los mejores poetas
catalanes vivos cuya obra abarca una extensa variedad temática. Su
poesia la retrata
muy bien Sam Abrams cuando dice que el poeta siendo un sensualista, no
puede permitir que su poesia no sea
un vehículo para proyectar hacia el mundo su amor sensorial y sensual a
las cosas de la vida.
Desde el año de 1980 el poeta decidió utilizar
el catalán como lengua literaria, con la que ha publicado casi el total
de su obra poética integrada por más de quince libros entre los
que destacan:«Mar d’hivern» en 1986, «Llum de pluja»
en 1987, «Edat roja» en 1989, «Els motius del llop» en 1993 y
«Aiguaforts» en 1995.
A partir de 1999, el poeta publicó
ediciones bilingües de sus libros «Estación de Francia», «Cien poemas»,
«poesia
amorosa completa» y «Joana», en memoria de una de sus hijas, quien
falleció a la edad de treinta años.
Su última obra, "Casa de Misericordia", editada por Proa en 2008,
obtuvo el Premio Nacional de poesia, el Rosalía
de Castro
y el de poesia de Catalunya. ©
De "poesia amorosa completa":
Amada Regina
Caligrafía
Canción de cuna
Cosas en común
Edad roja
Embraceable you
En torno a la
protagonista de un poema
Faros en la noche
Flores blancas en la niebla
Historia en un ático
Horarios nocturnos
Iniciación
Interior perdido
La carta
La combinación
Las mil y una noches
Mujer de invierno
No te volveré a ver
No tires las cartas de amor
Paisaje cerca del aeropuerto
Remolcadores entre la niebla
De "Joana":
¿A quién ama Gilbert Grape?
Cuadro con pájaros
Horarios nocturnos
La espera
La muchacha del semáforo
La profesora de alemán
Mientras tú duermes
Noche de junio
Oración para J.M.R.
Pasajera
Primer verano sin ti
Profesor Bonaventura Bassegoda
Soneto en dos ciudades
Súplica
Un cuento
Una fotografía colgada en
la pared
De "poesia amorosa completa":
Amada Regina
En todas
las ciudades busco siempre
un hotel que llevara el nombre de ella.
El Regina de Roma y su fachada
severa y gris, fascista, de granito.
El Regina de Londres, frente a un parque
tristísimo al crepúsculo. El
Regina
con las piedras negruzcas de Bruselas.
El cálido Regina de
París,
junto al «quai» solitario de barcazas.
El Regina y su
zócalo de moho
lamido por las aguas oscuras de Venecia.
Y cuando ella murió, y
él no viajaba ya,
el último Regina, en el bullicio
del centro, en
Barcelona,
le acogió con sus gélidos espejos
y con su delicada
marquesina
de hierro y de cristal en la calle Bergara.
Regina
amada, hoteles y mujer:
algunos negros bultos en la noche,
la
caldera encendida y los neones
de tu nombre, violentos de tanta
soledad.
Ciudades que están llenas de imprevistos
hitos de amor.
* * *
Caligrafía
Ha apoyado la frente en el cristal
frío, empañado, con trasluz de
invierno.
Escribe el nombre de ella y, a través
de las líneas que
traza con el dedo,
la ha visto en un paraje solitario
con el mar y
las rocas en la noche.
Al fondo, las estrellas: de pronto, las
gaviotas
alzan el vuelo como un resplandor
al paso de un falucho.
Se ha engañado:
detrás de la ventana hay una calle
que el alba
hace más triste, sin un alma,
con coches aparcados.
Tras las
líneas comienza a amanecer:
el sol naciente borrará ese nombre
en
la escarcha rosada del cristal.
* * *
Cosas en común
Habernos conocido
un otoño en un tren que iba vacío;
La radiante,
aunque cruel
promesa del deseo.
La cicatriz de la melancolía
y
el viejo afecto con el que entendemos
los motivos del lobo.
La
luna que acompaña al tren nocturno
Barcelona-París.
Un cuchillo de
luz para los crímenes
que por amor debemos cometer.
Nuestra
maldita e inocente suerte.
La voz del mar, que siempre te dirá
dónde estoy, porque es nuestro confidente.
Los poemas, que son cartas
anónimas
escritas desde donde no imaginas
a la misma muchacha que
un otoño
conocí en aquel tren que iba vacío.
* * *
Edad roja
A Àlex Susanna
Tanto tiempo has tardado en aprender
que llegas tarde al gran
amor:
Que nunca habrás vivido una edad de oro.
Las rosas de
Ronsard
nunca serán perfume en tu mirada,
ningún otoño habrá de
deshojar,
en los brazos de nadie, lentos pétalos.
Con el olvido
tapas los espejos
igual que acostumbraban en las casas
donde había
un difunto.
No vuelven las mujeres con las cuales
cambiabas años
de tu soledad
por un fugaz momento de ternura.
Tan ardiente es la
vida en el otoño,
que en las horas de angustia no podrás
amar ni a
la mujer que ya has perdido.
* * *
Embraceable you
Es triste poner Gershwin sin poder abrazarte.
Somos el blanco y negro
de una vieja película:
las parejas bailando, y los barcos de guerra
que han de zarpar al alba. Quizá fui aquel muchacho
que pereció en
combate, y tú aquella muchacha
que nunca olvidaría la canción.
Vivimos en la sombra su mañana perdido
en oscuros bailables. Pero
hoy, aquella música
se toca en los conciertos y nadie ya la baila.
Hemos errado el tiempo, destruido los recuerdos.
La fiesta está
acabando: guarda el último baile
-la luz de oro del saxo y una pieza
de Gershwin-
para cuando se acerque
la hora de embarcar en el
buque de guerra.
* * *
En torno a la
protagonista de un poema
Conocía muy bien tu piel dorada,
la señal de peligro de tus ojos
azules.
Sueños de profesor que comenzaba
a perder su futuro. Hace
mucho surgiste
entre aquellos muchachos y muchachas
del bar
acristalado de nuestra Escuela blanca,
desde donde veíamos el mar.
Me preguntan quién eres. Quizás, un día, expertos
en soledad y en
crímenes pasados
buscarán, amparada en las palabras,
la sombra de
tu nombre y no hallarán
sino cartas violeta de la noche
y el
rastro, entre papeles, de unos ojos azules.
* * *
Faros en la noche
Intento seducirte en el pasado.
Las manos al volante y esta luz
de
club nocturno del tablier me dejan
-fantasía invernal- bailar
contigo.
Detrás de mí, igual que un gran camión,
el mañana hace
ráfagas de luces.
No lo conduce nadie y me adelanta,
pero ahora tú
y yo viajamos juntos
y el coche puede ser el dos caballos
de los
años sesenta hacia París.
"Je ne regrette rien" canta Edith Piaf.
Bajo la ventanilla, entra la noche
fria de la autopista, y el pasado
se aproxima de cara, velozmente:
cruza y me ciega sin bajar las
luces.
* * *
Flores blancas en la niebla
Sábanas grises de la escarcha
cubrían el bancal de los almendros;
pero llegaron lluvias como máscaras
y la hierba borró los espejos del
frío.
En la invernal mirada un aire cálido
comenzaba a mentir
a
aquellas alas grises
de pájaros erráticos en árboles desnudos.
En
una sola noche de tibieza
con reflejos de sombra en el espejo,
los
almendros se abrieron en sus flores.
Tú llegaste también
en un
tiempo de frío y soledad:
El amor fue la brisa
sobre la escarcha
gris. Las flores olvidadas
extendían olor a primavera
en el ámbito
helado, nieve cálida
de breves flores blancas. Con tristeza
las
recuerdo durante aquel invierno
que en una sola noche las heló.
* * *
Historia en un ático
La vida
convirtiéndose -¿recuerdas?-
en viajes y trabajo.
La terraza, las
vistas, y nosotros
mirando hacia otra parte: así acostumbra
a
iniciarse el error: Pero al final,
hacía tanto frío que una tarde
cerramos la terraza de aquel ático.
Sabes lo que te ofrezco: un viejo
buitre
a quien el miedo hace volar más alto
y que prepara su
vertiginoso
descenso hacia las últimas carroñas.
Del confuso
negocio del amor
quedan sólo las últimas monedas
de un tesoro
saqueado. Conversemos,
ya que nosotros siempre hemos hablado,
y la
conversación tiene el calor
que desea quien sube a un tren nocturno
como el que se me lleva: mi pasado
se borra y el futuro ya no es
nadie.
Es otra clase de felicidad.
* * *
Horarios nocturnos
Acostado a tu lado, oigo los trenes.
Cruzan mi frente sus fugaces
luces
rasgando el horror tibio de esta noche.
La pausa de silencio
me deja una luz roja,
una nota sobre este pentagrama
de cables y
de vías oscuras y brillantes.
Acostado a tu lado,
oigo cómo se
alejan con el ruido más triste.
Quizá me he equivocado no subiendo a
uno de ellos.
Quizá el último acierto
sea -abrazado a ti-
dejar
pasar los trenes en la noche.
* * *
Iniciación
Calles estrechas con esquinas tristes,
rótulos anunciando en los
balcones
lavajes y la cura de venéreas.
Lances de amor,
permanganato, el alba.
La primera mujer
en un cuarto con sábanas
heladas.
La luna tiene el rostro
de aquella pobre puta de Madrid.
La ciudad gris, como la policía.
Fue en un mítico viaje clandestino.
No quiero añadir más literatura.
Ni me marcó ni me hizo sentir sucio.
Sólo un tanteo previo
para irme acostumbrando a este misterio
que
une dentro de mí mi amor por ti
a un peligro de oscuros callejones.
* * *
Interior perdido
En el fondo del cuarto, un dorado de mujer
se va apagando igual que
una bujía.
El oro de la piel
en la penumbra de alba donde nunca
llegaré a abrir los ojos es la herida
de tu cuerpo desnudo en el
espejo.
Hoy eres una carta
en la que tu voz ronca se armoniza
con sueños fracasados y, desnuda,
bailas conmigo lentamente, hendida
por el mañana inútil de un instante
fijado al recordar sin esperanza.
Oscurece y me acerco a aquel hotel
para buscar tu cuerpo
carbonizado, ausente, pero allí
tan sólo está la noche, una luz roja
que en una calle en obras mece el viento.
* * *
La carta
Mirabas siempre hacia adelante
como si allí estuviese el mar. Creabas
de esta manera un movimiento de olas
ajeno y mítico en alguna playa.
Nos unía la fuerza peligrosa
que da al amor la soledad.
Aún hace
temblar entre mis dedos,
de forma imperceptible este papel.
Camino
abandonado entre tú y yo,
cubierto por las cartas, hojas muertas.
Pero sé que el camino persiste.
Si abandono la mano sobre el pequeño
fajo,
la siento descansar sobre tu espalda.
Solías escuchar hacia
adelante
como si allí estuviese el mar, ya transformado
en una voz
cansada, ronca y cálida.
Poco nos une aún: sólo el temblor
de este
papel tan fino entre los dedos.
* * *
La combinación
A Mari Carmen Parma
Sola entre dos infiernos
-el de la libertad y el de la edad-,
ya no he podido abrir la caja fuerte.
La puerta con sus cifras
giratorias,
es la ruleta en la que ya no sé
de qué forma apostar:
desde el primer suspiro conservé,
acorazada luz, aquella rosa.
Estoy desnuda en nuestro dormitorio
con la ventana abierta y la
lámpara apagada,
oigo el rumor urbano de la noche
mientras la leve
brisa me acaricia.
Ahora, la muchacha y el muchacho
que tú y yo un
día fuimos permanecen
siempre muy cerca, están dentro mí:
un olor
conocido o una canción
puede hacerlos salir, pero si quiero
hablarles,
ya han desaparecido. Vivimos a merced
de lo que de
nosotros ignorábamos,
tal si entre los derechos que tuviese la vida
hubiera un misterioso derecho a no saber.
El metálico nido custodia
nuestros sueños.
Estoy llorando. La combinación
era esta: la fecha
de tu muerte.
* * *
Las mil y una noches
Me miras: el presente son tus ojos,
unos instantes que se desvanecen
y no puedo cambiar: Pero también
son un mañana que ya estaba escrito
en el fugaz espejo de la infancia.
Y se convertirán en el ayer,
la
suma indiferencia de los años.
Después serán recuerdo, un mundo gris
donde te mire aunque no pueda verte.
Tras el recuerdo habrán de ser
olvido:
nadie sabrá por qué estabas mirándome
ni por qué hay
este pozo en tu lugar.
Cada instante una historia diferente
de las
mil y una noches en tus ojos.
* * *
Mujer de invierno
Hoy que la soledad
es la última forma del amor,
esta triste ciudad
ha hecho que pierda
lo que había perdido, ya, de ti.
¿A qué has
venido?
¿Quién eres, si eres sólo
la imagen en el fondo del pozo
de mí mismo?
He quemado tu cuerpo en mi interior,
todo ha llegado
demasiado tarde.
* * *
No te volveré a ver
Es esta piel violeta de una noche
que dejamos pendiente.
Y tu
silencio suena como un saxo
de oro negro en el fondo
de los días
sin ti.
En tu pecho jadea el contrabajo,
y en tu flanco, tan
cálido de sombra
que siempre soñaré cuando mi mano
lenta avance
hacia ti.
Músicos en penumbra, los instrumentos de oro
en sus
bocas lilosas: ya, la vida
no me devolverá la que aposté
a tu
cuerpo desnudo cuando eras una fiesta.
No queda más que -al piano- un
negro ciego,
nuestro amor: toca solo en la sombra
y mi sueño se
duerme entre sus dedos.
* * *
No tires las cartas de amor
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesia.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.
* * *
Paisaje cerca del aeropuerto
Guarda un aire burgués de veraneo
y a la vez de escapadas clandestinas,
pero ya es un suburbio. La ciudad
surge en el horizonte de la playa.
Comienza a amanecer, los albañiles
encienden una hoguera al pie de una obra.
Calles entre jardines silenciosos
acaban en la playa, y el asfalto
se cubre de un sutil tapiz de arena.
Despintado y cerrado, hay un viejo club náutico
mirando el herrumbriento sol que surge
despacio desde el mar.
Un avión sobrevuela a baja altura:
una pátina rosa recubre el fuselaje
por el lado del mar.
Vulgares, atestadas en verano,
dignas y desoladas en invierno,
son igual que el amor estas afueras.
* * *
Remolcadores entre la niebla
Amiga de la noche, reluciente,
lúcido disco de la luna:
avanzas junto a mí por la playa, iluminas
estancias con espejos para
amantes
a los que aflije el plazo de una noche.
Tú y yo cruzamos
la ciudad caída.
Hay hojas de periódico arrastrándose
como heridas
de guerra, son gaviotas
que mueren en el agua de algún muelle.
También cartas de amor que pasan cuentas
como viejos recibos de
negocios.
El viaje hacia la sombra nos exije
decidir compañía: yo
he escogido
esos ríos espesos, relucientes
de dos armas doradas,
dos trompetas:
una cálida y negra, la de Clifford
como un fuego en
la nieve de las calles
y la blanca, que apenas puede oirse
en la
pútrida noche con letreros
de los hoteles tristes de Chet Baker.
Paso junto a amenazas de paredes
y escaleras de metro con los bultos
de los que duermen bajo los cartones.
Son las sombras que tocan en la
noche.
Esperaba un acuerdo sobre fines
y nunca hallé finalidad
alguna.
Esperé incluso la pasión del náufrago
por encender un
fuego frente al mar
pero nadie deseaba ser salvado.
Creí que
contaría con la gente
en asuntos de versos y valores.
No sabía que
todas estas cosas
sólo indicaban cómo envejecía:
de pronto todo el
mundo estaba lejos
y, mientras, yo escribía este poema
sabiendo
que el mañana estaba hecho
de un arte para mí desconocido.
Conocí
a una mujer: bailaba y, juntos,
escuchamos un "Autumn leaves" como
este
que en la Rambla, magnánimos, los plátanos
murmuran con las
hojas en la noche.
Era una mujer de orden, tenía bellas manos:
¡Dios, era mi mujer! Cómo bailaba
cantándome al oído cada pieza,
cómo reía cuando la abrazaba.
Hoy abrazo a la noche y escucho el
«Loverman»
en el que Parker equivoca el tiempo.
Los faroles
lejanos son los ojos
vidriosos de algún perro.
La música consuela,
nada más:
está dentro de mí junto a mis penas,
interpretándolas
con claridad
y sentimiento, aunque sin esperanza.
Ya cayó la
ciudad de mi futuro.
Camino entre leyendas pisoteadas
del otoño
del cuerpo pero aún
hallo hospitalidad en un relámpago
del Café de
la Ópera: entre tanto,
al final de la Rambla, en los peldaños
que
bajan por el muelle de barcazas,
una sirena muerta está flotando
y
es arrastrada por las sucias aguas.
De "Joana":
¿A quién ama Gilbert Grape?
Un sábado
en el cine, al declinar la tarde,
la película tierna, pero dura,
de un chico deficiente y de su hermano.
Cogidos de la mano en la
penumbra,
lloramos, vuestra madre y yo, angustiados
por la muerte,
que aún es más injusta
si dejamos atrás un desamparo.
Recordadnos
felices: lo hemos sido.
Los ojos de Joana hacen que sea
más llena
aún de afecto nuestra vida
pero más desolada nuestra muerte.
* * *
Canción de cuna
Duerme, Joana.
Y que este Loverman oscuro y trágico
del saxo de tu
hermano en Montjuïc
te pueda acompañar
toda la eternidad por los
caminos
que son bien conocidos por la música.
Duerme, Joana,
duerme.
Y a poder ser no olvides
tus años en el nido
que dentro
de nosotros has dejado.
Mientras envejecemos,
conservaremos todos
los colores
que han brillado en tus ojos.
Duerme, Joana. Esta es
nuestra casa,
y todo lo ilumina tu sonrisa.
Un tranquilo silencio:
aquí esperamos
redondear estas piedras del dolor
para que cuanto
fuiste sea música,
la música que llene nuestro invierno.
* * *
Cuadro con pájaros
El muro es, de este lado, oscuro y triste,
tal como sucedía en aquel
cuento
que un día te expliqué. Si fuese cierto, hoy
todos los
pájaros que tú pintaste
te esperarían en el otro lado
cantando
para ti: la parte clara
de la que hablaba el cuento
te acogería
como yo y tu madre
si pudieses volver de nuevo a casa.
Mientras
cuento la historia para mí,
miro los últimos pájaros que pintaste.
Aquí, en el lado lóbrego del muro,
¿de qué forma podría pagar esta
ilusión
de sentirte en la brisa de un instante?
* * *
Horarios nocturnos
Acostado a tu lado,
oigo los trenes.
Cruzan mi frente sus fugaces luces
rasgando el
horror tibio de esta noche.
La pausa de silencio me deja una luz
roja,
una nota sobre este pentagrama
de cables y de vías oscuras y brillantes.
Acostado a tu lado,
oigo cómo se alejan con el ruido más triste.
Quizá me he equivocado
no subiendo a uno de ellos.
Quizá el último acierto
sea -abrazado a ti-
dejar pasar los trenes en la noche.
* * *
La espera
Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas
manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos
a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar
también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se
cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a
mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de
que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia
o cielo azul,
organizando ya la soledad.
* * *
La muchacha del semáforo
Tienes la misma edad
que yo tenía
cuando empezaba a soñar en encontrarte.
No sabía aún, igual que
tú
no lo has aprendido aún, que algún día
el amor es esta arma
cargada
de soledad y de melancolía
que ahora te está apuntando desde mis
ojos.
Tú eres la muchacha que yo estuve buscando
durante tanto tiempo
cuando aún no existías.
Y yo soy aquel hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus
pasos.
Pero estaré entonces tan lejos de ti
como ahora tú de mí en este
semáforo.
* * *
La profesora de alemán
En aquel
Instituto de posguerra
debí haber aprendido algo de griego
y
adquirido un barniz sobre los clásicos.
Pero, si aprender algo era
difícil,
nada tenía aún menos futuro
que el alemán, cubierto por negruzcos
escombros de Berlín bajo la nieve.
La mía era una lengua perseguida
y la suya una lengua derrotada.
En un aula pequeña del chalé
donde estaba instalado el Instituto,
al entrar la encontraba de rodillas
fregando junto a un cubo, hablando sola.
No sé alemán y en
general no tengo
buen recuerdo de toda aquella gente,
pero no olvidé nunca su dolor.
Ahora que paso cuentas con
quién soy
siento en frías baldosas mis rodillas
mientras borro el
ayer, como ella hacía
con la roja cenefa del mosaico.
* * *
Mientras tú duermes
A Joana
En la plaza humillada por la lluvia
miro la alta ventana
iluminada
que no quiero perder: no he de rendirme
a la condena de
la vida.
Este no es ni un lugar de la ciudad:
nadie en los bancos
y, sobre la arena,
los charcos que reflejan
la luz del rótulo del
hospital.
El cristal de las puertas automáticas,
que la luz del
vestíbulo ilumina,
de vez en cuando se abre y deja paso
a una
oscura figura rutinaria.
Unas muletas cruzan,
invisibles, la calle
y se aproximan
a uno de los coches aparcados,
el nuestro, en el
que iremos en silencio
bajo la lluvia hacia el dolor futuro.
Tu
calidez ha sido tan efímera.
Triste felicidad la de esta calma
mientras recuerdo
cuando tú y yo teníamos mañanas
que nos
guardaban las miradas.
Tenía tanto miedo
a tener que dejarte sola
un día.
Por débil y pequeña que la luz
sea en la oscuridad, es mi
consuelo:
no habrá más desamparo ya que el mío.
* * *
Noche de junio
Cuando salí del cine ya había oscurecido.
En aquel viejo parking, sin
luz, iba subiendo
la rampa áspera y sucia
porque había aparcado en
la terraza.
Dentro de mí también era dura la cuesta:
eran aquellos
días, los primeros sin ti.
Pero al llegar arriba, en la intemperie
había un cálido silencio
envolviendo la sombra de algún coche:
las
baldosas rojizas, las barandas
de hierro, delicadas y sencillas,
y
latas con hortensias.
De repente, al salir a cielo abierto,
un
velo se rasgó y surgió la noche
de un patio con sus limpias galerías
y sus iluminadas cristaleras.
Me detuve sintiéndote muy cerca.
Y
sintiendo que ya, en cualquier instante
podría hacer surgir tesoros
de la muerte.
* * *
Oración para J. M. R
Música del amor; que te escondías
en sitios negros, dulces, como
rosas del jazz,
enciende el día azul, extiéndete debajo de los pinos
y haz que brillen las flores, los muros y la tierra.
Sé aquella agua
secreta que esperaba,
y, un instante, devuélvenos
la niña eterna
que hoy abandonamos
en pozos invisibles.
Un poco de un instante,
para que nos ayude
a no llorar de miedo y de vergüenza
sintiendo
su misterio de bondad.
Danos, música de oro, unas lágrimas limpias
como la vida que hoy enterraremos.
Música santa, hazle compañía,
tú que vienes del otro mundo al nuestro,
tú que ya sabes cómo es su
silencio.
* * *
Pasajera
En
el gran ventanal del aeropuerto
un alba de luz blanca entre la niebla
se alza ante la muchacha con un libro
que nunca alcanzará a poder
leer.
Mi juventud está también ahí,
en esas páginas de papel
biblia
del grueso tomo encuadernado en pie
de los rusos del siglo
diecinueve.
Natashas y Nastenkas, silenciosas
amigas de las cuales aprendí
a buscar las pequeñas esperanzas
como si fuesen conchas en la orilla:
todavía imagino que esperáis
a que llegue en la nieve y la ventisca
una abrigada sombra del amor.
También la chica inmóvil en la silla
de ruedas sabe que no
llegaré.
Levanta la mirada hacia nostálgico:
fuselajes de aviones
que descansan
como gaviotas en un mar helado.
Acoged a mi hija,
amigas mías,
pues yo no tengo rostro para ella:
mi rostro ya no es
más que un ventanal
de aeropuerto con luz de noches blancas.
* * *
Primer verano sin ti
I
Acantilados de un verdoso gris,
igual que grandes hachas
prehistóricas,
se hunden en el agua.
Como quien pela fruta,
la
carretera ciñe una curva, y otra,
por las viejas colinas abrasadas.
El coche se detiene ante la playa
y en el retrovisor no están tus
ojos.
Enfrente, blanco, La Gambina
con su letrero -HOTEL- color
azul
mirando, en la azotea, hacia el mañana.
II
Estás sentada enfrente de las olas:
las nubes se amontonan
sobre el pueblo,
pero tú estás de cara al horizonte,
debajo aún
del cielo del pasado,
que es nuestro mejor tiempo.
El mar, la
gente, las embarcaciones,
todo se está moviendo
en esta última
postal de ti.
El viento ensaya ráfagas
que se llevan volando una sombrilla.
Gotas frías de lluvia sobre la piel caliente
son como la advertencia
de las madres
recogiendo en los ojos la sombra del peligro
en una
playa abandonada al viento.
III
Joana, ahora el temporal resbala
bajo tus pies cansados.
Te veo huir: vas con tu lentitud
cruzando la mirada de la lluvia.
De pronto ya no estás ni en casa ni en la playa,
tus retratos
sonrientes
los baten tramontanas del espanto.
Muchos años clavaste
tus muletas
entre cantos rodados para llegar al mar.
Bajo el
puente de hierro
-te lo dirán las golondrinas muertas-
tu amado
pueblo de Colera
nunca más cambiará para tus ojos.
* * *
Profesor Bonaventura Bassegoda
Le recuerdo alto y grueso,
procaz, sentimental. Usted, entonces,
era una autoridad en Cimientos Profundos.
Inició siempre nuestra
clase así:
«Señores, buenos días.
Hoy hace tantos años, tantos
meses
y tantos días que murió mi hija».
Y solía secarse alguna
lágrima.
Teníamos veinte años, más o menos,
y el hombre corpulento
que usted era
llorando en plena clase,
nunca nos hizo sonreír.
¿Cuánto hace ya que usted no cuenta el tiempo?
He pensado en nosotros
y en usted,
hoy que soy una amarga sombra suya
porque mi hija,
ahora hace dos meses,
tres días y seis horas
que tiene sus
profundos cimientos en la muerte.
* * *
Soneto en dos ciudades
Le rouge por naître a Barcelone,
le noir pour mourir a Paris.
Leo Ferré: Thank-you, Satan
Hôtel de l'Avenir, la última
noche:
Paris en los cristales del crepúsculo.
Qué suerte sonreír
al acercarse
a los sesenta años, la Puerta de las Lilas.
Qué suerte no haber sido un hombre triste
ni tú una mujer triste.
Las heridas
nos hacen duros, pero compasivos.
Qué suerte estas dos
hijas. Este hijo.
Qué suerte poder ver tras los cristales
una ciudad, la nuestra,
que no existe:
Ferré canta a Verlaine, la lluvia pone
rojos, negros reflejos en la noche.
Rojo por nacer en Barcelona,
Negro por los trenes nocturnos a París.
* * *
Súplica
De
esta invernal mañana, amable y tibia,
por favor, no te vayas,
quédate sumergida en este patio
como si hubieses naufragado
dentro
de nuestra vida.
Bajo el laurel, entre las aspidistras
de verdes
hojas, anchas y romanticas,
por favor, no te vayas, no te vayas.
Todo está preparado para ti.
Quédate, por favor, y no te vayas.
Tu
fugaz triunfo sobre el nunca más,
dime si lo recuerdas: necesito
unas palabras con la clara y honda
voz de tu ausencia. Pero te
recoges,
callada, en el pasado,
un lecho de tristeza fulgurante.
Así fuiste encerrándote, a lo largo de ocho meses,
en el capullo de
la oscuridad,
y ahora, horrorizada por la luz,
surge aleteando la
furiosa,
pálida mariposa de la muerte.
Pero, si estás muriéndote,
aún vives,
y hago estallar la última alegría
de tu rostro cansado
y las pequeñas
manos entre las mías. Y repito:
estar muriéndote es
vivir aún.
De esta invernal mañana, amable y tibia,
por favor, no te vayas, no te vayas.
* * *
Un cuento
No
digas nada, Joana,
tan sólo escúchalo y no digas nada.
Íbamos
caminando en la lluviosa
mañana por el pueblo adormecido,
entrábamos despacio
por una larga calle de adoquines
que no
llevaba hacia ninguna parte.
Los niños nos llamaban con canciones
para acercamos al canal, que viésemos
su casa reflejándose en el
agua.
Te gustaba, ¿recuerdas?,
ver a los niños. Al marchamos
quedaban sus caritas pegadas al cristal,
sus voces apagándose en el
agua.
Llegamos tarde. Demasiado. Tanto
que siempre volveremos
separados:
ese es el precio por haber podido
entrar dentro de un
cuento.
Y qué suerte encontrarte ahora aquí,
de madrugada,
convertida en patio:
esto quiere decir que todo el tiempo
estabas
junto a mí en la oscuridad.
* * *
Una fotografía colgada
en la pared
(Xavier Miserachs)
El Paseo de Gracia en la nevada
de
aquel invierno en que nos conocimos.
En primer plano, dándome la
espalda,
se alejan transeúntes:
quizá soy yo este hombre del
paraguas,
y tal vez la mujer con el gorrito
de lana seas tú. Al
fondo,
todo se va borrando tras los copos,
que ponen este velo de
neblina.
Debajo de los árboles parece
la nave de una blanca
catedral.
Ahora estoy en la fotografía:
no se oye nada, hay coches
aparcados
y sepultados hasta media rueda.
Cruzamos solos el Paseo
helado,
entre los plátanos y los herrajes
negros, medio cubiertos
por la nieve,
de una de las farolas de Gaudí.
Estamos dentro de
aquel mismo invierno
en donde no sabíamos que el hacha
del frío ya
esperaba para cuando
el porvenir no fuese nada más
que el amor de
dos viejos a un fantasma.