
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
El despecho
El pronóstico
La noche de invierno
La partida
Los besos de amor
Oda III
Oda VI
Oda VII
Oda IX
Oda XV
El despecho
Los
ojos tristes, de llorar cansados,
Alzando al cielo su clemencia
imploro;
Mas vuelven luego al encendido lloro,
Que el grave peso
no los sufre alzados.
Mil dolorosos ayes desdeñados
Son ¡ay! tras esto de la luz que
adoro;
Y ni me alivia el día, ni mejoro
Con la callada noche mis
cuidados.
Huyo a la soledad, y va conmigo
Oculto el mal y nada me recrea;
En la ciudad en lágrimas me anego.
Aborrezco mi ser y aunque maldigo
La vida, temo que la muerte aún
sea
Remedio débil para tanto fuego.
El pronóstico
No en vano, desdeñosa, su luz pura
Ha el cielo a tus ojuelos
trasladado,
Y ornó de oro el cabello ensortijado,
Y dio a tu
frente gracia. y hermosura.
Esa encendida boca con ternura
Suspirará: tu seno regalado
De
blando fuego bullirá agitado,
Y el rostro volverás con más dulzura.
Tirsi, el felice Tirsi tus favores
Cogerá, altiva Clori, su deseo
Coronando en el tálamo dichoso,
Los Cupidillos verterán mil flores,
Llamando en suaves himnos a
Himeneo,
Y Amor su beso le dará gozoso.
La noche de invierno
¡O! ¡quan hórridos chocan
Los vientos! ¡o que silbos,
Que cielo y
tierra turban
Con soplo embravecido!
Las nubes concitadas
Despiden largos ríos,
Y aumentan pavorosas
El miedo y el
conflicto.
La luna en su albo trono
Con desmayado brillo
Preside a las tinieblas,
En medio de su giro;
Y las menores
lumbres,
El resplandor perdido,
Se esconden a los ojos
Que
observan sus caminos.
Del Tormes suena lejos
El desigual ruido,
Que forman las corrientes
Batiendo con los riscos.
¡O invierno! ¡o
noche triste!
¡Quan grato a mi tranquilo
Pecho es tu horror! ¡tu
estruendo
Quan plácido a mi oído!
Así en el alta roca
Cantando
el pastorcillo,
Del mar alborotado,
Contempla los peligros.
Tu
confusión medrosa
Me eleva hasta el divino
Ser, adorando humilde
Su inmenso poderío;
Y ante él absorto y ciego
Me anego en los
abismos
De gloria, que circundan
Su solio en el empíreo.
Su
solio desde donde
Señala los lucidos
Pasos al sol, y encierra
La mar en sus dominios.
¡O ser inmenso! ¡o causa
Primera! ¿dónde
altivo
Con vuelo temerario
Me lleva mi delirio?
¡Señor! ¿quien
sois? ¿quien puso
Sobre un eterno quicio
Con mano omnipotente
Los orbes de zafiro?
¿Quién dixo a las tinieblas:
Tened en señorío
La noche; y vistió al alba
De rosa el manto rico?
¿Quién suelta de
los vientos
La furia, o llevar quiso
Las aguas en sus hombros
Del ayre al gran vacío?
¡O providencia! ¡o mano
Suave! ¡o Dios
benigno!
¡O padre! ¡do no llegan
Tus ansias con tus hijos!
Yo
veo en estas aguas
La mies del blondo estío,
De abril las gayas
flores,
De octubre los racimos.
Yo veo de los seres
En número
infinito
La vida y el sustento
En ellas escondido.
Yo veo... no
sé como,
Dios bueno, los prodigios
De tu saber explique
Mi
pecho enternecido.
Qual concha nacarada,
Que abierta al matutino
Albor, convierte en perlas
El cándido rocío;
La tierra el ancho
gremio
Prestando al cristalino
Humor, con él fecunda
Sus
gérmenes activos.
Y un día el hombre ingrato
Con dulce regocijo
Las gotas de estas aguas
Trocadas verá en trigo.
Verá el pastor
que el prado
Da yerbas al aprisco,
Saltando en pos sus madres
Los sueltos corderillos
Y en las labradas vegas
Tenderse manso el
río,
Los surcos fecundando
Con paso retorcido.
Los vientos en
sus alas,
Qual ave que en el pico
El grano a sus polluelos
Alegre lleva al nido;
Tal próvidos extienden
A términos distintos
Las fértiles semillas
Con soplo repetido.
Las plantas fortifican
En recio torbellino,
Del ayre desterrando
Los hálitos nocivos,
Y en la cansada tierra
Renuevan el perdido
Vigor, porque tributo
Nos rinda más opimo.
¡O de Dios inefable
Bondad! ¡o altos
designios,
Que inmensos bienes causan
Por medios no sabidos!
Do
quiera que los ojos
Vuelvo, Señor, yo admiro
Tu mano derramando
Perenes beneficios.
¡Ay! siéntalos mi pecho
Por siempre; y
embebido,
En ellos te tribute
Mi labio alegres himnos.
La
partida En
fin, voy a partir, bárbara amiga,
voy a partir, y me abandono ciego
a tu imperiosa voluntad. Lo mandas;
ni sé, ni puedo resistir; adoro
la mano que me hiere, y beso humilde
el dogal inhumano que me ahoga.
No temas ya las sombras que te asustan,
las vanas sombras que te
abulta el miedo
cual fantasmas horribles, a la clara
luz de tu
honor y tu virtud opuestas,
que nacer sólo hicieron... En mi labio
la queja bien no está; gime y suspira;
no a culpar tu rigor de los
instantes
del más ardiente amor tal vez postreros.
¡Qué proyectos formábamos!... Mi vida,
mi delicia, mi amor, mi bien,
señora,
amiga, hermana, esposa, ¡oh si yo hallara
otro nombre aun
más dulce!, ¿qué pretendes?
¿Sabes do quieres despeñarme? Espera,
aguarda pocos días; no me ahogues;
después yo mismo partiré; tú nada
tendrás que hacer ni que mandar; humilde
correré a mi destierro y
resignado.
Mas ora, ¡irme!, ¡dejarte! Si me amas,
¿por qué
me echas de ti, bárbara amiga?
ya lo veo, te canso; cuidadosa
conmigo evitas el secreto; me huyes;
sola te asustas y de todo
tiemblas.
tu lengua se tropieza balbuciente,
y embarazada estás
cuando me miras.
Si yo te miro, desmayada tornas
la faz y alguna
lágrima..., ¡oh martirio!
Yo me acuerdo de un tiempo en que tus
ojos
otros, ¡ay!, otros eran; me buscaban,
y en su mirar y
regaladas burlas
alentaban mis tímidos deseos.
¿Te has olvidado de
la selva hojosa,
do huyendo veces tantas del bullicio,
en sus
oscuras solitarias calles
buscamos un asilo misterioso,
de alentar
libres de mordaz censura?
¡Qué sitio no halló allí nuestras ternezas!
¿No ardió con nuestra
llama? Al lugar corre
do reposar solíamos y escucha
tu blando
corazón: si él mis suspiros
se atreve a condenar, dócil al punto
cedo a tu imperio y parto. Pero en vano,
te reconvengo, yo te canso;
acaba
de arrojarme de ti, cruel,,, Perdona,
perdona a mi delirio;
de rodillas
tus pies abrazo y tu piedad imploro.
¡Yo acusar tu
fineza!... Yo cansarte,
a ti, que me idolatras...no: la pluma
se
deslizó; mis lágrimas lo borren.
¡Oh Dios!, yo la he ultrajado; esto
restaba
a mi inmenso dolor. Mi bien, señora,
dispón, ordena,
manda: te obedezco;
sé que me adoras; no lo dudo; humilde
me
resigno a tu arbitrio... El coche se oye,
y del sonante látigo el
chasquido,
el ronco estruendo, el retiñir agudo,
viene a colmar la
turbación horrible
de mi agitado corazón... Se acerca
veloz y
para; te obedezco y parto.
Adión, amada, adiós... El llanto acabe,
que el débil pecho en su dolor se ahoga.
Los besos de amor
Cuando mi
blanda Nise
lasciva me rodea
con sus nevados brazos,
y mil
veces me besa;
cuando a mi ardiente boca
su dulce labio aprieta
tan del placer rendida
que casi a hablar no acierta;
y yo por
alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado vientre
las
partes más secretas;
y ella entre dulces ayes
se mueve más, y
alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua;
ora hijito
me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y
moviéndose anhela.
Entonces ¡ay! si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega.
Oda
III
Cuando
mi blanda Nise
lasciva me rodea
con sus nevados brazos
y mil veces me besa,
cuando a mi
ardiente boca
su dulce labio aprieta,
tan del placer rendida
que casi a
hablar no acierta,
y yo por alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado
vientre
las partes más secretas,
y ella entre dulces ayes
se
mueve más y alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua,
ora hijito
me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y moviéndose
anhela,
entonces, ¡ay!, si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega.
Oda VI
¡Cómo se van
las horas,
y tras ellas los días
y los floridos años
de nuestra frágil
vida!
La vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres
sombras
la muerte se avecina,
que escuálida y temblando,
fea,
informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.
El cuerpo se
entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la
alegría.
Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi Dorila,
son los
floridos años
de nuestra frágil vida?
Para juegos y bailes
y cantares y
risas
nos los dieron los cielos,
las Gracias los destinan.
Ven
¡ay! ¿qué te detiene?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do leve el
viento aspira;
y entre brindis süaves
y mimosas delicias
de la niñez
gocemos,
pues vuela tan aprisa.
Oda
VII
¡Qué ardor
hierve en mis venas!
¡Qué embriaguez! ¡Qué delicia!
¡Y en qué fragante aroma
se
inunda el alma mía!
Éste es de Amor un templo:
doquier torno la vista
mil gratas
muestras hallo
del numen que lo habita.
Aquí el luciente espejo
y el
tocador, do unidas
con el placer las Gracias
se esmeran en servirla,
y do
esmaltada de oro
la porcelana rica
del lujo preparados
perfumes mil le
brinda,
coronando su adorno
dos fieles tortolitas,
que entreabiertos
los picos
se besan y acarician.
Allí plumas y flores,
el prendido y la
cinta
que del cabello y frente
vistosa en torno gira,
y el velo
que los rayos
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y
debilita.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira
y en él
de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué
de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi
impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno!
¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu
voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que
te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y
regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su
labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a
sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine
armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí
delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que
ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de
amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sosténme,
¡oh Venus!
sosténme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti
peligra.
Oda IX
( fragmento)
¿Qué espalda
tan airosa!
¡Qué cuello! ¡Qué expresiva
volverlo un tanto
sabe
si el rostro afable inclina!
¡Ay! ¡Qué voluptuosos
sus
pasos! ¡Como animan
al más cobarde amante,
y al más helado
irritan!
Al premio, al dulce premio
parece que le brindan,
de
amor, cuando le ostentan
un seno que palpita.
¡Cuán dócil es la
planta!
¡Qué acorde a la medida
va el compás! Las Gracias
la
aplauden y la guían;
y ella, de frescas rosas
la blonda sien
ceñida,
su ropa libra al viento,
que un manso soplo agita.
Con
timidez donosa
de Cloe simplecilla
por los floridos labios
vaga
una afable risa.
A su zagal, incauta,
con blandas carrerillas
se llega, y vergonzosa
al punto se retira.
Mas ved, ved el delirio
de Anarda en su atrevida
soltura: ¡Sus pasiones
cuán bien con él
nos pinta!
Sus ojos son centellas,
con cuya llama activa
arde
en placer el pecho
de cuantos, ¡ay!, la miran.
Los pies cual
torbellino
de rapidez no vista,
por todas partes vagan,
y a
Lícidas fatigan.
¡Qué dédalo amoroso!
¡Qué lazo aquel que, unidas
las manos con Menalca,
formó amorosa Lidia!
¡cuál andan! ¡cuál se
enredan!
¡Cuán vivamente explican
su fuego en los halagos,
su
calma en las delicias!
¡Oh pechos inocentes!
¡Oh unión! ¡Oh paz
sencilla,
que huyendo las ciudades,
el campo solo habitas!
¡Ah!
¡Reina entre nosotros
por siempre, amable hija
del Cielo,
acompañada
del gozo y la alegría!
Oda XV
De mis niñeces
Siendo yo niño tierno,
con la niña Dorila
me andaba por
la selva
cogiendo florecillas,
de que alegres
guirnaldas
con gracia peregrina,
para ambos coronarnos,
su mano
disponía.
Así en niñeces tales
de juegos y delicias
pasábamos felices
las horas y los días.
Con ellos poco a poco
la edad corrió de prisa,
y fue de la inocencia
saltando la
malicia.
Yo no sé; mas al verme
Dorila se reía,
ya
mí de sólo hablarla
también me daba risa.
Luego al
darle las flores
el pecho me latía,
y al ella coronarme
quedábase embebida.
Una tarde tras esto
vimos dos
tortolitas,
que con trémulos picos
se halagaban amigas
y de gozo y deleite,
cola y alas caídas,
centellantes sus ojos,
desmayadas gemían.
Alentónos su ejemplo,
y entre
honestas caricias
nos contamos turbados
nuestras dulces fatigas;
y en un punto cual sombra
voló de nuestra vista
la niñez, mas en
torno
nos dio el Amor sus dichas...
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...