"...Fuente de esperma, cabellera al viento,
navegar de tu vientre en un mar imposible..."
"The sorceress study"
John William Waterhouse
Reseña biografica
Poeta español
nacido en Madrid en 1942.
Creció en el seno de una familia con grandes
recursos económicos recibiendo una esmerada educación inicial
en El Escorial y luego en Londres. Su espíritu rebelde y viajero lo llevó a
deambular por diferentes países de América,
dándole la oportunidad de conocer a grandes escritores como Octavio Paz,
Jorge Luis Borges y Juan Rulfo, entre otros.
Su carrera poética se inició en 1968 con la publicación del libro «A través
del tiempo», al que siguieron luego,
«Los trucos de la muerte» en 1975, «Desapariciones y fracasos» en 1978,
«Juegos para aplazar la muerte» en 1984.
«Antes que llegue la noche» en 1985, le permitió obtener el Premio
Ciudad de Barcelona. En 1988 con «Galerías
y fantasmas», obtuvo el Premio Internacional de poesia
de la fundación Loewe.
«Sin rumbo cierto», XII Premio Comillas de Biografia, AutoBiografia
y Memorias y «Enigmas y despedidas» publicado
en 1999, son sus últimas producciones.
Vive en Girona desde 1985.
©
A la
mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno
Acerca del incesto
Conjuros para la noche
de una virgen
El último baile
Epitafio frente a un espejo
Espejo negro
La memoria y la piedra
Lo que queda después de los
violines
Lucrecia Panero recuerda
su juventud
Memoria de la carne
Mis dulces animales
No hay palabras
No pidió
el desayuno
Noche de San Juan
Ocurre a veces
Pierre Drieu
La Rochelle divaga frente a su muerte
Poemas de 1966
Qué bien lo hemos pasado
cariño mío
Sólo son tuyas la verdad
y la muerte
Un año después de ya no verte
Un êtranger
Un viejo en Venecia
Used words
Vals en solitario
Y de pronto anochece
A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno
Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró
en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con
asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a
alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las
pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto
miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados
caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se
anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había
adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
"Los trucos de la muerte" 1975
Acerca del incesto
(Recordatorio de Georg Trakl)
Buscó los labios de su hermana,
sus dientes, con irritante
terquedad,
un ligero temblor, un breve escalofrío,
entrechocaban
-quizá fuera la droga-
y su figura fue borrándose, disuelta
en la
penumbra familiar del cuarto.
Años después,
golpeaban a lo lejos
los cañones,
sobre sus sábanas de loco vio alzarse un cuerpo,
su
húmedo olor, la longitud del tacto.
Buscó, sin dedos, la boca
deseada,
la carne herida del amor y el delirio,
la claridad oscura
de la cocaína,
sus ojos y aquellos ojos y algo más.
Besó sus
labios en sus propios labios
y sintió arder la sal de su saliva.
Lejos, muy lejos, terriblemente lejos,
una mujer aullaba en el último
espasmo.
Con asombro, la muerte dio constancia
de algo que jamás
pudo imaginarse:
un estertor sin ruegos y sin llanto,
la agonía de
un muerto, el terror de la vida.
"Los trucos de la muerte" 1975
Conjuros para la noche de una virgen
Ah, ese látigo, ese látigo que gime entre los muslos,
que
despliega en la sombra su tenaz poderío,
ese látigo que viene de la
muerte hacia la muerte,
aventando cenizas a los aires más puros,
señalando fronteras en cinturas y pechos,
recorriendo la piel con
ciego escalofrío.
Ese látigo, su furor incansable,
pongo hoy en
tus manos y celebro sus llagas.
Fuente de esperma, cabellera al
viento,
navegar de tu vientre en un mar imposible,
coronas de
cansancio y manos que resbalan
y resbalan y caen y caen trepando el
muro,
la imponente pared que, al fin,
mármol o sangre,
resquebrajada se desploma.
Ah, ese látigo, camino de elefantes,
muñeca de trapo herida de alfileres,
cruz donde la piel termina y su
bosque de pelo.
Olas blancas de sábana sobre tus ojos locos,
dientes sin más oficio que morder en su dicha,
placer de ser un dedo,
un cuchillo, la sombra.
«Hemos venido caminando, hemos buscado
eternamente,
y hoy, por fin, llegamos a nosotros,
ponemos nuestra
planta en tierra verdadera.»
La ceremonia, el rito con incienso de
voces,
húmedos labios, palabras como espejos,
ha de tener su
principio solemne:
dilatada pupila, ejercicio de furia y de
sonámbulo,
estatuas que el cincel deseara.
Más tarde se extenderá
el silencio,
un silencio de océano vacío,
una calma impasible de
nieve
donde la sangre cantará su derrota.
Al terminar se oirán dos
voces,
súbitamente naciendo de la nada
y un tropel de caballos en
celo
moverá las cortinas y pisará los sueños.
La luz del día, 26
de agosto, pondrá su velo azul
sobre caricia y hueso, pezón alzado y
extinta lengua.
Jornal de ausencia pagará estas horas,
olor de
sucia oveja y plantas que se pudren.
«Sí hemos andado, hemos andado
hasta llegar aquí
y ahora sabemos que no era ésta nuestra tierra.»
Rasgando el aire, nubes, sol, luna, estrellas,
un látigo de fuego
pregona su condena.
El último baile
Zelda Fitzgerald
No, no son llamas en el cristal, qué
absurdo,
ni humo lo que entra por las rendijas de la puerta,
no,
son las luces, las luces de las barcas y del puerto,
el humo de un
cigarrillo, aquella noche
de principios de verano, en la Riviera.
Bailaba y bailaba para mí sola, para todos, para nadie, con
aquel
oficial francés -recuerdo su blanco uniforme-
mientras Scott gritaba
y maldecía, me insultaba,
mirando fijamente una botella. Pobre Scott,
dónde estará ahora.
No, cierto que no son llamas abrasando estil
puerta cerrada
y esos cristales rojos que saltan al vacío,
son las
luces, los farolillos de aquella fiesta,
y las copas rompiéndose
entre carcajadas
cuando la pequeña orquesta tocaba «Coge una estrella
para mí».
Claro que no son llamas, son bengalas iluminando el cielo,
aquel jardín, el baile y luego nuestros cuerpos
desnudos en el
mar, el roce del agua fría
y Scott nadando a mi lado, besándonos
entre las olas.
Pobre Scott, dónde estará ahora. Tal vez haya muerto,
-mejor para él- así no podrá leer, mañana o pasado, en los periódicos,
los siniestros informes sobre un cadáver carbonizado.
Epitafio frente a un espejoDura ha de
ser la vida para ti,
que a una extraña honradez sacrificaste tus
creencias,
para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo
y por
ello, tu más aciaga tumba.
Dura ha de ser la vida, cuando los años
pasen
y destruyan al fin la ilusa patria de tu adolescencia,
cuando veas, igual que hoy, este fantasma
que tiempo atrás te consoló
con su belleza.
Cuando el amor como un vestido ajado
no pueda
proteger tu tristeza
y motivo de burla, de piedad o de asombro,
a
los ojos más puros sólo sea.
Duro ha de ser para tu cuerpo ver morir
el deseo,
la juventud, todo aquello que fuiste,
y buscar sin
pasión tu reposo
en la sorda ternura de lo débil,
en la gris
destrucción que alguna vez amaste.
«Es la ley de la vida», dicen viejos estériles,
«y nada sino Dios
puede cambiarlo», repiten,
a la luz de la noche, lentas sombras
inútiles.
Dura ha de ser la vida, tú que amaste el mundo,
que con
una mirada o una suave caricia soñaste poseerlo,
cuando la absurda
farsa que tú tanto conoces
no esté más adornada con lo efímero y
bello.
Dura ha de ser la vida hasta el instante
en que veles tu
memoria en este espejo:
tus labios fríos no tendrán ya refugio
y
en tus manos vacías abrazarás la muerte.De "A
través del tiempo"
Espejo negro
Dos cuerpos que se acercan y crecen
y penetran en la noche de su piel y su sexo,
dos oscuridades
enlazadas
que inventan en la sombra su origen y sus dioses,
que dan
nombre, rostro a la soledad,
desafían a la muerte porque se saben muertos,
derrotan a la vida
porque son su presencia.
Frente a la vida sí, frente a la muerte,
dos cuerpos imponen
realidad a los gestos,
brazos, muslos, húmeda tierra,
viento de llamas, estanque de
cenizas.
Frente a la vida sí, frente a la muerte,
dos cuerpos han
conjurado tercamente al tiempo,
construyen la eternidad que se les niega,
sueñan para siempre el
sueño que les sueña.
Su noche se repite en un espejo negro.
La memoria y la piedra
(México)
La luz del sol sobre los muros,
la resaca, las voces que te
cercan,
los árboles que al fondo se dibujan,
los recuerdos que
secan más tu boca,
el implacable escenario de tu herencia.
Sin
embargo has venido, has vuelto
a recobrar tu patrimonio abandonado,
el espectro que tú llamaste vida,
lo que fue, lo que los años han
dejado.
Palabras tropezadas de pasión,
violenta lengua, piel
derramada entre las manos,
lo que fue, carne entregada, saliva,
sangre,
temblor, caliente olor, dos cuerpos enlazados
rodando para
siempre hacia la nada.
Aquí, en esta pequeña calle, en ese
apartamento
-cuyas paredes todavía se levantan detrás de la memoria-,
sentiste el terco aliento del deseo y del odio,
la ternura y la furia
recorriendo tu piel y sus rincones,
inventando su camino de fuego
entre los muslos,
y aquel pelo y los húmedos, ocultos labios,
y
los dientes mordiendo y la mirada ciega.
Hoy has regresado -siempre
regresas a esta ciudad
donde la piedra venció al tiempo hace siglos-
y esta mañana de agobiante verano,
mirando la nieve lejana en los
volcanes,
has buscado, junto a un portal perdido,
tu devastado
origen, el territorio de tus sueños.
Mientras enciendes -temblándote
la mano-- un cigarrillo
sabes que aquí tuviste todo y no tuviste
nada,
sino este sol sobre los muros y los árboles.
Igual que
ahora, cuando otra vez la luz te ciega
y el humo del cigarrillo
rememora borrosas figuras,
vagos gestos con los que te consuelas,
cuando palabras, cuerpos, son ya sólo sombras
-sombras a plena luz,
humo en los ojos-,
fantasmas que la resaca solivianta.De
"Desapariciones y fracasos"Lo que queda después
de los violines
Cuando te olvides de mi nombre,
cuando mi cuerpo sea sólo una
sombra
borrándose entre las húmedas paredes de aquel cuarto.
Cuando ya no te llegue el eco de mi voz
ni el resonar cordial de mis
palabras,
entonces, te pido que recuerdes que una tarde,
unas
horas, fuimos juntos felices y fue hermoso vivir.
Era un domingo en
Hampstead, con la frágil primavera
de abril posada sobre los brotes
de los castaños.
Pasaban hacia la iglesia apresuradas monjas
irlandesas, niños, endomingados y torpes, de la mano.
Arriba, tras
los setos, en la verde penumbra
del parque dos hombres lentamente se
besaban.
Tú llegaste, sin que me diera cuenta apareciste y empezamos
a hablar
tropezando de risa en las palabras, titubeantes
en el
extraño idioma que ni a ti ni a mi pertenecía.
Después te hiciste
pequeña entre mis brazos
y la hierba acogió tu oscura cabellera.
A
veces las cosas son simples y sencillas
como mirar el mar una tarde
en la infancia.
Luego la escalera gris, larga y estrecha,
la
alfombra con ceniza y con grasa,
tus pequeños pechos desolados en mi
boca.
Sí, a veces es sencillo y es hermoso vivir,
quiero que lo
recuerdes, que no olvides
el pasar de aquellas horas, su esperanzado
resplandor.
Yo también, lejos de ti, cuando perdida en la memoria
esté la sed de tu sonrisa me acordaré, igual que ahora,
mientras
escribo estas palabras para todos aquellos
que un momento, sin
promesas ni dádivas, limpiamente se entregan.
Desconociendo razas o
razones se funden
en un único cuerpo más dichoso
y luego, calmado
ya el instinto
y rezumante de estrenada ternura el corazón,
se
separan y cumplen su destino,
sabiendo que quizá sólo por eso
su
existir no fue en vano.
Lucrecia Panero recuerda
su juventud
Tía abuela, cuyo nombre familiar y extraño ha sido
desde la
infancia que aún toco
hasta los pesados años que repites.
Desdorado estuco y mugre de cortinas,
olor que tiene el agua donde
flores se pudren,
dan cobijo a tu espera mientras se oye tu voz.
«Éramos veinte y en esta casa todo era alegría.
Hoy, ves, estoy sola,
estoy sola».
Mercenaria compañía en muchas horas,
tu conocido
lamentar, paciente escucha.
«Dijo mi padre...Juan...Aquel verano...»
Surgen recuerdos de bailes, entre sueños
flotan manos amigas, rostros
sonrientes
bajo la claridad tenue de los candelabros.
y como el
filo de una espada en los dedos,
la certidumbre de lo que va a morir,
de lo que está ya muerto, firmemente nos une.
Pasado, casi un sueño,
futuro, tan dormido,
el fulgor de una espada dando luz a la noche.
"A través del tiempo" 1968
Memoria de la carne
Por la noche, con la luz apagada,
miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña
costumbre,
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí
misma.
Frente a frente, su ventana,
la veía aparecer y bajo la
tenue claridad de la luz,
lentamente, irse haciendo desnuda.
Sus
ropas caían sobre la silla,
primero grandes, luego más pequeñas,
hasta llegar al ocre color de su cuerpo.
Andando o sentada, sus
movimientos tenían
la inútil inocencia del que no se cree observado
y la imprevista ternura del cansancio.
Cuando todo volvía a la
oscuridad,
los apresurados golpes del corazón
se aquietaban, con
una sosegada prontitud.
De quien así ocultamente deseé,
nunca supe
su nombre
y el romper de su risa es aún el vacío.
Sin embargo,
allí, en la perdida frontera de los catorce
[años,
por encima del
Latín imposible
y de los misteriosos números de la Química,
el
temblor detenido de mis manos,
la turbia fijeza de mis ojos sobre
ella, permanecen,
dando fe de aquel tiempo, memoria de la carne.
De "A través del
tiempo"
Mis dulces animales¿Qué puedo
hacer? Si en esta hora
más triste de la tarde llegan y todas reunidas
corren y saltan a mi alrededor
y sus torpes hocicos restregándome
aturden mis oídos con banales quejas.
¿Qué puedo hacer? Yo que tanto
las he amado,
que cambié sus repetidos y vulgares nombres
por
otros ilustres entre la fauna y el corral.
Ahora que el caballo viene
apresurando el trote
y me muestra su negociable virginidad perdida
y sonríe la rata en su agujero
masticando feliz sus convicciones,
ahora que el puercoespín canta el olvido
y la serpiente amarillenta
exprime avariciosa su placer.
¿Qué puedo hacer? Si chillan la cigüeña
y la gaviota
resbalando la esperma por sus muslos
y el astuto
cerdito más que nunca gruñe fantasías e incumplidas promesas.
Tanto
amor como puse, tanta desatada ternura
y cálida pupila sobre piernas
o pechos
¿qué se hicieron?-, si sólo con protestas, improperios
feroces,
traiciones tan baratas y usadas que nunca imaginara
pagan
mis interminables, dolorosos desvelos.
Y vedlas avanzar, enlazadas
sus pezuñas o rabos,
horda cruel sobre la hierba húmeda
y luego ya
calmadas, contempladlas,
desafiantes labios, oscuras cavernas
donde caí mil veces y volveré a caer,
aunque el buitre, bendecido por
sagrarios y misas,
escarbe mi carroña y se alimente de ella
recompensando así su vaginal y temblorosa paz.
¿Qué puedo hacer?
Mientras altiva,
el largo cuello de poderío y perlas adornado,
la
jirafa me mira y desaprueba con elegante gesto mi conducta,
lo mismo
que la lechuza dogmática y prochina.
¿Qué puedo hacer? Si todo este
aquelarre, ansioso de venganza o justicia,
irrumpe en el ocio
merecido de un domingo,
y nada quiero reprocharles, aunque algo
podría.
¡Oh mis dulces animales!, si os he amado tanto
que ahora
cuando os veo, en galope polvoriento y frenético partir,
os daría
hasta aquello que no os pertenece,
lo poco que bajo astillada memoria
y estremecidos signos de placer, os he ocultado.
Sí, os entregaría mi
corazón más puro,
aun sabiendo que no es buen alimento para vosotros
y que poco provecho sacaríais de él.
¡Oh mis dulces animales
picoteantes sin descanso,
como el tordo o el grajo, en la parra más
dulce!
¡Oh siempre interesadas bestias bellas,
en la fruta que
alegra el árbol en verano!
"A través del tiempo" 1968
No hay palabras
Tocas un cuerpo, sientes su repetido temblor
bajo tus dedos, el
cálido transcurrir de la sangre.
Recorres la estremecida tibieza,
sus corporales sombras, su desvelado resplandor.
No hay palabras.
Tocas un cuerpo; un mundo
llena ahora tus manos, empuja su destino.
A través de tu pecho el tiempo pasa,
golpea como un látigo junto a
tus labios.
Las horas, un instante se detienen
y arrancas tu
pequeña porción de eternidad.
Fueron antes los nombres y las fechas,
la historia clara, lúcida, de dos rostros distantes.
Después, lo que
llamas amor, quizá se torne forzada promesa,
levantado muro
pretendiendo encerrar,
aquello que únicamente en libertad puede
ganarse.
No importa, ahora no importa.
Tocas un cuerpo, en él te
hundes,
palpas la vida, real, común. No estás ya solo.
"A través del tiempo" 1968
Noche de San Juan
Anticuado, interrogo las estrellas,
su desnudo, inapelable misterio,
mientras miro las llamas en la playa,
en esta noche cuando empieza el verano.
Lector de Drieu o Pavese,
sé también
lo sencillo que puede ser acabar con la historia,
no
preguntar ya nada, olvidar para siempre
esta apariencia de tarjeta
postal.
Frente a mí, imperturbables, desveladas,
pasan, en
silencio, vida y muerte,
evitando, con un rictus cansado,
este
fantasma insomne, este papel en blanco,
esta hoguera apagada que
perdura.
Ocurre a veces, en las calladas horas de la noche...
Ocurre a veces, en las calladas horas de la noche,
al filo mismo de la madrugada,
tras el telón caído de la euforia
y del vino.
Unos ojos parpadean, se abren,
nos miran con su última
transparencia
y un instante a nuestro lado
su doloroso transcurrir, su
apretado paisaje de ternura
muestran, como un mendigo o un esclavo,
la humillada quietud de
su tristeza.
Entonces, cuando no hay una sola palabra que decir,
con la
avidez que lleva en sí lo fugitivo,
besar, unirse en la húmeda tibieza,
en empapada, áspero de
arcilla de otra boca,
donde nada al fin y todo nos pertenece.
Después, igual que
el viento
agitando fugaz unas cortinas
la claridad de la mañana nos
muestra,
desvelar un instante en la memoria
aquello que una noche, una
mirada,
la destruida posesión de unos labios, nos dio.
Lo que ahora
ciego tropieza, resbala
por la gastada pared del corazón,
aferrándose terco hacia la
muerte,
desplomándose sordo hacia el olvido."A
través del tiempo" 1968
Pierre Drieu la Rochelle divaga
frente a su muerte
Al final pienso que tenía razón
-todo el absurdo tinglado del
poder,
el cuchillo implacable de la inteligencia,
las sórdidas,
políticas palabras,
los arañados proyectos imposibles-,
sí, tenía
razón ese día. Me acuerdo bien
cuando pensé, echado junto a ella,
que lo único real era una buena puta,
una piel cálida, unos labios
silenciosos, unas manos expertas,
en aquel burdel, cerca de Neuilly,
al amanecer.
Por eso, porque creo que tenía razón, soy más culpable
-libros, declaraciones, ideas, lealtades,
el secreto de todo, el
revés de la nada-,
cuánto tiempo perdido para llegar a esto,
para
recordar, ya sin solución, sus largos muslos,
el sabor espeso de su
boca, los rozados pezones.
Llegaba una luz gris sobre la cama,
sobre su culo memorable, inmóvil,
sí, tenía razón, aquella puta
cuyo nombre nunca supe o tal vez he olvidado,
el humo de un
cigarrillo, eso es todo, yo tenía razón,
y si no la tenía, ¿qué
importa ahora?
De "Los trucos de la muerte"
Poemas de 1966
(Londres)
Frágiles, persistentes, tercas, permanecen las
palabras escritas,
quién lo hubiera pensado, con su apariencia
momentánea y mínima,
su caprichoso existir tan lejos de la realidad
o de lo que entonces como realidad se imponía.
Libros, apuntes,
aburridos exámenes de inglés,
facturas que pagar, incomprensibles
voces al teléfono
y la lluvia detrás de las cortinas
en aquella
solemne habitación alquilada.
Noches de soledad brumosa y otras de
enloquecida euforia,
con jarras de cerveza, verdes botellas de
ginebra
y los ojos oscuros, con una brasa al fondo,
de Pauletta
Ioannides y el dios abandonando a Antonio.
Sombras esfumadas,
borrados gestos,
Strangers in the Night, desafinada música nostálgica.
Éramos
jóvenes y estábamos de paso en la ciudad enloquecida,
éramos jóvenes
y meses después regresaríamos,
lejos de allí, la vida todavía
esperaba.
Lo que ocurrió después es fácil de adivinar
y casi
veinte años me separan de aquello,
sin embargo, algunas palabras, su
amarga y tierna materia,
el cercado mundo que pretendieron retener,
la desolada afirmación de sus sílabas,
aún permanecen, apenas
corrompidas por el papel impreso.
Ahora -parece tan raro-, de todo
aquel pasado
sólo queda, casi tangible, el recuerdo
de una mesa,
alta y estrecha, con cuadernos amontonados
pesados diccionarios y una
silla de respaldo duro
en la que alguien, remotamente parecido a mí,
iluminaba con arañadas letras
la sombra detenida de un fantasma.
Y
todavía esas mismas palabras,
tantos años después, me repiten
su
desvelado y único secreto,
su valeroso testimonio inútil,
frágiles, persistentes, íntimas y tercas
me recuerdan la magia
desesperada de la vida.
"Antes de que llegue la noche" 1985
Qué bien lo hemos pasado cariño mío
Terribles son las palabras de los amantes,
aunque estén bañadas
de falsa alegría,
cuando llega la desolada hora de la separación.
Fuera la lluvia galopa tercamente
y su eco retumba tras la ventana.
Los poderosos pájaros de la dicha
un breve instante anidaron en sus
brazos
y dorados plumajes cubrieron los cabellos
que ahora sudor y
hastío sólo guardan.
La estatua que quiso ser eterna
herida de
reproches tiembla y cae.
Ya el combate de anhelo ha terminado
y
húmedos restos las sábanas acogen.
Hombre y mujer en traje y
documento
ceremoniosamente se despiden.
Sus manos por costumbre se
enlazan
y banales sonrisas desfiguran sus labios.
Terribles son
las palabras de los amantes
cuando llega la desolada hora de la
separación.
Esqueletos de amor buscan nuevo refugio
y un jirón de
ternura cuelga del viejo y gris perchero."A
través del tiempo" 1968
Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte...
Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte,
la memoria que
borra y desfigura
y la sombra de la muerte que aguarda.
Sólo
fantasmales recuerdos y la nada
se reparten tu herencia sin destino.
Después de sucios tratos y mentiras,
de gestos a destiempo y de
palabras
-irreales palabras ilusorias-,
sólo un testamento de
ceniza
que el viento mueve, esparce y desordena.
Un año después de ya no verte
Corrido mexicano
Este es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.
José Alfredo Jiménez
Olor de solitario y soledad, cama
deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo
de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te
escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o
imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos,
o
pedir al teléfono un absurdo milagro.
«Este es el corrido del caballo
blanco
que en un día domingo feliz arrancara.»
Este es el corrido
pero nadie canta
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia
como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios
una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras
busco, dolorosamente trato de recordar,
tus dos ojos insomnes con su
vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos
ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel
de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease
solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año
después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus
rincones y puertas,
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre
de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu
piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el
temblor de tus pechos.
Sobre tu sexo abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el
cuchillo, qué aciaga su hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas
mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala
en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día
cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde
de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu
voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te
escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor de
solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.
Un étrangerProduce
cierta melancolía,
una tristeza decadente -literaria sin duda-
como algunas canciones de entreguerras
o páginas perdidas de Drieu La
Rochelle,
ver a un hombre solo, apartado y distante,
en la barra
de un bar con decorado internacional.
En esa imprecisa edad, tan
imprecisa como la luz del ambiente,
en que ya no es joven ni viejo
todavía
pero lleva en sus ojos marcada su derrota
cuando con
estudiado gesto enciende un cigarrillo.
Las muchas canas y las muchas
camas,
un indudable estómago que la camisa inglesa apenas disimula,
el temblor, no demasiado visible, de su mano en un vaso,
son parte
del naufragio, resaca de la vida.
Un hombre que espera ¿quién sabe
qué?
y aspirando el humo, mira con declarada indiferencia
las
botellas enfrente, los rostros que un espejo refleja,
todo con la
especial irrealidad de una fotografía.
y es aún, algo más triste, un
hondo suspiro reprimido,
ver al fondo del vaso -caleidoscopio mágico-
que ese hombre eres tú irremediablemente.
No queda entonces sino una
sonrisa: escéptica y lejana,
-aprendida muy pronto y útil años
después-
de un largo trago acabar la bebida,
pagar la cuenta
mientras pides un taxi
y decirte adiós con palabras banales.
"Antes que llegue la noche" 1985
Un viejo en VeneciaEn
Venecia, viejo y envejecido, casi mudo,
rodeado de libros, de
soledad, de gatos,
el poeta Ezra Pound,
habló, en un breve, muy
breve encuentro con Grazia Livi.
Le comentó, sin autocompasión y sin
desprecio,
secamente, con voz entrecortada:
«Al final pienso que
no sé nada.
No tengo nada que decir, nada».
Si después de tan alto
ejemplo, de tan clara sentencia,
aún sigo escribiendo, arañando
palabras en el humo,
no es, que la muerte me libre,
por bastardo
interés o absurda vanidad,
sino tan sólo por una simple razón,
porque no conozco otro medio, a excepción del suicidio,
-innecesario
es un poema como un cadáver-
para dar testimonio de nada a nadie,
del mundo que contemplo, de esta vida,
de su horror gastado y
cotidiano.
Que el viejo Pound, desde su tumba,
me perdone por unir
su nombre
a estas sórdidas palabras desesperadas.
"Testamento del naúfrago" 1983
Used words
Con palabras usadas,
gastadas por el tiempo y la costumbre,
cuyo
último temblor ya no se siente.
Con palabras, como sueños, quemadas
por la vida,
esta noche de lluvia hablo contigo,
trato de hablar
al menos, ligeramente ebrio,
construyendo cada sílaba en el país de
nunca jamás,
y sintiendo esa repentina lucidez
con la que, de
pronto, rompemos la rutina de ser y conocemos,
sintiendo, digo, esa
rara sensación, distante y desangrada,
del whisky, de la noche y el
silencio,
de la entusiasta desesperación con que aceptamos la
derrota,
de ese vértigo, a veces, sólo a veces, tuyo y mío,
donde
morimos sonriendo con los ojos abiertos.
Sintiendo lo poco que es un
beso al fondo de tu lengua,
o tus ojos mirándose en los míos,
o
nuestras manos unidas en el aire,
recorriendo un museo de aceptados
fracasos.
Desfilan, batallón desolado de fantasmas,
nombres y
nombres con distinto eco.
Pretendemos, con abolidos rostros, fechas
caducadas, ciudades imposibles,
contestar una vieja pregunta
cuya
respuesta sólo la muerte ya conoce.
Años y años, voluntarios exilios
de seres y países,
los hijos que no quise tener, los que tú sí
tuviste,
el temblor del deseo que aún guardas en tu piel,
mi
repetido navegar de cama en cama,
se reúnen y afirman su destino
frente a la ceremonia del amanecer.
Y todo lo sabemos y está escrito
en tus ojos,
sin embargo hoy, este día con sol, -tan raro en Bogotá-
de finales de julio, de algún año cualquiera,
te propongo mi amor, sé
que tú aceptarás,
con palabras usadas, te propongo mentirnos.
Pasada ya la noche, quietos frente al espejo,
mientras yo me afeito y
tú pintas tus labios,
te propongo mi amor, decir que nos queremos.
Decir -y son tan sólo ejemplos- «hoy existe la vida por nosotros»
o
«tú no te morirás nunca»
o, tal vez, «aún hay noches y noches que
esperan
nuestros brazos, ese especial calor de dormir abrazados».
Olvidando, tratando de olvidar nuestro pasado,
ignorando el futuro,
sin duda inalcanzable,
con palabras gastadas, decir y repetir
-es
otro ejemplo- «gracias mi amor por haber existido».
Al menos por un
rato -a nadie molestamos-
con palabras usadas mentirnos y mentirnos,
mentirnos contra el tiempo, despreciar su victoria.
Envío:
Te dejo este poema
confuso, absurdo, largo,
para que tú lo tengas como un pañuelo viejo
a los pies de tu cama,
para que tú la tengas,
y un día te lo encuentres, confuso, absurdo,
largo,
un día como éste -cuando ya no estaremos-
y recuerdes,
debajo de la ducha,
que alguna vez te quise -mentiras y mentiras-
que alguna vez te quise -era un día de julio-
con palabras usadas,
como un disco rayado,
que recuerdes, mi amor, esta letra de tango.
"Desapariciones y fracasos" 1978
Vals en solitario
Extraño ser y extraño amor, tuyo y mío,
absurda historia, delirantes imágenes,
remotos pasajeros en un
tren sin destino,
compañeros entonces, unidos y tan lejos,
al filo de la vida,
donde duerme el silencio.
Suene por ti, interminable, un vals,
suenen por ti,
incansables violines,
suene una orquesta en el salón enorme,
suenen tus huesos
celebrando tu espíritu.
Una copa de tallado cristal, alzada al cielo,
brinde por tu
azul adolescencia disecada
y madera y metal festejen tu retrato
de borrosa figura y suave
pelo oscuro.
Suene, suene hasta el fin el largo trémolo,
la delicada melodía,
vagarosas nubes de pasión
bañando de alegres lágrimas tus ojos imposibles,
dibujando en
tus labios un deseo perdido,
entrega fugitiva, besando sólo el aire.
Vals en el tiempo y
en la dicha sonámbula
de la eterna alegría y la más tersa piel
riendo bajo luces de
radiantes reflejos,
inmóviles estrellas en la noche fingida.
Música y sueño,
sueño technicolor,
tan cursi y tonto que llena de ternura
en algunos momentos del
todo indeseables
cuando vivir resulta un sueño más grotesco.
Oh amor de
Mayerling y antigua Viena,
dulce Danubio y fuegos de artificio.
Oh amor, amor al amor,
que te conserva
como un oculto talismán y mariposas disecadas.
Extraño ser,
extraño amor, extraña vida tuya.
Una gota de sangre en una gota de champagne,
el ruido de un
disparo irrumpiendo en la música,
un helado sudor tras las blancas pecheras,
no podrán detenerte,
hacer cambiar tu paso.
Tú seguirás, sobre ti misma, bailando siempre,
soñando
siempre, soñando enloquecida,
aunque caigan, con estruendo de cascote y tierra,
los decorados
techos, las gráciles arañas,
y rasguen lentamente tu rostros los espejos
y en un quejido
mueran las cuerdas y sus notas.
Tú seguirás, eternamente sola y desolada,
girando entre las
ruinas, evocando otras voces,
sonriendo a fantasmas con tímida esperanza,
en helados balcones
abrazada a tus brazos.
Verás borrar la noche, su temblor inconstante
y otra luz,
turbia luz, iluminar tu reino.
Su terquedad cruel descubrirá las ruinas
y la verdad del
tiempo detrás de tus pupilas.
Pero tú seguirás sin detenerte nunca,
fantasma ya tú misma
en el gris de la sombra,
altiva la cabeza sobre el cuello intocable,
girando para
siempre, bailando para siempre,
frente a la sucia realidad de la muerte,
frente a la torpe
mezquindad de los hechos.
Tú seguirás, extraño ser, extraño amor,
danzando sola,
escuchando impasible
ese vals de derrota, extraña magia,
ese vals de derrota, tu más
cierta victoria.
Y de pronto anochece
Ed é subito sera
Salvatore Quasimodo
Vivir es ver morir, envejecer es eso,
empalagoso, terco olor de muerte,
mientras repites, inútilmente, unas
palabras,
cáscaras secas, cristal quebrado.
Ver morir a los otros,
a aquellos,
pocos. que de verdad quisiste,
derrumbados, deshechos,
como el final de este cigarrillo,
rostros y gestos, imágenes
quemadas. arrugado papel.
Y verte morir a ti también,
removiendo
frías cenizas, borrados perfiles,
disformes sueños, turbia memoria.
Vivir es ver morir y es frágil la materia
y todo se sabía y no había
engaño,
pero carne y sangre, misterioso fluir,
quieren perseverar,
afirmar lo imposible.
Copa vacía, tembloroso pulso, cenicero sucio,
en la luz nublada del atardecer.
Vivir es ver morir, nada se aprende,
todo es un despiadado sentimiento,
años, palabras, pieles, desgarrada
ternura,
calor helado de la muerte.
Vivir es ver morir, nada nos
protege,
nada tuvo su ayer, nada su mañana,
y de pronto anochece.
"Antes de que llegue la noche" 1985