Al que ingrato me
deja, busco amante...
Amor empieza por
desasosiego...
Con el dolor de la mortal
herida...
Cuando mi error y tu
vileza veo...
Detente, sombra de mi
bien esquivo...
Dime vencedor rapaz...
Dos dudas en qué escoger...
En perseguirme, mundo,
¿Qué interesas?
Esta tarde, mi
bien, cuando te hablaba...
Este amoroso tormento...
Éste que ves, engaño
colorido...
Estos versos, lector mío...
Feliciano me adora y le
aborrezco...
Finjamos que soy feliz...
Hombres necios que acusáis...
(Redondillas)
Incendio
Inés, cuando te riñen
por bellaca...
Miró Celia una rosa...
Primero sueño
Que no me quiera
Fabio al verse amado...
¿Qué pasión, Porcia, qué dolor tan ciego...
Rosa divina, que en
gentil cultura...
Verde embeleso de la vida
humana...
Yo no puedo tenerte ni
dejarte...
Al que ingrato me deja, busco
amante...
Al que ingrato
me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de
amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.
Si a éste pago,
padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz
me veo.
Pero yo, por
mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.
Amor empieza por desasosiego...
Amor empieza
por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y
recelos;
susténtase de llantos y de ruego.
Doctrínanle
tibiezas y despego,
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o
con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.
Su principio,
su medio y fin es éste:
¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia, que otro tiempo bien te quiso?
¿Qué razón hay
de que dolor te cueste?
Pues no te engañó amor, Alcino mío,
sino
que llegó el término preciso.
Con el dolor de la mortal herida...
Con el dolor de
la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba,
y por ver si la muerte se
llegaba
procuraba que fuese más crecida.
Toda en el mal
el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.
Y cuando, al
golpe de uno y otro tiro
rendido el corazón, daba penoso
señas
de dar el último suspiro,
No sé con qué
destino prodigioso
volví a mi acuerdo y dije: qué me admiro?
Quién en amor ha sido más dichoso?
Cuando mi error y tu
vileza veo...
Cuando mi error y tu vileza veo,
contemplo, Silvio, de mi amor errado,
cuán grave es la malicia del pecado,
cuán violenta la fuerza de un deseo.
A mi misma memoria apenas creo
que pudiese caber en mi cuidado
la última línea de lo despreciado,
el término final de un mal empleo.
Yo bien quisiera, cuando llego a verte,
viendo mi infame amor poder negarlo;
mas luego la razón justa me advierte
que sólo me remedia en publicarlo;
porque del gran delito de quererte
sólo es bastante pena confesarlo.
Detente, sombra de mi bien
esquivo...
Detente, sombra
de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella
ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de
tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para
qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no
puedes satisfecho
de que triunfa de mí tu tiranía;
que aunque dejas burlado el
lazo estrecho
que tu forma
fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi
fantasía.
Dime vencedor rapaz...
Dime vencedor rapaz,
vencido de mi constancia,
¿qué ha sacado tu arrogancia
de alterar mi firme paz?
Que aunque de vencer capaz
es la punta de tu arpón,
¿qué importa el tiro violento,
si a pesar del vencimiento
queda viva la razón?
Tienes grande señorío;
pero tu jurisdicción
domina la inclinación,
mas no pasa el albedrío.
Y así librarme confío
de tu loco atrevimiento,
pues aunque rendida siento
y presa la libertad,
se rinde la voluntad
pero no el consentimiento.
En dos partes dividida
tengo el alma en confusión:
una, esclava a la pasión,
y otra, a la razón medida.
Guerra civil, encendida,
aflige el pecho importuna:
quiere vencer cada una,
y entre fortunas tan varias,
morirán ambas contrarias
pero vencerá ninguna.
Cuando fuera, amor, te vía,
no merecí de ti palma;
y hoy, que estás dentro del alma,
es resistir valentía.
Córrase, pues, tu porfía,
de los triunfos que te gano:
pues cuando ocupas, tirano,
el alma, sin resistillo,
tienes vencido el castillo
e invencible el castellano.
Invicta razón alienta
armas contra tu vil saña,
y el pecho es corta campaña
a batalla tan sangrienta.
Y así, amor, en vano intenta
tu esfuerzo loco ofenderme:
pues podré decir, al verme
expirar sin entregarme,
que conseguiste matarme
mas no pudiste vencerme.
Dos dudas en qué escoger ...
Dos dudas en
qué escoger
tengo, y no sé a cual prefiera,
pues vos sentís que no
quiera
y yo sintiera querer.
Con que si a cualquiera lado
quiero inclinarme, es forzoso
quedando el uno gustoso
que otro quede disgustado.
Si daros gusto me ordena
la obligación, es injusto
que por
daros a vos gusto
haya yo de tener pena.
Y no juzgo que habrá quien
apruebe sentencia tal,
como que me
trate mal
por trataros a vos bien.
Mas por otra parte siento
que es también mucho rigor
que lo
que os debo en amor
pague en aborrecimiento.
Y aun irracional parece
este
rigor, pues se infiere,
si aborrezco a quien me quiere
¿qué haré
con quien aborrezco?
No sé cómo despacharos,
pues hallo al determinarme
que amaros
es disgustarme
y no amaros disgustaros;
pero dar un medio justo
en estas dudas pretendo,
pues no
queriendo, os ofendo,
y queriéndoos me disgusto.
Y sea ésta la sentencia,
porque no os podáis quejar,
que entre
aborrecer y amar
se parta la diferencia,
de modo que entre el rigor
y el
llegar a querer bien,
ni vos encontréis desdén
ni yo pueda
encontrar amor.
Esto el discurso aconseja,
pues con esta conveniencia
ni yo
quedo con violencia
ni vos os partís con queja.
Y que estaremos infiero
gustosos con lo que ofrezco;
vos de
ver que no aborrezco,
yo de saber que no quiero.
Sólo este medio es bastante
a ajustarnos, si os contenta,
que
vos me logréis atenta
sin que yo pase a lo amante,
y así quedo en mi entender
esta vez bien con los dos;
con
agradecer, con vos;
conmigo, con no querer.
Que aunque a nadie llega a darse
en este gusto cumplido,
ver
que es igual el partido
servirá de resignarse.
En perseguirme, Mundo, ¿qué
interesas?
En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo
intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento
en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más
contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en
las riquezas.
Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.
Esta tarde, mi bien, cuando te
hablaba...
Esta tarde, mi
bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;
yAmor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el
dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de
rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni
el vil recelo tu quietud contraste
con sombras
necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
Este amoroso tormento...
Este amoroso tormento
que en mi corazón se ve
sé que lo siento, y
no sé
la causa porque lo siento.
Siento una grave agonía
por lograr un devaneo,
que empieza
como deseo
y para en melancolía.
Y cuan con más terneza
mi infeliz estado lloro,
sé que estoy
triste e ignoro
la causa de mi tristeza.
Siento un anhelo tirano
por la ocasión a que aspiro,
y cuando
cerca lo miro
yo mismo aparto la mano.
porque, si acaso se ofrece,
después de tanto desvelo,
la
desazona el recelo
o el susto la desvanece.
Y si alguna sin susto
consigo tal posesión,
que cualquier leve
ocasión
me malogra todo el gusto,
Siento mal del mismo bien
con receloso temor,
y me obliga el
mismo amor
tal vez a mostrar desdén.
Cualquier leve ocasión labra
en mi pecho, de manera,
que el
que imposibles venciera
se irrita de una palabra.
Con poca causa ofendida,
suelo, en mitad de mi amor,
negar un
leve favor
a quien le diera la vida.
Ya sufrida, ya irritada,
con contrarias penas lucho,
que por
él sufriré mucho
y con él sufriré nada.
No sé en que lógica cabe
el que tal cuestión se pruebe,
que
por él lo grave es leve,
y con él lo leve es grave.
Sin bastantes fundamentos
forman mis tristes cuidados,
de
conceptos engañados,
un monte de sentimientos;
y en aquel fiero conjunto
hallo, cuando se derriba,
que
aquella máquina altiva
sólo estribaba en un punto.
Tal vez el dolor me engaña
y presumo, sin razón,
que no habrá
satisfacción
que pueda templar mi saña;
y cuando a averiguar llego
el agravio porque riño,
es como
espanto de niño
que para en burlas y juego.
Y aunque el desengaño toco,
con la misma pena lucho,
de ver
que padezco mucho
padeciendo por tan poco.
A vengarse se abalanza
tal vez el alma ofendida;
y después
arrepentida,
toma de mí otra venganza.
Y si al desdén satisfago,
es con tan ambiguo error,
que yo
pienso que es rigor
y se remata en halago.
Hasta el labio desatento
suele, equívoco, tal vez,
por usar de
la altivez
encontrar el rendimiento.
Cuando por soñada culpa
con más enojo me incito,
yo le
acrimino el delito
y le busco la disculpa.
No huyo el mal ni busco el bien,
porque, en mi confuso error,
ni me asegura el amor
ni me despecha el desdén.
En mi ciego devaneo,
bien hallada contra mi engaño,
solicito
el desengaño
y no encontrarlo deseo.
Si alguno mis quejas oye,
más a decirlas me obliga
porque me
las contradiga,
que no porque las apoye.
Porque si con la pasión
algo contra mi amor digo,
es mi mayor
enemigo
quien me concede la razón.
Y si acaso en mi provecho
hallo la razón propicia,
me embaraza
la justicia
y ando cediendo el derecho.
nunca hallo gusto cumplido,
porque, entre alivio y dolor,
hallo culpa en el amor
y disculpa en el olvido.
estro de mi pena dura
es algo del dolor fiero;
y mucho más no
refiero
porque pasa de locura.
Si acaso me contradigo
en este confuso error,
aquél que
tuviere amor
entenderá lo que digo.
Éste que ves, engaño colorido...
Éste que ves,
engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de
colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien
la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y
venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del
cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el
hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien
mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
Estos versos, lector mío...
Estos versos, lector mío,
que a tu deleite consagro,
y sólo tienen de buenos
conocer yo que son malos,
ni disputártelos quiero,
ni quiero recomendarlos,
porque eso fuera querer
hacer de ellos mucho caso.
No agradecido te busco:
pues no debes, bien mirado,
estimar lo que yo nunca
juzgué que fuera a tus manos.
En tu libertad te pongo,
si quisieres censurarlos;
pues de que, al cabo, te estás
en ella, estoy muy al cabo.
No hay cosa más libre que
el entendimiento humano;
pues lo que Dios no violenta,
por qué yo he de violentarlo?
Di cuanto quisieres de ellos,
que, cuanto más inhumano
me los mordieres, entonces
me quedas más obligado,
pues le debes a mi musa
el más sazonado plato
(que es el murmurar), según
un adagio cortesano.
Y siempre te sirvo, pues,
o te agrado, o no te agrado:
si te agrado, te diviertes;
murmuras, si no te cuadro.
Bien pudiera yo decirte
por disculpa, que no ha dado
lugar para corregirlos
la priesa de los traslados;
que van de diversas letras,
y que algunos, de muchachos,
matan de suerte el sentido
que es cadáver el vocablo;
y que, cuando los he hecho,
ha sido en el corto espacio
que ferian al ocio las
precisiones de mi estado;
que tengo poca salud
y continuos embarazos,
tales, que aun diciendo esto,
llevo la pluma trotando.
Pero todo eso no sirve,
pues pensarás que me jacto
de que quizá fueran buenos
a haberlos hecho despacio;
y no quiero que tal creas,
sino sólo que es el darlos
a la luz, tan sólo por
obedecer un mandato.
Esto es, si gustas creerlo,
que sobre eso no me mato,
pues al cabo harás lo que
se te pusiere en los cascos.
Y adiós, que esto no es más de
darte la muestra del paño:
si no te agrada la pieza,
no desenvuelvas el fardo.
Feliciano me adora y le
aborrezco...
Feliciano me
adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por
quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco:
a quien más me
desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro
y al que le hace desprecios enriquezco;
si con mi
ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí ofendido
y
al padecer de todos modos vengo;
pues ambos
atormentan mi sentido;
aquéste con pedir lo que no tengo
y aquél con no tener lo que le
pido.
Finjamos que soy feliz...
Finjamos que
soy feliz,
triste pensamiento, un rato;
quizá podréis persuadirme,
aunque yo sé lo contrario,
que pues sólo en la aprehensión
dicen que estriban los daños,
si os imagináis dichoso
no seréis tan desdichado.
Sírvame el entendimiento
alguna vez de descanso,
y no siempre
esté el ingenio
con el provecho encontrado.
Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios,
que lo que
el uno que es negro
el otro prueba que es blanco.
A unos sirve de atractivo
lo que otro concibe enfado;
y lo que
éste por alivio,
aquél tiene por trabajo.
El que está triste, censura
al alegre de liviano;
y el que
esta alegre se burla
de ver al triste penando.
Los dos filósofos griegos
bien esta verdad probaron:
pues lo
que en el uno risa,
causaba en el otro llanto.
Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,
sin que cuál
acertó, esté
hasta agora averiguado.
Antes, en sus dos banderas
el
mundo todo alistado,
conforme el humor le dicta,
sigue cada cual
el bando.
Uno dice que de risa
sólo es digno el mundo vario;
y otro, que
sus infortunios
son sólo para llorados.
Para todo se halla prueba
y razón en qué fundarlo;
y no hay
razón para nada,
de haber razón para tanto.
Todos son iguales jueces;
y siendo iguales y varios,
no hay
quien pueda decidir
cuál es lo más acertado.
Pues, si no hay quien lo sentencie,
¿por qué pensáis, vos,
errado,
que os cometió Dios a vos
la decisión de los casos?
O ¿por qué, contra vos mismo,
severamente inhumano,
entre lo
amargo y lo dulce,
queréis elegir lo amargo?
Si es mío mi entendimiento,
¿por qué siempre he de encontrarlo
tan torpe para el alivio,
tan agudo para el daño?
El discurso es un acero
que sirve para ambos cabos:
de dar
muerte, por la punta,
por el pomo, de resguardo.
Si vos, sabiendo el peligro
queréis por la punta usarlo,
¿qué
culpa tiene el acero
del mal uso de la mano?
No es saber, saber hacer
discursos sutiles, vanos;
que el
saber consiste sólo
en elegir lo más sano.
Especular las desdichas
y examinar los presagios,
sólo sirve
de que el mal
crezca con anticiparlo.
En los trabajos futuros,
la atención, sutilizando,
más
formidable que el riesgo
suele fingir el amago.
Qué feliz es la ignorancia
del que, indoctamente sabio,
halla
de lo que padece,
en lo que ignora, sagrado!
No siempre suben seguros
vuelos del ingenio osados,
que buscan
trono en el fuego
y hallan sepulcro en el llanto.
También es vicio el saber,
que si no se va atajando,
cuando
menos se conoce
es más nocivo el estrago;
y si el vuelo no le abaten,
en sutilezas cebado,
por cuidar de
lo curioso
olvida lo necesario.
Si culta mano no impide
crecer al árbol copado,
quita la
sustancia al fruto
la locura de los ramos.
Si andar a nave ligera
no estorba lastre pesado,
sirve el
vuelo de que sea
el precipicio más alto.
En amenidad inútil,
¿qué importa al florido campo,
si no halla
fruto el otoño,
que ostente flores el mayo?
¿De qué sirve al ingenio
el producir muchos partos,
si a la
multitud se sigue
el malogro de abortarlos?
Y a esta desdicha por fuerza
ha de seguirse el fracaso
de
quedar el que produce,
si no muerto, lastimado.
El ingenio es como el fuego,
que, con la materia ingrato,
tanto la consume más
cuando él se ostenta más claro.
Es de su propio Señor
tan rebelado vasallo,
que convierte en
sus ofensas
las armas de su resguardo.
Este pésimo ejercicio,
este duro afán pesado,
a los ojos de
los hombres
dio Dios para ejercitarlos.
¿Qué loca ambición nos lleva
de nosotros olvidados?
Si es para
vivir tan poco,
¿de qué sirve saber tanto?
¡Oh, si como hay de saber,
hubiera algún seminario
o escuela
donde a ignorar
se enseñaran los trabajos!
¡Qué felizmente viviera
el que, flojamente cauto,
burlara las
amenazas
del influjo de los astros!
Aprendamos a ignorar,
pensamiento, pues hallamos
que cuanto
añado al discurso,
tanto le usurpo a los años.
Hombres necios que acusáis...
(Redondillas)
Hombres necios
que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo
mismo que culpáis:
si con ansia
sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si la
incitáis al mal?
Cambatís su
resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo
la diligencia.
Parecer quiere
el denuedo
de vuestro parecer loco
el niño que pone el coco
y luego le
tiene miedo.
Queréis, con
presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la
posesión, Lucrecia.
¿Qué humor
puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y
siente que no esté claro?
Con el favor y
desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
Siempre tan
necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y a otra
por fácil culpáis.
¿Pues como ha
de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?
Mas, entre el
enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y
quejaos en hora buena.
Dan vuestras
amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las
queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor
culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega
de caído?
¿O cuál es más
de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el
que paga por pecar?
Pues ¿para qué
os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas
cual las buscáis.
Dejad de
solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os
fuere a rogar.
Bien con muchas
armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.
Incendio
Afuera, afuera, ansias mías;
no el respeto os embarace:
que es
lisonja de la pena
perder el miedo a los males.
Salgan signos a la boca
de lo que el corazón arde,
que nadie,
nadie creerá el incendio
si el humo no da señales.
El que su cuidado estima,
sus sentimientos no calle;
que no es
muy valiente el preso
que no quebranta la cárcel.
Afuera, afuera ansias mías;
no el respeto os embarace:
que
nadie, nadie creerá el incendio
si el humo no da señales.
Salgan signos a la boca
de lo que el corazón arde,
que no es
muy valiente el preso
que no quebranta la cárcel.
Inés, cuando te riñen
por bellaca...
Inés, cuando te riñen por bellaca,
para disculpas, no te falta achaque
porque dices, que traque, y que barraque
con que sabes muy bien tapar la caca.
Si coges la palabra, no hay urraca,
que así la gorja de mal año saques
y con tronidos, más que un triqui traque,
a todo el mundo aturdes, cual matraca.
Este bullicio todo lo trabuca,
este embeleco todo lo embeleca,
más, aunque eres, Inés, tan mala cuca,
sabe mi amor muy bien lo que se peca,
y así con tu afición no se embabuca,
aunque eres zancarrón, y yo de Meca.
Miró Celia una rosa que en el prado...
Miró Celia una
rosa que en el prado
ostentaba feliz la pompa vana
y con afeites
de carmín y grana
bañaba alegre el rostro delicado;
y dijo: "Goza,
sin temor del Hado,
el curso breve de tu edad lozana,
pues no
podrá la muerte de mañana
quitarte lo que hubieres hoy gozado;
y aunque llega
la muerte presurosa
y tu fragante vida se te aleja,
no sientas el
morir tan bella y moza:
mira que la
experiencia te aconseja
que es fortuna morirte siendo hermosa
y no
ver el ultraje de ser vieja."
Primero sueño
Piramidal, funesta, de la tierra
nacida sombra, al Cielo encaminaba
de vanos obeliscos punta altiva,
escalar pretendiendo las Estrellas;
si bien sus luces bellas
-exentas siempre, siempre rutilantes-
la tenebrosa guerra
que
con negros vapores le intimaba
la pavorosa sombra fugitiva
burlaban tan distantes,
que su atezado ceño
al superior convexo aun no llegaba
del
orbe de la Diosa
que tres veces hermosa
con tres hermosos rostros
ser ostenta,
quedando sólo o dueño
del aire que empañaba
con el aliento
denso que exhalaba;
y en la quietud contenta
de imperio
silencioso,
sumisas sólo voces consentía
de las nocturnas aves,
tan
obscuras, tan graves,
que aun el silencio no se interrumpía.
Con tardo vuelo y canto, del oído
mal, y aun peor del ánimo
admitido,
la avergonzada Nictimene acecha
de las sagradas puertas
los resquicios,
o de las claraboyas eminentes
los huecos más
propicios
que capaz a su intento le abren brecha,
y sacrílega llega a los
lucientes
faroles sacros de perenne llama,
que extingue, si no
infama,
en licor claro la materia crasa
consumiendo, que el árbol de Minerva
de su fruto, de prensas
agravado,
congojoso sudó y rindió forzado.
Y aquellas que su casa
campo vieron volver, sus telas hierba,
a la deidad de Baco inobedientes,
-ya no historias contando
diferentes,
en forma sí afrentosa transformadas-,
segunda forman
niebla,
ser vistas aun temiendo en la tiniebla,
aves sin pluma aladas:
aquellas tres oficïosas, digo,
atrevidas Hermanas,
que el tremendo castigo
de desnudas les dio
pardas membranas
alas tan mal dispuestas
que escarnio son aun de
las más funestas:
éstas, con el parlero
ministro de Plutón un
tiempo, ahora
supersticioso indicio al agorero,
solos la no canora
componían capilla pavorosa,
máximas, negras, longas entonando,
y
pausas más que voces, esperando
a la torpe mensura perezosa
de mayor proporción tal vez, que el viento
con flemático echaba
movimiento,
de tan tardo compás, tan detenido,
que en medio se
quedó tal vez dormido.
Éste, pues, triste son intercadente
de la asombrada turba
temerosa,
menos a la atención solicitaba
que al sueño persuadía;
antes sí, lentamente,
su obtusa consonancia espaciosa
al sosiego inducía
y al reposo los miembros convidaba,
-el
silencio intimando a los vivientes,
uno y otro sellando labio obscuro
con indicante dedo,
Harpócrates, la noche, silencioso;
a cuyo, aunque no duro,
si
bien imperïoso
precepto, todos fueron obedientes-.
El viento sosegado, el can dormido,
éste yace, aquél quedo
los átomos no mueve,
con el susurro hacer temiendo leve,
aunque
poco, sacrílego ruïdo,
violador del silencio sosegado.
El mar, no ya alterado,
ni aun la instable mecía
cerúlea cuna
donde el Sol dormía;
y los dormidos, siempre mudos, peces,
en los
lechos lamosos
de sus obscuros senos cavernosos,
mudos eran dos veces;
y
entre ellos, la engañosa encantadora
Alcione, a los que antes
en
peces transformó, simples amantes,
transformada también, vengaba
ahora.
En los del monte senos escondidos,
cóncavos de peñascos mal
formados
-de su aspereza menos defendidos
que de su obscuridad
asegurados-,
cuya mansión sombría
ser puede noche en la mitad del
día,
incógnita aun al cierto
montaraz pie del cazador experto,
-depuesta la fiereza
de unos, y de otros el temor depuesto-
yacía el vulgo bruto,
a
la Naturaleza
el de su potestad pagando impuesto,
universal
tributo;
y el Rey, que vigilancias afectaba,
aun con abiertos ojos
no velaba.
El de sus mismos perros acosado,
monarca en otro tiempo
esclarecido,
tímido ya venado,
con vigilante oído,
del sosegado ambiente
al menor perceptible
movimiento
que los átomos muda,
la oreja alterna aguda
y el leve rumor siente
que aun le altera dormido.
Y en la
quietud del nido,
que de brozas y lodo, instable hamaca,
formó en
la más opaca
parte del árbol, duerme recogida
la leve turba, descansando el
viento
del que le corta, alado movimiento.
De Júpiter el ave generosa
-como al fin Reina-, por no darse
entera
al descanso, que vicio considera
si de preciso pasa, cuidadosa
de no incurrir de omisa en el exceso,
a un solo pie librada fía el
peso
y en otro guarda el cálculo pequeño
-despertador reloj del leve sueño-,
porque, si necesario fue
admitido,
no pueda dilatarse continuado,
antes interrumpido
del
regio sea pastoral cuidado.
¡Oh de la Majestad pensión gravosa,
que aun el menor descuido no
perdona!
Causa, quizá, que ha hecho misteriosa,
circular,
denotando, la corona,
en círculo dorado,
que el afán es no menos continuado.
El sueño todo, en fin, lo
poseía;
todo, en fin, el silencio lo ocupaba:
aun el ladrón
dormía;
aun el amante no se desvelaba.
El conticinio casi ya pasando
iba, y la sombra dimidiaba, cuando
de las diurnas tareas fatigados,
-y no sólo oprimidos
del afán
ponderoso
del corporal trabajo, mas cansados
del deleite también,
(que también cansa
objeto continuado a los sentidos
aun siendo
deleitoso:
que la Naturaleza siempre alterna
ya una, ya otra
balanza,
distribuyendo varios ejercicios,
ya al ocio, ya al
trabajo destinados,
en el fiel infïel con que gobierna
la
aparatosa máquina del mundo)-;
así, pues, de profundo
sueño dulce los miembros ocupados,
quedaron los sentidos
del que ejercicio tienen ordinario,
-trabajo
en fin, pero trabajo amado
si hay amable trabajo-,
si privados no, al menos suspendidos,
y cediendo al retrato del contrario
de la vida, que -lentamente
armado-
cobarde embiste y vence perezoso
con armas soñolientas,
desde el cayado humilde al cetro altivo,
sin que haya distintivo
que el sayal de la púrpura discierna:
pues su nivel, en todo
poderoso,
gradúa por exentas
a ningunas personas,
desde la de a quien
tres forman coronas
soberana tiara,
hasta la que pajiza vive
choza;
desde la que el Danubio undoso dora,
a la que junco humilde,
humilde mora;
y con siempre igual vara
(como, en efecto, imagen
poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el brocado.
El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno, -en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado-,
solamente dispensa
remota, si del todo separada
no, a los de
muerte temporal opresos
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los
gajes del calor vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el del reloj humano
vital volante que, si no con mano,
con arterial concierto, unas
pequeñas
muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado
movimiento.
Este, pues, miembro rey y centro vivo
de espíritus vitales,
con su asociado respirante fuelle
-pulmón, que imán del viento es
atractivo,
que en movimientos nunca desiguales
o comprimiendo ya,
o ya dilatando
el musculoso, claro arcaduz blando,
hace que en el resuelle
el
que le circunscribe fresco ambiente
que impele ya caliente,
y él
venga su expulsión haciendo activo
pequeños robos al calor nativo,
algún tiempo llorados,
nunca recuperados,
si ahora no sentidos de
su dueño,
que, repetido, no hay robo pequeño-;
éstos, pues, de mayor, como ya digo,
excepción, uno y otro fiel
testigo,
la vida aseguraban,
mientras con mudas voces impugnaban
la información, callados, los sentidos
-con no replicar sólo defendidos-,
y la lengua que, torpe,
enmudecía,
con no poder hablar los desmentía.
Y aquella del calor más competente
científica oficina,
próvida
de los miembros despensera,
que avara nunca y siempre diligente,
ni a la parte prefiere más vecina
ni olvida a la remota,
y en
ajustado natural cuadrante
las cuantidades nota
que a cada cuál tocarle considera,
del
que alambicó quilo el incesante
calor, en el manjar que--medianero
piadoso--entre él y el húmedo interpuso
su inocente substancia,
pagando por entero
la que, ya piedad sea, o ya arrogancia,
al
contrario voraz necio lo expuso,
-merecido castigo, aunque se excuse,
al que en pendencia ajena se introduce-;
ésta, pues, si no fragua de
Vulcano,
templada hoguera del calor humano,
al cerebro envïaba
húmedos, más tan claros los vapores
de los atemperados cuatro
humores,
que con ellos no sólo no empañaba
los simulacros que la
estimativa
dio a la imaginativa
y aquésta, por custodia más
segura,
en forma ya más pura
entregó a la memoria que, oficiosa,
grabó
tenaz y guarda cuidadosa,
sino que daban a la fantasía
lugar de
que formase
imágenes diversas. Y del modo
que en tersa superficie, que de
Faro
cristalino portento, asilo raro
fue, en distancia longísima
se vían
(sin que ésta le estorbase)
del reino casi de Neptuno todo
las que distantes le surcaban naves,
-viéndose claramente
en su
azogada luna
el número, el tamaño y la fortuna
que en la instable
campaña transparente
arresgadas tenían,
mientras aguas y vientos
dividían
sus velas leves y sus quillas graves-:
así ella,
sosegada, iba copiando
las imágenes todas de las cosas,
y el
pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores, las figuras
no sólo ya de todas las criaturas
sublunares,
más aun también de aquéllas
que intelectuales claras son Estrellas,
y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí,
mañosa, las representaba
y al Alma las mostraba.
La cual, en tanto, toda convertida
a su inmaterial Ser y esencia
bella,
aquella contemplaba,
participada de alto Ser, centella
que con similitud en sí gozaba;
y juzgándose casi dividida
de
aquella que impedida
siempre la tiene, corporal cadena,
que grosera embaraza y torpe impide
el vuelo intelectual con que
ya mide
la cuantidad inmensa de la Esfera,
ya el curso considera
regular, con que giran desiguales
los cuerpos celestiales,
-culpa si grave, merecida pena
(torcedor del sosiego, riguroso)
de estudio vanamente judicioso-,
puesta, a su parecer, en la eminente
cumbre de un monte a quien el mismo Atlante
que preside gigante
a los demás, enano obedecía,
y Olimpo,
cuya sosegada frente
nunca de aura agitada
consintió ser violada,
aun falda suya ser no merecía:
pues las nubes:--que opaca son
corona
de la más elevada corpulencia,
del volcán más soberbio que
en la tierra
gigante erguido intima al cielo guerra-,
apenas densa zona
de su altiva eminencia,
o a su vasta cintura
cíngulo tosco son, que -mal ceñido-
o el viento lo desata sacudido,
o vecino el calor del Sol lo apura.
A la región primera de su
altura,
(ínfima parte, digo, dividiendo
en tres su continuado
cuerpo horrendo),
el rápido no pudo, el veloz vuelo
del águila
-que puntas hace al Cielo
y al Sol bebe los rayos pretendiendo
entre sus luces colocar su nido-
llegar; bien que esforzando
más
que nunca el impulso, ya batiendo
las dos plumadas velas, ya peinando
con las garras el aire, ha
pretendido,
tejiendo de los átomos escalas,
que su inmunidad
rompan sus dos alas.
Las Pirámides dos -ostentaciones
de Menfis vano y de la
Arquitectura
último esmero, si ya no pendones
fijos, no
tremolantes-, cuya altura
coronada de bárbaros trofeos
tumba y
bandera fue a los Ptolomeos,
que al viento, que a las nubes publicaba
(si ya también al Cielo
no decía)
de su grande, su siempre vencedora
ciudad -ya Cairo
ahora-
las que, porque a su copia enmudía,
la Fama no cantaba.
Gitanas glorias, Ménficas proezas,
aun en
el viento, aun en el Cielo impresas:
éstas, -que en nivelada simetría
su estatura crecía
con tal
disminución, con arte tanto,
que (cuanto más al Cielo caminaba)
a
la vista, que lince la miraba,
entre los vientos se desparecía,
sin permitir mirar la sutil punta
que al primer orbe finge que se
junta,
hasta que fatigada del espanto,
no descendida, sino
despeñada
se hallaba al pie de la espaciosa basa,
tarde o mal
recobrada
del desvanecimiento
que pena fue no escasa
del visual alado
atrevimiento-,
cuyos cuerpos opacos
no al Sol opuestos, antes
avenidos
con sus luces, si no confederados
con él (como, en efecto,
confinantes),
tan del todo bañados
de su resplandor eran, que
-lucidos-
nunca de calorosos caminantes
al fatigado aliento, a los
pies flacos,
ofrecieron alfombra
aun de pequeña, aun de señal de
sombra
éstas, que glorias ya sean Gitanas,
o elaciones profanas,
bárbaros jeroglíficos de ciego
error, según el Griego
ciego
también, dulcísimo Poeta,
-si ya, por las que escribe
Aquileyas
proezas
o marciales de Ulises sutilezas,
la unión no le recibe
de los
Historiadores, o le acepta
(cuando entre su catálogo le cuente)
que gloria más que número le aumente-,
de cuya dulce serie numerosa
fuera más fácil cosa
al temido
Tonante
el rayo fulminante
quitar, o la pesada
a Alcides clava
herrada,
que un hemistiquio sólo
de los que le dictó propicio
Apolo:
según de Homero, digo, la sentencia,
las Pirámides fueron
materiales
tipos solos, señales exteriores
de las que, dimensiones
interiores,
especies son del Alma intencionales:
que como sube en
piramidal punta
al Cielo la ambiciosa llama ardiente,
así la
humana mente
su figura trasunta,
y a la Causa Primera siempre
aspira,
-céntrico punto donde recta tira
la línea, si ya no
circunferencia,
que contiene, infinita, toda esencia-.
éstos, pues, Montes dos artificiales
(bien maravillas, bien
milagros sean),
y aun aquella blasfema altiva Torre
de quien hoy
dolorosas son señales 415
-no en piedras, sino en lenguas desiguales,
porque voraz el tiempo no
las borre-
los idiomas diversos que escasean
el socïable trato de
las gentes
(haciendo que parezcan diferentes
los que unos hizo la
Naturaleza,
de la lengua por sólo la extrañeza),
si fueran
comparados
a la mental pirámide elevada
donde, sin saber cómo,
colocada
el Alma se miró, tan atrasados
se hallaran, que
cualquiera
gradüara su cima por Esfera:
pues su ambicioso anhelo,
haciendo cumbre de su propio vuelo,
en la más eminente
la encumbró parte de su propia mente,
de sí
tan remontada, que creía
que a otra nueva región de sí salía.
En cuya casi elevación inmensa,
gozosa mas suspensa,
suspensa
pero ufana,
y atónita aunque ufana, la suprema
de lo sublunar
Reina soberana,
la vista perspicaz, libre de anteojos,
de sus
intelectuales bellos ojos,
(sin que distancia tema
ni de obstáculo
opaco se recele,
de que interpuesto algún objeto cele),
libre
tendió por todo lo crïado:
cuyo inmenso agregado,
cúmulo
incomprehensible,
aunque a la vista quiso manifiesto
dar señas de
posible,
a la comprehensión no, que -entorpecida
con la sobra de objetos, y excedida
de la grandeza de ellos su
potencia-,
retrocedió cobarde.
Tanto no, del osado presupuesto,
revocó la intención,
arrepentida,
la vista que intentó descomedida
en vano hacer alarde
contra
objeto que excede en excelencia
las líneas visuales,
-contra el
Sol, digo, cuerpo luminoso,
cuyos rayos castigo son fogoso,
que fuerzas desiguales
despreciando, castigan rayo a rayo
el confïado, antes atrevido
y
ya llorado ensayo,
(necia experiencia que costosa tanto
fue, que ícaro ya, su propio
llanto
lo anegó enternecido)-,
como el entendimiento, aquí vencido
no menos de la inmensa muchedumbre
(de tanta maquinosa pesadumbre
de diversas especies, conglobado
esférico compuesto),
que de las cualidades
de cada cual, cedió;
tan asombrado,
que -entre la copia puesto,
pobre con ella en las neutralidades
de un mar de asombros, la elección confusa-,
equivocó las ondas
zozobraba;
y por mirarlo todo, nada vía,
ni discernir podía
(bota la facultad intelectiva
en tanta, tan
difusa
incomprehensible especie que miraba
desde el un eje en que
librada estriba
la máquina voluble de la Esfera,
al contrapuesto polo)
las
partes, ya no solo,
que al universo todo considera
serle
perfeccionantes,
a su ornato, no mas, pertenecientes;
Mas ni aun las que
integrantes
miembros son de su cuerpo dilatado,
proporcionadamente
competentes.
Mas como al que ha usurpado
diuturna obscuridad, de los objetos
visibles los colores,
si súbitos le asaltan resplandores,
con la
sobra de luz queda más ciego
-que el exceso contrarios hace efectos
en la torpe potencia, que la lumbre
del Sol admitir luego
no
puede por la falta de costumbre-,
y a la tiniebla misma, que antes
era
tenebroso a la vista impedimento,
de los agravios de la luz apela,
y una vez y otra con la mano
cela
de los débiles ojos deslumbrados
los rayos vacilantes,
sirviendo ya -piadosa medianera-
la sombra de instrumento
para que
recobrados
por grados se habiliten,
porque después constantes
su operación más firmes ejerciten,
-recurso natural, innata ciencia
que confirmada ya de la experiencia,
maestro quizá mudo,
retórico
ejemplar, inducir pudo
a uno y otro Galeno
para que del mortífero veneno,
en bien proporcionadas cantidades
escrupulosamente regulando
las ocultas nocivas cualidades,
ya por
sobrado exceso
de cálidas o frías,
o ya por ignoradas simpatías
o antipatías
con que van obrando
las causas naturales su progreso,
(a la
admiración dando, suspendida,
efecto cierto en causa no sabida,
con prolijo desvelo y remirada
empírica atención, examinada
en la bruta experiencia,
por menos
peligrosa),
la confección hicieran provechosa,
último afán de la Apolínea
ciencia,
de admirable trïaca,
¡que así del mal el bien tal vez se
saca!-:
no de otra suerte el Alma, que asombrada
de la vista quedó
de objeto tanto,
la atención recogió, que derramada
en diversidad
tanta, aun no sabía
recobrarse a sí misma del espanto
que
portentoso había
su discurso calmado,
permitiéndole apenas
de un concepto
confuso
el informe embrïón que, mal formado,
inordinado caos
retrataba
de confusas especies que abrazaba,
-sin orden avenidas,
sin
orden separadas,
que cuanto más se implican combinadas
tanto más
se disuelven desunidas,
de diversidad llenas-,
ciñendo con
violencia lo difuso
de objeto tanto, a tan pequeño vaso,
(aun al
más bajo, aun al menor, escaso).
Las velas, en efecto, recogidas,
que fïó inadvertidas
traidor
al mar, al viento ventilante,
-buscando, desatento,
al mar
fidelidad, constancia al viento-,
mal le hizo de su grado
en la mental orilla
dar fondo, destrozado,
al timón roto, a la
quebrada entena,
besando arena a arena
de la playa el bajel,
astilla a astilla,
donde -ya recobrado-
el lugar usurpó de la
carena
cuerda refleja, reportado aviso
de dictamen remiso:
que,
en su operación misma reportado,
más juzgó conveniente
a singular asunto reducirse,
o
separadamente
una por una discurrir las cosas
que vienen a ceñirse
en las que artificiosas
dos veces cinco son Categorías:
reducción metafísica que enseña
(los entes concibiendo generales
en sólo unas mentales fantasías
donde de la materia se desdeña
el
discurso abstraído)
ciencia a formar de los universales,
reparando, advertido,
con el arte el defecto
de no poder con un intüitivo
conocer acto todo lo crïado,
sino
que, haciendo escala, de un concepto
en otro va ascendiendo grado a
grado,
y el de comprender orden relativo
sigue, necesitado
del del entendimiento
limitado vigor, que a
sucesivo
discurso fía su aprovechamiento:
cuyas débiles fuerzas, la doctrina
con doctos alimentos va
esforzando,
y el prolijo, si blando,
continuo curso de la
disciplina,
robustos le va alientos infundiendo,
con que más
animoso
al palio glorïoso
del empeño más arduo, altivo aspira,
los
altos escalones ascendiendo,
-en una ya, ya en otra cultivado
facultad-, hasta que insensiblemente
la honrosa cumbre mira
término dulce de su afán pesado
(de
amarga siembra, fruto al gusto grato,
que aun a largas fatigas fue
barato),
y con planta valiente
la cima huella de su altiva frente.
De esta serie seguir mi
entendimiento
el método quería,
o del ínfimo grado
del ser
inanimado
(menos favorecido,
si no más desvalido,
de la segunda causa
productiva),
pasar a la más noble jerarquía
que, en vegetable
aliento,
primogénito es, aunque grosero,
de Thetis,-el primero
que a sus fértiles pechos maternales,
con virtud atractiva,
los
dulces apoyó manantïales
de humor terrestre, que a su nutrimento
natural es dulcísimo alimento-,
y de cuatro adornada operaciones
de contrarias acciones,
ya atrae, ya segrega diligente
lo que no serle juzga conveniente,
ya lo superfluo expele, y de
la copia
la substancia más útil hace propia;
y -esta ya investigada-,
forma inculcar más bella
(de sentido
adornada,
y aun más que de sentido, de aprehensiva
fuerza
imaginativa),
que justa puede ocasionar querella
-cuando afrenta
no sea-
de la que más lucida centellea
inanimada Estrella,
bien
que soberbios brille resplandores,
-que hasta a los Astros puede
superiores,
aun la menor criatura, aun la más baja,
ocasionar envidia, hacer ventaja-;
y de este corporal
conocimiento
haciendo, bien que escaso, fundamento,
al supremo
pasar maravilloso
compuesto triplicado,
de tres acordes líneas ordenado
y de las formas todas inferiores
compendio misterioso:
bisagra engarzadora
de la que más se eleva
entronizada
Naturaleza pura
y de la que, criatura
menos noble, se ve más
abatida:
no de las cinco solas adornada
sensibles facultades,
mas de las interiores
que tres rectrices son, ennoblecida,
-que para ser señora
de las demás, no en vano
la adornó Sabia
Poderosa Mano-:
fin de Sus obras, círculo que cierra
la Esfera con la tierra,
última perfección de lo criado
y último de su Eterno Autor agrado,
en quien con satisfecha complacencia
Su inmensa descansó magnificencia:
fábrica portentosa
que,
cuanto más altiva al Cielo toca,
sella el polvo la boca,
-de quien
ser pudo imagen misteriosa
la que águila Evangélica, sagrada
visión en Patmos vio, que las
Estrellas
midió y el suelo con iguales huellas,
o la estatua
eminente
que del metal mostraba más preciado
la rica altiva frente,
y en el más desechado
material, flaco
fundamento hacía,
con que a leve vaivén se deshacía-:
el Hombre,
digo, en fin, mayor portento
que discurre el humano entendimiento;
compendio que absoluto
parece al Angel, a la planta, al bruto;
cuya altiva bajeza
toda
participó Naturaleza.
¿Por qué? Quizá porque más venturosa
que
todas, encumbrada
a merced de amorosa
Unión sería. ¡Oh, aunque
repetida,
nunca bastantemente bien sabida
merced, pues ignorada
en lo poco apreciada
parece, o en lo mal correspondida!
Estos, pues, grados discurrir quería
unas veces; pero otras,
disentía,
excesivo juzgando atrevimiento
el discurrirlo todo,
quien aun
la más pequeña,
aun la más fácil parte no entendía
de los más
manüales
efectos naturales;
quien de la fuente no alcanzó risueña
el
ignorado modo
con que el curso dirige cristalino
deteniendo en
ambages su camino,
-los horrorosos senos
de Plutón, las cavernas pavorosas
del
abismo tremendo,
las campañas hermosas,
los Eliseos amenos,
tálamo ya de su triforme esposa,
clara pesquisidora registrando,
(útil curiosidad, aunque prolija,
que de su no cobrada bella hija
noticia cierta dio a la rubia Diosa,
cuando montes y selvas trastornando,
cuando prados y bosques
inquiriendo,
su vida iba buscando
y del dolor su vida iba
perdiendo)-;
quien de la breve flor aun no sabía
por qué ebúrnea figura
circunscribe su frágil hermosura:
mixtos, por qué, colores
-confundiendo la grana en los albores-
fragante le son gala:
ambares por qué exhala,
y el leve, si más bello
ropaje al
viento explica,
que en una y otra fresca multiplica
hija, formando
pompa escarolada
de dorados perfiles cairelada,
que -roto del
capillo el blanco sello-
de dulce herida de la Cipria Diosa
los
despojos ostenta jactanciosa,
si ya el que la colora,
candor al alba, púrpura al aurora
no le usurpó y, mezclado,
purpúreo es ampo, rosicler nevado:
tornasol que concita
los que
del prado aplausos solicita,
preceptor quizá vano
-si no ejemplo profano-
de industria
femenil que el más activo
veneno, hace dos veces ser nocivo
en el
velo aparente
de la que finge tez resplandeciente.
Pues si a un objeto
solo, --repetía
tímido el Pensamiento-,
huye el conocimiento
y
cobarde el discurso se desvía;
si a especie segregada
-como de las demás independiente,
como
sin relación considerada-
da las espaldas el entendimiento,
y
asombrado el discurso se espeluza
del difícil certamen que rehúsa
acometer valiente,
porque teme
cobarde
comprehenderlo o mal, o nunca, o tarde,
¿cómo en tan
espantosa
máquina inmensa discurrir pudiera,
cuyo terrible incomportable
peso
-si ya en su centro mismo no estribara-
de Atlante a las
espaldas agobiara,
de Alcides a las fuerzas excediera;
y el que fue de la Esfera
bastante contrapeso,
pesada menos,
menos ponderosa
su máquina juzgara, que la empresa
de investigar a
la Naturaleza?
Otras -más esforzado-
demasiada acusaba cobardía
el lauro
antes ceder, que en la lid dura
haber siquiera entrado,
y al
ejemplar osado
del claro joven la atención volvía,
-auriga altivo del ardiente
carro-,
y el, si infeliz, bizarro
alto impulso, el espíritu
encendía:
donde el ánimo halla
-más que el temor ejemplos de escarmiento-
abiertas sendas al
atrevimiento,
que una ya vez trilladas, no hay castigo
que intento
baste a remover segundo,
(segunda ambición, digo).
Ni el panteón profundo
-cerúlea tumba a su infeliz ceniza-,
ni el vengativo rayo fulminante
mueve, por más que avisa,
al ánimo
arrogante
que, el vivir despreciando, determina
su nombre eternizar en su
ruina.
Tipo es, antes, modelo:
ejemplar pernicioso
que alas
engendra a repetido vuelo,
del ánimo ambicioso
que -del mismo terror haciendo halago
que
al valor lisonjea-,
las glorias deletrea
entre los caracteres del
estrago.
O el castigo jamás se publicara,
porque nunca el delito se
intentara:
político silencio antes rompiera
los autos del proceso,
-circunspecto estadista-;
o en fingida ignorancia simulara,
o con
secreta pena castigara
el insolente exceso,
sin que a popular
vista
el ejemplar nocivo propusiera:
que del mayor delito la malicia
peligra en la noticia,
contagio dilatado trascendiendo;
porque singular culpa sólo siendo,
dejara más remota a lo ignorado
su ejecución, que no a lo escarmentado.
Mas mientras entre
escollos zozobraba
confusa la elección, sirtes tocando
de
imposibles, en cuantos intentaba
rumbos seguir, -no hallando
materia en que cebarse
el calor ya, pues su templada llama
(llama al fin, aunque más templada sea,
que si su activa emplea
operación, consume, si no inflama)
sin poder excusarse
había
lentamente
el manjar trasformado,
propia substancia de la ajena
haciendo:
y el que hervor resultaba bullicioso
de la unión entre
el húmedo y ardiente,
en el maravilloso
natural vaso, había ya
cesado
(faltando el medio), y consiguientemente
los que de él
ascendiendo
soporíferos, húmedos vapores
el trono racional embarazaban
(desde donde a los miembros derramaban
dulce entorpecimiento),
a
los suaves ardores
del calor consumidos,
las cadenas del sueño desataban:
y la
falta sintiendo de alimento
los miembros extenuados,
del descanso
cansados,
ni del todo despiertos ni dormidos,
muestras de apetecer el
movimiento
con tardos esperezos
ya daban, extendiendo
los
nervios, poco a poco, entumecidos,
y los cansados huesos
(aun sin entero arbitrio de su dueño)
volviendo al otro lado-,
a cobrar empezaron los sentidos,
dulcemente impedidos
del natural beleño,
su operación, los ojos entreabriendo.
Y del cerebro, ya desocupado,
las fantasmas huyeron
y -como de
vapor leve formadas-
en fácil humo, en viento convertidas,
su
forma resolvieron.
Así linterna mágica, pintadas
representa
fingidas
en la blanca pared varias figuras,
de la sombra no menos ayudadas
que de la luz: que en trémulos
reflejos
los competentes lejos
guardando de la docta perspectiva,
en sus ciertas mensuras
de varias experiencias aprobadas,
la sombra fugitiva,
que en
el mismo esplendor se desvanece,
cuerpo finge formado,
de todas
dimensiones adornado,
cuando aun ser superficie no merece.
En tanto el Padre de la
Luz ardiente,
de acercarse al Oriente
ya el término prefijo
conocía,
y al antípoda opuesto despedía
con transmontantes rayos:
que -de su luz en trémulos desmayos-
en el punto hace mismo su Occidente,
que nuestro Oriente ilustra
luminoso.
Pero de Venus, antes, el hermoso
apacible lucero
rompió el albor primero,
y del viejo Tithón la
bella esposa
-amazona de luces mil vestida,
contra la noche
armada,
hermosa si atrevida,
valiente aunque llorosa-,
su frente
mostró hermosa
de matutinas luces coronada,
aunque tierno
preludio, ya animoso,
del Planeta fogoso,
que venía las tropas reclutando
de bisoñas
vislumbres,
-las más robustas, veteranas lumbres
para la
retaguardia reservando-,
contra la que, tirana usurpadora
del imperio del día,
negro
laurel de sombras mil ceñía
y con nocturno cetro pavoroso
las
sombras gobernaba,
de quien aun ella misma se espantaba.
Pero apenas la bella
precursora
signifera del Sol, el luminoso
en el Oriente tremoló
estandarte,
tocando al arma todos los suaves
si bélicos clarines de las aves,
(diestros, aunque sin arte,
trompetas sonorosos),
cuando, -como tirana al fin, cobarde,
de
recelos medrosos
embarazada, bien que hacer alarde
intentó de sus fuerzas,
oponiendo
de su funesta capa los reparos,
breves en ella de los
tajos claros
heridas recibiendo,
(bien que mal satisfecho su denuedo,
pretexto mal formado fue del
miedo,
su débil resistencia conociendo)-,
a la fuga ya casi
cometiendo
más que a la fuerza, el medio de salvarse,
ronca tocó
bocina
a recoger los negros escuadrones
para poder en orden
retirarse,
cuando de más vecina
plenitud de reflejos fue asaltada,
que la punta rayó más encumbrada
de los del Mundo erguidos
torreones.
Llegó, en efecto, el Sol cerrando el giro
que esculpió de oro
sobre azul zafiro:
de mil multiplicados
mil veces puntos, flujos mil dorados
-líneas, digo, de luz
clara-, salían
de su circunferencia luminosa,
pautando al Cielo la
cerúlea plana;
y a la que antes funesta fue tirana
de su imperio,
atropadas embestían:
que sin concierto huyendo presurosa
-en sus
mismos horrores tropezando--
su sombra iba pisando,
y llegar al
Ocaso pretendía
con el (sin orden ya) desbaratado
ejército de sombras, acosado
de la luz que el alcance le seguía.
Consiguió, al fin, la vista del Ocaso
el fugitivo paso,
y -en
su mismo despeño recobrada
esforzando el aliento en la rüina-,
en
la mitad del globo que ha dejado
el Sol desamparada,
segunda vez
rebelde determina
mirarse coronada,
mientras nuestro Hemisferio la dorada
ilustraba del Sol madeja hermosa,
que con luz judiciosa
de orden
distributivo, repartiendo
a las cosas visibles sus colores
iba, y restituyendo
entera a
los sentidos exteriores
su operación, quedando a luz más cierta
el
mundo iluminado y yo despierta.
Que no me quiera Fabio al verse
amado...
Que no me
quiera Fabio al verse amado
es dolor sin igual, en mi sentido;
mas que me quiera Silvio aborrecido
es menor mal, mas no menor enfado.
¿Qué
sufrimiento no estará cansado,
si siempre le resuenan al oído,
tras la vana arrogancia de un querido,
el cansado gemir de un desdeñado?
Si de Silvio me
cansa el rendimiento,
a Fabio canso con estar rendida:
si de
éste busco el agradecimiento,
a mí me busca
el otro agradecida:
por activa y pasiva es mi tormento,
pues
padezco en querer y ser querida.
¿Qué pasión,
Porcia, qué dolor tan ciego...
¿Qué pasión, Porcia, qué dolor tan ciego
te obliga a ser de ti fiera homicida?
¿O en qué te ofende tu inocente vida
que así le das batalla a sangre y fuego?
Si la fortuna airada al justo ruego
de tu esposo se muestra endurecida,
bástale el mal de ver su acción perdida;
no acabes, con tu vida, su sosiego.
Deja las brasas, Porcia, que mortales
impaciente tu amor elegir quiere;
no al fuego de tu amor el fuego iguales;
porque si bien de tu pasión se infiere,
mal morirá a las brasas materiales
quien a las llamas del amor no muere.
Rosa divina, que en
gentil cultura...
Rosa divina, que en gentil cultura
eres con tu fragante sutileza
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida
soberbia, el riesgo de morir
desdeñas,
y luego desmayada y encogida,
de tu caduco ser das mustias señas!
con que con docta muerte y
necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas.
Verde embeleso de la vida humana...
Verde embeleso
de la vida humana,
loca Esperanza, frenesí dorado,
sueños de los
despiertos intrincado,
como de sueños, de tesoros vana;
alma del mundo, senectud lozana,
decrépito verdor imaginado;
el hoy de los dichosos esperado
y de los desdichados el mañana:
sigan tu sombra en busca de tu día
los que con verdes vidrios por
anteojos,
todo lo ven pintado a su deseo;
que yo, más cuerda en la fortuna mía,
tengo entrambas manos ambos
ojos
y solamente lo que toco veo.
Yo no puedo tenerte ni dejarte...
Yo no puedo
tenerte ni dejarte,
ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se encuentra un no sé qué para quererte
y muchos sí sé qué para olvidarte.
Pues ni quieres dejarme ni enmendarte,
yo templaré mi corazón de suerte
que la mitad se incline a aborrecerte
aunque la otra mitad se incline a amarte.
Si ello es fuerza querernos, haya modo,
que es morir el estar siempre riñendo:
no se hable más en celo y en sospecha,
y quien da la mitad, no quiera el todo;
y cuando me la estás allá haciendo,
sabe que estoy haciendo la deshecha.