Tornóse
en rosa espléndida la herida
y ya no es muerte, sino dulce vida,
la muerte que me das entre tus brazos..."
"Flor de
ceibo"
Francisco Bello
Reseña biografica
Poeta y
periodista venezolano nacido en Barcelona, Anzoátegui, en 1908.
Su
adhesión a la lucha política, junto con el creciente interés por la
literatura y el periodismo, le impidieron
terminar sus estudios de ingeniería. Fue encarcelado y desterrado por su
lucha contra el gobierno dictatorial
de Juan Vicente Gómez ( 1930 - 1936 ). Caído el dictador, fue desterrado
nuevamente en 1937 por su actitud
revolucionaria, lo que lo obligó a viajar de nuevo por varios países.
Regresó a Venezuela en 1941, dedicándose
por entero al periodismo y la poesia, constituyéndose en un afamado
ensayista y narrador.
Entre sus obras vale la pena mencionar: «Agua y
cauce» en 1937, «Elegía coral a Andrés Eloy Blanco» en 1959,
«La mar que es el morir», «Umbral» y «Obra poética» en 1977.
Falleció en
1985. ©
Anchas sílabas
Calma mi sed, amor, en
tus vertientes...
Cuerpo de la mujer
El aire ya no es aire, sino aliento...
Encrucijada
Enterrar y callar
Hallazgo de la piedra
La sexta voz del coro de este
lago
Poema de tu voz
Siembra
Tres variaciones
alrededor de la muerte
Tú poesia...
Vine hacia él
Anchas sílabas
Que mi pie te despierte, sombra a sombra
he bajado hasta el fondo de la patria.
Hoja a hoja, hasta dar con la raíz
amarga de mi patria.
Que mi fe te levante, sima a sima
he salido a la luz de la esperanza.
Hombro a hombro, hasta ver un pueblo en pie
de paz, izando un alba.
Que mi voz brille libre, letra a letra
restregué contra el aire las palabras.
Ah, las palabras. Alguien heló
los labios -bajo el sol- de España.
Calma mi sed,
amor, en tus vertientes...
Calma mi sed, amor, en
tus vertientes,
enraízame, amor, en tus sembrados,
llévame, amor, por mares encrespados,
clávame, amor, tus uñas y tus dientes.
Di palabras, amor, incoherentes,
gime versos, amor, jamás pensados,
sacude, amor, tus pétalos mojados,
amor, sobre mis huesos combatientes.
Hiéreme, amor, con filo de claveles,
átame, amor, con tu dogal de mieles,
quémame, amor, en tu rosal de fuego.
Cimbra, amor, tu silencio estremecido,
dame tu boca, amor, que la he perdido,
muere conmigo, amor, que ya estoy ciego.
Cuerpo de la mujer
Tántalo, en fugitiva fuente de oro
Cuerpo de la mujer, río de oro
donde, hundidos los brazos, recibimos
un relámpago azul, unos racimos
de luz rasgada en un frondor de oro.
Cuerpo de la mujer o mar de oro donde,
amando las manos, no sabemos
si los senos son olas, si son remos
los brazos, si son alas solas de oro...
Cuerpo de la mujer, fuente de llanto
donde, después de tanta luz, de tanto
tacto sutil, de Tántalo es la pena.
Suena la soledad de Dios. Sentimos
la soledad de dos. Y una cadena
que no suena, ancla en Dios almas y limos.
El aire ya no es aire, sino aliento...
El aire ya no es aire,
sino aliento;
el agua ya no es agua, sino espejo,
porque el agua es apenas tu
reflejo
y ruta de tu voz es sólo el viento.
Ya mi verso no es
verso, sino acento;
ya mi andar no es andar, sino cortejo,
porque vuelvo hacia ti
cuando te dejo
y es sombra de tu luz mi pensamiento.
Ya la herida es floral
deshojadura
y la muerte es fluencia de ternura
que a ti me liga con
perpetuos lazos:
tornóse en rosa espléndida la herida
y ya no es muerte, sino
dulce vida,
la muerte que me das entre tus brazos.
Encrucijada
Nos separaba de la calle
el cristal empañado de lluvia.
Yo estaba lejos del mundo,
hoja caída en el remanso de su llanto.
Ella era menuda y tierna
y se hacía más menuda entre mis brazos
y más tierna bajo mis ojos.
Entre nosotros y la calle
y la lluvia y el cristal de la ventana
eran dos abismos de plata.
La vida estaba allí naufragando en sus ojos
la belleza dormía en sus senos perfumados
la luz -toda la luz- se me daba en su boca
la humanidad - mi humanidad - era ella.
Más allá del cristal
más allá de la lluvia
pasaron...
Yo separé los ojos de los ojos de ella
para verlos pasar.
Marchaban chapoteando en el barro
los pies descalzos.
Desfilaban los rostros anochecidos de hambre.
Y las manos encallecidas de miseria
y las almas curvadas de injusticia
y las voces amanecidas de odio
desfilaban los pies descalzos.
Iba la madre con el hijo al cuadril
y el anciano rumoreando penas.
Y el mozo flameando la bandera,
iban de frente hacia la vida
armoniosamente rebeldes.
No sé si me lo gritaron ellos
o si me lo grité yo mismo.
Pero en las filas, de los que pasaban
estaban mi puesto, mi bandera y mi grito.
El cristal empañado de lluvia
esfumaba los rasgos de la calle
por donde pasaban los míos.
Volví los ojos hacia ella
que se hacia casi yo entre mis brazos
y le dije:
-Me llaman los que pasan.
Sus ojos empañados
me separaban de su alma
como el cristal con lluvia
me separaba de la calle.
Me dijo lentamente:
-No te vayas.
Y se hizo más menuda entre mis brazos
y me ofreció su boca palpitante
y sentí junto a mí, temblorosos sus senos.
Yo escuchaba chapotear en el barro
los pies descalzos
y presentía los rostros anochecidos
de hambre.
Mi corazón fue un péndulo entre
ella y la calle...
Y no sé con qué fuerza me libré
de sus ojos
me zafé de sus brazos.
Ella quedó nublando de lágrimas
su angustia.
Tras de la lluvia y del cristal
pero incapaz para gritarme:
-¡Espérame! ¡Yo me marcho contigo!
Enterrar y callar
Si han muerto entre
centellas fementidas
inmolados por cráteres de acero,
ahogados por
un río de caballos,
aplastados por saurios maquinales,
degollados
por láminas de forja,
triturados por hélices conscientes,
quemados
por un fuego dirigido,
¿enterrar y callar?
Si han caído de espaldas en el fango
con un hoyo violeta en la
garganta,
si buitres de madera y aluminio
desde el más alto azul
les dieron muerte,
si el aire que bebieron sus pulmones
fue un
resuello de nube ponzoñosa,
si así murieron sin haber vivido,
¿enterrar y callar?
Si las voces de mando los mandaron
deliberadamente hacia el
abismo,
si humedeció sus áridos cadáveres
el llanto encubridor de
los hisopos,
si su sangre de jóvenes, su sangre
fue tan sólo
guarismo de un contrato,
si las brujas cabalgan en sus huesos,
¿enterrar y callar?
Enterrar y gritar.
Hallazgo de la piedra
Hallazgo de la piedra:
la piedra es el rescate de formas y volúmenes
que fueron soterrados por el talón del viento.
Paráfrasis del lirio:
el lirio es el desquite de yerbales y
frondas
que extinguieron sus verdes en el barro del lirio.
Génesis de la lluvia:
la lluvia es el repliegue de arroyos y
esteros
que asaltaron el cielo por la arcada del sol.
Venero de una voz:
tu voz, joven poeta iluminado,
trazador de
epiciclos, descubridor de orbes,
esa voz que te brota de la insólita
entraña
en resaca de gritos de los poetas muertos.
Es la cal de
los huesos de los poetas muertos,
blanca semilla que germina sobre tu
corazón.
La sexta voz del oro de este lago
En mi vasta extensión
de llanto y plata,
en el asalto azul de mis espadas,
en mis
enardecidos bosques de agua,
arteria soy para latir
su muerte.
En las fauces del sol,
jaguar de fuego,
en las alas del sol, gallo del cielo,
en las
crines del sol, caballo suelto,
antorcha soy para
alumbrar su muerte.
En el rumbo oloroso de
los lirios,
en el dulce llegar del fugitivo,
en la leche caliente
de los ríos,
camino soy para
encontrar su muerte.
En el polen astral de
la garúa,
en el chubasco de cristal y furia,
en el claro plumaje
de la lluvia,
semilla soy para
sembrar su muerte.
En los manglares de
raíz descalza,
en las islas de entraña calcinada,
en el silencio
blanco de las playas,
arena soy para secar su
muerte.
En el potro de luz
encabritado,
en la noche cruzada por un látigo,
en la lumbre
azorada del relámpago,
candela soy para quemar
su muerte.
En la palma rasgada por
el viento,
en los muñones de los troncos secos,
en el cansancio de
los cocoteros,
cogollo soy para tejer
su muerte.
En el revuelo de las
velas altas,
en el escorzo de las botavaras,
en la lenta evasión
de las balandras,
cortejo soy para llevar
su muerte.
En los labios callados
de los indios,
en la mirada de estancados siglos,
en el sediento
corazón guajiro,
guarura soy para ulular
su muerte.
En el grasiento hervor
de noche y lodo,
en los oscuros sumideros torvos,
en mis pupilas
turbias de petróleo,
aceite soy para
encender su muerte.
En los motores roncos
de los barcos,
en el puñal hundido en mi costado,
en el ávido
arpón de los taladros,
palabra soy para negar
su muerte.
Poema de tu voz
Tu voz puebla de lirios
los barrancos soleados donde silban mis versos de combate.
Tu voz
siembra de estrellas y de azul
el cielo pequeñito de mi alma.
Tu
voz cae en mi sangre
como una piedra blanca en un lago tranquilo.
En mi pecho amanecen pájaros y campanas
cuando muere el silencio para
nacer tu voz.
Amo tu voz cuando
cantas
y hay un temblor de nidos y de bosques en tu garganta blanca.
Amo tu voz cuando cantas
y te estremece el ritmo de las fuentes que
bajan de la montaña.
Amo tu voz cuando cantas
y sacude tu voz la
ternura fecunda
de las brisas que transportan el polen en las tardes
de primavera.
Amo tu voz cuando estás en silencio
porque el
silencio es un sutil presagio de tu voz.
Y amo tu voz con un
amor intenso como la muerte
cuando ella se deshoja en palabras
confusas,
en palabras mojadas de tu aroma y tu sangre,
en menudas
palabras que en la sombra me buscan
como niños perdidos,
en
palabras quemantes como llamas azules,
en el tibio murmullo que no
llega a palabra.
Amo tu voz intensamente en el corazón de la
medianoche.
Cuando tu voz se abrasa en la selva incendiada de nuestro
amor.
SiembraCuando de
mí no quede sino un árbol,
cuando mis huesos se hayan esparcido
bajo la tierra madre;
cuando de ti no quede sino una rosa blanca
que se nutrió de aquello que tú fuiste
y haya zarpado ya con mil
brisas distintas
el aliento del beso que hoy bebemos;
cuando ya
nuestros nombres
sean sonidos sin eco
dormidos en la sombra de un
olvido insondable;
tú seguirás viviendo en la belleza de la rosa,
como yo en el follaje del árbol
y nuestro amor en el murmullo de la
risa.
¡Escúchame!
Yo aspiro a que vivamos
en las vibrantes
voces de la mañana.
Yo quiero perdurar junto contigo
en la savia
profunda de la humanidad:
en la risa del niño,
en la paz de los
hombres,
en el amor sin lágrimas.
Por eso,
como habremos de
darnos a la rosa y al árbol,
a la tierra y al viento,
te pido que
nos demos al futuro del mundo...
Tres variaciones alrededor de la muerte
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar,
que es el morir.
Jorge Manrique
1
¡No! No es
posible vivir cual los ríos
cantando entre laderas y lirios
o
entre agudos peñascos y ramajes tronchados,
sin presentir el mar que
los espera,
el infinito verde y encrespado
en cuyo corazón de sal
los ríos se transforman en peces.
No es posible flamear como el fuego,
iluminando rostros de
danzantes risueños
o tiñendo vetas de angustias en las caras
dolorosas,
sin presentir la brisa que matará su luz
o el agua que
tomará sus rosas en ceniza.
En mitad de la vida cantamos a la muerte
que es el mar de los ríos y el agua de las llamas.
2
Símbolos de la
muerte no sueñan ser el hueso,
ni las cuencas vacías, ni la mortaja
fláccida.
Los huesos son apenas el portal de la muerte.
Cuando los huesos dejan de ser huesos
y entre su blancor rígido
hay un temblor de gérmenes,
es que nace la poesia de la muerte,
es
que despunta el símbolo creador de la muerte.
La muerte que yo canto
no es cruz de cementerio,
ni ilusión metafísica de las mentes
cobardes,
ni lóbrego infinito de profundos filósofos.
La muerte que yo canto
es una sombra constructora
de blancas mariposas que crucen los
caminos del viento,
de tallos que entremezclan la pulpa maternal de
la tierra,
de claros manantiales que sacudan las entrañas del mundo.
3
Un niño es la
crisálida de un amor y de un llanto,
es la estrofa primera de un
poema,
es la cuesta inicial de una montaña.
Y la muerte de un niño
es tan absurda
cual la de una mañana que se volviera sombras.
Si ayer se desgarraron las carnes de la madre,
si un rumor de
blancura le despertó los senos,
esa sangre, esa leche, ese dolor, han
sido
la raíz de los pasos de un hombre.
Sólo el leñador loco corta un árbol
cuando el tronco es apenas
tierno cogollo inútil.
Sólo loca la muerte ha de matar un niño,
apagar un amor que no ha nacido
y secar unas lágrimas que no han
corrido nunca.
Mientras los niños mueran
yo no logro entender la
misión de la muerte.
Tú, poesia...Tú,
poesia,
sombra más misteriosa
que la raíz oscura de los añosos
árboles
más del aire escondida
que las venas secretas de los
profundos minerales,
lucero más recóndito
que la brasa
enclaustrada en los arcones de la tierra.
Tú, música
tejida
por el arpa inaudible de las constelaciones,
tú, música
espigada
al borde de los últimos precipicios azules,
tú, música
engendrada
al tam-tam de los pulsos y al cantar de la sangre.
Tú,
poesia,
nacida para el hombre y su lenguaje,
no gaviota
blanquísima sobre un mar sin navíos,
ni hermosa flor erguida sobre la
llaga de un desierto.
Vine hacia él
1952
que no hay nadie en mi tumba.
César Vallejo.
César Vallejo ha muerto. Muerto está
que yo lo vi
en Montrouge, una tarde
de abril.
Iba con Carlos Espinosa,
y
llevábamos los Poemas
humanos y España, aparta de mí
que no hay nadie en mi tumba.
este cáliz. Carlos
leyó un poema, como si
le escuchara Dios. Yo,
llorando, leí
Masa.
Entonces
todos los hombres de la tierra
le rodearon; pero
César Vallejo, ¡ay! siguió muriendo.