"...Ven hacia mí. Mis
brazos crecen, huyen
donde los tuyos la mañana aquella...."
"La Primavera"
(detalle)
Sandro
Boticelli
Reseña biografica
Poeta
español nacido en Boal, Asturias en 1923.
Su adolescencia transcurrió
en Oviedo y posteriormente, en Madrid se doctoró en Filología romantica.
Fue profesor en EE.UU. y conferencista en varias universidades
hispanoamericanas. Es crítico, ensayista
y autor de diversas obras de investigación literaria.
Fue premio «Fastenrath»
y «Premio Nacional de Literatura» en 1977. Es miembro de
la Real Academia española
desde 1980.
Autor de varios ensayos y una extensa obra poética en la
que se destacan: «Subida del amor» 1945,
«Primavera de la muerte» en 1946, «Hacia otra luz» en 1950, «Noche del
sentido» en 1957 e «Invasión de la realidad»
en 1962. ©
Algo en mi sangre espera
todavía...
Alma solitaria
Amor
Camino
Canción para un poeta viejo
Corazón partidario
Desde la soledad
Desde lejos
Dime que era verdad
El amante viejo
El ciclón
El vivir de la amada
Elegía
En este mundo fugaz
Eres feliz
Introducción a la noche
Invasión de la realidad
Irás acaso por aquel camino
La mañana
La tristeza
Letanía del ciego
Letanía para decir cómo me amas
Más allá de esta rosa
Muchacha dulce: no me amas
Mucho te quise...
Mujer ajena
Noche del sentido
Oda a la ceniza
Odas celestes
Palabras en la noche
Palabras dichas en voz baja
Pero cómo decírtelo
Reflexiones últimas
Reloj de arena
Rememoración de incidentes
Salmo desesperado
Salvación de la vida
Salvación en la palabra
Sosténme tú
Subida del amor
Tú y yo
Vale la pena
Ven hacia mí...
Verdad, mentira
Y tu amargura que me importa
tanto...
Y tú que tanto amas
Y yo te quise más...
Algo en mi sangre espera todavía...
Algo en mi sangre espera todavía.
Algo en mi sangre en que tu voz aún
suena.
Pero no. Inútilmente yo te llamo.
Aquella voz que te
llamaba es ésta.
Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen
donde los tuyos la
mañana aquella.
Ven hacia mí. La tierra toda oscila,
se mueve, cruje.
Vístete. Despierta.
Oh, qué encendida el alma
en su secreto puro, si vinieras.
Sin esperanza, entre la luz del día,
mi voz te llama.
El eco. La
respuesta.
De "Primavera de la muerte" 1946
Alma solitaria
Mira los aires, alma
solitaria,
alma triste que sola vas gimiendo.
Asciende, sube. Amor te
espera.
La cima es alta. Escaso, el aparejo.
Aleteante, temblorosa y
blanca,
te veo subir con retenido esfuerzo.
Hoy llega el sol donde hasta
ayer la luna.
Llega la luna donde ayer el cierzo.
Al fin la vida con la
luz se aclara.
Al fin la muerte con la luz ya se muerto.
¡Cantan las cumbres y
los valles! ¡Cantan
los siempre vivos a los nunca muertos!
Cara con cara junto a
Dios, escuchas
vibrar los aires y vivir los sueños.
Vida con vida, luz con luz
amada,
y cielo, humano, en el amor, con Cielo.
Bajar la luz de amor,
la luz de vida
lenta en los aires minuciosos siento.
Fundida luz de Dios con
luz del alma.
Qué claridad de pronto. Qué silencio.
Amor
Íbamos de camino,
mi
cariño en sus brisas te oreaba.
Tu cabello llevado entre los céfiros
era también como brisa del
alma.
Eras también como brisa
en la brisa.
¡Qué claridad rumorosa mis ansias!
¡Oh transparencia vital que
encendía
toda mi vida, cual fuego en luz blanca!
De mi alma entonces
salía silvestre
el aire fresco de la madrugada.
Allá dentro, por dentro, ¡qué
pura
la caricia amorosa del alba!
¡Qué delicadas nubes se
encendían
y qué irisadas aguas!
El mundo era el sonido
y en mi
interior sonaba.
Camino
Aquí
estás, camino de siempre,
hacia adelante, rota
la aspiración rosada, luna
que empalidece toda cosa.
Aquí
estás y debes andar,
caminar como el agua absorta
por el torcido cauce, altos
los
muros rojos, y a deshora.
Como el agua inmóvil transcurres
hacia un lejos, playa remota,
ya confusas historia y pena,
lejana la pena, la historia...
Canción para un poeta viejo
A Vicente Aleixandre
Muy cerca de la vida. Así tu hablar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Azotado del viento y de
los años
fuiste la vida, no sus desengaños.
Tu voz sonaba a viento y
caracolas,
viejo de luz, hermano de las olas,
Conocimiento fue tu reposar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Llegaste a viejo cual se
llega a ser
la luz delgada del amanecer.
La luz delgada del saber callar,
del saber conocer y callar.
Del saber esperar, callar, seguir
hasta las olas del saber vivir.
Hasta las olas del saber amar
profundamente y como es quieto el mar.
Y como es quieto el mar se
pone en pie
la insurrección del nunca moriré.
Y así tu ser, escrito en agua
y sal
y en viento fue, y en todo lo inmortal.
Corazón partidario
Mi corazón, lo sabes,
no está con el que triunfa o que lo espera,
con el juramento mercader
que acecha el buen provecho,
se
agazapa, salta sobre la utilidad, que es su querida,
busca ganancia en el abrazo,
obtiene renta de las mariposas y
pone rédito a la luz,
cobra recibo por los amaneceres milagrosos,
por cambiante gracia del color
de una invisible rosa apresurada,
dulce y apresurada
como si fuese un hombre o una llama
o una
felicidad humana: sí.
Mi corazón no está con el hombre que sabe
de la verdad todo lo
necesario
para olvidar el resto de ella,
satisfecho del viento,
poderoso del humo,
canciller de la niebla,
rey acaso, pero nunca
de sí.
Desde la soledad
Desde aquí, solitario, sin ti, te escribo ahora.
Estoy sin ti y tu
vida de mi vivir se adueña.
Yo quisiera decirte que en mi pupila mora
tu figurita tan leve como la luz pequeña.
Nunca supe decirte cómo tu amor es mío,
cómo yo no he mirado la
realidad por verte,
y cómo al contemplarte yo me sentí vacío,
y
cuánto yo he querido ser para merecerte.
Y cuánto yo he querido ser alcanzar, porque fuese
tu mirada
orgullosa de haberme amado un día;
de haberse detenido sobre mí,
sobre ese
corazón tan menudo que nadie lo veía.
Corazón tan menudo que tanto has conocido
en su mínimo acento que
tu presencia nombra,
y que es dentro del pecho como un leve quejido,
como una mano leve que arañase una sombra.
Desde lejos
Pasa la juventud, pasa
la vida,
pasa el amor, la muerte también pasa,
el viento, la
amargura que traspasa
la patria densa, inmóvil y dormida.
Dormida, en sueño para
siempre, olvida.
Muertos y vivos en la misma masa
duermen común
destino y dicha escasa.
Patria, profundidad, piedra perdida.
Piedra perdida,
hundida, vivos, muertos.
España entera duerme ya su historia.
Los
campos tristes y los cielos yertos.
Sobre el papel escrita
está su gloria:
querer edificar en los desiertos;
aspirar a la luz
más ilusoria.
Dime que era verdad aquel sendero...
Dime que era verdad
aquel sendero
que se perdía entre la paz de un prado;
aquel otero
puro que he mirado
yo tantas veces con candor primero.
Dime que era verdad
aquel lucero
que se incendia casi a nuestro lado.
Di que es verdad
que vale un mundo amado
y un cuerpo roto en un vivir sincero.
Di que es verdad que
vale haber sufrido
y haber estado entre la mar sombría;
que vale
haber luchado, haber perdido.
Haber vencido a la
melancolía,
haber estado en el dolor, dormido,
sin despertar,
cuando llegaba el día.
El amante viejo¡Amabas
tanto...! Acaso
con amargura, acaso con tristeza
lo dijiste.
¡Amabas tanto! En el espejo
viste tu faz que se iba haciendo vieja,
y tomaste a decir: «...amor...» Soñabas,
y en la alta noche
silenciosa y queda,
lejos se oía lento el rumor manso
de un agua
que pasaba mansa y lenta.
El ciclónTú que me
miras, mírame hasta el fondo.
Tú que me sabes, sábeme.
Porque
falta muy poco, porque el tiempo
arrecia vendavales
que se llevan
ventanas y gemidos,
besos, ruidos de calles,
este silbido agudo
que ahora escuchas
en el vecino parque,
las nubes delicadas que se
juntan
en los azules gráciles
y el corazón con que me miras hondo
queriendo acariciarme.Nada
puedes hacer. Nada podrías
hacer. Déjate suave.
Es más fácil así.
Vayamos juntos,
llevados por el aire,
si envejeciendo en el ciclón
horrible,
unidos, esenciales,
mirándonos al fondo de la vida
y
viendo allí la imagen
de nuestros cuerpos paseando dulces
por
huertos virginales....Eras tan
clara. Junto al aire tanto
te amé.... En la tristeza grave
tú me
arrancabas la melancolía
como una espina aguda de la carne;
me
acompañabas en las horas puras;
me rozabas tan suave
con tus dedos
sutiles, con tu dulce
modo de acompañarme....
(...)Fuiste como una niebla, como un vaho
de amor, como un vapor
imponderable
que me envolviese en cálidas vislumbres
las duras
realidades,
y que después, pasadas las aristas
crudas, me rodease
y me dijese: -Existes en el mundo.
Ven ya hacia el mundo. Ámame.(...)
El vivir de la amada
Yo sé que de tu pecho
los latidos
están contados. Corazón, haz lento
tu misericordioso
movimiento
y leves tus quejidos doloridos
por ese cuerpo, donde
mis sentidos
ponen todo su amor, donde me siento
morir a cada
golpe ceniciento
de tus redobles graves y oprimidos.
Y tú, ventana de mi
amor, aldea
mía de paz, caricia que sestea,
umbral del mundo, amor
de cada día.
Dame tu fe, tu
claridad, mi estrella,
dime que existe lo que yo sabía
cuando era
niño en la ciudad aquella...
Elegía
Te he dicho que los
hombres no contemplan
el puro río que pasa,
la dulce luz que
invade las riberas
cuando fluye hacia el mar el agua casta.
Te he dicho ayer...Y yo
veo ahora
fluyendo dulce hacia la mar lejana,
mientras los hombres
ciegos, ciegamente
se embisten con furor de piedra helada.
Con desolada luz vas
olvidado,
pero yo te contemplo, agua irisada,
silente amigo, y veo
mi figura
triste, mirándose en tus aguas.
Amigo solitario:
esto te digo mientras pasas.
Repite luego mi voz triste
allá en
las rocas desoladas.
Porque has de ver
tierras estériles
y muertos sin remedio ni esperanza.
En este mundo fugaz
Pozo de realidad,
nauseabunda
afirmación, nocturno
cerco de sombras. Todo
hasta
la muerte. Somos
aciago resplandor insumiso, noche
florecida. Oh
miseria
inmortal. Tú, mi alondra
súbita, mi pequeño colibrí
delicado,
flor mecida en la brisa,
tú, dichosa, tú, visitada por
la luz,
lavada en su jardín que desciende
despacio,
pequeñez
tan querida.
Aquí estás resistiendo,
viva, lúcida,
sostenida
en el sacro relámpago,
alumbrada y
dichosa
en el trueno.
tú, mi pequeña
rosa encendida siempre,
pétalo delicado,
húmeda nota,
tú, resistiendo aquí.
Tú, resistiendo,
como si fueses basa
columna, catedral,
como si fueses arco,
romana gradería, circo, templo,
como si fueses número,
incorruptible idea,
tú mi pequeña Yutca,
mi pasajera soledad, mi
fugaz entusiasmo,
tú, brevedad, caricia.
Tú, con brazos
débiles como flores,
con cintura,
con quebradizo cuerpo,
con
delgadez, con ojos,
con espanto, con risa,
con noche a tu mirada,
tú, mi pequeña Yutca,
tú, resistiendo aquí.
Eres feliz
Eres feliz. Saber no
quieras
lo que brilla en los ojos humanos.
Sonríe tú como mañana fresca,
como tarde colmada en su ocaso.
Porque eres eso, sí: la
tarde pura
en que a veces yo mojo mis manos,
en que a veces yo hundo mi
rostro.
¡La tarde pura en su placer dorado!
La savia dulce de la
primavera,
toda la luz de la tarde en un cántico,
sube entonces feliz y
presurosa
desde tu corazón hasta mis labios.
Introducción a la noche1
Con
la honda mirada
un día contemplaste
tu honda pasión de ser
en
vida perdurable.Hoy
contemplas acaso
con mirada más grave
el parpadeo puro
de la
noche sin márgenes;el sollozo
inoíble
de un arroyo alejándose
en la sombra; la mole
de la
noche indudable.2
Y sin
embargo, eres.
Y sin embargo naces
como las hierbas verdes
y
los nudosos árboles.
Compruebas con delicia
que existen matorrales,
y tus manos
apresan
piedras de aristas grandes.
Saltas sobre los ríos,
subes desde los valles,
cantas desde
las cumbres,
vives, existes, ardes.
Contemplas la llanura
crepuscular; renaces
como los campos
vivos
que en la aurora son arces,
cañadas y caminos,
prados,
riberas, cauces
de amor, donde quisieras
vivirte y olvidarte.
3
Y aquí estás. Aquí pones
tus dos manos tenaces.
Te
agarras a las cosas:
maderas, piedras, carnes,
Te aferras a la vida
como el río a su cauce,
cual la raíz de
un hondo
vegetal insaciable.
Invasión de la realidad
I
Y aquí estás verdadero,
Oh déjame tocarte.
Tu piel en donde
pones
un límite a los aires.
Tu don de serte vivo,
tu realidad, me baste.
Dejadme que
compruebe
su ser. ¡Oh, sí, dejadme!
II
Dejadme. Yo no quiero
las nieblas pertinaces.
Tras el
humo dibuja
su vago ser un valle.
Allá tras la cortina
incierta, hay verdes sauces,
un prado con
sus flores
diminutas y suaves.
En la noche terrible
yo soñaba una imagen.
Hela aquí. Son
colores:
blancos, verdes, granates.
III
Dejadme con las cosas
también. Son realidades
súbitas
que se crean
duras a cada instante.
Emergen con firmeza
cruel. Se satisface
con su presencia misma
dicen: «¡Toma, regálate!»
IV
Regálate. Contempla
la piedra, el cielo, el aire.
Respira entre las luces.
Desciende hasta los cauces.
Toca la piedra. Mira.
Huele la rosa. Sáciate.
Gusta, mira,
comprueba,
duele, solloza: sabe.
Ensánchate en el alba.
Al mediodía, ensánchate.
Sube a la
tarde y mira
todo en ella ensanchándose.
Irás acaso por aquel camino en
el chirriante atardecer...
Irás acaso por aquel
camino en el chirriante atardecer
de cigarras, cuando el calor
inmóvil te impide, como un bloque, respirar.
E irás con la fatiga y
el recuerdo de ti, un día y otro día,
subiendo a la montaña por el mismo sendero,
gastando los pesados
zapatos contra las piedras del camino,
un día y otro día gastando
contra las piedras la esperanza, el dolor,
gastando la desolación,
día a día,
la infidelidad de la persona que te supo, sin embargo,
querer
(gastándola contra las piedras del camino), que te supo
adorar,
gastando su recuerdo y el recuerdo de su encendido amor,
gastándolo
hasta que no quede nada,
hasta que ya no quede nada
de aquel delgado susurro, de aquel silbido,
de aquel insinuado
lamento;
gastándolo hasta que se apague el murmullo del agua en el
sueño,
el agitarse suave de unas rosas, el erguirse de un tallo
más allá de la vida,
hasta que ya no quede nada y se borre la pisada
en la arena,
se borre lentamente la pisada que se aleja para siempre
en la arena,
el sonido del viento, el gemido incesante del amor, el
jadeo del amor,
el aullido en la noche
de su encendido amor y el tuyo
(en la
noche cerrada
de su abrasado amor),
de su amor abrasado que
incendiaba las sábanas, la alcoba, la bodega,
entre las llamas ibas
abrasándote todo hacia el quemado atardecer,
flotabas entre llamas
sin saberlo hacia el ocaso mismo de tu quemada vida.
Y ahora gastas
los pies contra las piedras del camino
despacio, como si no te
importara demasiado el sendero,
demasiado el arbusto, la encina, el
jaramago,
la llanura infinita, la inmovilidad de la tarde
infinita, allá abajo, en el valle de piedra
que se extiende despacio,
esperando despacio
que se gasten tus pies, día a día,
contra las
piedras del camino.
La mañana
Errante por la luz, en primavera
recóndita y azul y de oro y grana,
mi corazón recoge esta mañana
todo el amor que llueve en lisonjera
tempestad de frescor. La noche afuera.
Afuera el cierzo y la ansiedad lejana.
Se pone en pie la claridad temprana,
alza sus brazos, yergue su bandera,
grita su luz, avanza arrolladora
por la pradera vencedora y mueve
el árbol todo del espacio ahora.
Todo en el aire, luminoso, llueve,
gira, delira entre la luz sonora,
y allí suspira entre el follaje leve.
La tristeza
Tal vez el mundo sea bello,
cuando el sol claro lo ilumina,
pero
yo sé que hay hombres tristes
como la lluvia gris y fría.
Yo sé que hay hombres sobre cuyas almas
pasó de Dios quizá la
sombra un día.
Pasó, y hoy queda sólo ausencia
en donde la
tristeza brilla.
Hombres tristes en todos los caminos
con la tristeza pensativa.
Tal vez la aurora sea pura,
el aire delicado, claro el día.
Mas muchos hombres hay como la lluvia
oscura e infinita.
Escúchame, Señor. Mi voz hoy sólo
tiene palabras de melancolía.
Sobre la tarde inmensa cae la lluvia
monótona, fría.
Letanía del ciego
Soy como un ciego...
Ruben Dario
Y tú que tanto amas, tanto ríes,
tanto
adivinas y conoces tanto,
¿dónde el escudo para que te fíes,
dónde
el pañuelo de enjugar tu llanto?
¿Dónde el camino que no veo ahora?
Dímelo o llora y el mirar
suprime.
¿Es ya la noche que no tiene aurora?
Dímelo, dime.
Y sin embargo tu vivir empaña
mi vivir con un vaho que es
ternura,
que es caliente rumor que me acompaña
la noche oscura.
Y sin embargo con tu mano guías
y a tientas toco lo que
apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo.
Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me
indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas.
Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque
quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu
vista.
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde
estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó
horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar
bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
De "Noche del sentido" 1957
Letanía para decir cómo me
amas
Me amas como una boca, como un pie, como un río.
Como un ojo muy
grande, en medio de una frente solitaria.
Me amas como el olfato, los
sollozos,
las desazones, los inconvenientes,
con los gemidos del
amanecer, en la alcoba los dos, al despertar;
con las manos atadas a
la espalda
de los condenados frente al muro; con todo lo que ves,
el llano que se pierde en el confín, la loma dulce y el estar cansado,
echado sobre el campo, en el estío cálido,
la sutil lagartija entre
las piedras rápidas;
con todo lo que aspiras,
el perfume del
huerto y el aire y el hedor
que sale de un apútrida escalera;
con
el dolor que ayer sufriste y el que mañana has de sufrir;
con aquella
mañana, con el atardecer
inmensamente quieto y retenido con las dos
manos para que
no se vaya a
despertar;
con el silencio hondo que aquel día, interrumpiendo el
paso de
la luz,
tan repentinamente vino entre los dos, o el que invade
la atmósfera
justo un momento
antes de la tormenta;
con la tormenta, el
aguacero, el relámpago,
la mojadura bajo los árboles, el ventarrón de
otoño,
las hojas y las horas y los días,
rápidos como pieles de
conejo,
como pieles y pieles de conejo, que con afán corriesen
incansables,
con prisa
hacia un sitio olvidado, un sitio inexistente, un día que no existe,
un día enorme que no existe nunca, vaciado y atroz
(vaciado y atroz
como cuenca de ojo, saltado y estallado por una
mano vil);
con todo y tu belleza y tu desánimo a veces cuando
miras el techo
de la alcoba
sin ver, sin comprender,
sin mirar, sin reír;
con la inquietud de
la traición también, el miedo del amor y el
regocijo del
estar aquí,
y la tranquilidad de respirar y ser.
Así me quieres, y te miro querer como se mira un largo río
que transparente y hondo pasa,
un río inmóvil,
un río bueno,
noble, dulce,
un río que supiese acariciar.
Más allá de esta rosa
(Meditación de postrimerías)
1
Una rosa se yergue.
Tú
meditas. Se hincha
la realidad, y se abre, se recoge, se cierra.
Cuando miras, entierras. Oh pompa
fúnebre. Azucena: Relincho
espantoso, queja oscura, milagro. Tú que la melodía
de una rosa
escuchaste, sangrienta
en el amanecer cual llamada
de una realidad
diminuta,
miras tras ella el hondo
trajinar de otra vida, la
esbelta
rapidez con que algo se mueve en la noche
con prisa, como
si quisiera llegar a una meta
insaciable. Hay detrás de esta rosa,
que yergue
suavemente su tallo, una pululación hecha náusea,
un
horrible jadeo,
una ansiedad frenética, un hediondo existir que se
anuncia.
Una trompeta dispara
su luz, su entusiasmo sonoro
en
el estiércol. ¿Qué dices,
qué susurras, qué silbas
entre la
oscuridad, más allá de esta rosa,
realidad que te escondes? ¿Qué
melodía
articulas y entiendes y desdices y ahogas,
qué rumor de
unos pasos
deshaces, qué sonido
contradices y niegas? La cadencia
está dicha,
realizado el suspiro.
El rumor es silencio,
la
esperanza, la ruina. Todo silba y espera,
silencioso, engreído,
más allá de esta rosa.
2
Más allá de esta rosa, más allá de esta mano
que escribe y
de esta frente
que medita, hay un mundo.
Hay un mundo espantoso,
luminoso y contrario
a la luz, a la vida.
Más allá de esta rosa e
impulsando su sueño,
paralelo, invertido
hay un mundo, y un hombre
que medita, como yo, a la ventana.
Y cual yo en esta noche, con
estrellas al fondo,
mientras muevo mi mano,
alguien mueve su mano,
con estrellas al fondo.
y escribe mis palabras
al revés, y las
borra."Oda a
la ceniza" 1967
Muchacha dulce: no me amas...
Muchacha dulce: no me
amas.
Tú no conoces mi figura,
mi triste rostro que lejano vela
tu faz borrosa entre la lluvia.
Muchacha dulce: aquí en
mis ojos
brilla un otoño que rezuma
oro de amor, de amor por ti
que tienes
entre tus manos una aurora púrpura.
Soy como tú. Soy como
tú. ¿Me oyes?
¡Soy como tú! ¡Oh, no me escuchas!
Mira, mira mi
amor... ¡Cómo me brota
del corazón este alba rubia!
Tómala para ti. Yo no
la quiero.
Es para ti. Tómala. Nunca.
Hacia el azul sube amorosa
y allí, tristísima, se alumbra.
Mucho te quise y con dolor te miro...
Mucho te quise y con
dolor te miro
cuando aquí pasas con tu sueño a cuestas.
Mas para siempre,
desde lejos, hondos
mis ojos te recuerdan.
Aquí en la tarde te
contemplo
pasar hostil y sin clemencia.
Vas dura con tu sueño amargo y
triste.
Ingrato sueño que el amor te veda.
Mujer ajena¡Oh
realidad sin gozo y sin aurora!
Era la noche entera entre tus brazos.
Yo te tenía y sostenía. Abrazos
nos daba el sufrimiento a cada hora.Viví
contigo una verdad. No llora
quien tiene que vivir tan duros lazos.
Era vivir, abrirse paso a hachazos
en una selva de impasible flora.Con brazos
rotos y partido pecho,
abrirse paso a hachazos. Consumida
así tu
vida, amor de mi derecho.Abrirse
paso y ver ya sucumbida
toda esperanza en el sendero estrecho;
cerrado trecho a la cerrada vida.
Noche del sentido
El olfato no huele, ojo no mira.
Ni gusta lengua ni conoce el seso.
Eso sabemos, corazón que aspira.
Tan sólo eso.
Quién pudiera cual
tú mirar tan leve
esta colina que una paz ya toma:
mirar el campo
con amor, con nieve:
poder llamarlo fresca luz, paloma.
Quién pudiera cual tú tocar tu mano,
saber que es mano y conocer
su sino,
saber tu hueso fatigado, humano,
pensar el viento que en
la noche vino.
Saber qué es este ruido, esta nonada,
este grito que nace de un
abismo,
de una tristeza tan desconsolada
como el amor que surge de
ti mismo.
Saber la luz y conocerla hermosa,
mirar el cuerpo y conocer su
brío,
mirar la noche que en la paz reposa,
fuente sellada al
pensamiento mío...
Mirarte a ti, mirar a tu ternura
cuando contemplas mi dolor
humano
y me suavizas en la noche pura
con la caricia de tu blanca
mano...
Quién pudiera decirte amor, abrigo
de mi vivir, y en lenta
letanía
llamarte luz, nombrarte viento amigo,
campo feliz y cielo
de armonía.
Oda a la ceniza
(Fragmento)
...Tú, mi compañero,
triste
de acontecer,
tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y tienes
lo que acaso no sabes,
dame la mano en la desolación,
dame la mano
en la incredulidad y en el viento,
dame la mano en el arruinado
sollozo, en el lóbrego
cántico.
Dame la mano para creer, puesto que tú no sabes,
dame la
mano para existir puesto que sombra
eres y ceniza,
dame la mano
hacia arriba, hacia el vertical puerto,
hacia la cresta súbita.
Ayúdame a subir, puesto que no es posible la
llegada,
el arribo, el encuentro.
Ayúdame a subir puesto que caes,
puesto que
acaso
todo es posible en la imposibilidad,
puesto que tal vez
falta muy poco para alcanzar
la sed,
muy poco para coronar el abismo,
el talud hacia el trueno,
la pared vertical de la duda,
el terraplén del miedo.
Oh, dame
la mano porque falta muy poco
para saltar al regocijo,
muy poco para el absoluto reír y el descanso,
muy poco para la
amistad sempiterna.
Dame la mano
Tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y
tienes lo que acaso no sabes,
dame la mano hacia la inmensa flor que
gira en
la felicidad,
dame la mano hacia la felicidad olorosa
que
embriaga,
dame la mano y no me dejes caer
como tú mismo,
como
yo mismo,
en el hueco atroz de las sombras.
Odas celestes
No cantaré, no, la tristeza.
No puedo, no. No he de cantarla,
sino
alegría que me sube
en una ola dulce y casta.
Me desarraigo de la tierra.
Voy como un sueño sin mañana.
Vivo
en el aire, transparente.
Rozo en los vientos las montañas.
¿Quién puede verme sin delirio
como la suave luz del alba,
tocando leve el ancho cielo,
su ancha tersura delicada?
Vedme animar los bosques puros
y susurrar entre las cañas.
Sonido soy tan sólo, dicha
para las verdes, frescas ramas.
Palabras dichas en voz baja
I
No es vino exactamente lo que tú y yo apuramos
con tanta lentitud en
esta hora
pulcra de la verdad. No es vino, es el amor.
No se
trata, por tanto, de una celebración
esperada, una fiesta
ruidosa,
alzada en oros.
No es montañoso cántico.
Es sólo silbo, flor,
menos que eso:
susurro, levedad.II
Y
esto empezó hace mucho. Unimos nuestras manos
muy apretadamente para
quedarnos solos,
juntos y solos por la senda infinita
interminablemente.Y así
avanzamos juntos por la senda
tenaz. La misma senda, el mismo
instante de oro,
y sin embargo, tú marchabas sin duda
siempre muy
lejos, atrás, perdida en la distancia
luminosa, diminuta y
queriéndome
en otra estación más florida,
en otro tiempo y otro
espacio puro.
Y desde el retirado calvero, desde la indignidad
arenosa
del madurado atardecer, en que yo contemplaba
tu
tempranero afán,
te veía despacio, una vez y otra vez,
sin
levantar cabeza en tu jardín remoto,
atareada y obstinada-
mente
¡y tan injustamente!
coger con alegría
las rosas para mí.
Palabras en la noche
Cecilia, dulce amiga.
Hoy yo quisiera hablarte
con la verdad que nace de un corazón
pequeño.
Decirte cómo un día yo quise condenarte.
A ti que fuiste
sólo la luz para mi sueño.
A ti que fuiste siempre
la luz para mi vida,
la luz parada en medio de mi existencia vana,
la luz suave y callada, la luz dulce, esparcida,
valiente en la
tristeza, luciente en la mañana.
A ti, blanca presencia
del día silencioso,
escala de ternura, licor que yo he bebido.
a
ti, prado o colina que esparce su reposo.
A ti a quien tantas veces
mi amor ha entristecido.
Decirte, suavizarte,
hablarte del rocío,
hablarte de la noche que baja lenta a verte,
cual baja ya tu vida, más dulce al pecho mío,
que quiso un día amarte
y vino a deshacerte...
Pero cómo decírtelo si eres...Pero cómo
decírtelo si eres
tan leve y silenciosa
como una flor. Cómo te lo
diré
cuando eres agua,
cuando eres fuente, manantial, sonrisa,
espiga, viento,
cuando eres aire, amor.Cómo te lo
diré,
a ti, joven relámpago,
temprana luz, aurora,
que has de
morirte un día
como quien no es así.Tu forma
eterna,
como la luz y el mar, exige acaso
la majestad durable
de la materia. Hermosa
como la permanencia del océano
frente al atardecer, es más
efímera
tu carne que una flor. Pero si eres
comparable a la luz,
eres la luz,
la luz que hablase,
que dijese "te quiero",
que durmiese en mis brazos,
y que tuviese sed, ojos, cansancio
y
una infinita gana
de llorar, cuando miras
en el jardín las rosas
nacer, una vez más.
Reflexiones últimas
Mar en calma. Con energía
desafiante asume el reto
de entender
la sabiduría
inmortal de quedarse quieto.
Más allá de pena y de goce,
¡infinitud en que te enrolas!,
el corazón, al fin, conoce
la
ciencia de no tener olas.
La ciencia en que no vuela un ave
ni se
escucha un sonido leve.
(Luego, sin nadie, el sueño grave.
Sin
nadie, la estepa, la nieve.)
Reloj de arena
A Emilio Lorenzo
Un diálogo consigo mismo es lo que consigue
el hombre
al atardecer,
contemplando el reloj de la arena que cae.
Un monólogo, una susurrante confidencia,
un murmullo apenas
inteligible donde se desmorona el
pasado
continuamente,
perezosamente deleznable, con lentitud
cruel, con perversa demora.
Cae la arena despacio por el diminuto agujero,
el esplendor de la
vasta mañana.
La luz del sol, indolente, infinita, cae.
Cae el
amor, desolado, indirecto.
La atroz verdad convertida en sí misma,
la enormidad de una
pequeña causa,
por el conducto mínimo,
inverosímilmente.
El
horizonte interminable, la playa desierta.
Sobre mí que medito en la sombra
va cayendo muy leve, pausada
lluvia imperceptible:
una lluvia lenta de polvo exquisito
que con
tacto y sutil cortesía
pone extraño, enigmático el mundo.
Polvo
gris donde había otra cosa,
tan pequeña, y aún la sigues pidiendo.
Donde había una mano, una rosa.
Rememoraciones de incidentes
En una cueva de la memoria, en su larga llanura oxidada,
en su
estéril cardenillo verdoso, en su desolado atardecer,
lento y un poco
oscurecido como si fuese ya tarde,
como si nacer no hubiera sido
posible
aquel remoto día, perdido en el confín;
e imposible fuese
asimismo
el otro amargo día, no puedo decirte su nombre,
algo
ladeado y ya en las afueras de súbito,
en el suburbio y el terrible
descampado de súbito,
lívidamente azul de pronto;
con tazas desportilladas, abanicos devorados por la ansiedad,
relicarios de madera envejecida, espejos,
miserables espejos de
azogue saltado, horrendos maniquíes
sin cabeza, emisarios inmóviles
de más allá del río
solitario, emisarios sin brazos y sin cabeza,
inmóviles,
y por eso no pueden sonreír;
y todo subía como una marea feroz por la memoria cárdena,
y
todo subía amargamente cárdeno por el recuerdo de una noche,
trepaba
por la penosa rememoración, por el jadeante ascender y acordarse
de
una noche, saliendo de la sombra, un momento tan solo;
reconstruir
aquella adoración
hecha de pétalos, de palabras y polen de palabras,
de
cansancios o incrustaciones lamentables, quejidos,
de quemaduras y
desolaciones
junto a un andén que no llegaba nunca como si fuese un
tren,
un tren de súbito como si fuese aquella adoración.
Y todo en la memoria se retorcía agitado por el vendaval,
como un
gran bosque movido por la ira de un huracanado renacer.
El parto
terrible de la memoria era el viento,
la noche terrible de la memoria
se llamaba aquilón.
Todo vibraba y era movido por una propagación
llameante
que fulguraba en medio de la tempestad y se extendía y
encrespaba en la música,
vibraba entre los acordes de una multitud de
guitarras,
sonando en el estruendo de un día terso y limpio,
destrozado
tan secamente como un espejo en una habitación.
Ay, en la oscuridad,
atenazados por el deseo
dos cuerpos se buscaban a tientas como si
fuese posible vivir,
como si la verdad existiese en la tiniebla
oscura
y hubiese que buscarla apretando una carne duramente,
y
hubiese que buscarla atravesando duramente la interminable oscuridad
de una carne, toda una noche larga, y más allá quebrase ya una luz:
el alba hermosa y pura donde todos
existen otra vez,
salvados y
otra vez, vivos, salvados...
...Y he aquí que
nosotros, aún no salvados, vivos,
golpeamos la sombra, en medio de la
noche...
Salmo desesperado
Como el león llama a su hembra, y cálido
al aire da su ardiente
dentellada,
yo te llamo, Señor. Ven a mis dientes
como una dura fruta
amarga.
Mírame aquí sin paz y sin consuelo.
Ven a mi boca seca y
apagada.
He devorado el árbol de la tierra
con estos labios que te aman.
Venga tu boca como luz hambrienta,
como una sima donde un
sol estalla.
Venga tu boca de dureza y dientes
contra esta boca que me
abrasa.
Tengo amargura, brillo como fiera
de amor espesa y de
desesperanza.
Soy animal sin luz y sin camino
y voy llamándola y buscándola.
Voy oliendo las piedras y las hierbas,
voy oliendo los
troncos y las ramas.
Voy ebrio, mi Señor, buscando el agrio
olor que dejas donde
pasas.
Dime la cueva donde te alojaste,
donde tu olor silvestre
allí dejaras.
Queriendo olerte, Dios, desesperado
voy por los valles y
montañas.
Salvación de la vida
Ven para acá. Qué puedes decir. Reconoces
tácitamente a la aurora.
El aire se ensancha en irradiaciones o en círculos
y todo queda listo
para una eternidad que no llega.
Yo y tú y todos los otros sumados,
enumerados, descomponemos el atardecer,
mas la fuerza de nuestro
anhelo es una victoria levísima.
Somos los herederos de una memoria
sin fin.
Se nos ha entregado un legado de sueño
que nos llega a
las manos desde otras manos y otras
que se sucedieron con prisa.
Llevemos
sin parsimonia nuestra comisión delicada.
Pongamos
más allá de nosotros, a salvo de la corrupción de la vida,
nuestro
lenguaje, nuestros usos, nuestros vestidos,
la corneta del niño, el
delicado juego sonoro,
la muñeca, el trompo, la casa.
Salvación en la palabra
A Jorge Guillén
1
Dejad que la palabra haga su presa lóbrega,
se
encarnice en la horrenda miseria
primaveral, hoce del destino, cual negra teología corrupta.
Súbitas, algunas formas mortales,
dentro del soplo de aire
permanente e invicto.
La palabra
del hombre, honradamente
pronunciada, es hermosa, aunque oscura,
es clara, aunque
aprisione
el terror venidero.
Hagamos entre todos la palabra
grácil y
fugitiva que salve el desconsuelo.
...Como burbuja leve la palabra
se alza en la noche, y permanece
cual una estrella fija entre las sombras
2
Y así fue la
palabra
ligero soplo de aire
detenido en el viento,
en el espanto,
entre la movediza realidad y el río
de las sombras. Ahí está
detenida
la palabra vivaz, salvado este momento único
entre las dos
historias.
...De pronto el caminar fue duradero
y el hombre inmortal fue,
y las bocas que juntas estuvieron
juntas están por siempre.
Y el árbol se detuvo en su verdor
extraño, y la queja
ardió en una zarza
misteriosa.
3
Allí estamos nosotros.
Allí dentro del hálito.
Tú que me
lees estás allí
con un libro en la mano.
Y yo también estoy.
Tú de niño,
cual hombre, como anciano,
estás allí.
Tu corazón está con su amargura,
ennoblecido y
muerto.
Y vivo estás.
Y hermoso estás.
Y lúcido.
4
Todo
se mueve alrededor de ti.
Cruje el armario de nogal, salpica
el surtidor del jardín.
Un niño corre tras una mariposa.
Adolescente, das tu primer beso
a una muchacha que huye.
Y
huyendo así, huye nada,
quieto en el soplo tenue.
5
Y así fue la palabra entre
los hombres
silenciosa, en el ruido
miserable
y la pena,
arca donde
está el viento detenido
y suelto,
acorde suspendido y desatado,
leve son que se
escucha
como más que silencio, en el reposo
de la luz, de la sombra.
Así fue la palabra,
así fue y así sea
donde el hombre
respira,
porque respire el hombre.
Sosténme tú
Sosténme tú... Sosténme
en esta espuma,
en tan dudosa espuma, en tan extraño
vivir; en
este sueño, en este engaño,
en esta incertidumbre, en esta bruma...
Pero me voy. Callada,
cierta, suma,
me espera la deidad del rostro huraño,
y lentamente
del vivir me extraño.
Hacia otra ley mi cuerpo que se esfuma.
Y tú, campo de amor...
Y tú, levanta
tus ojos ciegos. Mírame de frente.
Yo no soy yo. Mi
cuerpo ya me espanta.
Mírame bien. No soy
aquél. Enfrente
está ya el mar. No soy, no soy... no canta
nada.
No soy... Amor, escucha, tente...
Subida del amorMira los
aires, alma solitaria,
alma triste que sola vas gimiendo.
Asciende, sube. Amor te espera.
Dios te espera en la cima de tu vuelo. Aleteante,
temblorosa y blanca
te veo subir entera entre los vientos.
Te
vas dorando. Solar eres.
Clara y solar sobre los cielos. Alma sola
de Dios junto a su rostro,
rostro de luz que cubre el firmamento.
Inmensa estás tocada en luz naciente.
Inmensa estás la luz de Dios bebiendo. Cara con
cara junto a Dios, contemplas.
Cara con cara yo te veo.
Vida con
vida, luz con luz,
cielo con cielo. Luz de
amor, luz de vida
lenta en los aires bajar siento.
Fundida luz de Dios con luz del
alma.
¡Oh claridad en el silencio!
Tú y yo
Tú y yo, los dos, bajo
la luz del día,
bajo la luz que dura en lo inocente,
¡Oh, sí, los
dos, bajo la luz riente
queremos ser! Queremos... Yo querría.
Contra la sombra o la
melancolía,
contra las injusticias del presente,
quién te tuviera
siempre, siempre... ¡Tente
amor pequeño, campo de alegría!
Y aquí los dos
mirándonos. sin vernos.
Aquí los dos hablando. Sin oírnos.
Buscándonos a tientas. Sin tenernos.
Y el tiempo ya
empujándonos a un irnos
inacabable. No podemos sernos
jamás.
Entrando siempre en el morirnos.
Vale la pena
Vale la pena, vale la
condena
contemplar en la tarde que se inclina
a poniente la paz de
esta colina,
dulce en la hora de la luz serena.
Vale la pena contemplar
tu pena,
aunque me duele como aguda espina,
vale la pena noche que
avecina
su rostro duro y su tenaz cadena.
Vale la pena el
alentar, la vida,
vale la pena el río con tu llanto,
vale la pena
la amistad mentida,
la luz mentida, el
verdadero espanto,
la noche negra de la atroz partida,
y tu
amargura que me importa tanto...
Ven hacia mí...
Algo en mi sangre
espera todavía.
Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.
Pero no. Inútilmente
yo te llamo.
Aquella voz que te llamaba es ésta.
Ven hacia mí. Mis
brazos crecen, huyen
donde los tuyos la mañana aquella.
Ven hacia mí. La tierra toda
oscila,
se mueve, cruje. Vístete. Despierta.
Oh, qué encendida el
alma
en su secreto puro, si vinieras.
Sin esperanza, entre la luz del
día,
mi voz te llama.
El eco. La respuesta.
Verdad, mentiraCon tu
verdad, con tu mentira a solas,
con tu increíble realidad vivida,
tu inventada razón, tu consumida
fe inagotable, en luz que tú
enarbolas;con la
tristeza en que tal vez te enrolas
hacia una rada nunca apetecida,
con la enorme esperanza destruida,
reconstruida como el mar sus olas;con tu
sueño de amor que nunca se hace
tan verdadero como el mar suspira,
con tu cargado corazón que nace,muere y
renace, asciende y muere, mira
la realidad, inmensa, porque ahí yace
la verdad toda y toda tu mentira.
Y tu amargura que me
importa tanto...
Y tu amargura que me
importa tanto
vale la pena. Vale el mundo todo:
vale la piedra
oscura, el sucio lodo,
y la pureza con su turbio manto.
Aquí estamos los dos.
Vale el quebranto
en el que tantas veces yo me acodo;
vale la pena
el ir codo con codo
en el huir de un carcelero espanto.
Vale la pena negra
desbandada
por la llanura que no tiene ocaso.
Vale la pena, vale
la jornada.
Vale la pena ese final,
acaso,
de una noche infinita, abandonada
en el hondón de un
sideral fracaso.
Y tú que tanto amas, tanto ríes...
Y tú que tanto amas,
tanto ríes,
tanto adivinas y conoces tanto,
¿dónde el escudo para que te
fíes,
dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?
¿Dónde el camino que no
veo ahora?
Dímelo o llora y el mirar suprime.
¿Es ya la noche que no tiene
aurora?
Dímelo, dime.
Y sin embargo tu vivir
empaña
mi vivir con un vaho que es ternura,
que es caliente rumor que
me acompaña
la noche oscura.
Y sin embargo con tu
mano guías
y a tientas toco lo que apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo.
Y toco apenas y tu
bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no
comprendo,
tú multiplicas.
Tú multiplicas, o
quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi
pensamiento
dulce es tu vista.
Dulce es tu vista, tu
mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de
temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que
miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
Y yo te quise más
Yo iba contigo. Tú, con
tristes ojos
parecías la tarde en la mañana.
Mi amor, al verte triste,
atardecía.
Atardecía, pero alboreaba.
Pues yo te quise más.
Para alegrarte,
la luz del mundo celebré más ancha.
Y mi alma entonces exhaló el
perfume
agreste y fresco que madruga y canta.
Como el jilguero su
garganta oprime
en donde suena una experiencia humana,
se escuchaban arrullos,
liras, voces,
y tambores, venturas, violas, arpas.
Y el mundo era el
sonido no vivido
que en mi interior vivía y resonaba.