"...Tu nombre vivo fluye por mis venas,
y toda mi nostalgia te prefiere
en la espiga y la hierba de mi sueño..."
"Menina
azul"
Alfredo Palermo
Reseña biografica
Poeta español nacido en
Madrid en 1915.
Inició estudios de enseñanza media en un colegio
alemán y posteriormente obtuvo el título de Doctor en
Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid.
Durante la guerra civil
militó en el Partido Republicano, y tras su derrota, se estableció en EE.UU.
donde ocupó
cátedras de Literatura española en las universidades de Notre Dame,
Vanderbilt y Massachusetts. Fue además
profesor de Estudios Hispánicos en Vassar College y en New York University.
En 1938 obtuvo el Premio Nacional de Literatura.
De su obra poética se
destacan: «Sonetos amorosos» en 1936, «Más allá de las ruinas» en 1947,
«La mutua primavera» en 1948 y «seleccion de poemas» en 1975.
Falleció en
1990. ©
Égloga del naufragio
El amor y el paisaje
Encuentro en ti la luz
estremecida...
La clara lluvia, en rosa y
azucena...
Mientras de luz y de
esperanza herido...
Retorno póstumo
Sólo aquel tembloroso y viento amado...
Tus ojos tienen el
recóndito desmayo...
Vigilia
Égloga del naufragio
Tan oscuras las estrellas
-en nuestros ojos, naufragio-
tejen las playas de noche
-en los
recuerdos, naufragio-
que dejan en nuestra sangre
-última espuma, naufragio-
llantos
de cristal sombrío,
herida carne del llanto.
El jardín de nuestros padres
es ortiga
del ocaso,
y nuestras lágrimas tienen
un calor no superado,
lágrimas de las
entrañas
que las aguas despertaron.
Enfrente de mi camino,
huellas tersas
en los lagos,
y una presencia de luz
en tus ojos de naufragio.
Húndeme entre
tus paisajes,
en tus silencios amargos,
donde yo sienta en mi piel
ambiente de
joven árbol,
y la flor brote desnuda
con sus perfumes alados.
Verte, sí,
sobre el invierno,
silencioso vuelo pálido
de tu figura tan clara
de ser nieve, ardor temprano,
mirarte sobre el abismo
de los vencidos
espacios,
como incienso de alborada
en el sueño naufragado:
Tu
mirada es el destino
en la sombra de mi paso.
Mirarte, sí, dócil fuego
de mi corazón flotando,
encima de las montañas
dulces del tiempo
cercano.
Ya lejos las horas tristes,
yo arrancaré de los años
tierra firme en las miradas
quebradas por el naufragio.
Y veremos la
madera
de los caudalosos álamos,
y amanecidas gozosas
en nuestros
mutuos abrazos.
¡Qué plenitud del vacío
-sangre oculta del naufragio-,
anunciación de la playa
-caricia siempre, naufragio-!
El amor y el paisaje
Un hálito de rocío en mis venas,
una mariposa que sangra,
tu voz hecha
cristal quebrándose en el río de la noche,
y yo, llama menor de la
muerte, soñando.
El otoño desliza antiguas alas de galgo
por las
calles de la ciudad perdida,
los niños estremecen su cántico entre
hierbas tristes,
mi voz se sumerge en el paisaje escondido,
mientras
un dócil viento
martiriza mis ojos con súbitas ausencias.
¿Dónde ciñen ahora tus manos acostumbradas al asombro del tilo
mi
carne desamparada?
Una ligera sombra corrige nuestro llanto,
y la
víspera del naufragio es bendecida
por el mar y por las rocas
y por el
gozo de ser en tu hermosura un lirio sin fondo.
Las flores de nuestro jardín nocturno
no son sino memoria y lejanía,
y bajo la luna silvestre, el olvido tiembla
como un álamo sin raíces.
Han arraigado en nuestra piel las primeras luces del alba,
y el
mar con su oleaje salobre abraza nuestro anhelo,
y todo en nosotros vibra
y canta y se abandona al grito.
¿Qué promesa de parque temblaba en tus ojos?
El amor es hoy la
medida del tiempo
en las llagas que nacen de la soledad.
Sobre mi
pecho, los siglos se consumen en su fuego,
y busco el asilo límpido de
los nuevos árboles frutales,
busco la ventana abriéndose al mar
embravecido,
donde todo es horizonte y paisaje y amor,
donde se
yergue, en fin, esta trémula semilla exacta de la vida,
que se propaga de
primavera en primavera.
Y tú, niña, llamándome con la misma voz que brota de mi sangre,
espérame, tú, la más dulce:
también yo he llamado a las puertas sombrías
de la noche,
y sólo acuden el tiempo y el destino.
Toda mi alma, amor, sabe esperarte,
en esta penumbra marchitada,
mientras en mis ojos reside un ambiente de barco cercado por las olas,
y
recuerdo el dolor convertido en experiencia.
¿Dónde se confunde la brisa
con la paz delgada del padre muerto?
Quiero llegar a tus tranquilas
puestas de sol,
alta melancolía impaciente,
quiero abrazarte en la
raíz de toda mi vida,
quiero recordarte en la firme anunciación de mí
mismo,
dulcemente morena bajo la melodía del cielo azul,
tú, lejana,
sin más principio que tu propia transparencia.
Encuentro en ti la luz estremecida...
Encuentro en ti la luz estremecida
y un honesto temblor siempre
soñado,
vibrando en juventud, limpio y alado,
un bienestar de soledad
henchida,
y estos ojos de hierba humedecida
que cumplen su mirada, armonizado
el viento y el celeste azul logrado,
como un jardín bajo la brisa herida.
Yo te he buscado, amante, en el tranquilo
encendimiento firme de tu
frente,
como triste abandono de azucena,
y te encuentro, presente, en el sigilo
de mi ágil corazón, tan
dulcemente
ungido por tu voz loca y serena.
La clara lluvia, en rosa y azucena...
La clara lluvia, en rosa y
azucena,
asume en tu presencia la dulzura,
y una aurora de arroyos
insegura
ampara aquella luz de sombra llena.
¡Oh la experiencia arrebatada, ajena
a la ilusión constante de
ternura
que en mí, con esperanzas, inaugura
una joven quietud viva y
serena!
¡Oh los pasos que, tímidos, perdieron
aquel tranquilo séquito de
flores!
¡Oh amada floreciente y encendida!
Cuando las noches íntimas huyeron,
quebró la luz del alba sus
temblores
y tus ojos brotaron en mi vida.
Mientras de luz y de
esperanza herido...
Mientras de luz y de
esperanza herido
mi corazón te piensa y te edifica,
un llanto luminoso
purifica
tu cielo claro en claridad crecido.
Las aves hacia ti me han conducido,
cuando el silencio el cántico
amplifica,
que en ti las luces íntimas explica,
y esta pasión,
primaveral latido.
El alma te construye entre azucenas
sobre el paisaje que la brisa
hiere,
donde los aires tiemblan en tu ensueño.
Tu nombre vivo fluye por mis venas,
y toda mi nostalgia te prefiere
en la espiga y la hierba de mi sueño.
Retorno póstumo
Con las primeras violetas viene,
tan acostumbrado al ruido del tiempo,
él, nuestro sueño inhabitable,
transitando solo,
de nube en nube,
nuestro sueño confundido con el mar,
con el sediento desierto,
después
de haber besado con labios infinitos
el último horizonte de la vida.
Viene desnudo, pensativamente,
bajo el peso de una palabra
horadando su conciencia de lirio incesante,
el sueño que forja palabras
verdaderas,
palabras perennes,
el sueño agobiado por una palabra
que nunca osó pronunciar,
ni siquiera frente a un espejo,
la palabra
que desde niño
enturbia secamente su voz segura,
su jadeante aliento,
como una flor desfallecida
entre las fauces de un grito,
palabra que
se derrumba,
entre músicas sin aposento,
entre silencios velocísimos
devorando palabras nunca dichas.
Y retorna desnudo, sueño muerto,
el ritmo de angustiosos poemas,
poemas virginales de la muerte
y los amigos que por él oraban
en el
funeral radiante de sombras,
apenas recuerdan su vaporoso tránsito,
y
las ortigas, sin lastimar su piel transparente,
han olvidado aquellas
manos soñadoras
antaño heridas por sus aguijones.
Orlaba el laurel su frente de sueño rubio,
y ahora se avergüenza,
tímido,
de las frágiles alas suscitando sus vivos vuelos,
porque la
única palabra que hubiere querido decir,
no pudo decirla nunca,
-Dios sabe qué misterios anudan los sueños-,
palabra aún por inventar
definitiva como el amor o como el odio.
Porque había un viento negro,
una mañana de tétricos, nocturnos
vientos,
y su palabra quedó muerta,
insepulta en los abismos
insondables,
germinando en el corazón del sueño,
y hoy regresa,
él,
el sueño,
para pronunciar su palabra severamente,
la misteriosa,
cuando ignora que le cercan viejos huracanes,
oh sueño inmortal,
sueño
muerto del poeta.
El Señor le ha concedido su póstumo retorno,
bajo el sol que irradia
sobre el parque
el fuego vivo nutriendo las estatuas,
pero él, sueño
agitado desde el origen de los cielos,
siente que su palabra se anega en
silencio calcinante,
y que su voz es nada,
y que su cántico es inútil,
porque no encuentra su palabra última,
y el sueño sonríe,
acariciando
húmedas violetas matinales,
para soñarse a sí mismo,
lejos, cada vez
más lejos
de este ruido feroz de las horas.
Sólo aquel tembloroso viento amado...
Sólo aquel tembloroso viento amado,
tan dulcemente estrecho entre mis
venas,
viene con tu paisaje y con serenas
voces de tu fervor puro y
llorado.
Estoy solo, ya solo y entregado
a este dolor humilde en que me
ordenas,
y espero, oculto en soledades plenas,
llegar a ti, febril y
enajenado.
Hoy son tus ojos esta luz sin horas.
que yo buscaba como bien
pequeño.
¡Víspera del espacio presentido,
las lentas llamas, manantial de auroras!
Y tu sangre tendrá un sabor
de sueño
entre las mariposas florecido.
Tus ojos tienen el recóndito desmayo...
Tus ojos tienen el
recóndito desmayo
del nocturno horizonte,
que nunca hiere el alba.
Pero también irradian alegrías
cuando recuerdas o presientes,
y
entonces resplandece tu mirada
como el íntimo vuelo de una alondra en
abril.
Y cuando ahora recorremos el camino
donde nuestro amor halló su
origen,
las piedras de calles angostas,
los monumentos altivos,
las
ruinas cansadas,
la silenciosa lluvia,
el hijo de una amiga soñando
su histórica ciudad de provincia,
espejan en su canción agitada
la
letanía feroz del tiempo,
y cada vez más me iluminan
tus ojos de
nocturno horizonte,
cuando la vida acucia con sus cielos
y renunciamos
al pan cotidiano
a cambio de unas tazas gozosas
de policromada
arcilla,
tazas que el agua convertirá en recuerdo.
Y entonces comprendo qué es la claridad
del horizonte fiel de tus
ojos,
el horizonte oscuro de un amor
que me asedia cada amanecer con
una sonrisa,
inmune al tránsito de la tristeza,
de la harapienta
tristeza del mundo.
Vigilia
Esta puerta, tal vez cerrada al viento.
Todo parece -¿contra quién?-
cerrado.
Hasta las nubes de la lejanía,
horizontal penumbra, y tantas
rejas,
ventanales hostiles. Hace otoños,
la oscura chimenea, fuego ausente,
sólo ofrece cenizas para el frío
consuelo, antiguas lágrimas del aire,
y estas paredes blancas que me ciegan,
y la estancia en clausura y
tantos pájaros
con alas nuevas, cántico en fervor
( quizá no estés
cerrada, puerta. Cruje
tu madera nocturna en mi tristeza)
y sé que debo huir, no sé por
dónde,
soledad de los límites murales,
cuando he de huir, amándote,
naciente,
venciendo ventanales enrejados,
o por la siempre muerta chimenea
o
por los muros íntimos de miedo:
¿por qué canta el olor primaveral
mientras yo sangro, herido, sin salida?
(La puerta, tan sencilla como
el campo,
nadie ha intentado abrirla, y veo sangre
como espejos, amor
hacia paredes,
hacia siempre, mi sangre inútil, tuya.)
La puerta cede, y todo, todo
es mío,
y tus ojos mirando tan febriles
de ser futuro júbilo,
inventando
primavera frutal para mañana,
tardío amanecer, mi flor o sangre
floreciendo ya impunemente tuya:
y qué cerca tus ojos siempre lejos,
toda tu ausencia azul en el paisaje,
joven muerte abrazándome, descalza.