"...Pero medí tu cuerpo con mis
besos,
tus besos con mis labios,
para las altas lunas de tus pechos..."
"The Black
Hat"
Frank Weston Benson
Reseña biografica
Poeta
español nacido en Sevilla en 1920.
Pasó su infancia y adolescencia en
su ciudad natal, años que ejercieron luego una gran influencia en su
obra poética.
Se radicó en Madrid desde 1941.
Sus primeros poemas datan de 1943,
publicados en las revistas «Garcilaso», «Espadaña» e «Ínsula» entre
otras,
colaborando más tarde en revistas americanas y europeas donde aparecen
sus versos traducidos.
Fundó la Tertulia Literaria Hispanoamericana
en 1952, El Cine Club en 1965 y el Aula de cinematografía vocacional en
1966.
Entre otros premios literarios, obtuvo el «Ateneo de Madrid» en
1943, «Ciudad de Sevilla» en 1957 y «Nacional de Literatura»
en 1958.
De su obra se destacan: «Balada del amor primero» en 1944,
«Antologia poética» en 1956, «El tiempo en nuestros brazos»
en 1958 y «La verdad y otras dudas». ©
A una adolescente
Canción a Marisa
esperando la maternidad
Canción de mis veintiséis años
De su amada y repite las palabras de Adán
El poeta canta el cambio de color de los ojos
Elegía ante un retrato
de mi infancia
Fábula del limonero
Fragmento de
«Balada del amor primero»
Las demás... ¿cómo fueron?
Letrilla
Quién
Sálvame
Yo estoy solo en la tarde
A una adolescente
Porque en tu sangre había
diecisiete caballos galopando,
en el
dulce pecado de la carne
tú y yo nos encontramos,
que el amor
vuelve un día de repente,
igual que vuelve el árbol
del estéril
invierno a la más verde
mentira del verano.
Porque en tu sangre había
diecisiete caballos galopando,
al
corazón quisiste
llegar y te quedaste entre mis manos.
Mi corazón
es sitio solamente
de corazón. Me lo dejé olvidado
en una tierra
roja de olivares
donde todo es más claro.
Déjalo sollozar. Sólo me
sirve
para un amor lejano.
Pero medí tu cuerpo con mis besos,
tus besos con mis labios,
para las altas lunas de tus pechos
fui poeta romántico,
porque en
tu sangre había diecisiete
caballos galopando.
Canción a Marisa esperando la maternidad
Dios te salve, amor mío
lleno de gracia...
(Mi sangre por tu
sangre
sangabrielaba.)
-¿Dónde está la cintura
que te anillaba?
-Se me cayó el
anillo
dentro del alma.
-¿Y dónde, la amargura
que te apenaba ?
-A
tristeza que huye,
risa de plata.
En tu seno
otra infancia
mi vida aguarda.
Bendito sea el fruto
de mi
esperanza.
Canción de mis veintiseis años
Al ganado, ¿y para qué?
Anónimo, final del siglo XV
¡AY!, lo poco que me queda
al
final lo perderé.
Y después de todo, ¿qué?
¡Con lo poco que me
queda!
Dímelo tú, vida mía,
todo esto ¿para qué?
Mi tristeza, mi
alegría,
mi incredulidad, mi fe,
mi pobre melancolía
por la que
me salvaré.
Dímelo tú, niña mía,
que después te cambiaré
por
otra niña más fría
para cambiarla después.
Me muero por que me quieran,
pero nunca lo diré.
y después de
todo, ¿qué?
¿Morir para que me quieran?
¿Que me quieran? ¿Para
qué?
Aquel gran amor de un día
volverá y yo no estaré,
sI es que
vuelve todavía.
Y después de todo, ¿qué?
¡Aquel pobre amor de un
día!
El poeta canta el cambio de color de ojos de su amada
y repite las palabras de Adán
Rodeada de ensueños -¡levedad
de sus años, su voz y su sonrisa!-,
reclinada en su luz, digo en su brisa,
niña soñada y Angel de verdad,
con grácil -no aprendida suavidad
el color de sus ojos me
improvisa.
y como ese color, así es precisa-
mente mi vida: clara
en su mitad.
Tú si que eres ya huesos de mis huesos
y carne de mi carne y pena
mía
y partidaria de mis altos besos,
que alternamos con tu melancolía;
besos que a veces dejo niña, en
esos
pómulos donde un sol, rojo, se enfría.
Elegía ante un
retrato de mi infancia
¿Por qué
tan serio, dime, con mi mano en tu frente,
marinero sin mares que surcar? Como ahora,
el corazón tenía un sueño adolescente
y un hombre -da lo mismo.-. naufragando a deshora.
Tus seis años sabían que Dios me había dado
una luz que no acaba y un mundo que no quiero.
Estabas ya vencido de amor y enamorado.
Morías por las mismas cosas que yo me muero.
Esa mirada triste -mi mirada- me enseña
que presentías todo lo que vino después.
Tú te quedaste en esa cartulina pequeña,
yo me fui por el mundo. Lo demás, ya lo ves.
Fábula del limonero
Debajo del limonero,
la niña a mí me decía:
-Te quiero.
Y yo me puse a pensar
que era mejor la corteza.
Tiré las migas
de pan.
Debajo del limonero
la niña me dio su beso
primero.
Y juntos
vimos caer
los limones por el suelo,
cerca del amanecer.
Debajo del limonero,
la niña me dijo un día:
-Me muero.
Y ya no sé adónde ir ,
que el limonar me recuerda
la gracia de
su perfil.
Fragmento de «Balada del
amor primero»
Desde la
calle de Rioja al Puente
de Triana, mi amor en ti renuevo.
Con el
dolor de lo imposible llevo
tu nombre al corazón desde la frente.
¡La plaza de las citas, de repente!
-vieja es la historia, y el
acento, nuevo-.
Al mismo cielo azul el alma elevo
y es la misma
canción la de la fuente.
La calle estrecha donde aparecías
cada mañana, amor, frente a mi
espera,
siente el temblor de las pisadas mías.
En este muro gris tu sombra ha sido.
junto a mi sombra, cuando yo
no era
cauce doliente de tu injusto olvido.
Las demás... ¿cómo fueron?
Las
demás... ¿cómo fueron? Tú jugabas
en algún sitio, niña todavía.
Bajo la madrileña luz del día,
entre juegos y penas me esperabas.
Las demás... ¿dónde fueron? Tú cantabas:
«Yo tenía un
castillo...», y Dios sabía
que era yo, poco a poco, quien hacía
el
castillo que matarileabas.
«Las demás, ¿cómo fueron?», me preguntas
pensativa la boca, el
aire triste,
bajos los ojos y las manos juntas.
¡Las demás! ... ¿Quiénes fueron? Yo quisiera
que me explicaras
cómo te me hiciste
tan niñamente mi pasión primera.
Letrilla
Miénteme
tu amor, ahora
que creo en ti. Sobre el lecho,
entre mis brazos
estrecho
tu sangre trasnochadora.
¡Pronto, que llega la aurora!
Miénteme, amor, miénteme,
que ya me arrepentiré.
Ay, qué pena me da verte
intentándome asustar
con otro
fuego. Pecar
es dejarte y no tenerte.
Mira, niña, que a la Muerte
le he hablado siempre de usté...
Y no me arrepentiré.
Vayan mis
labios derechos,
ahora que nadie nos mira,
hacia la dulce mentira
levantada de tus pechos.
Queden mis
labios deshechos,
ahora que nadie nos ve,
y ya me arrepentiré.
Quién
¿Quién me
dio este país y este momento
transitorio de un siglo a la deriva?
¿Quién me puso en la frente pensativa
esta alegría y este
sufrimiento?
¿Quién dejó entre mis labios este acento
de dolor? ¿Quién me
tiene en alma viva?
¿Quién decretó a la dicha fugitiva?
¿Quién al
dolor -¿por qué?- lo hizo tan lento?
El alma hacia los cielos se dirige,
velocísimamente enamorada,
descarnada del cuerpo que la rige.
Pero el amor, de pronto, da la vuelta,
y el alma da en el pecho
alicortada.
yo no sé quién me tiene y quién me suelta.
Sálvame
A eso puedo decir -respondió Don Quijote-
que Dulcinea es hija de sus obras.
(II parte, cap. XXXI!)
Pobladora de todos mis sentidos,
tan castamente tú la pobladora,
sálvame, amor, ahora y en la hora
de la muerte, la tierra y los olvidos.
Ay, niña, sálvame a ratos perdidos
la eternidad que al alma,
triste, llora
ya por perdida, oh mi eternizadora,
mi arcAngel de
los gestos doloridos.
Álcese ya mi voz en tu alabanza,
corazón que en un sólo nombre
fija
mi corazón de yentes y vinientes,
oriunda de mi única esperanza,
hija de Dios y de tus obras hija,
que me salvas con besos diferentes.
Yo estoy solo en la tarde. Miro
lejos...
Yo
estoy solo en la tarde. Miro lejos,
desesperadamente lejos. Quedan
por el aire las últimas palabras
de los enamorados que se alejan.
Las nubes
saben dónde van, mi sombra
nunca sabrá dónde el amor la lleva.
¿Oyes pasar las nubes, dime, oyes
resbalar por el césped mi tristeza?
Nadie sabe que amo. Nadie sabe
que si llegó el amor trajo su
pena.
Yo estoy sólo en la tarde y miro lejos.
No sé de dónde
vienes a mis venas.
Te me vas de las manos, no del alma.
Nos separan montañas,
vientos, fechas.
El amor, cuando menos lo pensamos,
se nos viste
de ausencia.
Estoy en soledad. Miro a lo lejos
oscurecer la tarde y mi
tristeza.
Estoy pensando en ti y estoy pensando
que acaso en
soledad también me piensas.