"...Yacíamos unidos, sin lujuria, absortos
en el hondo tableteo de nuestros corazones..."
"The reader"
Frank Weston Benson
Reseña biografica
Poeta española nacida en
Bilbao en 1902.
Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid,
fue Catedrática de Lengua y Literatura en los Institutos de Huelva,
Alcoy y Murcia hasta después de la guerra civil española y posteriormente
trabajó en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Junto con Blas de Otero y
Gabriel Celaya, formó parte del importante Triunvirato Vasco de la poesia de
post-guerra.
«Mujer de barro» editado en 1948 fue su primer libro,
al que siguieron luego muchas publicaciones de renombre como
«Belleza cruel» y «Toco la tierra».
Falleció en 1984. ©
Belleza
cruel
Bombardeo
Cañaveral
Colina
Cuando nace un hombre
Culpa
Destino
Durar
El fruto redondo
Éxodo
La otra orilla
Muerto al nacer
Mujer
Mujer de barro
Nadie sabe
No quiero
Noche
Sin llave
Belleza cruel
Dadme un espeso corazón de
barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas
venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada
noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que
me pese
ese saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en
hito
todo el revés atroz de la medalla.
Quiero reír al sol sin que me
asombre
que este existir de balde, sobreviva,
con tanta muerte suelta
por las calles.
Quiero cruzar alegre entre
la gente
sin que me cause miedo la mirada
de los que labran tierra
golpe a golpe,
de los que roen tiempo palmo a palmo,
de los que llenan
pozos gota a gota.
Porque es lo cierto que me
da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el
rostro y el vestido
de tantos hombres con el mido al hombro,
de tantos
hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.
Porque es lo cierto que me
asusta verme
las manos limpias persiguiendo a tontas
mis mariposas de
papel o versos.
Porque es lo cierto que empecé cantando
para poner a salvo mis juguetes,
pero ahora estoy aquí mordiendo el
polvo,
y me confieso y pido a los que pasan
que me perdonen pronto
tantas cosas.
Que me perdonen esta miel
tan dulce
sobre los labios, y el silencio noble
de mis almohadas, y mi
Dios tan fácil
y este llorar con arte y preceptiva
penas de quita y
pon prefabricadas.
Que me
perdonen todos este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta
belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta
belleza cruel, tanta belleza.
Bombardeo
Yo no iba sola entonces.
Iba llena
de ti y de mí. Colmada, verdecida,
me erguía como grávida
montaña
de tierra fértil donde la simiente
se esponja y apresura para
el brote.
Era mi carne, tensa y ahuecada,
nido cerrado que abrigaba el
vuelo
de un ala sin plumón y con grillete:
casi cristal y casi sueño.
Tierna.
Iba llena de gracia por los
días
desde la anunciación hasta la rosa.
Pero ellos no podían, ciego,
brutos,
respetar el portento.
Rugieron. Embistieron encrespados.
Lanzaron sobre mí y mi contenido
un huracán de rayos y metralla.
Del más bello horizonte,
del más puro
cielo de otoño vomitaron lluvia
de ciegos mecanismos
destructores
que desataban sobre el cauce seco
del callejero asfalto
sorprendido
los ríos de la sangre.
(...) Noches de sueño
incierto, triturado
por la tremenda sinfonía
del frente en erupción y
los caballos
del miedo galopando en explosivos.
Y la sangre con hambre que
se exprime
hasta la última esencia
para nutrir al hijo sazonándose.
Y la desnuda soledad del
cuerpo,
desorientado, desgajado en vivo
del cuerpo del amante.
Aquellas noches del pavor
sin luces,
apelmazadas de odios y de ruinas,
yo te esperaba. Me
llegaste a veces.
Del último bisel de la tragedia,
del borde mismo de
la hirviente sima
venías hasta mí. Me contemplabas
con unos ojos
llenos de agua sucia
donde asomaban rostros de cadáveres.
Ojos que
procuraban ser risueños
y mansos al pasar por mi figura
y acariciar
con luces de esperanza
la curva de mi vientre.
¡Con qué exaltada fuerza,
con qué prisa,
con qué vibrar de nervios y raíces
nos quisimos
entonces!
Yacíamos unidos, sin
lujuria,
absortos en el hondo tableteo
de nuestros corazones.
Escuchando
de vez en vez el tímido latido
del otro corazón encarcelado
que ya, para nosotros, gorjeaba.
Yo sonreía señalando el sitio
en que
un talón menudo percutía
mis íntimas paredes en un ansia
gozosa de
correr por los senderos
apenas presentidos.
Y, en medio del olvido
refrescante,
en lo mejor del conseguido sueño,
surgía denso,
alucinante, bronco,
el bélico zumbar de la escuadrilla.
Bramando,
sacudiendo, despeñándose,
atropellándose los ecos
iban las explosiones
avanzando,
cada vez más cercanas,
hasta que, al fin, la muerte en
torrentera,
en avalancha loca, trascurría
sobre nuestras cabezas sin
refugio.
Entonces tú, imperioso,
dominante,
con un impulso elemental de macho
que guarda la nidada, con
un gesto
ardiente y violento como el acto
de la amorosa posesión,
cubrías
mi cuerpo con tu cuerpo enteramente,
haciendo de tus largos
huesos duros,
de tu apretada carne exacerbada,
un ilusorio escudo
indestructible
para el hijo y la madre.
Así, unidas las bocas,
trasvasándonos
el tembloroso aliento, diluidos
en éxtasis de espanto y
de delicia,
las almas contraídas, esperábamos...
No. Nunca nos quisimos como
entonces.
Cañaveral
Entre las cañas tendida;
sola y perdida en las cañas.
¿Quién me cerraba los ojos,
que, solos, se me cerraban?
¿Quién
me sorbía en los labios
zumo de miel sin palabras?
¿Quién me derribó y me tuvo
sola y perdida en las cañas?
¿Quién me apuñaló con besos
el ave de la garganta?
¿Quién me estremeció los senos
con tacto de tierra y ascua?
¿Qué toro embistió en el ruedo
de mi cintura cerrada?
¿Quién me esponjó las caderas
con levadura de ansias?
¿Qué
piedra de eternidad
me hincaron en las entrañas?
¿Quién me desató la sangre
que así se me derramaba?
...Aquella
tarde de Julio,
sola y perdida en las cañas.
Colina
Ola cuajada en la piedra
con espuma de romero,
hasta tu desnuda cima
me has levantado sin
vuelo.
Sobre tu lomo clavada
-mástil sin vela en el viento-
de un
horizonte redondo
soy matemático centro.
Ocres, amarillos, verdes,
me enredan los pensamientos...
-pinos, tierra; tierra, pinos;
Duero,
chopos; chopos, Duero-.
El aire me hace sorber
tragos de frío
silencio.
El péndulo de la tarde
me bate lento en el pecho.
El
grito de un ave avanza,
hélice de agudo acero:
manos y boca me sangran
sólo de intentar cogerlo.
Cuando nace un hombre...
Cuando nace un hombre
siempre es amanecer aunque en la alcoba
la noche pinte negros cristales.
Cuando nace un hombre
hay
un olor a pan recién cocido
por los pasillos de la casa;
en las paredes, los paisajes
huelen
a mar y a hierba fresca
y los abuelos del retrato
vuelven la cara y se sonríen.
Cuando nace un hombre
florecen rosas imprevistas
en el jarrón de la consola
y aquellos
pájaros bordados
en los cojines de la sala
silban y cantan como locos.
Cuando
nace un hombre
todos los muertos de su sangre
llegan a verle y se comprueban
en
el contorno de su boca.
Cuando nace un hombre
hay una estrella detenida
al mismo
borde del tejado
y en un lejano monte o risco
brota un hilillo de agua nueva.
Cuando nace un hombre
todas las madres de este mundo
sienten
calor en su regazo
y hasta los labios de las vírgenes
llega un sabor a miel y a beso.
Cuando nace un hombre
de los varones brotan chispas,
los
viejos ponen ojos graves
y los muchachos atestiguan
el fuego alegre de sus venas.
Cuando nace un hombre
todos tenemos un hermano.
Culpa
Si un niño agoniza, poco a poco, en silencio,
con el vientre abombado y
la cara de greda.
Si un bello adolescente se suicida una noche
tan
sólo porque el alma le pesa demasiado.
Si una madre maldice soplando las
cenizas.
Si un soldado cansado se orina en una iglesia
a los pies de
una Virgen degollada, sin Hijo.
Si un sabio halla la fórmula que aniquile
de un golpe
dos millones de hombres del color elegido.
Si las hembras rehuyen el parir. Si los viejos
a hurtadillas codician
a los guapos muchachos.
Si los lobos consiguen mantenerse robustos
consumiendo la sangre que la tierra no empapa.
Si la cárcel, si el miedo, si la tisis, si el hambre.
Es terrible,
terrible. Pero yo, ¿qué he de hacerle?
Yo no tengo la culpa. Ni tú,
amigo, tampoco.
Somos gente honrada. Hasta vamos a misa.
Trabajamos.
Dormimos. Y así vamos tirando.
Además, ya es sabido. Dios dispone las
cosas.
Y nos vamos al cine. O a tomar un tranvía.
Destino
Vaso me hiciste, hermético
alfarero,
y diste a mi oquedad las dimensiones
que sirven a la
alquimia de la carne.
Vaso me hiciste, recipiente vivo
para la forma
un día diseñada
por el secreto ritmo de tus manos.
«Hágase en mí», repuse. Y
te bendije
con labios obedientes al destino.
¿Por qué, después, me robas
y defraudas?
Libre el varón camina por
los días.
Sus recias piernas nunca soportaron
esa tremenda gravidez
del fruto.
Liso y escueto entre ágiles
caderas
su vientre no conoce pesadumbre.
Sólo un instante, furia y
goce, olvida
por mí su altiva soledad de macho;
libérase a sí mismo y
me encadena
al ritmo y servidumbre de la especie.
Cuán hondamente exprimo,
laborando
con células y fibras, con mis órganos
más íntimos, vitales
dulcedumbres
de mi profundo ser, día tras día.
Hácese el hijo en mí. ¿Y
han de llamarle
hijo del Hombre cuando, fieramente,
con decisiva
urgencia me desgarra
para moverse vivo entre las cosas?
Mío es el hijo
en mí y en él me aumento.
Su corazón prosigue mi latido.
Saben a mí
sus lágrimas primeras.
su risa es aprendida de mis labios.
y esa
humedad caliente que lo envuelve
es la temperatura de mi entraña.
¿Por qué, Señor, me lo
arrebatas luego?
¿Por qué me crece ajeno, desprendido,
como amputado
miembro, como rama
desconectada del nutricio tronco?
En vano mi ternura lo
persigue
queriéndolo ablandar, disminuyéndolo.
Alto se yergue. duro se
condensa.
Su frente sobrepasa mi estatura,
y ese pulido azul de sus
pupilas
que en un rincón de mí cuajó su brillo
me mira desde lejos,
olvidando.
Apenas sí las yemas de mis
dedos
aciertan a seguir por sus mejillas
aquella suave curva que, al
beberme,
formaba con la curva de mis senos
dulcísima tangencia.
Durar
Yo pasaré y apenas habré
sido,
-frágil destino de mi pobre arcilla-.
Hijo, cuando yo no exista,
tú serás mi carne, viva.
Verso, cuando yo no hable,
tú, mi palabra
inextinta.
El fruto redondo
Sí, también yo quisiera ser
palabra desnuda.
Ser un ala sin plumas en un cielo sin aire.
Ser un
oro sin peso, un soñar sin raíces,
un sonido sin nadie...
Pero mis versos nacen redondos como frutos,
envueltos en la pulpa caliente de mi carne.
Éxodo
Una mujer
corría.
Jadeaba y corría.
Tropezaba y corría.
Con un miedo macizo
debajo de las cejas
y un niño entre los brazos.
Corría por la tierra que olía a recién muerto.
Corría por el aire con
sabor a trilita.
Corría por los hombres erizados de encono.
Miraba a todos lados.
Quería detenerse.
Sentarse en un ribazo y
con su hijo menudo.
Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.
Pero no hallaba sitio.
No encontraba reposo.
No lograba la pausa
sosegada y segura
que las madres precisan.
Ese viento apacible que
jamás se interpone
entre el pecho y el labio.
Buscaba cerca y lejos.
Buscaba por las calles,
por los jardines y
bajo los tejados,
en los atrios de las iglesias,
por los caminos
desnudos y carreteras arboladas.
Buscaba un rincón sin espantos,
un
lugar aseado para colocar una cuna.
Y corría y corría.
Dio la vuelta a la tierra.
Buscando.
Huyendo.
Y no encontraba sitio.
Y seguía corriendo.
Y el niño sollozaba débilmente.
Crecía débilmente
colgado de su
carne fatigada.
La otra orilla
A la orilla del río, en una
orilla,
miro la otra: juncos, hierva suave,
troncos erguidos, ramas en
el viento,
cielo profundo, vuelos desiguales...
¿Y esta orilla?... Mirarla,
verla, verme,
estando aquí y allí; completa, ubicua...
Cuando te miro, amado -amor
en medio-
también quisiera estar en la otra orilla.
Muerto al nacer
No aurora fue. Ni llanto. Ni un instante
bebió la luz. Sus ojos no
tuvieron
color. Ni yo miré su boca tierna...
Ahora, ¿sabéis?, lo siento.
Debisteis dármelo. Yo hubiera debido
tenerle un breve tiempo entre
mis brazos,
pues sólo para mí fue cierto, vivo...
¡Cuántas veces me habló,
desde la entraña,
bulléndome gozoso entre los flancos!...
Mujer
¡Cuán vanamente, cuán
ligeramente
me llamaron poetas, flor, perfume!...
Flor, no: florezco. Exhalo
sin mudarme.
Me entregan la simiente: doy el fruto.
El agua corre en mí: no soy
el agua.
Árboles de la orilla: dulcemente
los acojo y reflejo: no soy árbol.
Ave que vuela, no: seguro nido.
Cauce propicio, cálido
camino
para el fluir eterno de la especie.
Mujer de barro
Mujer de barro soy, mujer de barro:
pero el amor me floreció el regazo.
Mujer
¡Cuán vanamente, cuán ligeramente
me llamaron poetas, flor;
perfume!
Flor; no: florezco. Exhalo sin mudarme.
Me entregan la simiente: doy
el fruto.
El agua corre en mí: no soy el agua.
Árboles de la orilla,
dulcemente
los acojo y reflejo: no soy árbol.
Ave que vuela, no:
seguro nido.
Cauce propicio, cálido camino
para el fluir eterno de la especie.
Nadie sabe
Abre
tus ojos anchos al asombro
cada mañana nueva y acompasa
en místico
silencio tu latido
porque un día comienza su voluta
y nadie sabe nada
de los días
que se nos dan y luego se deshacen
en polvo y sombra.
Nadie sabe nada.
Pisa la tierra. Vierte la simiente.
Coge la flor y el fruto. Sin
palabras.
Pues nadie sabe nada de la tierra
muda y fecunda que, en
silencio, brota,
y nadie sabe nada de las flores
ni de los frutos
ebrios de dulzura.
Mira la llamarada de los árboles
irguiéndose en lo azul. Contempla,
toca
la piedra inmóvil de alma intraducible
y el agua sin contornos
que camina
por sus trazados cauces ignorándolos.
Sueña sobre ellos.
Sueña. Sin decirlo.
Pues nadie sabe nada de los árboles
ni de la
piedra ni del agua en fuga.
Mira las aves, altas, desprendidas,
rayando el sol a golpe de sus
alas.
Toma del aire el trino y el gorjeo,
pero no quieras traducir su
ritmo,
pues nadie sabe nada de los pájaros.
Mira la estrella. Vuela
hasta su altura.
Toma su luz y enciéndete la frente,
pero no inquieras
su remoto arcano
pues nadie sabe nada de la estrella.
Besa los labios y los ojos. Goza
la carne del amante sazonada
secretamente para ti. Acomete
con decisión humilde la tarea
del
imperioso instinto. Crece y ama.
Mas nada digas del tremendo rito
pues
nadie sabe nada de los besos,
ni del amor ni del placer ni entiende
la
ruda sacudida que nos pone
el hijo concluido entre los brazos.
Clama sin gritos. Llora sin estruendo.
Cierra las fauces del dolor
oscuro,
pues nadie sabe nada de las lágrimas.
Vete a hurtadillas con discreto paso.
Traspasa quedamente la
frontera,
pues nadie sabe nada de la muerte.
Noche
Quietos en la noche clara.
Mi cara junto a tu cara;
la misma luna nos baña.
Piel contra piel, en mi
cuerpo
siento el ritmo de un latido
¿es tu corazón o el mío?...
No sé cuándo me he dormido.
No
quiero
No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se
escatime.
No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las
calles,
que haya rabia en los ojos.
No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las
arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.
No quiero
que el labriego trabaje sin agua
que el marino navegue
sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no
vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.
No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no
tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les
pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.
No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se
establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas
que en los
trajes se pongan señales.
No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles
que
jamás se fabriquen fusiles.
No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino
de enfrente,
que me pongan carteles y sellos
que decreten lo que es
poesia.
No quiero amar en secreto,
llorar en secreto
cantar en secreto.
No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO...
Sin llave
Me tienes y soy tuya. Tan
cerca uno del otro
como la carne de los huesos.
Tan cerca uno del otro
y, a menudo, ¡tan lejos!...
Tú me dices a veces que me
encuentras cerrada,
como de piedra dura, como envuelta en secretos,
impasible, remota... Y tú quisieras tuya
la llave del misterio...
Si no la tiene nadie... No
hay llave. Ni yo misma,
¡ni yo misma la tengo!