"...Muchas veces me pregunto
qué hacíamos tú y yo antes de querernos..."
"Demi nu à la
cruche"
Pablo Picasso
Reseña biografica
Poeta
español nacido en Onil, Alicante, en 1938.
Cursó estudios de
Filosofía y Letras en Madrid, luego vivió en Segovia y finalmente se
estableció en Barcelona.
Fue lector de español en la Universidad de
Exeter, England, y catedrático de Literatura en el Instituto de Segovia.
Ha obtenido los premios Adonais 1957, Boscán 1960, Juan Ramón Jiménez
1974, Provincia de León 1978
y Nacional de Literatura 1980.
Su obra poética está resumida en
cuatro publicaciones: «Profecías del agua», «Como si hubiera muerto un
niño»,
«Estar contigo» y «Primer y último oficio».
©
A estas horas
A imagen de la vidaAquí empieza la historiaÁrbol en GaldarCanción de infanciaClaridad del díaCosas inolvidablesCuerpo desnudoDesembarcoDeseo en la madrugadaEn el principioEpitafio sin amorInsomnio
Invierno y barroJunio
Lluvia en la nocheNoche cerradaPara este otoño súbitoPlayas de ExmouthQuede mi nombreRenuncio a morirSonetoTal vez naciste para ser
motivoUn largo adiósUn manifiesto: febrero 1848
Un niño miraba el marVegetales
A estas horas
En las bocas del metro
nadie espera
a nadie. Solamente se ven manos,
extremidades mutiladas. Bajo
la tierra se oyen trenes y zozobras,
se oyen detonaciones donde
brilla
un momento tu ausencia y mi infortunio.
Nada, por lo demás, ha
variado.
El tiempo sigue siendo un puente oscuro,
metálico, insalvable, o
cierta música
que a mis espaldas dura destejiéndose.
Y tú, la anunciadora del
otoño,
ya no podrás perderte en esta niebla.
Desde la torre un
centinela aguarda,
traza señales bien visibles, siente
el perezoso ritmo de tus
pasos
por la senda de las indecisiones.
¿A qué otro techo para
refugiarte?
Yo mismo, oh muerte, soy tu propia casa.
A imagen de la vida
Qué niño irá a caballo
pensativo
hacia el mar insondable
para contarnos una dura historia
de despojos guerreros y de hambre
como aquel mediodía que revive
aún hoy
bajo los cascos
sollozantes.
Tal vez la vida sea para otros
asunto menos grave
música que escuchamos desplegada
dulcemente en el aire
larga
espera en la seguridad
de que el tren llegará temprano o tarde.
Mas para mí no puede ser sino dolor
hecho a su imagen.
Mi porvenir
y mi principio
son una misma escena inolvidable
el mar que emerge
eternamente
al fondo de una calle
y un niño y un caballo
derribados
tragados por el oleaje.
Aquí empieza la historia
Aquí empieza la
historia. Fue una tarde
en que se habían puesto las palomas
más
blancas, más tranquilas. como siempre
salí al jardín. Alrededor no
había
nadie: la misma flor de ayer, la misma
paz, las mismas
ventanas, el sol mismo.
Alrededor no había nadie: un árbol,
un
estanque, ceniza en aquel monte
lejano. Alrededor no había nadie.
Pero, ¿qué es este
viento, quién me coge
el corazón y lo levanta e vilo,
y lo hunde y
lo levanta en vilo? Una
muchacha azul en la orfandad del aire
ordenaba los pájaros. sus manos
acariciaban con piedad el árbol,
y
el estanque, y aquel lejano monte
ceniciento. El jardín ardía al sol.
La miré. Nada. La miré
de nuevo,
y nada, y nada. Alrededor, la tarde.
Árbol en Galdar
Inútil experiencia
de libertad, el drago
irrumpe sometido
al cemento. Raíces
fascinantes o tercas,
pura ansiedad vencida,
quien buscó la palabra
que acompaña,
quien hizo
de su pasado inmóvil
un ademán de entrega,
hoy no pide otra
cosa
sino silencio, y palpa
la piedra ya, los muros
impenetrables, hoscos,
y hacia los
cielos libres
renace extraño, insomne,
proponiendo la vida
desde sus
propias ruinas.
Canción de infancia
Para que sepas lo que fui de niño
voy a decirte toda la verdad.
Para que sepas cómo fui, aún guardo
mi retrato de entonces junto al
mar.
Playa de arena, corazón de arena
hubiera yo querido en tu ciudad.
Que te faltase como me faltaba
-le llamaron post-guerra al hambre-el
pan.
Tú con tu casa de muñecas vivas
llenando los rincones de piedad.
Yo, capitán con mi espada de palo,
matando de mentira a los demás.
Si hubieras sido niña rodeada
por todas partes, ay, de soledad,
yo te habría buscado hasta encontrarnos,
hasta ponernos los dos a
llorar.
Juntos los dos. Que tu madre nos diga
aquel cuento que no tiene
final.
Despertar de la infancia no quisimos
y no sé quién nos hizo
despertar.
Pero hoy, que hemos crecido tanto, vamos,
dame la mano y todo
volverá.
Somos dos niños que a la vida echaron.
Muchacha -niña-,
empieza a caminar.
Claridad del día
Te digo que ésta ha sido la primera
vez que amé. Si la tierra que
ahora pisas
se hundiera con nosotros, si aquel río
que nos vigila
detuviera el paso,
sabrías que es verdad, que te he buscado
desde
niño en las piedras, en el agua
de aquella fuente de mi plaza. Tú,
tan flor, tan luz de primavera, dime,
dime que no es mentira este
milagro,
la multiplicación de mi alegría,
los panes y los peces de
tu pecho.
Contéstame. No quiero hablar yo solo,
estar -yo solo-
alegre. Te amo. ¡Fuego,
la mañana hace fuego y nos golpea
los
corazones! Levantémoslos
arriba, siempre arriba. Alguien nos lleva,
alguna mano pura nos empuja.
Aire en el aire, iremos a aquel monte.
Cristal en el cristal más limpio, un día
nos miraremos hasta
emocionarnos.
Y ya lo estamos como nunca. Dame
la mano. Si me
dices que eche al río
mis versos, yo los echaré, si quieres
que
arranque aquella flor y te la traiga,
te la traeré. Pero anda, ven
conmigo.
¿Ves un pinar allá a lo lejos? Vamos.
Ya todo es nuestro:
el buen camino, el árbol,
la generosa claridad del día.
Cosas inolvidables Pero ante
todo piensa en esta patria,
en estos hijos que serán un día
nuestros: el niño labrador, el niño
estudiante, los niños ciegos.
Dime
qué será de ellos cuando crezcan, cuando
sean altos como yo y
desamparados.
Por mí, por nuestro amor de cada día,
nunca olvides,
te pido que no olvides.
Los dos nacimos con la guerra. Piensa
lo
mal que estuvo aquella guerra para
los pobres. Nuestro amor pudo
haber sido
bombardeado, pero no lo fue.
Nuestros padres pudieron
haber muerto
y no murieron. ¡Alegría! Todo
se olvida. Es el amor.
Pero no. Existen
cosas inolvidables: esos ojos
tuyos, aquella
guerra triste, el tiempo
en que vendrán los pájaros, los niños.
Sucederá en España, en esta mala
tierra que tanto amé, que tanto
quiero
que ames tú hasta llegar a odiarla. Te amo,
quisiera no
acordarme de la patria,
dejar a un lado todo aquello. Pero
no
podemos insolidariamente
vivir sin más, amarnos, donde un día
murieron tantos justos, tantos pobres.
Aun a pesar de nuestro amor,
recuerda.
Cuerpo desnudo
"...muchas veces me pregunto
qué hacíamos tú y yo antes de querernos..."
Y vienes y te quedas
blanca, casi de mármol,
como un escalón puro para subir a Dios.
No sé qué hacer, dónde
buscar
mis palabras más verdaderas, cómo decirte
que llevo en la
mirada reflejado tu pecho,
y los brazos me caen, como en derribo,
al verte aquí, a mi lado, morena, lejos siempre.
Voy hacia ti como
hacia el mar, despliego
las velas, ay, las alas de mi infancia,
veloz mi corazón cruza la arena,
se me dobla el dolor, te miro
toda de agua navegable, toda
pequeña,
como una estrella húmeda y
parada.
Rodeado de naranjos,
asombrándome
de ver los pájaros de oro,
era yo niño, comí
pan
duro entre las manos vivas de mi madre,
y los zapatos rotos me hacían
sentir la tierra,
mientras la tierra iba levantándome a hombre sin
remedio.
Quisiera haberte visto entonces, cuando
las calles
bombardeadas. Ven,
dame la mano, sube
conmigo al monte negro de la
pena.
Dame la mano, dime
si he de morir, si voy a ser eterno,
déjame repartirte como un pan por mis brazos.
Pero qué importa, ya
que importa,
ya para qué acordarme, si hoy te quedas
desnuda,
inmóvil,
si hoy has crecido tanto
que olvido y rompo aquella
infancia de humo
y voy a ti en silencio como un rayo de luz.
Desembarco
Perdida la ocasión en las batallas,
años después, hombres y niños
esperábamos
un desembarco salvador.
Se poblaban las playas de miradas,
los sueños, de navíos.
Pero nadie venía a destruir
la tiranía del silencio.
Nada en el horizonte de color Normandía.
Sólo espuma en la
orilla y tierra inhóspita
bajo los pies descalzos, anhelantes
y
acobardados.
Deseo de madrugada
Ahora la madrugada trae un ramo
de rosas blancas. Pero no las quiero.
Yo no he venido aquí para estas rosas
sino para el aroma de tu
cuerpo.
Despierto estoy. Tu cuerpo inolvidable
se precipitará hacia mi
recuerdo.
Tú misma estás junto a la aurora triste
y te levantas
firme sobre el tiempo.
Vienes a mí con 1a orfandad del día
abrazadoramente hasta mi
lecho,
igual que el despertar de un largo olvido
o como la llegada
del invierno.
Y yo, ciego y mortal, hacia tu carne,
hacia las soledades de tu
pecho
pongo mi corazón y escucho. Tierra
tierra de nadie el
corazón se ha vuelto.
Lo que fue una noticia de relámpagos,
una mano entregada desde un
sueño.
Ahora no estás y un alba de jardines
abre sus flores para
mi deseo.
Te amé tal vez por las doradas hojas
que iba en tu corazón
reconociendo.
Pero hoy ya no. Que toquen los clarines.
Es la
resurrección de nuestros cuerpos.
Nos alzaremos con la madrugada.
Desnuda estás y blanca. Es el
momento,
el tiempo del abrazo. Y te vas. Queda
la noche gris sobre
mi pensamiento.
No encontraré otro cuerpo de más vida
ni, dentro de lo vivo, más
sereno.
Es la serenidad del alba. Vamos.
Al monte más distante
subiremos.
Pero nos llaman a olvidar, hoy hace
sombra en todas las calles y
en mi pecho.
Como una torre de cristal vacía
se me derrumbarán
todos los sueños.
En el principio, el agua...
En el principio, el
agua
abrió todas las puertas, echó las campanas al vuelo,
subió a las torres de la paz -eran tiempos de paz-,
bajó a los
hombros de mi profesor
-aquellos hombros suyos tan metafísicos,
tan doctrinales, tan
florecidos de libros de Aristóteles-,
bajó a sus hombros, no os engaño,
y saltó por su pecho como un
pájaro vivo.
Ah, no te olvido,
a
ojos cerrados te recuerdo tapiando las ventanas,
sobre el papel en
blanco de la vida
dejando caer tinteros y palabras de piedra.
Y
era lo mismo: yo seguía puro;
los últimos de clase, los expulsados
por llevar ternura
en los bolsillos,
seguíamos puros como el viento.
Antes de Thales
de Mileto,
mucho antes aún de que los filósofos fueran
canonizados,
cuando el diluvio universal,
el llanto universal,
y un cielo todavía universal,
el agua contraía matrimonio con el agua,
y los hijos del agua
eran pájaros, flores, peces, árboles,
eran caminos, piedras, montañas, humo, estrellas.
Los hombres se
abrazaban, uno a uno,
como corderos, las mujeres
dormían sin temor, los niños todos
se proclamaban hijos de la alegría, hermanos
de la yerba verde,
los animales se dejaban
llevar, no estaban solos -nadie estaba
solo-,
y era feliz el aire aun sin ponerse en movimiento,
y en el
espejo de unas manos llenas de agua
iba a mirarse la esperanza, y
estaba limpia, y sonreía.
(Aquí quisiera hablar,
abrir un libro -aquí,
en este instante sólo-
de aquel poeta puro
que sin cesar cantaba:
"El mundo está bien hecho, el mundo está
bien hecho, el mundo
está bien hecho ..." -aquí, en este instante sólo-.)
¡Y cómo no
iba a estar bien hecho,
si en aquel tiempo las palomas altas
se derretían como copos,
si era inocente amarse desesperadamente,
si las mañanas claras,
recién lavadas, daban
su generoso corazón al hombre!
Aquello era la vida,
era la vida y empujaba,
pero,
cuando entraron los lobos, después,
despacio, devorando,
el agua se hizo amiga de la sangre,
y en
cascadas de sangre cayó, como una herida,
cayó sobre los hombres
desde el pecho de Dios, azul, eterno.
Epitafio sin amor
Mientras vivió,
permaneció en lo alto.
Hoy quedan retratos pisoteados,
libros y panegíricos,
y algo
como un horror en la conciencia
colectiva. Su nombre, por fortuna,
ha pasado a la historia para
ser
ira, desprecio, escándalo
de las generaciones,
y aún dura en
las cloacas de aquel tiempo sombrío.
Pero la maquinaria que creó
no dura. Pieza a pieza, el engranaje
fue destruido sin piedad.
Un viento popular
barrió las vigas
carcomidas, el moho, las distancias,
y en el silencio que
quedara en pie
fue posible por fin la primavera.
Insomnio
Insaciable,
entré en
tu edad madura, en la maleza,
busqué el tenso bambú, la carne cimbreante,
con el designio de
un tardío acoso,
y como el sueño no era sino un viaje
cuyo mayor dolor es el
regreso,
hacia la tapia fulgurante y ciega
acompañé tu imagen, sufrí su
maleficio,
oh misteriosa y húmeda concavidad vacía,
cuerpo más que la
aurora vacilante,
desolación para los que esperábamos,
tras noches de ansiedad,
siglos de entrega.
Invierno y barro
Sé que, por mucho fuego
que ahora ponga,
la adolescencia transcurrió conmigo
y del fragor de sus
mitologías,
frente a los altos muros combatidos,
sólo quedaron evidencias
vagas,
ecos ahogados bajo el cielo efímero.
Mas removiendo a fondo
estas cenizas
regresa a veces un fervor perdido
y unos focos alumbran a
intervalos
el aguacero en el suburbio, al filo
de la honda madrugada.
¿Vuelves tú,
difuminada imagen de mí mismo,
vuelves apenas a entregarme sólo
la ambigüedad al fin, no el contenido
tenaz de aquellos años sin
fronteras
en que íbamos descalzos, insumisos,
y era verdad la vida
solidaria
aun con invierno y barro en los caminos?
Pues fracasó la
realidad de entonces,
no sucumba el poema, no haya olvido.
Junio
Abrazado a tu tierra,
cuerpo en flor,
a tus praderas para galoparlas,
junio entraría en
nosotros como la luz entre
estos pinos.
Entraría radiante,
viniendo yo no sé
de dónde, pero cierto como un brazo de aurora.
y
ya no habría hora triste ni momento
malo.
En nuestros brazos
tiene el tiempo
su dimensión más ancha, y para dar consuelo
y nos
sentirnos solos, bastaría
con la certeza de tu cuerpo aquí,
como
una flor que empuja o, más bien, como
aquel temblor de los
cañaverales.
Y desde qué tristeza
hemos venido,
desde qué infancia que nos han quitado.
Si bajo nuestra tierra
está la tierra extensa,
la que pisaron otros hombres
con paso fiel
o con melancolía,
yo quisiera decirte, preguntarte,
como a mí
mismo me pregunto,
si en esta tierra extensa no ha quedado algo
nuestro,
un pasado de niños tristes bajo la lluvia,
algo, en fin,
donde tú y yo vivimos,
donde hemos existido tú y yo ajenos, distantes
echados al olvido duramente,
antes que en nuestro pecho a un tiempo
entraran
este junio radiante, esta otra vida.
Lluvia en la noche
A veces voy por un camino,
y el aire huele a lluvia,
y pasa un
niño abandonado y llora,
como si recordara los árboles en sombra,
los pasillos en sombra, los juguetes
que se perdieron en un pozo.
Pero yo voy por el camino blanco,
y el camino se alarga, como el
miedo a estar vivo.
El cielo Se ha puesto grande, igual que el techo
de los palacios.
Nadie se vuelva atrás: estamos
ante la noche, al
raso, puros,
lavados por el agua que vino de tan lejos.
y la
ciudad se ha hundido como un barco en desgracia.
y ya no queda
nada...
He vuelto a creer en Dios,
y en las puertas cerradas, y el humo,
y el milagro.
Tengo fe en el camino que se pierde,
con sus piedras
y sus matas secas,
y de nuevo sus piedras, y la lluvia,
y todo lo
que es ruina y desamparo.
Tengo fe en el camino y en las catedrales de Dios,
y alzo los
ojos para hablarle,
y la lluvia, entonces, me da en los ojos, y
Dios no está aquí, pero está aquí. Y avanzo.
Noche cerrada
Fue en la infancia, a la vera de los caminos, en el humo perdido
de
los barcos que se alejaron.
Con ellos se marchaba mi corazón, con
rumbo cierto
de eternidad. Y más allá, donde nuestra mirada no
llegaba,
por pequeña o por triste, algo nos sostenía.
Dios, el
abuelo de los niños, repartiendo
las gaviotas por el azul sin
límites, estaba con nosotros
de sol a sol, como los viejos
labradores,
y dejaba su mano cansada en nuestros hombros.
Por qué
pensar en cosas tristes. Mis padres
volvían del trabajo con ira, se
vivía mal en casa,
eran tiempos difíciles y oscuros.
Y, sin
embargo, vi palomas, estoy cierto, tuve apego a las
atareadas de mi
madre,
directamente conocí la vida
como algo, más o menos alegre,
que no tenía final.
Yo siempre tuve un alma navegante
y una gran
esperanza.
Desde el punto de vista de aquel niño
todo era claro y
mañanero, quiero decir, todo era
mentira, puro engaño. Tú no estabas
allí,
ni aquí, a la vera de los caminos, ni en el humo perdido
de
los barcos. Un muchacho lloraba
frente al acantilado, bajo la dura
enseña
de la noche sin Dios.
Para este otoño súbito
Ha muerto, está la losa confirmando
su descenso al infierno, un largo
epílogo
de ávidos bisturíes y transfusiones.
Mas no bajan con él los
días aciagos
y un espejo prolonga su adversa simetría
sobre el país inerme.
No ha acabado el eclipse. El dolor sigue,
la noche sigue
proponiendo al aire
proyectos infinitos que ya apenas perturban
porque se
abandonaron: hoy devienen
derrotada memoria de una herida
que no defiende nadie.
Ahora, en la incertidumbre de esta
muerte,
contemplo a solas una luz difusa,
cada vez más lejana. Hay en
las playas
pura lluvia sin fin, y en los caminos
igual desesperanza, más
árboles sin vida
para este otoño súbito.
"Primer y último
oficio" 1979
Playas de Exmouth
Me pregunto si un
hombre, ante estas playas,
tiene derecho a que se acuerden
de su
amor, de lo que antes pronunciaron
sus labios, de sus pasos por los
caminos
con sol, o de sus manos
que en la noche se hundían alguna
vez, o iban
entrelazadas a las tuyas
como a un presente vivo de
cristales.
Y si así fuera, si tú
me esperaras,
he de tender los brazos en este mar del norte
y
arribaría a ti.
Porque si en este instante tú estás allí con
caracolas,
acercando tu olvido a mis palabras,
y si las sientes
como verdaderas,
yo no estoy olvidado.
Diez, doce barcas de
los pescadores,
como atadas también a mi esperanza,
están aquí y
están tirando
de mí mismo, o quizá
no estén tan cerca y sí en la
lejanía.
Mi corazón podría recordarlas,
llevarlas a otro tiempo.
Barcas que vi a tu lado una mañana,
en España, a dos pasos
de la
felicidad de estar contigo.
Quede mi nombre
Que mi reino no sea
la soledad del héroe pensativo,
sino tu fortaleza amurallada.
Hallen en ti refugio los días claros,
roto ya por mil flancos
el
combatido cerco de la noche.
Y cuando zarpe el último navío
rumbo
a la decepción definitiva,
quede mi nombre escrito sobre el agua,
indefenso, esperando
la hora en que tú desciendas suavemente,
sabiendo ya el camino, a recordarme.
Renuncio a morir
Era el otoño y la hoja
de aquel árbol
temblaba. También yo, también nosotros
teníamos un temblor
nuevo, una nueva
y enfebrecida tarde. Como el mar
que rompe hacia las rocas y las
vence,
así eras tú, estudiante. Conocía
tu soledad, tu cuerpo, desde
antes
de ver tu cuerpo y ver tu soledad.
« ¿Estudias mucho? »
«Estudio poco.» «¿Vives
poco?» « No, vivo mucho.» Parecía
que tus palabras me
arrastraban, era
todo tan nuestro de verdad, tan bello
de verdad, tan sencillo.
Me acordaba
de aquel niño lejano que aún creía
en Dios, en sus milagros.
(Madre, madre,
un día vendrá Dios hasta los pobres
y hará justicia.)
Mientras, era el campo,
fijamente mirábamos el campo
verde, universitario, lentamente
se humedecía la yerba. Era de oro
la hoja del árbol y temblaba,
era
no sé de qué tu corazón y abría
sus puertas a la yerba verde y
húmeda.
Náufragos del jardín, resucitábamos,
llegábamos a amarnos, me
perdía,
me salvaba, dudé, toqué las llagas
de aquel paisaje con los
dedos como
se toca un árbol, una flor, un cuerpo:
para creer. Olía a vida. Se
respiraba la vida. De repente
alguien, el viento, nos dejó sin libros,
nos hizo dioses. Y quedamos solos,
frente a frente, mirando
aquellos campos
solitarios, y libres, y vencidos,
a nuestros pies. Podía
renunciarse
a morir ante aquel milagro. «Pero
¿me escuchas, me comprendes,
vas conmigo?»
Era el otoño y la hoja
de aquel árbol,
que era de oro de verdad, temblaba.
Soneto
Están doblando a madre
las campanas
y el corazón está sonando a llanto.
Un niño, en los senderos del espanto,
huye a unas faldas limpias
y lejanas.
El pasado nos abre las ventanas
y penetran sus sombras con el
canto.
Al niño de mi historia lo levanto
hasta la luz de todos los
mañanas.
Están doblando a madre las palmeras
de mi ciudad. Y yo, en
Madrid. Tan lejos
que se me perderán en el camino
todas estas palabras verdaderas.
Madre en el fondo azul de los
espejos
de este hotel, donde el llanto es clandestino.
Tal vez naciste para ser
motivo
Huyendo de mí siempre,
a mí me sigo.
Juan Boscán
Tal vez naciste para ser motivo
de estos versos y no sustancia
mía,
fuego de mis palabras, no madera
de aquellos bosques donde
tantas veces,
hijos del alba, nos perdimos.
No eres de carne, eras de viento en furia.
Viniste y me tiraste
el alma abajo;
No eras de carne, pero no te puedo
olvidar.
Si algo que es tuyo se ha perdido lejos
como un relámpago en la
noche, dime,
dime tú, estrella que en el pecho llevo
'qué podemos
hacer, a qué lugares
voy a traer, mi corazón. La historia
es
sencilla y es triste. Recordarla
sería también sencillo y triste,
pero
ya para qué, si tú no estás conmigo.
Salgo a la calle. Un nuevo día crece,
pero me daña sin piedad. El
sol
pone en las cosas su calor antiguo.
Pero no me conoce nadie.
Nadie
-la flor de aquel jardín, el agua mansa
de aquel estanque,
aquellos montes grises,
tanta ceniza repartida-, nadie
sabe mi
nombre, este es el fin. Aquí
se termina la historia.
Un largo adiós
Ese tren que cruza Castilla
de madrugada, ese tren largo y perezoso
que se detiene acá y allá, en lugares previstos pero desconocidos,
que se mueve en la noche
como si se incendiara un bosque entero y
amplio,
no puede ser el del olvido.
A través de lo oscuro, de las
obligaciones
deprimentes,
tú puedes comprobarlo. Estamos lejos
uno de otro y todo sirve
para marcar bien las distancias;
y sin
embargo, el aire de la noche,
el sueño, el despertar de tanta
ausencia,
me traen recuerdos vivos, restos puros
de todos los
naufragios:
el mar mediterráneo en calma (en mi ciudad o en Nápoles),
un pinar castellano, o bien
un día de junio a pleno sol entre mis
brazos.
¡Tanta dicha no puede ser
irrepetible!
Yo busco tu
silencio de otros días,
tus palabras de entonces, la belleza
de un
gesto tuyo, el resplandor seguro
de aquellos instantes.
Busco las
cosas ciertas,
las que me salvan de no estar contigo
día a día,
por siempre.
y te pregunto desde esta hora triste:
los momentos
felices
¿han de partir con ese tren
que ahora cruza Castilla, han
de perderse oscuramente,
sin piedad, en la noche?
Un manifiesto: febrero 1848
Fue en la calle de Liverpool, en Londres,
en las prensas de un tal
Burghard. Aquel día
la tinta estaba aún fresca, recién creado
el
libro, el arma.
Cómo llamarle, cómo referirse
a tanta sangre pobre
en junto, qué decir del olor
a herramienta humillada y campo entre
sus páginas.
La vida trae a veces brisa ligera, palabras
que sólo
son palabras, íntimos coloquios
de enamorados bajo los olivos.
Pero aquel documento decía palabras de más peso, traía vientos
mundiales, solidarios.
Como un doble latir ante la historia,
dos
hombres lo escribieron, pusieron su pecho
frente al invierno de aquel
año.
Y desde entonces,
no como flor, sino como exigencia
de
mano de obra,
generaciones de violenta espuma
de idioma a idioma
traducían
el mismo impulso, iguales certidumbres.
Porque una cosa
es cierta: era la luz, la letra impresa clareando
caminos que antes
fueron noche injusta, tiempo
de esclavitud.
Un niño miraba el mar
De tierra adentro tu ancho corazón,
tu estar serena. ¿Pero has visto
el mar?
Te contaré que soy el mar y puedes
creerme. Allá en mi
patria, cuando había
un niño solo junto al mar, viniste.
Como la
ola de la playa, alegre
entrabas por mi corazón, lo mismo
que la
ola en la playa. Y era yo,
con mis castillos en la arena, era
yo
quien te recibía y te ponía
nombre de ave. Con el agua azul
te
bautizaba: «'Tú serás la flor,
la golondrina que va y viene». iCómo
voló tu corazón en torno mío!
De mar adentro. Y ya te conocía,
pluma de ave que se va, campana
que ahora suena. Es ahora. ¿y aún no
has visto
el mar? Yo soy el mar. Puedes creerme.
Como la ola de la
playa, puedes,
debes creerme así. Vuelen tus alas,
sufra la luz el
roce de tu cuerpo,
y yo en lo hondo de tu cuerpo viva,
hondo
muchacho que una tarde buena
se acercó a ti, se emocionó a tu lado.
Vegetales
Estamos en el bosque,
amor mío,
en la espesura de los años
vividos duramente
bajo la tiranía de las frondas,
en situación de
seres vegetales.
Entre tú y yo el silencio
se mueve apenas,
su
involuntaria brisa comunica los troncos
y, sin palabras, las raíces
inician la aventura
de la espera anhelante: pasa
por nuestro sueño
un leñador amigo
desbrozando la noche,
abriendo para siempre el
camino del alba.