"Amar es no dormir
cuando en mi lecho
sueñas entre mis brazos que te ciñen..."
"Nude with
Lilies"
Diego de
Rivera
Reseña biografica
Poeta
mexicano nacido en Ciudad de México en 1903.
Desde sus estudios de
preparatoria inició amistad con Salvador Novo y Torres Bodet, con
quienes más tarde reunió
una pléyade de intelectuales del siglo XX mexicano, conformando la
Generación de los poetas Contemporáneos.
Aunque inició estudios
de Derecho , pronto los abandonó para dedicarse enteramente a las
letras.
Fue becado por la Fundación Rockefeller para estudiar teatro en la
Universidad de Yale. En 1928, fundó
el Teatro de Ulises, foro de teatro experimental, en donde inició una
larga labor como dramaturgo.
Murió en 1950, y pocos años después los
escritores mexicanos instituyeron un Premio Nacional para honrar al
mejor
libro publicado durante el año editorial. ©
Amor condusse noi ad una morte
Cuando la tarde cierra sus ventanas
remotas...
Décima muerte
Décimas de nuestro amor
Deseo
Inventar la verdad
Mar
Más que lento
Nocturno
Nocturno de amor
Nocturno de la alcoba
Nocturno de la estatua
Nocturno de los Angeles
Nocturno en que nada se
oye
Nocturno grito
Nocturno mar
Nocturno miedo
Nocturno rosa
Nuestro amor
poesia
Soneto a la granada
Soneto a la esperanza
Volver
Amor
condusse noi ad una morte
Amar es una angustia, una pregunta,
una suspensa y luminosa
duda;
es un querer saber todo lo tuyo
y a la vez un temor de al fin
saberlo.
Amar es reconstruir, cuando te alejas,
tus pasos, tus
silencios, tus palabras,
y pretender seguir tu pensamiento
cuando a mi lado, al fin
inmóvil, callas.
Amar es una cólera secreta,
una helada y diabólica soberbia.
Amar es no dormir cuando en mi lecho
sueñas entre mis brazos
que te ciñen,
y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
acaso en otros brazos
te abandonas.
Amar es escuchar sobre tu pecho,
hasta colmar la oreja
codiciosa,
el rumor de tu sangre y la marea
de tu respiración acompasada.
Amar es absorber tu joven savia
y juntar nuestras bocas en
un cauce
hasta que de la brisa de tu aliento
se impregnen para siempre
mis entrañas.
Amar es una envidia verde y muda,
una sutil y lúcida
avaricia.
Amar es provocar el dulce instante
en que tu piel busca mi
piel despierta;
saciar a un tiempo la avidez nocturna
y morir otra vez la misma
muerte
provisional, desgarradora, oscura.
Amar es una sed, la de la
llaga
que arde sin consumirse ni cerrarse,
y el hambre de una boca
atormentada
que pide más y más y no se sacia.
Amar es una insólita
lujuria
y una gula voraz, siempre desierta.
Pero amar es también
cerrar los ojos,
dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
como un río de olvido y
de tinieblas,
y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque amar es, al fin, una
indolencia.
Cuando la tarde cierra sus ventanas remotas...
Cuando la tarde cierra sus ventanas remotas,
sus puertas invisibles,
para que el polvo, el humo, la ceniza,
impalpables, oscuros,
lentos como el trabajo de la muerte
en el cuerpo del niño,
vayan
creciendo;
cuando la tarde, al fin, ha recogido
el último destello
de luz, la última nube,
el reflejo olvidado y el ruido interrumpido,
la noche surge silenciosamente
de ranuras secretas,
de rincones
ocultos,
de bocas entreabiertas,
de ojos insomnes.
La noche surge con el humo denso
del cigarrillo y de la chimenea.
La noche surge envuelta en su manto de polvo.
El polvo asciende,
lento.
Y de un cielo impasible,
cada vez más cercano y más
compacto,
llueve ceniza.
Cuando la noche de humo, de polvo y de ceniza
envuelve la ciudad,
los hombres quedan
suspensos un instante,
porque ha nacido en
ellos, con la noche, el deseo.
Décima muerte
¡Qué prueba de la existencia
habrá mayor que la suerte
de estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia!
Esta
lúcida conciencia
de amar a lo nunca visto
y de esperar lo
imprevisto;
este caer sin llegar
es la angustia de pensar
que puesto que muero existo.
Si
en todas partes estás,
en el agua y en la tierra,
en el aire que
me encierra
y en el incendio voraz;
y si a todas partes vas
conmigo en el pensamiento,
en el soplo de mi aliento
y en mi sangre confundida
¿no serás, Muerte, en mi vida,
agua,
fuego, polvo y viento?
Si tienes manos, que sean
de un tacto sutil y blando
apenas
sensible cuando
anestesiado me crean;
y que tus ojos me vean
sin mirarme, de tal suerte
que nada me desconcierte
ni tu vista ni
tu roce,
para no sentir un goce
ni un dolor contigo, Muerte.
Por caminos ignorados,
por hendiduras secretas,
por las
misteriosas vetas
de troncos recién cortados
te ven mis ojos
cerrados
entrar en mi alcoba oscura
a convertir mi envoltura
opaca, febril, cambiante,
luminosa, eterna y pura,
en materia de
diamante.
No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que
al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la
nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber quede ti me adueño,
sentir que
muero despierto.
La aguja del instantero
recorrerá su cuadrante,
todo cabrá en
un instante
del espacio verdadero
que, ancho, profundo y señero,
será clásico a tu paso
de modo que el tiempo cierto
prolongará
nuestro abrazo
y será posible acaso,
vivir después de haber
muerto.
En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
de la
suprema caricia
que desemboca en el acto,
hay el misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden
cuando eres mía
y soy tuyo en un instante.
Hasta en la ausencia estás viva:
porque te encuentro en el hueco
de una forma y en el eco
de una nota fugitiva;
porque en mi propia saliva
fundes tu
sabor sombrío,
y a cambio de lo que es mío
me dejas sólo el temor
de hallar hasta en el sabor
la presencia del vacío.
Si te llevo en mí prendida
y te acaricio y escondo;
si te
alimento en el fondo
de mi más secreta herida;
si mi muerte te da
vida
y goce mi frenesí
¡qué será, Muerte, de ti
cuando al salir
yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?
En vano amenazas, Muerte,
cerrar la boca a mi herida
y poner
fin a mi vida
con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en la
vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que
yo no muera!
Décimas de nuestro amor
I
A mí mismo me
prohibo
revelar nuestro secreto
decir tu nombre completo
o
escribirlo cuando escribo.
Prisionero de ti, vivo
buscándote en la
sombría
caverna de mi agonía.
Y cuando a solas te invoco,
en la
oscura piedra toco
tu impasible compañía.
II
Si nuestro amor
está hecho
de silencios prolongados
que nuestros labios cerrados
maduran dentro del pecho;
y si el corazón deshecho
sangra como la
granada
en su sombra congelada,
¿por qué dolorosa y mustia,
no
rompemos esta angustia
para salir de la nada?
III
Por el temor de
quererme
tanto como yo te quiero,
has preferido, primero,
para
salvarte, perderme.
Pero está mudo e inerme
tu corazón, de tal
suerte
que si no me dejas verte
es por no ver en la mía
la
imagen de tu agonía:
porque mi muerte es tu muerte.
IV
Te alejas de mí
pensando
que me hiere tu presencia,
y no sabes que tu ausencia
es más dolorosa cuando
la soledad se va ahondando,
y en el
silencio sombrío,
sin quererlo, a pesar mío,
oigo tu voz en el eco
y hallo tu forma en el hueco
que has dejado en el vacío.
V
¿Por qué dejas
entrever
una remota esperanza,
si el deseo no te alcanza,
si nada
volverá a ser?
Y si no habrá amanecer
en mi noche interminable
¿de qué sirve que yo hable
en el desierto, y que pida
para
reanimar mi vida,
remedio a lo irremediable?
VI
Esta
incertidumbre oscura
que sube en mi cuerpo y que
deja en mi boca
no sé
que desolada amargura;
este sabor que perdura
y, como el
recuerdo, insiste,
y, como tu olor, persiste
con su penetrante
esencia,
es la sola y cruel presencia
tuya, desde que partiste.
VII
Apenas has
vuelto, y ya
en todo mi ser avanza,
verde y turbia, la esperanza
para decirme: "¡Aquí está!"
Pero su voz se oirá
rodar sin eco en
la oscura
soledad de mi clausura
y yo seguiré pensando
que no
hay esperanza cuando
la esperanza es la tortura.
VIII
Ayer te soñé.
Temblando
los dos en el goce impuro
y estéril de un sueño oscuro.
Y sobre tu cuerpo blando
mis labios iban dejando
huellas, señales,
heridas...
Y tus palabras transidas
y las mías delirantes
de
aquellos breves instantes
prolongaban nuestras vidas.
IX
Si nada espero,
pues nada
tembló en ti cuando me viste
y ante mis ojos pusiste
la verdad más desolada;
si no brilló en tu mirada
Un destello de
emoción,
la sola oscura razón,
la fuerza que a ti me lanza,
perdida toda esperanza,
es...¡la desesperación!
X
Mi amor por ti ¡no
murió!
Sigue viviendo en la fría,
ignorada galería
que en mi
corazón cavó.
Por ella desciendo y no
encontraré la salida,
pues será toda mi vida
esta angustia de buscarte
a ciegas, con la
escondida
certidumbre de no hallarte.
Deseo
Amarte con un fuego
duro y frío.
Amarte sin palabras, sin pausas ni silencios.
Amarte sólo cada vez
que quieras,
y sólo con la muda presencia de mis actos.
Amarte a flor de boca y
mientras la mentira
no se distinga en ti de la ternura.
Amarte cuando finges
toda la indiferencia
que tu abandono niega, que funde tu calor.
Amarte cada vez que tu
piel y tu boca
busquen mi piel dormida y mi boca despierta.
Amarte por la soledad,
si en ella me dejas.
Amarte por la ira en que mi razón enciendes.
Y, más que por el goce
y el delirio,
amarte por la angustia y por la duda.
Inventar la verdad
Pongo el oído atento al
pecho,
como, en la orilla, el caracol al mar.
Oigo mi corazón
latir sangrando
y siempre y nunca igual.
Sé por quién late así,
pero no puedo
decir por qué será.
Si empezara a decirlo
con fantasmas
de palabras y engaños, al azar,
llegaría, temblando
de sorpresa,
a inventar la verdad:
¡Cuando fingí quererte, no
sabía
que te quería ya!
Mar
Te
acariciaba, mar, en mi desvelo.
Te soñaba en mi sueño, ¡inesperado!
Te esperaba en la sombra recatado
y te oía en el silencio de mi
duelo.
Eras, para
mi cuerpo, cielo y suelo;
símbolo de mi sueño, inexplicado;
olor
para mi sombra, iluminado;
rumor en el silencio de mi celo.
Te tuve
ayer hirviendo entre mis manos,
caí despierto en tu profundo río,
sentí el roce de tus muslos cercanos.
Y aunque
fui tuyo, entre tus brazos frío,
tu calor y tu aliento fueron vanos:
cada vez más te siento menos mío.
Más que lento
Ya se alivia el alma
mía
trémula y amarilla;
ya recibe la unción apasionada
de tu
mano... Y la fría
rigidez de mi frente
dulcemente entibiada
ya
se siente...
Yo no sé si mi mal indefinido
se decolora o se
desviste,
pero ya no hace ruido.
Yo no sé si la luz que todo
anega,
o el latido leal que te apresura
en mis sienes, o el ansia
prematura,
inunda las pupilas y las ciega.
Qué conmovida está mi boca,
e inconforme.
Y distinto mi cuerpo
a la distinta llama de tu sangre.
Y mi sed ulterior acaso es poca.
Siento una languidez, y un desvaído
cansancio, casi de relato
pueril... Me siento como
en el claroscuro envejecido
de un
melancólico retrato...
Nocturno
Todo lo que la noche
dibuja con su mano
de sombra:
el
placer que revela,
el vicio que desnuda.
Todo lo que la sombra
hace oír con el duro
golpe de su
silencio:
las voces imprevistas
que a intervalos enciende,
el
grito de la sangre,
el rumor de unos pasos
perdidos.
Todo lo que el silencio
hace huir de las cosas:
el vaho del
deseo,
el sudor de la tierra,
la fragancia sin nombre
de la
piel.
Todo lo que el deseo
unta en mis labios:
la dulzura soñada
de un contacto,
el sabido sabor
de la saliva.
Y todo lo que el sueño
hace palpable:
la boca de una herida,
la forma de una entraña,
la fiebre de una mano
que se atreve.
¡Todo!
circula en cada rama
del árbol de mis venas,
acaricia mis muslos,
inunda mis oídos,
vive en mis ojos muertos,
muere en mis labios duros.
Nocturno de amor
A Manuel Rodríguez Lozano
El que nada se oye en
esta alberca de sombra
no sé cómo mis brazos no se hieren
en tu
respiración sigo la angustia del crimen
y caes en la red que tiende
el sueño.
Guardas el nombre de tu cómplice en los ojos
pero
encuentro tus párpados más duros que el silencio
y antes que
compartirlo matarías el goce
de entregarte en el sueño con los ojos
cerrados
sufro al sentir la dicha con que tu cuerpo busca
el
cuerpo que te vence más que el sueño
y comparo la fiebre de tus manos
con mis manos de hielo
y el temblor de tus sienes con mi pulso
perdido
y el yeso de mis muslos con la piel de los tuyos
que la
sombra corroe con su lepra incurable.
Ya sé cuál es el sexo de tu
boca
y lo que guarda la avaricia de tu axila
y maldigo el rumor
que inunda el laberinto de tu oreja
sobre la almohada de espuma
sobre la dura página de nieve
No la sangre que huyó de mí como del
arco huye la flecha
sino la cólera circula por mis arterias
amarilla de incendio en mitad de la noche
y todas las palabras en la
prisión de la boca
y una sed que en el agua del espejo
sacia su
sed con una sed idéntica
De qué noche despierto a esta desnuda
noche larga y cruel noche que ya no es noche
junto a tu cuerpo más
muerto que muerto
que no es tu cuerpo ya sino su hueco
porque la
ausencia de tu sueño ha matado a la muerte
y es tan grande mi frío
que con un calor nuevo
abre mis ojos donde la sombra es más dura
y
más clara y más luz que la luz misma
y resucita en mí lo que no ha
sido
y es un dolor inesperado y aún más frío y más fuego
no ser
sino la estatua que despierta
en la alcoba de un mundo en el que todo
ha muerto.
Nocturno de la alcoba
La muerte toma siempre
la forma de la alcoba
que nos contiene.
Es cóncava y oscura
y tibia y silenciosa,
se pliega en las cortinas en que anida la sombra,
es dura en el
espejo y tensa y congelada,
profunda en las almohadas y, en las sábanas, blanca.
Los dos
sabemos que la muerte toma
la forma de la alcoba, y que en la alcoba
es el espacio frío que levanta
entre los dos un muro, un
cristal, un silencio.
Entonces sólo yo sé que la muerte
es el hueco que dejas en
el lecho
cuando de pronto y sin razón alguna
te incorporas o te pones de
pie.
Y es el ruido de hojas calcinadas
que hacen tus pies
desnudos al hundirse en la alfombra.
Y es el sudor que moja
nuestros muslos
que se abrazan y luchan y que, luego, se rinden.
Y es la frase que dejas caer, interrumpida.
Y la pregunta
mía que no oyes,
que no comprendes o que no respondes.
Y el silencio que cae
y te sepulta
cuando velo tu sueño y lo interrogo.
Y solo, sólo yo sé que
la muerte
es tu palabra trunca, tus gemidos ajenos
y tus involuntarios
movimientos oscuros
cuando en el sueño luchas con el Angel del sueño.
La muerte
es todo esto y más que nos circunda,
y nos une y separa alternativamente,
que nos deja confusos,
atónitos, suspensos,
con una herida que no mana sangre.
Entonces, sólo entonces,
los dos solos, sabemos
que no el amor sino la oscura muerte
nos precipita a vernos cara
a los ojos,
y a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos,
todavía
más, y cada vez más, todavía.
Nocturno de la estatua
A Agustín Lazo
Soñar, soñar la noche,
la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la
esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y
encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su
sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una
hermana imprevista
y jugar con las fichas de sus dedos
y contar a
su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir: «estoy muerta
de sueño».
Nocturno
de los Angeles
Se diría que las calles
fluyen dulcemente en la noche.
Las luces no son tan vivas que logren
desvelar el secreto,
el secreto que los hombres que van y vienen conocen,
porque
todos están en el secreto
y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
si, por el
contrario, es tan dulce guardarlo
y compartirlo sólo con la persona elegida.
Si cada uno dijera en
un momento dado,
en sólo una palabra, lo que piensa,
las cinco letras del «DESEO»
formarían una enorme cicatriz luminosa,
una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa
constelación sería como un ardiente sexo
en el profundo cuerpo de la noche,
o, mejor, como los Gemelos
que por vez primera en la vida
se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.
De pronto el río de la
calle se puebla de sedientos seres,
caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas,
forman imprevistas parejas…
Hay recodos y bancos de
sombra,
orillas de indefinibles formas profundas
y súbitos huecos de luz
que ciega
y puertas que ceden a la presión más leve.
El río de la calle
queda desierto un instante.
Luego parece remontar de sí mismo
deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
como el corazón
entre dos espasmos.
Pero una nueva
pulsación, un nuevo latido
arroja al río de la calle nuevos
sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
que
nadie se atrevería a decir que no caminan.
¡Son los Angeles!
Han bajado a la tierra
por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del
cielo,
en barcos de humo y sombra,
a fundirse y confundirse con los
mortales,
a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
a dejar que
otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
como se
encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
a poner en libertad sus
lenguas de fuego,
a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
en que
los hombres concentran el antiguo misterio
de la carne, la sangre y el deseo.
Tienen nombres supuestos,
divinamente sencillos.
Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino en la
belleza se distinguen de los mortales.
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven
sonrisas.
Forman imprevistas parejas.
Sonríen maliciosamente
al subir en los ascensores de los hoteles
donde aún se practica el
vuelo lento y vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
signos,
estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
que los
hacen pensar todavía un momento en las nubes.
Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su
encarnación misteriosa,
y, cuando duermen, sueñan no con los Angeles sino con los mortales.
Nocturno
en que nada se oye
En medio de un silencio
desierto como la calle antes del crimen
sin respirar siquiera para
que nada turbe mi muerte
en esta soledad sin paredes
al tiempo que huyeron los ángulos
en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
para salir en
un momento tan lento
en un interminable descenso
sin brazos que tender
sin dedos
para alcanzar la escala que cae de un piano invisible
sin más que una mirada y una voz
que no recuerdan haber salido
de ojos y labios
¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?
Y mi voz ya no
es mía
dentro del agua que no moja
dentro del aire de vidrio
dentro
del fuego lívido que corta como el grito
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de
hielo
aquí en el caracol de la oreja
el latido de un mar en el que no
sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en la orilla
siento caer fuera de mí la red de mis nervios
mas huye todo como
el pez que se da cuenta
hasta ciento en el pulso de mis sienes
muda telegrafía a la que
nadie responde
porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.
Nocturno
grito
Tengo
miedo de mi voz
y busco mi sombra en vano.
¿Será mía aquella sombra
sin cuerpo que va pasando?
¿Y mía la
voz perdida
que va la calle incendiando?
¿Qué voz, qué sombra, qué sueño,
despierto que no he soñado,
serán la voz y la sombra
y el sueño que me han robado?
Para oír brotar la sangre
de mi corazón cerrado,
¿pondré la
oreja en mi pecho
como en el pulso la mano?
Mi pecho estará vacío
y yo descorazonado,
y serán mis manos
duros
pulsos de mármol helado.
Nocturno mar
Ni tu silencio duro
cristal de dura roca,
ni el frío de la mano que me tiendes,
ni tus
palabras secas, sin tiempo ni color,
ni mi nombre, ni siquiera mi
nombre
que dictas como cifra desnuda de sentido;
ni la herida profunda, ni la sangre
que mana de sus labios,
palpitante,
ni la distancia cada vez más fría
sábana nieve de
hospital invierno
tendida entre los dos como la duda;
nada, nada podrá ser más amargo
que el mar que llevo dentro, solo
y ciego,
el mar, antiguo Edipo que me recorre a tientas
desde
todos los siglos,
cuando mi sangre aún no era mi sangre,
cuando mi
piel crecía en la piel de otro cuerpo,
cuando alguien respiraba por
mí que aún no nacía.
El mar que sube mudo hasta mis labios,
el mar que me satura
con el mortal veneno que no mata
pues prolonga la vida y duele más
que el dolor.
El mar que hace un trabajo lento y lento
forjando en
la caverna de mi pecho
el puño airado de mi corazón.
Mar sin viento ni cielo,
sin olas, desolado,
nocturno mar sin
espuma en los labios,
nocturno mar sin cólera, conforme
con lamer
las paredes que lo mantienen preso
y esclavo que no rompe sus riberas
y ciego que no busca la luz que le robaron
y amante que no quiere
sino su desamor.
Mar que arrastra despojos silenciosos,
olvidos olvidados y
deseos,
sílabas de recuerdos y rencores,
ahogados sueños de recién
nacidos,
perfiles y perfumes mutilados,
fibras de luz y náufragos
cabellos.
Nocturno mar amargo
que circula en estrechos corredores
de
corales arterias y raíces
y venas y medusas capilares.
Mar que teje en la sombra su tejido flotante,
con azules agujas
ensartadas
con hilos nervios y tensos cordones.
Nocturno mar amargo
que humedece mi lengua con su lenta saliva,
que hace crecer mis uñas con la fuerza
de su marca oscura.
Mi oreja sigue su rumor secreto,
oigo crecer sus rocas y sus
plantas
que alargan más y más sus labios dedos.
Lo llevo en mí como un remordimiento,
pecado ajeno y sueño
misterioso
y lo arrullo y lo duermo
y lo escondo y lo cuido y le
guardo el secreto.
Nocturno
miedo
Todo
en la noche vive una duda secreta:
el silencio y el ruido, el tiempo
y el lugar.
Inmóviles dormidos o despiertos sonámbulos
nada
podemos contra la secreta ansiedad.
Y no basta cerrar los ojos en la sombra
ni hundirlos en el sueño
para ya no mirar,
porque en la dura sombra y en la gruta del sueño
la misma luz nocturna nos vuelve a desvelar.
Entonces, con el paso de un dormido despierto,
sin rumbo y
sin objeto nos echamos a andar.
La noche vierte sobre nosotros su
misterio,
y algo nos dice que morir es despertar.
¿Y quien entre las sombras de una calle desierta,
en el muro,
lívido espejo de soledad,
no se ha visto pasar o venir a su encuentro
y no ha sentido miedo, angustia, duda mortal?
El miedo de no
ser sino un cuerpo vacío
que alguien, yo mismo o cualquier otro,
puede ocupar
y la angustia de verse fuera de si viviendo
y la duda de ser o no ser realidad.
Nocturno
rosa
A José Gorostiza
Yo también hablo de la rosa.
Pero mi rosa no es la rosa fría
ni la de piel de niño,
ni la rosa que gira
tan lentamente que su
movimiento
es una misteriosa forma de la quietud.
No es la rosa sedienta,
ni la sangrante llaga,
ni la rosa
coronada de espinas,
ni la rosa de la resurrección.
No es la rosa de pétalos desnudos,
ni la rosa encerada,
ni la
llama de seda,
ni tampoco la rosa llamarada.
No es la rosa veleta,
ni la ulcera secreta,
ni la rosa puntual
que da la hora,
ni la brújula rosa marinera.
No, no es la rosa rosa
sino la rosa increada,
la sumergida
rosa,
la nocturna,
la rosa inmaterial,
la rosa hueca.
Es la rosa del tacto en las tinieblas,
es la rosa que avanza
enardecida,
la rosa de rosadas uñas,
la rosa yema de los dedos
ávidos,
la rosa digital
la rosa ciega.
Es la rosa moldura del oído,
la rosa oreja,
la espiral del
ruido,
la rosa concha siempre abandonada
en la más alta espuma de
la almohada.
Es la rosa encarnada de la boca,
la rosa que habla despierta
como si estuviera dormida.
Es la rosa entreabierta
de la que mana
sombra,
la rosa entraña
que se pliega y expande
evocada,
invocada, abocada,
es la rosa labial,
la rosa herida.
Es la rosa que abre los parpados,
la rosa vigilante, desvelada,
la rosa del insomnio desojada.
Es la rosa del humo,
la rosa de ceniza,
la negra rosa de
carbón diamante
que silenciosa horada las tinieblas
y no ocupa
lugar en el espacio.
Nuestro amor
Si nuestro
amor no fuera,
al tiempo que un secreto,
un tormento, una duda,
una interrogación;
si no
fuera una larga
espera interminable,
un vacío en el pecho
donde
el corazón llama
como un puño cerrado
a una puerta impasible;
si nuestro
amor no fuera
el sueño doloroso
en que vives sin mí,
dentro de
mí, una vida
que me llena de espanto;
si no
fuera un desvelo,
un grito iluminado
en la noche profunda;
si nuestro
amor no fuera
como un hilo tendido
en que vamos los dos
sin red
sobre el vacío;
si tus
palabras fueran
sólo palabras para
nombrar con ellas cosas
tuyas, no más, y mías;
si no
resucitaran
si no evocaran trágicas
distancias y rencores
traspuestos, olvidados;
si tu
mirada fuera
siempre la que un instante
-¡pero un instante
eterno!-
es tu más honda entrega;
si tus
besos no fueran
sino para mis labios
trémulos y sumisos;
si tu
lenta saliva
no fundiera en mi boca
su sabor infinito;
si juntos
nuestros labios
desnudos como cuerpos,
y nuestros cuerpos juntos
como labios desnudos
no formaran un cuerpo
y una respiración,
¡no fuera amor el nuestro,
no fuera nuestro amor!
poesia
Eres la compañía con quien hablo
de pronto, a solas.
te forman las palabras
que salen del silencio
y del tanque
de sueño en que me ahogo
libre hasta despertar.
Tu mano metálica
endurece la prisa de
mi mano
y conduce la pluma
que traza en el papel su litoral.
Tu voz,
hoz de eco
es el rebote de mi voz en el muro,
y en tu piel de espejo
me
estoy mirando mirarme por mil Argos,
por mí largos segundos.
Pero el menor ruido te ahuyenta
y te
veo salir
por la puerta del libro
o por el atlas del techo,
por el
tablero del piso,
o la página del espejo,
y me dejas
sin más pulso ni voz y
sin más cara,
sin máscara como un hombre desnudo
en medio de una calle de
miradas.
Soneto a la granada
Es mi amor como el oscuro
panal de sombra encarnada
que la
hermética granada
labra en su cóncavo muro.
Silenciosamente apuro
mi sed, mi sed no saciada,
y la guardo
congelada
para un alivio futuro.
Acaso una boca ajena
a mi secreto dolor
encuentre mi sangre,
plena,
y mi carne dura y fría,
y en mi acre y dulce sabor
sacie su
sed con la mía.
Soneto
de la esperanza
Amar es
prolongar el breve instante
de angustia, de ansiedad y de tormento
en que, mientras espero, te presiento
en la sombra suspenso y
delirante.
¡Yo
quisiera anular de tu cambiante
y fugitivo ser el movimiento,
y
cautivarte con el pensamiento
y por él sólo ser tu solo amante!
Pues si no
quiero ver, mientras avanza
el tiempo indiferente, a quien más
quiero,
para soñar despierto en tu tardanza
la sola
posesión de lo que espero,
es porque cuando llega mi esperanza
es
cuando ya sin esperanza muero.
Volver
Volver a una patria
lejana,
volver a una patria olvidada,
oscuramente deformada
por
el destierro en esta tierra.
¡Salir del aire que me encierra!
y
anclar otra vez en la nada.
La noche es mi madre y mi hermana,
la
nada es mi patria lejana,
la nada llena de silencio,
la nada llena
de vacío,
la nada sin tiempo ni frío,
la nada en que no pasa nada.