
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
De la Antologia "Poemas del desierto":
(Escritos por miembros
del Octavo ejército durante
la campaña del África Occidental,
Dic. 1942 a Feb. de 1943)
Al partir
No, amor mío: que el radiante gozo
de esos ojos -remansos de
dulzura-
no lo empañen las nieblas del sollozo.
Verdad: la ausencia -lenta sierpe oscura-
va a cruzar por el
tiempo detenido;
y la muerte impasible, su figura
cada
instante ha de erguir en la pavura
de un desvelado corazón
transido.
Pero tus ojos claros y profundos
saben hablar de amor y de
ventura
cual un mensaje de ignorados mundos.
Recordarlos será mirarte cerca;
su solitaria cercanía de
encanto
será para mi sed piadosa alberca:
no vayas a
enturbiarla con el llanto.
W. Jones, soldado del Octavo ejército II guerra mundial
Versión de: Carlos López Narváez
Cenizas
En
adelante -pues te he perdido-
todo tu ser esparciré en el viento,
y serás, al dejar mi pensamiento,
por el resto del mundo
recogido.
Ahora que un sol pálido de invierno
va deshojando su sonrisa
triste,
¿quién no habrá de sentir el goce tierno
de hallar
entre la escarcha lo que fuiste?
La
lluvia cantará con voz más leve;
más leve aún su cristalino
traje;
más blanca y suave caerá la nieve;
grises más puros
vestirá el follaje.
¡Adiós! Bajo la sombra estremecida
me embriagaré de tu color de
vino,
dulce pavesa que arrebata el sino,
centella de mi sangre
desprendida.
Elinor Wylie ( EE.UU, 1885 - 1928 )
Versión de: Carlos López Narváez
Chipre
Todo el azul del Mar Mediterráneo
ondula en mi redor;
y
mientras lentamente voy remando
me acaricia el relumbro
de su
tórrido sol.
El flácido velamen, sin premura,
camino a la ensenada
por
la bahía cruza.
Persiguiendo sus sombras,
las nubes blancas
del confín
sobre el distante promontorio flotan
como raída
colcha, parda y gris.
La quilla chapotea;
por entre el agua de verdura
viene
sorbiendo una marsopa,
y como sombra rauda,
con impulso de
aletas y de cola
bajo el bote se clava.
Remo hasta que suspira
la hendida arena
con el pausado
embate de la quilla.
La barca entrega
sobre la playa su
fatiga;
y mientras vago en los palmares
contemplo cómo en
opalinas nieblas
se envuelven los remotos litorales.
Isla de los Lotófagos, te siento...
De tus grises montañas
brotan los manantiales del Letheo.
Aquel vapor tan sólo es el
olvido,
velo que nubla la visión lejana.
N. Boodson, sargento del Octavo ejército II guerra mundial
Versión de: Carlos López Narváez
* * * * * * * *
Amor Divino
Un LABIO que había permanecido estólido, ahora se mueve
Gradual en torno al lado de la cabeza
Como ojo
El ojo se torció en la punta del dedo de alguien, y gira
Alrededor del sol, su oreja,
Y el cerebro arriba sobre el lago del rostro-
Cerca de la catarata del cuerpo-
Como cúmulo agrandado antes de una tormenta:
Un sonido
Que crece gradualmente en el Este
Conduciéndolo todo antes de esto: ganado y arco iris y amantes
Barridos
A la mesa del cuerpo a la que cinco hombres y dos mujeres
Se han sentado casualmente a comer
Michael Benedikt EE.UU. 1935
Versión de Pedro Gandía
El amante de las flores
En las montañas de Valkeri
entre los pavos reales que se
pavonean
encontré una flor
tan grande como mi cabeza
y cuando me
estiré
para olerla
perdí el lóbulo de la oreja
parte de la
nariz
un ojo
y la mitad de la cajetilla
de cigarrillos
regresé
al siguiente día
con la intención de cortar
aquella maldita
cosa
pero la encontré
tan hermosa
que en cambio
maté un
pavo real.
Charles Bukowski, Estados Unidos 1920-1994
In
excelsis
¡OH, tú!
Tu sombra es luz de sol en una bandeja de plata;
tus
pisadas, un lugar para plantar lirios;
tus manos, al moverse, son
un doblar de campanas
en el aire inmóvil.
El movimiento de tus manos es la larga y
dorada luz del
sol naciente,
el revoloteo de los pájaros en el sendero de un
jardín.
Avanzas por la mañana como un perfume de junquillos.
Los potros son menos raudos que tu pensamiento,
tus palabras son
abejas alrededor de un peral,
tus sueños son avispas veteadas de
oro y negro zumbando
entre manzanas rojas.
Bebo en tus labios,
como el albor de tus
manos y tus pies.
Abro la boca:
semejante a una jarra nueva
estoy abierta y vacía.
como el agua clara eres tú, que llenas la
copa de mi boca.
Eres como un riachuelo sembrado de lirios.
Eres helado como las nubes,
lejano y dulce como las altas
nubes.
Me atrevo a alcanzarte,
me atrevo a tocar tu orilla
brillante.
Salto más allá de los vientos,
grito y chillo,
porque mi garganta es fina como una espada
afilada con una muela
de marfil.
Mi garganta canta la alegría de mis ojos,
la
turbulenta alegría de mi amor.
¿Cómo cayó el arco iris sobre mi
corazón?
¿Cómo se enredó el mar entre mis dedos
y cómo cubrió
mi cabeza con el cielo?
¿Cómo viniste a habitar en mí,
asediándome con los cuatro círculos de tu mística luz,
hasta que,
inclinándome ante ti, como si fueras un altar,
grité: "¡Gloria!
¡Gloria!"?
Habré de torturante pensando en el hoy y en el mañana?
He de
creer que el aire es un favor,
la tierra una cortesía
y el cielo un regalo que hay que
agradecer?
Tú eres... aire... tierra... cielo...
Pero no te lo
agradezco.
Te tomo,
y vivo.
Y las palabras que diga después
son como rubíes engastados en una puerta de piedra.
Amy Lowell, EE.UU. 1874 - 1925
Versión de Agustí Bartra
Plegaria de un soldado
Asísteme, ¡Señor! Tiniebla y frío
la noche esparce. Lumbre
macilenta,
se muere mi valor. La noche es lenta.
Fortaléceme,
asísteme, Dios mío.
Amo el gozo, la lucha enardecida;
odio la sombra; amo la
primavera,
al hijo y a la buena compañera;
yo no soy un
cobarde: amo la vida.
La amo con su niebla y su ventura.
Es preciso vivir. No tengo
miedo.
De mí lo mío separar no puedo.
Señor, mi corazón busca
Tu altura.
Tú nos diste en Dunkerque mar en calma
para salvarnos. Tu
poder divino
nos iba abriendo el hórrido camino.
Tus obras son
milagro, Dios del alma.
Solos mientras huía la esperanza,
la Patria amamos, y la
misma muerte;
sin oprobio cayéramos, y fuerte
el ánimo cruzó
por la matanza.
Ruta de pesadilla. Mar de espanto.
Llegamos... Renacíamos...
Después,
tras un velo de sangre hasta los pies,
el alma
-alondra- levantó su canto.
Supe así que la muerte es un escape,
y el por qué de estos
pávidos siniestros:
porque otra vez el mundo de los nuestros,
por Tu Bondad, de Libertad se empape.
Sólo soy un nacido de mujer:
pero siendo no más que Tu
criatura,
Dios de la Fortaleza y la Dulzura,
no permitas que
menos pueda ser.
Sosténme, oh Dios, cuando la faz horrenda
de ojos vacíos y de
yerta boca
me haga su mueca... Y si caer me toca,
a Ti mi alma
desde el polvo ascienda-
Anónimo
Durante un intenso bombardeo, el viento llevó
este poema hasta una agrietada trinchera de
El-Agheila -Campaña de África, diciembre de 1942
a febrero de
1943.
Versión de: Carlos López Narváez
Retrato de una muchacha
Esta
es la forma de una hoja, y esta la de una flor,
y éste es el
pálido tronco de un árbol
que contempla sus ramas en un charco de
agua estancada
en una tierra que nunca veremos.
El tonto en la rama, silencioso, suave cae el rocío,
en el
atardecer casi no hay sonidos...
Y las tres hermosas peregrinas
que llegan juntas
tocan ligeramente el polvo del suelo.
Lo tocan con pies que apenas turban el polvo, como alas,
tímidas, aparecen juntas, silenciosas,
como bailarinas aguardando
en una pausa de la música, la música
que llene el exquisito
silencio...
Este es el pensamiento de la primera, y éste el de la segunda,
y éste el grave pensamiento de la tercera:
"Nos demoraremos así
por un instante, pálidamente expectante,
y el silencio terminará, y el pájaro
cantará la pura,
dulce, clara frase del crepúsculo
hasta llenar la campana azul
del mundo;
y nosotras, a quienes la música reunió como a hojas,
como
hojas seremos arrastradas.
¿Hacia qué sino la belleza del silencio, perpetuo silencio?,,,"
esta es la forma del árbol,
y la flor y la hoja, y las tres
hermosas peregrinas pálidas:
eso eres para mí.
Conrad Aiken, 1889 - 1973
Yace tranquilo, duerme en paz,
tu que sufres...
Yace tranquilo, duerme en paz, tu que sufres
la herida que
arde y se agita en tu garganta.
A flote sobre el mar silencioso la noche entera hemos oído
el rumor de la herida envuelta en una sábana de sal.
Bajo la luna, tantas millas lejanas, hemos temblado al
escuchar
el sonido del mar flotando como la sangre de la sonora herida
y cuando la sábana salobre rompió en una tormenta de canciones
las voces de todos los ahogados nadaron sobre el viento.
Abre un sendero a través de la lenta vela triste,
arroja lejos hacia el viento los portales del errabundo bote
para empezar el viaje al final de mi herida,
oímos que cantaba el sonido del mar, vimos como hablaba la
sábana salobre.
Yace tranquilo, duerme en paz, oculta la boca en la
garganta,
o hemos de obedecer y cabalgar contigo por entre los ahogados.
Dylan Thomas, Estados Unidos 1914-1953
Yerba
Haced la pila de cadáveres
en Austerlitz, en Waterloo;
echad encima tierra, tierra;
después... Yo soy la hierba:
dejadlo todo a mi verdor.
Haced también la pila en Gettisburgo
en Ipres, en Verdun;
después... vendrá mi turno
sobre la
lúgubre quietud.
Y cuando pasen años, décadas,
los viajeros
dirán al conductor:
-¿Qué colinas son esas?
-¿Dónde estamos,
señor?
Yo soy la hierba:
dejadlo todo a mi verdor.
Carl Sandburg, Estados Unidos, 1878 - 1967
Versión de: Carlos López Narváez
Francia
Arrullo
Suave
la lluvia entre las hojas
es un rumor amado y lento,
y tú en
mi pecho te abandonas
con silencioso encantamiento.
Se
trenza el viento con la lluvia...
vibras... ¡Oh que blando
momento
para morir con la dulzura
del agua que evapora el
viento!
-¿Oyes
la lluvia que solloza?
-¿Oyes el viento plañidero?
Herida mía
dulce y honda,
sólo tú ignoras de qué muero.
Francis Carco (Francia, 1886 - 1958 )
Versión
de: Carlos López Narváez
Dilección
Adoro lo indeciso: rumor, tintes brumales:
lo que tiembla y
ondula, lo que se tornasola;
agua, ojos, cabellos; seda, follaje,
ola,
y el ingrávido ritmo de las formas juncales.
El humo que al ensueño presta sus espirales;
del nido los
arrullos que el silencio acrisola;
la noche confidente que su
perfil inmola,
y la sabia dulzura de sus manos astrales.
Y las horas sin término de una lenta caricia;
y el alma que
se agobia con su propia delicia
como rosa que muere vertiendo su
nectario.
Alma de casta sombra que mudamente clama,
donde, como el rubí
de la votiva llama,
un amor arde insomne, místico y solitario.
Albert Samain ( Francia, 1858 - 1900 )
Versión de: Carlos
López Narváez
El desconocido
Él decía Mis labios son racimos monstruosos
panteras que
cantan
más dulces que los pájaros tan dulces de la colina
y
los toros sangrantes de las grandes nubes oscuras
El decía
Yo
llevo en mi pecho
olas inmensas y ásperas
en medio de las
flores tan bellas de los días solemnes
Llamaba María
a una
pequeña que llevaba legumbres
Él decía, él decía además
Yo soy
una amapola
que despierta por la mañana el azul pálido de las
bestias
Jacques Baron (1905 - ?)
Versión de Aldo Pellegrini
El legado
Este
poema es tuyo, mi Amada Inaccesible;
tu mirada, tu voz y tu
sonrisa guarde;
cante aquí tu hermosura su victoria impasible.
El es casi tu obra, y tú lo sabes tarde,
-estos versos
nacieron tan lejos de tu oído-
mas, es la flor -¡recógela!- de mi
tardío alarde.
Cuando ya no me escuches, anciana y en olvido,
el te
devolverá la abolida belleza
y el capitoso efluvio de tu rosal
vencido.
No morirás: mi mente ya forjó tu firmeza;
y porque solo el
verbo triunfa sobre las horas,
sobre mi pensamiento tu eternidad
empieza.
Desfilarán los siglos -rachas devastadoras-
y colmarán de
sombra los ámbitos del día,
y aún dará el ensueño sus diáfanas
auroras.
Fuera del tiempo el verbo es sagrada armonía
que eterniza la
carne si en alma la convierte
-dón que hice a tus ojos,
¡Inalcanzable Mía!
Yo encendí los fulgores de tu blancura inerte,
la noche en
tus cabellos y el rumor de tu paso:
ya rescatada fuiste del poder
de la muerte.
Edmond Haraucourt ( Francia, 1856 - 1941 )
Versión de:
Carlos López Narváez
Es necesario amarse
Amémonos sin misterio,
aquí, en la tierra, triunfantes.
No se
ama en el cementerio.
¡Debemos amarnos antes!
Mi ceniza y tu
ceniza las esparcirá la brisa.
Paul Fort
(Francia 1872-1960)
Estancias galantes
Deja que te desvele Amor ahora.
Con mis suspiros déjate
inflamar.
No duermas más, criatura seductora,
Pues es dormir
la vida sin amar.
No temas. En la fábula amorosa
se hace más mal del mal que se
padece.
Cuando hay amor y el coraz6n solloza,
el propio mal
sus penas embellece.
El mal de amor consiste en esconderlo;
para evitarlo, habla
en mi favor.
Te da miedo este dios, tiemblas al verlo...
Mas
no hagas un misterio del amor.
¿Hay más dulce penar que estar amando?
¿Puede sufrirse una
más tierna ley?
Que en todo coraz6n siempre reinando,
reine
amor en el tuyo como rey.
Ríndete, pues, oh, celestial criatura;
cede mandato del Amr
fugaz.
¡Ama mientras perdure tu hermosura,
que el tiempo Pasa
y no regresa más!
Jean-Baptiste Poquelin "Molière" ( 1622 -
1673 )
Versión de: Andrés Holguín
Lámpara
Ilumina la alcoba nocturna, sofocante,
tu cuerpo rosa y lácteo,
tibio de interna lumbre;
disperso en la tormenta su efluvio
sofocante,
para mi amor se envuelve de tórrido perfume.
el oro
taciturno de la lámpara en torno
menos fulgor difunde que tu
blancura laxa;
el otro-yo, cautivo de tu quietud en torno,
con
manos deslizantes tus lindes puros palpa.
Sin
voces que despierten al ángel que nos odia,
sé mía sordamente,
con inmóviles brazos;
la gruta del deliquio, sin la luz que nos
odia,
tu desnudez tranquila constelará de lampos.
François Mauriac ( 1885 - 1970 )
Versión de: Carlos López Narváez
Ojos
Ojos negros o azules, ojos amados, bellos;
ojos innumerables
que iluminó la aurora,
yacen hoy en las tumbas, extintos, sin
destellos.
Y aún asciende el sol que los cielos enflora.
Noches de más dulzura que los días más rubios
de aquellos
infinitos ojos se constelaron...
Aún dan los luceros sus dorados
efluvios;
y ha tiempo aquellos ojos de sombra se colmaron.
¡Oh Dios! ¿Cómo pudieron morir esas pupilas,
de toda
dulcedumbre vívidos manantiales?
¿Espejo de qué rostros son sus
ondas tranquilas?
¿A qué mundos ignotos se vuelven sus fanales?
Lo
mismo que de astros ha tiempo fenecidos
pervive el alma lumbre
por el éter cruzando
los ojos adorados, en la muerte sumidos
siguen desde su sombra lanuestra iluminando.
R.
F.A. Sully Prudhomme ( 1839 - 1907 )
Versión de:
Carlos López Narváez
Sofía 2
¿Cuál era tu sueño
cuando dejaste esta orilla?
¿Soñabas
con una balsa de estrellas a la deriva,
soñabas con abismos de
candor?
Separaste las esferas intransigentes
para tomar una flor.
Eras el eco de un mundo de luz.
Las mariposas representan una escena de tu vida
que muestra
el despertar de la aurora en tus labios.
Una estrella se forma
siguiendo tu diseño.
La cortina del día cae para ocultar los sueños.
Eres una
estrella que se transforma en flor
La luz se desliza bajo tus
pies
y alas radiantes te rodean como un cerco.
La flor se balancea en sus alas.
Ostenta una joya de rocío.
Sueña con una lágrima de sutileza.
Sus besos son perlas.
Ella desaparece, desaparece
en su propia luz.
Ella
desaparece, desaparece
en su pureza, en su dulzura.
Soñaste sobre el índice del cielo
entre los últimos copos de
la noche.
La tierra se cubrió de lágrimas de gozo.
El día se
despertó en una mano de cristal.
Jean Arp
(Francia, 1887-1966)
Ya no esperaré más...
ya no esperaré más
el placer se ha alejado como un mito
hacia el estanque atormentado
donde los juncos nacientes se
pudren
ya no esperaré más
pues el goce sonoro
se ha vuelto voz
sorda
y suspiro
y muere bajo tierra
el placer acompasado
la dicha resplandeciente
la cornamusa
voluptuosa
todos los sones argentinos
huyen
todo se
adormece y
muere
indecisiones susurradas
últimos secretos
del viento
voces de los muertos avergonzadas y profundas
ya nada esperaré del ritmo mágico
he perdido la sangre del
sacrificio
Henri
Pastoureau (Francia, 1912 - 1996)
De "Le corps trop grand pour un cercueil"
Versión de Aldo PellegriniGrecia
A una doncella
Hace tiempo, la hija de Tántalo
se convirtió en piedra,
junto a las riberas frigias.
Y asimismo, la hija de Pandion
atravesó el espacio, transformada en golondrina.
¡Si pudiera yo
convertirme en espejo,
para que siempre tuvieras
en mí fija tu
mirada!
¡Que no sea yo túnica
y siempre me llevarías encima!
Quisiera volverme agua límpida
para bañar tu hermoso cuerpo.
O
esencia, dueña mía, para perfumarte;
cintilla de tu garganta
y perla para tu cuello;
o
sandalia para que así, al menos,
siempre estuviera tu pie sobre
mí.
Anacreonte de Teos (Grecia, 540 antes de J. C.)
Versión de:
Marcelino Menéndez y Pelayo
Obrero del verbo
Trabajó durante toda su vida,
sin reposo, ardiente y
exaltado, casi seguro
de la inmortalidad,
-la suya, por
supuesto, en primer término.
Hasta que una noche
el viento
sopla de repente.
La puerta se cierra con estrépito.
Él ve las
estatuas caer
y golpearse las narices contra el suelo, y
comprende.
Las palabras que él había escrito con tanto celo por
años
y por años,
se habían endurecido.
Las sentía bajo sus
dedos
como la pelambre seca y neutra de una bestia muerta. Sin
embargo, continuó su trabajo como de costumbre,
hasta confundir
la muerte y la inmortalidad,
la embriaguez y el olvido.
Pero
llegó a poner en claro
lo que es exactamente el trabajo entre la
futilidad
y el orgullo.
El sonoro vaivén del péndulo
tenía
la resonancia de un tambor en la noche,
como si ritmara una
marcha de soldados somnolientos
entre dos batallas.
Yannis Ritsos (Grecia, 1909 - 1990)
Oda a Afrodita
¡Tú que te sientas en trono resplandeciente,
inmortal Afrodita!
¡Hija de Zeus, sabia en las artes
de amor, te suplico,
augusta diosa, no consientas
que, en el dolor,
perezca mi alma!
Desciende a mis plegarias, como
viniste otra vez,
dejando el palacio paterno, en tu carro de áureos
atalajes.
Tus lindos gorriones te bajaron desde el cielo,
a través de los aires agitados por el precipitado batir de sus alas.
Una vez junto a mí, ¡oh diosa!, sonrientes tus labios
inmortales,
preguntaste por qué te llamaba, qué pena tenía,
qué nuevo deseo agitaba mi pecho,
y a quién pretendía sujetar con los lazos de mi
amor.
Safo, me dijiste, ¿quién se atreve a injuriarte?
Si te rehuye, pronto te ha de buscar;
si rehúsa tus
obsequios, pronto te los ofrecerá él mismo.
Si ahora no te ama,
te amará hasta cuando no lo desees.
¡Ven a mí ahora también,
líbrame de mis crueles tormentos!
¡Cumple los deseos de mi
corazón, no me rehuses tu
ayuda todopoderosa!
Lamento:
Dulce madre mía, no puedo trabajar,
el huso
se me cae de entre los dedos
Afrodita ha llenado mi corazón
de
amor a un bello adolescente
y yo sucumbo a ese amor.
SAFO DE LESBOS ( Grecia, 600 a.c )
Versión de: L. S.
Haití
A la luna
¡Oh tímida viajera, cándida peregrina!
¡Oh sílfide nocturna,
luna casta y divina!
Tan triste y soñadora, perdida en el celaje,
¿cuál es tu rumbo intérmine, tu sempiterno viaje?
Qué lentos son tus pasos, qué pálida tu frente,
cuando asoma
en la noche tu faz opalescente,
y desde los collados, a la lumbre
indecisa
de tus rayos se esparcen aromas en la brisa.
Tú que llevas por halo tánta melancolía;
Tú la que de mi
pecho recibe idolatría,
dime si eres el mundo o el alma de la
muerte
donde en flor o en arbusto la vida se convierte
Allá sobre tus montes, astro de la esperanza,
allá sobre tus
valles de clara lontananza,
orilla a tus balsámicos arroyos
argentinos,
o bajo sus follajes sedantes y opalinos,
¿otra vez hallaremos madre, hermanos, amadas,
todos los que
partieron en horas desoladas,
y los mismos amores, deliquios y
embriagueces
que nuestros corazones cambiaron tántas veces?
Ignace Nau (Haití, 1808 - 1839 )
Versión de: Carlos López Narváez
Nostalgia
Cruje la fina arena... Por la avenida,
una blanca figura,
negros cabellos...
-¿Quién será la radiante desconocida
que
dora la mañana con sus destellos?
Cabellera opulenta donde encendida
caricia pone el cielo. Por
los senderos,
grácil, rítmicamente desvanecida
va dejando
fragancia de limoneros.
Se esfuma. ..ya mi alma para su daño
regresan las visiones,
torna el engaño...
También así mi dulce criolla pasaba,
bajo arcos floridos, como una diosa,
ingrávida, y esbelta,
nocturna rosa...
y me sangra la herida que ya cerraba.
Louis Morpeau ( Haití, 1786 - 1861 )
Versión
de: Carlos López Narváez
Ternura
Pónte sombra en los labios
y anochéce los ojos,
que ya el
sol parte el día
y se agobia callado.
Amo ver la dulzura
d'ese rizo divino
qu'entreabre tus
dientes
al asombro del mundo.
Pónte sombra en los labios
y anochéce los ojos...
Una
solar ternura
tiende su postrer lampo
besando los palmares
de l'ardiente bahía...
Sobre la mar inmóvil
s'empavesan los barcos
de sopor y de
hastío,
de gaviotas y albatros.
Armoniza en tu clave
los arrullos más hondos.
Pónte
sombra en los labios
y anochéce los ojos.
Lys Ambroise ( Haití, 1786 - 1861 )
Versión de:
Carlos López Narváez
IndiaPlenitud
Canta,
cuchillo despiadado,
Luna funesta, sigue en tu desolación,
Flechas de amor, disparen.
Ha vuelto, al fin, mi amor.
Otra
vez tengo casa.
Otra vez tengo Dios.
Otra vez tengo cuerpo.
Soy yo.
Vidyapati India 1352-1448
Versión de Gabriel Zaid
Si...
Si
puedes estar firme cuando tiemblen de miedo
todos te señalen con
vengativo dedo;
si cuando todos duden de ti, tú dices: Puedo
confiar en mí, y dejarlos en su pobre opinión;
si sabes esperar
sin cansar la esperanza;
si contra la calumnia no opones la
venganza;
si sabes ser odiado sin odiar; si en balanza
calculas tus miradas, de tu palabra el son.
Y puedes soñar sin vivir de tu sueño;
si haces de tu pensar
un esclavo y no un dueño;
si al triunfo y al desastre con
semblante risueño
-a ese par de impostores- los sabes domeñar;
si, frío, puedes ver la verdad de tu boca
urdida en redes
para la muchedumbre loca,
o el barco de tu vida roto contra la
roca
con el mellado escoplo volver a comenzar.
Si sabes arriesgar tu fortuna a montones
al azar misterioso
de los pares y nones
y comenzar de nuevo a acumular doblones
y
de tu desventura no murmurar después;
y si forzar pudieres tu
corazón, tu anhelo,
tus nervios moribundos a servirte con celo.
¡Adelante!
Aunque todo rodara por el suelo,
salvo el QUERER que grita para ti, ¡Vamos pues!
Si la
plebe no mancha tu corazón erguido;
si el honor de los reyes no
te roba el sentido;
si amigos y enemigos no te encuentran
rendido;
si das la mano al hombre sin besarla jamás;
si puedes
llenar cada minuto inaplazable
con sesenta segundos de vigor
implacable...
La tierra será tuya y cuanto en ella es dable,
y
lo que es más, un HOMBRE, hijo mío, serás.
Rudyard Kipling (India, 1865 -
1936)
Nobel de Literartura en 1907
Versión de Aquilino
Villegas
Inglaterra:
Canción de amor de Alfred
Prufrock
Vamos, tú y yo,
a la hora en que la tarde se extiende sobre
el cielo
cual un paciente adormecido sobre la mesa por el éter:
vamos a través de ciertas calles semisolitarias,
refugios
bulliciosos
de noches de desvelo en hoteluchos para pernoctar
y de mesones con el piso cubierto de aserrín y conchas de
ostra,
calles que acechan cual debate tedioso
de intención
insidiosa
que desemboca en un interrogante abrumador...
Ay, no
preguntes: «¿De qué me hablas?»
Vamos más bien a realizar nuestra
visita.
En el salón las señoras están deambulando
y de Miguel Angel
están hablando.
La neblina amarilla que se rasca la espalda sobre las
ventanas,
el humo amarillo que frota el hocico sobre las
ventanas,
lamió con su lengua las esquinas del ocaso,
se
deslizó por la terraza, pegó un salto repentino,
y vien,do que
era una tarde lánguida de octubre,
dio una vuelta a la casa y se
acostó a dormir.
Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para el humo amarillo que se
arrastra por las calles
rascándose sobre las ventanas.
Ya
habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para preparar un rostro que afronte
los rostros que
enfrentamos
Ya habrá tiempo para matar, para crear,
y tiempo
para todas las obras y los días de nuestras manos
que elevan las
preguntas y las dejan caer sobre tu plato;
tiempo para ti y
tiempo para mí,
tiempo bastante aun para mil indecisiones,
y
para mil visiones y otras tantas revisiones,
antes de la hora de
compartir el pan tostado y el té.
En el salón las señoras están deambulando
y de Miguel Angel
están hablando.
Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para preguntarnos: ¿Me atreveré
yo acaso? ¿Me atreveré?
Tiempo para dar la vuelta y bajar por la
escalera
con una coronilla calva en medio de mi cabellera.
Ellos dirán: «¡Ay, cómo el pelo se le está cayendo!»
Mi sacoleva,
-,el cuello que apoya firmemente mi barbilla,
mi corbata,
opulenta aunque modesta y bien asegurada
por un sencillo prendedor.
Ellos dírán: «¡Ay, cuán flacos
tiene los brazos y las piernas!»
¿Me aventuro yo acaso a
perturbar el universo?
En un mínuto hay tíempo suficiente
para
decisiones y revisiones que un minuto rectifica.
Pues ya los he conocido, conocido a todos:
conocido las
tardes, las mañanas, los ocasos;
he medido mi vida con cucharitas
de café,
conozco aquellas voces que fallecen en un salto mortal
bajo la música que llega desde el rincón lejano del salón
Entonces, ¿cómo he de presumir?
Pues he conocido ya los ojos, conocido a todos,
los ojos que
nos sellan en una mirada formulada
estando yo ya formulado, en un
alfiler esparrancado;
bien clavado retorciéndome sobre la pared.
¿Cómo comenzar entonces
a escupir las colillas de mis costumbres
y mis días?
Entonces, ¿cómo he de presumir?
Pues he conocido ya los brazos, conocido a todos,
brazos de
pulseras adornados, níveos y desnudos
(mas al fulgor de la
lámpara cubiertos de leve vello de oro).
¿Será el perfume de un vestido
lo que me hace divagar así?
Brazos sobre una mesa reclinados o envueltos en los
pliegues de un mantón.
Entonces ¿habré de presumir?
Y cómo he
de comenzar acaso?
Diré tal vez: he paseado por callejuelas al ocaso
y he visto
el humo que sube de las pipas
de hombres solitarios en mangas de
camisa, sobre las
ventanas reclinados
Hubiera preferido ser un par de recias
tenazas
que corren en el silencio de oceanicas terrazas.
¡Y la
tarde, la incipiente noche, duerme sosegadamente!
Acariciada por
unos dedos largos,
dormida... exhausta... o haciéndose la enferma
sobre el suelo extendida, junto a ti, junto a mí.
¿Tendré fuerza
bastante después del té y los helados y las
tortas,
para forzar la culminación de nuestro instante?
Aunque
he gemido y he ayunado, he gemido y he rezado,
aunque he visto mi
cabeza (algo ya calva) portada en una
fuente,
yo no soy un profeta -y ello en realidad no importa
demasiado-
he visto mi grandeza titubear en un instante,
he
presenciado al Lacayo Eterno, con mi abrigo en sus
manos, reírse con desprecio.
Y al fin de cuentas, sentí miedo.
Hubiera valido la pena, al fin de cuentas,
después de las tazas,
la mermelada, el té,
entre las porcelanas, en medio de nuestra
charla baladí,
hubiera valido la pena
morder con sonrisas la
materia,
enrollar en una bola al universo
para arrojarla hacia
algún interrogante abrumador.
Poder decir: «Soy Lázaro que
regresa de la muerte
para os revelarlo todo, y así lo voy a
hacer»...
Y si al poner en una almohada la cabeza, una dijera:
«No. No fue esto lo que quise decir.
No lo fue. De ninguna
manera» .
Hubiera valido la pena, al fin de cuentas,
sí hubiera valido
la pena,
después de los ocasos, las zaguanes, las callejuelas
salpicadas,
después de las novelas, de las tazas de té y de las
faldas
por los pisos arrastradas.
¿Después de todo esto y algo más?
Me es imposible decir justamente lo que siento.
Mas cual linterna
mágica que proyecta diseños de nervios
sobre la pantalla,
hubiera valido la pena, si al colocar un
almohadón o
arrancar una bufanda,
volviendo la mirada a la ventana, una
hubiese confesado:
«No. No fue esto lo que quise decir.
No lo
fue. De ninguna manera».
No. No soy el príncipe Hamlet. Ni he debido serlo;
más bien
uno de sus cortesanos acudientes, alguien capaz
de integrar un
cortejo, dar comienzo a un par de escenas,
asesorar al príncipe;
en síntesis, fácil instrumento,
deferente, presto siempre a
servir,
político, cauto y asaz meticuloso.
A veces, en
realidad, casi ridículo.
A veces tonto de capirote.
Me vence la vejez. Me vence la vejez.
Luciré el pantalón con
la manga al revés.
¿Me peinaré hacia atrás? ¿Me arriesgo a comer melocotones?
Me
pondré pantalones de franela blanca
y me iré a pasear a lo largo
de la playa.
He oído allí cómo entre ellas se cantan las sirenas.
Mas no
creo que me vayan a cantar a mí.
Las he visto nadando mar adentro
sobre las crestas
de la marejada,
peinando las cabelleras
níveas que va formando
el oleaje
cuando de blanco y negro el viento encrespa el océano.
Nos
hemos demorado demasiado en las cámaras del mar,
junto a ondinas
adornadas con algas rojas y castañas,
hasta que voces humanas nos
despiertan, y perecemos ahogados.
Thomas Stearns Eliot ( 1888 - 1965)
Premio
Nobelde Literatura en 1948
Versión de Luis Zalamea
Cartas de Sinesio *
Carta VI
Encerrados aquí en nuestras casas, como en
una
prisión, estuvimos contra nuestra voluntad, con-
denados a
guardar este largo silencio.
Este otoño sentí el frío en mis huesos cuando
en la fuente de
Apolo las ranas empezaron a croar.
Perséfona sin rostro. Por
encima del Jebel
el trueno rugía.
La fortuna en todas partes administrando sus dádivas,
dispensando suerte a los bárbaros y los ateos.
Y nosotros en la
costa reparando los acueductos
pero nos falló el agua.
Luego llegó el invierno y las calzadas se inundaron,
manteniéndonos encadenados a nuestras inútiles bahías,
acorralados por las tempestades, dejando a nuestro ganado
vagar
sin que nadie lo cuidara.
En alguna parte, al este, los administradores nos archivaron
bajo una pila de descuidados documentos.
Fuimos olvidados, menos
por el hambriento
recolector de impuestos.
El gobernador me envió una invitación de cantos dorados
para
celebrar el décimo-cuarto aniversario de la
independencia.
Allí veré al presumido cónsul-general
expresándose en un latin de perros.
Mi cultivadísimo amigo, por favor trate de remitirme
cualquier nuevo libro publicado por los sofistas:
he leído las
reseñas en revistas viejas de seis meses
y me siento un
provinciano.
"Comerciamos en mortajas: las gentes han cesado de morirse".
La fortuna ha frustrado nuestros deseos de muerte.
Las cifras de
la mortalidad infantil se han perdido
por obra de la oficina del
censo.
Recuérdeme ahora a mis viejos amigos y colegas.
Discutiendo
la Trinidad y la áurea dicción:
Piense en que estoy aquí,
esperando los fuegos
de los asturianos.
Observe el sitio donde se acuclillan detrás de los acantilados,
ignorando medida, facción y cisma,
destinados por la ingrata
fortuna para ser
los auténticos herederos del Reino.
Anthony
Thwaite Inglaterra, 1930
*
Synesius: C. 370 - C.414. Nacido en Cirene, estudió filosofía en
Alejandría con Hipatia y después en Atenas. Más tarde fue obispo en
Ptolemais en la Penépolis libia. Sus cartas nos ofrecen una vívida
pintura del estado del Imperio Romano en África durante el período
que le tocó vivir.
Cuando están nuestras almas
frente a frente...
Cuando están nuestras almas frente a frente,
mudas, erguidas,
fuertes, ya muy próximas,
y sus alas se encienden al tocarse,
¿qué podemos temer en este mundo,
qué anhelos no podrán satisfacerse?
Piensa que si ascendemos
a la altura
acudirán los ángeles queriendo
romper con su voz
áurea y perfecta
nuestro amado silencio. No, es mejor,
amor mío, quedarnos en
la tierra,
donde el afán absurdo de los hombres
a las almas más puras les concede
un lugar donde amarse en
esta vida,
cercado por la muerte y las tinieblas.
De
"Sonetos del portugués"
Elizabeth Browning Inglaterra, 1806 -1861
El verso
Más que Ilíon en ruinas vive Elena
y Alcestes se levanta entre
las sombras.
El verso las evoca: es el verso el que da
inmortal juventud a doncellas mortales.
Pronto
el oscuro velo del olvido
ocultará esas lomas pobladas que
contemplas,
al alegre, al soberbio; y en tanto, nos saludan
a
ti y a mí, por largos estíos, los amantes.
Walter Savage Landor (1755-1864)
Versión de Màrie Montand
Identidades
II
¿Te acordarás de mí Tatania
cuando el mapa de esta
región esté doblado
cuando ya no veas más la baja torre y las
colinas
el puente jorobado y el arroyo a través de los sauces?
Nos detuvimos en la puerta de los besos,
la lanzadera se
entrelaza a la noche;
el viento viaja lejos Tatania
y tú debes
seguirlo.
¿Cuando remember y septiembre rimen
debo rimarlos
para una traducción de café?
Las colinas esperan como siempre la caricia del ojo,
el
ansioso pie de la gloria o el destello cálido;
sobre campos
sucesivos, rompedores de límites
se elevan a un legado de
horizontes:
¿Me recordarás Tatania mientras me adhiero
a esas
marcas y cicatrices
que se desvanecen de tu mente?
Estamos
aquí en el final del día,
las colinas esperan,
los campos son
un verde mar.
Y más cerca
la luz falla
cambia y se esfuma y
nuestros ojos
guardan línea con la rama,
silueta de hoja...
Cuando Lázaro yazga en su larga tumba y las hojas
muertas
tiemblen en su olvidadiza danza,
¿me recordarás
Tatania ?
¿Volveré como un fantasma a turbar tu alegría?
Tatania, Tatania, ¿qué recordarás?
Aquí, con tus labios en los
míos,
¿quién piensas que soy yo?
Matthew Mead Inglaterra, 1924
Versión de Aurelio Arturo
Mi corazón
Mi corazón, cuando el mirlo canta la primera,
mi corazón bebe
su canto:
un fresco placer llena mi pecho
que expandido
recorre cada nervio.
Mi pecho remolinea silencioso,
mi corazón está agitado y
fresco
como cuando un rosal silvestre
movido por
el viento
arrastra una piedra al estanque.
Pero puesto en ti, cuando a ti te encuentro,
mi pulso se
espesa y corre,
como cuando el lago alterado se ennegrece,
encrespándose al soplo del viento.
Robert Louis Stevenson
(Inglaterra, 1850-1894)
Si debes olvidar
Cuando haya partido al silencioso,
desolado
país, país lejano,
ya sin llevar mi mano entre tu mano,
ni
andar contigo al vesperal reposo;
cuando de un mañana venturoso
no forjemos el sueño
cotidiano...
recuérdame, no más: tarde y en vano
se alzarían
el ruego y el sollozo.
Pero si debes olvidar a veces,
no te aflijas si entre
reconditeces
de tiempo y sombra para ti me pierdo.
Será más dulcemente dolorido
ver plegarse las rosas de tu
olvido
que alzarse entre tinieblas mi recuerdo.
Cristina Rossetti Inglaterra, 1830 -
1894
Versión de: Carlos López Narváez
Visión de las Islas
Bermudas
Allá lejos, muy lejos, donde cabalgan las Bermudas.
el
invisible seno del mar, esta canción
de algún pequeño barco los
vientos escucharon:
Hermanos ¡aleluya! Prodigaremos alabanzas
al que por espesuras líquidas
nuestro paso guiara.
Han visto
nuestros ojos islas ignoradas,
en fragante riqueza superiores a
la tierra natal.
Los vigorosos monstruos¡,
cuyos lomos sublevan las simas del
océano,
desarmados aquí naufragan sin remedio,
y nosotros
a
prados apacibles arribamos,
resguardados de sañas y tormentas.
¡Perenne primavera, esmalte de los días!
La lluvia de los
pájaros no cesa
desde el aire.
De los naranjos cuelgan brillos
como doradas lámparas en una verde noche;
las granadas recluyen
tesoros más espléndidos que las joyas de Ormuz.
Vecinos higos
negros
desprende nuestra boca de los árboles;
con melones
redondos juegan nuestras pisadas,
y es la piña tan grave que una
sola
en cada planta luce suficiente.
¡Laudanzas a quien puebla
de cedros olorosos la arboleda
y
proclama en las playas el ámbar gris hurtado
a las rompientes
olas! ¡Él,
Él mismo, en esas rocas
un templo diseñó donde
alabar su nombre!
¡Hónrenlo nuestras voces! ¡Levantad los acentos
a la infinita
bóveda celeste,
y resonando puedan viajar después ecos
detrás
del orgulloso golfo de México!
Así cantaban los marinos de aquel
barco: vivaz,
devota música; y del canto
guardaban el compás
con el caer del remo.
Andrew Marvell (Inglaterra, 1621 - 1678)
Versión de Jaime García Torrés
Irlanda:
El artista
Ardió su alma, una noche, el deseo vehemente
de perpetuar tu
imagen,
placer que solamente
por un instante duras, y
fuese por el mundo
a conseguir el bronce para sus esculturas.
Y era el bronce la única obsesión de su mente.
Más en el
mundo había desaparecido el bronce:
en la extensión del mundo se
erguía únicamente
el bronce de una estatua:
la del
dolor que dura eternamente.
Esa estatua, obra suya,
púsola con sus manos,
en días ya
lejanos,
en la tumba del único ser que adoró en la vida...
En
la tumba desierta de la muerta criatura
que amara con pasión
enloquecida
levantó la figura dolorida
como alma de su alma,
como eterna señal
del amor de los hombres que perdura
y como vivo símbolo
del dolor de los hombres que para siempre dura.
Y en la extensión del mundo
no había ya más bronce
que el
de aquella escultura.
Arrancóla el artista del sarcófago, y luego,
sobre la enorme
boca de un horno incandescente,
viola fundirse al ósculo
devorador del fuego.
Y con el bronce mundo
del dolor que perdura eternamente
modeló de otra estatua la figura:
la estatua
del placer que solo dura
un instante.
Oscar
Wilde Irlanda, 1854 - 1900
Italia:
A la que más he amado y
adorado...
A la
que más he amado y adorado
cortando flores vi por la ribera;
más de las que su mano recogiera
fueron las que su pie abrió en
el prado.
Millar
de lazos que el Amor ha armado,
flotaba el oro de su cabellera;
el aire de su voz alivio era
del fuego de sus ojos escapado.
El río
se detuvo -tal vez quiso
d'esa hermosura, vivo paraíso,
ser el
espejo y de su crencha blonda.
Parecía decirle: Oh Tú, fulgente
faz, digna sólo de imperial
corriente,
ven a radiar en mi tranquila onda.
Torcuato Tasso, Italia, 1544 - 1595
Versión de:
Carlos López Narváez
Abro a la mañana de un blanco
lunes...
Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus
rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme... en
días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos
ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la
existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío...
y se ha truncado...
Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro,
ignoto,
en esta gente fruto de otra historia
Pier Paolo
Passolini Italia, 1922 - 1975
Besos para Catulo
Vivamos, Lesbia mía, y amémonos.
Que los rumores de los
viejos severos
nos tengan sin cuidado.
El sol puede salir y
ponerse,
pero cuando acabe nuestra breve luz
dormiremos una
noche sin fin.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil,
luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
hay que perder la cuenta
para que no pueda el envidioso hechizarnos
si se conoce el total
de nuestros besos.
Catulo ( Roma, 87 a.C.-54 a.C.)
Habitación de hotel
No ha llegado la noche
todavía
y ya es de noche en esta habitación
donde ayer cabía
el mundo entero
y hoy sobramos los dos y sólo cabe
la noche,
que ya tarda, sin final.
Ada Negri Italia,
1870-1945
Versión de José Luis García
Lo desconocido
Dí: ¿lo viste pasar en la noche?
-Lo he visto.
-¿Por
ventura, lo viste ayer tarde?
-Cada tarde lo miro pasar.
-Y
dí: ¿te ha mirado?
-Nunca mira lo que hay a su lado;
siempre
mira tan sólo hacia allá...
-¿Hacia allá donde el cielo comienza?
- ...y la tierra se acaba. Hacia allá...
A la franja de lumbre
que deja
el tramonto... Hacia allá...
-¿Y después del
tramonto?
-Se aleja...
-¿Solo? -Solo. -¿Vestido? -De negro.
-¿Siempre? -Siempre vestido de negro...
-¿Sabes, por ventura,
dónde se detiene?
-Nadie sabe su tiempo, su espacio...
Nadie
sabe cuál es su cabaña;
nadie sabe cuál es su palacio.
Aldo Palazzeschi Italia, 1885 - 1974
Versión de: Carlos López Narváez
Muchachas florentinas
Sobre el rítmico paso virginal
ondeaba la crencha musical,
de un tibio sol bajo la refulgencia.
Tres eran ellas y una sola gracia
ondulaba en el paso
virginal.
Riza y negra la crencha musical,
tres eran ellas y una sola
gracia
de los seis pies en la canción marcial.
Dino Campana Italia, 1885- 1932
Versión de:
Carlos López Narváez
Japón:
Haiku
1
Pasó el ayer,
pasó también el hoy:
se va la
primavera.
2
La flor del té,
¿es blanca o amarilla?
Perplejidad.
3
Melancolía,
más que el año pasado:
tarde de otoño.
4
Lluvias de mayo.
Y enfrente del gran río
un par de
casas.
5
Un aguacero.
Se agarran a las yerbas,
los gorriones.
Yosa Buson Japón, 1716-1783
Versión de:
Antonio Cabezas
Latvia y Letonia:
Idilio
Dime,
Bien-amada :
-¿Dónde hallaste palabras tan claras?
-Largo tiempo he mirado
la turba.
-¿Dónde hallaste palabras tan bellas?
-Largo tiempo he mirado
la luna.
-¿Dónde hallaste palabras tan graves?
-Largo tiempo he mirado
la bruma.
Dime, Bien-amado:
-¿Dónde hallaste palabras tan suaves?
-Largo tiempo te he visto en mi fiebre.
-¿Dónde hallaste palabras tan dulces?
-Largo tiempo me he
visto en tu frente.
-¿Dónde hallaste palabras tan hondas?
-Largo tiempo yo he
visto la Muerte.
Janis Plieksans ( Rainis ) Latvia, 1865 -
1927
Versión de: Carlos López Narváez
Soneto
¿Y tendré que luchar contra el olvido,
y he de pedir que el grito del pasado
no vibre más, y entre mi
ser guardado
quede cual otro ser jamás nacido?
No: todo lo que alienta me es amado,
aun el antro de hervor
estremecido;
árbol mi vida al huracán erguido
dirá al morir su !canto
enamorado.
Si soy grano en la mies innumerable
que vivió solo y fiel en
el granero
y germina en la siembra perdurable,
todo en redor de mis sentidos quiero:
de racha y sol, de
sima y de lucero
fue formado mi espíritu insaciable.
Anna Brigadere Letonia, 1927
Versión
de: Carlos López Narváez
Pakistán:
Soy otoño, eres primavera
Soy otoño que escucha los susurros
de primavera en que nacen
las flores
de multicolores como el arco iris en
la brizna,
donde hay el sol y las caricias
de mariposas. Soy otoño en que
caen
las hojas nacidas de primavera, están
llenos de matices
como la vida, atrapados
en la blanca nieve, como tu cuerpo que
husmeo
en la frescura del aire, como que estás tocándome
con
tus yemas blancas para dejar el otoño enamorado
de la primavera,
como yo de ti, amada mía. Porque
soy otoño, eres primavera.
Abdul R. Memom (Pakistán, 1979)
Palestina:
Mi ciudad está triste
El día en que conocimos la muerte y traición,
se hizo atrás
la marea,
las ventanas del cielo se cerraron,
y la ciudad
contuvo sus alientos.
El día del repliegue de las olas; el día
en que la pasión abominable se destapara el rostro,
se redujo a
cenizas la esperanza,
y mi triste ciudad se asfixió
al
tragarse la pena.
Sin ecos y sin rastros,
los niños, las canciones, se
perdieron.
Desnuda, con los pies ensangrentados,
la tristeza
se arrastra en mi ciudad,
un silencio plantado como monte,
oscuro como noche;
un terrible silencio que transporta
el peso
de la muerte y la derrota.
¡Ay, mi triste ciudad enmudecida!
¿Pueden así quemarse los frutos y las mieses,
en tiempo de
cosecha?
¡Doloroso final del recorrido!
Fadwa Tugan, Palestina, Neblus, 1917-2004
Rumania:
Eco
Llevabas esa tarde un traje verde,
de brillo apagado, como el
azogue de las fuentes profundas.
La luna había extendido su claridad de cera
sobre tus hombros
dorados aún desde el Verano,
sobre tu frente, que parecía
asombrarse de todo,
y sobre tu boca, un momento tan próxima a la
mía.
Recuerdo que los árboles hacían escuchar una canción
desconocida para ambos...
Sonreías: tu sonrisa estaba hecha de recuerdos.
Movías
suavemente tus dedos cincelados,
y yo tenía un millar de
preguntas que hacerte
como, quizás, solamente se puede interrogar
al mar inquieto.
Todas las palabras me parecieron tan superfluas
como las
hojas muertas de Octubre sobre el suelo.
Escuchábamos arrastrarse lentamente el silencio,
como un
zorro, entre las hojas amarillas.
Callábamos.
Callabas. Y la luna entre las largas ramas
aclaraba tus hombros dorados, esa tarde.
1959
Dan Desliu Bucharest, (1927
-1996)
Versión de Pablo Neruda
De "44poetas rumanos" Ed.
Losada
He besado la nieve
He
besado la nieve-
las huellas de tu paso la blanquearon.
Acaricié los pinos-
tu cuerpo respirando los hacía temblar.
Bebí el agua helada del lago-
en que tú te bañaste una noche de
estío.
He recorrido todos los caminos del mundo
sin poder
encontrar el sendero
por donde andas ahora.
Es de noche.
Dime, oh luna
blanca, frágil, tímida luna,
desde cuando?
1959
T.G. Maiorescu, Bucharest, 1928
Versión de Pablo Neruda
De "44poetas rumanos" Ed. Losada
La esposa
Mañana no pensarás en el sol de hoy día,
y preguntarás al
sol de mañana:
¿Eres el mismo sol?
El camino que lleva a tu casa está
cubierto de hojas muertas,
pero en tu casa aún es Primavera.
Meces tus niños al compás
de la rueca
y las flores te miran al pasar.
Cuando yo esté muerto,
mujer, no abandones la rueca,
y cuando las flores pregunten: ¿Dónde está él?
respóndeles:
Está en la tumba,
pero yo acuno su sueño al compás de mi rueca.
Cuando
partí a la guerra y te besé en la frente
tu palideciste con mi beso.
Te has quedado sola mirando la
llanura,
y no veré amarillear el maíz al mismo tiempo que tú,
y sin
tí veré correr la sangre.
Dirás al umbral: Ha partido para regresar.
Dirás a los
hijos: Volverá.
Pero dirás a tu corazón: Ha muerto.
Y gemirás sobre mí en el
silencio de tu corazón,
como las tórtolas se lamentan en el silencio de los bosques,
pero no llores demasiado por mí
porque las lágrimas son las hermanas mayores del olvido.
Más, mecerás mi sueño
con el rumor de tu rueca
y le hablarás de las cosechas y de
las praderas
donde el maíz madura.
La tierra ama la fecundidad
y yo
podré hablar a la tierra de sus frutos
y la tierra donde yo duerma se llenará de júbilo.
Mañana
ni pensarás en el sol de hoy día,
y preguntarás al sol de mañana:
¿Eres el mismo sol?
Elena Vacaresco
(Rumania, 1866 - 1958)
Versión de Pablo Neruda
De "44poetas rumanos" Ed. Losada
Metamorfosis
Pude
haber sido un árbol, bajo el cua
tú te habrías recostado cuando
yo no te conocía,
habría hecho oscilar dulcemente una de mis
ramas, casi al azar,
para besar tus ojos.
Habría sido quizás una hoja blanca,
sobre la cual te hubieses
inclinado pensando en silencio
y yo habría besado, mientras tú
dibujabas,
el mármol
de tu mano desnuda.
Hubiese podido ser un muro,
un muro
a la sombra del cual
estaría con otro, no conmigo...
Y yo con
gran dolor
me hubiera derrumbado
ante tus ojos pálidos de
espanto.
Eugen Jebeleanu, (Rumania, 1909 - 1991)
Versión de Pablo
Neruda
De "44poetas rumanos" Ed. Losada
Silencio
Hay tanto silencio en torno que me parece oír
estrellarse los
rayos de la luna en los vidrios.
En mi pecho
nace una voz extraña:
una cadencia triste que
no me pertenece.
Se dice que los antepasados muertos antes de tiempo,
con
sangre aún joven en sus venas,
con sangre dueña de grandes
pasiones,
con el vivo sol en sus amores,
vienen,
vienen para terminar de vivir
en nosotros
su vida aún no
vivida.
Hay tanto silencio en torno que me parece oír
estrellarse los
rayos de la luna en los vidrios.
Quién sabe alma mía, en qué pecho cantarás tú también
más
allá de los siglos,
qué cuerdas de silencio harás vibrar,
en
qué arpa de tinieblas ahogarás tu nostalgia,
quebrarás tu alegría
de vivir ? Quién lo sabe ?
Quién lo sabe ?
1919
Lucian Blaga, (Rumania, 1895 - 1962)
Versión de Pablo
Neruda
De "44poetas rumanos" Ed. Losada
Rusia:Ídolo
Entre agujas de pino,
en el claro nevado,
hay un ídolo
evenko
a la taiga mirando.
Altivo, entre sus párpados rugosos,
un tiempo allí veía
a
tímidos evenkos
ofrecerle presentes que traían.
Pieles de reno y miel, prendas de cuero,
y buenas botas
altas.
Creían que él rogaba
por todos y de todos se cuidaba.
Pensando oscuramente
que él los comprendía,
untaban en su
boca
sangre de reno aún tibia.
Más, ¿qué podía él,
una deidad pequeña,
con alma carcomida
y cruel de madera?
Abandonado y muerto, entre las ramas
hoy mira sin cesar.
En él no cree ya nadie.
Nadie le va a rezar.
Pero yo siento a veces que en la noche,
en su claro desnudo
se le encienden los ojos
cubiertos por el musgo.
Y que aguza el oído a los rumores,
mientras la nieve cae,
lamiéndose los labios,
ansioso de más sangre.
De "Ternura"
Eugenio Evtuchenko
Siberia, 1933Turquía:
El despertar
Te has despertado
¿Dónde estás?
En tu casa
Todavía no te has acostumbrado
a
encontrarte en tu casa
al despertar
Es ésta una torpeza (una
entre tantas)
que trece años de cárcel te han dejado.
¿Quién
está acostada a tu lado?
No, no es la soledad
Tu mujer
Duerme como un ángel
Le sienta bien, a la bella, estar encinta.
¿Qué hora es?
Las ocho.
Y eso significa
que tú, hasta esta
noche,
estás seguro
porque, según costumbre,
la policía,
mientras es de día
no da comienzo a los allanamientos.
Nazim Hikmet Turquía, 1902-1963
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...