"Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo... "
"Espumas"
Goyo Domínguez
Reseña biografica
Poeta chileno nacido en
Lebu, Arauco, en 1917.
Estudió Derecho y Literatura en el Instituto
Pedagógico de la Universidad de Chile. Fue profesor de Estética Literaria
y Jefe del Departamento de Castellano en la Universidad de Concepción.
Ejerció la docencia en Utah, EE.UU., Alemania
y Venezuela. Organizó a partir de 1958 los famosos Congresos de Escritores
en Concepción, reuniendo lo más selecto
de la literatura latinoamericana. Fue diplomático en China y Cuba.
Perteneció al grupo surrealista reunido en torno a la
Revista Mandrágora, 1938 - 1943.
Recibió numerosos premios
internacionales, entre los que se cuentan:
Premio Sociedad de Escritores de Chile por
«poesia Inédita» 1946, Premio Reina Sofía de poesia de España,
Premio Octavio Paz de México y
José Hernández
de Argentina, además del Premio Nacional de Literatura de Chile en
1992 y del Premio Cervantes de Literatura 2003.
Luego de una corta enfermedad, falleció el 25 de abril de 2011. ©
¿A qué mentirnos?
A unas muchachas que
hacen eso en lo oscuro
Acorde clásico
Al silencio
Asma es amor
Baudeleriana
Carbón
Celia
Carmen Cárminis
Carta del suicida
Carta para volvernos a ver
Cítara mía, hermosa...
Código del obseso
De la liviandad
Del sentido...
Desde mi infancia
vengo mirándolas, oliéndolas...
Dos sillas a la orilla del mar
El fornicio
Enigma de la deseosa
Fax con ventolera...
Instantánea
La
concubina
La errata
La loba
La palabra placer, cómo corría larga y
libre por tu cuerpo...
La
piedra
La
preñez
La salvación
La sutura
Las
hermosas
Las pudibundas
Latín y jazz
Los
amantes
Los cómplices
Los días van tan rápidos en la corriente
oscura que toda salvación...
Mariposas para Juan Rulfo
Mnemosyné
Morbo y aura del mal
Muchachas
Olfato
Oriana
Orquídea en el gentío
Oscuridad hermosa
Pareja acostada en esa cama
china largamente remota
Pareja humana
Perdí mi juventud en los burdeles...
Playa con andróginos
Qedeshim Qedeshoth
¿Qué se ama cuando se ama?
Renata
Requiem de la mariposa
Retrato de mujer
Tacto y error
Tomad vuestro teléfono...
Tres rosas amarillas
Vocales para Hilda
¿A qué mentirnos?
Vivimos, gran Quevedo,
vivimos tiempo que ni se detiene, ni
tropieza, ni vuelve.
¿A qué mentirnos con la
llama del perfume, con la noche moderna
de los cinematógrafos, antesalas
terrestres del sepulcro?
Pongamos desde hoy el instrumento en nuestras
manos.
Abramos con paciencia nuestro nido para que nadie nos arroje por
lástima al reposo.
Cavemos cada tarde el agujero después de haber ganado
nuestro pan.
Que en esa tierra hay hueco
para todos: los pobres y los ricos.
Porque en la tierra hay un regalo
para todos:
los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
Caen de
bruces. Caen de cabeza o sentados.
Por donde más les pesa su persona,
todos caen y caen.
Aunque el cajón sea lustroso o de cristal. Aunque las
tablas
sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.
Todos caen y caen, y van
perdiendo el bulto en su caída,
¡hasta que son la tierra milenaria y
primorosa!
A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro
Bésense en la boca,
lésbicas
baudelerianas, árdanse, aliméntense
o no por el tacto rubio
de los pelos, largo
a largo el hueso gozoso, vívanse
la una a la otra en la sábana
perversa,
y
áureas y serpientes ríanse
del vicio en el
encantamiento flexible, total
está lloviendo
peste por todas partes de una costa
a otra de la Especie, torrencial
el semen ciego en su granizo
mortuorio
del Este lúgubre
al Oeste, a juzgar
por el sonido y la furia del
espectáculo.
Así,
equívocas doncellas, húndanse, acéitense
locas
de alto a bajo, jueguen
a eso, ábranse al abismo, ciérrense
como dos grandes orquídeas,
diástole y sístole
de un mismo espejo.
De ustedes
se dirá que amaron la trizadura.
Nadie va a hablar de belleza.
Acorde
clásico
Nace de nadie el ritmo, lo echan desnudo y llorando
como el mar, lo mecen las estrellas, se adelgaza
para pasar por el latido precioso
de la sangre, fluye, fulgura
en el mármol de las muchachas, sube
en la majestad de los templos, arde en el número
aciago de las agujas, dice noviembre
detrás de las cortinas, parpadea
en esta página.
Al silencio
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no
bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se
hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas
partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y
no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más
oscuro.
Asma es amor
A Hilda, mi centaura
Más que por la A de amor
estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única
anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas
tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies
hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me
entiendes: asma
es amor.
Baudeleriana
Astucias que le son y astucias que no le son
dijera Ovidio: los tacones
le son, ojalá altos, lo bestial
visible, los pezones, no importa
lo
exiguo del formato, el beso
bien pintado, parisino
el aroma, azulosos
sin exceso los párpados, sigiloso
el zarpazo drogo y longilíneo
de su
altivez, visionario
el fulgor, especialmente eso, visionario el fulgor.
Y claro, áureos los centímetros
ciento setenta del encanto
del
tobillo a las hebras
torrenciales del pelo. -"Piénsese
irrumpe
entonces a esa altura Borges con asfixia, ¿quién
sino el Aleph pudiera
entera esquiza y
bestia así olfatear, besarla en el hocico,
durarla,
perdurarla en su enigma, airearla,
mancharla por lo hondo hasta serla, al
galope
tendido del tedio? ¿Quién,
especialmente eso, la hartara?"
Especialmente nada, muchachos, ¡videntes
de otra edad! ¡Borges,
Publio Ovidio!, nada: lo cierto
es que no hay nada, salvo
cada 28,
sangre
de parir y ese es el juego. De ahí vinimos viniendo los
poetas
malheridos aullando
mujer, gimiendo
hermosura, Eternidad
que no se
ve: especialmente eso, muchachos,
que no se ve.
París, Noviembre 2003
Carbón
Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebú en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.
Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.
Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.
Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.
Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.
Carmen Cárminis
-Favor, dónde se fabrican por aquí versos con
hélade y lujuria
para que vibren transparentes?
-Dos
casas más allá pasado ese hueco
donde se ve ese otro hueco de aire con
dalias originales de entonces, ahí
justo a la izquierda doblando
detrás del puente
del que no queda vestigio, ahí mismo a un metro
hay una carpintería etrusca: de ahí
-arterias y mármol, alta, los pies
desnudos- salió la muchacha hace tres mil,
que no ha muerto.
Eso me lo dijo personalmente a mí Catulo en Sirmione
el 95, Garda sul Lago.
Carta del suicida
Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
Por que ella sale y entra
como una bala loca,
Y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople
el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
Y el
estomago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
O me levante, y me hunda de cabeza en el día
Como una
piedra bajo la corriente cambiante.
Así toque mi citara para engañarme, así
Se habrá una puerta y entren
diez mujeres desnudas,
Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
Unas sobre otras hasta consumirse.
Juro que ella perdura porque ella sale y entra
Como una bala loca,
Me sigue a donde voy y me sirve de hada.
Carta para volvernos a ver
Escrita en el mar, el
25-X-58, entre las 2 y las 5 de la mañana, a bordo del "Laennec",
Navifrance, por la ruta del Atlántico norte. No publicada hasta la fecha.
Lo feo fue quererte, mi
Fea, conociendo cuánta víbora
era tu sangre, lo monstruoso
fue oler
amor debajo de tu olorcillo a hiena, y olvidar
que eras bestia, y no a
besos sino a cruel mordedura
te hubiera, en pocos meses, lo vicioso y
confuso
descuerado, y te hubiera en la mujer más bella ¡por Safo!
convertido.
Porque, vistas las cosas
desde el mar, en el frío de la noche oceánica
y encima de este barco de
lujo, con mujeres francesas y espumosas,
y mucha danza, y todo, no hay
ninguna
cuyo animal, oh Equívoca, tenga más desenfreno en su fulgor
antes de ti, después de ti. No hay ojos verdes
que se parezcan tanto a la
ignominia.
Ignominia es tu sangre,
Burguesilla: lo turbio que te azota por dentro,
remolino viscoso de miedo y de lujuria, corrupción
de todo lo materno que
es la mujer. ¡Acuérdate, Malparida, de aquella pesadilla!
No hay trampa
que te valga cuando tiritas y entras al gran baile del muro
donde se te
aparecen de golpe los pedazos de la muerte.
No te perdono, entiéndeme,
porque no me perdono, porque el mar
-por hermoso que sea- no perdona al
cadáver: lo rechaza y lo arroja
como inútil estiércol.
Muerta estás y aun entonces, cuando dormí contigo,
dormí con una máquina
de parir muertos. Nadie podrá lavar mi boca sino el
áspero océano,
Mujer y No-mujer, de tu beso vicioso.
Lástima de hermosura. Si
hoy te falta de madre justo lo que te sobra
de ramera
y de sábana en sábana, desnuda, vas riendo
y sin embargo
empiezas a llorar en lo oscuro cuando no te oye nadie,
es posible, es
posible que descubras tu estrella por el viejo ejercicio
del amor, es
posible que tanta espuma inútil
pierda su liviandad, se integre en la
corriente, vuelva al coro del Ritmo.
Tal vez el largo oleaje de
esta carta te aburra, todo este aire solemne,
pero el Ritmo ha de ser
océano profundo
que al hombre y la mujer amarra y desamarra
nadie sabe
por qué y, es curioso, yo mismo
no sé por qué te escribo con esta mano, y
toco
tu rara desnudez terrible todavía.
No hablemos ya de mayo ni
de junio, ni hablemos
del gran mes, mi Amorosa, que construyó en diamante
tu figura
de amada y sobreamada, por encima del cielo, en el volcán
de
aquel Chillán de Chile que vivimos los dos, y eternizamos,
silenciosos,
seguros de ser uno en el vuelo.
No. Bajemos de ahí, mi
Sangrienta, y entremos al agosto mortuorio:
crucemos los horribles
pasadizos
de tus vacilaciones, volvamos al teléfono
que aún estará
sonando. Volemos en aviones a salvar
los restos de Algo, de Alguien que
va a morir, mi Dios, descuartizado.
Digamos bien las cosas. No
es justo que metamos a ningún Dios en esto.
Cínicos y quirúrgicos, los
dos, los dos mentimos.
Tú, la más Partidaria de la Verdad, negaste la
vida hasta sangrar
contra la Especie (¿Es mucho cinco mil cuatrocientas
criaturas por hora...?)
Los dos, los dos cortamos las primeras, las finas
raíces sigilosas del que quiso venir
a vemos, y a besamos, y a juntamos
en uno.
Miro el abismo al fondo de
este espejo quebrado, me adelanto a lo efímero
de tus días rientes y otra
vez no eres nada
sino un color difícil de mujer vuelta al polvo
de la
vejez. Adiós. Hueca irás. Vivirás
de lo que fuiste un día quemada por el
rayo del vidente.
Mortal contradictorio:
cierro esta carta aquí,
este jueves atlántico, sin Júpiter ni estrella.
No estás. No estoy. No estamos. Somos, y nada más.
Y océano,
y océano,
y únicamente océano.
Celia
1
Y nada de lágrimas; esta mujer que cierran hoy
en su transparencia, ésta que guardan
en la litera ciega del muro
de cemento, como loca encadenada
al catre cruel en el dormitorio sin aire, sin
barquero ni barca, entre desconocidos sin rostro, ésta
es
únicamente la
Única
que nos tuvo a todos en el cielo
de su preñez.
Alabado
sea su vientre.
2
Y nada, nada más; que me parió y me hizo
hombre, al séptimo parto
de su figura de marfil
y de fuego,
en el rigor
de la pobreza y la tristeza,
y supo
oír en el silencio de mi niñez el signo,
el Signo
sigiloso
sin decirme
nunca
nada.
Alabado
sea su parto.
3
Que otros vayan por mí ahora
que no puedo, a ponerte
ahí los claveles
colorados de los Rojas míos, tuyos,
hoy
trece doloroso de tu martirio,
los
de mi casta que nacen al alba
y renacen; que vayan a ese muro por nosotros, por Rodrigo
Tomás, por Gonzalo hijo, por Alonso; que vayan
o no, si prefieren,
o que oscura te dejen
sola,
sola con la ceniza
de tu belleza
que es tu resurrección, Celia
Pizarro,
hija, nieta de Pizarros
y Pizarros muertos, Madre;
y vengas tú
al exilio con nosotros, a morar como antes en la gracia
de la fascinación recíproca.
Alabado
sea tu nombre para siempre.
Cítara mía, hermosa...
Cítara mía, hermosa
muchacha tantas veces gozada en mis festines
carnales y frutales,
cantemos hoy para los Angeles,
toquemos para Dios este arrebato
velocísimo,
desnudémonos ya, metámonos adentro
del beso más furioso,
porque el cielo nos mira y se complace
en nuestra libertad de animales
desnudos.
Dame otra vez tu cuerpo,
sus racimos oscuros para que de ellos mane
la luz, deja que muerda tus
estrellas, tus nubes olorosas,
único cielo que conozco, permíteme
recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas,
para que el
mismo Dios vaya con mi semilla
como un latido múltiple por tus venas
preciosas
y te estalle en los pechos de mármol y destruya
tu armónica
cintura, mi cítara, y te baje a la belleza
de la vida mortal.
Código del obseso
1) Busco un pelo; entre lo
innumerable de este Mundo
busco un pelo
disperso en la quebrazón, longilíneo
de doncellez
correspondiente a grande figura
de muchacha grande, pies
castísimos con uñas pintadas
por el
rey, airosos los muslos
de la esbeltez dual, en ascenso
más bien secreto, de pubis
a
axila, a cabellera
torrencial tras lo animal del número
ronco de ser,
busco un pelo
2) espléndido de mujer
espléndida, clásica,
músico
de tacto preferiblemente intrépido
de Boticelli, áureo
y
corrupto de exactitud, castaño
de fulgor, finísimo, de alto a
bajo
busco un pelo
3) unigénito, seco de
aroma,
entre el aire y el descaro
del aire, ni rey
a remolque de esta invención, ni tamaña
concubina
venusina, flaco
y cínico:
-Galaxias
no me quiten el sol. Pajar del cielo:
lo que busco es un
pelo.
De la liviandad
Volviendo sobre una línea
de Cortázar, las mujeres
cómo recaen. Man Ray
hizo la foto: lomo
largo
con todas las vértebras preciosas a la vista y ella cayendo
flexible en el encantamiento, flaca
la pelirroja, lista
para
la otra pasarela del placer, los tirantes
por allá, las medias disparadas, y algo más lejos
en la otra
punta de la alfombra los dos
zapatos altísimos sin nadie muertos de amor, tristísimos
y
viudísimos de ella pidiéndole frenéticos que no,
que su cuerpo blanco no, que no se entregue
a la usurpación, que
vuelva
como en el tango, que
no. -Cierren
finas las cortinas.
Del sentidoMuslo lo que
toco, muslo
y pétalo de mujer el día, muslo
lo blanco de lo
traslúcido, U
y mas U, y mas y más U lo último
debajo de lo último,
labio
el muslo en su latido
nupcial, y ojo
el muslo de verlo todo,
y Hado,
sobre todo Hado de nacer, piedra
de no morir, muslo:
leopardo tembloroso.
Desde mi
infancia vengo mirándolas, oliéndolas...
Desde mi infancia vengo
mirándolas, oliéndolas,
gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,
reír, dormir, vivir;
fealdad y belleza devorándose, azote
del planeta,
una ráfaga
de arcAngel y de hiena
que nos alumbra y enamora,
y nos
trastorna al mediodía, al golpe
de un íntimo y riente chorro ardiente.
Dos sillas a la orilla del
mar
La abruma a la silla la libertad con que la mira
la otra en la playa,
tan adentro
como escrutándola y
violándola en lo abierto
de la
arena sucia al amanecer, rotas las copas
de ayer domingo, la abruma
a
la otra
la una.
Palo y lona son de cuanto fueron
anoche en el festín, palo y lona
las dos despeinadas que a lo mejor bailaron blancas
y bellísimas hasta
que la otra
comió en la una y la una
en la otra por liviandad y vino
Zeus
y las desencarnó como a dos burras
sin alcurnia y ahí mismo
las filmó hasta el fin del Mundo tiesas, flacas,
ociosas.
El fornicio
Te besaré en la punta
de las pestañas y en los pezones,
te turbulentamente besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de
individua blanca, tacara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te
dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis... ¿Qué más
te dijera por dentro?
¿griega,
mi egipcia, romana
por el mármol?
¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de
morir
con todos los pétalos abiertos,
tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?
Te
oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te
todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la
inmensidad
insaciable de la lascivia,
riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el
opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar las esferas
estallantes como
Pitágoras,
te lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
para el sol,
fálicamente mía,
¡te amara!
Enigma de la deseosa
Muchacha imperfecta
busca hombre imperfecto
de 32, exige lectura
de Ovidio, ofrece:
a) dos pechos de paloma,
b) toda su piel liviana
para los besos, c) mirada
verde para
desafiar el infortunio
de las tormentas;
no va a las casas
ni tiene teléfono, acepta
imantación por
pensamiento. No es Venus;
tiene la voracidad de Venus.
Fax con ventolera...Fax con
ventolera
y una rosa, hoy
salió de esto Rojas
-Gonzalo como le pusieron en el agua-, iba
solo, no hay
epitafio que escribir en cuanto a su suerte, ni
cuerpo que
respirar, escasamente
se dirá de él que vino
rápido y ha salido,
que ya no está
entonces, que
no hay estrellas para él, que carnalmente
va encima del vidrio
que lo encarcela una rosa
a modo de instrumento de perdición, que ha salido
y eso es todo.
Instantánea
El dragón es un animal
quimérico, yo soy un dragón
y te amo,
es decir amo tu nariz, la
sorpresa
del zafiro de tus ojos,
lo que más amo es el zafiro de tus
ojos;
pero lo que con evidencia
me muslifica son tus muslos
longilíneos cuyo formato me vuela
sexo y
cisne a la vez aclarándome lo perverso
que puede ser la rosa, si hay rosa
en la palpación, seda, olfato
o, más que olfato y seda,
traslación
de un sentido a otro, dado lo inabarcable
de la pintura
entiéndase
por lo veloz de la tersura
gloriosa y gozosa que hay en ti,
de la mariposa,
así pasen los años como
sonaba bajo el humo el célebre
piano de marfil en la película; ¿qué fue
de Humphrey Bogart y aquella alta copa nórdica
cuya esbeltez era como una
trizadura: qué fue
del vestido blanco?
Décadas de piel. De repente
el hombre es décadas de piel, urna
de frenesí y
perdición, y la aorta
de vivir es tristeza,
de repente yo mismo soy tristeza;
entonces es cuando hablo
con tus rodillas y me encomiendo
a un vellocino así más durable
que el
amaranto, y ahondo en tu amapola con
liturgia y desenfreno,
entonces
es cuando ahondo en tu amapola,
y entro en la epifanía de la inmediatez
ventilada por la lozanía, y soy tacto
de ojo, apresúrate, y escribo
fósforo si
veo simultáneamente de la nuca al pie
equa y alquimia.
La concubina
1. Éste es el diálogo último: hasta aquí
estoy oyendo el remezón
de tu risotada
con emputecimiento y todo,
en la guerra
se gana o se pierde y yo perdí,
y tú perdiste igual, no
hay pelitos recónditos
que suavicen el enigma: útero es útero y falo es falo, no hay
aura ni distinción, ni mucho menos Danza,
haces tu número
en la feria y te vas, todo es comercio de hombre
y de
mujer, no hay pelitos recónditos y uno es todos sus animales
a la vez y por lo visto quién engaña a quién, ésta es la bestia
-tú y yo- que somos.
2. De esto se pare y se
muere, la guerra es ésta,
dejemos los sentidos para ocasiones más
olorosas, el beso lo dejemos para el dialecto
delicado y
concubino, ésta es la fiereza, mi rey, acuéstese
de una vez en este hueco de placer:
de ahí saldrá más entero
3. que de adentro de su madre.
Usted es un arrepentido
y un lastimado, lo que no corresponde a un rey
por mucho que
haya engendrado en cuanto rey tan alta dinastía:
tres semanas de arrullo bastan, lo que le falta a usted
es
cuchillo y sangre de cuchillo para cortar abajo
el tajo,
de la putrefacción a la ilusión.
La errata
Señores del jurado, ahí les mando de vuelta en
automóvil nupcial a esa
mujer
que no me es, escasa
de encantamiento, puro pelo
ronco abajo,
ahí van
las dos ubres testigas ya usadas
por múltiple palpación
sucia de otras neutras de su especie
que no dan para calipigias, la
errata
fue el chorro kármico, la vileza
de esas dos noches en mis
sábanas, ahí también
van las dos sábanas coloradas de vergüenza, incluyo
por último 3 o 4 rosas blancas,
pónganlas
en el florero de vidrio por
mera distinción
a la fragancia mortuoria. Avísenme
si fue Zeus el que
hiló la torcedura
de ese hilo o no más la Parca. Firmado:
Calímaco.
La loba
Unos
meses la sangre se vistió con tu hermosa
figura de muchacha, con tu pelo
torrencial, y el sonido
de tu risa unos meses me hizo llorar las ásperas
espinas
de la tristeza. El mundo
se me empezó a morir como un niño en
la noche,
y yo mismo era un niño con mis años a cuestas por las calles, un
Angel
ciego, terrestre, oscuro,
con mi pecado adentro, con tu belleza
cruel, y la justicia
sacándome los ojos por haberte mirado.
Y tú volabas libre, con tu peso ligero sobre el mar, oh mi diosa,
segura, perfumada,
porque no eras culpable de haber nacido hermosa, y la
alegría
salía por tu boca como vertiente pura
de marfil, y bailabas
con tus pasos felices de loba, y en el vértigo
del día, otra muchacha
que salía de ti, como otra maravilla
de lo maravilloso, me escribía una
carta profundamente triste,
porque estábamos lejos, y decías
que me
amabas.
Pero los meses vuelan como vuelan los días, como vuelan
en un vuelo
sin fin las tempestades,
pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
todo lo que elegimos hasta que nos quedamos
solos, definitivos,
completamente solos.
Quédate ahí, muchacha. Párate ahí, en el giro
del baile, como
entonces, cuando te vi venir, mi rara estrella.
Quiero seguirte viendo
muchos años, venir
impalpable, profunda,
girante, así, perfecta, con
tu negro vestido
y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
y esa
cintura.
Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
o en luz, pero te digo que
subirás con éste y no con otro:
con éste que ahora te habla de vivir para
siempre
tú subirás al sol, tú volverás
con él y no con otro, una tarde
de junio,
cada trescientos años, a la orilla del mar,
eterna,
eternamente con él y no con otro.
La palabra placer, cómo corría larga y libre
por tu cuerpo...La palabra
placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo
la palabra placer
cayendo del destello de tu nuca, fluyendo
blanquísima por lo vertiginoso
oloroso de
tu espalda hasta lo nupcial de unas caderas
de cuyo arco
pende el Mundo, cómo lo
músico vino a ser marmóreo en la
esplendidez
de tus piernas si antes hubo
dos piernas amorosas así considerando
claro el encantamiento de los tobillos que son
goznes que son aire que
son
partícipes de los pies de Isadora
Duncan la que bailó en la playa
abierta para Serguei
Iesénin, cómo
eras eso y más para mí, la
danza, la contradanza, el gozo
de olerte ahí tendida recostada en tu
ámbar contra
el espejo súbito de la Especie cuando te vi
de golpe,
¡con lo lascivo
de mis dedos te vi!
la arruga errónea, por decirlo, trizada en
lo simultáneo de la
serpiente palpándote
áspera del otro lado otra
pero tú misma en
la
inmediatez de la sábana, anfibia
ahora, vieja
vejez de los párpados
abajo, pescado
sin océano ni
nada que nadar, contradicción
siamesa
de la figura
de las hermosas desde el
paraíso, sin
nariz entonces
rectilínea ni pétalo
por rostro, pordioseros los pezones, más
y más
pedregosas las rodillas, las costillas:
-¿Y el parto, Amor, el
tisú epitelial del parto?De él somos,
del
mísero dos partido
en dos somos, del
báratro, corrupción
y
lozanía y
clítoris y éxtasis, Angeles
y muslos convulsos: todavía
anda suelto todo, ¿qué
nos iban a enfriar por eso los tigres
desbocados de anoche? Placer
y más placer.
Olfato, lo primero el olfato de la hermosura, alta
y esbelta rosa
de sangre a cuya vertiente vine, no
importa el aceite de la locura:
-Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma...
La piedra
Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.
Habrá dormido en lo aciago
de su madre esta piedra
precipicia por
unimiento cerebral
al ritmo
de donde vino llameada
y apagada, habrá visto
lo no visto con
los otros ojos de la música, y
así, con mansedumbre, acostándose
en la fragilidad de lo informe, seca
la opaca habráse anoche sin
ruido de albatros contra la cerrazón ido.
Vacilado no habrá por esta decisión
de la imperfección de su figura que por oscura no vio nunca nadie
porque nadie las ve nunca a esas piedras que son de nadie
en la excrecencia de una opacidad
que más bien las enfría ahí al tacto como nubes
neutras, amorfas, sin lo airoso
del mármol ni lo lujoso
de la turquesa, ¡tan ambiguas
si se quiere pero por eso mismo tan próximas!
No, vacilado no; habrá salido
por demás intacta con su traza ferruginosa
y celestial, le habrá a lo sumo dicho al árbol: -Adiós
árbol que me diste sombra; al río: -Adiós
río que hablaste por mí; lluvia, adiós,
que me mojaste. Adiós,
mariposa blanca.
Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.
La preñez
Hembra que brama mea amor
hermoso y entra en Dios, animaliza
y aceita el seso de su hombre
torrencial encima, lo
olorosamente aparta
y no lo besa más con beso de hembra
que brama, hasta la otra
gran fecha ensangrentada y
tántrica,
Dios
quiere dioses, llueve
lluvia,
interminablemente llueve lluvia.
La
salvación
Me enamoré de ti cuando
llorabas
a tu novio, molido por la muerte,
y eras como la estrella del
terror
que iluminaba al mundo.
Oh cuánto me arrepiento
de haber perdido aquella noche, bajo los árboles,
mientras sonaba el mar
entre la niebla
y tú estabas eléctrica y llorosa
bajo la tempestad, oh
cuánto me arrepiento
de haberme conformado con tu rostro,
con tu voz y
tus dedos,
de no haberte excitado, de no haberte
tomado y poseído,
oh cuánto me arrepiento de no haberte
besado.
Algo más que tus ojos
azules, algo más
que tu piel de canela,
algo más que tu voz
enriquecida
de llamar a los muertos, algo más que el fulgor
fatídico
de tu alma,
se ha encarnado en mi ser, como animal
que roe mis
espaldas con sus dientes.
Fácil me hubiera sido
morderte entre las flores
como a las campesinas,
darte un beso en la
nuca, en las orejas,
y ponerte mi mancha en lo más hondo
de tu herida.
Pero fui delicado,
y lo
que vino a ser una obsesión
habría sido apenas un vestido rasgado,
unas piernas cansadas de correr y correr
detrás del instantáneo frenesí,
y el sudor
de una joven y un joven, libres ya de la muerte.
Oh agujero sin fin, por
donde sale y entra
el mar interminable
oh deseo terrible que me hace
oler tu olor
a muchacha lasciva y enlutada
detrás de los vestidos de
todas las mujeres.
¿Por qué no fui feroz, por
qué no te salvé
de lo turbio y perverso que exhalan los difuntos?
¿Por
qué no te preñé como varón
aquella oscura noche de tormenta?
La sutura
Piedad entonces por la
sutura de su vientre:
a usted la conocí bíblicamente
allá por marzo
del 98 en la ventolera
de algún film de antes, ciego y torrencial
a lo
Joan Crawford,
las cejas en arco,
cierta versión eléctrica de los ojos,
el
camouflage del no sé,
el hechizo esquizo,
el sollozo de una mujer
llamada usted
que aún, pasado los meses,
se parece a usted en cuanto a
aullido secreto
que pide hombre
conforme a las dos figuraciones
que es y
será siempre usted,
mi hembra hembra,
mi Agua Grande
a la que los clínicos libertinos
llaman con
liviandad Melancolía,
como si el tajo de alto abajo no fuera
lo más
sagrado de ese láser incurable
que es el amor con aroma de laúd,
y no
le importe que las rosas
bajo el estrago del verano
que le anden diciendo por ahí fea
o Arruga,
ríase, huélalas
desde su altivez,
métase con descaro en lo más adúltero
de mis sábanas como está
escrito
y conste que fue usted la que saltó por asalto
el volcán, y no
lo niegue,
ándele airosa entonces pero sin llorar,
equa mía,
la poesia no le sirve, Lebu mata,
mi posesa flaca de anca,
mi
esdrújula bellísima de 50 kilos,
vuélele, no se me emperre en ese inglés
metalúrgico
de corral,
todo entre nosotros no pasó de mísera ráfaga
telefónica
que alguna vez llamamos eternidad:
usted misma fue esa
ráfaga.
Lacán el rey se lo diría igual: ándele,
vuélele paloma casi en
mexicano,
no le transe a la depre,
báñese en alquimia espontánea,
tire la fármaca a la basura,
eso
engorda,
déjese de drogas,
de analistas, de concupiscencia nicotínica,
y si está loca vuélvase más loca,
baile en pelotas como la muerte,
apréndale a la Tierra que baila así,
¡y eso que el sol exige la
traslación!
Bueno y, para cerrar, si su juego es irse
váyase a otro seso
menos diabólico,
elija: culebra, por ejemplo,
¿no le da para culebra?
Eva
comió culebra como usted dos veces:
ahí ve cómo va la Especie desde
entonces,
cómo se arrastra pendenciera
pidiéndole perdón a las
estrellas
por haber parido peste,
¡puro border-line y miedo,
y rosas,
dos rosas venenosas!
¿no cree usted?
¿quién tiene la culpa si nunca hubo culpa?
Preferiblemente cuélguese alámbrica
a todo lo larga y lo preciosa de
vértebras
que es usted y,
baile ahí pendular en el vacío
unos diez
minutos,
a ver qué pasa con el estirón,
para crecimiento y escarmiento.
Las hermosas
Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente que pasa de la piel
a los vestidos,
turgentes, desafiantes, rápida la marea,
pisan el
mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones
y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle,
y echan su
aroma duro verdemente.
Cálidas impalpables del verano que zumba carnicero. Ni rosas
ni
arcAngeles: muchachas del país, adivinas
del hombre, y algo más que el calor centelleante,
algo más, algo más
que estas ramas flexibles
que saben lo que saben como sabe la tierra.
Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves. Cacería
de ojos
azules y otras llamaradas urgentes en el baile
de las calles veloces. Hembras, hembras
en el oleaje ronco donde
echamos las redes de los cinco sentidos
para sacar apenas el beso de la espuma.
Las pudibundas
Mujeres de 50 a 60 hablando en un rincón de austeridad
frenéticas contra
el falo, ¡a las horas!,
cuando ya se ha ardido mucho y se ha tostado
el encanto, hirondelas, y lo frustrado
se ha vuelto arruga. Trampa,
no
todo será lujuria pero qué portento
es la lujuria con su olor a
lujuria, con su fulgor
a mujer y hombre nadando
en la inmensidad de
esos dos metros
crujientes con
sábanas, o sin, en un solo beso
que
es pura imantación mientras afuera la Tierra dicen que gira
y ellos allí
libres. Gloriosos
y gozosos, embellecidos por los excesos. Que hablen
lo que quieran de gravedad menesterosa
esas pudibundas. Ay, cuerpo, quién
fuera eternamente cuerpo.
Latín y jazz
Leo
en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la
improvisación del cielo, vuelan los Angeles
en el latín augusto de Roma
con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en
un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos
yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de
estas sílabas.
Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento,
loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre
de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de
los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
¡Tánatos!
Los amantes
París, y esto es un día del 59 en el aire.
Por lo visto es el mismo día radiante desde entonces.
La
primavera sabe lo que hace con sus besos. Todavía te busco
en ese taxi urgente, y el gentío. Está escrito que esta noche
dormiré con tu cuerpo largamente, y el tren interminable.
París, y éste es el fósforo de la maravilla violenta.
Todo
es en el relámpago y ardemos sin parar desde el principio
en el hartazgo. Amémonos estos pobres minutos.
De trenes y más
trenes y de aviones errantes nos cosieron los dioses,
y de barcos y barcos, esta red que nos une en lo terrestre.
París, y esto el oleaje de la eternidad de repente.
Allí nos despedimos para seguir volando. No te olvides
de
escribirme. La pérdida de esta piel, de estas manos,
y esas ruedas terribles que te llevan tan lejos en la noche,
y
este mundo que se abre debajo de nosotros para seguir naciendo.
París, y vamos juntos en el remolino gozoso
de esto que nace
y nace con la revolución de cada día.
A tus pétalos altos encomiendo la estrella del que viene en los
meses de tu sangre,
y te dejo dormir en la sábana. Pongo mi mano en la
hermosura
de tu preñez, y toco claramente el origen.
Los cómplices
Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la
felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los
arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente
controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a
costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso no necesita escribirse.
Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación...
Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me
reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure
en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al
invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo
a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el
hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el
pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe
que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego
delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y
haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu
propio sollozo allá
en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para
engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no
hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados.
Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la
gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.
De “Contra
la muerte”
Mariposas para Juan RulfoCómo
fornicarán felices las mariposas en
el césped oliendo
de aquí para
allá a Dios sin
que vaca alguna muja encima de
su transparencia, jugando a jugar
un juego vertiginoso a unos
pasos
blancos del cementerio con el mar
del verano zumbando allá abajo
ocio y
maravilla.Rulfo habrá
soplado en ellas tanta
locura, Juan Rulfo cuyo Logos
fue el del
Principio; les habrá dicho: -Ahora, hijas,
nos vamos de una vez
del páramo.
¿Y ellas? Ahora ¿qué
harán
ellas sin Juan que cortó tan lejos
más allá de Comala en caballo
único tan
invisible? ¿bailarán, seguirán
bailando para él por si vuelve, por
si no ha pasado nada y de repente
estamos todos otra vez?
Por mi parte nadie va a llorar, ni
mi cabeza que vuela ni la otra
que no duerme nunca. Se ha ido
y se acabó, nadie
corre
peligro así acostado oyendo
los murmullos aleteantes.
-Con tal
de que no sea una nueva noche.
Mnemosyné
3 meses entré en la mujer
aérea, en un servicio
gozoso, carta a carta, 3
la olfateé desnuda en
cada pétalo contra
los motores, me envicié
de aceite, compuse palomas
palpitantes en loor
de un ritmo
blanco encima
de los diez mil hasta la asfixia-crucero y
dos pezones, ya se sabe: gran rapto
por Júpiter, de un Heathcliff
ya viejo, de una Catherine
a media lozanía,
de qué,
de quién, de cuál hermosura,
tres
que no sé meses de qué la bese, la entré
tartamudeante, la
anduve, me hice tobillo
de sus tobillos todo Buenos Aires.
Morbo y aura del mal
He cultivado mi histeria con placer y terror,
ahora tengo siempre vértigo, y hoy, 23 de enero de 1862,
he padecido una advertencia: he sentido revolotear sobre mí
el aire del ala de la imbecilidad. Ch. B.
Del treponema pallidum que hizo estragos en las estrellas -Nietzsche,
Hiperión
y otros pastores del abismo- habrá
diez volúmenes en la ventolera de las lenguas, con
o sin ideogramas, la versión
de los Septuaginta dice producto
del sol, concupiscencia
dice la Vulgata,
lo bueno
agrega por su parte Baudelaire es que al alma no le da sífilis,
al cerebro le da
por comercio directo con la hermosura.
Muchachas
Desde
mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,
gustándolas, palpándolas,
oyéndolas llorar,
reír, dormir, vivir;
fealdad y belleza devorándose,
azote
del planeta, una ráfaga
de arcAngel y de hiena
que nos
alumbra y enamora,
y nos trastorna al mediodía, al golpe
de un íntimo
y riente chorro ardiente.
Olfato
Hombre es baile, mujer
es igualmente baile, duran
60, tiran
diez mil
noches,
echan 10
hijos y en cuanto
al semen ella
se lava el corazón
con semen, huele a los hijos,
a su hombre remoto lo
huele con nariz
caliente, ya difunto.
Con nariz de loca lo huele.
Oriana
1.Ahora
ahí los ojos, los dos ojos de Oriana
esquiza y órfica, la nariz
de
hembra hembra, la boca:
os-oris en la lengua madre de cuya vulva genitiva
vino el nombre
de Oriana, las orejas
sigilosas que oyeron y callaron
los enigmas, el ángulo
facial, el pelo
bellamente tomado hacia atrás,
sin olvidar sus manos
fuertes y arteriales de remera de lujo en la
carretera y esa gracia
cartaginesa, finamente veneciana, cortando
pericoloso el oleaje
contra el infortunio torrencial, ahora
y en la
hora de mi muerte Oriana
2. ahí, traslúcida, con además
sus cuarenta y nueve que me son
flexiblemente diecinueve por lo fenomenal
del espinazo y qué me importan
las estrellas
si no hay más estrella que Oriana, ahora allí
con su
decoro y esa sua eleganza, por decirlo en italiano, adentro
de la
turbulencia del mosquerío que será siempre la ordinariez, llámese
casamiento o cuento de burdel, con chancro y todo, y rencor,
y
pestilencia seca del rencor,
3. (¡cólera, a callar!), y otra cosa menos abyecta: ni soy
Heathcliff
feo como soy ni ella Catherine
Earnshaw pero el espejo
es el espejo y
Cumbres Borrascosas sigue siendo el único
éxtasis: o vivir
muerto de
amor o marcharse del planeta. De ahí
que todo sea Oriana: el Tiempo
que apenas dura tres segundos sea Oriana, la luna
sobre la nieve sea
Oriana, Dios
mismo que me oye sea Oriana,
4. sólo que hoy no está. A veces
está pero no está, no ha venido, no
ha
llamado por el teléfono, no anda
por aquí, estará fumando qué sé yo
uno de esos 50
cigarrillos en los que le gusta arder, total
le gusta
arder y qué más da, se nace para podrirse, o
para preferiblemente
quemarse, ella se quema
y la amo en su humo de Concepción a Chillán de
Chile,
¡los pavorosos cien kilómetros
cuchilleramente cortantes!, me
atengo
entonces a su figura que no hay, y es un viernes
por ejemplo de algún
agosto
que no hay y la constelación de los violines
de Brahms puede
más que la lluvia, y el caso
es que el mismísimo Pound la hubiera
adorado, por
loca la hubiera idolatrado a esta Oriana
de Orión en un
sollozo
seco de hombre la hubiera cuando no hay
Rapallo, la
hubiera
cuando no hay, y
sigue la lluvia, y las
espinas, y
además está
sucio este compáct, no suena,
porque el zumbido mismo no suena, o
suena al revés, o
porque casi todo es otra cosa y
el pordiosero soy
yo, y qué voy a hacer
con tanto libro, con
tanta casa hueca sin ella y
esta música
que no suena.
Llamará
el día de mi muerte llamará.
II
Piedad entonces por la sutura de su vientre: a usted
la
conocí bíblicamente allá por marzo
del 98 en la ventolera de algún film
de antes, ciego y
torrencial a lo Joan Crawford, las cejas
en el arco,
cierta versión eléctrica de los ojos, el camouflage
del no sé, el hechizo
esquizo, el sollozo
de una mujer llamada usted
que aún, pasados los
meses, se parece a usted en cuanto a aullido
secreto que pide hombre
conforme a las dos figuraciones
que es y será siempre usted, mi hembra
hembra, mi
Agua Grande a la que los clínicos libertinos
llaman con
liviandad Melancolía, como si el tajo
de alto abajo no fuera lo más
sagrado
de ese láser incurable que es el amor
con aroma de laúd, y no
le importe que las rosas
bajo el estrago del verano le anden diciendo por
ahí fea y
Arruga, ríase, huélalas desde su altivez, métase
con descaro
en lo más adúltero
de mis sábanas como está escrito y conste que fue
usted
la que saltó por asalto el volcán, y no lo niegue, ándele airosa
entonces pero sin llorar, equa mía, la
poesia no le sirve, Lebu mata, mi
posesa flaca de anca, mi
esdrújula bellísima de 50 kilos, vuélele, no
se me emperre en ese inglés metalúrgico
de corral, todo
entre nosotros
no pasó de mísera
ráfaga telefónica que alguna vez llamamos eternidad:
usted misma fue esa ráfaga. Lacán el rey
se lo diría igual: ándele,
vuélele paloma
casi en mexicano, no
le transe a la depre, báñese
en
alquimia espontánea, tire
la fármaca a la basura, eso engorda, déjese
de drogas, de analistas, de
concupiscencia nicotínica, y si está loca
vuélvase más loca, baile
en pelotas como la muerte, apréndale a la Tierra
que baila así, ¡y eso que el sol le exige traslación! Bueno
y, para
cerrar, si su juego es irse váyase
a otro seso menos diabólico, elija:
culebra, por ejemplo, ¿no le da para culebra? Eva
comió culebra como
usted dos veces: ahí ve
cómo va la Especie desde entonces, cómo
se
arrastra pendenciera pidiéndole perdón a las estrellas por
haber parido
peste, ¡puro border-line
y miedo, y rosas, dos
rosas venenosas!, ¿no
cree usted? ¿quién
tiene la culpa
si nunca hubo culpa? Preferiblemente
cuélguese alámbrica
a todo lo larga y lo preciosa de vértebras que es
usted
baile ahí pendular en el vacío unos diez
minutos, a ver qué pasa
con el estirón, para crecimiento
y escarmiento:
III
A otro con mujer umbilical así: tranca
del no sé,
fulgor y nicotina hasta las pestañas, humo
y humo, a otro
que transe,
yo no transo
ni voy a canjear ante los dioses encanto por llanto.
Patética pide cosmética. Vacío
exige hombremente vacío.
A elegir, madame: o el frenesí
y el éxtasis del amour
fou que es
el único amor
que habrá habido sobre la tierra, o
la raja seca de la
higuera
maldita.
Ay, lo culébrico
de la situación, no es que la vulva
misma sea
culebra, ni el hueso
de la esbeltez sea culebra, lo culebrón
hasta el
desgarrón es el argumento
de la obra: una madre-hermosura, dos
infanto-fijaciones amarradas a la hermosura
de la madre, más
los
respectivos escondrijos, un
psiquiatra confidente, un
abismo, siempre
hay un abismo,
y yo, ¿qué hago yo
que no soy Freud en ese abismo?
Orquídea en el gentío
Bonito el color del
pelo de esta señorita, bonito el olor
a abeja de su zumbido, bonita
la calle,
bonitos los pies de lujo bajo los dos
zapatos áureos, bonito el maquillaje
de las pestañas a las uñas,
lo fluvial
de sus arterias espléndidas, bonita la physis
y la metaphysis de
la ondulación, bonito el metro
setenta de la armazón, bonito el pacto
entre hueso y piel,
bonito el volumen
de la madre que la urdió flexible y la
durmió esos nueve meses,
bonito el ocio
animal que anda en ella.
Oscuridad hermosa
Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá
de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi
humano
te he sentido.
Palpitante,
no sé si como sangre o como nube
errante,
por
mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja,
corriste, centelleante.
Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí
latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera,
tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu
llama, no existiera.
Pareja acostada en esa cama china largamente remota
1. Hablando de
dioptrías, Mafalda era la ciega
y yo el ciego, compartíamos
la
misma música arterial,
y cerebral, llorábamos de risa
ante el
espectáculo de los dos espejos, el dolor
nos hace cínicos, este Mundo
decíamos no es yámbico sino oceánico por comparar
farsa y frenesí:
gozosa entonces mi desnuda me
empujaba riente como jugando al límite
del barranco casi fuera de la cama
alta de Pekín, como apostando
a
la peripecia de perder de
dinastía en dinastía, cada vez más y más al
borde del camastro
de palo milenario y por lo visto nupcial, cada vez
más lejos del paraíso de su costado
de hembra larga de tobillo a pelo
entre exceso
y exceso de hermosura y todo, ¡claro! por amor
y más
amor, tigresa ella
en su fijeza de mirarme lúcida, fulgor
contra
fulgor, y yo
dragón hasta la violación imantante, ¡diez
minutos sin parar,
espiándonos,
líquidamente fijos, viéndonos por dentro
como ven los
ciegos, de veras, es decir
nariz contra nariz, soplo
contra soplo, para inventarnos otro Uno centelleante
desde el
mísero uno de individuo a individua, a tientas,
costillas abajo!- El
que más
aguanta es el que sabe menos, pudiera acaso
decir el Tao.
Este Mundo
repetíamos y acabamos sin más
no es yámbico sino
oceánico. Otras veces
llovía duro, lo que más llovía
eran
lágrimas.
Ma-fal-da, digo ahora entrecortado, y esto
va en serio, ¿qué
habrá sido de Mafalda?
2. Pues de cuantas amé,
amé a Mafalda, ¡y que
me despedacen las estrellas!, la amé
volandera en la lluvia de la Diagonal, bufanda al viento,
de una Concepción que yo no más me sé, la esperé
ahí anclado y
desollado hasta que volviera
la Revelación cuya encarnación
se da una sola vez, bajé al
Infierno
de la costumbre, a
mis años de galeote en USA bajé, entre
doctos
y mercaderes, no hubo para mí en el plazo
más que mi
Beatrice Villa sin arcancielo, cumbre
y cumbre hasta la asfixia, ni
tersura paridora
al itálico modo, ni otra ni
otra, ni esbeltez comparable, ni
olorosa
a la velocidad de ser, ni pensamiento
de diamante, ni exacta
de exactitud de mujer, ¡Frida acaso
que fue Diego hasta el fin!
3. Otros la amaron pero
yo la vi, otros
la amarán sin alcanzar nunca a verla, otros y otros
dirán que la
durmieron entre las sábanas
del placer, nadadora y libertina
en el oleaje de las tormentas,
madona
de las siete lunas dirán por despecho, cambiantes cada 28
de sus
días terrestres, tornadiza y
veloz, ¡déjenla
intacta como es, que escriba
su bitácora de
vuelo interminable para mí, que arda y arda
en mi corazón, que dance
su danza de danzar, libérrima!
4. Y en cuanto a mí,
¿cómo lo diría Matta?, consíguete
una vida de 80 años
porque la
vida empieza a los 70,
así al morir
ya se sabe Je m’en fous, Roberto: palabras
perdedoras, puras
palabras, vejeces
de palabras malheridas. No hubo tiempo
entre nosotros, nunca hay
tiempo
ni distancia, todo es posible
entre dos locos que se ven a cada
instante. Relámpago
es lo que hubo esa vez de Concepción de Chile
y nada más que
relámpago, figura
de lo instantáneo hubo de lo que pende el Mundo,
y eso está
escrito.
La amo,
¿y qué?
Soy el ciego que ama a su ciega.
Viernes 21 de junio,
mes aciago. 1996
Pareja humana
Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español de un mismo
lirio tronchado
cuando piel y vértebras, olfato y frenesí tristemente
tiritan
en su blancura última, dos pétalos de nieve
y lava, dos
espléndidos cuerpos deseosos
y cautelosos, asustados por el asombro,
ligeramente heridos
en la luz sanguinaria de los desnudos:
un volcán
que empieza lentamente a hundirse.
Así el amor en el
flujo espontáneo de unas venas
encendidas por el hambre de no morir,
así la muerte:
la eternidad así del beso, el instante
concupiscente, la puerta de los locos,
así el así de todo después del
paraíso:
-Dios,
ábrenos de una vez.
Perdí mi juventud en los burdeles...
Perdí mi juventud en
los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.
Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como
una roca en la tormenta.
Pasábamos por ti como
las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo
sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al
mundo.
Perdí mi juventud en
los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los
espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el
vino.
Allí, bella entre
todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.
A torrentes tus ojos
despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía
hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas
hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.
Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio
a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.
Y se me heló la sangre
al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las
sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban en vano tu
hermosura.
Un coro de rameras te
velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez
velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.
No he podido saciarme
nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo
oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me
dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti
otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi
cabeza por el mundo.
Playa con andróginos
A él se le salía la muchacha y a la muchacha él
por la piel
espontánea, y era poderoso
ver cuatro en la figura de estos dos
que se besaban sobre la arena; vicioso
era lo viscoso o al revés; la
escena
iba de la playa a las nubes.
¿Qué después
pasó?; ¿quién
entró en quién?, ¿hubo sábana
con la mancha de ella y él
fue la
presa?
¿O atados a la deidad
del goce ríen ahí
no más su
relincho de vivir, la adolescencia
de su fragancia?
Me besa con lujuria
Tratando de escaparse de la muerte,
Y
cuando caigo al sueño se hospeda en mi columna
Vertebral, y me grita
pidiéndome socorro,
Me arrebata a los cielos, como un cóndor sin
madre
Empollado en la muerte.
Qedeshim Qedeshoth*Mala
suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz belísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo
me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué
casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves,
el océano, el amanecer era blanco.
Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
puta, pensé,
que no diga palabras
del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
50, o nada. Lloró
convulsa contra el espejo, pintó
encima con rouge y lágrimas un pez:
-Pez,
acuérdate del pez.
Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
turquesa, y
ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
rito completo; primero
puso en el aire un disco de Babilonia y
le dio cuerda al catre, apagó
las velas: el catre
sin duda era un gramófono milenario
por el
esplendor de la música; palomas, de
repente aparecieron palomas.
Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo
y esos zapatos verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra como
cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
del puerto, o en
Cartago
donde fue bailarina con derecho a sábana a los
quince;
todo eso.
Pero ahora, ay, hablando en prosa se
entenderá que tanto
espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
espinazo, y lascivo y
seminal la violé en su éxtasis como
si eso no fuera un templo sino un
prostíbulo, la
besé áspero, la
lastimé y ella igual me
besó en
un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes
llamaradas
Cádiz adentro en la noche ronca en un
aceite de hombre
y de mujer que no está escrito
en alfabeto púnico alguno, si la
imaginación de la
imaginación me alcanza.
Qedeshím qedeshóth*, personaja, teóloga
loca, bronce, aullido
de bronce, ni Agustín
de Hipona que también fue liviano y
pecador
en Africa hubiera
hurtado por una noche el cuerpo a la
diáfana
fenicia. Yo
pecador me confieso a Dios.* En
fenicio: cortesana del templo
¿Qué se ama cuando se ama?
¿Qué se ama cuando se
ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué
se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus
volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando
entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran
juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo:
el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh
Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
Renata
rojasgonzalo@difícil
la situación
tuya
Ajmátova
Anna
Ajmátova
Respuesta a ras de
arrullo virtual: entendido
descifrado e-mail hermoso
a escala de
amor hermoso fechado
hoy en Monterrey, un beso, ¿dónde
queda
Monterrey?
Alabado sea México
porque es esdrújulo como el Hado, por
el gran pétalo convulso
y blanco de tu cuerpo, Renata, arrebatado por
el acorde arterial
del éxtasis, los leones
de Babilonia adentro, por
lo animala
trémula cuando
te quedas honda pensando pensamiento, por
los
milenios que hablan fenicio, etrusco, maya en
ti, mi una única, de
hipotálamo
a pie precioso, sin
Malcolm Lowry, sin
Artaud, sin
Lawrence, por
ese violoncello que eres tú y
nada más, por ese río
que eres donde los niños
miden el fondo de la transparencia. Alabado,
alabado
porque es esdrújulo como el Hado.
Más claro y ya por
último fuera
del ahora, no
se ha vivido, se ha
llorado llanto
de nacer, se ha, se habrá
más y más mar nadado
contra el oleaje
embravecido.
No hubo ver, no
se
vio, todo lo más que se vio fue un aullido,
desde las galaxias, la
oreja
pensó ojo, el ojo
pensó vagido: tú
-paridora- sabes
cuánto cuesta.
Por anámnesis, por
desierta memoria sabes cuánto
le cuesta al corazón irse
quitando
quereres, cuánto al
estanque donde suelen flotar los cisnes
negros, cuánto
a la propia soledad que ha sido, que
será,
cuánta hermosura
le cuesta a la hermosura.
Porque todo es parte,
Renata, todo es parte, tu
figura, tu escritura, esa letra que los
dioses
escriben por ti cuando dices su callada
resurrección, tus
muslos, tu risa de repente, la
rugosa
realidad que pintó Rimbaud, ese otro
relámpago con R de rey, lo
ensangrentado de ti que anda en mí
arterial, el misterio.
Todo es parte, se es
hombre de mujer, mujer
de hombre, ventolera
de Dios: ánimula
vágula blándula, mortala
de mortal, útero
de la Tierra, atánatos
espérmatos se es, mariposa
y sangre para hilar el pez del
que
vinimos viniendo.
-Sigue tú:
el Tao eres tú.
Requiem de la mariposa
Sucio fue el día de la
mariposa muerta.
Acerquémonos
a besar la hermosura reventada y sagrada de su pétalos
que iban volando libres, y esto es decirlo todo, cuando
sopló la
Arruga, y nada
sino ese precipicio que de golpe,
y únicamente
nada.
Guárdela el pavimento salobre si la puede
guardar, entre el
aceite y el aullido
de la rueda mortal.
O esto es un juego
que se parece a otro cuando nos echan tierra.
Porque también la Arruga...
O no la guarde nadie. O no nos guarde
larva, y salgamos dónde por
último del miedo:
a ver qué pasa, hermosa.
Tú que aún duermes ahí
en el lujo de tanta belleza, dinos cómo
o,
por lo menos, cuándo.
Retrato de mujer
Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y
terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y
el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.
Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes,
eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.
Ponte
el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete
descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza.
Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.
No te me mueras. Voy
a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una
nariz de arcAngel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.
Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y
te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste.
Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.
Tacto y error
Por mucho que la mano
se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise
arrancar esos pechos
que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con
tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca,
reseca, por el polvo
del deseo,
oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme
lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
Hubo una vez
un hombre, una vez hubo
una mujer vestida con la U
de tu cuerpo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los
vellos, los destellos;
de lo que hubo aquello
no quedas sino tú sin labios y sin ojos,
para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo.
Tomad vuestro teléfono...
Tomad vuestro teléfono
y preguntad por ella cuando estéis desolados,
cuando estéis
totalmente perdidos en la calle
con vuestras venas reventadas, sed
sinceros,
decidle la verdad muy al oído.
Llamadla al primer
número que miréis en el aire
escrito por la mano del sol que os
transfigura.,
porque ese sol es ella,
ese sol que no habla,
ese
sol que os escucha
a lo largo de un hilo que va de estrella a
estrella
descifrando la suerte de la razón, llamadla
hasta que
oigáis su risa
que os helará la punta
del ánimo, lo mismo que la
primera nieve
que hace temblar de gozo la nariz del suicida.
Esa risa lo es todo:
la puerta que se abre, la alcoba que os
deslumbra,
los pezones encima del volcán que os abrasa,
las
rodillas que guardan el blanco monumento,
los pelos que amenazan
invadir esas cumbres,
su boca deseada, sus orejas
de cítara, sus
manos,
el calor de sus ojos, lo perverso
de esta visión palpable
del lujo y la lujuria:
esa risa lo es todo.
Tres rosas amarillas
I
¿Sabes cómo
escribo cuando escribo? Remo
en el aire, cierro
las cortinas del
cráneo-mundo, remo
párrafo tras párrafo, repito el número
XXI por
egipcio, a ver
si llego ahí cantando, los pies alzados
hacia las
estrellas,
II
Del aire corto
tres rosas amarillas bellísimas, vibro
en esa transfusión, entro
águila en la mujer, serpiente y águila,
paloma y serpiente por no
hablar
de otros animales aéreos que salen de ella: hermosura,
piel, costado, locura,
III
Señal
gozosa
asiria mía que lloverá
le digo a la sábana
blanca de la página,
fijo
que lloverá,
Dios mismo
que lo sabía lo hizo en siete.
Aquí empieza entonces la otra figura del agua.
Vocales para Hilda
La que duerme ahí, la
sagrada,
la que me besa y me adivina,
la translúcida, la vibrante,
la loca
de amor, la cítara
alta:
tú,
nadie
sino
flexiblemente
tú,
la alta,
en el aire alto
del aceite
original
de la Especie:
tú,
la que hila
en la
velocidad
ciega
del sol:
tú,
la elegancia
de tu
presencia
natural
tan próxima
mi vertiente
de diamante, mi
arpa,
tan portentosamente mía:
tú,
paraíso
o
nadie
cuerda
para oír
el viento
sobre el abismo
sideral:
tú,
página
de piel más
allá
del aire:
tú,
manos
que amé,
pies
desnudos
del ritmo
de marfil
donde puse
mis besos:
tú,
volcán
y pétalos,
llama;
lengua
de amor
viva:
tú,
figura
espléndida,
orquídea
cuyo carácter aéreo
me permite
volar:
tú,
muchacha
mortal,
fragancia
de otra música
de nieve
sigilosamente
andina:
tú,
hija del mar
abierto,
áureo,
tú que danzas
inmóvil
parada
ahí
en
la transparencia
desde
lo hondo
del principio:
tú
cordillera, tú,
crisálida
sonámbula
en el fulgor
impalpable
de tu corola:
tú,
nadie: tú:
Tú,
poesia,
tú,
Espíritu,
nadie:
tú,
que soplas
al viento
estas vocales
oscuras,
estos
acordes
pausados
en el enigma
de lo terrestre: