
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
Reseña biografica
Poeta francés nacido en Metz
en en 1844.
Cursó estudios en el Liceo Bonaparte de Paris, y muy pronto, atraído por la
lectura de Baudelaire, trabó amistad con los poetas del grupo parnasiano
liderado por Leconte de Lisle. Con los primeros libros de poemas, "Poemas
saturnianos" 1866, "Fiestas galantes" 1869, y "La buena
canción" 1870, se dio a conocer como poeta y empezó a ejercer gran
influencia en los círculos literarios. Sin embargo, la vida licenciosa, el
licor y una tormentosa relación amorosa con Rimbaud, lo llevaron a la cárcel
donde más tarde se convirtió al catolicismo. En 1881, ya en libertad, y
después de un largo silencio, publicó "Sabiduría", una colección de
poemas religiosos de gran originalidad y belleza. De ésta década data gran
parte de su obra poética, que abarca títulos como "Aventura amorosa"
1888; "Paralelamente" 1889, "Felicidad" 1891,
"Elegías" y "Odas en su honor" 1893. En 1894 fue elegido en Paris
"Príncipe de los poetas".
Agobiado por el vicio y la enfermedad, falleció en Paris en 1896.
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Poemas de Paul Verlaine:
Aria de antaño
Canción de otoño
El hogar y la
lámpara de resplandor pequeño
Green
Las conchas
Lasitud
Mi sueño
Mujer y gata
Serenata
Soñé contigo esta noche...
Tú crees en el
ron del café, en los presagios...
Aria de antaño
"Son joyeux, importum, d'un clavecin sonore"
Petrus Borel
Lucen
vagamente las teclas del piano
a la luz del suave crepúsculo rosa,
y bajo los finos dedos de su mano
un aire de
antaño canta y se querella
en la diminuta cámara suntuosa
en donde
palpitan los perfumes de Ella.
Un plácido
ensueño mi espíritu mece
mientras que el teclado sus notas desgrana;
¿por qué me acaricia, por qué me enternece
esa
canción dulce, llorosa e incierta
que apaciblemente muere en la
ventana
a las tibias auras del jardín abierta...?
Versión de Eduardo Castillo
Canción de otoño
Los sollozos más hondos
del violín del otoño
son igual
que una
herida en el alma
de congojas extrañas
sin final.
Tembloroso recuerdo
esta huida del tiempo
que se fue.
Evocando el pasado
y los días lejanos
lloraré.
Este viento se lleva
el ayer de tiniebla
que pasó,
una mala
borrasca
que levanta hojarasca
como yo.
Versión de Carlos Fujol
El hogar y la lámpara de resplandor pequeño...
El hogar y la lámpara de resplandor pequeño;
la frente entre las
manos en busca del ensueño;
y los ojos perdidos en los ojos amados;
la hora del té humeante y los libros cerrados;
el dulzor de sentir
fenecer la velada,
la adorable fatiga y la espera adorada
de la
sombra nupcial y el ensueño amoroso.
¡Oh! ¡Todo esto, mi ensueño lo
ha perseguido ansioso,
sin descanso, a través de mil demoras vanas,
impaciente de meses, furioso de semanas!
Versión de Luis Garnier
Green
Te ofrezco
entre racimos, verdes gajos y rosas,
mi corazón ingenuo que a tu
bondad se humilla;
no quieran destrozarlo tus manos cariñosas,
tus
ojos regocije mi dádiva sencilla.
en el
jardín umbroso mi cuerpo fatigado
las auras matinales cubrieron de
rocío;
como en la paz de un sueño se deslice a tu lado
el fugitivo
instante que reposar ansío.
Cuando en
mis sienes calme la divina tormenta,
reclinaré, jugando con tus
bucles espesos,
sobre tu núbil seno mi frente soñolienta,
sonora
con el ritmo de tus últimos besos.
Versión de Víctor M. Londoño
Las conchas
Cada concha incrustada
En la gruta donde nos amamos,
Tiene su particularidad.
Una tiene la púrpura de nuestras almas,
Hurtada a la sangre de nuestros corazones,
Cuando yo ardo y tú te inflamas;
Esa otra simula tus languideces
Y tu palidez cuando, cansada,
Me reprochas mis ojos burlones;
Esa de ahí imita la gracia
De tu oreja, y aquella otra
Tu rosada nuca, corta y gruesa;
Pero una, entre todas, es la que me turba.
Lasitud
Encantadora
mía, ten dulzura, dulzura...
calma un poco, oh fogosa, tu fiebre pasional;
la amante, a veces, debe tener una hora pura
y amarnos con un suave cariño fraternal.
Sé lánguida,
acaricia con tu mano mimosa;
yo prefiero al espasmo de la hora violenta
el suspiro y la ingenua mirada luminosa
y una boca que me sepa besar aunque me mienta.
Dices que se
desborda tu loco corazón
y que grita en tu sangre la más loca pasión;
deja que clarinee la fiera voluptuosa.
En mi pecho reclina tu cabeza galana;
júrame dulces cosas que olvidarás mañana
Y hasta el alba lloremos, mi pequeña fogosa.
Versión de Emilio Carrere
Mi sueño
Sueño a
menudo el sueño sencillo y penetrante
de una mujer ignota que adoro y
que me adora,
que, siendo igual, es siempre distinta a cada hora
y
que las huellas sigue de mi existencia errante.
Se vuelve
transparente mi corazón sangrante
para ella, que comprende lo que mi
mente añora;
ella me enjuga el llanto del alma cuando llora
y lo
perdona todo con su sonrisa amante.
¿Es morena
ardorosa? ¿Frágil rubia? Lo ignoro.
¿Su nombre? Lo imagino por lo
blando y sonoro,
el de virgen de aquellas que adorando murieron.
Como el de
las estatuas es su mirar de suave
y tienen los acordes de su voz,
lenta y grave,
un eco de las voces queridas que se fueron...
Versión de Nicolás Bayona Posada
Mujer y gata
La sorprendí jugando con su gata,
y contemplar causóme maravilla
la mano blanca con la blanca pata,
de la tarde a la luz que apenas brilla.
¡Como supo esconder
la mojigata,
del mitón tras la negra redecilla,
la punta de marfil
que juega y mata,
con acerados tintes de cuchilla!
Melindrosa a la par por su
compañera
ocultaba también la garra fiera;
y al rodar (abrazadas) por la alfombra,
un sonoro reír cruzó
el ambiente
del salón... y brillaron de repente
¡cuatro puntos de fósforo en
la sombra!
Versión de Guillermo Valencia
Serenata
Como la voz de un muerto que cantara
desde el fondo de su fosa,
amante, escucha subir hasta tu retiro
mi voz agria y falsa.
Abre tu alma y tu oído al son
de
mi mandolina:
para ti he hecho, para ti, esta canción
cruel y zalamera.
Cantaré tus ojos de oro y de onix
puros de toda sombra,
cantaré el Leteo de tu seno, luego el
de tus cabellos oscuros.
Como la voz de un muerto que
cantara
desde el fondo de su fosa,
amante, escucha subir hasta tu retiro
mi voz agria y falsa.
Después loare mucho, como conviene,
A esta carne bendita
Cuyo perfume opulento evoco
Las noches
de insomnio.
Y para acabar cantaré el beso
de tu labio rojo
y tu
dulzura al martirizarme,
¡Mi Angel, mi gubia!
Abre tu alma y tu oído al son
de mi
mandolina:
para ti he hecho, para ti, esta canción
cruel y zalamera.
Soñé contigo esta noche...
Soñé contigo esta
noche:
Te desfallecías de mil maneras
Y murmurabas tantas cosas...
Y yo, así como se
saborea una fruta
Te besaba con toda la boca
Un poco por todas
partes, monte, valle, llanura.
Era de una elasticidad,
De un resorte verdaderamente admirable:
Dios... ¡Qué aliento y qué
cintura!
Y tú, querida, por tu
parte,
Qué cintura, qué aliento y
Qué elasticidad de gacela...
Al despertar fue, en
tus brazos,
Pero más aguda y más perfecta,
¡Exactamente la misma
fiesta!
Versión de Víctor M. Londoño
Tú crees en el ron del café, en los
presagios...
Tú crees en el ron del café, en los presagios,
y crees en el juego;
yo no creo más que en tus ojos azulados.
Tú crees en los cuentos de
hadas, en los días
nefastos y en los sueños;
yo creo solamente en
tus bellas mentiras.
Tú crees en un vago y quimérico Dios,
o en un
santo especial,
y, para curar males, en alguna oración.
Mas yo
creo en las horas azules y rosadas
que tú a mí me procuras
y en
voluptuosidades de hermosas noches blancas.
Y tan
profunda es mi fe
y tanto eres para mí,
que en todo lo que yo creo
sólo vivo para ti.
Versión de Luis Garnier
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...