A Jarifa, en una orgía
A una estrella
A XXX dedicándole estas
poesias
Canción de la muerte
Canción del pirata
Canta en la noche,
canta en la mañana
Canto a Teresa
El Pelayo
Elegía a la patria
Himno a la inmortalidad
La desesperación
Las quejas de su amor
Soneto
Un carajo
impertérrito, que al cielo...
A Jarifa, en una orgía
Trae, Jarifa, trae tu mano,
ven y pósala en mi frente,
que en
un mar de lava hirviente
mi cabeza siento arder.
Ven y junta con mis labios
esos labios que me irritan,
donde
aún los besos palpitan
de tus amantes de ayer.
¿Qué la virtud, la pureza?
¿qué la verdad y el cariño?
Mentida ilusión de niño,
que halagó mi juventud.
Dadme vino: en él
se ahoguen
mis recuerdos; aturdida
sin sentir huya la vida;
paz me traiga el ataúd.
El sudor mi rostro quema,
y en
ardiente sangre rojos
brillan inciertos mis ojos,
se me salta el
corazón.
Huye, mujer; te detesto,
siento tu mano en la mía,
y tu mano
siento fría,
y tus besos hielos son.
¡Siempre igual! Necias mujeres,
inventad otras caricias,
otro
mundo, otras delicias,
o maldito sea el placer.
Vuestros besos son
mentira,
mentira vuestra ternura:
es fealdad vuestra hermosura,
vuestro gozo es padecer.
Yo
quiero amor, quiero gloria,
quiero un deleite divino,
como en mi
mente imagino,
como en el mundo no hay;
y es la luz de aquel lucero
que
engañó mi fantasía,
fuego fatuo, falso guía
que errante y ciego me
tray.
¿Por qué murió para el placer mi alma,
y vive aún para el
dolor impío?
¿Por qué si yazgo en indolente calma,
siento, en
lugar de paz, árido hastío?
¿Por qué este inquieto, abrasador deseo?
¿Por qué este
sentimiento extraño y vago,
que yo mismo conozco un devaneo,
y
busco aún su seductor halago?
¿Por qué aún fingirme amores y placeres
que cierto estoy de que
serán mentira?
¿Por qué en pos de fantásticas mujeres
necio tal vez mi corazón
delira,
si luego, en vez de prados y de flores,
halla desiertos áridos y
abrojos,
y en sus sandios o lúbricos amores
fastidio sólo encontrará y enojos?
Yo me arrojé cual rápido
cometa,
en alas de mi ardiente fantasía:
doquier mi arrebatada
mente inquieta,
dichas y triunfos encontrar creía.
Yo me lancé con atrevido vuelo
fuera del mundo en la región
etérea,
y hallé la duda, y el radiante cielo
vi convertirse en
ilusión aérea.
Luego en la tierra la virtud, la gloria,
busqué con ansia y
delirante amor,
y hediondo polvo y deleznable escoria
mi fatigado
espíritu encontró.
Mujeres vi de virginal limpieza
entre albas nubes de celeste
lumbre;
yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y
podredumbre.
Y encontré mi ilusión desvanecida
y eterno e insaciable mi deseo:
palpé la realidad y odié la vida;
sólo en la paz de los sepulcros creo.
Y busco aún y busco
codicioso,
y aún deleites el alma finge y quiere:
pregunto y un
acento pavoroso
«¡Ay! me responde, desespera y muere.
Muere, infeliz: la vida es un tormento,
un engaño el placer;
no hay en la tierra
paz para ti, ni dicha, ni contento,
sino eterna ambición y eterna
guerra.
Que así castiga Dios el alma osada,
que aspira loca, en su
delirio insano,
de la verdad para el mortal velada
a descubrir el
insondable arcano.»
¡Oh! cesa; no, yo no quiero
ver más, ni saber ya nada:
harta
mi alma y postrada,
sólo anhela descansar.
En mí muera el
sentimiento,
pues ya murió mi ventura,
ni el placer ni la tristura
vuelvan mi pecho a turbar.
Pasad, pasad en óptica ilusoria
y otras jóvenes almas engañad:
nacaradas imágenes de gloria,
coronas de oro y de laurel, pasad.
Pasad, pasad mujeres voluptuosas,
con danza y algazara en
confusión;
pasad como visiones vaporosas
sin conmover ni herir mi
corazón.
Y aturdan mi revuelta fantasía
los brindis y el estruendo del
festín,
y huya la noche y me sorprenda el día
en un letargo
estúpido y sin fin.
Ven, Jarifa; tú has sufrido
como yo; tú nunca lloras;
mas
¡ay triste! que no ignoras
cuán amarga es mi aflicción.
Una misma
es nuestra pena,
en vano el llanto contienes...
Tú también, como
yo, tienes
desgarrado el corazón.
A una estrella
¿Quién eres tú, lucero misterioso,
Tímido y triste entro luceros mil,
que cuando miro tu esplendor dudoso,
turbado siento el corazón latir?
¿Es acaso tu luz recuerdo triste
de otro antiguo perdido resplandor,
cuando engañado como yo
creíste
eterna tu ventura que pasó?
Tal vez con sueños de oro la
esperanza
acarició tu pura juventud,
y gloria y paz y amor y venturanza
vertió en el mundo tu primera
luz.
Y al primer triunfo del amor primero
que embalsamó en aromas
el Edén,
luciste acaso, mágico lucero,
protector del misterio y del placer.
Y era tu luz voluptüosa y
tierna
la que entre flores resbalando allí
inspiraba en el alma un
ansia eterna
de amor perpetuo y de placer sin fin.
Mas ¡ay! que luego el bien y la alegría
en llanto y desventura se
trocó:
tu esplendor empañó niebla sombría;
solo un recuerdo al corazón
quedó.
Y ahora melancólico me miras
y tu rayo es un dardo del pesar
si amor aun al corazón inspiras,
es un amor sin esperanza ya.
¡Ay lucero! yo te vi
resplandecer en mi frente,
cuando
palpitar sentí
mi corazón dulcemente
con amante frenesí.
Tu faz entonces lucía
con más brillante fulgor,
mientras yo
me prometía
que jamás se apagaría
para mí tu resplandor.
¿Quién aquel brillo radiante
¡oh lucero! te robó,
que
oscureció tu semblante,
y a mi pecho arrebató
la dicha en aquel
instante?
¿O acaso tú siempre así
brillaste y en mi ilusión
yo aquel
esplendor te di
que amaba mi corazón,
lucero, cuando te vi?
Una mujer adoré
que imaginaría yo un cielo;
mi gloria en
ella cifré,
y de un luminoso velo
en mi ilusión la adorné.
Y tú fuiste la aureola
que iluminaba su frente,
cual los
aires arrebola
el fúlgido sol naciente,
y el puro azul tornasola.
Y astro de dicha y amores,
se deslizaba mi vida
a la luz de
tus fulgores,
por fácil senda florida,
bajo un cielo de colores.
Tantas dulces alegrías,
tantos mágicos ensueños
¿dónde
fueron?
Tan alegres fantasías,
deleites tan halagüeños,
¿qué se
hicieron?
Huyeron con mi ilusión
para nunca más tornar,
y pasaron,
y
solo en mi corazón
recuerdos, llanto y pesar
¡ay! dejaron.
¡Ah lucero! tú perdiste
también tu puro fulgor,
y
lloraste;
también como yo sufriste,
y el crudo arpón del dolor
¡ay! probaste.
¡Infeliz! ¿por qué volví
de mis sueños de
ventura
para hallar
luto y tinieblas en ti,
y lágrimas de amargura
que enjugar?
Pero tú conmigo
lloras,
que eres el Angel caído
del dolor,
y piedad llorando imploras,
y recuerdas tu perdido
resplandor.
Lucero, si mi quebranto
oyes, y sufres cual yo,
¡ay! juntemos
nuestras quejas, nuestro llanto:
pues nuestra gloria pasó,
juntos
lloremos.
Mas hoy miro tu luz casi apagada,
y un vago padecer mi pecho
siente:
que está mi alma de sufrir cansada,
seca ya de las
lágrimas la fuente.
¡Quién sabe!... tú recobrarás acaso
otra vez tu pasado
resplandor,
a ti tal vez te anunciará tu ocaso
un oriente más puro que el del
sol.
A mí tan sólo penas y amargura
me quedan en el valle de la vida;
como un sueño pasó mi infancia pura,
se agosta ya mi juventud florida.
Astro sé tú de candidez y
amores
para el que luz te preste en su ilusión,
y ornado el
porvenir de blancas flores,
sienta latir de amor su corazón.
Yo indiferente sigo mi camino
a merced de los vientos y la
mar,
y entregado, en los brazos del destino,
ni me importa
salvarme o zozobrar.
A XXX dedicándole estas poesias
Marchitas ya
las juveniles flores,
nublado el sol de la esperanza mía,
hora
tras hora cuento y mi agonía
crecen y mi ansiedad y mis dolores.
Sobre terso
cristal ricos colores
pinta alegre tal vez mi fantasía,
cuando la
triste realidad sombría
mancha el cristal y empaña sus fulgores.
Los ojos vuelvo
en su incesante anhelo,
y gira en torno indiferente el mundo,
y en
torno gira indiferente el cielo.
A ti las quejas
de mi mal profundo,
hermosa sin ventura, yo te envío:
mis versos
son tu corazón y el mío
Canción de la muerte
Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno
encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te
ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.
Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el
marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa
sin rumor.
Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la
frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con
fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.
Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un
lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni
falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.
En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida,
clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a
la eternidad.
Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño,
madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en
blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no
ser.
Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras
son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus
glorias,
y mentira su ilusión.
Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape
suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y
tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.
Canción del pirata
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta
el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro
confín.
La luna en el
mar riela
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en
la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente
Istambul:
Navega, velero
mío
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco
mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el
viento,
mi única patria, la mar.
Allá; muevan
feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo
aquí; tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie
impuso leyes.
Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi
derecho
y dé pechos mi valor.
Que es mi barco
mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el
viento,
mi única patria, la mar.
A la voz de
"¡barco viene!"
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo
a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la
belleza
sin rival.
Que es mi barco
mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el
viento,
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado
estoy a muerte!
Yo me río
no me abandone la suerte,
y al mismo
que me condena,
colgaré de alguna antena,
quizá; en su propio
navío
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.
Que es mi barco
mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el
viento,
mi única patria, la mar.
Son mi música
mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables
sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Que es mi barco
mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el
viento,
mi única patria, la mar.
Canta en la noche, canta en la mañana...
Canta en la noche, canta en la mañana,
ruiseñor, en el bosque tus
amores;
canta, que llorará cuando tú llores
el alba perlas en la
flor temprana.
Teñido el cielo de amaranto y grana,
la brisa de la tarde entre
las flores
suspirará también a los rigores
de tu amor triste y tu
esperanza vana.
Y en la noche serena, al puro rayo
de la callada luna, tus
cantares
los ecos sonarán del bosque umbrío.
Y vertiendo dulcísimo desmayo,
cual bálsamo süave en mis pesares,
endulzará tu acento el labio mío.
Canto a Teresa(Fragmento)
¡Oh, Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías
¡ah!,
¿dónde estáis, que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en
mejores días
no consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh, los que no
sabéis las agonías
de un corazón que penas a millares,
¡ay!,
desgarraron y que ya no llora,
¡piedad tened de mi tormento ahora!
¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos
los que podéis llorar, y, ¡ay!
, sin ventura
de mí, que entre suspiros angustiosos
ahogar me
siento en mi infernal tortura!
¡Refuércese entre nudos dolorosos
mi corazón, gimiento de amargura !
También tu corazón, hecho pavesa,
¡ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!
¿Quién pensará jamás, Teresa
mía,
que fuera eterno manantial de llanto
tanto inocente amor,
tanta alegría,
tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara
jamás llegase un día
en que perdido el celestial encanto
y caída
la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?
¡Pobre Teresa! ¡Al recordarle siento
un pesar tan intenso...!
Embarga impío
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu
nombre el labio mío;
para allí su carrera el pensamiento,
hiela mi
corazón punzante frío,
ante mis ojos la funesta losa
donde, vil
polvo, tu beldad reposa.
El
pelayo
Fragmento Primero
I
De los pasados siglos la memoria
trae a
mi alma inspiración divina,
que las tinieblas de la antigua historia
con sus fulgentes rayos ilumina:
virtud contemplo, libertad y gloria,
crímenes, sangre, asolación, ruina,
rasgando el velo de la edad
mi mente,
que osada vuela a la remota gente.
II
Tornan los siglos a emprender su giro
de la sublime
eternidad saliendo,
y antiguas gentes y ciudades miro
súbito ante mi vista
apareciendo:
de ellos a par en mi ilusión respiro,
oigo del pueblo
el bullicioso estruendo,
y lleno el pecho de agradable susto,
contemplo el brillo del palacio augusto.
III
Al blando
son de la armoniosa lira
oigo la voz de alegres trovadores,
el
aura siento que fragancia respira,
y al eco escucho murmurando
amores;
al sol contemplo que a occidente gira
reverberando fúlgidos
colores,
de la corte del godo poderío
se alza orgullosa sobre el
áureo río.
IV
Toledo, que de mágicos jardines
cercada, eleva su
muralla altiva
no guardada de fuertes paladines,
ornada sí de
juventud festiva:
allí entregado a espléndidos festines,
Rodrigo
alegre y descuidado liba
copas de néctar de fragancia pura,
al deleite brindando y la
hermosura.
V
Allí con ojos lánguidos respira
dulce placer beldad
voluptuosa,
y aroma exhala, si feliz suspira,
del puro labio de encarnada rosa,
Rodrigo en ella codicioso mira
la que a su amor se muestra desdeñosa,
que más que todas es cándida y
linda,
la dulce, bella, celestial Florinda.
VI
El ruido crece del festín en tanto,
y el grato
néctar al deleite llama;
su pecho inunda deleitoso encanto,
y el
fuego impuro del amor le inflama:
ebrio Rodrigo, desceñido el manto
alza la mano trémula, derrama
el áureo vaso, y atrevido sella
dulce beso en el rostro a la doncella.
VII
Todo es placer: de su mansión de rosa
la primavera
cándida desciende,
y en el regazo de la tierra ansiosa
el fuego animador de vida
enciende:
templa del mar la furia procelosa,
el viento en calma
plácido suspende,
y derrama la aurora en sus albores
luz regalada y regaladas flores.
VIII
Abre la flor
naciente el lindo seno,
y recibiendo el encendido
en la esmeralda
del otero ameno
vierte su dulce olor, gloria del mayo
pasa el arroyo plácido y sereno,
solícito besándola al soslayo;
ella en vivos colores se ilumina
y al dulce beso la cabeza inclina.
IX
Y en el pensil do con rosada frente
el halagüeño abril
pasa riendo,
a la sombra de un árbol eminente
está la juventud
danzas tejiendo;
cual a la margen de la herbosa fuente
canta,
blando laúd diestro tañendo,
y cual del baile y del cantor se aleja,
y a su dulce beldad
tierno se queja.
X
Allí Rodrigo con incierta huella
lascivo sigue a la
fatal Florinda;
ciego, arrastrado de ominosa estrella,
intenta audaz que a su furor se rinda.
No oye ¡infeliz! su mísera
querella;
la ve humilde a sus pies, la ve más linda,
y con
lascivos ojos, con desdoro
mancha la hermosa flor de su decoro.
XI
En tanto encubre pavorosa nube
el cielo en antes
trasparente y terso,
y relumbra la espada del querube,
ministro
del Señor del universo;
que ya la voz de la inocencia sube
que en llanto el gozo trocará al perverso,
y a la luz del
relámpago se muestra
del rayo armada la divina diestra.
XII
Súbito un trueno retumbar se siente:
«¡Himnos, vivas
al rey! la danza siga,
y nuestra dicha y júbilo acreciente
el mutuo amor que nuestras
almas liga.»
Tal grita aquella juventud demente,
y al rey ensalza
que Jehová castiga.
«¡Himnos, vivas al rey!» Súbito un rayo
heló sus pechos con mortal desmayo.
XIII
Envuelto en
noche tenebrosa el mundo,
las densas nubes agitando, ondean
con
sus olas los genios del profundo,
que con cárdeno surco centellean;
y al ronco trueno, al eco tremebundo
de los opuestos vientos que
pelean,
se oye la voz de la celeste saña:
«¡Ay Rodrigo infeliz!
¡Ay triste España!»
XIV
Todo despareció: lóbrego luto
reina y silencio do
el placer ardía,
do el mísero monarca disoluto
en vil torpeza y
embriaguez yacía.
Guerra y desolación el triste fruto
al fin será
de su lascivia impía,
y horrenda esclavitud: Rodrigo en tanto
verterá entre sus hembras
débil llanto.
XV
¡Maldición, maldición! Yertas las flores,
del huracán
violento arrebatadas,
el alegre pensil de los amores
verá sus hojas por do quier sembradas;
la música, el banquete,
los favores
dulces de amor, las danzas animadas,
el canto de las
damas y galanes
trocados miro en lágrimas y afanes.
XVI
Tal otro tiempo en la soberbia cena
donde mofaba
de Jehová el impío,
ya la medida al sufrimiento llena,
rebosó de
ira caudaloso río;
y el rey asirio con amarga pena
vio en el muro de mármol con sombrío
fuego animarse escrito
sobrehumano,
trazado allí por invisible mano.
Elegía a la patria
¡Cuán solitaria la nación que un día
poblara inmensa gente!
¡La nación cuyo imperio se extendía
del Ocaso al Oriente!
Lágrimas viertes, infeliz ahora,
soberana del mundo,
¡y
nadie de tu faz encantadora
borra el dolor profundo!
Oscuridad y luto tenebroso
en
ti vertió la muerte,
y en su furor el déspota sañoso
se complació en tu suerte.
No perdonó lo hermoso, patria mía;
cayó el joven guerrero,
cayó el anciano, y la segur impía
manejó placentero.
So la rabia cayó la virgen pura
del
déspota sombrío,
como eclipsa la rosa su hermosura
en el sol del estío.
¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!,
contemplad mi tormento:
¿Igualarse podrán ¡ah!, qué dolores
al dolor que yo siento?
Yo desterrado de la patria mía,
de una patria que adoro,
perdida miro su primer valía,
y sus desgracias lloro.
Hijos espurios y el fatal tirano
sus hijos han perdido,
y en campo de dolor su fértil llano
tienen ¡ay!, convertido.
Tendió sus brazos la agitada España,
sus hijos implorando;
sus hijos fueron, mas traidora saña
desbarató su bando.
¿Qué se hicieron tus muros torreados?
¡Oh mi patria querida!
¿Dónde fueron tus héroes esforzados,
tu espada no vencida?
¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente
está el rubor
grabado:
a sus ojos caídos tristemente
el llanto está agolpado.
Un tiempo España fue: cien héroes fueron
en tiempos de ventura,
y las naciones tímidas la vieron
vistosa en hermosura.
Cual cedro que en el Líbano se ostenta,
su frente se
elevaba;
como el trueno a la virgen amedrenta,
su voz las aterraba.
Mas ora, como piedra en el desierto,
yaces desamparada,
y el
justo desgraciado vaga incierto
allá en tierra apartada.
Cubren su antigua pompa y poderío
pobre yerba y arena,
y el enemigo que tembló a su brío
burla
y goza en su pena.
Vírgenes, destrenzad la cabellera
y dadla al vago viento:
acompañad con arpa lastimera
mi lúgubre lamento.
Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares,
lloremos duelo tanto:
¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?,
¿quién secará tu llanto?
Himno a la inmortalidad
¡Salve llama creadora del mundo,
lengua ardiente de eterno saber,
pero germen, principio fecundo
que encadenas la muerte a tus pies!
Tú la inerte materia espoleas,
tú la ordenas juntarse a vivir,
tú su lodo modelas, y creas
miles de seres de formas sin fin.
Desbarata tus obras en vano
vencedora la muerte talvez;
de sus
restos levanta tu mano
nuevas obras triunfante otra vez.
Tú la hoguera del sol alimentas,
tú revistes los cielos de azul,
tú la luna en las sombras de argentas,
tú coronas la aurora de luz.
Gratos ecos al bosque sombrío,
verde pompa a los árboles das,
melancólica música al río,
ronco grito a las olas del mar.
Tú el aroma en las flores exhalas,
en los valles suspiras de
amor,
tú murmuras del aura en las alas,
en el Bóreas retumba tu
voz.
Tú derramas el oro en la tierra
en arroyos de hirviente metal;
Tú abrillantas la perla que encierra
en su abismo profundo la mar.
Tú las cárdenas nubes extiendes
negro manto que agita Aquilón;
con tu aliento los aires enciendes,
tus rugidos infunden pavor.
Tú eres pura simiente de vida,
manantial sempiterno del bien;
luz del mismo Hacedor desprendida,
juventud y hermosura es tu ser.
Tú eres fuerza secreta que el mundo
en sus ejes impulsa a rodar,
sentimiento armonioso y profundo
de los orbes que anima tu faz.
De tus obras los siglos que vuelan
incansables artífices son,
del espíritu ardiente cincelan
y embellecen la estrecha prisión.
Tú en violento, veloz torbellino,
los empujas enérgica, y van;
y adelante en tu raudo camino
a otros siglos ordenas llegar.
Hombre débil, levanta la frente,
pon tu labio en su eterno
raudal;
tú serás como el sol en Oriente,
tú serás, como el mundo,
inmortal.
La desesperación
Me gusta ver el
cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos
bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo
las centellas la tierra iluminar.
Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando
sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de
tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.
Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el
suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y
que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.
Que el trueno
me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le
haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin
cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.
La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que
alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.
Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo
grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero
chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.
Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los
males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen
los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.
Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre
llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides
sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las
bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso
halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.
Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas
las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y
confusión.
Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su
vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino
desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.
Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en
los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin
orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué
ilusión!
Las quejas de su amor
Bellísima
parece
al vástago prendida,
gallarda y encendida
de abril la
linda flor;
empero muy más bella
la virgen ruborosa
se muestra,
al dar llorosa
las quejas de su amor.
Suave es el
acento
de dulce amante lira,
si al blando son suspira
de noche
el trovador;
pero aun es más suave
la voz de la hermosura
si
dice con ternura
las quejas de su amor.
Grato es en
noche umbría
al triste caminante
del alma radiante
mirar el
resplandor;
empero es aun más grato
el alma enamorada
oír de su
adorada
las quejas de su amor.
Soneto
Fresca, lozana,
pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta
sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.
Mas si el
ardiente sol lumbre enojosa
vibra, del can en llamas encendido,
el
dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.
Así brilló un
momento mi ventura
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez
de gloria y de alegría.
Mas ¡ay! que el
bien trocóse en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce
flor de la esperanza mía.
Un carajo impertérrito, que al cielo...
Un carajo impertérrito, que al cielo
su espumante cabeza levantaba
y coños y más coños desgarraba,
de blanca leche encaneciendo el suelo,
en su lascivo ardor, cual Monjibelo,
nunca su seno túrgido saciaba
y con violento empuje penetraba
hórridos bosques de erizado pelo.
Venció a la humanidad; quedó rendida
la fuerza mujeril; mas él, sediento
siempre y siempre con ansia coñicida,
leche despide y mancha el firmamento,
dejando allí su cólera esculpida
del carajo en eterno monumento.