
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
A mi buitre
Al amor de la lumbre cuya llama...
Castilla
De vuelta a casa
¡Dime qué dices, mar!
Dolor común
Dormirse en el olvido del
recuerdo...
El armador aquel de casas
rústicas...
En horas de insomnio
En un cementerio de lugar
castellano
Es una antorcha al aire esta palmera...
Hasta que se me fue no
he descubierto...
Hay ojos que miran,
hay ojos que sueñan...
Horas serenas del ocaso breve...
La luna y la rosa
La mar ciñe a la noche su
regazo...
La oración del ateo
Luciérnaga celeste, humilde estrella...
Madre, llévame a la cama...
Me destierro a la memoria...
Morir soñando
Noche de luna llena
Nuestro secreto
Ofelia de Dinamarca
Orhoit Gutaz
¿Por qué esos lirios
que los hielos matan?
¿Qué es tu vida, alma mía?
Sed de tus ojos en la mar me
gana...
Si tú y yo, Teresa mía...
Te da en la frente el sol
de la mañana...
Veré por ti
A
mi buitre
Este buitre
voraz de ceño torvo
que me devora las entrañas fiero
y es mi único y constante
compañero
labra mis penas con su pico corvo.
El día en que
le toque el postrer sorbo
apurar de mi negra sangre, quiero
que
me dejéis con él solo y señero
un momento, sin nadie como estorbo.
Pues quiero,
triunfo haciendo mi agonía,
mientras él mi último despojo traga,
sorprender en sus ojos la sombría
mirada al ver
la suerte que le amaga
sin esta presa en que satisfacía
el
hambre atroz que nunca se le apaga.
Al amor de la lumbre cuya llama...
Dulcissime vanus Homems.
Al amor de la lumbre cuya llama
como una cresta de la mar ondea.
Se oye fuera la lluvia que gotea
sobre los chopos. Previsora el ama
supo ordenar se me temple la cama
con sahumerio. En tanto la
Odisea
montes y valles de mi pecho orea
de sus ficciones con la
rica trama
preparándome el sueño. Del castaño
que más de cien generaciones
de hoja
criara y vio morir, cabe el escaño
abrasándose el tronco con su roja
brasa me reconforta. ¡Dulce
engaño
la ballesta de mi inquietud afloja!
Castilla
Tu
me levantas, tierra de Castilla
en la rugosa palma de tu mano,
al
cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo.
Tierra nervuda, enjuta, despejada,
madre de
corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores
del noble antaño.
Con la pradera cóncava del cielo
lindan en torno
tus desnudos campos,
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro
y en ti santuario.
Es todo cima tu extensión redonda
y en ti me
siento al cielo levantado,
aire de cumbre es el que se respira
aquí, en tus páramos.
¡Ara gigante, tierra castellana,
a ese tu
aire soltaré mis cantos,
si te son dignos bajarán al mundo
desde lo alto!
De vuelta a casa
Desde mi cielo a
despedirme llegas
fino orvallo que lentamente bañas
los robledos que visten las montañas
de mi tierra, y los maíces de sus vegas.
Compadeciendo mi secura, riegas
montes y valles, los de mis entrañas,
y con tu bruma el horizonte empañas
de mi sino, y así en la fe me anegas.
Madre Vizcaya, voy desde tus brazos
verdes, jugosos, a Castilla enjuta,
donde fieles me aguardan los abrazos
de costumbre, que el hombre no disfruta
de libertad si no es preso en los lazos
de amor, compañero de la ruta.
¡Dime qué dices, mar!
¡Dime qué
dices, mar, qué dices, dime!
Pero no me lo digas; tus cantares
son, con el coro de tus varios mares,
una voz sola que cantando gime.
Ese mero gemido nos redime
de la letra fatal, y sus pesares,
bajo el oleaje de nuestros azares,
el secreto secreto nos oprime.
La sinrazón de nuestra suerte abona,
calla la culpa y danos el
castigo;
la vida al que nació no le perdona;
de esta enorme injusticia sé testigo,
que así mi canto con tu
canto entona,
y no me digas lo que no te digo.
Dolor común
Cállate,
corazón, son tus pesares
de los que no deben decirse, deja
se
pudran en tu seno; si te aqueja
un dolor de ti solo no acíbares
a los demás la paz de sus hogares
con importuno grito. Esa tu
queja,
siendo egoísta como es, refleja
tu vanidad no más. Nunca
separes
tu dolor del común dolor humano,
busca el íntimo aquel en que
radica
la hermandad que te liga con tu hermano,
el que agranda la mente y no la achica;
solitario y carnal es
siempre vano;
sólo el dolor común nos santifica.
Dormirse en el olvido del recuerdo...
¡Dormirse en el
olvido del recuerdo,
en el recuerdo del olvido,
y que en el claustro
maternal me pierdo
y que en él desnazco perdido!
¡Tú, mi bendito
porvenir pasado,
mañana eterno en el ayer;
tú, todo lo que fue ya
eternizado,
mi madre, mi hija, mi mujer!
El armador aquel de casas
rústicas...
Mateo, cap. XIII, II - Corán III, 6.
El armador aquel de
casas rústicas
habló desde la barca:
ellos, sobre la grava de la
orilla,
él flotando en las aguas.
Y la brisa del lago recogía
de su boca parábolas
ojos que ven,
oídos que oyen gozan
de bienaventuranza.
Recién nacían por el aire claro
las semillas aladas,
el Sol
las revestía con sus rayos,
la brisa las cunaba.
Hasta que al fin cayeron en un libro,
¡ay tragedia del alma!:
ellos tumbados en la grava seca,
y él flotando en el agua.
En horas de insomnio
Me voy de aquí, no
quiero más oírme;
de mi voz toda voz suéname a eco,
ya falta así de
confesor, si peco
se me escapa el poder arrepentirme.
No hallo fuera de mí en
que me afirme
nada de humano y me resulto hueco;
si esta cárcel por otra al fin
no trueco
en mi vacío acabaré de hundirme.
Oh triste soledad,
la del engaño
de creerse en humana compañía
moviéndose entre espejos,
ermitaño.
He ido muriendo hasta llegar al día
en que espejo de espejos,
soy me extraño
a mí mismo y descubro no vivía.
En un cementerio de lugar castellano
Corral de muertos, entre pobres tapias,
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
señala tu destino.
Junto a esas tapias buscan el amparo
del hostigo del cierzo las ovejas
al pasar trashumantes en rebaño,
y en ellas rompen de la vana historia,
como las olas, los rumores vanos.
Como un islote en junio,
te ciñe el mar dorado
de las espigas que a la brisa ondean,
y canta sobre ti la alondra el canto
de la cosecha.
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo
baja también sobre la santa hierba
donde la hoz no corta,
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!,
y sienten en sus huesos el reclamo
del riego de la vida.
Salvan tus cercas de mampuesto y barro
las aladas semillas,
o te las llevan con piedad los pájaros,
y crecen escondidas amapolas,
clavelinas, magarzas, brezos, cardos,
entre arrumbadas cruces,
no más que de las aves libres pasto.
Cavan tan sólo en tu maleza brava,
corral sagrado,
para de un alma que sufrió en el mundo
sembrar el grano;
luego sobre esa siembra
¡barbecho largo!
Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
por donde van y vienen,
ya riendo o llorando,
¡rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado!
Después que lento el sol tomó ya tierra,
y sube al cielo el páramo
a la hora del recuerdo,
al toque de oraciones y descanso,
la tosca cruz de piedra
de tus tapias de barro
queda, como un guardián que nunca duerme,
de la campiña el sueño vigilando.
No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
en torno de la cual duerme el poblado;
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
de los muertos al cielo acorralados.
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,
el Pastor Soberano,
con infinitos ojos centelleantes,
recuenta las ovejas del rebaño!
¡Pobre corral de muertos entre tapias
hechas del mismo barro,
sólo una cruz distingue tu destino
en la desierta soledad del campo!
Es una antorcha al aire esta palmera...
Es una antorcha al
aire esta palmera,
verde llama que busca al sol desnudo
para beberle
sangre; en cada nudo
de su tronco cuajó una primavera.
Sin bretes ni
eslabones, altanera
y erguida, pisa el yermo seco y rudo;
para la miel
del cielo es un embudo
la copa de sus venas, sin madera.
No se retuerce ni
se quiebra al suelo;
no hay sombra en su follaje; es luz cuajada
que
en ofrenda de amor se alarga al cielo;
La sangre de un
volcán que enamorada
del padre sol se revistió de anhelo
y se ofrece,
columna, a su morada.
Hasta que se me fue no he
descubierto...
Hasta que se me fue
no he descubierto
todo lo que la quise;
yo creía quererla; no sabía
lo que es de amor morirse.
Era como algo mío entonces, era
costumbre..., que se dice...;
pero hoy soy suyo yo, soy de la muerte
a
quien nadie resiste.
Al irse nació en
mí... ¡no!, que en torturas
en ella nací al írseme;
lo que creí yo
sueño era la vela;
he nacido al morirme.
Por fin ya sé quién
soy... no lo sabía...
¿Lo sé? ¿Quién sabe en este mundo triste?
¿Hay
quién sepa lo que es saber y entienda
lo que la nada dice?
Mi madre nació en
mí en aquel día
que se me fue Teresa... Madre, dime
de dónde vine,
adónde voy perdido,
por qué al amor me diste...
Hay ojos que miran, -hay ojos que
sueñan...
Hay ojos que miran,
-hay ojos que sueñan,
hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan,
hay
ojos que ríen -risa placentera,
hay ojos que lloran -con llanto de
pena,
unos hacia adentro -otros hacia fuera.
Son como las flores
-que cría la tierra.
Mas tus ojos verdes, -mi eterna Teresa,
los que
están haciendo -tu mano de hierba,
me miran, me sueñan, -me llaman, me
esperan,
me ríen rientes -risa placentera,
me lloran llorosos -con
llanto de pena,
desde tierra adentro, -desde tierra afuera.
En tus ojos nazco,
-tus ojos me crean,
vivo yo en tus ojos -el sol de mi esfera,
en tus
ojos muero, -mi casa y vereda,
tus ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra.
Horas serenas del ocaso breve...
Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el
cielo
y se despiertas el inmortal anhelo
que al fundirse la
lumbre, la lumbre bebe.
Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en
el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con
su brillo leve.
Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas
gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida
el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su
vida
el poso de sus penas más profundas.
La luna y la rosa
A Jules Supervielle
Mira que es hoy en flor la rosa llena;
cuando en otoño de su fruto rojo
será la rosa nueva...
En el silencio
estrellado
la luna daba a la rosa
y el aroma de la noche
le henchía
-sedienta boca-
el paladar del espíritu,
que adurmiendo su congoja
se abría al
cielo nocturno
de Dios y su Madre toda...
Toda cabellos tranquilos,
la
luna, tranquila y sola,
acariciaba a la Tierra
con sus cabellos de rosa
silvestre,
blanca, escondida...
La tierra, desde sus rocas,
exhalaba sus entrañas
fundidas de
amor, su aroma ...
Entre las zarzas,
su nido,
era otra luna la rosa,
toda cabellos cuajados
en la cuna, su
corola;
las cabelleras mejidas
de la luna y de la rosa
y en el crisol de
la noche
fundidas en una sola...
En el silencio estrellado
la luna daba a
la rosa
mientras la rosa se daba
a la luna, quieta y sola.
La mar ciñe a la noche en su
regazo...
La mar ciñe a la
noche en su regazo
y la noche a la mar; la luna, ausente;
se besan en
los ojos y en la frente;
los besos dejan misterioso trazo.
Derrítense después en un abrazo,
tiritan las estrellas con ardiente
pasión de mero amor, y el alma siente
que noche y mar se enredan en su
lazo.
Y se baña en la oscura lejanía
de su germen eterno, de su origen,
cuando con ella Dios amanecía,
y aunque los necios sabios leyes fijen,
ve la piedad del alma la
anarquía
y que leyes no son las que nos rigen.
Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.
Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.
Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida
el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el
poso de sus penas más profundas.
La oración del ateo
Oye mi ruego
Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú
que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No
resistes
a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente
más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi alma
endulzóme noches tristes.
¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea;
es muy angosta
la realidad por mucho que se expande
para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si
Tú existieras
existiría yo también de veras.
Luciérnaga celeste, humilde estrella...
Luciérnaga celeste,
humilde estrella
de navegante guía: la Boquilla
de la Bocina que a
hurtadillas brilla,
violeta de luz, pobre centella
del hogar del espacio; ínfima huella
del paso del Señor; gran
maravilla
que broche del vencejo en la gavilla
de mies de soles, sólo
ella los sella.
Era al girar del universo quicio
basado en nuestra tierra; fiel
contraste
del Hombre Dios y de su sacrificio.
Copérnico, Copérnico, robaste
a la fe humana su más alto oficio
y diste así con su esperanza al traste.
Madre, llévame a la cama...
Madre, llévame a la cama.
Madre, llévame a la cama,
que no me
tengo de pie.
Ven, hijo, Dios te bendiga
y no te dejes caer.
No te vayas de mi lado,
cántame el cantar aquél.
Me lo cantaba
mi madre;
de mocita lo olvidé,
cuando te apreté a mis pechos
contigo lo recordé.
¿Qué dice el cantar, mi madre,
qué dice el cantar aquél?
No
dice, hijo mío, reza,
reza palabras de miel;
reza palabras de
ensueño
que nada dicen sin él.
¿Estás aquí, madre mía?
porque no te logro ver...
Estoy aquí,
con tu sueño;
duerme, hijo mío, con fe.
Me destierro a la memoria...
Me destierro a la
memoria,
voy a vivir del recuerdo.
Buscadme, si me os pierdo,
en el yermo de la historia,
que es enfermedad la vida
y muero viviendo enfermo.
Me voy,
pues, me voy al yermo
donde la muerte me olvida.
Y os llevo conmigo, hermanos,
para poblar mi desierto.
Cuando
me creáis más muerto
retemblaré en vuestras manos.
Aquí os dejo mi alma-libro,
hombre-mundo verdadero.
Cuando
vibres todo entero,
soy yo, lector, que en ti vibro.
Morir soñando
Último poema de
Unamuno, muerto el 31-XII-1936
Au fait, se disait-il a lui-même, il parait que
mon destin est de mourir en rêvant.
(Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX,
«La tranquillité»)
Morir
soñando, sí, mas si se sueña
morir, la muerte es sueño; una ventana
hacia el vacío; no soñar; nirvana;
del tiempo al fin la eternidad se
adueña.
Vivir el día de hoy bajo la enseña
del ayer deshaciéndose en
mañana;
vivir encadenado a la desgana
¿es acaso vivir? ¿y esto qué
enseña?
¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es
matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño?:
¿aprender lo que al punto al fin se olvida
escudriñando el
implacable ceño
-cielo desierto- del eterno Dueño?
28 -día de
Inocentes- de diciembre, 1936.
Noche de luna llena
Noche blanca en que el agua cristalina
duerme queda en su lecho de
laguna,
sobre la cual redonda llena luna
que ejército de estrellas
encamina.
Vela, y se espeja una redonda encina
en el espejo sin rizada
alguna;
noche blanca en que el agua hace de cuna
de la más alta y más
honda doctrina.
Es un rasgón del cielo que abrazado
tiene en sus brazos la
Naturaleza;
es un rasgón del cielo que ha posado
y en el silencio de la noche reza
la oración del amante resignado
sólo al amor, que es su única riqueza.
Nuestro secreto
No me preguntes
más, es mi secreto,
secreto para mí terrible y santo;
ante él me
velo con un negro manto
de luto de piedad; no rompo el seto
que cierra su recinto, me someto
de mi vida al misterio, el
desencanto
huyendo del saber y a Dios levanto
con mis ojos mi
pecho siempre inquieto.
Hay del alma en el fondo oscura sima
y en ella hay un fatídico
recodo
que es nefando franquear; allá en la cima
brilla el sol que hace polvo al sucio lodo;
alza los ojos y tu
pecho anima;
conócete, mortal, mas no del todo.
Ofelia de Dinamarca
Rosa de nube de carne
Ofelia de Dinamarca,
tu mirada, sueñe o
duerma,
es de Esfinge la mirada.
En el azul del abismo
de tus
niñas - todo o nada,
“ser o no ser”-, ¿es espuma
o poso de vida tu
alma?
No te vayas monja, espérame
cantando viejas baladas,
suéñame
mientras te sueño,
brízame la hora que falta.
Y si los sueños se
esfuman
- “el resto es silencio” -, almohada
hazme de tus muslos,
virgen
Orhoit Gutaz
Pasásteis como pasan por el roble
las hojas que arrebata en primavera
pedrisco intempestivo;
pasásteis, hijos de mi raza noble,
vestida el alma de infantil eusquera,
pasásteis al archivo
de mármol funeral de una iglesia
que en el
regazo recogido y verde
el Pirineo vasco
al tibio sol del monte se acurruca.
Abajo, el
Bidasoa va y se pierde
en la mar; un peñasco
recoge de sus olas el gemido,
que pasan,
tal las hojas rumorosas,
tal vosotros, oscuros
hijos sumisos del hogar henchido
de
silenciosa tradición. Las fosas
que a vuestros huesos, puros,
blancos, les dan de última cuna lecho,
fosas que abrió el cañón en sorda guerra,
no escucharán el canto
de la materna lluvia que el helecho
deja caer en vuestra patria tierra
como celeste llanto...
No
escucharán la esquila de la vaca
que en la ladera, al pie del caserío,
dobla su cuello al suelo,
ni a lo lejos la voz de la resaca
de la mar que amamanta a vuestro río
y es canto de consuelo.
Fuísteis como corderos, en los ojos
guardando la sonrisa dolorida
lágrimas del ocaso,
de vuestras
madres el alma de hinojos,
¡y en la agonía de la paz la vida
rendísteis al acaso..!.
¿Por
qué? ¿Por qué? Jamás esta pregunta
terrible torturó vuestra inocencia;
nacísteis... nadie sabe
por
qué ni para qué... ara la yunta,
y el campo que ara es toda su conciencia,
y canta y vuela el
ave...
¡Orhoit Gutaz! Pedís nuestro recuerdo
y una lección nos dais de
mansedumbre;
calle el porqué..., vivamos
como habéis muerto, sin porqué, es lo
cuerdo...
los ríos a la mar..., es la costumbre
y con ella pasamos...
¿Por qué esos lirios
que los hielos matan?
¿Por qué esos
lirios que los hielos matan?
¿Por qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por qué esos pajarillos que sin vuelo
se mueren en plumón?
¿Por qué derrocha el cielo tantas vidas
que no son de otras nuevas
eslabón?
¿Por qué fue dique de tu sangre pura
tu pobre corazón?
¿Por qué no se mezclaron nuestras sangres
del amor en la santa
comunión?
¿Por qué tú y yo, Teresa de mi alma
no dimos granazón?
¿Por qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por qué y para qué fuimos los
dos?
¿Por qué y para qué es todo nada?
¿Por qué nos hizo Dios?
¿Qué es tu vida, alma mía?, ¿cuál
tu pago?
¿Qué es tu vida,
alma mía?, ¿cuál tu pago?,
¡Lluvia en el lago!
¿Qué es tu vida, alma
mía, tu costumbre?
¡Viento en la cumbre!
¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?,
¡Sombra en la cueva!,
¡Lluvia
en el lago!,
¡Viento en la cumbre!,
¡Sombra en la cueva!
Lágrimas es la lluvia desde el cielo,
y es el viento sollozo sin
partida,
pesar, la sombra sin ningún consuelo,
y lluvia y viento y
sombra hacen la vida.
Sed de tus ojos en la mar me gana...
Sed de tus ojos en
la mar me gana;
hay en ellos también olas de espuma;
rayo de cielo que
se anega en bruma
al rompérsele el sueño, de mañana.
Dulce contento de
la vida mana
del lago de tus ojos; si me abruma
mi sino de luchar, de
ellos rezuma
lumbre que al cielo con la tierra hermana.
Voy al destierro
del desierto oscuro,
lejos de tu mirada redentora,
que es hogar de mi
hogar sereno y puro.
Voy a esperar de mi
destino la hora;
voy acaso a morir al pie del muro
que ciñe al campo
que mi patria implora.
Si tú y yo, Teresa mía,
nunca...
Si tú y yo, Teresa
mía, nunca
nos hubiéramos visto,
nos hubiéramos muerto sin saberlo:
no habríamos vivido.
Tu sabes que
morirse, vida mía,
pero tienes sentido
de que vives en mí, y viva
aguardas
que a ti torne yo vivo.
Por el amor supimos
de la muerte;
por el amor supimos
que se muere; sabemos que se vive
cuando llega el morirnos.
Vivir es solamente,
vida mía,
saber que se ha vivido,
es morirse a sabiendas dando gracias
a Dios de haber nacido.
Te da en la frente el sol de la
mañana...
Te
da en la frente el sol de la mañana
recién nacido, pálida doncella,
misteriosa visión, fugaz estrella,
que te derrites en la luz. Hermana
de la que nace cuando la campana
tocando a la oración doliente
sella
la fatiga de un día más, la mella
que sume el alma en la
mortal desgana.
El alba y el ocaso cruzan manos,
y así, a la silla de la reina,
al día
ya la noche, rendidos soberanos,
Los llevan a
enterrar. Triste sería
que al despertar de nuestros sueños varios
luz y sombra lucharán a porfía.
Veré por ti
« Me
desconozco», dices; mas mira, ten por cierto
que a conocerse empieza
el hombre cuando clama
«me desconozco», y llora;
entonces a sus
ojos el corazón abierto
descubre de su vida la verdadera trama;
entonces es su aurora.
No, nadie se conoce, hasta que no le toca
La luz de un alma
hermana que de lo eterno llega
y el fondo le ilumina;
tus íntimos
sentires florecen en mi boca,
tu vista está en mis ojos, mira por mí,
mi ciega,
mira por mí y camina.
«Estoy ciega», me dices; apóyate en mi brazo
y alumbra con tus
ojos nuestra escabrosa senda
perdida en lo futuro;
veré por ti,
confía; tu vista es este lazo
que a ti me ató, mis ojos son para ti
la prenda
de un caminar seguro.
¿Qué importa que los tuyos no vean el camino,
si dan luz a los
míos y me lo alumbran todo
con su tranquila lumbre?
Apóyate en mis
hombros, confíate al Destino,
Veré por ti, mi ciega, te apartaré del
lodo,
te llevaré a la cumbre.
Y allí, en la luz envuelta, se te abrirán los ojos,
Verás cómo esta senda tras de nosotros lejos,
se pierde en lontananza
y en
ella de esta vida los míseros despojos,
y abrírsenos radiante del
cielo a los reflejos
lo que es hoy esperanza.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...