
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
"Tu cuerpo se
quedaba parado en los relojes
y caían tus párpados sin querer mirar nada... "
"Rest"
Marc Chagall
Reseña biografica
Poeta española
nacida en Sevilla en 1925.
Se licenció en Filosofía y Letras en la
Universidad Hispalense donde ejerció la enseñanza durante algunos años,
obteniendo el Doctorado, por la misma Universidad, con una tesis sobre el
poeta José Luis Hidalgo.
Fue catedrática en Michigan State University
desde 1965 hasta 1973. Después de una breve estancia en España,
abandonó nuevamente el país para residir en Irlanda hasta 1976, año en que
trasladó su residencia a Galicia,
donde actualmente vive.
Es catedrática de Literatura española de
Institutos Nacionales de Enseñanzas Medias y de Escuelas Universitarias.
Su labor crítica de investigación se encuentra en revistas literarias
especializadas de Estados Unidos y de España.
Poemas suyos han sido traducidos al portugués, italiano, inglés, chino y
hebreo, y antologados y editados en diversas
publicaciones españolas, italianas, norteamericanas y chinas.
Es miembro
correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, de la
Asociación española de Críticos
Literarios y de la Asociación Internacional de Hispanistas.
Obtuvo el
Premio Nacional de poesia 2003 por «En el viento, hacia el mar»
(1959-2002), Edición de Sara Pujol Russell,
Fundación José Manuel Lara, Sevilla, Colección Vandalia Maior, 2002.
En 2007 obtuvo el
Premio Nacional de la Crítica
por su obra «Zona desconocida». ©
Obra poética:
«Mariposa en cenizas», Arcos de la Frontera (Cádiz), Col. Arcaraván,1959.
«Extraña juventud», Madrid, Adonais, 1962, (Accésit del Premio Adonais).
«Sin mucha esperanza», Madrid, Ágora, 1966.
«Poemas de Cherry Lane»,
Madrid, Ágora, 1968.
«Campanas en Sansueña», Madrid, Dulcinea, 1977.
«Viejas voces secretas de la noche», El Ferrol, Esquío, 1981.
«Del Camino
de Humo», Sevilla, Renacimiento, 1994.
«Zona desconocida», Premio Nacional de la Crítica 2007
A Edith Piaf
Carta
Confesión en negro
Decía hielo
Driving
El silencio
El tiempo me recuerda
Eterno oleaje
Hablo de la infancia
Inclusiones en un zafiro violeta
La dama extraña
La extraña
Margarita
Nada se
oye
Palabras II
Portas Faxeiras
Raíces
Secreto
Semanas
A Edith Piaf
Te han condenado.
Una oración,
como limosna insuficiente,
ha caído
sobre la
tapa de tu féretro.
Te han condenado, Edith,
por no querer ser
la excepción que
confirma
la regla. Porque
querías,
tú, gorrión
de la calle, ser
la regla. Porque
intentabas salirte de la calle.
Te han condenado como
si Dios no
fuese amor. El dedo
ejemplar
-una uña sucia, como
si lo viera- se alzó
sobre tu
frente
y mostró al mundo
que sólo esa limosna- por sí acaso...-
merecías.
De nuevo a la intemperie.
Esta vez " a la calle"
te han
dicho.
A la calle amarilla
de los muertos, sin Senas,
sin flores, sin
guitarras.
Pero tú, Edith, sonreirás.
Tuviste ya tu infierno
al borde
de la cuna: sabes
lo que un niño criado con alcohol.
Edith, mystère Piaf, rezabas
no al morir, al cantar;
y sin saber por qué,
por quién acaso. Ahora
es cuando cantas en
la inmensa calle
de Dios, alegremente,
Edith, mystére Piaf.
Carta
La página inundada de silencio.
¿La entiende alguien?
Escribiría: "Oigo
voces de muchos pájaros", o
"Se murió en
el olvido", pero
¿lo entiende alguien?
Hábito de silencio,
de voces
fragmentadas.
No, probablemente:
mejor ¿informaciones puntuales?,
que se
dice.
Y la firma, sin fecha.
El resto del papel, meditando en
silencio,
recorrido por la pluma sin tinta,
por la voz de una muda,
se
dejará mirar.
Quizá se entienda.
Confesión en negro
Ahora puedo decir: esto era
la mayor parte de la vida. Lamento
sin embargo, aunque no
con
excesiva pena,
no haber tenido nunca un dormitorio,
aunque por otra parte,
qué
podía yo hacer con tantos muebles
y con tanta madera arrebatada
a aquellas tierras en donde nació...
Fue roja mi primera cama.
Tenía una plaquita, de San José y el Niño,
en el pequeño cabezal.
Recuerdo todavía
a los mayores discutiendo
que su compra era urgente pues la niña
no cabía en la cuna.
Fué peor
no acceder a los libros que, mudos, me
llamaban
porque venían y se iban
más lejos cada vez. Igual que mis amigos,
que mis casas, que las viejas butacas,
que los paisajes encontrados.
Quién sabe todavía
en qué casa, en qué cuarto moriré.
Sin embargo, me alegro
de haber
tenido, en USA, tres objetos: la boina
de hielo del dolor
de cabeza, el teléfono blanco
-en mi tierra
eran negros-
de Mirna Loy, y haber averiguado
lo que desayunaban, en altas copas
cristalinas,
las heroínas y los héroes
del cine. Eran pomelos: esa fruta
cuyo
amargor no puedo soportar.
¿Y del amor? Punto y aparte.
Los quise. Me quisieron:
todos
fueron mis gatos. Y hubo también tres perros.
Lo sé: no ha sido tan terrible.
Decía
hielo
¿Qué dijo?
¿Qué decía? Palabras, eso sí,
palabras eran, pero ¿qué palabras?
Caían
sobre una mesa. Y había luz.
Una luz muy oscura.
Ahora las manos se
agrietaron
buscando los sonidos, revolviendo
agujeros, bolsillos
falsos, nidos
abandonados, hojitas de musgo
y hojas secas: todo lo
quieto. Sacude
los recursos para encubrir, por si cayeran,
las
palabras, al suelo, con un sonido comprensible.
Pregunta
a los árboles del más allá, de vez en cuando,
si se acuerda,
al llanto de los helechos y a la nuez
en que la luz, copo de fe, se
encierra.
Porque asegura
que las oyó y eran como rastrojos, nudos
de alambre,
manzanas podridas y un rostro
volcando todo eso, echando todo eso, tan
frío,
en la nuca inocente. Y helaba la dulzura.
¿Dónde se han
escondido? ¿Desde dónde
la miran, las palabras, agazapadas, riéndose
de que no las encuentre,
tan torpe?
Que se muera buscándolas, dirán.
Tal vez al otro lado...
Driving
Me pregunto si alguien, alguna vez,
podrá imaginarme, como yo no puedo,
formando parte de estos bosques, en los que no pienso,
de este mar, que a veces ignoro y del que huyo, a veces
-driving and driving and driving alone-: necesito
en otra lengua porque su sonido
pone el punto de soledad, de aislamiento, mejor,
a las tres partes: mujer en un coche, bosques, mar.
Siempre creo estar en otra escena
Y encuentro mi lugar en la que ya he perdido. Y eso significa
tal vez, que nunca estoy en parte alguna.
Pero alguien,
alguna vez, supongo con excesivo optimismo
sobre el valor posible de unos cuantos poemas, tendrá curiosidad
por saber cómo fui. Y pintara un atractivo cuadro si contempla
los hermosos paisajes que me acogieron
y que tan fielmente, aunque ya perdidos,
se pueden entrever en toda mi escritura.
Puede que el conjunto resulte hermoso.
Me gustaría verlo, pero será imposible.
De todos modos, quiero hacerle un favor al curioso futuro:
nada estará completo si se olvida
-driving and driving and driving alone-
de este verso extranjero.
El silencio
Hay
un vacío en el que no se oyen las zapatillas.
Y otro más profundo: el que
disuelve nuestras manos.
Y nuestro cuerpo. Y sólo flotan unos ojos
que
no lo parecen. Aunque daría lo mismo
porque ya no pensamos con palabras
que todo lo confunden.
Además
¿para qué
edificar un templo de un grito?
Un grito que no suena en la expansión de las constelaciones.
Un
grito que no oye el pastor de planetas.
Un grito que se llena, como un cubo, de huecos.
Un templo que
visitan arenas y huracanes.
La boca ha gritado,
¿de qué huerto ha
venido? ¿En qué lejana flor
se hará otra vez silencio,
historia no
aprendida
y vida sin pregunta?
¿En qué agua de otro
tiempo
se pulió la mandíbula y su origen?
¿En qué apagado sol
se
removió su cero antes del cero?
Gritar: tan sólo un accidente, una arruga
en el aire.
Y un
destrozo,
un harapo de algo; un desgarrón superfluo
desde el
violento, desde el distraído
que empuja, pisa y habla alto. No grita.
Alto, sólo, habla.
Se
oye su voz pavorreal.
Y el grito se desenrosca desde su sima profunda:
un poquito de aire que, primero,
tropieza con la esquina del pulmón,
garganta arriba. Luego ulula, asalta
la pared que contiene su
infinitud,
su triste desmesura,
arañando su cárcel, resuelto en templo,
ecos en frío crisopacio que se aleja,
en el tiempo, de la boca: su nido.
Y nada alrededor. La boca mueve
sus alas sin sonido, sin sentido,
entre el agua y el huerto,
entre hueso temprano y légamo futuro,
entre el cero y el cero.
Entre el cero y su carga.
El tiempo me recuerda
Recordar no es siempre regresar a lo que ha sido.
En la memoria hay
algas que arrastran extrañas maravillas;
objetos que no nos pertenecen o
que nunca flotaron.
La luz que recorre los abismos
ilumina años
anteriores a mí, que no he vivido
pero recuerdo como ocurrido ayer.
Hacia mil novecientos
paseé por un parque que está en París -estaba-
envuelto por la bruma.
Mi traje tenía el mismo color de la niebla.
La
luz era la misma de hoy
-setenta años después-
cuando la breve
tormenta ha pasado
y a través de los cristales veo pasar la gente,
desde esta ventana tan cerca de las nubes.
En mis ojos parece llover
un tiempo que no es mío.
Eterno oleaje
Será primero una ola niña
sobre la ciega playa. Luego
una delgada
espuma persistente,
más tarde
un redoblar de todo el horizonte
que
avanza, que se empuja
para tomar contacto con la orilla.
En cada grueso oleaje, en cada arruga
del mar, en cada ojo
de
espuma por la arena
de fuego, estará un hombre
por él y por su extensa
cadena de fantasmas. Por las sombras
que no tuvieron cuerpo;
por todos
los que anulados vagan
sin país, sin sepulcro.
Con la memoria
de los que fueron olvidados
volverán: «Ya llegamos
a la patria.» Y jamás
será la patria. Siempre
habrá otras olas, y
anchos nudos,
gruesas crestas de mar. El hombre
irá pisando playas
de fuego, rocas
que hirieron otros pies,
algas que se enredaron a
otras plantas.
Caminará por siempre
-a través de paisajes con
recuerdos-,
el sol contra su espalda
y una arruga profunda
en la
frente horadada por el viento.
«¿Era ésta mi patria?»
-preguntará de
nuevo.
Y pasando de largo,
como un extraño entre los ríos,
regresará a la orilla
de que partió -no la recuerda-
pidiendo paz para
sus muertos.
Hablo de la infancia
Escalera crujiente,
trozo de bosque organizado
por el que ir hasta la cumbre
de
aquel desván lleno de sueños,
pájaros silenciosos
que viajan sin ruido.
Sobre ti estaba el
premio
cubierto por el polvo
y lo muerto vivía
para mí, en mis
ensueños.
Hogar sin sótanos,
todo aquello era hermoso
porque estaba
creando su recuerdo;
viviéndote, sentía
que de algún modo ya te recordaba.
Y siempre
que te acercas
entre la niebla, oigo
cómo se queja suavemente,
enmohecido por
las lluvias,
el pesado cerrojo de una verja.
La del jardín acaso.
Inclusiones en un zafiro
violeta
Quizá en el territorio del zafiro
los puedas encontrar.
Se reconocen en la lejanía
de haber sido, sin ser jamás ni voz ni tiempo
sino sólo recuerdo que, como ciega, palpas
en la incierta pared de la memoria.
Siempre jóvenes son,
aunque las hojas de todos los otoños unidos
intentan acercárseles.
Pero nunca los tocan. Los años, con respeto, se arrodillan
en los umbrales del zafiro, que es urna y universo.
Tal vez la muerte, un día,
suprimirá el espacio en que dialogan
las sombras fieles de quienes nunca fuimos.También,
entonces, tú habrás muerto.De "Del
camino del humo" 1994
La dama extraña
Para Alfonso Jiménez, in memoriam.
En la ciudad donde la lluvia
es una dama extraña
que viniera de paso y sin propósito,
me
dijo, después de larga ausencia: "Yo no entiendo
tus poemas, ahora". El quería
decir. "Se me escapó tu vida
y ya no sé quién eres: sólo a quién me recuerdas."
¿Sabía quién él
era, me pregunto yo, ahora, que tampoco
lo conocí aunque nada enmascarar sabía?
La dama extraña había
realizado su trabajo
demoledor en los que a ella se acogieron.
Su hermosa luz, su
equívoca alegría,
la fresca sombra, el homenaje de los siglos,
que la aturdían como un
vino, el orgullo
feroz de ser quien soy recreada en sus blondas,
y la humildad de los
fantasmas a quienes ella
arrodillaba, en aquel tiempo.
Los que nunca aceptaron,
en aquel tiempo,
la reducción a la ceniza,
al lienzo oscuro
en el destello de sus ojos ciegos, no bastaron
para impedir que con
su dedo
no borrase todo fulgor; para impedir que no arañase,
hasta el
harapo, la fuente de preguntas de cal viva,
el miedo de cal viva y de cemento.
A todos los recuerdo,
agrupados y jóvenes,
ignorando los brazos de esa dama, lenguas de sombra,
que ya hacia
ellos se tendían.
El grupo
muestra ahora las imperfecciones de la felicidad,
las
arbitrariedades y desmanes de los días,
su sorteo de muertes y de números
trucados; ellos serían
los
agraciados con el signo
de una generación desperdiciada
en pueblos sin futuro, en futuro sin
pueblo,
que verdaderamente ama lo que nunca
ha de ser desamado.
Y han muerto, de otro modo,
los que saben y viven. Como aquellos
a
cuyas dudas no podremos
ya nunca responder porque sus dados,
rodando en desventaja,
nunca habrían podido superar
al juego sucio de la vieja dama.
La
extraña
La fatiga e'sedersi senza farse notare.
Cesare Pavese: "Il vino triste".
Me levanté sin que se dieran cuenta
y salí sin hacerme
notar.
Había estado todo el día
entre ellos, intentando
hacerme
oír,
procurando decirles
lo que me habían encargado.
Pero el recado
que me dieron
no era preciso. El humo,
la música, el ruido de las
risas
y de los besos -estallaban
como las rosas en el aire-,
eran
más fuertes que mi voz. Cansada
de mi trabajo inútil,
me levanté,
abrí la puerta
y salí del hermoso lugar.
Desde la calle
miré por la
ventana: nadie había
advertido mi ausencia.
Caminé. Volví el rostro:
ninguno me seguía.
Margarita
A un muchacho que murió en primavera
Yo no te conocí,
pero te ofrezco, sobre tu tumba abierta en
primavera,
este pequeño sol para tus huesos.
Yo no te conocí. Oí tu
nombre
cuando la luz del surtidor te dejaba quebrándose
y morían en tu oído,
como cirios, las últimas palabras,
cuando rompías el hilo que te unía a
nosotros
y escuchabas las flautas extrañas de la muerte.
Los lirios te buscaban la boca palpitante,
inmóvil te inundaba el
sudor de la lucha,
tu cuerpo se quedaba parado en los relojes
y caían tus párpados sin querer mirar nada.
Los años te brillaban
como auroras la tarde de la huida
y una mano apretaba tu corazón de niño
donde no tuvo tiempo de entrar una muchacha;
esa mano de hielo, en un
giro fantástico,
como un robo inaudito desgajó tus raíces
y te lanzó a
lo eterno, completamente solo.
-Arlequín en la danza sacramental del
tiempo-.
Nada se había movido: aún estaba
con el último gesto que hiciste sin saberlo.
Ahora ya estás dormido
en brazos de la tierra,
ante la primavera calzada de amapolas.
Yo no te conocí,
pero tu lecho abierto en primavera tendrá una
margarita
porque todos ignoran que bajo el sol descansas,
que
veintitantos años se han quebrado en tu frente
y que una niña mira tus
balcones vacíos;
sobre tu lecho mullido en primavera habrá una margarita
porque todos dejaron a un lado tu recuerdo;
porque la calle gritaba como
siempre esta mañana
y la gente reía sobre tus huesos rotos.
Nada
se oye
The abandoned ruins of the dreams I left behind.
De una canción popular inglesa.
¿Estuve sola
a través de los
tiempos y los grupos
dorados del otoño, a través de la sombra
del
árbol en el agua
inquieta o dura, y más y más allá?
¿Fui o fuimos hablando entre la niebla
que fingía triunfantes
contornos a mi lado: un rostro puro
muy extraño en su noche, con los
signos
de un idioma remoto en su frente, en su boca?
¿Yo le hablaba a la niebla y a la sombra
o es que alguien me oía?
¿Oía alguien?
La respuesta, ¿era una voz o el viento?
Era una
voz ¿o el agua
salvaje de ese río cruel y poderoso
que el amor no
conoce?
Nada se oye.
En la casa vacía, las preguntas -los pájaros-
se
estrellan, silenciosas, contra el muro
y una muy tierna gota de sangre
sustituye
a la huella del ala en el cemento.
Un instante fue el roce y
destruidas
una a una se ocultan.
El silencio, ¿no es mucho para cada criatura?
La eternidad es
sólo un peligro invisible
porque las roncas voces de la montaña claman
por los cuerpos perdidos que hablaron a las sombras.
Nada se oye.
Pero entonces, ¿me oía?
El silencio es como una
eternidad sin fondo,
sin principio: una espalda
a la vida, a los
hombres.
Para después no quiero contestación ninguna.
Es aquí donde tuve la
urgencia de saberlo.
Oh sí, ya nada se oye.
Pero entonces, ¿me oía?
De
"Poemas de Cherry Lane", 1968
Palabras II
Son
palabras ya ajenas
recogidas por otro aire,
y en no sé qué otro ámbito,
pero sobre este libro que ahora ojeo,
tarde, y en la noche,
es como si vivieran. Quizá vivan aún.
¿Cómo ahora será quien las vertía
sobre papel que ya no reconozco?
Se acercan por los años aunque
se fueran aviejando
desde que gotearan de una pluma,
y su brillo, apagado y lejano,
sabe a hoja amarilla.
¿Quién eres? ¿Cómo fuiste?
¿Qué frío establecía la distancia
entre palabra y corazón?
Y, sobre todo, me pregunto,
qué tinta, qué papel nunca escrito,
quemado por la espera, como toda esperanza,
fue a parar al rincón de
los desechos
con aquella pureza, con tantos ideales.
Portas Faxeiras
Perdida en un café de esta ciudad de niebla
y de soslayo, oyendo una
música vieja que no sé dónde
oí, respondo a esa canción, a ese olvidado
lugar, que no envolvieron, respondo, no,
que no envolvieron las sombras a
la vida. Más diré
quienes fueron llegando por la senda
de los últimos
pasos: sembrador de ceniza,
pasó primero el tiempo: la ciudad de la
nieve,
la del helecho ensangrentado, la de la piedra temblorosa.
(Una
bombilla
cuelga de su cordón. Nunca
vestida,
es siempre la señal
para salir.)
Vinieron los anuncios, las voces divergentes,
más pares de zapatos
cada año,
más blusas, más abrigos: la montaña
difusa que me hizo y
destruí.
Dejé mi taza a un lado,
mis sombras, mis cepillos, todo eso
que se fue amontonando a mis espaldas
y quedarme en la luz bajo la luz
-esa que cuelga del cordón desnudo-,
del sitio en que no cae la ceniza
y se reparte
lo igual, que luego iría a repetirse
y a ser gemelo en
todo los reflejos:
cajas y cajas con lo mismo, dentro
una de otra
hasta el color menudo
que no se puede abrir y queda en montoncito
sin
misterio, del lado en que no cae ni se vierte
el agua. Besa el arco
bilabial del cristal y su sonido
lo mismo que la lluvia besa el borde
y el liquen de estas piedras en que ahora
los que vienen de paso...
Sobre estas piedras que rezuman agua,
en estos campos que rezuman
agua: agua que de ellos viene
y sube al agua
del cielo en el que el
agua llueve.
Dejé mi taza a un lado:
de la casa los sitios que no usé
-sillas, ángulos, huecos
vertidos a la luz, a la ondulada
mansedumbre
del verde y su cautela;
piedad de las esquinas, ausencia de los pasos
que nunca di por el paciente suelo.
La casa y su silencio con el sol de
otra parte
rasgando esta penumbra; los dragones
dormidos en los signos
de las páginas;
la ausencia de los ojos
que el tiempo ha desprendido
de las cosas, vigilia
serena de la luna en el cristal. La casa
y su
lenta ascensión- vienen en ahora,
con las blusas que fui y sus roces
pretéritos
que no envolvieron, no, respondo ahora,
las sombras, sino
el tiempo
y su lento capullo de certeza.
Sí, rezuman agua
las
ventanas de mis dedos.
Raíces
Si ya soy una vela estremecida
colmada por tu viento. Si has llegado
al último escalón. Si me has tomado
por la raíz más honda y más
henchida.
Si yo soy ya tu colmo y tu medida
y estás dentro de mí, secreto,
hallado.
Si ya sobre la frente me has soplado
para hacerme vivir, ciega y
ardida,
antes de irte rompe mis raíces.
Quiero que las arranques, que
las trices
al alba con tu mano firme y fuerte.
De no hincarse en tu tierra
poderosa
no quiere mi raíz ninguna cosa
si no es andar y andar hacia la
muerte.
Secreto
No pesa.
No se toca, no se mueve. Nacido
del hueco, del silencio: un hoyo grave,
un monte, un abandono.
¿Se querían?
Silencio.
Vuelan
hacia el oeste
lejanos se querían.
Vuelan con llanto y miedo,
con frío y
desventaja.
Los labios, despoblados de verbos en desuso,
la palabra, en harapos
que los aires esparcen.
No responden las sombras ni los días plegados.
No contesta el
espejo ni el armario vacío.
La razón de los pasos se ha borrado en el aire.
Semanas
Cuántos lunes y martes
en el polvo, detrás, por los caminos.
Serían diferentes entre sí, pero todos
parecían el mismo.
Busco las sillas, las ventanas, los lechos
de la fiebre o el llanto, del diente dolorido,
a esos lunes o
martes, y ya todos
están fuera de sitio.
Forman montón de cosas, horas,
piedras, palabras, lápices, destinos,
pero fueron cruzando la puerta de hacia adentro
con mucho frío.
A veces los despierta una canción
antigua, una esquina, un amigo,
y me hace gracia de que todos entonces
me parezcan domingos.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...