
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
"No vives ya de sinrazones.
¿Tan sola estabas alma mía?"
"Judith"
Gustav Klimt
Reseña biografica
Poeta
español nacido en Madrid en 1922.
Es uno de los poetas de la
«Generación del medio siglo» cuya poesia contiene rasgos sociales
basados en su experiencia
como «Niño de la guerra». Es considerado como uno de los grandes poetas
contemporáneos de habla hispana.
Su obra abarca temas sociales y de compromiso con el hombre, el paso del
tiempo y el recuerdo, como puede observarse
en su bello
A orillas del East River
Acelerando
Alegría
Alegría interior
Alma dormida
Amanecer
Apagamos las manos...
Así era
Cae el sol
Canción de cuna para
dormir a un preso
Como la rosa: nunca
Coplilla después del 5º
bourbon
Con las piedras, con el
viento
Corazón que te hieren
Cumbre
Desaliento
Despedida del mar
Destino alegre
Dos fábulas para tiempos
sombríos
1. Génesis
2. Sin saberlo
3. Segundo amor
El buen momento
El enemigo
El héroe
El muerto
Inauguración de monumento
Interior
La impasible María
con erres, eles y eses
La mano es la que recuerda
La sombra
Las nubes
Lear King en los claustros
Llegada al mar
Lope. La noche. Marta
Luz de tarde
Madrigal
Marina impasible
Noche
Otoño
Para un esteta
Paseo
Pecios de sombra
Pensamiento de amor
Preludio
Presto
Razones
Recuerdo del mar
Recuerdos
Respuesta
Segundo amor
Serenidad
Si soñaras siempre, si amaras
Sólo materia de sombras
Soneto
Teoría y alucinación de
Doublin
I. Teoría
II. Alucinación
Variaciones sobre el instante eterno
Vida
Villancico en Central Park
Yepes cocktail
A orillas del East River
I
En esta encrucijada,
flagelada por vientos de dos ríos
que
despeinan la calle y la avenida,
pisoteada su negrura por gaviotas de
luz,
descienden las palabras a mi mano,
picotean los granos de
rocío,
buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.
Siempre aspiré a que mis palabras,
las que llevo al papel,
continuasen llorando
-de pena, de felicidad, de desesperanza,
al
fin, todo es lo mismo-,
porque yo las había llorado antes;
antes
de que desembocasen en el papel blanquísimo,
en el papel deshabitado,
que es el morir.
Dejarían en él los ecos asordados, empañados,
de
lo que tuvo vida.
Alguien advertiría la humedad de las lágrimas,
lloraría por seres que jamás conoció,
que acaso no es posible que
existieran
aunque estuvieron vivos
en el recuerdo o en la
imaginación.
Lloraríamos todos por los desconocidos,
los -para mí
-difuminados
en la magia del tiempo.
Contra las estructuras
de metal y de vidrio nocturno
rebotan
las palabras aún sin forma,
consagradas en el torbellino helado,
y
no me hacen llorar.
Yo ya no sé llorar. ¡Y mira que he llorado!
II
Yo
ya no lloro,
excepto por aquello que algún día
me hizo llorar:
los aviones que proclamaban
que todo había terminado;
la estación amarilla diluida en la
noche
en la que coincidían, tan sólo unos instantes,
el tren que
partía hacia el norte
y el que partía hacia el oeste
y jamás volverían a encontrarse;
y la voz de Juan Rulfo:
«diles que no me maten»;
y la malagueña canaria;
y la niña
mendiga de Lisboa
que me pidió un «besiño».
Yo ya no lloro.
Ni siquiera cuando recuerdo
lo que aún me
queda por llorar.
De
"Cuaderno de Nueva York" 1998
Acelerando
Aquí, en este momento, termina todo,
se detiene la vida. Han
florecido luces amarillas
a nuestros pies, no sé si estrellas.
Silenciosa
cae la lluvia sobre el amor, sobre el remordimiento.
Nos besamos en carne viva. Bendita lluvia
en la noche, jadeando en la
hierba,
trayendo en hilos aroma de las nubes,
poniendo en nuestra
carne su dentadura fresca.
Y el mar sonaba. Tal vez fuera su espectro
porque eran miles de kilómetros
los que nos separaban de las olas,
y lo peor, miles de días pasados y futuros nos separaban.
Descendían
en la sombra las escaleras.
Dios sabe a dónde conducían. Qué más
daba. «Ya es hora
-dije yo-, ya es hora de volver a tu casa.»
Ya
es hora. En el portal, «Espera», me dijo. Regresó
vestida de otro
modo, con flores en el pelo.
Nos esperaban en la iglesia. «Mujer te
doy.» Bajamos
las gradas del altar. El armonio sonaba.
Y un violín
que rizaba su melodía empalagosa.
Y el mar estaba allí. Olvidado y
apetecido
tanto tiempo. Allí estaba. Azul y prodigioso.
Y ella y
yo solos, con harapos de sol y de humedad.
«¿Dónde, dónde la noche
aquella, la de ayer...?», preguntábamos
al subir a la casa, abrir la
puerta, oír al niño que salía
con su poco de sombra con estrellas,
su agua de luces navegantes,
sus cerezas de fuego. Y yo puse mis
labios
una vez más en la mejilla de ella. Besé hondamente.
Los
gusanos labraron tercamente su piel. Al retirarme
lo vi. Qué importa,
corazón. La música encendida,
y nosotros girando. No: inmóviles. El
cáliz de una flor
gris que giraba en torno vertiginosa.
Dónde la
noche, dónde el mar azul, las hojas de la lluvia.
Los niños -quiénes
son, que hace un instante
no estaban-, los niños aplaudieron, muertos
de risa:
«Qué ridículos, papá, mamá». «A la cama», les dije
con
ira y pena. Silencio. Yo besé
la frente de ella, los ojos con arrugas
cada vez más profundas. ¿Dónde la noche aquella,
en qué lugar del
universo se halla? «Has sido duro
con los niños.» Abrí la habitación
de los pequeños,
volaron pétalos de lluvia. Ellos estaban
afeitándose.
Ellas salían con sus trajes de novia. Se marcharon
los niños -¿por qué digo los niños?- con su amor,
con sus noches de
estrellas, con sus mares azules,
con sus remordimientos, con sus
cuchillos de buscar
bajo la carne. Dónde, dónde la noche aquella,
dónde el mar... Qué ridículo todo: este momento detenido,
este disco
que gira y gira en el silencio,
consumida su música...
De "Libro de las
alucinaciones" 1964
AlegríaLlegué por el dolor
a la alegría
.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino
triste,
un misterioso sol amanecía.
Era
alegría la mañana fría
y el viento loco y cálido que embiste.
(
Alma que verdes primaveras viste
maravillosamente se rompía. )
Así la
siento más. Al cielo apunto
y me responde cuando le pregunto
con
dolor tras dolor para mi herida.
Y mientras
se ilumina mi cabeza
ruego por el que he sido en la tristeza
a las
divinidades de la vida.
De
"Alegría" 1947
Alegría interiorEn mí la siento
aunque se esconde. Moja
mis oscuros caminos interiores.
Quién sabe cuántos mágicos rumores
sobre el sombrío corazón deshoja.
A veces alza en mí su luna roja
o me reclina sobre extrañas flores.
Dicen que ha muerto, que de sus verdores
el árbol de mi vida se despoja.
Sé que no
ha muerto, porque vivo. Tomo,
en el oculto reino en que se esconde,
la espiga de su mano verdadera.
Dirán que
he muerto, y yo no muero.¿Cómo
podría ser así, decidme, dónde
podría ella reinar si yo muriera?
De
"Alegría" 1947
Alma dormida
Me tendí
sobre la hierba entre los troncos
que hoja a hoja desnudaban su
belleza.
Dejé el alma que soñase:
volvería a despertar en
primavera.
Nuevamente
nace el mundo, nuevamente
naces, alma (estabas muerta).
Yo no sé
lo que ha pasado en este tiempo:
tú dormías, esperando ser eterna.
Y por
mucho que te cante la alta música
de las nubes, y por mucho que te
quieran
explicar las criaturas por qué evocan
aquel tiempo negro y
frío, aunque pretendas
hacer tuya
tanta vida derramada
(era vida, y tú dormías), ya no llegas
a
alcanzar la plenitud de su alegría:
tú dormías cuando todo estaba en
vela.
Tierra
nuestra, vida nuestra, tiempo nuestro...
(Alma mía, ¡quién te dijo
que durmieras!)
De
"Agenda" 1991
Amanecer
Imagínate tú...
Imagínatelo tú por un momento.
R. A.
La estrella aún flotaba en las aguas.
Río abajo, a
la noche del mar, la llevó la corriente.
Y de pronto la mágica música
errante en la sombra
se apagó, sin dolor, en el fresco silencio
silvestre.
Imagínate tú, piensa sólo un instante,
piensa sólo
un instante que el alma comienza a caerse.
(Las hojas, el canto del
agua que sólo tú escuchas:
maravilloso silencio que pone en las tuyas
su mano evidente.)
Piensa sólo un instante que has roto los
diques y flotas sin tiempo en la noche,
que eres carne de sombra,
recuerdo de sombra; que sombra tan sólo te envuelve.
Piensa conmigo
«¡tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo,
antes
que todo se desvaneciese!»
Imagínate tú que hace siglos que has
muerto.
No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres.
Procura
un instante pensar que tus brazos no pesan.
Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes.
(¡Tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo!)
Y
cuando creas que todo ante ti perfecciona su muerte,
abre los ojos:
El trágico hachero saltaba los montes,
llevaba una antorcha en la
mano, incendiaba los bosques nacientes.
El río volvía a mojar las orillas que dan a tu vida.
El prodigio era
tuyo y te hacías así vencedor de la muerte.
De
"Agenda" 1991
Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna...
Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna
y nos
pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Ahora ya es tarde.
Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores.
Ciegos iremos.
Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa
hacia su patria
remota.
(Nuestro espíritu debe de ser, que cabalga
sobre las
olas.)
Ahora ya es tarde. Apagamos las manos felices
y nos ponemos a
andar por la tierra cumplida de sombra.
Hemos caído en un pozo que
ahoga los sueños.
Hemos sentido la boca glacial de la muerte tocar
nuestra boca.
Antes, entonces, con qué gozo ardiente,
con qué prodigioso
encenderse de aurora
modelamos en nieblas efímeras, en pasto de
brisas ligeras,
nuestra cálida hora.
Y cómo apretamos las ubres
calientes. Y cómo era hermoso
pensar que no había ni ayer, ni mañana,
ni historia.
Ahora ya es tarde; apagamos las manos felices
y nos ponemos a
andar por la tierra cumplida de sombra.
Cómo errar por los años, como
astros gemelos, sin fuego,
como astros sin luz que se ignoran.
Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos
mientras en torno el amor se desploma.
Ahora ya es tarde.
Sabemos. Pensamos. (Buscábamos almas.)
Ahora sabemos que el alma no
es piedra ni flor que se toca.
Como astros gemelos y ajenos pasamos,
sabiendo
que el alma se niega si el cuerpo se niega.
Que nunca se
logra si el cuerpo se logra.
Dejamos encima del mar marchitarse la luna.
Cómo errar, por los años,
sin gloria.
Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños
que en
sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran.
Qué consuelo ha de
haber, si lograr una gota de un alma
es pretender apresar el latir de
la tierra, desnuda y redonda.
Estamos
despiertos. Sabemos. Como astros soberbios, caídos,
sentimos la boca
glacial de la muerte tocar nuestra boca.
De "Con
las piedras, con el viento" 1950
Así era
Canta, me dices. Y yo
canto.
¿Cómo callar? Mi boca es tuya.
Rompo contento mis amarras,
dejo que el mundo se me funda.
Sueña, me dices. Y yo sueño.
¡Ojalá
no soñara nunca!
No recordarte, no mirarte,
no nadar por aguas
profundas,
no saltar los puentes del tiempo
hacia un pasado que me
abruma,
no desgarrar ya más mi carne
por los zarzales, en tu
busca.
Canta, me dices. Yo te
canto
a ti, dormida, fresca y única,
con tus ciudades en racimos,
como palomas sucias,
como gaviotas perezosas
que hacen sus nidos
en la lluvia,
con nuestros cuerpos que a ti vuelven
como a una
madre verde y húmeda.
Eras de vientos y de
otoños,
eras de agrio sabor a frutas,
eras de playas y de nieblas,
de mar reposando en la bruma,
de campos y albas ciudades,
con un
gran corazón de música.
De "Alegría" 1947
Cae el sol
Perdóname.
No volverá a ocurrir.
Ahora quisiera
meditar, recogerme, olvidar:
ser
hoja de olvido y soledad.
Hubiera sido necesario el viento
que esparce las escamas del otoño
con rumor y color.
Hubiera sido
necesario el viento.
Hablo con humildad,
con la desilusión, la gratitud
de quien vivió
de la limosna de la vida.
Con la tristeza de quien busca
una pobre
verdad en que apoyarse y descansar.
La limosna fue hermosa -seres,
sueños, sucesos, amor-,
don gratuito, porque nada merecí.
¡Y la
verdad! ¡Y la verdad!
Buscada a golpes, en los seres,
hiriéndolos
e hiriéndome;
hurgada en las palabras;
cavada en lo profundo de
los hechos
-mínimos, gigantescos, qué más da:
después de todo,
nadie sabe
qué es lo pequeño y qué lo enorme;
grande puede
llamarse a una cereza
( "hoy se caen solas las cerezas",
me
dijeron un día, y yo sé por qué fue ),
pequeño puede ser un monte,
el universo y el amor.
Se me
había olvidado algo
que había sucedido.
Algo de lo que yo me
arrepentía
o, tal vez, me jactaba.
Algo que debió ser de otra
manera.
Algo que era importante
porque pertenecía a mi vida: era
mi vida.
(Perdóname si considero importante mi vida:
es todo lo
que tengo, lo que tuve;
hace ya mucho tiempo, yo la habría vivido
a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin manos,
colgado en el vacío,
sin esperanza.)
Pero se me
ha borrado
la historia (la nostalgia)
y no tengo proyectos
para
mañana, ni siquiera creo
que exista ese mañana (la esperanza).
Ando por el presente
y no vivo el presente
(la plenitud en el
dolor y la alegría).
Parezco un desterrado
que ha olvidado hasta
el nombre de su patria,
su situación precisa, los caminos
que
conducen a ella.
Perdóname que necesite
averiguar su sitio exacto.
Y cuando
sepa dónde la perdí,
quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale
tanto como la vida para mí, que es su sentido.
Y entonces, triste,
pero firme,
perdóname, te ofreceré una vida
ya sin demonio ni
alucinaciones.
De
"Libro de las alucinaciones" 1964
Canción de cuna
para dormir a un preso
La gaviota sobre el pinar.
(La mar resuena.)
Se acerca el sueño. Dormirás,
soñarás, aunque no lo quieras.
La gaviota sobre el pinar
goteado todo de estrellas.
Duerme. Ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
No hay más que sombra. Arriba, luna.
Peter Pan por las alamedas.
Sobre ciervos de lomo verde
la niña ciega.
Ya tú eres hombre, ya te duermes,
mi amigo, ea...
Duerme, mi amigo. Vuela un cuervo
sobre la luna, y la degüella.
La mar está cerca de ti,
muerde tus piernas.
No es verdad que tú seas hombre;
eres un niño que no sueña.
No es verdad que tú hayas sufrido:
son cuentos tristes que te cuentan.
Duerme. La sombra toda es tuya,
mi amigo, ea...
Eres un niño que está serio.
Perdió la risa y no la encuentra.
Será que habrá caído al mar,
la habrá comido una ballena.
Duerme, mi amigo, que te acunen
campanillas y panderetas,
flautas de caña de son vago
amanecidas en la niebla.
No es verdad que te pese el alma.
El alma es aire y humo y seda.
La noche es vasta. Tiene espacios
para volar por donde quieras,
para llegar al alba y ver
las aguas frías que despiertan,
las rocas grises, como el casco
que tú llevabas a la guerra.
La noche es amplia, duerme, amigo,
mi amigo, ea...
La noche es bella, está desnuda,
no tiene límites ni rejas.
No es verdad que tú hayas sufrido,
son cuentos tristes que te cuentan.
Tú eres un niño que está triste,
eres un niño que no sueña.
Y la gaviota está esperando
para venir cuando te duermas.
Duerme, ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
Duerme, mi amigo...
Ya se duerme
mi amigo, ea...
De
"Tierra sin nosotr0s" 1947
Como la rosa: nunca...
Como la rosa: nunca
te empañe un pensamiento.
No es para ti la vida
que te nace de dentro.
Hermosura que
tenga
su ayer en su momento.
Que en sólo tu apariencia
se guarde
tu secreto.
Pasados no te brinden
su inquietante misterio.
Recuerdos no
te nublen
el cristal de tus sueños.
Cómo puede ser bella
flor que tiene recuerdos.
De "Con las piedras,
con el viento" 1950
Coplilla después del 5º Bourbon
Pensaba que sólo habría
sombra, silencio, vacío.
Y murió.
Estaba en lo cierto.
El mismo Dios se lo dijo.
De
"Cuaderno de Nueva York" 1998
Con las piedras, con el
viento...
Con las
piedras, con el viento
hablo de mi reino.
Mi reino
vivirá mientras
estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
de todo
aquello.
El viento no escucha. No
escuchan las piedras, pero
hay que hablar, comunicar,
con las piedras, con el viento.
Hay que no
sentirse solo.
Compañía presta el eco.
El atormentado grita
su
amargura en el desierto.
Hay que desendemoniarse,
liberarse de su
peso.
Quien no responde, parece
que nos entiende,
con las
piedras, con el viento.
Se exprime
así el alma. Así
se libra de su veneno.
Descansa, comunicando
con las piedras, con el viento.
De "Con
las piedras, con el viento" 1950
Corazón que te hiere
Corazón que te hieren
con una rama verde.
Llegó a mi lado. Era
el momento más fuerte
que el recuerdo.
Es hoy todo
inolvidable. El verde
de los álamos es
vida. Los
cielos tienen
azul de amor sereno
que aún ignora la muerte.
Llega a mi lado. Trae
una rama. (Parece
la verde primavera
que entre sus manos duerme.)
Oh, qué felicidad.
Las brisas, cómo
mecen.
Ella saca a las flores
de su encanto silvestre.
Ella
toca de gracia
el áspero presente.
Llega a mi lado. Trae
una rama. (Se mueve
irreal: su elemento
es la música. Viene
quebrando los silencios
maravillosamente. )
Entre sus manos es
la rama una serpiente
de luz, un río
frágil,
bandera transparente
que pone en este ensueño
su alegría evidente.
(Por la rama
comprendo
que estamos vivos. Este
instante no es un sueño
que pasa y no nos mueve.)
Es un látigo frágil,
una llama en
que beben
nuestros ojos.
¿Por qué
la ceñiste a mis sienes 40
como si fuera el único
dios
a quien perteneces?
¡Por qué te he preguntado
si ceñiste otras
sienes!
Corazón, te han herido
con una rama verde.
De "Con
las piedras, con el viento" 1950
Cumbre
Firme,
bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo;
no
como entonces, cuando a cada instante
te levantabas de mi sueño.
Ahora
puedo tocar tus lomas tiernas,
el verde fresco de tus aguas.
Ahora estamos, de nuevo, frente a frente
como dos viejos camaradas.
Nueva
canción con nuevos instrumentos.
Cantas, me duermes y me acunas.
Haces eternidad de mi pasado.
Y luego el tiempo se desnuda.
¡Cantarte,
abrir la cárcel donde espera
tanta pasión acumulada!
Y ver
perderse nuestra antigua imagen
arrebatada por el agua.
Firme,
bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo.
Señor, Señor, Señor: todo lo mismo.
Pero, ¿qué has hecho de mi tiempo?
De
"Tierra sin nosotros" 1947
Desaliento
«No quiero
que pienses», dices
Tú sabes que sólo en ello
puedo pensar.
Pasarán
los días, las noches. Tiempos
vendrán sin nosotros. soles
brillarán en cielos nuevos.
Ecos
de campana harán
más misterioso el silencio.
(«No quiero que
pienses».)
Yo seguiré pensando en ello.
Quisiera hablarte de hermosas
fábulas, de pensamientos
luminosos, de jornadas
soñadas, de flores, vientos,
caricias, ternuras, gracias,
secretos;
pero en la boca me nacen
palabras de fuego.
Como llamas silenciosas
me abrasan por dentro.
Debiera
decirte «amor»,
«fantasía», «sueño».
Yo sólo
pregunto cómo
fue posible aquello.
Seguiría, paso a paso,
la huella de tu andar. Dentro
de tu vida escondería
la vida que muero.
«No quiero
que pienses». Yo
digo que no pienso en ello.
(Cómo podría olvidarlo
sin haberme muerto.)
De "Con
las piedras, con el viento" 1950
Despedida del mar
Por más
que intente al despedirme
guardarte entero en mi recinto
de
soledad, por más que quiera
beber tus ojos infinitos,
tus largas tardes plateadas,
tu
vasto gesto, gris y frío,
sé que al volver a tus orillas
nos sentiremos muy distintos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.
Este
perfume de manzanas,
¿de dónde viene? ¡Oh sueño mío,
mar mío! ¡Fúndeme, despójame
de mi carne, de mi vestido
mortal! ¡Olvídame en la arena,
y sea yo también un hijo
más,
un caudal de agua serena
que vuelve a ti, a su salino
nacimiento, a vivir tu vida
como el más triste de los ríos!
Ramos
frescos de espuma... Barcas
soñolientas y vagas... Niños
rebañando la miel poniente
del sol... ¡Qué nuevo y fresco y limpio
el mundo...! Nace cada día
del mar, recorre los caminos
que
rodean mi alma, y corre
a esconderse bajo el sombrío,
lúgubre aceite de la noche;
vuelve a su origen y principio.
¡Y que
ahora tenga que dejarte
para emprender otro camino!...
Por más
que intente al despedirme
llevar tu imagen, mar, conmigo;
por
más que quiera traspasarte,
fijarte, exacto, en mis sentidos;
por más que busque tus cadenas
para negarme a mi destino,
yo sé que pronto estará rota
tu
malla gris de tenues hilos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.
De
"Tierra sin nosotros" 1947
Destino alegre
Nos han abandonado en medio del camino.
Entre la luz íbamos ciegos.
Somos aves de paso, nubes altas de estío,
vagabundos eternos.
Mala
gente que pasa cantando por los campos.
Aunque el camino es áspero y
son duros los tiempos,
cantamos con el alma. Y no hay un hombre solo
que comprenda la viva razón del canto nuestro.
Vivimos y morimos muertes y vidas de otros.
Sobre nuestras
espaldas pesan mucho los muertos.
Su hondo grito nos pide que muramos
un poco,
como murieron todos ellos,
que vivamos deprisa, quemando locamente
la vida que ellos no
vivieron.
Ríos furiosos, ríos turbios, ríos veloces,
(Pero nadie nos mide lo
hondo, sino lo estrecho.)
Mordemos las orillas, derribamos los
puentes.
Dicen que vamos ciegos.
Pero vivimos. Llevan nuestras ,aguas la esencia
de las muertes y
vidas de vivos y de muertos.
Ya veis si es bien alegre saber a
ciencia cierta
que hemos nacido para esto.
De "Tierra sin
nosotros" 1947
Dos fábulas para tiempos sombríos
Segunda
fábula (El amor)
1. Génesis
En el principio era el amor.
Cuando el alba buscaba un dueño.
Cuando todas las criaturas
llevaban sus cuerpos desiertos.
En el principio era el amor.
En todo tenía su reino.
La noche entera era el latido
de tan hondo
enamoramiento.
El amor y las almas, juntos
fueron creando el Universo.
Las
almas fueron su metal.
El amor su mágico fuego.
En el
principio era el amor.
Los cuerpos estaban desiertos,
y cada
cuerpo buscó un alma
que lo tuviera prisionero.
Para el
cuerpo, recién nacido
de la noche, todo fue nuevo.
Ignoró, por no
entristecerse,
que el alma tenía recuerdos.
En el principio
era el amor.
2. Sin saberlo
Alguna vez, un alma halló
el alma que la completaba.
Cuando
los cuerpos se tuvieron,
olvidaron que había alma.
No llegaron
a lo que dura,
y gozaron de lo que pasa.
Luego se fueron, dividieron
el caudal de su única agua.
3. Segundo amor
En el principio era el amor.
Sin el amor nada existía.
El alma
que una vez amó,
nunca jamás se apagaría.
Volver a
amar era intentar
tornar al punto de partida,
apresar humo, tocar
cielos,
poseer la luz infinita.
Volver a
amar era querer
revivir las flores marchitas.
Era escuchar la voz
del alma
que llamaba al alma perdida.
Volver a
amar era llorar
por la dicha desvanecida.
Era encontrar con quien
partir
el pan y el vino de otros días.
Pero -de
sobra lo sabemos-
sólo una vez se ama en la vida.
Volver a amar,
es evocar
el amor que colmó la dicha.
Es, sin
querer, hacer sufrir.
Sentir la rueda detenida.
Que si el espejo
sufre, es porque
la vieja imagen está viva.
En el
principio era el amor.
De "Con
las piedras, con el viento" 1950
El buen momento
Aquel momento que flota
nos toca de su misterio.
Tendremos siempre
el presente
roto por aquel momento.
Toca la vida sus palmas
y tañe sus instrumentos.
Acaso
encienda su música
sólo para que olvidemos.
Pero hay cosas que no mueren
y otras que nunca vivieron
y las
hay que llenan todo
nuestro universo.
Y no es posible librarse
de su recuerdo.
De
"Alegría" 1947
El enemigo
Nos mira.
Nos está acechando. Dentro
de ti, dentro de mí, nos mira. Clama
sin voz, a pleno corazón. Su llama
se ha encarnizado en nuestro
oscuro centro.
Vive en
nosotros. Quiere herirnos. Entro
dentro de ti. Aúlla, ruge, brama.
Huyo, y su negra sombra se derrama,
noche total que sale a nuestro
encuentro.
Y crece
sin parar. Nos arrebata
como a escamas de octubre el viento. Mata
más que el olvido. Abrasa con carbones
inextinguibles. Deja
devastados
días de sueños. Malaventurados
los que le abrimos
nuestros corazones.
De
"Cuanto sé de mí" 1957
El héroe
Oí
latir el corazón del mar
unido al de otras músicas -el vals, la
polka, el tango,
el chárleston, el pasodoble, la rumba,
el twist, el mádison-,
lo eterno y la que pasa, mano a mano.
La vida. El mar. Y las ciudades: hermosa Viena,
desasosegadora Nueva
York,
pasando por París y por Madrid.
Músicas muertas en los
tocadiscos
de los muchachos, como antaño en pianolas y organillos.
Música viva, como un mar que transcurre para los soñadores
-Bach, Schumann, Brahms o Debussy-;
señales de otras músicas futuras,
de otras vidas,
de otros tiempos -Boulez, Berio, Stockhausen, Luis de
Pablo-,
viejos probablemente cuando leáis estas palabras
viejas
también, que ahora arrojo al olvido.
Entonces lo vi allí, al héroe, indiferente,
con su uniforme de
guardarropía,
anacrónico. El pecho cubierto de medallas y de nobles
cintajos,
maravillas de seda y cobre.
Vi al héroe, descansando
sobre el banco de piedra.
Los jóvenes que pasan, navegan por la música.
Otros, ya con
arrugas, oyen el canto de las olas.
Yo sólo, aquí, entre ellos, el
más viejo de todos,
oigo música y mar al mismo tiempo. Es la armonía
de quien nació y ha muerto muchas veces.
No es frecuente que sea así,
pero sucede, como ahora:
de súbito se encienden mar y música;
estallan tiempo, espacio, fuera y dentro;
giran deslumbradores vida
de ayer y sangre fresca:
es como un huracán irresistible.
Es como un fuego. Yo iba andando
con la felicidad de adentro
y
la felicidad de afuera,
suma de aquella humanidad entre la que
pasaba.
Y vi al hombre: «Qué harás aquí -le dije-,
descorazonadora
criatura,
carcomiendo la plenitud. Qué se habrá muerto
dentro de
ti».
Y yo, que oía
todos los sones, sólo oí el silencio, su silencio,
el silencio del héroe,
sordo al mar, a la música, a sus recuerdos y
proyectos.
Nueve décimas partes de su vida
debieron de pasar sin acercarse
al mar,
sin sospechar siquiera qué paciencia salada,
qué artesanía
de olas y de días
son necesarias para producirse
el prodigio de un
árbol de coral,
la fantasía helicoidal de un caracol.
Era un héroe
deshabitado, sin corona de roble
que le ciña de días gloriosos.
Despojad un instante a esta palabra
-héroe- de tantas
adherencias literarias. Borrad
las iconografías consabidas:
Grecia
y piedra rosada, cara al mar,
héroes ecuestres del Renacimiento...
Era otra cosa el hombre que yo vi.
Nació en alguna aldea del interior de España-
La piel endurecida,
impasibles los ojos
que nada vieron nunca si no fue la llanura
circundada de encinas, donde nació y vivió.
(Donde vivió esperando
su tren de muerte, como yo ahora espero,
mientras nerviosamente escribo estos recuerdos,
al tren que ha de
llegar a Medina del Campo
casi al amanecer. Estos sucesos
ocurrieron lejos de aquí, y en mí vivían
solicitando forma, para no
ser pura nostalgia.
Sólo esta noche pude hallarles la palabra.)
Allí vivió veinte años. Un día, le hizo hombre
la guerra: le dio
fe, lejanías y llamas.
Llegó hasta el mar; el mar le hizo sentirse
libre;
mojó en el mar su cuerpo,
conquistó tierras, hizo
prisioneros,
bebió vino de muerte, sintió tristeza y sintió ira;
tal vez fuera marcado por la metralla. Estuvo vivo
como nunca lo
estuvo ni volvería a estarlo.
Dio razón y entusiasmo a su vida:
se
la jugó con alegría a una carta tapada.
Luego, volvió a su pueblo a
ensartar días y cosechas,
a dorar con melancolías
su estatua
coronada de olas.
Y he aquí que al cabo de los años
llega otra vez junto al
mar luminoso.
Donde dejó entusiasmo, vida y fe,
ha encontrado el
silencio,
el mismo de las eras de su aldea,
mas ya sin esperanza.
Ha desfilado entre banderas, entre cánticos;
resucitaron las palabras
en la garganta joven;
ha bebido el vino de antaño
y paseado su
embriaguez gloriosa.
Desde las doce a la una y media
ha durado el
desfile de estos supervivientes,
nostálgicos representantes
de un
drama, escrito hace quién sabe cuántos años.
Después de la comida y
los discursos
cayó el telón. Y oyó el silencio de los espectadores.
Y el silencio del mar. Y el de su vida.
Dijeron: «A las nueve al
autobús;
hay que llegar temprano a casa.»
Oyó el silencio de su
vida.
Desconocido entre desconocidos,
anduvo por las calles, sin
rumbo. Se sentó
enfrente de las olas. Volvió el naipe
y no había
figura pintada en él. Y oyó el silencio.
¿Comprendéis? El nordeste cesa al atardecer.
Ya ni siquiera hace
temblar la ropa de este hombre.
No le deja en la mano el aroma del
arma
con que mató a la muerte hace ya tiempo.
Van los muchachos
por su lado, destruyen
la muerte con la música, como ayer con la
pólvora.
Destruyen con la música la vida.
Con la música crean un
inmenso silencio.
De "Libro de
las alucinaciones" 1964
El muerto
Aquel que
ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir
nunca.
Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó
muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y
de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a
la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos,
será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado su vidrio
oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de los gorriones,
por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez
hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al
agua,
puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que
llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores:
yo quería poner primavera en
sus manos.)
¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en
mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he
tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca
alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no
podré morir nunca.
Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.
De
"Alegría" 1947
Inauguración de monumento
A Vicente Aleixandre
Los hombres graves desaparecieron
después de haber clavado al mediodía
su bastón de solemnidad.
Quedó sola la estatua. y quedó el niño
a su sombra, riendo. Era evidente s
como la hoja verde; inexplicable
también como la hoja verde.
¿Qué hacía el niño aquel? ¿Quién era? ¿Cómo
vino hasta allí? y ¿por qué? Súbitamente
el niño desapareció.
Y no como los hombres de antes, esos
del canto llano del discurso.
No: como un Angel o una melodía;
así fue: como el viento o el amor.
La estatua aquella señalaba
hacia el lugar justo del hombre,
el que rompía sus cadenas, lágrima
a lágrima. Y su exvoto era la propia
estatua, cincelada verso a verso,
imán para el recuerdo, testimonio
liberador, inmortalizador.
Allí, donde indicaba el brazo. Allí
estaría el poeta, el hombre, oculto,
acechando su gloria, imaginando
lo por venir. Detrás de los arriates
estaría su vida clara,
sin peso. Entré...
Allí estaba
el niño. Y comprendí.
Interior
Tu piel me devolvía
algo remoto. (¿Es esto
un poema de amor?
¿Es un canto de duelo
o de esperanza? Un himno
triunfal o una
nostalgia
acariciada sobre
la realidad?)
No había
nadie, sino nosotros.
(Los demás no existían.)
Una
botella, un libro,
un cenicero. Ahora
la vida es de cristal,
de
metal, de papel.
Ahora es la botella
más bella que una flor.
El cenicero tiene
el sonámbulo brillo
de las olas. El libro
es una roca... (¿Es esto
un poema de amor?)
En una habitación
en penumbra, entre el
humo
que nos aleja... (¿Es esto
un Poema de amor?)
...sin hablar...(nada está
dicho aún...).
Olvidaba
otra cosa: la música
frutal, el corazón
errante de los
siglos,
suena para nosotros.
Toqué tu frente como
si me fuera a
morir
un instante después.
Igual que si me anclases
a la
verdad. (¿Es esto
un poema de amor?
¿Fuimos sus criatura
melancólicas...?)
Libro,
botella, cenicero.
(No flor, ni ola, ni rocas.)
He
llamado a las cosas
por su nombre, aunque el nombre
rompa el
hechizo. Quiero
todo aquello que ha sido
el instante, su carne
y su alma (no sólo
su alma), lo que el tiempo
roe (no lo que el
tiempo
purifica).
Al contacto
de tu frente, los días
volaban desprendidos
de la
copa. Pensé
que los días... ¿Amor
es eso que devuelve
el tiempo
huido? ¿Eras
entonces el amor?
¿Me estoy cantando a mí,
recobrado y perdido?
¿Al amor, al que duerme
bajo tu piel, la
pobre
criatura del cielo
destinada a morir
sin haber conocido
sus imposibles padres.
De
"Cuanto sé de mí" 1957-1959
La impasible María con erres, eles y eses
Para Tacha
Una
esfinge pigmea. Se diría
que no está aquí: no ve, ni oye, ni huele.
Esta no es una Marta que currele,
sino María de la fantasía.
Susurra.
Hormiga china, todavía
no distingue la erre de la ele.
Posiblemente un día se rebele
su Marta agazapada en su María.
Entonces,
cara y cruz por siempre unidas,
sin eses de costuras descocidas,
Martamaría cantará su dúo.
Pero
mientras no ocurra tal encuentro
es un búho que mira desde dentro
de un búho que está dentro de otro búho.
El abuelo Pepe
De
"Divertimentos. Poemas Humorísticos y varios"
La mano es la que recuerda...
La mano es la que recuerda
Viaja a través de los años,
desemboca en el presente
siempre
recordando.
Apunta, nerviosamente,
lo que vivía olvidado.
la mano de la
memoria,
siempre rescatándolo.
Las fantasmales imágenes
se irán solidificando,
irán diciendo
quién eran,
por qué regresaron.
Por qué eran carne de sueño,
puro material nostálgico.
La mano
va rescatándolas
de su limbo mágico.
De
"Cuaderno de Nueva York" 1998
La sombra
¿Todo en Él es presente:
el futuro, el pasado?
Lo que será y ha
sido
¿es actual en sus manos?
¿A un tiempo toca
la semilla y el
árbol?
¿En el brote ve el tronco
talado y abrasado?
Nos
contempla y ¿tan solo
puede llorar, llorarnos?
¿Nos tiene ya en su
gloria?
¿Nos tiene condenados?
¿Ve en nuestros pobres huesos
el
alba y el ocaso?
¿No puede detenernos
ni puede apresurarnos?
¿Llora por lo que tiene
que pasar (y ha pasado)?
¿Llora por lo que
ha sido
(por lo que aún no ha llegado)?
¿Nos arranca del tiempo
para que no suframos
nosotros, sus heridas
criaturas, esclavos
sombríos? ¿Nos ve ciegos
y no puede guiarnos?
De "Cuanto sé de mí"
1957-1959
Las nubes
Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas detrás de las nubes,
huellas que
se llevó el viento.
Buscas las manos
calientes,
los rostros de los que fueron,
el círculo donde yerran
tocando sus instrumentos.
Nubes que eran ritmo,
canto
sin final y sin comienzo,
campanas de espumas pálidas
volteando su secreto,
palmas de mármol,
criaturas
girando al compás del tiempo,
imitándole la vida
su
perpetuo movimiento.
Inútilmente interrogas
desde tus párpados ciegos.
¿Qué haces mirando a las nubes,
José
Hierro?
De "Cuanto sé de
mí" 1957-1959
Lear King en los claustros
Di que me amas. Di: «te
amo»,
dímelo por primera y por última vez.
Sólo: «te amo». No me
digas cuánto.
Son suficientes esas dos palabras.
«Más que a mi
salvación», dijo Regania.
«Más que a la primavera», dijo Gonerila.
(No sospechaba que mentían.)
Di que me amas. Di: «te amo»,
Cordelia, aunque me mientas,
aunque no sepas que te mientes.
Todo se ha diluido ya en el sueño.
La nave en que pasé la mar,
fustigada por los relámpagos,
era un sueño del que aún no he
despertado.
Vivo brezado por un sueño,
inerme en su viscosa
telaraña,
para toda la eternidad,
si es que la eternidad no es un
sueño también.
La tempestad me
arrebató al Bufón,
al pícaro azotado, deslenguado, insolente,
que
era mi compañero, era yo mismo,
reflejo mío en los espejos
cóncavos y convexos, que inventó Valle-Inclán.
Los brazos de las olas
me estrellaron
contra el acantilado y un buen día,
ya no recuerdo
cuándo, desperté
y hallé sobre la arena
piedras labradas con
primor,
sillares corroídos, lamidos y arañados
por los dientes y
garras de las algas.
Entonces, desatado del sueño,
comencé a
rehacer el mundo mío,
que se desperezaba bajo un sol diferente.
Y aquí está, al fin,
delante de mis ojos.
Oigo como jadea
con la disnea del agonizante,
del sobremuriente.
Espera a que tú llegues
y me digas «te amo».
Conservo aquí los cielos que viajaron conmigo:
grises torcaces de
Bretaña, cobaltos de Provenza,
índigos de Castilla.
Sólo tú eres
capaz de devolverles
la transparencia, la luminosidad
y la
palpitación que los hacían únicos.
Aquí están aguardándote.
Quiero oírte decir, Cordelia, «te amo».
Son las mismas palabras que
salieron
de labios de Regania y Gonerila,
no de su corazón. Más
tarde
se deshicieron de mis caballeros,
hijos del huracán,
bravucones, borrachos,
lascivos, pendencieros... Regresaron
al
silencio y a la nada.
La niebla disolvió sus armaduras,
sus
yelmos, sus escudos cincelados,
aquel hervor y desvarío
de
águilas, quimeras, unicornios,
efigies, delfines, grifos.
¿Por qué
reino cabalgan hoy sus sombras?
Mi reino por un «te
amo», sangrándote en la boca.
Mi eternidad por sólo dos palabras:
susúrralas o cántalas sobre un fondo real,
-agua de manantial sobre los guijos,
saetas que desgarran con su
zumbido el aire-
así la realidad hará que sean reales
las palabras
que nunca pronunciaste
-¡por qué nunca las pronunciaste!-
y que ultrasuenan en un punto
del tiempo y del espacio
del que
tengo que rescatarlas
antes de que me vaya.
Ven a decirme «te amo»;
no me importa que duren tus palabras
lo
que la humedad de una lágrima
sobre una seda ajada.
En esa paz reconstruida
-sé que es tan sólo un decorado-, represento
mi papel, es decir, finjo,
porque ya he despertado.
Ya no confundo
el canto de la alondra
con el del ruiseñor. Y aquí vivo esperándote
contando días y horas y estaciones.
Y cuando llegues, anunciada
por el sonido de las trompas
de mis
fantasmales cazadores,
sé que me reconocerás
por mi corona de oro
(a la que han arrancado
sus gemas las urracas ladronas),
por la
escudilla de madera que me legó el bufón
en la que robles y arces
depositan
su limosna encendida, su diezmo volandero,
el parpadeo
del otoño.
Ven pronto, el plazo ya
está a punto
de cumplirse. Y no me traigas flores
como si hubiese
muerto.
Ven antes de que me hunda
en el torbellino del sueño,
ven a decirme «te amo» y desvanécete en seguida.
Desaparece antes de que
te vea
nadando en un licor trémulo y turbio,
como a través de un
vidrio esmerilado,
antes de que te diga:
«Yo sé que te he querido
mucho,
pero no recuerdo quién eres».
De "Cuaderno de
Nueva York" 1998
Llegada al mar
Cuando
salí de ti, a mí mismo
me prometí que volvería.
Y he vuelto.
Quiebro con mis piernas
tu serena cristalería.
Es como ahondar en
los principios,
como embriagarse con la vida,
como sentir crecer
muy hondo
un árbol de hojas amarillas
y enloquecer con el sabor
de sus frutas más encendidas.
Como sentirse con las manos
en flor,
palpando la alegría.
Como escuchar el grave acorde
de la resaca y
de la brisa.
Cuando
salí de ti, a mí mismo
me prometí que volvería.
Era en otoño, y en
otoño
llego, otra vez, a tus orillas.
( De entre tus ondas el
otoño
nace más bello cada día. )
Y ahora
que yo pensaba en ti
constantemente, que creía...
( Las
montañas que te rodean
tienen hogueras encendidas.)
Y ahora
que yo quería hablarte,
saturarme de tu alegría...
( Eres un
pájaro de niebla
que picotea mis mejillas. )
Y ahora
que yo quería darte
toda mi sangre, que quería...
(Qué
bello, mar, morir en ti
cuando no pueda con mi vida.)
De
"Tierra sin nosotros" 1947
Lope.
La noche. Marta
He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido
(afuera deja sus
constelaciones).
«Buenas noches, Noche».
Pasa las páginas de
sombra
en las que todo está ya escrito.
Viene a pedirme cuentas.
«Salí al rayar el alba -digo-.
Lamía el sol las paredes leprosas.
Olía a vino, a miel, a jara»
(Deslumbrada por tanta claridad
ha entornado los ojos).
La llevan mis palabras por calles,
ascuas, no lo sé:
oye la plata de las campanadas.
Ante la puerta
de la iglesia
me callo, me detengo -entraría conmigo
si yo no me callase, si no me detuviera-;
yo sé bien lo que
quiere la Noche;
lo de todas las noches;
si no, por qué habría
venido.
Ya mi memoria no es lo que era. En la misa del alba
no dije
Agnus Dei qui tollis peccata mundi,
sino que dije
Marta Dei (ella es también cordero de Dios
que quita mis
pecados del mundo).
La Noche no podría comprenderlo,
y qué
decirle, y cómo, para que lo entendiese.
No me pregunta nada la Noche,
no me pregunta nada. Ella lo
sabe todo
antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa.
Ella ha oído
esos versos
que se escupen de boca en boca, versos
de un malaleche del Andalucía
-al que otro malaleche de solar
montañés
llamara «capellán del rey de bastos»-
en los que se hace
mofa de mí y de Marta,
amor mío, resumen de todos mis amores:
Dicho me han por una carta
que es
tu cómica persona
sobre los manteles,
mona
y entre las sábanas, Marta.
qué sabrá ese tahúr, ese amargado
lo que es amor.
La Noche trae
entre los pliegues de su toga
un polvillo de música, como el del ala
de la mariposa.
Una música hilada en la vihuela
del maestro del
danzar, nuestro vecino.
En la cocina la estará escuchando Marta;
danzará, mientras barre el suelo que no ve,
manchado de ceniza, de
aroma, de trigo candeal,
de jazmines, de estrellas, de papeles
rompidos.
Danza y barre Marta.
Pido a la Noche que se vaya. Hasta mañana, Noche.
Déjame que
descanse. Cuando amanezca regaré el jardín,
saldré después a decir
misa
-Deus meus, Deus meus, quare tristis est anima mea-
luego
volveré a casa, terminaré una epístola en tercetos,
escribiré unas
hojas
de la comedia que encargaron unos representantes.
Que las
cosas no marchan bien en el teatro,
y uno no puede dormirse en los
laureles.
Hasta mañana, Noche.
Tengo que dar la cena a Marta,
asearla,
peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro),
cuidar que no
alborote mis papeles,
que no apuñale las paredes con mis plumas
-mis bien cortadas plumas-,
tengo que confesarla. «Padre, vivo en
pecado»
(no sabe que el pecado es de los dos),
y dirá luego:
«Lope, quiero morirme»
(y qué sucedería si yo muriese antes que
ella).
Ego te absolvo.
Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla,
aventuras de olas, de
galeones, de arcabuces, de rumbos marinos,
de lugares vividos y
soñados: de lo que fue
y que no fue y que pudo ser mi vida.
Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.
De
"Agenda" 1991
Luz de tarde
Me da pena
pensar que algún día querré ver de nuevo este espacio,
tornar a este
instante.
Me da pena soñarme rompiendo mis alas
contra muros que
se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme.
Estas
ramas en flor que palpitan y rompen alegres
la apariencia tranquila
del aire,
esas olas que mojan mis pies de crujiente hermosura,
el
muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde,
ese blanco
pañuelo caído tal vez de unas manos,
cuando ya no esperaban que un
beso de amor las rozase...
Me da pena
mirar estas cosas, querer estas cosas, guardar estas cosas.
Me da
pena soñarme volviendo a buscarlas, volviendo a buscarme,
poblando
otra tarde como ésta de ramas que guarde en mi alma,
aprendiendo en
mí mismo que un sueño no puede volver otra vez a soñarse.
De
"Alegría" 1947
Madrigal
Lo más
hermoso, aquello
que no puede comprarse,
que vale, frente a un
copo de tu espuma,
si se sabe mirar,
frente a una pluma de
tormenta, rota
sobre tu orilla, frente
a tus platas y azules,
metales y cristales,
si se los sabe oler, gustar, tocar, oír...
Qué vale
nada lo que tú. Rebosa
la eternidad tu vaso,
llueve su vino sobre
nuestra carne.
Una concha roída
por los gusanos de tu mar, un
poco,
de cal, y bruma, y nácar,
pude hacernos llorar,
ensancha
las fronteras
del alma, desmorona
los muros negros de la realidad.
Qué vale nada, todo,
lo que tú, playa mía,
lirio de arena, selva
de círculos de oro,
túnica ardiente, pálida campana,
palacio
sumergido,
inolvidable...
De
"Cuanto sé de mí" 1957-1959
Marina impasible
Por primera vez, o por última,
soy libre...
Arbustos con espuelas
de marfil. Rocas oxidadas.
El otoño pliega
sus tonos
frente al crujido de las olas.
Por primera vez, o por
última.
Las gaviotas tocan sus oboes
de tormenta. Unos dedos verdes
hunden la luna en luz marina,
la tienden al pie del silencio.
Se
ha desnudado una mujer
y muestra sus luces mellizas;
al huir,
dispersa su paso
luminosa arena de estrellas.
Por primera vez, o
por última.
Tijeras de oro en el poniente.
Se enciende un violín ruiseñor
en el esqueleto del mar.
Garras de nubes estrangulan
el azul, y lo
hacen gemir.
Ojos fijos
en su tesoro,
presente inmóvil -sin recuerdos,
sin propósitos-,
soy ahora.
todo está sometido a un orden
que yo no entiendo. Pero
embarco
en la nave, y el marinero
me dirá su cantar, más tarde,
desde el éxtasis...
Por primera,
o por única vez, soy libre.
De
"Libro de las alucinaciones" 1964
Noche
Salió desnuda el alma
a quemarse en la hoguera.
¡Qué claras dan la sombra
las estrellas!
Se enredaba la noche
azul, entre las piernas.
Ocultas en los
chopos
bailaban las doncellas.
¡Qué anunciación, qué víspera
de
deshojar las nieblas
de dos en dos. Las brisas
de tres en tres!
Estrellas,
¡Qué claras dan la sombra
las estrellas!
De "Prehistoria
literaria" 1936-1944
Otoño
Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos dejaron caer al
camino.
Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos.
Ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.
Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar retumbando en tu
pecho infinito,
sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su cielo en las flores del vino,
para dar
alegría al que sabe que vive
de nuevo has venido.
Con el humo y el
viento y el canto y la ola temblando,
en tu gran corazón encendido.
De
"Quinta del 42" 1952
Para un esteta
Tú que hueles la flor
de la bella palabra
acaso no comprendas las
mías sin aroma.
Tú que buscas el agua transparente
no has de beber
mis aguas rojas.
Tú que sigues el vuelo
de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni
cómo vida y muerte -agua y fuego- hermanadas
van
socavando nuestra roca.
Perfección de la vida
que nos talla y dispone
para la perfección de la muerte remota.
Y
lo demás, palabras, palabras, y palabras,
¡ay, palabras maravillosas!
Tú que bebes el vino en
la copa de plata
no sabes el camino de la fuente que brota
en la
piedra. No sacias tu sed en agua pura
con tus dos manos como copa.
Lo has olvidado todo
porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano menor de cuanto
nombras.
Y olvidas las raíces ( «Mi Obra», dices ), olvidas
que
vida y muerte son tu obra.
No has venido a la
tierra a poner diques y orden
en el maravilloso desorden de las
cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin alzar
vallas a su gloria.
Nada te pertenece. todo
es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.
Y
hechos un solo río os vertéis en el mar
«que es el morir», dicen las
coplas.
No has venido a poner
orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con tu agua
transitoria.
Tu fin no está en ti mismo ( «Mi Obra», dices ), olvidas
que vida y muerte son tu obra.
Y que el cantar que hoy
cantas será apagado un día
por la música de otras olas.
De "Quinta del 42"
1952
Paseo
Sin ternuras, que entre
nosotros
sin ternuras nos entendemos.
Sin hablarnos, que las
palabras
nos desaroman el secreto.
¡Tantas cosas nos hemos dicho
cuando no era posible vernos!
¡Tantas cosas vulgares, tantas
cosas
prosaicas, tantos ecos
desvanecidos en los años,
en la oscura
entraña del tiempo!
Son esas fábulas lejanas
en las que ahora no
creemos.
Es octubre. Anochece.
Un banco
solitario. Desde él te veo
eternamente joven, mientras
nosotros nos vamos muriendo.
Mil novecientos treinta y ocho.
La
Magdalena. Soles. Sueños.
Mil novecientos treinta y nueve,
¡comenzar a vivir de nuevo!
Y luego ya toda la vida.
Y los años
que no veremos.
Y esta gente que va a
sus casas,
a sus trabajos, a sus sueños.
Y amigos nuestros muy
queridos,
que no entrarán en el invierno.
Y todo ahogándonos,
borrándonos.
Y todo hiriéndonos, rompiéndonos.
Así te he visto: sin
ternuras,
que sin ellas nos entendemos.
Pensando en ti como no
eres,
como tan solo yo te veo.
Intermedio prosaico para
soñar
una tarde de invierno.
De "Quinta del 42"
1952
Pecios de sombra
Hablaban
con bocas de sombra,
susurraban sucesos mágicos,
historias de
herrumbre y de musgo
(no sabían que estaban muertos,
y yo no
quería apenarlos).
Fui reconstruyendo sonidos
que en el sueño
significaban
para interpretarlos despierto
y atribuirlos a unos
labios.
(Quería
conocer el nombre
de quienes me hablaban en sueños:
la rosa no olería igual
si
su nombre no .fuese rosa.)
Rescaté, lúcido y sonámbulo,
los
vestigios que la marea
llevó a mi playa de despierto;
con ellos
construiría un puente
desde el soñar hasta el velar:
así tendrían
consistencia
las palabras impronunciables
que yo escuché cuando dormía,
fantasmal materia de sueño.
De
"Cuaderno de Nueva York" 1998
Pensamiento de amor
Dejé un instante de
pensarte. Había
sucedido algo en ti cuando volviste.
Venías más
nostálgico, más triste,
seco tu sol que iluminó mi día.
Alguien -sé quién- que
yo no conocía,
alguien que calza sueños de oro, y viste
almas
dolientes, te pensó. Caíste
al pozo donde muere la alegría.
¿Por qué fuiste
pensado, malherido,
pensamiento de amor? ¿Cómo han podido
pasarte el corazón de parte a parte?
¿Por qué volviste a mí,
sufriendo, a herirme?
¿No recuerdas que tengo que ser firme?
¿Es
que no ves que tengo que matarte?
De "Cuanto sé de mí"
1957
PreludioDespués de miles,
de millones de años,
mucho después
de que los dinosaurios se extinguieran,
llegaba a este lugar.
Lo acompañaban otros como él,
erguidos como él
(como él, probablemente, algo encorvados).
A partir de onomatopeyas ,
de monosílabos, gruñidos,
desarrolló un sistema de secuencias sonoras.
Podría así memorizar sucesos del pasado,
articular sus adivinaciones,
pues el presente -él lo intuía- no comienza ni finaliza
en sí mismo, sino que es punto de intersección
entre lo sucedido y lo por suceder,
llama entre la madera y la ceniza.
Los sonidos domesticados decían
mucho más de lo que decían
(originaban círculos concéntricos
-como la piedra arrojada al agua-
que se multiplicaban, se expandían,
se atenuaban hasta regresar a la lisura y el sosiego):
y todos percibían su esencia misteriosa
que no sabían descifrar.
Con
reverencia temerosa
escuchaban mensajes tan incomprensibles
como los de la llama, la ola, el trueno
(tal vez con la misma inquietud con que escuchamos al doctor
que diagnostica nuestro mal
utilizando tecnicismos nunca oídos,
de manera que no sabemos
si -impasible y profesional-
es nuestra muerte lo que anuncia
o es la vida).
Nadie comprendió entonces sus palabras.
Por eso andan, ahora, las palabras
pasando por los vientos,
ávidas de que alguno las recoja
siglos después de pronunciadas.
Y aquí están aguardando que alguno las escuche,
aquí en el lugar mismo en donde fueron pronunciadas,
aquí donde confluyen
Broadway y la Séptima Avenida.
Fue aquí donde él me vio,
donde narró la crónica
de este instante en que estoy evocándolo.
Aquí, entre anuncios luminosos,
en la ciudad de Nueva York.
De "Cuaderno de Nueva York" 1998
Presto
De todos
los que vi (se sucedían
fatalmente), de todos los que vi,
todos
aquellos que solicitaron
-de quienes yo solicité- ternura,
calor,
ensueño, olvido o lágrimas...
De todos esos en los que viví,
por qué tenias que ser tú, retama
matinal, estival, voz derruida,
perro sin amo, espuma levantada
hacia las noches, agua de recuerdo,
gota de sombra, dedos que sostienen
un pétalo de sol... por qué
tenías,
ciega, precisamente que ser tú...
De todos los que vi, por qué tenías
que ser tú, leño que
sobrenadabas...
Por qué tenías que ser tú, muralla
de ceniza,
madera del olvido...
Por qué
tenías que ser tú, precisa-
mente tú, con el nombre diluido,
con
los ojos borrados, con la boca
carcomida, lo mismo que una estatua
limada por los siglos y las lluvias...
De todos los que vi,
desenterrados
de las mañanas y los cielos grises...
De todos,
todos, todos, por qué habías
de ser tú sólo quien me entristeciese,
quien se me levantase, puño de ola,
me golpease el corazón, con esos
instantes sin nosotros, caracolas
duras, vacías, donde suena el mar
de otros planetas...
Modelada en sombra
y en olvido, tenias que ser tú,
melancolía,
quien resucitase...
De
"Quinta del 42" 1952
RazonesNo vives ya de
ainrazones.
¿Tan
sola estabas, alma mía?
El alba nueva no traía,
para acunarte, sus
canciones.
Llega la
luz de otras regiones
sin la hermosura que solía.
Mala alegría es
la alegría
que nos abrasa los corazones.
¿Dentro de
ti la buscas? ¿Llevas
dentro de ti su llama? ¿Elevas
de tu noche
su mediodía?
¿Has de
matar todas las cosas?
¿Cortar, para olerlas, las rosas?
¿Tan sola
estabas, alma mía?
De
"Alegría" 1948
Recuerdo del mar
¡Cómo te agitas bajo
nubes grises,
lámina fina de metal de infancia!
¡Cómo tu rabia, corazón de
niebla,
rompe la brida!
Cómo te miro con mis
pobres ojos!
¡Qué imagen tuya la que inventa el sueño!
¡Qué lentamente te
deshace el aire,
roto en pedazos!
Tú que guardabas en
cristal salado
vivos retratos que ondulaba el viento;
tú que arrancabas en el
alba fina
sones al alma,
tú que nutrías con tu
amarga leche
sombras de playas, olvidados pasos,
ansia de ser sobre tu
vientre verde,
locos piratas,
has ido ahogando
temblorosamente
sombras que hundieron en tu paz sus ojos.
Hoy tu recuerdo, como
lluvia fresca,
moja mi frente.
Si ahora volviera a
recorrer tu orilla,
si ahora en tu cuerpo me volcara todo,
si
ahora tu cuerpo le prestara al mío
frescos harapos,
si yo desnudo, si
cansado, ahora,
más hijo tuyo, ahora, si el otoño
vuelto a mi lado me trajera el
tibio
pan en el pico.
-lámina fina de metal
de infancia-,
todo olvidado quedaría, todo:
látigos, cuerdas con que me
azotabas,
vientos que mugen.
Todo sería nuevamente
hermoso,
aunque tu garra me arañase el cuerpo,
aunque al tornar tuvieran
tus mañanas
soles más negros.
De "Tierra sin
nosotros" 1947
Recuerdos
Aquello era hermoso. ¿ Te acuerdas de como las flores nacían?
¿De cómo traía el ocaso su rojo clavel en la boca?
¿De un hombre que todas las tardes tocaba el violín a la puerta?
¿Del soñar cotidiano que daba sus llamas al alma en la sombra?
¿Te acuerdas de aquello? Aquello era hermoso.
Yo no sé si tú vuelves conmigo y conmigo lo evocas.
¡Tan alegre pasar, desgarrando el eterno momento,
pisoteando, sin verlas, las rosas!
Hay un instante que todo lo puede, que salta los días
y vive presente en el cielo dorado de nuestra memoria.
¿Por qué no ha de ser ese instante
el que ya para siempre te colme las horas?
¿Te acuerdas de aquello? Aquello era hermoso.
Todas las cosas que son, son hermosas
aunque sepamos de fijo que acaban y mueren un día,
que pasan rozando las vidas y nunca retornan.
¿Te acuerdas de aquello?
La juventud nos cantaba, nos canta, su canto de gloria.
Aquello era hermoso: pasar sin pensar, y soñar sin llegar,
aceptar sin jamás preguntar por la mano que dio la limosna.
Y yo te pregunto. Y acaso esta brisa que mueve la hierba
me da tu respuesta, me dice la oscura palabra que nunca se nombra.
De "Alegría" 1947
Respuesta
Quisiera que tú me
entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que
se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras
como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.
Me preguntas, amigo, y
no sé qué respuesta he de darte,
hace ya mucho tiempo aprendí hondas
razones que tú no comprendes.
Revelarlas quisiera, poniendo en
mis ojos el sol invisible,
la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.
Me preguntas, amigo, y
no sé qué respuesta he de darte.
Siento arder una loca alegría en la
luz que me envuelve.
Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,
yo
quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese.
Criatura también de alegría quisiera que fueras,
criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.
Si ahora yo te dijera
que había que andar por ciudades perdidas
y llorar en sus calles
oscuras sintiéndote débil,
y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,
y sentirte
hecho de aire y de nube y de hierba muy verde...
Si ahora yo te dijera
que es tu vida esa roca en que rompe la ola,
la flor misma que
vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste,
aquel hombre que va
por el campo nocturno llevando una antorcha,
aquel niño que azota la
mar con su mano inocente...
Si yo te dijera estas
cosas, amigo,
¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,
qué olores,
colores, sabores, contactos, sonidos?
Y ¿cómo saber si me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo
sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo
ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,
poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?
Sin palabras, amigo;
tenía que ser sin palabras como tú me entendieses.
De "Alegría" 1947
Segundo amor
No quiero
que desgranes tu pasado en mis manos,
porque sólo el presente ofrece
carne viva.
Sería, recordar, sentir dolores de otros
doliendo en
nuestras vidas.
Serenidad.
Se siente el otoño en el alma
caer, con la tristeza de su razón
cumplida.
A qué mirar adentro, a la espalda, pensar
en la luz que
declina.
Quisiera
preguntarte; pero yo me someto.
Contengo la pregunta con la mano en
la herida.
No quiero que desgranes tu pasado, que tornes
a lo que
no se olvida.
De "Libro de las alucinaciones" 1964
Serenidad
(Lectura de madrugada)
Serenidad,
tú para el muerto,
que yo estoy vivo y pido lucha.
Otros habrá que
te deseen:
ésos no saben lo que buscan.
Si se durmieran nuestras
almas,
si las tuviéramos maduras
para mirar inconmovibles,
para
aceptar sin amargura,
para no ver la vida en torno
apasionadamente
nunca,
duros y fríos, como piedra
que sopla el viento y no la
muda...
Almas
claras. Ojos despiertos.
Oídos llenos de la música
del dolor. Los
dedos felices,
aunque los hieran las agudas
espinas. Todo el sabor
agrio
de la vida, en la lengua.«Nunca
podrás mojar tu pie en el río
en que ayer lo mojaste. Busca
la eternidad, vive en la alta
contemplación de su figura.»
Palabrería
de los libros
de la que deja el alma turbia.
Serenidad que se nos
vende
por librarnos de la tortura,
por llenarnos de sueño el alma
y rodeárnosla de bruma.
Serenidad, tú para el muerto.
El hombre es
hombre, y no le asusta
saber que el viento que hoy le canta
no
volverá a cantarle nunca.
Serenidad, no te me entregues
ni te des
nunca,
aunque te pida de rodillas
que me libertes de mi angustia.
Será que vivo sin saberlo
o que deserto de la lucha.
Tú no me
escuches, no me eleves
hasta tu cumbre de luz única.
Palabrería
de los libros
de la que deja el alma turbia.
Yo también me hago un
poco libro,
me duermo el alma...Luz difusa.
La madrugada se desgaja
agria y azul, como una fruta.
Cantan los pinos a lo lejos.
Un niño
llora. Las desnudas
mujeres y hombres silenciosos
salen despacio
de las últimas
sombras. Los pájaros me esperan.
Se alzan las olas.
(Me preguntan
por qué.) Campanas... (Ayer niebla,
hoy claro sol y
luego lluvia...)
¿Por qué? Las hojas se estremecen...
Voy inundándome de música.
De
"Tierra sin nosotros" 1947
Si soñaras siempre, si amaras...
Si soñaras
siempre, si amaras
olvidándote, abandonándote...
Pensaría
por ti las cosas
dejando que me las soñases.
Con mi velar y tu
soñar
el camino sería fácil.
Yo daría los nombres justos
a los sueños que deshojases.
Encontraría para ellos
la voz que los encadenase,
la forma exacta,
la palabra
que los llena de claridades.
Me acercaría hasta ti como
si fueses una orilla madre.
Y qué descanso dar al alma
sombras que el alma apenas sabe.
Yo no diría de ti: era
blanca y hermosa y joven y ágil;
tenía bellos ojos tristes
abiertos sólo a realidades
Yo diría de ti: es mi fresca
raíz que de los sueños nace,
la
música de mis palabras,
el hondo canto inexplicable,
la prodigiosa
primavera
que en las hojas recientes arde,
el corazón caliente que
ama
olvidándose, abandonándose.
Tú lo
sabrás un día. Entonces
será demasiado tarde.
De
"Alegría" 1947
Sólo
materia de sombras...
Sólo
materia de sombras,
criaturas de la noche,
nubes espectrales,
seres
dolorosamente informes,
visiones o pesadillas
llegadas no sé de dónde,
ráfagas
resucitadas
que fueron mujeres y hombres,
que tuvieron carne y sueños
donde anidaban los soles
y ahora
son sólo penumbra,
ríos de negros acordes,
tristezas desenterradas,
pesadillas o visiones,
llamando
siempre a la puerta
de quienes no los conocen.
De
"Cuaderno de Nueva York" 1998
Soneto
Para Paula
Es una
rubia furia desatada,
gatea, sube y baja, embiste, grita.
Cléndula
que araña, uñas de pita,
torito bravo, más: una manada.
Comedora
de flores desmadrada,
Vesubio en miniatura. Es la rayita
que no
cesa, pimienta y dinamita,
torbellinita desencadenada.
¿La
imagináis durmiendo una muñeca?
La Bubu es domadora, es carateca,
pulgón y filoxera de la vida.
¡Ay madre
mía, cuando tenga dientes!
Prepárense sus deudos y parientes.
(Y
aún creen sus padres que esto es una niña!)
Güelu
De
"Divertimentos. Poemas Humorísticos y varios"
Teoría y alucinación de Doublin
I. Teoría
Un
instante vacío
de acción puede poblarse solamente
de nostalgia o
de vino.
Hay quien lo llena de palabras vivas,
de poesia (acción
de espectros, vino con remordimiento).
Cuando la
vida se detiene,
se escribe lo pasado o lo imposible
para que los
demás vivan aquello
que ya vivió (o que no vivió) el poeta.
Él no
puede dar vino,
nostalgia a los demás: sólo palabras.
Si les
pudiese dar acción...
La poesia
es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar
árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje
los objetos
que duermen en la playa.
La poesia es como el viento,
o como el fuego, o como el mar:
da apariencia de vida
a lo
inmóvil, a lo paralizado.
Y el leño que arde,
las conchas que las
olas traen o llevan,
el papel que arrebata el viento,
destellan
una vida momentánea
entre dos inmovilidades.
Pero los que están vivos,
los henchidos de acción,
los
palpitantes de nostalgia o vino,
esos... felices, bienaventurados,
porque no necesitan las palabras,
como el caballo corre, aunque no
sople el viento,
y vuela la gaviota, aunque esté seco el mar,
y el
hombre llora, y canta,
proyecta y edifica, aun sin el fuego.
II. Alucinación
Me acuerdo de los
árboles de Dublín.
(Imaginar y recordar
se superponen y confunden;
pueblan,
entrelazados, un instante
vacío con idéntica emoción.
Imaginar y
recordar...)
Me acuerdo de los árboles de Dublín...
Alguien los vive y los
recuerdo yo.
De los árboles caen hojas doradas
sobre el asfalto de
Madrid.
Crujen bajo mis pies, sobre mis hombros,
acarician mis
manos,
quisieran exprimirme el corazón.
No sé si lo consiguen...
Imaginar y recordar...
Hay un momento que no es mío,
no sé si
en el pasado, en el futuro,
si en lo imposible... Y lo acaricio, lo
hago
presente, ardiente, con la poesia.
No sé si lo recuerdo o lo imagino.
(Imaginar y recordar me llenan
el instante vacío.)
Me asomo a la ventana.
Fuera no es Dublín lo
que veo,
sino Madrid. Y, dentro, un hombre
sin nostalgia, sin
vino, sin acción,
golpeando la puerta.
Es un espectro
que persigue a otro espectro del pasado:
el
espectro del viento, de la mar,
del fuego -ya sabéis de qué hablo-,
espectro
que pueda hacer que cante, hacer que vibre
su corazón,
para sentirse vivo.
De "Libro de las alucinaciones" 1964
Variaciones sobre el instante eterno
Por qué te
olvidas y por qué te alejas
del instante que hiere con su lanza.
Por qué te ciñes de desesperanza
si eres muy joven, y las cosas
viejas.
Las
orillas que cruzas las reflejas;
pero tu soledad de río avanza.
Bendita forma que en tus aguas danza
y que en olvido para siempre
dejas.
Por qué
vas ciego, rompes, quemas, pisas,
ignoras cielos, manos, piedras,
risas.
Por qué imaginas que tu luz se apaga.
Por qué no
apresas el dolor errante.
Por qué no perpetúas el instante
antes
de que en tus manos se deshaga.
De
"Alegría" 1947
Vida
A Paula Romero
Después de
todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito «¡Todo!», y el
eco dice «¡Nada!»
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!»
Ahora sé
que la nada lo era todo.
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que
fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era
la nada.)
Qué más da que la nada
fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto
todo para nada.
De "Cuaderno de
Nueva York" 1998
Villancico en Central Park
Mañanicas floridas
del frío invierno
recordad a mi niño
que duerme al hilo.
Lope de Vega
Vistió la noche, copo a copo,
pluma a pluma,
lo que fue llama y oro,
cota de malla del guerrero otoño
y ahora
es reino de la blancura.
¿Qué hago yo, profanando, pisando
tan
fragilísimo plumaje?
Y arranco con mis manos
un puñado, un pichón
de nieve,
y con amor, y con delicadeza y con ternura
lo acaricio,
lo acuno, lo protejo.
Para que no llore de frío.
De
"Cuaderno de Nueva York" 1998
Yepes cocktail
Juan de la Cruz, dime si merecía
la pena descolgarte, por la noche,
de tu prisión al Tajo, ser herido
por las palabras y las disciplinas,
soportar corazones, bocas, ojos
rigurosos, beber la soledad...
-¡Otro
whisky? ...
La pelirroja
-caderas anchas, ojos verdes-
ofrece ginebra a un
amigo.
hombros y pechos le palpitan
en el reír.
¡Oh llama de amor viva,
que dulcemente hieres!...
Junto al embajador de China.
detrás de la cantante sueca,
del
agregado militar
de Estados Unidos de América.
Juan de la Cruz
bebe un licor
de luz de miel...
(Dime si merecía
la pena, Juan de Yepes, vadear
20 noches,
llagas, olvidos, hielos, hierros,
adentrar en la nada el cuerpo,
hacer
que de él nacieran las palabras vivas,
en silencio y
tristeza, Juan de Yepes...
Amor, llama, palabras: poesia,
tiempo
abolido... Di si merecía
la pena para esto...)
El aplaudido
autor con el puro del éxito,
la amiguita del
productor
velando su pudor de nylon.
las mejillas que se aproximan
femeninamente: «Mi
rouge
mancha, preciosa...» (Mancha amor
cuando en las bocas
no hay amor.)
(Juan de la Cruz, dime si merecía
la pena padecer con fuego y
sombra,
beber los zumos de la pesadumbre,
batir la carne contra el
yunque, Juan
de Yepes, para esto... Vagabundo
por el amor, y
huérfano de amor...)
De "Libro de
las alucinaciones" 1964
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...