
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
A Aminta, que se cubrió los ojos con la mano...
A Aminta, que
teniendo un clavel en la boca...
A
Flori, que tenía unos claveles entre el cabello rubio
A una adúltera
A una nariz
¡Ah de la vida...
¿Nadie me responde?
Amante agradecido a las lisonjas mentirosas de un sueño
Amante sin reposo
Amor constante más allá
de la muerte
Amor impreso en el alma...
Calvo que no quiere
encabellarse
Comunicación
de amor invisible por los ojos
Contraposiciones
y tormentos de su amor
Definiendo el amor
Dice que el sol templa la
nieve...
El sueño
-
En lo penoso de estar
enamorado
Exhorta a los que amaren...
Fluctuando en los cabellos
de Lisi
Fue sueño ayer, mañana
será tierra...
Las gracias de la que adora...
-Las leyes con que
juzgas, ¡oh Batino!...
Letrilla lírica
Letrilla satírica
Llanto,
presunción, culto y tristeza amorosa
Mil veces callo que
romper deseo
Miré los muros de la Patria
mía
Piedra soy en sufrir
pena y cuidado...
Preso en los laberintos
del amor...
¿Qué captas,
nocturnal en tus canciones?
Qué imagen de la muerte
rigurosa...
Quejarse en
las penas de amor debe ser permitido
Quéjase de lo esquivo de su
dama
Rendimiento del amante
desterrado
Reprende a una adúltera la circunstancia de su pecado
Retrato no vulgar de Lisi
Si quien ha de
pintaros ha de veros...
Soneto amoroso
Vejamen del ratón al caracol
- Atribuidos
a Francisco de Quevedo:
(Tomado de"Antologia de la poesia erótica española e hispanoamericana"
(Pedro Provencio):
De cierta dama que a
un balcón estaba...
Definición de amor
Estaba una fregona por
enero...
A Aminta que se cubrió los ojos con
la mano...
Lo que me quita
en fuego, me da en nieve
la mano que tus ojos me recata;
y no es
menos rigor con el que mata,
ni menos llamas su blancura mueve.
La vista
frescos los incendios bebe,
y volcán por las venas los dilata;
con miedo atento a la blancura trata
el pecho amante que la siente aleve.
Si de tus ojos
el ardor tirano
le pasas por tu mano por templarle,
es gran piedad del corazón
humano;
mas no de ti
que puede al ocultarle,
pues es de nieve derretir tu mano,
si ya
tu mano no pretende helarle.
A Aminta que teniendo un clavel en
la boca...
Bastábale al
clavel verse vencido
del labio en que se vio, cuando esforzado
con
su propia vergüenza, lo encarnado
a tu rubí se vio más parecido,
sin que en tu
boca hermosa dividido
fuese de blancas perlas granizado,
pues tu
enojo, con él equivocado,
el labio por clavel dejó mordido;
si no cuidado
de la sangre fuese,
para que, presumir a tiria grana,
de tu
púrpura líquida aprendiese.
Sangre vertió
tu boca soberana
porque roja victoria amaneciese
llanto al clavel
y risa a la mañana.
A Flori, que tenía unos claveles entre el cabello rubio
Al oro de tu frente unos claveles
veo matizar, cruentos, con heridas;
ellos mueren de amor, y a nuestras vidas
sus amenazas les avisan
fieles.
Rúbricas son piadosas y crueles,
joyas facinorosas y advertidas,
pues publicando muertes florecidas,
ensangrientan al sol rizos
doseles.
Mas con tus labios quedan vergonzosos
(que no compiten flores a
rubíes)
y pálidos después, de temerosos.
Y cuando con relámpagos te
ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones
carmesíes.
A una adúltera
Sólo en ti,
Lesbia, vemos que ha perdido
el adulterio la vergüenza al cielo,
pues que tan claramente y tan sin velo
has los hidalgos huesos ofendido.
Por Dios, por
ti, por mí, por tu marido,
que no sepa tu infamia todo el suelo:
cierra la puerta, vive con recelo,
que el pecado nació para escondido.
No digo yo que
dejes tus amigos,
mas digo que no es bien que sean notados
de los pocos que son
tus enemigos.
Mira que tus
vecinos afrentados,
dicen que te deleitan los testigos
de tus pecados más que tus
pecados.
A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado
Érase un espolón de una galera,
Érase una pirámide de Egipto;
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
¡Ah de la vida!" ... ¿Nadie me responde?
¡Ah de la
vida!" ... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder
saber cómo ni adónde,
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la
vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue;
mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un
fue, y un será y un es cansado.
En el hoy y
mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes
sucesiones de difunto.
Amante agradecido a las lisonjas mentirosas de un sueño
¡Ay, Floralba! Soñé que te... ¿Dirélo?
Sí, pues que sueño fue: que te
gozaba.
¿Y quién, sino un amante que soñaba,
juntara tanto
infierno a tanto cielo?
Mis llamas con tu nieve y con tu yelo,
cual suele opuestas
flechas de su aljaba,
mezclaba Amor, y honesto las mezclaba,
como
mi adoración en su desvelo.
Y dije: «Quiera Amor, quiera mi suerte,
que nunca duerma yo, si
estoy despierto,
y que si duermo, que jamás despierte.»
Mas desperté del dulce
desconcierto;
y vi que estuve vivo con la muerte,
y vi que con la
vida estaba muerto.
Amante sin reposo
Está el ave en
el aire con sosiego,
en la agua el pez, la salamandra en fuego,
y
el hombre, en cuyo ser todo se encierra,
está en la sola tierra.
Yo solo, que nací para tormentos,
la boca tengo en aire suspirando,
el cuerpo en tierra está peregrinando,
los ojos tengo en agua noche y
día,
y en fuego el corazón y el alma mía.
Amor constante más allá de la
muerte...
Cerrar podrá
mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y
podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no de
esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien
todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han
dado,
medulas, que han gloriosamente ardido,
su cuerpo
dejarán, no su cuidado;
serán cenizas, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Amor impreso en el alma...
Si hija de mi
amor mi muerte fuese,
¡qué parto tan dichoso que sería
el de mi
amor contra la vida mía!
¡Qué gloria que el morir de amar naciese!
Llevara yo en
el alma, adonde fuese,
el fuego en que me abraso, y guardaría
su
llama fiel con la ceniza fría,
en el mismo sepulcro en que muriese.
De esotra parte
de la muerte dura,
vivirán en mi sombra mis cuidados,
y más allá
del Lethe mi memoria.
Triunfará del
olvido tu hermosura;
mi pura fe y ardiente, de los hados,
y el
no ser por amar, será mi gloria...
Calvo que no quiere encabellarse
Pelo fue aquí, en donde calavero;
calva no sólo limpia, sino hidalga;
háseme vuelto la cabeza nalga:
antes greguescos pide que sombrero.
Si, cual Calvino soy, fuera Lutero, 5
contra el fuego no hay cosa que me valga;
ni vejiga o melón que tanto salga
el mes de agosto puesta al resistero.
Quiérenme convertir a cabelleras
los que en Madrid se rascan pelo ajeno, 10
repelando las otras calaveras.
Guedeja réquiem siempre la condeno;
gasten caparazones sus molleras:
mi comezón resbale en calvatrueno.
Comunicación de amor invisible por
los ojos
Si
mis párpados, Lisi, labios fueran,
besos fueran los rayos visüales
de mis ojos, que al sol miran caudales
águilas, y besaran más que
vieran.
Tus bellezas, hidrópicos, bebieran,
y cristales, sedientos de
cristales;
de luces y de incendios celestiales,
alimentando su
morir, vivieran.
De invisible comercio mantenidos,
y desnudos de cuerpo, los
favores,
gozaran mis potencias y sentidos;
mudos se requebraran los
ardores;
pudieran, apartados, verse unidos,
y en público,
secretos, los amores.
Contraposiciones y tormentos de su
amor
Osar, temer,
amar y aborrecerse,
alegre con la gloria, atormentarse;
de olvidar
los trabajos olvidarse,
entre llamas arder sin encenderse;
con soledad
entre las gentes verse
y de la soledad acompañarse;
morir
continuamente, no acabarse,
perderse por hallar con qué perderse;
ser Fúcar de
esperanzas sin ventura,
gastar todo el caudal en sufrimiento,
con
cera conquistar la piedra dura,
son efectos de
amor en mis tormentos;
nadie le llame dios, que es gran locura,
que más son de verdugo sus tormentos.
De cierta dama que a un balcón estaba...
De cierta dama que a un balcón estaba
pudo la media y
zapatillo estrecho
poner el lacio espárrago a provecho
de un tosco
labrador que la acechaba.
Y ella, cuando advirtió que la miraba,
la causa preguntó del tal
acecho;
el labrador la descubrió su pecho,
diciendo lo que vía y
contemplaba.
Mas ella, con alzar el sobrecejo,
le dijo con melindre:
-«Aquesto, hermano,
no es más de ver y desear la fruta».
El labrador, sacando el aparejo,
le respondió, tomándolo en la
mano:
-«¡Pues ver y desear, señora puta!».
Definición
de amor
¿Rogarla? ¿Desdeñarme? ¿Amarla?
¿Seguirla? ¿Defenderse? ¿Asirla?
¿Airarse?
¿Querer y no querer? ¿Dejar tocarse
ya persuasiones mil
mostrarse firme?
¿Tenerla bien? ¿Probar a desasirse?
¿Luchar entre sus brazos y
enojarse?
¿Besarla a su pesar y ella agraviarse?
¿Probar, y no
poder, a despedirme?
¿Decirme agravios? ¿Reprenderme el gusto?
¿Y en fin, a beaterías
de mi prisa,
dejar el ceño? ¿No mostrar disgusto?
¿Consentir que la aparte la camisa?
¿Hallarlo limpio y encajarlo
justo?
Esto es amor y lo demás es risa.
Definiendo el amor
Es hielo
abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es
un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido
que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar
solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad
encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo,
enfermedad que
crece si es curada.
Éste es el niño
Amor, éste es tu abismo:
mirad cuál amistad tendrá con nada
el que
en todo es contrario de sí mismo.
Dice que el sol templa la nieve...
Miro este monte
que envejece enero,
y cana miro caducar con nieve
su cumbre, que
aterido, oscuro y breve,
la mira el sol, que la pintó primero.
Veo que en
muchas partes, lisonjero,
o regal sus hielos o los bebe;
que
agradecido a su piedad se mueve
el músico cristal, libre y parlero.
Mas en los
Alpes de tu pecho airado
no miro que tus ojos a los míos
regalen,
siendo fuego, el hielo amado.
Mi propia llama
multiplica fríos
y en mis cenizas mesmas ardo helado,
invidiando
la dicha de estos ríos.
El sueño
¿Con qué culpa tan grave,
sueño blando y süave,
pude en largo destierro merecerte,
que se aparte de mí tu olvido manso?
Pues no te busco yo por ser descanso
sino por muda imagen de la muerte.
Cuidados veladores
hacen inobedientes mis dos ojos
a la ley de las horas:
no han podido vencer a mis dolores 10
las noches, ni dar paz a mis enojos.
Madrugan más en mí que en las auroras
lágrimas a este llano,
que amanece a mi mal siempre temprano;
y tanto, que persuade la tristeza
a mis dos ojos, que nacieron antes
para llorar, que para verse sueño.
De sosiego los tienes ignorantes,
de tal manera, que al morir el día
con luz enferma vi que permitía
el sol que le mirasen en Poniente.
Con pies torpes al punto, ciega y fría,
cayó de las estrellas blandamente
la noche, tras las pardas sombras mudas,
que el sueño persuadieron a la gente.
Escondieron las galas a los prados,
estas laderas y sus peñas solas;
duermen ya entre sus montes recostados
los mares y las olas.
Si con algún acento
ofenden las orejas,
es que entre sueños dan al cielo quejas
del yerto lecho y duro acogimiento,
que blandos hallan en los cerros duros.
Los arroyuelos puros
se adormecen al son del llanto mío,
y a su modo también se duerme el río.
Con sosiego agradable
se dejan poseer de ti las flores;
mudos están los males,
no hay cuidado que hable,
faltan lenguas y voz a los dolores,
y en todos los mortales
yace la vida envuelta en alto olvido.
Tan sólo mi gemido
pierde el respeto a tu silencio santo:
yo tu quietud molesto con mi llanto,
y te desacredito
el nombre de callado, con mi grito.
Dame, cortés mancebo, algún reposo:
no seas digno del nombre de avariento,
en el más desdichado y firme amante,
que lo merece ser por dueño hermoso.
Débate alguna pausa mi tormento;
gózante en las cabañas,
y debajo del cielo
los ásperos villanos:
hállate en el rigor de los pantanos,
y encuéntrate en las nieves y en el hielo
el soldado valiente,
y yo no puedo hallarte, aunque lo intenté,
entre mi pensamiento y mi deseo.
Ya, pues, con dolor creo
que eres más riguroso que la tierra,
más duro que la roca,
pues te alcanza el soldado envuelto en guerra;
y en ella mi alma
por jamás te toca.
Mira que es gran rigor: dame siquiera
lo que de ti desprecia tanto avaro,
por el oro en que alegre considera,
hasta que da la vuelta el tiempo claro.
Lo que había de dormir en blando lecho,
y da el enamorado a su señora,
y a ti se te debía de derecho;
dame lo que desprecia de ti agora
por robar el ladrón; lo que desecha
el que envidiosos celos tuvo y llora.
Quede en parte mi queja satisfecha,
tócame con el cuento de tu vara,
oirán siquiera el ruido de tus plumas
mis desventuras sumas;
que yo no quiero verte cara a cara,
ni que hagas más caso
de mí, que hasta pasar por mí de paso;
o que a tu sombra negra por lo menos,
si fueres a otra parte peregrino,
se le haga camino
por estos ojos de sosiego ajenos.
Quítame, blando sueño, este desvelo,
o de él alguna parte,
y te prometo, mientras viere el cielo,
de desvelarme sólo en celebrarte.
En lo penoso de estar enamorado
¡Qué verdadero
dolor,
y qué apurado sufrir!
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro
morir de amor!
¡Qué cuidados a
millares!
¡Qué encuentros de pareceres!
¡Qué limitados placeres,
y qué colmados pesares!
¡Que amor y qué
desamor!
¡Qué ofensas, qué resistir!
¡Qué mentiroso vivir,
qué
puro morir de amor!
¡Qué admitidos
devaneos!
¡Qué amados desabrimientos!
¡Qué atrevidos pensamientos
y qué cobardes deseos!
¡Qué adorado
disfavor!
¡Qué enmudecido sufrir!
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué
puro morir de amor!
¡Qué negociados
engaños
y qué forzosos tormentos!
¡Qué aborrecidos alientos
y
qué apetecidos daños!
¡Y qué esfuerzo
y qué temor!
¡Qué no ver, qué prevenir!
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!
¡Qué enredos,
ansias, asaltos,
y qué conformes contrarios!
¡Qué cuerdos, qué
temerarios!
¡Qué vida de sobresaltos!
Y que no hay
muerte mayor
que el tenerla y no morir.
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!
Estaba una fregona por enero...
Estaba una fregona por enero
metida
hasta los muslos en el río,
lavando paños, con tal aire y brío,
que mil necios traía al retortero.
Un cierto Conde, alegre y placentero,
le preguntó con gracia:
«¿Tenéis frío?»
respondió la fregona:
«Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero.»
El Conde, que era astuto, y supo dónde,
le dijo, haciendo rueda
como pavo,
que le encendiese un cirio que traía.
Y dijo entonces la fregona al Conde,
alzándose las faldas hasta
el rabo:
«Pues sople este tizón vueseñoría.»
Exhorta a los que amaren...
Cargado voy de
mí; veo delante
muerte que me amenaza la jornada;
ir porfiando por
la senda errada,
más de necio será que de constante.
Si por su mal
me sigue ciego amante,
que nunca es sola suerte desdichada,
¡ay!,
vuelva en sí, y atrás; no dé pisada
donde la dio tan ciego caminante.
Ved cuán errado
mi camino ha sido;
cuán sólo y triste, y cuán desordenado,
que
nunca así le anduvo pie perdido;
pues por no
desandar lo caminado,
viendo delante y cerca fin temido,
con pasos
que otros huyen, le he buscado.
Fluctuando en los
cabellos de Lisi
En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y
pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas
generoso.
Leandro en mar
de fuego proceloso,
su amor ostenta, su vivir apura;
Icaro en
senda de oro mal segura
arde sus alas por morir glorioso.
Con pretensión
de fénix, encendidas
sus esperanzas, que difuntas lloro,
intenta
que su muerte engendre vidas.
Avaro y rico, y
pobre en el tesoro,
el castigo y la hambre imita a Midas,
Tántalo
en fugitiva fuente de oro.
Fue sueño ayer, mañana será tierra...
Fue sueño ayer, mañana será tierra.
¡Poco antes nada, y poco después humo!
¡Y destino ambiciones, y
presumo
apenas punto al cerco que me cierra!
Breve combate de
importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo,
y mientras con mis armas me
consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.
Ya no es ayer,
mañana no ha llegado;
hoy pasa y es y fue, con movimiento
que a la
muerte me lleva despeñado.
Azadas son la hora y el momento
que a jornal de mi pena y mi
cuidado
cavan en mi vivir mi monumento.
Las gracias de la que
adora...
Esa color de
rosa y de azucena
y ese mirar sabroso, dulce, honesto,
y ese
hermoso cuello, blanco, inhiesto,
y boca de rubíes y perlas llena;
la mano
alabastrina que encadena
al que más contra Amor está dispuesto,
y
el más libre y tirano presupuesto
destierra de las almas y enajena.
Era rica y
hermosa primavera,
cuyas flores de gracias y hermosura
ofendellas
no puede el tiempo airado;
son ocasión que
viva yo y que muera,
y son de mi descanso y mi ventura
principio y
fin, y alivio del cuidado.
Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!
Las leyes con
que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.
El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.
No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.
Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.
Letrilla lírica
¿De qué sirve presumir,
rosal, de buen parecer,
si aun no acabas de nacer
cuando
empiezas a morir?
Hace llorar y reír
vivo y muerto tu arrebol
en un día o en
un sol:
desde el Oriente al ocaso
va tu hermosura en un paso,
y en
menos tu perfección.
Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues
serán mañana espinas
las que agora rosas son.
No es muy grande la ventaja
que
tu calidad mejora:
si es tu mantilla la aurora,
es la noche tu mortaja.
No hay
florecilla tan baja
que no te alcance de días,
y de tus caballerías,
por
descendiente de la alba,
se está riendo la malva,
cabellera de un terrón.
Rosal,
menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las
que agora rosas son.
Letrilla satírica
Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
de
contino anda amarillo.
Que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero
poderoso caballero
es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
donde el
mundo le acompaña;
viene a morir en España,
y es en Génova enterrado.
Y pues
quien le trae al lado
es hermoso, aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don
Dinero.
Es galán y es como un oro,
tiene quebrado el color
persona de gran valor,
tan cristiano como moro.
Pues que da y quita el decoro
y
quebranta cualquier fuero
poderoso caballero
es don Dinero.
Son sus padres
principales,
y es de nobles descendientes,
porque en las venas de Oriente
todas las sangres son reales.
Y pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero
poderoso
caballero
es don Dinero.
Mas ¿a quién no maravilla
ver en su
gloria, sin tasa,
que es lo menos de su casa
doña Blanca de Castilla?
Pero
pues da al bajo silla
y al cobarde hace guerrero
poderoso caballero
es don Dinero.
Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales,
que sin sus escudos reales
no hay escudos de armas dobles.
Y pues a los mismos robles
da codicia su minero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Por importar en los
tratos
y dar tan buenos consejos,
en las casas de los viejos
gatos
le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don Dinero.
Y es tanta su majestad
(aunque son sus
duelos hartos)
que con haberle hecho cuartos,
no pierde su autoridad.
Pero
pues da calidad
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las
caras de un doblón
hacen sus caras baratas.
Y pues las hace bravatas
desde una
bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Más valen en cualquier
tierra
(mirad si es harto sagaz)
sus escudos en la paz
que rodelas
en la guerra.
Y pues al pobre le entierra
y hace propio al forastero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Llanto,
presunción, culto y tristeza amorosa
Esforzaron mis ojos la corriente
de este, si fértil, apacible
río;
y cantando frené su curso y brío:
¡tanto puede el dolor en un
ausente!
Miréme incendio en esta clara fuente
antes que la prendiese yelo
frío,
y vi que no es tan fiero el rostro mío
que manche, ardiendo,
el oro de tu frente.
Cubrió nube de incienso tus altares,
coronélos de espigas en
manojos,
sequé, crecí con llanto y fuego a Henares.
Hoy me fuerzan mi pena y tus enojos
(tal es por ti mi llanto) a
ver dos mares
en un arroyo, viendo mis dos ojos.
Mil veces callo que romper deseo...
Mil veces callo
que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y
movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo;
anda cual
velocísimo correo
por dentro al alma el suelto pensamiento
con
alto y de dolor lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo
Orfeo.
No halla la
memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que
la voluntad viva segura:
cuanto en mí
hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto
inconsolable,
desdén del Cielo, error de la ventura.
Miré los muros de la patria mía...
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya
desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca
ya su valentía.
Salíme al
campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del
monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi
casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi
báculo, más corvo y menos fuerte.
Vencida de la
edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no
fuese recuerdo de la muerte.
Piedra soy en sufrir pena y cuidado...
Piedra soy en sufrir pena y cuidado
y cera en el querer enternecido,
sabio en amar dolor tan bien nacido,
necio en ser en mi daño porfiado,
medroso en no vencerme acobardado,
y valiente en no ser de mí vencido,
hombre en sentir mi mal, aun sin sentido,
bestia en no despertar desengañado.
En sustentarme entre los fuegos rojos,
en tus desdenes ásperos y fríos,
soy salamandra, y cumplo tus antojos;
y las niñas de aquestos ojos míos
se han vuelto, con la ausencia de tus ojos,
ninfas que habitan dentro de dos ríos.
Preso en los laberintos del amor...
Tras arder
siempre, nunca consumirse,
y tras siempre llorar, nunca acosarme;
tras tanto caminar, nunca cansarme,
y tras siempre vivir, jamás
morirme;
después de
tanto mal, no arrepentirme;
tras tanto engaño, no desengañarme;
después de tantas penas, no alegrarme,
y tras tanto dolor, nunca
reírme;
en tantos
laberintos, no perderme,
ni haber tras tanto olvido recordado,
¿qué fin alegre puede prometerme?
Antes muerto
estaré que escarmentado;
ya no pienso tratar de defenderme,
sino
de ser de veras desdichado.
¿Qué captas,
noturnal, en tus canciones?
¿Qué captas,
noturnal, en tus canciones,
Góngora bobo, con crepusculallas,
si
cuando anhelas más garcivolallas,
las reptilizas más y subterpones?
Microcósmote
Dios de inquiridiones,
y quieres te investiguen por medallas
como
priscos, estigmas o antiguallas,
por desitinerar vates tirones.
Tu
forasteridad es tan eximia,
que te ha de detractar el que te rumia,
pues ructas viscerable cacoquimia,
farmacofolorando como numia,
si estomacabundancia das tan nimia,
metamorfoseando el arcadumia.
¡Fue sueño
ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!
Breve combate
de importuna guerra,
en mi defensa soy peligro sumo;
y mientras
con mis armas me consumo
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.
Ya no es ayer;
mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a
la muerte me lleva despeñado.
Azadas son la
hora y el momento,
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en
mi vivir mi monumento.
Qué imagen de la muerte rigurosa...
¿Qué imagen de la muerte rigurosa,
qué sombra del infierno me
maltrata?
¿Qué tirano cruel me sigue y mata
con vengativa mano
licenciosa?
¿Qué fantasma, en la noche temerosa,
el corazón del sueño me
desata?
¿Quién te venga de mí, divina ingrata,
más por mi mal que
por tu bien hermosa?
¿Quién, cuando, con dudoso pie y incierto,
piso la soledad de
aquesta arena,
me puebla de cuidados el desierto?
¿Quién el antiguo son de mi cadena
a mis orejas vuelve, si es tan
cierto,
que aun no te acuerdas tú de darme pena?
Quejarse
en las penas del amor debe ser permitido
y no profana el secreto
Arder sin voz de estrépito doliente
no puede el tronco duro
inanimado;
el roble se lamenta, y, abrasado,
el pino gime al
fuego, que no siente.
¿Y ordenas, Floris, que en tu llama ardiente
quede en muda ceniza
desatado
mi corazón sensible y animado,
víctima de tus aras
obediente?
Concédame tu fuego lo que al pino
y al roble les concede voraz
llama:
piedad cabe en incendio que es divino.
Del volcán que en mis venas se derrama,
diga su ardor el llanto
que fulmino;
mas no le sepa de mi voz la Fama.
Quéjase de lo esquivo de su
dama
El amor
conyugal de su marido
su presencia en el pecho le revela;
teje de
día en la curiosa tela
lo mismo que de noche ha destejido.
Danle combates
interés y olvido,
y de fe y esperanza se abroquela,
hasta que
dando el viento en popa y vela,
le restituye el mar a su marido.
Ulises llega,
goza su querida,
que por gozarla un día dio veinte años
a la misma
esperanza de un difunto.
Mas yo sé de
una fiera embravecida
que veinte mil tejiera por mis daños,
y al
fin mis daños son no verme un punto.
Rendimiento del amante desterrado
Éstas son y serán ya las postreras
lágrimas que, con fuerza de
voz viva,
perderé en esta fuente fugitiva,
que las lleva a la sed
de tantas fieras.
¡Dichoso yo
que, en playas extranjeras,
siendo alimento a pena tan esquiva,
halle muerte piadosa, que derriba
tanto vano edificio de quimeras!
Espíritu
desnudo, puro amante,
sobre el sol arderé, y el cuerpo frío
se
acordará de Amor en polvo y tierra.
Yo me seré
epitafio al caminante,
pues le dirá, sin vida, el rostro mío:
"Ya
fue gloria de Amor hacerme guerra."
Reprende a una adúltera la
circunstancia de su pecado
Sola en ti, Lesbia, vemos ha perdido
El adulterio la vergüenza al
Cielo,
Pues licenciosa, libre, y tan sin velo
Ofendes la paciencia
del sufrido.
Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
No sirvas a su ausencia
de libelo;
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado se
precia de escondido.
No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien estén
notados
De los pocos que son tus enemigos.
Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los
testigos
De tus pecados más que tus pecados.
Retrato no vulgar de Lisi
Crespas hebras, sin ley desenlazadas,
en un tiempo tuvo entre las
manos Midas;
en nieve estrellas negras encendidas,
y cortésmente
en paz de ella guardadas. ~
Rosas a abril y mayo anticipadas,
de la injuria del tiempo
defendidas;
auroras en la risa amanecidas,
con avaricia del clavel
guardadas.
Vivos planetas de animado cielo,
por quien a ser monarca Lisi
aspira
de libertades, que en sus luces ata.
Esfera es racional, que
ilustra el suelo,
en donde reina el Amor cuanto ella mira,
y en donde vive Amor
cuanto ella mata.
Si quien ha de pintaros ha de veros...
Si
quien ha de pintaros ha de veros,
y no es posible sin cegar miraros,
¿quién será poderoso a retrataros,
sin ofender su vista y ofenderos?
En nieve y rosas quise floreceros;
mas fuera honrar las rosas y agraviaros;
dos luceros por ojos quise daros;
mas ¿cuándo lo soñaron los luceros?
Conocí el imposible en el bosquejo;
mas vuestro espejo a vuestra lumbre propia
aseguró el acierto en su reflejo.
Podráos él retratar sin luz impropia,
siendo vos de vos propia, en el espejo,
original, pintor, pincel y copia.
Soneto amoroso
Si
dios eres, Amor, ¿cuál es tu cielo?
Si señor, ¿de qué renta y de qué
estados?
¿Adónde están tus siervos y criados?
¿Dónde tienes tu
asiento en este suelo?
Si
te disfraza nuestro mortal velo,
¿cuáles son tus desiertos y
apartados?
Si rico, ¿do tus bienes vinculados?
¿Cómo te veo
desnudo al sol y al yelo?
¿Sabes qué me parece, Amor, de aquesto?
Que el pintarte con alas y
vendado,
es que de ti el pintor y el mundo juega.
Y
yo también, pues sólo el rostro honesto
de mi Lisis así te ha
acobardado,
que pareces, Amor, gallina ciega.
Vejamen del ratón al caracol
Riéndose está el ratón,
en el umbral de su cueva,
del caracol
ganapán,
que va con su casa a cuestas.
Y viendo como arrastrando
por su corcova la lleva,
muy camello de poquito,
le dijo de esta
manera:
“Dime, cornudo vecino,
de un cuerno en que tú te hospedas,
¿qué callo de pie trazó
una alcoba tan estrecha?
Tú vives
emparedado,
sin castigo o penitencia,
y, hecho chirrión de tu
casa,
la mudas y la trasiegas.
Vestirse de un edificio
invención de sastre es nueva:
tú, albañil enjerto en sastre,
te
vistes y te aposentas.
El vivir un lobanillo,
es de pobre y de
materia;
y nunca salir de casa,
de persona muy enferma.
Verruga
andante pareces,
que ha producido la tierra;
muy preciado de que
todo
sólo tú un palacio llenas.
Si te viniese algún güésped,
¿qué aposento le aparejas
tú, que en la mano de un gato,
por no
admitirle, te encierras?
Yo te llevaré a la corte,
en donde no te
defienda
de tercera parte o güésped
tu casilla tan estrecha.
¿No te fuera más descanso
andarte por estas selvas,
y en estos
agujerillos
tener tu cama y tu mesa?
Riéndose están de ti
los
lagartos en las peñas,
los pájaros en los nidos,
las ranas en las acequias.
Esa casa es tu mortaja:
de buena
cosa te precias,
pues vives el ataúd,
donde es forzoso que mueras.
De una fábrica presumes
que Vitrubio no la entienda;
y si vale un
caracol,
en dos ninguna la precia.
Y citar puedo a Vitrubio,
porque soy ratón de letras,
que en casa de un arquitecto,
comí a
Viñola una nesga.
Sacar los cuernos al sol,
ningún marido lo
aprueba,
aunque de ellos coma; y tú
muy en ayunas los muestras.
Dirás que me caza el gato,
con todas estas arengas;
¿y a ti no te
echan la uña
los viernes y las cuaresmas?
¿No te guisan y te comen
entre abadejo y lentejas?
¿Y hay, después de estar guisado,
alfiler que no te prenda?
Pero de matraca baste,
que yo espero
gran respuesta;
y, aunque soy más cortesano,
me he de correr más
aprisa.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...