"...¡Duerme entre
tus blancas galas!
¡Duerme, mariposa mía!...."
"Dessin"
Henri Matisse
Reseña biografica
Hijo
de padres españoles, de clase humilde, radicados en Cuba, nació en la
Habana el 28 de enero de 1853.
Estudió bajo el cuidado del poeta
Rafael María de Mendive quien detectó muy pronto su gran talento.
A los dieciséis años fue encarcelado por sus ideas revolucionarias y
posteriormente indultado y deportado
a España. Continuó su educación en la Universidad de Zaragoza donde se
licenció en las carreras de Filosofía
y Letras y en Derecho, ambas en 1874.
Vivió luego en México y
Guatemala, regresando a Cuba de donde fue nuevamente desterrado en 1879.
Durante su exilio en EE.UU. se dedicó al periodismo y fundó el Partido
Revolucionario Cubano en 1892.
Como escritor fue el precursor del modernismo latinoamericano,
representado en numerosas obras entre las que
se destacan, «Ismaelillo» 1882, «Versos sencillos»1891 y «Versos libres»
en 1892.
Murió en combate en 1895 durante su lucha contra las tropas
españolas en Dos Ríos, actual provincia de Granma,
en el oriente cubano. ©
Versos sencillos:
I
- Yo soy un hombre sincero...
IV - Yo visitaré
anhelante...
V
- Si ves un monte de espumas...
VI - Si quieren
que de este mundo...
VIII
- Yo tengo un amigo muerto...
IX - Quiero, a
la sombra de un ala...
X
- El alma trémula y sola...
XI
- Yo tengo un paje muy fiel...
XVII- Es rubia: el cabello suelto...
XVIII- El alfiler de Eva
Loca...
XIX
- Por tus ojos encendidos...
XX
- Mi amor del aire se azora...
XXI
- Ayer la vi en el salón...
XXII- Estoy en el
baile extraño...
XXIV- Sé de un pintor
atrevido...
XXXV- Qué importa que tu puñal...
XXXVII- Aquí está el pecho, mujer...
XXXIX - Cultivo una
rosa blanca...
XLIII- Mucho señora
daría...
XLVI-
Vierte corazón tu pena...
Versos libres:
A los espacios
Al buen Pedro
Allí despacio
Árbol de mi alma
Baile
Bosque de rosas
Contra el verso retórico
Dormida
En ti pensaba...
En un dulce sopor...
Homagno
La copa
envenenada
La niña de Guatemala
Mujeres
No,
música tenaz!
Noche de baile
¡Oh, Margarita!
¡Oh, nave...!
Pollice verso
Pomona
Por donde abunda la malva
Sé, mujer para mí...
Sed de belleza
Siempre que hundo la mente
Una virgen espléndida
Vino el amor mental
Y te busqué
Versos sencillos:
I - Yo soy un hombre sincero...
Yo soy un hombre
sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy
entre las artes,
En los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y
de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los
rayos de lumbre pura
De la divina belleza.
Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y
salir de los escombros,
Volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin
decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando
murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez -en la reja,
A la entrada de la viña,-
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: -cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcaide llorando.
Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es
un suspiro, -es
Que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un
amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir
en su guarida
La víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de
un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.
Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y
todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran
llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo
de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.
IV - Yo visitaré
anhelante...
Yo visitaré anhelante
Los rincones donde a solas
Estuvimos yo y mi amante
Retozando con las olas.
Solos los dos
estuvimos,
Solos, con la compañía
De dos pájaros que vimos
Meterse en
la gruta umbría.
Y ella, clavando los
ojos,
En la pareja ligera,
Deshizo los lirios rojos
Que le dio la
jardinera.
La madreselva olorosa
Cogió con sus manos ella,
Y una madama graciosa,
Y un jazmín
como una estrella.
Yo quise, diestro y galán,
Abrirle su quitasol;
Y ella
me dijo: "¡Qué afán!
¡Si hoy me gusta ver el sol!"
"Nunca más altos he
visto
Estos nobles robledales:
Aquí debe estar el Cristo,
Porque
están las catedrales."
"Ya sé dónde ha de
venir
Mi niña a la comunión;
De blanco la he de vestir
Con un gran
sombrero alón."
Después, del calor al
peso,
Entramos por el camino,
Y nos dábamos un beso
En cuanto
sonaba un trino.
¡Volveré, cual quien no existe,
Al lago mudo y helado:
Clavaré la quilla triste:
Posaré el remo callado!
V - Si ves un monte de
espumas...
Si ves un monte de
espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un
abanico de plumas.
Mi verso es como un
puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un
agua de coral.
Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.
Mi verso al valiente
agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se
funde la espada.
VI - Si quieren que de este mundo...
Si quieren que de este
mundo
Lleve una memoria grata,
Llevaré, padre profundo,
Tu
cabellera de plata.
Si quieren, por gran
favor,
Que lleve más, llevaré
La copia que hizo el pintor
De la
hermana que adoré.
Si quieren que a la otra vida
Me lleve todo un tesoro,
¡Llevo la trenza escondida
Que guardo en mi caja de oro!
VIII - Yo tengo un alnigo
muerto...
Yo tengo un alnigo muerto
que suele venirme a ver:
Ini alnigo
se sienta y canta;
canta en voz que ha de doler:
"En un ave de dos alas
bogo por el cielo azul:
un ala del ave
es negra,
otra de oro Caribú.
El corazón es un loco
que no sabe de un color:
o es su amor de
dos colores,
o dice que no es amor.
Hay una loca más fiera
que el corazón infeliz:
la que le chupó
la sangre
y se echó luego a reír.
Corazón que lleva rota
el ancla fiel del hogar,
va como barca
perdida,
que no sabe a dónde va. "
En cuanto llega a esta angustia
rompe el Inuerto a maldecir:
le amanso el cráneo: lo acuesto:
acuesto el muerto a dormir.
IX - Quiero, a la sombra
de un ala...
Quiero, a la sombra de
un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se
murió de amor.
Eran de lirios los
ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja
de seda.
...Ella dio al
desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se
murió de amor.
Iban cargándola en
andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo
cargado de flores.
...Ella, por volverlo a
ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se
murió de amor.
Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he
amado en mi vida!
...Se entró de tarde en
el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que
murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que
murió de amor!
X - El alma trémula y
sola...
El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina
española
Han hecho bien en
quitar
El banderín de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé,
yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues
dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero
torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un
sombrero!
Se ve, de paso, la
ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la
oreja.
Preludian, bajan la luz
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando
un baile andaluz.
Alza, retando, la
frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta:
Mueve
despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de
corazones.
Y va el convite
creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va
en el aire meciendo.
Súbito, de un salto arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.
Han hecho bien en
quitar
El banderín de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé,
yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues
dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero
torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un
sombrero!
Se ve, de paso, la
ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la
oreja.
Preludian, bajan la luz
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando
un baile andaluz.
Alza, retando, la
frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta:
Mueve
despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de
corazones.
Y va el convite
creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va
en el aire meciendo.
Súbito, de un salto
arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece
la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
La boca abierta provoca;
Es una rosa la boca:
Lentamente
taconea.
Recoge, de un débil
giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va,
como en un suspiro...
Baila muy bien la
española;
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a su rincón
El
alma trémula y sola!
XI - Yo tengo un paje muy fiel...
Yo tengo un paje muy fiel
que me cuida y que me gruñe,
y al salir,
me limpia y bruñe
mi corona de laurel.
Yo tengo un paje ejemplar
que no come, que no duerme
y que se acurruca a verme
trabajar y
sollozar.
Salgo, y el vil se desliza
y en mi bolsillo aparece;
vuelvo, y el terco me ofrece
una taza de ceniza.
Si duermo, al
rayar el día
se sienta junto a mi cama;
si escribo, sangre derrama
mi paje en la escribanía.
Mi paje, hombre de respeto,
al andar
castañetea:
hiela mi paje, y chispea:
mi paje es un esqueleto.
XVII - Es rubia: el cabello suelto...
Es rubia: el cabello
suelto
Da más luz al ojo moro:
Voy, desde entonces, envuelto
En
un torbellino de oro.
La abeja estival que zumba
Más ágil por la flor nueva,
No
dice, como antes, «tumba»:
«Eva» dice: todo es «Eva».
Bajo, en lo oscuro, al temido
Raudal de la catarata:
¡Y
brilla el iris, tendido
Sobre las hojas de plata!
Miro, ceñudo, la agreste
Pompa del monte irritado:
¡Y en
el alma azul celeste
Brota un jacinto rosado!
Voy, por el bosque, a paseo
A la laguna vecina:
Y entre
las ramas la veo,
Y por el agua camina.
La serpiente del jardín
Silba, escupe, y se resbala
Por su
agujero: el clarín
Me tiende, trinando, el ala.
¡Arpa soy, salterio soy
Donde vibra el Universo:
Vengo del
sol, y al sol voy:
Soy el amor: soy el verso!
XVIII - El alfiler de Eva
loca...
El alfiler de Eva loca
Es hecho del oro oscuro
Que le sacó un hombre puro
Del
corazón de una roca.
Un pájaro tentador
Le trajo en el pico ayer
Un relumbrante alfiler
De pasta y de similar.
Eva se prendió al
oscuro
Talle el diamante embustero:
Y echó en el alfiletero
El
alfiler de oro puro.
XIX - Por tus ojos encendidos...
Por tus ojos encendidos
Y lo mal puesto de un broche.
Pensé que estuviste anoche
Jugando a juegos prohibidos.
Te odié por vil y
alevosa:
Te odié con odio de muerte:
Náusea me daba de verte
Tan
villana y tan hermosa.
Y por la esquela que vi
Sin saber cómo ni cuándo.
Sé que estuviste llorando
Toda la
noche por mí.
XX - Mi amor del aire se azora...
Mi amor del aire se
azora;
Eva es rubia, falsa es Eva:
Viene una nube, y se lleva
Mi
amor que gime y que llora.
Se lleva mi amor que
llora
Esa nube que se va:
Eva me ha sido traidora:
¡Eva me
consolará!
XXI - Ayer la vi en el salón...
Ayer la vi en el salón
De los pintores, y ayer
Detrás de aquella mujer
Se me saltó
el corazón.
Sentada en el suelo
rudo
Está en el lienzo: dormido
Al pie, el esposo rendido:
Al
seno el niño desnudo.
Sobre unas briznas de
paja
Se ven mendrugos mondados:
Le cuelga el manto a los lados,
Lo mismo que una mortaja.
No nace en el torvo
suelo
Ni una viola, ni una espiga:
¡Muy lejos, la casa amiga,
Muy
triste y oscuro el cielo!...
¡Ésa es la hermosa
mujer
Que me robó el corazón
En el soberbio salón
De los pintores
de ayer!
XXII - Estoy en el baile extraño...
Estoy en el baile
extraño
De polaina y casaquín
Que dan, del año hacia el fin,
Los
cazadores del año.
Una duquesa violeta
Va con un frac colorado:
Marca un vizconde pintado
El tiempo en la pandereta.
Y pasan las chupas
rojas,
Pasan los tules de fuego,
Como delante de un ciego
Pasan
volando las hojas.
XXIV - Sé de un pintor atrevido...
Sé de un pintor
atrevido
Que sale a pintar contento
Sobre la tela del viento
Y la
espuma del olvido.
Yo sé de un pintor
gigante,
El de divinos colores,
Puesto a pintarle las flores
A una
corbeta mercante.
Yo sé de un pobre
pintor
Que mira el agua al pintar,
-El agua ronca del mar,-
Con un
entrañable amor.
XXXV - Qué importa que tu puñal...
¿Qué importa que tu
puñal
Se me clave en el riñón?
¡Tengo mis versos, que son
Más
fuertes que tu puñal!
¿Qué importa que este
dolor
Seque el mar, y nuble el cielo?
El verso, dulce consuelo,
Nace alado del dolor.
XXXVII - Aquí está el pecho, mujer...
Aquí está el pecho,
mujer,
Que ya sé que lo herirás;
¡Mas grande debiera ser,
Para que
lo hirieses más!
Porque noto, alma
torcida,
Que en mi pecho milagroso,
Mientras más honda la herida,
Es
mi canto más hermoso.
XXXIX - Cultivo una rosa blanca...
Cultivo una rosa
blanca,
En julio como en enero,
Para el amigo sincero
Que me da su
mano franca.
Y para el cruel que me
arranca
El corazón con que vivo,
Cardo ni ortiga cultivo:
Cultivo la
rosa blanca.
XLIII - Mucho, señora, daría...
Mucho, señora, daría
Por tender sobre tu espalda
Tu cabellera bravía,
Tu
cabellera de gualda:
Despacio la tendería,
Callado la besaría.
Por sobre la oreja fina
Baja lujoso el cabello,
Los mismo que una cortina
Que se
levanta hacia el cuello.
La oreja es obra divina
De porcelana de China.
Mucho, señora, te diera
Por desenredar el nudo
De tu roja cabellera
Sobre tu cuello
desnudo:
Muy despacio la esparciera,
Hilo por hilo la abriera.
XLVI - Vierte, corazón, tu pena...
Vierte, corazón, tu
pena
Donde no se llegue a ver,
Por soberbia, y por no ser
Motivo
de pena ajena.
Yo te quiero, verso
amigo,
Porque cuando siento el pecho
Ya muy cargado y deshecho,
Parto la carga contigo.
Tú me sufres, tú
aposentas
En tu regazo amoroso,
Todo mi amor doloroso,
Todas mis
ansias y afrentas.
Tú, porque yo pueda en
calma
Amar y hacer bien, consientes
En enturbiar tus corrientes
Con cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce
fiero
La tierra, y sin odio, y puro,
Te arrastras, pálido y duro,
Mi amoroso compañero.
Mi vida así se encamina
Al cielo limpia y serena,
Y tú me cargas mi pena
Con tu
paciencia divina.
Y porque mi cruel
costumbre
De echarme en ti te desvía
De tu dichosa armonía
Y natural
mansedumbre;
Porque mis penas arrojo
Sobre tu seno, y lo azotan,
Y tu corriente alborotan,
Y acá
lívido, allá rojo,
Blanco allá como la
muerte,
Ora arremetes y ruges,
Ora con el peso crujes
De un dolor
más que tú fuerte,
¿Habré, como me
aconseja
Un corazón mal nacido,
De dejar en el olvido
A aquel que
nunca me deja?
¡Verso, nos hablan de un Dios
Adonde van los difuntos:
Verso, o nos condenan juntos,
O nos salvamos los dos!
Versos libres:
A los espacios entregarme quiero...
A los espacios entregarme quiero
Donde se vive en paz y con un manto
De luz, en gozo embriagador henchido,
Sobre las nubes blancas se
pasea,
Y donde Dante y las estrellas viven.
Yo sé, yo sé, porque
lo tengo visto
En ciertas horas puras, cómo rompe
Su cáliz una
flor, y no es diverso
Del modo, no, con que lo quiebra el alma.
Escuchad, y os diré: - viene de pronto
Como una aurora inesperada, y
como
A la primera luz de primavera
De flor se cubren las amables
lilas...
¡Triste de mí! contároslo quería,
Y en espera del verso,
las grandiosas
Imágenes en fila ante mis ojos
Como águilas alegres
vi sentadas.
Pero las voces de los hombres echan
De junto a mí las
nobles aves de oro.
Ya se van, ya se van. Ved cómo rueda
La sangre
de mi herida.
Si me pedís un símbolo del mundo
En estos tiempos,
vedlo: un ala rota.
Se labra mucho el oro. ¡El alma apenas!
Ved
cómo sufro. Vive el alma mía
Cual cierva en una cueva acorralada.
¡Oh, no está bien; me vengaré, llorando!
Al buen Pedro
Dicen, buen Pedro, que de mí murmuras
Porque tras mis orejas el
cabello
En crespas ondas su caudal levanta:
¡Diles, bribón, que
mientras tú en festines,
En rubios caldos y en fragantes pomas,
Entre mancebas del astuto Norte,
De tus esclavos el sudor sangriento,
Torcido en oro lánguido bebes, -Pensativo,
febril, pálido, grave,
Mi pan rebano en solitaria mesa
Pidiendo ¡oh triste! al aire sordo
modo
De libertar de su infortunio al siervo
Y de tu infamia a ti!
Y en esos lances,
Suéleme, Pedro, en la apretada bolsa
Faltar la
monedilla que reclama
Con sus húmedas manos el barbero.
Allí despacio te diré mis cuitas...
Allí
despacio te diré mis cuitas,
¡Allí en tu boca escribiré mis versos!
¡Ven, que la soledad será tu escudo!
Ven, blanca oveja,
Pero, si
acaso lloras, en tus manos
Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas
Borraré los extraños versos míos,
¿Sufrir tú, a quien yo amo, y ser
yo el casco
Brutal, y tú, mi amada, el lirio roto?
No, mi tímida
oveja, yo odio el lobo,
Ven, que la soledad será tu escudo.
¡Oh! la sangre del
alma, ¿tú la has visto?
Tiene manos y voz, y al que la vierte
Eternamente entre las sombras acusa.
¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
De almas, y hay villanos
matadores!
Al bosque ven: del roble más erguido
Un pilón labremos, y ¡en el
pilón
Cuantos engañen a mujer pongamos!
Esa es la lidia humana:
¡la tremenda
Batalla de los cascos y los lirios!
¿Pues los hombres soberbios,
no son fieras?
Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo
Mi bestia muerta y mi
furor domado.
Ven, a callar, a murmurar, al ruido
De las hojas de Abril y los
nidales.
Deja, oh mi amada, las paredes mudas
De esta casa ahoyada y ven
conmigo
No al mar que bate y ruge sino al bosque
De rosas que hay al
fondo de la selva.
Allí es buena la vida, porque es libre,
Y tu virtud, por libre,
será cierta,
Por libre, mi respeto meritorio.
Ni el amor, si no es libre, da
ventura.
¡Oh, gentes ruines, los
que en calma gozan
De robados amores! Si es ajeno
El cariño, el
placer de respetarlo
Mayor mil veces es que el de su goce;
Del buen obrar que orgullo
al pecho queda
Y como en dulces lágrimas rebosa,
Y en extrañas palabras, que
parecen
¡Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa
La de fingir amor! ¡Pues hay
tormento
Como aquel, sin amar, de hablar de amores!
¡Ven, que allí triste
iré, pues yo me veo!
¡Ven, que la soledad será tu escudo!
Árbol de mi alma
Como un ave que cruza el aire claro
Siento hacia mí venir tu
pensamiento
Y acá en mi corazón hacer su nido.
Ábrese el alma en
flor: tiemblan sus ramas
Como los labios frescos de un mancebo
En
su primer abrazo a una hermosura;
Cuchichean las hojas: tal parecen
Lenguaraces obreras y envidiosas,
A la doncella de la casa rica
En
preparar el tálamo ocupadas:
Ancho es mi corazón, y es todo tuyo:
Todo lo triste cabe en él, y todo
Cuanto en el mundo llora, y sufre,
y muere!
De hojas secas, y polvo, y derruidas
Ramas lo limpio:
bruño con cuidado
Cada hoja, y los tallos: de las flores
Los
gusanos y el pétalo comido
Separo: oreo el césped en contorno
Y a
recibirte, oh pájaro sin mancha,
¡Apresto el corazón enajenado!
Baile
Yo miro con un triste
placer, como en la fiesta
Del noble Jerez pálido
la copa
llena guían
las blancas manos trémulas
al seco labio rojo:
-Y yo muevo
mi mano tristemente
al corazón vacío,- y a la frente.
Yo veo como un sueño
de gasa blanca y oro,
en que la llama se abre
camino en
tanto alado
traje que ha de ser luego
ceniza, húmeda en lágrimas,
cruzar
la alegre corte de oro y gasa,
yen llanto amargo el rostro se me abrasa.
¡Alma! cuando de vuelta
dentro del cuerpo laxo,
del frac innoble libres
o la prisión
dichosa
de níveo tul,-la férvida
fiesta recuerdes,- ¡mira
que debes
embridar el cuerpo loco,
o que te absorbe con su sed a poco!
Bosque de rosas
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(Allí despacio)
¡Oh! la sangre del
alma, ¿tú la has visto?
Tiene manos y voz, y al que la vierte
Eternamente entre las sombras acusa.
¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
De almas, y hay villanos
matadores!
Al bosque ven: del roble más erguido
Un pilón labremos, y ¡en el
pilón
Cuantos engañen a mujer pongamos!
Ésa es la lidia humana:
¡la tremenda
Batalla de los cascos y los lirios!
¿Pues los hombres soberbios,
no son fieras?
Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo
Mi bestia muerta y mi
furor domado.
Ven, a callar, a murmurar, al ruido
De las hojas de Abril y los
nidales.
Deja, oh mi amada, las paredes mudas
De esta casa ahoyada y ven
conmigo
No al mar que bate y ruge sino al bosque
De rosas que hay al
fondo de la selva.
Allí es buena la vida, porque es libre,
Y tu virtud, por libre,
será cierta,
Por libre, mi respeto meritorio.
Ni el amor, si no es libre, da
ventura.
¡Oh, gentes ruines, los
que en calma gozan
De robados amores! Si es ajeno
El cariño, el
placer de respetarlo
Mayor mil veces es que el de su goce;
Del buen obrar que orgullo
al pecho queda
Y como en dulces lágrimas rebosa,
Y en extrañas palabras, que
parecen
¡Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa
La de fingir amor! ¡Pues hay
tormento
Como aquel, sin amar, de hablar de amores!
¡Ven, que allí triste
iré, pues yo me veo!
¡Ven, que la soledad será tu escudo!
Contra el verso retórico y ornado...
Contra el verso retórico y ornado
El verso natural. Acá un torrente:
Aquí una piedra seca. Allá un
dorado
Pájaro, que en las ramas verdes brilla,
Como una marañuela entre
esmeraldas -
Acá la huella fétida y viscosa
De un gusano: los ojos, dos
burbujas
De fango, pardo el vientre, craso, inmundo.
Por sobre el árbol,
más arriba, sola
En el cielo de acero una segura
Estrella; y a los pies el horno,
El horno a cuyo ardor la tierra cuece -
Llamas, llamas que
luchan, con abiertos
Huecos como ojos, lenguas como brazos,
Savia como de hombre,
punta aguda
Cual de espada: ¡la espada de la vida
Que incendio a incendio
gana al fin, la tierra!
Trepa: viene de adentro: ruge: aborta.
Empieza el hombre en
fuego y para en ala.
Y a su paso triunfal, los maculados,
Los viles, los
cobardes, los vencidos,
Como serpientes, como gozques, como
Cocodrilos de doble
dentadura,
De acá, de allá, del árbol que le ampara,
Del suelo que le
tiene, del arroyo
Donde apaga la sed, del yunque mismo
Donde se forja el pan, le
ladran y echan
El diente al pie, al rostro el polvo y lodo,
Cuanto cegarle
puede en su camino.
El, de un golpe de ala, barre el mundo
Y sube por la atmósfera
encendida
Muerto como hombre y como sol sereno.
Así ha de ser la noble
poesia:
Así como la vida: estrella y gozque;
La cueva dentellada por el
fuego,
El pino en cuyas ramas olorosas
A la luz de la luna canta un
nido
Canta un nido a la lumbre de la luna.
Dormida
De sus pestañas al peso
el ancho párpado entorna,
lirio que, al sol que se torna,
se
cierra pidiendo un beso.
Y luego como fragante
magnolia que desenvuelve
sus blancas hojas, revuelve
el
tenue encaje flotante:
De mi capricho al vagar
imagínala mi amor,
¡una Venus del pudor
surgiendo de un
nuevo mar!
Cuando la lámpara vaga
en este templo de amores,
con sus blandos resplandores
más
que la alumbra, la halaga.
Cuando la ropa ligera
sobre su cutis rosado,
ondula como el alado
pabellón de
primavera.
Cuando su seno desnudo,
indefenso, a mi respeto
pone más valla que el peto
de bravo
guerrero rudo.
Siento que puede el
amor,
dormida y desnuda al verla,
dejar perla a la que es perla,
dejar flor a la que es flor.
Sobre sus labios podría
los labios míos posar,
y en su seno reclinar
la pobre cabeza
mía.
Y con mi aliento volver
mariposa a la crisálida;
y a la clara rosa pálida
animar y
enrojecer.
Pero aquí, desde la
sombra
donde amante la contemplo,
manchar no quiero del templo
con
paso impuro la alfombra.
Al acercarme, en ligera
procesión avergonzado,
¿no volaría el alado
pabellón de
primavera?
¡Al reflejarme el
espejo,
que la copia entre albas hojas,
negras las tornara y rojas
de la lámpara al reflejo!
Dicen que suele volar
por los espacios perdida
el alma, y en otra vida
sus alas
puras bañar.
Dicen que vuelve a
venir
a su cuerpo con la aurora,
para volver - ¡la traidora! -
con
cada noche a partir.
Y si su espíritu en
leda
beatitud los cielos hiende,
de esa mujer que se extiende
bella ante mí qué me queda?
Blanco cuerpo, línea
fría,
molde hueco, vaso roto,
¡y viajera por lo ignoto
la luz que
los encendía!
Y ¿a mí que tanto te
quiero,
delicada peregrina,
turbar la marcha divina
de tu espíritu
viajero?
¡Duerme entre tus
blancas galas!
¡Duerme, mariposa mía!
Vuela bien: - ¡mi mano impía
no irá a
cortarte las alas!-
En ti pensaba, en tus cabellos...
En ti pensaba, en tus
cabellos
que el mundo de la sombra envidiaría,
y puse un punto de
mi vida en ellos
y quise yo soñar que tú eras mía.
Ando yo por la tierra
con los ojos
alzados -¡oh, mi afán!- a tanta altura
que en ira
altiva o míseros sonrojos
encendiólos la humana criatura.
Vivir: -Saber morir;
así me aqueja
este infausto buscar, este bien fiero,
y todo el Ser
en mi alma se refleja,
y buscando sin fe, de fe me muero.
En un dulce estupor soñando estaba...
En un dulce estupor
soñando estaba
Con las bellezas de la tierra mía:
Fuera, el invierno lívido
gemía,
Y en mi cuarto sin luz el sol brillaba.
La sombra sobre mí
centelleaba
Como un diamante negro, y yo sentía
Que la frente soberbia me
crecía,
Y que un águila al cielo me encumbraba.
Iba hinchando este gozo
el alma oscura,
Cuando me vi de súbito estrechado
Contra el seno fatal de una
hermosura:
Y al sentirme en sus
brazos apretado,
Me pareció rodar desde una altura
Y rodar por la tierra
despeñado.
Homagno
Homagno sin ventura
La hirsuta y retostada cabellera
Con sus
pálidas manos se mesaba.
«Máscara soy, mentira soy, decía;
estas
carnes y formas, estas barbas
y rostro, estas memorias de la bestia,
que como silla a lomo de caballo
sobre el alma oprimida echan y
ajustan,
por el rayo de luz que el alma mía
en la sombra entrevé,
-¡no son Homagno!
Mis ojos sólo, los míos caros ojos,
que me
revelan mi disfraz, son míos,
queman, me queman, nunca duermen, oran,
y en mi rostro los siento y en el cielo,
y le cuentan de mí, y a mí
dél cuentan.
¿Por qué, por qué, para cargar en ellos
un grano ruin
de alpiste mal trojado
talló el creador mis colosales hombros?
Ando, pregunto, ruinas y cimientos
vuelco y sacudo; a sorbos
delirantes
En la Creación, la madre de mil pechos,
Las fuentes
todas de la vida aspiro:
Muerdo, atormento, beso las callosas
Manos de piedra que golpeo
Con demencia amorosa; su invisible
cabeza con las secas manos mías
acaricio y destrenzo; por la tierra
me tiendo compungido, y los confusos
pies, con mi llanto baño y con
mis besos,
y en medio de la noche, palpitante,
con mis voraces
ojos en el cráneo
y en sus órbitas anchas encendidos,
trémulo, en
mí plegado, hambriento espero,
por si al próximo sol respuestas
vienen: -Y
a cada nueva luz, - de igual enjuto
modo y ruin, la
vida me aparece,
como gota de leche que en cansado
pezón, al terco
ordeño, titubea, -como
carga de hormiga, - como taza
de agua añeja
en la jaula de un jilguero.» -De
mordidas y rotas, ramos de uvas
estrujadas y negras, las ardientes
manos del triste Homagno parecían!
Y la tierra en silencio y una hermosa
voz de mi corazón, contestaron.
La copa envenenada
¡Desque toqué, señora,
vuestra mano
Blanca y desnuda en la brillante fiesta,
En el fiel
corazón intento en vano
Los ecos apagar de aquella orquesta!
Del vals asolador la
nota impura
Que en sus brazos de llama suspendidos
Rauda os llevaba -al
corazón sin cura,
Repítenla amorosos mis oídos.
Y cuanto acorde vago y
murmurio
Ofrece al alma audaz la tierra bella,
Fíngelos el espíritu
sombrío-
Tenue cambiante de la nota aquella.
¡Oigola sin cesar! Al
brillo, ciego,
En mi torno la miro vagorosa
Mover con lento son alas de fuego
Y mi frente a ceñir tenderse ansiosa.
¡Oh! mi trémula mano
bien sabría
Al aire hurtar la alada nota hirviente
Y, con arte de dulce
hechicería,
Colgando adelfas a la copa ardiente,
En mis sedientos brazos
desmayada
Daros, señora, matador perfume:
Mas yo apuro la copa envenenada
Y en mí acaba el amor que me consume.
La niña de Guatemala
Quiero, a la sombra de
un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la
que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín:
la enterramos
en una caja de seda.
...Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor:
él
volvió, volvió casado:
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
obispos y embajadores:
detrás iba el
pueblo en tandas,
todo cargado de flores.
...Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador:
él
volvió con su mujer:
ella se murió de amor.
Como de bronce candente
al beso de despedida
era su frente,
¡la frente
que más he amado en mi vida!
...Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor:
dicen que murió de frío:
yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su
mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador:
¡nunca más he
vuelto a ver
a la que murió de amor!
Mujeres
I
Ésta es rubia; ésta, oscura; aquélla, extraña
Mujer de ojos de mar y
cejas negras:
Y una cual palma egipcia alta y solemne
Y otra como
un canario gorjeadora.
Pasan, y muerden: los cabellos luengos
Echan, como una red: como un juguete
La lánguida beldad ponen al
labio
Casto y febril del amador que a un templo
Con menos devoción
que al cuerpo llega
De la mujer amada: ella, sin velos
Yace, y a
su merced: -él, casto y mudo
En la inflamada sombra alza dichoso
Como un manto imperial de luz de aurora.
Cual un pájaro loco en tanto
ausente
En frágil rama y en menudas flores,
De la mujer el alma
travesea:
Noble furor enciende al sacerdote
Y a la insensata,
contra el ara augusta
Como una copa de cristal rompiera:
Pájaros,
sólo pájaros: el alma
Su ardiente amor reserva al Universo.
II
Vino hirviente es amor: del vaso afuera,
Echa, brillando al sol, la
alegre espuma:
Y en sus claras burbujas, desmayados
Cuerpos,
rizosos niños, cenadores
Fragantes y amistosas alamedas
Y
juguetones ciervos se retratan:
De joyas, de esmeraldas, de rubíes,
De ónices, y turquesas y del duro
diamante, al fuego eterno
derretidos,
Se hace el vino satánico: mañana
El vaso sin ventura
que lo tuvo
cual comido de hienas, y espantosa
Lava mordente se
verá quemado.
III
Bien duerma, bien despierte, bien recline-
Aunque no lo reclino- Bien
de hinojos,
Ante un niño que juega el cuerpo doble
Que no se dobla
a viles y a tiranos,
Siento que siempre estoy en pie: -si suelo,
Cual del niño en los rizos suele el aire
Benigno, en los piadosos
labios tristes
Dejar que vuele una sonrisa, -es cierto
Que así,
sépalo el mozo, así sonríen
Cuantos nobles y crédulos buscaron
El
sol eterno en la belleza humana.
Sólo hay un vaso que la sed apague
De hermosura y amor: Naturaleza
Abrazos deleitosos, híbleos besos
A sus amantes pródiga regala.
IV
Para que el hombre los tallara, puso
El monte y el volcán
Naturaleza,-
El mar, para que el hombre ver pudiese
Que era menor
que su cerebro: -en horno
Igual, sol, aire y hombres elabora.
Porque los dome, el pecho al hombre inunda
Con pardos brutos y con
torvas fieras.
Y el hombre, no alza el monte: no en el libre
Aire,
ni sol magnífico se trueca:
Y en sus manos sin honra, a las sensuales
Bestias del pecho el corazón ofrece:
A los pies de la esclava
vencedora:
El hombre yace deshonrado, muerto.
No, música tenaz, me hables del cielo...
No, música tenaz, me hables del cielo!
Es morir, es temblar, es desgarrarme
Sin compasión el pecho! Si no vivo
Donde como una flor al aire
puro
Abre su cáliz verde la palmera,
Si del día penoso a casa
vuelvo...
¿Casa dije? no hay casa en tierra ajena!...
¡Roto vuelvo en
pedazos encendidos!
Me recojo del suelo: alzo y amaso
Los restos de mí mismo; ávido
y triste,
Como un estatuador un Cristo roto:
Trabajo, siempre en pie, por
fuera un hombre,
¡Venid a ver, venid a ver por dentro!
Pero tomad a que Virgilio
os guíe...
Si no, estaos afuera: el fuego rueda
Por la cueva humeante: como
flores
De un jardín infernal se abren las llagas:
Y boqueantes por la
tierra seca
Queman los pies los escaldados leños!
¡Toda fue flor la
aterradora tumba!
¡No, música tenaz, me hables del cielo!
Noche de baile
¡Magníficos espejos
Que vieron mozos los que copian viejos! -
¡Espléndidos tapices
Hechos de antaño a proteger deslices! -
¡Doradas cornucopias -
Del
salón secular al tapar propias!
¡Severos sitiales
Sustento y marco
ayer de épocas reales! -
Solos los dos:
El viene
Escucha
¡Luego!
¡Quema tu beso!
¡Vuélveme mi fuego! -
¡Y se lo vuelve! Y el espejo sabio
No
del marido reflejó el agravio
Que de otra dama aspira ser cortejo
En cercano salón: ¡ley del espejo!
En tanto, cual de
espumas
Hijo de Venus, el Amor alado
Surgiera en concha de azuladas
brumas
Por invisible geniecillo alzado,
Y moviendo los pálidos corales
Clamara por los senos maternales,-
Un niño se despierta
En
la alcoba magnífica desierta.
¡Niño que sufre, me
parece mío!
¡Labio sin leche, rosa sin rocío! -
Como espuma agitada
Revuelve el lecho aquella rosa alada;
En la cortina azul, en urna añeja
Su última luz la lámpara
refleja: -
Allí vieron los ojos
Lúgubres sombras entre tonos rojos,-
Y el niño, al fin,
desesperado llora,
Y allá, junto al espejo, se oye: «¡Ahora!»
¡Oh, Margarita!
Una cita a la sombra de tu oscuro
Portal donde el friecillo nos
convida
A apretarnos los dos, de tan estrecho
Modo, que un solo
cuerpo los dos sean:
Deja que el aire zumbador resbale,
Cargado de
salud, como travieso
Mozo que las corteja, entre las hojas,
Y en
el pino
Rumor y majestad mi verso aprenda.
Sólo la noche del amor
es digna.
La soledad, la oscuridad convienen.
Ya no se puede amar,
¡oh Margarita!
¡Oh, nave, oh pobre nave...!
¡Oh, nave, oh pobre nave:
Pusiste al cielo el rumbo, engaño grave! -
¡Y andando por mar
seco
Con estrépito horrendo, diste en hueco!
Castiga así la tierra a
quien la olvida
Y a quien la vida burla, hunde en la vida:
¡Bien solitario
estoy, y bien desnudo,
Pero en tu pecho, oh niño, está mi escudo!
Pollice verso
Si, yo también, desnuda la cabeza
de tocado y cabellos, y al tobillo
una cadena burda, heme arrastrado
entre un montón de sierpes, que
revueltas
sobre sus vicios negros, parecían
esos gusanos de pesado
vientre
y ojos viscosos, que en hedionda cuba
de pardo lodo lentos
se revuelcan.
Y yo pasé, sereno entre los viles,
cual si en mis
manos, como en ruego juntas,
las anchas alas púdicas, abriese
una
paloma blanca. Y aún me aterro
de ver con el recuerdo lo que he visto
una vez con mis ojos. Y espantado,
póngome en pie, cual a emprender
la fuga!
¡Recuerdos hay que queman la memoria!
¡Zarzal es la
memoria; más la mía
es un cesto de llamas! A su lumbre
el porvenir
de mi nación preveo.
Y lloro. Hay leyes en la mente, leyes
cual
las del río, el mar, la piedra, el astro,
ásperas y fatales ese
almendro
que con su rama oscura en flor sombrea
mi alta ventana,
viene de semilla
de almendro: y ese rico globo de oro
de dulce y
perfumoso jugo lleno,
y hasta el pomo ruin la daga hundida,
copa
de mago que el capricho torna
en hiel para los míseros, y en férvido
tokay para el feliz. La vida es grave,
al flojo gladiador clava en la
arena.
¡Alza, oh pueblo, el escudo, porque, es grave
cosa esta
vida, y cada acción es culpa
que como, aro servil se lleva luego
cerrado al cuello, o premio generoso
que del futuro mal próvido
libra!
¿Veis los esclavos? Como cuerpos muertos
atados en racimo,
a vuestra espalda
irán vida tras vida, y con las frentes
pálidas y
angustiosas, la sombría
carga en vano halaréis, hasta que el viento
de vuestra pena bárbara apiadado,
los átomos postreros evapore!
¡Oh, qué visión tremenda! ¡Oh, qué terrible
procesión de culpables!
Como en llano
negro los miro, torvos, anhelosos,
sin fruta el
arbolar, secos los píos
bejucos, por comarca funeraria
donde ni el
sol da luz, ni el árbol sombra.
Y bogan en silencio, como en magno
océano sin agua, y ala frente
porción del universo, frase unida
a
frase colosal, sierva ligada
a un carro de oro, que a los ojos mismos
de los que arrastra en rápida carrera
ocúltase en el áureo polvo,
sierva
con escondidas riendas ponderosas
a la incansable Eternidad
atada!
Circo la tierra es, como el romano;
y junto a cada cuna una
invisible
panoplia al hombre aguarda, donde lucen,
cual daga cruel
que hiere al que la blande
los vicios, y cual límpidos escudos
las
virtudes: la vida es la ancha arena,
y los hombres esclavos
gladiadores.
Mas el pueblo y el rey, callados miran
de grada
excelsa, en la desierta sombra.
¡Pero miran! Y a aquel que en la
contienda
bajó el escudo, o lo dejó de lado,
o suplicó cobarde, o
abrió el pecho
laxo y servil a la enconosa daga
desde el sitial de
la implacable piedra,
condenan a morir, pollice verso;
llevan,
cual yugo el buey, la cuerda uncida,
y a la zaga, listado el cuerpo
flaco
de hondos azotes, el montón de siervos!
¿Veis las carrozas,
las ropillas blancas
risueñas y ligeras, el luciente
corcel de
crin trenzada y riendas ricas,
y la albarda de plata suntuosa
prendida, y el menudo zapatillo
cárcel a un tiempo de los pies y el
alma?
¡pues ved que los extraños os desdeñan
como a raza ruin,
menguada y floja!
Pomona
¡Oh
ritmo de la carne, oh melodía,
oh licor vigorante, oh filtro dulce
de la hechicera forma! ¡No hay milagro
en el cuento de Lázaro, si
Ceisto
llevó a su tumba una mujer hermosa!
¿Qué soy, quién es, sino Memnón en donde
toda la luz del Universo
canta,
y cauce humilde en el que van revueltas
las eternas
corrientes de la vida?
Iba, como arroyuelo que cansado
de regar plantas ásperas fenece,
y, de amor por el noble sol transido,
a su fuego con gozo se evapora;
iba, cual jarra que el licor ligero
en el fermento rompe,
y en
silenciosos hilos abandona;
iba, cual gladiador que sin combate
del incólume escudo ampara el
rostro
y el cuerpo rinde en la ignorada arena.
...¡Y súbito, las fuerzas juveniles
de un nuevo amor, el pecho
rebosante
hinchan y embargan, el cansado brío
arde otra vez, y
puebla el aire sano
música suave y blando olor de mieles!
Porque hasta mí los brazos olorosos
en armónico gesto alzó
Pomona.
Por donde abunda la malva...
Por donde abunda la malva
y da el camino un rodeo,
iba un Angel de
paseo
con una cabeza calva.
Del castañar por la zona
la pareja se perdía:
la calva
resplandecía
lo mismo que una corona.
Sonaba el hacha en lo espeso
y cruzó un ave volando:
pero no
se sabe cuándo
se dieron el primer beso.
Era rubio el Angel; era
el de la calva radiosa,
como el tronco
a que amorosa
se prende la enredadera.
Sé, mujer, para mí, como paloma...
Sé, mujer, para mí, como paloma
Sin ala negra:
Bajo tus alas mi existencia amparo:
¡No la ennegrezcas!
Cuando tus pardos ojos,
claros senos
De natural grandeza,
En otro que no en mí sus rayos posan
¡Muero de pena!
Cuando miras,
envuelves, cuando miras,
Acaricias y besas:
Pues ¿,cómo he de querer que a nadie mires,
Paloma de ala negra?
Sed de belleza
Solo, estoy solo: viene el verso amigo,
Como el esposo diligente
acude
De la erizada tórtola al reclamo.
Cual de los altos montes
en deshielo
Por breñas y por valles en copiosos
Hilos las nieves
desatadas bajan
Así por mis entrañas oprimidas
Un balsámico amor y una avaricia
Celeste, de hermosura se derraman.
Tal desde el vasto azul, sobre la
tierra,
Cual si de alma de virgen la sombría
Humanidad sangrienta
perfumasen,
Su luz benigna las estrellas vierten
Esposas del
silencio! -y de las flores
Tal el aroma vago se levanta.
Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme
Un dibujo de Angelo: una
espada
Con puño de Cellini, más hermosa
Que las techumbres de
marfil calado
Que se place en labrar Naturaleza.
El cráneo augusto
dadme donde ardieron
El universo Hamlet y la furia
Tempestuosa del
moro: -la manceba
India que a orillas del ameno río
Que del viejo
Chichén los muros baña
A la sombra de un plátano pomposo
Y sus
propios cabellos, el esbelto
Cuerpo bruñido y nítido enjugaba.
Dadme mi cielo azul..., dadme la pura,
La inefable, la plácida, la
eterna
Alma de mármol que al soberbio Louvre
Dio, cual su espuma y
flor, Milo famosa.
Siempre que hundo la mente en
libros graves...
Siempre que hundo la mente en libros graves
La saco con un haz de luz de aurora:
Yo percibo los hilos, la juntura,
La flor del Universo: yo
pronuncio
Pronta a nacer una inmortal poesia.
No de dioses de altar ni
libros viejos
No de flores de Grecia, repintadas
Con menjurjes de moda, no con
rastros
De rastros, no con lívidos despojos
Se amansará de las edades
muertas:
Sino de las entrañas exploradas
Del Universo, surgirá radiante
Con la luz y las gracias de la vida.
Para vencer, combatirá
primero:
E inundará de luz, como la aurora.
Una
virgen espléndida
Una virgen espléndida
-morada
de un sol de amor que por sus negros ojos brota-
pregunta, abraza
y acaricia,
versos me pide, versos de mujeres.
¡Arrullos de paloma, murmullos de sunsunes,
suspiros de tojosas!
Yo podré, en noche
ardiente,
trovando amor al pie de su ventana,
en tal aura envolverla,
con tal fuego besarla,
que al nuevo amanecer, nadie vería
en su cutis la flor que lo
teñía.
¡Calla, mi amigo amor! que nadie sepa
que yo llevo en los labios
la flor roja
que su mejilla cándida lucía,
y el candor, y la flor, y el
frágil vaso,
mío es todo, puesto que ella es mía.
Y la madre amorosa,
de sagrado temor y amor movida,
dijérale a la pálida ¿y la rosa
de tu mejilla fresca dónde
es ida?
Vino el amor mental: ese enfermizo...
Vino el amor mental: ese enfermizo
Febril, informe, falso amor
primero,
¡Ansia de amar que se consagra a un rizo,
Como, si a
tiempo pasa, al bravo acero!
Vino el amor social: ese alevoso
Puñal de mango de oro oculto
en flores
Que donde clava, infama: ese espantoso
Amor de azar,
preñado de dolores.
Vino el amor del corazón: el vago
Y perfumado amor, que al
alma asoma
Como el que en bosque duerme, eterno lago,
La que el
vuelo aún no alzó, blanca paloma.
Y la púdica lira, al beso ardiente
Blanda jamás, rebosa a
esta delicia,
Como entraña de flor, que al alba siente
De la luz
no tocada la caricia.
Y te busqué por
pueblos...
Y te busqué por
pueblos,
Y te busqué en las nubes,
Y para hallar tu alma,
Muchos lirios abrí, lirios azules.
Y los tristes llorando
me dijeron:
¡Oh, qué dolor tan vivo!
¡Que tu alma ha mucho tiempo que vivía
En un lirio amarillo!
Mas dime ¿cómo ha sido?
¿Yo mi alma en mi pecho no tenía?
Ayer te he conocido,
Y el
alma que aquí tengo no es la mía.