
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
Animae rerum
Autorretrato
¿Conoce alguien el amor?
Fantasía morisca
La rueca
Los jardines de Afrodita
Misa del alba
Ocaso
Por ver quién recogía tu
pañuelo...
Pureza de jazmines
Ten un poco de amor
para las cosas...
Tu recuerdo
Utopía
Animae rerum
Al mirar del paisaje la borrosa tristeza
y sentir de mi alma la sorda
pena oscura,
pienso a veces si esta dolorosa amargura
surge de mí
o del seno de la Naturaleza.
Contemplando el paisaje lluvioso en esta hora
y sintiendo en mis
ojos la humedad de mi llanto,
ya no sé, confundido de terror y de
espanto,
si lloro su agonía o si él mis penas llora.
A medida que sobre los valles anochece,
todo se va borrando, todo
desaparece...
El labio, que recuerda, un dulce nombre nombra.
y en medio de este oscuro silencio, de esta calma,
ya no sé si es
la sombra quien invade mi alma
o si es que de mi alma va surgiendo la
sombra.
Autorretrato
Por la espaciosa frente pálida y pensativa,
desciende la melena en dos rizos iguales.
Negros ojos miopes,
gruesa nariz lasciva,
la faz oval y fina, los labios sensuales.
Sobre el flexible cuerpo, perturban la negrura
del enlutado traje
que su dolor retrata,
el d'annunziano cuello con su nívea blancura
y con manchas sangrientas la flotante corbata.
Apura un cigarrillo Kedive, reclinado
en un diván oscuro, y entre
el humo azulado
del tabaco, sus ojos contemplan con amor
el azul de las venas sobre las manos finas,
dignas de rasgar
velos de princesas latinas
y ceñir el anillo del Santo Pescador.
¿Conoce alguien el amor?
¿Conoce alguien el amor?
¡El amor es un sueño
sin fin!
Es como un lánguido sopor
entre las flores de un
jardín...
¿Conoce alguien el amor?
Es un anhelo misterioso
que al labio
hace suspirar,
torna al cobarde en valeroso
y al más valiente hace
temblar;
es un perfume embriagador
que deja pálida la faz;
es
la palmera de la paz
en los desiertos del dolor...
¿Conoce alguien el amor?
Es una senda florecida,
es un licor
que hace olvidar
todas las glorias de la vida,
menos la gloria del
amar...
Es paz en medio de la guerra.
Fundirse en uno siendo
dos...
¡La única dicha que en la tierra
a los creyentes les da
Dios!
Quedarse inmóvil y cerrar
los ojos para mejor ver;
y bajo
un beso adormecer...,
y bajo un beso despertar...
Es un fulgor que
hace cegar.
¡Es como un huerto todo en flor
que nos convida a
reposar!
¿Conoce alguien el amor?
¡Todos conocen el amor!
El amor es
como un jardín
envenenado de dolor...,
donde el dolor no tiene
fin.
¡Todos conocen el amor!
Es como un áspid venenoso
que siempre
sabe emponzoñar
al noble pecho generoso
donde le quieran alentar.
Al más leal traidor,
es la ceguera del abismo
y la ilusión del
espejismo...
en los desiertos del dolor.
¡Todos conocen el amor!
¡Es laberinto sin salida
es una ola de
pesar
que nos arroja de la vida
como los náufragos del mar!
Provocación de toda guerra...,
sufrir en uno las de dos...
¡La
mayor pena que en la tierra
a los creyentes les da Dios!
Es un
perpetuo agonizar,
un alarido, un estertor,
que hace al más santo
blasfemar...
¡Todos conocen el amor!
Fantasía morisca
A Alfredo Murga.
El reloj encantado
retumba la una.
Bajo el
plateado
temblor de la Luna,
la fuente sonora
del patio, entre tanto,
nos cuenta el encanto
de la reina mora.
Un dragón vigila
su lóbrego encierro.
La feroz pupila
se revuelve inquieta.
A quien mira, mata.
La mano de hierro
crispada aún,
sujeta
la llave de plata.
Lenta el agua llora;
y la reina mora,
sola con su llanto,
espera el acero
del joven guerrero
que rompa el encanto.
Pálida y sumisa,
bajo una palmera,
con su peine de oro
y marfil, alisa
el negro tesoro
de su cabellera!
El
reloj encantado
retumba la una.
Bajo el plateado
temblor de la Luna,
la
fuente sonora
del patio, entre tanto,
nos cuenta el encanto
de la reina
mora!
La rueca
La virgen
hilaba,
la dueña dormía,
la rueca giraba
loca de alegría.
¡Cordero
divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis
ilusiones!
Gira, rueca
mía,
gira, gira al viento,
que se acerca el día
de mi
casamiento.
Gira, que
mañana
cuando el alba cante
la clara campana,
llegará mi
amante.
Hila con
cuidado
mi velo de nieve,
que vendrá el amado
que al altar me
lleve.
Se acerca; lo
siento
cruzar la llanura,
me trae la ternura
de su voz el
viento.
Gira, gira,
gira,
gira, rueca loca,
mi amado suspira
por besar mi boca.
Cordero divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis ilusiones.
La niña
cantaba,
la dueña dormía,
la luz se apagaba
y sólo se oía
la voz
crepitante
de leña reseca
y el loco y constante
girar de la
rueca.
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Los jardines de Afrodita
I
El ritmo, el gran rebelde, me rinde vasallaje,
y cuando quiero
ríe, y cuando quiero vuela,
y he domado a mi estilo como a un potro salvaje,
a veces con el
látigo y a veces con la espuela.
Conozco los secretos del alma del paisaje,
y sé lo que
entristece, y sé lo que consuela,
y el viento traicionero y el bárbaro oleaje
conocen la
invencible firmeza de mi vela.
Amo los lirios
místicos y las rosas carnales,
la luz y las tinieblas, la pena y la
alegría,
los ayes de las víctimas y los himnos triunfales.
Y
es el eterno y único ensueño de mi estilo
la encarnación del alma
cristiana de María
en el mármol pagano de la Venus de Milo.
II
Te vi muerta en la luna de un espejo encantado.
Has sido
en todos tiempos Elena y Margarita.
En tu rostro florecen las rosas de Afrodita
y en tu seno las
blancas magnolias del pecado.
Por ti mares de
sangre los hombres han llorado.
El fuego de tus ojos al sacrilegio
incita,
y la eterna sonrisa de tu boca maldita
de pálidos suicidas el infierno ha poblado.
¡Oh, encanto
irresistible de la eterna Lujuria!
Tienes cuerpo de Angel y corazón
de Furia,
y el áspid, en tus besos, su ponzoña destila...
Yo
evoco tus amores en medio de mi pena...
¡Sansón, agonizante, se
acuerda de Dalila,
y Cristo, en el Calvario, recuerda a Magdalena!
III
Hay rosas que se abren en selvas misteriosas
y mustias
languidecen, nostálgicas de amores,
sin que haya quien aspire sus púdicos olores...
¡Hay almas que
agonizan lo mismo que esas rosas!
Las mariposas
tienden sus alas temblorosas
y en alegría loca de luces y colores,
ebrias de amor expiran en tálamos de flores...
¡Hay vidas que se acaban como esas mariposas!
"¡Oh, púdicas
vestales! ¡Oh, locas meretrices!
¿Quiénes son más hermosas? ¿Quiénes
son más felices?"
los hombres preguntaron, en una edad lejana,
a
un Fauno que en las frondas oculto sonreía...
Hace ya muchos
siglos... Y en la conciencia humana
el Fauno, a esa pregunta, sonríe todavía.
IV
Soy un alma pagana. Adoro al dios Bifronte
y persigo a
las ninfas por las verdes florestas,
y me gusta embriagarme en mis líricas fiestas
con vino de las
viñas del viejo Anacreonte.
¡Que incendie
un sol de púrpura de nuevo el horizonte;
que canten las cigarras en
las cálidas siestas,
y que dancen las vírgenes al son del sistro expuestas
al
violador abrazo de los faunos del monte!
¡Oh, viejo Pan
lascivo!... Yo sigo la armonía
de tus pies, cuando danzas. Por ti
amo la alegría
y las desnudas ninfas persigo por el prado.
Tus alegres canciones disipan mi tristeza,
y la flauta de caña que
tañes me ha iniciado
en todos los misterios de la eterna Belleza!
V
El cisne se acercó. Trémula Leda
la mano hunde en la nieve
del plumaje,
y se adormece el alma del paisaje
de un rojo crepúsculo de seda.
La onda azul,
al morir, suspira queda;
gorjea un ruiseñor entre el ramaje,
y
un toro, ebrio de amor, muge salvaje
en la sombra nupcial de la arboleda.
Tendió el cisne
la curva de su cuello,
y con el ala -cándido abanico-,
acarició
los senos y el cabello.
Leda dio un grito y se quedó extasiada...
y el cisne levantó, rojo,
su pico
como triunfal insignia ensangrentada.
VI
De la Grecia y de Italia bajo los claros cielos
en tu
honor se entonaron los más dulces cantares,
y ofrecieron las vírgenes al pie de tus altares
las tórtolas más
blancas y sus más ricos velos.
Hoy triste y
solitaria, en el parque sombrío,
carcomida y musgosa, los brazos
mutilados,
bajo la pesadumbre de los cielos nublados
el mármol de tu carne se estremece de frío.
¿Dónde se alzan
ahora tus templos, Afrodita?
Ya la Pánica flauta en los bosques no invita
a danzar a los
sátiros danzas voluptuosas.
Ha
huido la Alegría, ha muerto la Belleza...
No hay risas en los labios
y una inmensa tristeza
cubre como un sudario las almas y las cosas.
VII
Enferma de nostalgias, la ardiente cortesana,
al rojizo
crepúsculo que incendia el aposento,
su anhelo lanza al aire, como un halcón hambriento,
tras la
ideal paloma de una Thule lejana.
Sueña con las
ergástulas de la Roma pagana;
cruzar desnuda el Coso, la cabellera
al viento,
y embriagarse de amores en el Circo sangriento
con el vino purpúreo de la vendimia humana.
Sueña... Un
león celoso veloz salta a la arena,
ensangrentando el oro de su
rubia melena.
Abre las rojas fauces... A la bacante mira,
salta sobre sus pechos, a su cuerpo se abraza...
¡Y ella, mientras
la fiera sus carnes despedaza,
los párpados entorna y sonriendo expira!
VIII
Para escanciar el vino de mi viña temprana,
Fidias,
divino artífice, en marfil y oro puro
modeló fina copa, sobre el más blanco y duro
seno que
sorprendiera jamás pupila humana.
Son dos ninfas
en arco las asas de esa copa,
y en ella están grabados, entre vides
y flores
y sátiros que acechan, los lúbricos amores
de Leda con el Cisne, y el Toro con Europa.
Amada, ¡bebe y bésame! Al destino no temas,
que al borde de la copa
rebosante de gemas,
cinceló Anacreonte estos versos divinos
cuyo ritmo el
secreto de la existencia encierra:
-Bebe, ama y alégrate mientras sobre la tierra
haya labios de
rosas y perfumados vinos.
IX
Con el fervor de un lapidario antiguo,
quiero mirar a
solas y en secreto,
la tentación de tu perfil ambiguo
en las catorce gemas de un
soneto.
Para nimbar tu
tez blanca y severa,
a modo griego, cual real tesoro,
recogerá
tu negra cabellera
sobre la nuca un alfiler de oro.
En líneas
escultóricas plegada
la túnica e inmóvil la mirada
con la clásica unción de las
flautistas...
La
siringa en el labio, y temblorosos
sobre el registro, en gestos
armoniosos,
tus dedos enjoyados de amatistas.
X
Para cantar mi mente quiero un verso pagano;
un verso que
refleje la cándida tristeza
del azahar, que, trémulo, deshoja su pureza
a las blancas
caricias de una tímida mano.
No amortajad mi
cuerpo con el sayal cristiano;
ceñid de rosas blancas mi juvenil
cabeza,
y prestadme un sudario digno por su riqueza
de envolver a un fastuoso emperador romano.
¡Que abra la
cruz sus brazos en negra catacumba!
Yo amo al sol, luz y vida, y
quiero que en mi tumba
brotes, cual dulces versos, las más fragantes flores.
Y
que al son de la flauta y del sistro, en la quieta
tarde, las locas
vírgenes tejan danzas de amores
en torno de la estatua de su muerto poeta.
XI
Llueve... En el viejo bosque de ramaje amarillo
y grises
troncos húmedos, que apenas mueve el viento,
bajo una encina, un sátiro de rostro macilento,
canciones
otoñales silba en su caramillo.
De vejez
muere... Cruzan por sus ojos sin brillo
las sombras fugitivas de
algún presentimiento,
y entre los dedos débiles el rústico
instrumento
sigue llorando un aire monótono y sencillo.
Es una triste
música, vieja canción que evoca
aquel beso primero que arrebató a la
boca
de una ninfa, en el claro del bosque sorprendida.
Su
cuerpo vacilante se rinde bajo el peso
de la Muerte, y el último
suspiro de su vida
tiembla en el caramillo como si fuese un beso.
XII
¡Alma mía! Soñemos con la estación florida.
Abril, lleno
de rosas, a nuestro encuentro avanza...
El Arte será el último refugio de la Vida
cuando ya no tengamos
ni en la Vida esperanza.
No aceptes de
otras manos lo que yo pueda darte.
Siembra en tu propia tierra tus
futuros laureles...
¡Haz de tus penas mármoles y de tu amor cinceles,
para elevar
con ellos un monumento al Arte!
Teje nuestro
sudario de mirtos y de flores.
Labremos un sarcófago digno por su
riqueza
de encerrar las cenizas de los emperadores.
Y cincela en su
lápida nuestra última elegía:
«Aquí yacen dos almas que han muerto
de tristeza
llorando las nostalgias de su eterna alegría».
Misa del alba
En el dulce silencio campesino,
y en copas de cristal, el labio bebe
la frescura del alba, como un vino
de rosas rojas conservado en
nieve.
La geórgica blancura de un molino
como en una oración sus aspas
mueve...
Se apaga el astro y se despierta el trino,
y una paz
celestial de todo llueve.
¡Oh, sentir, entre sueños, el sonoro
clamor de la campana
cristalina
llamando a misa con su voz de oro..!
¡Y mirar florecer en tu ventana,
en el pico de alguna golondrina,
la campanilla azul de la mañana!
Ocaso
Asómate al
balcón; cesa en tus bromas,
y la tristeza de la tarde siente.
El
sol, al expirar en Occidente,
de rojo tiñe las vecinas lomas.
El jardín nos regala sus aromas;
mece el aire las hojas
suavemente,
y en las blancas espumas del torrente
remojan su
plumaje las palomas.
Al ver con qué tristeza en la llanura
amortigua la luz su
refulgencia,
mi corazón se llena de amargura...
¡Quizá el amor que en vuestros pechos arde,
apagarse veremos en
la ausencia,
como ese sol en brazos de la tarde!...
Por ver quién
recogía tu pañuelo...
Por ver quién recogía tu pañuelo,
que dejaste caer a unos truhanes,
con el más bravo de los capitanes
al pie de tus balcones tuve un
duelo.
Me hirió su espada bajo el ferreruelo,
y para contener nuevos
desmanes
le hundí el acero hasta los gavilanes
y cayó,
desangrándose, en el suelo.
Y tu pañuelo recogí galante
con ademán del que recoge un guante.
Y envainando la espada enrojecida,
me alejé sonriente y satisfecho,
apretando el pañuelo contra el
pecho
para enjugar la sangre de mi herida.
Pureza de jazmines
¡Jazminero, tan frágil y tan leve
que bastara con un soplo de aliento
para que disipases en el viento
tu intacta castidad de plata y
nieve!...
Tu
pureza me evoca aquella breve
mano de espumas y de encantamiento,
que ni siquiera con el pensamiento
mi corazón a acariciar se atreve.
>Con su blancura a tu blancura iguala;
con tus piedades sus piedades
glosas...
Como tú, tiene el corazón florido;
y,
también como tú, también exhala
sobre el eterno ensueño de las cosas
un perfume de amor, luna y olvido.
Ten un poco de amor
para las cosas...
Ten un poco de amor para las cosas:
para el musgo que calma tu
fatiga,
para Ia fuente que tu sed mitiga,
para las piedras y para
las rosas.
En todo encontrarás una belleza
virginal y un
placer desconocido...
Rima tu corazón con el latido
del corazón de
la naturaleza.
Recibe como un santo sacramento
el perfume y la
luz que te da el viento...
¡Quién sabe si su amor en él te envía
aquella que la vida ha transformado!
¡Y sé humilde, y recuerda que
algún día
te ha de cubrir la tierra que has pisado!
Tu
recuerdo
Un «¡espera!»,
un «¡recuerda!» es cuanto queda
de tu voz en mi oído... ¡todo es eso!
¡Nunca en tus labios floreció mi beso!
¡Jamás mis sueños perfumó la
seda
de tus cabellos..! Bajo la arboleda
nos dijimos ¡adiós..! Y en un
exceso
de orgullo y de rencor, quitose el preso
sus cadenas de
rosas... ¡Dios conceda
a tu alma la dicha ambicionada!
Yo, en las frías tinieblas de la
nada
con pasos de sonámbulo me pierdo...
¡Y aullando de dolor, sobre la arena
del pasado, mi vida es una
hiena
devorando el cadáver de un recuerdo!
Utopía
Si yo fuese un orfebre florentino,
sobre el cristal de una
esmeralda clara
con unción religiosa, cincelara
la línea audaz de
tu perfil latino.
Y en el más puro oro, en el más fino,
después, como una lágrima
engarzara
la verde gema, para que brillara
en medio de tu seno
alabastrino.
Y si fuera pintor, ¡con qué cuidado,
con mi pincel, por el amor
guiado,
diluiría en la cándida vitela
de un abanico tu sutil figura,
entre el rosa fragante y la
frescura
de un florido paisaje de acuarela!
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...