
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
Reseña biografica
Poeta inglés nacido en Field Place, Sussex, en 1792.
Estudió en Eton College y Oxford, gracias a que nació en el seno de una rica
familia aristócrata.
Dueño de un temperamento independiente y rebelde, se inclinó desde joven por
los temas metafísicos, tratando de encontrar una verdad que se ajustara al
agnosticismo que siempre profesó. Por esta razón fue expulsado de Oxford en
1811, y desde entonces, alternó las investigaciones filosóficas con el
ejercicio literario produciendo obras como "Himno a la belleza
intelectual" y "Mont Blanc".
Después de sostener algunas aventuras amorosas, se casó en 1814 y se radicó
en Italia donde produjo la parte más importante de su obra, representada
especialmente por
"La Reforma", "Prometeo liberado", "Oda al viento del Oeste",
"Himno de Apolo" y "Adonais" entre otros.
Falleció en 1822. ©
Poemas de Percy Bysshe
Shelley:
A una alondra
El espíritu del mundo
Filosofía del amor
Himno a la belleza intelectual
1. L a sombra de
una fuerza incognocible...
2. Espíritu, belleza que
consagras...
3. Ninguna voz de un
ámbito sublime...
4. Amor, honor, confianza...
5. Cuando niño,
buscaba yo fasntasmas...
6. Hice un voto: a
ti ya cuanto es tuyo...
7. El día es más
sereno y más solemne...
La serenata india
Para Fanny Godwin
Prometeo liberado
Soy como un espíritu que
mora...
Su voz tembló cuando
nos separamos...
Temo tus
besos
Vino de hadas
A una alondra
¡Sé bienvenido, jubiloso espíritu!
No fuiste nunca un pájaro,
tú,
que desde los cielos o cerca de sus lindes,
el corazón derramas
en
profusos acentos, con arte no pensado.
Alta, siempre más alta,
de la tierra te lanzas
como nube de
fuego;
por el azul revuelas
y cantando, te ciernes y, cerniéndote,
cantas.
En dorados relámpagos
del sol, ya trasmontado,
donde se
encienden nubes,
flotas tú y te deslizas
como gozo sin cuerpo que
empieza su carrera.
La tardecita pálida y purpúrea, en torno
de tu vuelo se funde:
como estrella del cielo,
al ser día, invisible
eres tú, pero
escucho tu voz dulce y aguda,
fina como las flechas
de la esfera de plata,
cuya viva luz
mengua
en la blanca alborada,
y ya, sin verla apenas, lejana la
sentimos.
Todo el aire y la tierra
de tus trinos se colman:
así, en la
noche pura,
desde una nube sola,
derrama luz la luna y se inundan
los cielos.
No sabemos quién eres.
Ya ti más parecido
¿qué habrá? De la
irisada nube no fluyen nunca
gotas tan radiantes,
como de tu
presencia nos llueven melodías.
Así un poeta oculto
en luz de pensamientos,
que entona sus
canciones,
hasta sentir el mundo
temores y esperanzas que no
advirtiera nunca.
Así un alta doncella
en torre de un palacio,
que alivia
pesadumbres
de amor secretamente, con música tan dulce
como el
amor, fluyendo de su estancia.
Tal dorada luciérnaga
en valle de rocío,
que esparce, sin ser
vista,
aéreos, sus fulgores,
entre flores y hierba que a los ojos
la ocultan.
Cual rosa retirada
entre sus hojas verdes,
deshojada por
brisas
tibias, hasta que sienten desmayo, por exceso
de aroma, sus
ladrones de vuelo fatigado.
Al son de los chubascos
de primavera, en hierbas relucientes,
a flores despertadas por la lluvia,
a todo lo que hubiere
de
alegre, claro y fresco, tu música aventaja.
Dinos, ave o espíritu,
tus dulces pensamientos:
nunca oí una
alabanza
del amor o del vino,
que tan divino arrobo, ardiente,
derramara.
Los coros de Himeneo,
los cantos de victoria,
junto a los
tuyos fueran
ostentación vacía,
aquello en que se siente alguna
falla oculta.
¿Qué objetos son la fuente
de tu feliz gorjeo?
¿Qué campos,
ondas, montes?
¿Qué cielos o llanuras?
¿Qué amor de semejantes y
qué ignorar de penas?
En tu alegría clara
no caben languideces;
la sombra de la
angustia
nunca a ti se ha acercado;
amas y el triste hastío de
amor nunca supiste.
En vigilia o dormida,
pensarás de la muerte
cosas más ciertas
y hondas
que nosotros, mortales:
si no, ¿cómo brotara tu arroyo
cristalino?
Miramos antes, luego;
lo que no es lloramos:
nuestra risa más
clara
se mezcla con suspiros;
da los más dulces cantos nuestro
pesar más triste.
Mas si hiciéramos burla
de orgullo y odio y miedo;
si
hubiésemos nacido
para no llorar nunca,
no sé si llegaríamos tan
cerca de tu gozo.
Mejor que todo verso
de sones deliciosos,
mejor que las
preseas
de los libros, tu arte
será para el poeta, ¡tú, que al
suelo escarneces!
Si un poco me dijeras
del gozo que tú sabes,
tal locura
armoniosa
brotara de mis labios,
que, como yo te escucho, el mundo
escucharía.
Versión de Màrie Montand
El espíritu del mundo
En lo hondo, muy lejos del borrascoso camino
que la carroza seguía,
tranquilo como un infante en el sueño,
yacía majestuoso, el océano.
Su vasto espejo silente ofrecía a los ojos
luceros al declinar, ya
muy pálidos,
la estela ardiente del carro
y la luz gris de cuando
el día amanece,
tiñendo las nubes, a modo de leves vellones,
que
entre sus pliegues al alba niña acunaban.
Parecía volar la carroza
a través de un abismo, de un cóncavo inmenso,
con un millón de
constelaciones radiante, teñido
de colores sin fin
y ceñido de un
semicírculo
que llameaba incesantes meteoros.
Al acercarse a su meta,
más veloces aún parecían las sombras
aladas.
No se columbraba ya el mar; y la tierra
parecía una vasta
esfera de sombra, flotando
en la negra sima del cielo,
con el orbe
sin nubes del sol,
cuyos rayos de rápida luz
dividíanse, al paso,
más veloz todavía, de aquella carroza
y caían, como en el mar los
penachos de espuma
que lanzan las ondas hirvientes
ante la proa
que avanza.
Y la encantada carroza su ruta seguía.
Orbe distante, la tierra
era ya
el luminar más menudo que titila en los cielos,
y en tanto,
en la senda del carro,
vastamente rodaban sistemas innúmeros
y
orbes sin cuento esparcían,
siempre cambiante, su gloria.
¡Maravillosa visión! Eran curvos algunos, al modo de cuernos,
y como
la luna en creciente de plata, pendían
en la bóveda oscura del cielo;
esparcían
otros un rayo tenue y claro, así Héspero cuando en el mar
brilla aún el Poniente, apagándose; más allá se arrojaban
otros
contra la noche, con colas de trémulo fuego,
como esferas que a la
ruina, a la muerte caminan;
como luceros brillaban algunos, pero, al
pasar la carroza,
palidecía toda otra luz...
Versión de Màrie Montand
Filosofía del amor
Las fuentes se unen con el río
y los ríos con el Océano.
Los
vientos celestes se mezclan
por siempre con calma emoción.
Nada es
singular en el mundo:
todo por una ley divina
se encuentra y funde
en un espíritu.
¿Por qué no el mío con el tuyo?
Las montañas besan el Cielo,
las olas se engarzan una a otra.
¿Qué flor sería perdonada
si menospreciase a su hermano?
La luz
del sol ciñe a la tierra
y la luna besa a los mares:
¿para qué
esta dulce tarea
si luego tú ya no me besas?
Versión de Juan Abeleira
Himno a la belleza intelectual
1. La sombra de una
Fuerza incognoscible...
La sombra
de una Fuerza incognoscible
flota, aunque incognoscible, entre
nosotros;
visita este amplio mundo con la misma
inconstancia que
el viento entre las flores;
como un rayo de luna tras un pico
turba secreto, imprevisible,
el corazón y rostro humanos;
como
el rumor pausado de la tarde,
como una nube en noche clara,
como
el recuerdo de una música,
como aquello que se ama por hermoso
pero más todavía por ignoto.
2. Espíritu, Belleza que consagras...
Espíritu,
Belleza que consagras
con tu lumbre el humano pensamiento
sobre el
que resplandeces, ¿dónde has ido?
¿Por qué cesa tu brillo y abandonas
este valle de lágrimas
desierto?
¿Por qué el sol no teje por siempre
un arco iris en tu
arroyo?
¿Por qué cuanto ha nacido languidece?
¿Por qué temor y sueño, vida y muerte
ensombrecen el mundo de
este modo?
¿Por qué el hombre ambiciona tanto
odio y amor,
desánimo, esperanza?
3. Ninguna voz de un ámbito
sublime...
Ninguna
voz de un ámbito sublime
ha respondido nunca a estas preguntas.
Los nombres de Demonio, Espectro y Cielo
testimonian este inútil
empeño:
débiles palabras cuyo encanto no suprime
de cuanto aquí
vemos y oímos
el azar, la duda, lo mudable.
Sólo tu luz, cual niebla entre
montañas
o música que el viento vespertino
arranca de algún tácito
instrumento
o cual claro de luna a medianoche,
sosiega el sueño inquieto de esta vida.
4. Amor, Honor, Confianza, como
nubes...
Amor,
Honor, Confianza, como nubes
parten y vuelven, préstamo de un día.
Si el hombre inmortal fuese, omnipotente,
Tú -ignoto y sublime como
eres-
dejarías tu séquito en su alma.
Tú, emisario de los afectos,
que creces en los ojos del amante;
¡Tú que nutres al puro pensamiento
cual penumbra a una llama que agoniza!
No partas cuando al fin llega tu sombra:
sin Ti, como la vida y
el temor,
la tumba es una oscura realidad.
5. Cuando niño, buscaba yo fantasmas...
Cuando niño, buscaba yo fantasmas
en calladas estancias, cuevas,
ruinas
y bosques estrellados; mis temerosos pasos
ansiaban conversar con
los difuntos.
Invocaba esos nombres que la superstición
inculca.
En vano fue esa búsqueda.
Mientras meditaba el sentido
de la vida,
a la hora en que el viento corteja
cuanto vive y fecunda
nuevas
aves y plantas,
de pronto sobre mí cayó tu sombra.
Mi garganta
exhaló un grito de éxtasis.
6. Hice un voto: a Ti ya cuanto es tuyo...
Hice un voto: a Ti ya cuanto es tuyo
dedicaría el ser. ¿No ha sido
así?
Aún hoy, con inquieto pulso, llamo
a los turbios espectros
que en sus tumbas
acompañan mis horas. En fingidos lugares
donde aplico mi espíritu al amor o al estudio,
han contemplado
conmigo la noche.
Saben que la alegría no ilumina mi rostro
si no
es con la esperanza de que absuelvas
al mundo de su oscura
esclavitud;
de que tú, Terrible Hermosura,
concedas cuanto el
verso no logra proclamar.
7. El día es más sereno y más solemne...
El día es
más sereno y más solemne
cuando llega la tarde. Y hay un orden
en
Otoño y un lustre en su horizonte
que el estío prohíbe alojo humano
hasta hacernos creer que es imposible.
Así pues, deja que tu fuerza
-talla naturaleza, cuando joven-
provea a mi existencia venidera
de sosiego, a mí que te venero
con cuantas formas te contienen,
a
mí, hermoso Espíritu, a quien diste
el temor de sí mismo y amor al
ser humano.
Versión de Gabriel Insuasti
La serenata india
I
Me levanto desde sueños de ti
En el primer dulce dormir de la noche
Cuando los vientos respiran suave
Y las estrellas relumbran brillantes:
Me levanto desde sueños de ti,
Y un espíritu en mis pies
Me ha llevado -¿quién sabe cómo?-
A la ventana de tu cuarto, ¡Dulce!
II
Los aires vagabundos desmayan
Sobre lo oscuro, la corriente silenciosa-
Los aromas de Champak caen
Como dulces pensares en un sueño
La queja del ruiseñor
Muere sobre su corazón
Como yo sobre el tuyo
¡Oh, amado como tú lo eres!
III
¡Oh elévame de la hierba!
¡Muero!, ¡Desmayo! ¡Caigo!
Deja que tu amor en besos llueva
Sobre mis párpados y labios pálidos.
Mi mejilla es fría y blanca, ay!
Mi corazón late alto y rápido;
¡Oh! Apriétalo contra el tuyo de nuevo
donde al final se romperá.
Versión de Romina Freschi
Prometeo liberado
Tú bajaste, entre todas las ráfagas del cielo:
al modo de un espíritu
o de un pensar, que agolpa
inesperadas lágrimas en ojos insensibles,
o como los latidos de un corazón amargo
que debiera tener ya la paz,
descendiste
en cuna de borrascas; así tú despertabas,
Primavera,
¡oh, nacida de mil vientos! Tan súbita
te llegas, como alguna memoria
de un ensueño
que se ha tornado triste, pues fue dulce algún día,
y como el genio o como el júbilo que eleva
de la tierra, vistiendo
con las doradas nubes
el yermo de la vida.
La estación llegó ya, y
el día: esta es la hora;
has de venirte cuando sale el sol, dulce
hermana:
¡llega, al fin, deseada tanto tiempo, y remisa!
¡Qué
lentos, cual gusanos de muerte los instantes!
El punto e una estrella
blanca aun tiembla, en lo hondo
de esa luz amarilla del día que se
agranda
tras montañas de púrpura: a través de una sima
de la
niebla que el viento divide, el lago oscuro
la refleja; se apaga; ya
vuelve a rutilar
al desvaírse el agua, mientras hebras ardientes
de las tejidas nubes arranca el aire pálido:
¡se pierde! Y en los
picos de nieve, como nubes,
la luz del sol, rosada, ya tiembla. ¿No
se oye
la eólica música de sus plumas, de un verde
marino,
abanicando al alba carmesí?...
Versión de Màrie Montand
Soy como un espíritu que mora...
Soy como un espíritu que mora
en lo más hondo del corazón.
Siento sus sentimientos,
pienso sus pensamientos
y escucho las conversaciones más íntimas
del alma,
la voz que sólo se oye en el rumor de la sangre,
cuando el
vaivén de los latidos
se asemeja al sosegado oleaje del océano estival.
He
desatado la melodía dorada
de su alma profunda y me he zambullido en ella
y, como el águila
en medio de la bruma y la tormenta,
he dejado que mis alas se adornasen
con el fulgor de los rayos.
Su voz
tembló cuando nos separamos...
Su voz tembló cuando nos separamos,
y aunque no supe que su corazón estaba roto
hasta mucho después, me fui sin atender
las palabras que entonces nos dijimos.
¡Sufrimiento, oh sufrimiento
este mundo es demasiado ancho para tí! "
Versión de
Gabriel Insuasti
Temo tus besos
Temo tus
besos, dulce dama.
Tú no necesitas temer los míos;
Mi espíritu va
tan hondamente abrumado,
Que no puede agobiar el tuyo.
Temo tu
porte, tus modos, tu movimiento.
Tú no necesitas temer los míos;
Es inocente la devoción del corazón
con la que yo te adoro.
Vino de hadas
Me embriagué de aquel vino de miel
del capullo lunar de zarzarrosa,
que recogen las hadas en copas de jacinto:
los lirones, murciélagos y
topos
duermen entre los muros o en la hierba,
en el patio desierto
y triste del castillo;
cuando el vino derraman en la tierra de estío
o en medio del rocío se elevan sus vapores,
de alegría se colman sus
venturosos sueños
y, dormidos, murmuran su alborozo; pues pocas
son las hadas que llevan tan nuevos esos cálices.
Versión de Màrie Montand
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...